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El discurso del estado y la democracia en el pensamiento latinoamericano •

AUTOR: César A. Barrantes A. ♠

“Qué poder tienen los humanos


para forjarse mitos!”. Freud.

1) INTRODUCCIÓN
Esta comunicación se encuadra dentro de un proyecto investigativo de más largo alie-
nto: el análisis del discurso social de la CEPAL; no obstante, aquí nos referimos
solamente al decenio de los `60; durante este periodo dicho Organismo Regional de
Naciones Unidas gravitó con mayor resonancia internacional, principalmente en el
ámbito latinoamericano.
No nos proponemos una evaluación empírica del impacto social del discurso ni del
modelo de sociedad propuesto como desiderato para nuestro Subcontinente. Sólo
mostramos un específico recorrido por algunas de las vías de argumentación.
Primero, la del modelo societal; en breves trazos presentamos los relacionados con
los contenidos más generales que caracterizan el discurso industrial latinoamericano y
algunas de sus traducciones en la estructura de poder ideal; a través de éstas se
cumplen los designios predeterminados del Deux ex Machina de la sociedad
industrial: el conocimiento científico-tecnológico transustanciado en capital.
Seguidamente, la del estado; éste es concebido como un continuo lineal que se va
desde la esencia cuasisagrada del Estado Teologal hasta el Leviatán; pasando por
todos los estadios de Estado-Cosa-Instrumento y el Estado-Sujeto pero no sujeto
autónomo, sino Comendador o Superintendente que actúa compulsivamente en
nombre de quienes están ungidos por el Espíritu del Capitalismo.
Articulada a las anteriores, mostramos la vía de argumentación mediante la cual se
intentó modelar la utopía mesocrática y constituir lo sujetos históricos predestinados
a la materialización del proyecto político propuesto como modelo ideal para
Latinoamérica. Se trata de los modernos empresarios con vocación mesocrática e
igualitaria, portadores indiscutidos del poder de la ciencia y la tecnología; ésta

Ponencia presentada al Sétimo Congreso Centroamericano de Sociología, “Sociología y
Desarrollo Social en Centroamérica”, celebrado del 2 al 7 de noviembre de 1986 en
Tegucigalpa, Honduras.

Profesor-investigador de la Universidad de Costa Rica.
motoriza unidireccionalmente el desarrollo-crecimiento económico-industrial y el
cambio social progresivo, conducente al estadio positivo de la sociedad posburguesa
o posindustrial imaginada por la CEPAL.
El último acápite, “ La Realidad...en Fin “, no es más que la consecuencia lógica de
nuestra inconclusa aventura investigativa; no es un cierre contundente acerca de las
aporías cepalinas, sino, la puesta en perspectiva de una evaluación por hacerse del
impacto sociopolítico del discurso que hoy parcialmente ofrecemos a los lectores.

2) OPULENCIA, DEMOCRACIA Y LIBERTAD: LA GRAN PROMESA DEL


INDUSTRIALISMO:

El modelo societal ideal de la CEPAL durante el decenio de los ´60 coincide con una
imagen más generalizada: aquella que muestra al capitalismo como la más buena,
moderna, productiva, eficiente y eficaz organización económico-social altamente
industrializada, tecnológicamente avanzada, completamente fluida y abierta,
atravesada por “una de las revoluciones más sobresalientes de la época moderna: el
auge de las poblaciones urbanas en todo el mundo” (CEPAL 1961:24).
Según dicha imagen, por la lógica misma de sus impresionantes mecanismos de
reproducción económica absolutamente preexistentes, ostenta por sí y ante sí la más
apabullante superioridad técnica sobre cualquier otro sistema de producción no
capitalista. El capitalismo es el único sistema natural auténticamente autorreferencial
que hace posible el cumplimiento de la gran promesa de industrialismo -por lo demás
la más sensata- jamás imaginada antes por el pensamiento humano: maximizar de la
forma más productiva posible la acumulación de capital y la elevación del ingreso per
cápita; optimizar la calidad de las condiciones y expectativas de vida, la democracia y
la libertad absoluta de la totalidad del género humano.
La CEPAL (Prébisch 1961, 1963 y 1970; CEPAL 1961; 1963c: 89 y 1969: 68)
concibe así un orden ideal de cosas que, por la fuerza de los acontecimientos, es
conducido indefectiblemente a un estilo de desarrollo industrial-tecnológico
progresivamente abierto al intercambio con el resto del mundo. Un sistema en el que
por obra y gracia del crecimiento económico la Democracia Social y los Derechos
Humanos adquieren la plenitud de su verdadero y único sentido: la libertad total de
los hombres que se encuentran, al fin, de una vez para siempre, emancipados de la
necesidad y exaltados en su personalidad (Prébisch 1964: 142-143).
Desde la óptica de una concepción que podríamos denominar tecnicista en tanto
representación de un sistema de mecanismos técnico-económicos, o tecnocrática en
tanto el poder de su conducción está detentado por los portadores del saber científico-
tecnológico, la democracia adjetivada social por la CEPAL en clara alusión a la
nomenclatura socialdemócrata, es considerada un estado consensual indeterminado:
en éste el buen gobierno y la certidumbre hecha verdad están completamente
asegurados en virtud de que el poder técnico le es consustancial y los expertos por su
parte, siguiendo con fidelidad la lógica ineluctable del funcionamiento económico,
optimizan la satisfacción de las inequívocas necesidades, deseos y expectativas de
los consumidores y productores. Las denominadas políticas económicas, sociales y de
desarrollo deben, por lo tanto, su falta de pertinencia a la eficacia de los mecanismos
y dispositivos automáticos de las fuerzas espontáneas del sistema. Gracias a éstas
tampoco existe la necesidad de discutir ante la opinión pública acerca de la
acumulación de capital, porque ésta se cumple y se resuelve “por su propio impulso
en la evolución capitalista” (Prébisch 1963:147-148).
Más puramente, la política y lo político son desconocidos aunque no por ello
necesariamente inexistentes, sino, simplemente innecesarios en virtud de los
superpoderes de los propios mecanismos de precisión objetiva; a través de éstos las
receptivas estructuras económicas y sociales se benefician imponderablemente en
coordinación con la plétora de recursos materiales, para la producción de bienes y
servicios especializados y estandarizados de la mejor calidad para el consumo de
todos los sectores de la población.
Tal es la eficiencia de la organización productiva, que el Estado es una esencia
teologal ya no digamos epifenoménica o superestructural, sino, absolutamente etérea
e indeterminada; como la esencia cuasisagrada de la cual proviene el conocimiento
científico-tecnológico, aquélla se encuentra en el más allá del Círculo Cósmico de la
Civilización Occidental; su racionalidad no pasa, por lo tanto, por la intervención en
los asuntos terrenales concernientes a las decisiones individuales ni, mucho menos,
por la dinámica autónoma de la acumulación de capital. Las intervenciones sociales
se producen, sin detrimento alguno del consumo de las masas, por la vía de la
maximización del incremento sostenido de la tasa de producción, como traducción
automática de las bondades incuestionables del irresistible proceso de desarrollo-
crecimiento y de los portentosos mecanismos espontáneos de generación y
propagación de las innovaciones de la ciencia y la tecnología.

3) EL ESTADO COMO ESENCIA TEOLOGAL


No obstante la perfección natural del sistema económico ideal cepalino en su mayor
nivel de indeterminación, la estructura discursiva del industrialismo con sello
latinoamericano del decenio de los sesenta, ya tiene inscrito el aprendizaje provocado
por la crisis financiera que resquebrajó los cimientos del cosmos capitalista, en
especial durante el primer quinquenio de la tercera década del presente siglo.
Es la razón por la cual acepta la posibilidad de que el libérrimo juego de la
competencia abierta acicateada por la libre iniciativa de la empresa privada, se vea
temporalmente perturbado (Prébisch 1963:190). Sólo en estas circunstancias se hace
legítima la intervención responsable y racionalmente reguladora del poder del Estado.
Se da inicio así, a una concepción de éste como un continuo lineal que oscila entre
dos puntos tan distantes entre sí que sus relaciones históricas se pierden en el tiempo
y el espacio. El extremo ideal de mayor nivel de indeterminación corresponde a la
idea del Estado-Esencia espiritualizado en el Concepto, la Razón, la Mente (Hegel
1966); en el extremo opuesto supuestamente correspondiente con el máximo grado de
determinaciones de la realidad latinoamericana, se encuentra “el leviatán inhumano a
que siempre tiende...al menor descuido” (Hobbes 1965; CEPAL 1963c:130).
El Estado Teologal no tiene razón alguna para corporeizarse porque los hombres se
comportan según los Mandamientos de la Ley de Dios secularizados sin acepción de
personas y encarrilan sus esfuerzos hacia el logro pleno de las bondades inequívocas
del Reino hecho Verdad de la Justicia, el Trabajo, la Libertad y la Democracia: el
Capitalismo. Aquí el Estado tiene el monopolio de la ley trascendente que sólo se
vacía con su incumplimiento y sólo entonces pone en evidencia su puro contenido
que ha llegado a ser idéntico a su pura forma: el Castigo (Rubert 1982: 207)
inflexible de individuos abandonados en su Libre Albedrío. La conducta que
transgrede los valores emanados de las múltiples formas a través de las cuales se
expresa el Espíritu, pierde la antigua dignidad conferida al Pecado ahora degradado al
rango de perversión, enfermedad social o desvarío personal. Esto significa un estado
más atento a la detección e implacable neutralización del mal en el mismo lugar
donde se produce que a la edificación de la ciudad ideal; significa también una
concepción reduccionista: la política es tanto mejor cuantas menos dimensiones
humanas cubra y cuantos menos aspectos de la realidad tenga que codificar y
reglamentar (Rubert 1982: 205-207 ); significa, finalmente, un poder de Estado en
tanto formación de virtudes, en tanto verdad y utopía lejana que guarda discretamente
la distancia respecto a las formaciones sociales objeto de sus mandatos. Existe, en
consecuencia, una omeostasis entre los valores asumidos como inmanentes por el
conjunto de la sociedad imaginada por la CEPAL y los hábitos, tradiciones e
instituciones jurídico-formales construidas con base en aquellos valores por las clases
dominantes. En otras palabras, como contrapartida lo anterior significa que la diada
seguridad-autonomía del Gran Público abandonado a su Libre Albedrío, sólo puede
ser encontrada -sin que ello le asegure, en modo alguno, a los consumidores y
productores la salvación de la condena del juicio final al que está predestinados- en el
acto mismo de la producción compulsiva pero, fundamentalmente, en el ejercicio
cotidiano de un poder sectorial que le da a aquél capacidad de gobierno soberano: el
poder de compra-consumo. En síntesis, en el Estado Teologal asistimos a la
invención de las soberanías que tienen obstruido el deseo de poder político y cuya
autonomía, paradójicamente, se cumple conforme más sometidas se encuentran: el
alma, soberana sobre el cuerpo sometida a Dios; la conciencia, soberana en el orden
del juicio, sometida al orden de la verdad; el individuo, soberano titular de sus
derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad; la
libertad fundamental, interiormente soberana, exteriormente consentidora y adaptada
a su destino manifiesto (Foucault 1978:34 ).

4) LA MANO VISIBLE DE LA PROVIDENCIA


Para los clásicos de la teoría política la Democracia es por definición el gobierno del
pueblo gobernándose a sí mismo sin tutelas, ejerciendo su soberanía para definir y
detentar los códigos mediante los cuales organiza para su beneficio las formas y los
contenidos de su organización societal; el pueblo ejerciendo el derecho y el deber de
promover nuevas leyes, enjuiciar su aplicación y velar por su acatamiento.
Si lo anterior es correcto, en el discurso cepalino se encuentra resuelta la
imposibilidad rousseauniana de que todos los ciudadanos puedan legislar y participar
efectivamente en la tarea compleja de aplicar las leyes en su propia jurisdicción
nacional. Para la CEPAL la razón de ser de la Democracia es la autenticidad misma
con que el “Deux Ex Machina” del conocimiento científico-tecnológico se
transustancia en capital, inversiones productivas, maquinaria y manufacturas, así
como nuevas formas de organizar el proceso de trabajo y las relaciones sociales. El
sistema económico-industrial con el que se identifica la Democracia tiene asegurado
por sí, las soluciones posibles a la participación de los ciudadanos en las asociaciones
a las que por derecho libremente pertenecen. En este sentido, la cuestión social es el
conjunto dinámico de las preferencias inequívocas expresadas en las decisiones
individuales de los productores y consumidores.
Este supuesto fundamental transformado en ideología sustenta el específico concepto
de justicia social que le es inherente: el Interés Público mediante el cual se incluye a
todos y cada uno de los individuos dentro de un mecanismo natural de ordenamiento
económico, dispuesto para realizar libres elecciones espontáneamente coordinadas y
cuya óptima satisfacción legitima las bondades del sistema establecido. Aquí el
proceso irresistiblemente democrático optimiza la distribución igualitaria del
producto social y ensancha espontáneamente el ingreso real de la población, elevando
progresivamente sus niveles de vida por la vía más eficiente: el consumo racional del
torrente incontenible de bienes y servicios producidos por el progreso científico-
técnico; derivado de lo anterior, incremento sostenido del poder adquisitivo de los de
por sí altos salarios reales se traduce automáticamente en igualación de los ingresos.
Ahora bien, sólo en la medida en que el equilibrio dinámico, el pleno empleo de los
recursos, la espontaneidad de las leyes objetivas que gobiernan el sistema capitalista
se vean perturbados; asimismo, cuando las relaciones sociales atraviesen particulares
circunstancias tales como debilidad sindical, demandas excesivas de las
organizaciones, incremento de fuerza de trabajo poco calificada, etc., que pueden
hacer peligrar el aumento sostenido de las remuneraciones reales y dejar expuesta la
distribución del ingreso al desajuste temporal de las fuerzas espontáneas de la
economía ( Prébisch 1961:82), la acción reguladora, el arbitraje neutral del Estado se
impone como necesario por la fuerza misma de las cosas.
Lo anterior significa que el Estado se transustancia en un dispositivo automático que
sólo es capaz de establecer relaciones de carácter transitorio y externo con la
corporeidad física del sistema económico. Es decir, la racionalidad del Espíritu
encarna en la organización burocrática y en virtud de un derecho objetivo e
impersonal legitima su intervención contingente para restaurar y solamente para
restaurar los equilibrios y seguridades perdidos del impresionante mecanismo
espontáneo de precisión que es la economía capitalista misma.
Sólo así se comprende el grave sentido de responsabilidad conferido a un Estado
Providencial, en aras de lo cual emplea buena parte de los recursos obtenidos por el
impuesto, “en promover eficientemente la acción privada por medio de instituciones
en fomento a la elevación del coeficiente de ahorro nacional” (Prébisch 1961:82).
Cumplido lo anterior y en la medida que las fuerzas espontáneas se corrigen, el
Estado automáticamente recupera su carácter etéreo.

5) DEL ESTADO BENEFACTOR AL LEVIATÁN


Conforme se incrementan las determinaciones universal-concretas de las cada vez
más profundas insuficiencias dinámicas de las economías latinoamericanas, el
péndulo del discurso cepalino va marcando diversos comportamientos que conforman
una zona de transición bidireccional. En esta se traslapan dos nociones generales: el
Estado Cosa-Objeto, instrumento ya no al servicio de la burguesía clásica, sino, de las
ambiguas clases medias empresariales; el Estado-Sujeto, sujetado a una
representación apriorística que lo obliga a contribuir eficazmente a la realización de
los intereses mesocráticos de aquéllas.
El proceso de transición está apropiado por las clases dominante latinoamericanas a
quienes pertenecen también los conocimientos científico-tecnológicos. En virtud de
ello toda su tarea se cifra en el uso eficiente del amplio juego de resortes que el
campo de la política ofrece a la inventiva humana, para crear nuevos instrumentos de
acción democrática y llenar de inmediato los cuadros demarcados en los planes de la
actividad pública y privada; asimismo, para incorporar al sistema democrático y de
libre empresa privada (CEPAL 1963c:130 ) el principio socialista de la economía
planificada por el Estado, pero constituido en técnica valorativamente neutra
mediante la denominada programación racional de la economía.
De aquí en adelante “el camino del Estado beneficio y maleficio hoy al mismo
tiempo” es indefectible pero sólo para responsabilizarse de las actividades necesarias
y desempeñar las funciones pertinentes, entre ellas “utilizar la altura que otorga su
perspectiva para contemplar en su conjunto la actividad económica de todos” y, sobre
esta base, concebir y formular un plan que señale un orden de metas e instrumentos y
la direccionalidad de las acciones (CEPAL 1963c:130 ).
En otras palabras, en tanto y en cuanto se produzcan las élites mesocráticas
empresariales con voluntad política y capacidad técnico-científica y financiera, su
plataforma o instrumento será el Estado; en su defecto éste será el Sujeto que
produce, consume y compite como cualquier ciudadano o fracción de capital, actor
no menos inefable, comendador o superintendente a cargo del cual corre por
delegación la responsabilidad institucional de conducir el proceso estructural
mediante el cual se activa y reactiva la economía, se fomenta la redistribución del
ingreso y la riqueza y se asume, además de las inversiones cuya tasa de retorno es
lenta y riesgosa y la presentación de los servicios sociales dudosamente rentables,
buena parte de las funciones empresariales privadas ( CEPAL 1963:118-120 ). Es
decir, en tanto el Estado sea una esencia benefactora instrumentalizada, un objeto-
cosa o un sujeto-sujetado a un mandato más o menos discrecional que sirva a la
reducción del sistema básico que sostiene la estructura mesocrática de poder, su
cobertura resulta funcional al proyecto político auspiciado por la CEPAL. Pero
cuando el péndulo marca la hora del Estado-Sujeto que realmente se autonomiza,
relativa pero progresivamente en virtud de su expansiva burocratización, el
Organismo Regional comienza a aterrarse por la posibilidad de que el
intervencionismo estatal adquiera el signo no deseado del Leviatán. Éste, encarnado
en el Estado de tipo soviético: la antinomia de la imagen occidental de “sociedad
abierta”, se instauraría definitivamente y sin solución de continuidad en el
Subcontinente latinoamericano, imponiendo autoritariamente el concepto que le es
inmanente: el desarrollo compulsivamente totalitario que tipifica a la sociedad
“cerrada“, es decir, comunista (Prébisch 1970:17 y sigs.).
En este punto el alma de la CEPAL parece retroceder sobre sí misma; es como si su
estrategia discursiva quisiera restaurar los hilos que fueron cortados por el afilado
bisturí del pensamiento de Maquiavelo, aquellos que conectaron hasta el siglo XV el
mundo político con la religión y la metafísica. La histórica herida narcisista proferida
por el autor de “El Príncipe” (Maquiavelo 1978) al principio teologal de la teoría
política se encuentra ya cicatrizada sin haber dejado más huella que su olvido
absoluto; de esta forma la obra maquiavélica queda incorporada en el interior mismo
del discurso cepalino como un lapso. En realidad es ignorada en tanto y en cuanto la
evolución de las diversas vías de argumentación cepalina establecen una línea de
continuidad directa entre dos ejes teóricos anudados, uno, con La Ciudad de Dios
(San Agustín 1945) y la Summa Theologiae (Aquino 1955-1964:716-747) y, otro,
con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y la
Declaración de los Derechos del Hombre y los Ciudadanos de la Revolución
Francesa.
Su propuesta de política se orienta en consecuencia y coincidiendo
inintencionalmente con el discurso monetarista neoliberal de la “Escuela de
Chicago“, al reenvío del Estado a la “Civitas Divina” de donde proviene, es decir, a
la desmaterialización de sus esferas de actuación para liberar, ahora sí de una vez y
para siempre, la iniciativa y la competencia abierta de la empresa privada
supuestamente sofocada por el excesivo proteccionismo estatal (Prébisch 1970).

6) LA UTOPÍA MESOCRÁTICA
En nuestra relectura, el eje cepalino Estado-clases medias plantea como problema las
relaciones entre la planificación del programa económico, diseñado por los
especialistas y asumido por los gobernantes de turno, y el Estado Industrial
Democrático representativo respetuoso de los Derechos Humanos y las Libertades
Individuales.
Lo anterior por cuanto, por un lado, el Estado es la instancia técnico-política por ex-
celencia, el comisariado que organiza, administra y controla el cumplimiento del plan
mismo a través del cual la falange capitalista con vocación igualitaria implementa su
control sobre el aparato productivo y la dirección moral e intelectual del resto de las
clases sociales. Por otro, el desarrollo económico rápido, racional y programado de-
pende de la voluntad política de los grupos dirigentes; por lo tanto, es absolutamente
necesario su cambio de actitud para poder resolver los problemas de dicho desarrollo
(CEPAL 1961a:59).
Sin embargo, no encontramos recomendaciones para lograr dichos cambios de actitud
como no fuera la exigencia a que se enfrentaban aquéllas principalmente en el nivel
local, de crear el necesario soporte o apoyo popular a las políticas de desarrollo. En
este sentido podría entenderse una tenue argumentación participatoria a través de los
gobiernos municipales y los servicios técnicos locales y de la transferencia a favor de
los trabajadores de un porcentaje más o menos razonable de las acciones de las
empresas (Prébisch 1961:82-83 y 1963:171); esbozo no muy claramente
cogestionario -mucho menos autogestionario- aunque sí absolutamente anclado a una
concepción economista en la que la participación diversificada, decidida, responsable
y organizada de la fuerza de trabajo en la acumulación capitalista, permitiría
socializar los costos de la producción e incrementar los ingresos y los niveles de
adscripción, sin el cuestionamiento laboral a la apropiación privada de las ganancias.
Por esta vía de participación parece tomar cuerpo la creencia en una desocupación
progresiva de un Estado crecientemente burocrático y estructuralmente interventor en
la economía; su neutralización no sólo iría en correlación directa con la armonía entre
las clases sociales, sino que, conforme se fuera retirando -anuente o renuentemente- a
donde proviene, podría dar paso a una irresistible sociedad consensual; en ésta la
mano invisible del mercado sería la condición “sine qua non” que abriría las
compuertas a la inexistencia e inviabilidad de las crisis económicas; asimismo, a la
libre asociación de capitalistas y trabajadores. En fin, una sociedad en la que cada
grupo o individuo vela por su propio interés y contribuye efectivamente al
dinamismo de los intereses generales, a la producción de variedad social, al
pluralismo, la nivelación y el equilibrio dinámico entre la igualdad y la servidumbre,
es decir, evocando muy mediatizadamente la utopía marxista, la posible extinción del
Estado y la Política para que cada quien tenga el mérito de aportar de acuerdo con sus
capacidades y recibir según sus necesidades. Sólo que esta vez no es un beneficio de
la autodeterminación de las clases subalterno-populares latinoamericanas, sino, de
una verdad apriorista que se identifica con el realismo fatalista de que los individuos
se encuentran dominados por las leyes naturales que, objetiva y espontáneamente,
determinan y regulan la unidireccionalidad del progreso industrial-tecnológico.

7) LA IDEOLOGÍA DE LA TEORÍA: LOS SUJETOS DE LA HISTORIA


La estrategia de transformaciones económicas y cambio social de la CEPAL se funda
en el carácter histórico-político de las sociedades latinoamericanas. No obstante, no
se reconoce en sus antagonismos de clase, sino, en los límites de una concepción
racionalista que contiene la inevitabilidad de la Historia y el progreso científico-tec-
nológico.
Éste genera imperativos de cambio que afectan irresistiblemente a todas y cada una
de las estructuras, sectores y factores económicos y a todas las constelaciones de
costumbres, hábitos, actitudes y creencias; asimismo, a la red de instituciones
culturales, políticas, religiosas y sociales de las sociedades objeto de su aplicación,
las cuales son alteradas en su base, desgajadas y desplazadas hacia escenarios
iluminados por sistemas taxonómicos y axiológicos, diferentes pero funcionales a la
moderna civilización occidental.
Bajo tales supuestos la razón no podía más que estar del lado de la CEPAL del
decenio de los sesenta, avalando la correspondencia refleja de sus ideas con la
eficacia y direccionalidad de las acciones propuestas. Por lo tanto, la estrategia de sus
transformaciones quedó oficializada con un lenguaje en cuyo desdoblamiento
subyace un supuesto optimista: la superación de la insuficiencia dinámica y los
estrangulamientos internos y externos de las economías latinoamericanas, como
consecuencia de la supresión de las condiciones objetivas que producen éstos y
aquéllas.
Derivado de lo anterior, se propuso satisfacer los prerrequisitos induciendo la
transformación de estructuras, como condición “sine qua non” para que la más
moderna tecnología productiva emanada de las sociedades industrializadas,
encontrara el terreno propicio para trasegar sus frutos.
Si el efecto de la tecnología es el cambio, en el pensamiento de la CEPAL los efectos
preceden a la causa; en tanto previsión del futuro, este supuesto la lleva a “descubrir”
en la imagen empírica ofrecida por los países centrales, el testimonio para la
consolidación de un orden económico latinoamericano estable y plenamente
desarrollado1.
Esta concepción teleológica compartida tanto por cepalinos, funcionalistas,
estructuralistas y marxistas ortodoxos continúa persistiendo no a propósito de quien
tiene la verdad de su argumentación, sino, porque la idea de progreso como
crecimiento-desarrollo lineal y ascendente de las fuerzas productivas y la
perfectibilidad de la Democracia y la Historia misma, es una entelequia que tiene
hondas raíces judeo-cristianas; éstas se encuentran en la base misma de la civilización
denominada occidental, de la cual Engels y Marx son uno de sus productos más
connotados y dentro de la que tanto el cepalismo como el marxismo, adquieren sus
significaciones pletóricas de connotaciones.

“Lo inverosímil... es la insistencia de que hoy se ofrecen -simplificados


claro es- como los dos únicos modelos posibles el soviético y el denominado
‘occidental’ (el primero es en realidad manes de Marx y Engels, excelentes
tudescos, o de Saint-Simon y Fourier, innegables franceses, y de otros
italianos, anglosajones y rusos tan occidental como el segundo. Viejo
patrimonio común para bien o para mal )”. Medina (1962:144).

No es de extrañar, por lo tanto, que la CEPAL (1963c:118-120 ) evoque la realidad


keynesiana del intervencionismo estatal anticíclico (Keynes 1943) o Estado de

1
“De te fabula narratur” sentenció Marx refiriéndose a los países capitalistas de poco desarrollo
industrial, cuyo futuro se veía reflejado en el presente de los más avanzados. “Nos interesan
estas leyes...naturales de la producción capitalista...de que por sí, estas tendencias, actúan y se
imponen con férrea necesidad. Los países industrialmente más desarrollados no hacen más que
poner delante de los países menos progresivos el espejo de su propio porvenir...como el resto de
occidente de la Europa Continental, no sólo padece los males que le entraña el desarrollo de la
producción capitalista, sino también los que supone su falta de desarrollo”. Marx (1978: XIV).
Bienestar y la categoría marxista del capitalismo organizado del marxismo reformista
(Hilferding citado por Marramao 1978 ).
Tampoco sorprende que, como algunas corrientes del evolucionismo marxista,
observe los factores que estorban la evolución del capitalismo bajo los aspectos de la
dinámica general del sistema, mas no desde la compleja gama de sus antagonismos
internos ni desde las especificidad de sus múltiples dimensiones histórico-políticas2;
sólo que, contrariamente a la tesis derrumbista de la primera fase de la Segunda
Internacional Comunista, la CEPAL espera que el paso hacia un superior estadio de
desarrollo capitalista se realice no por la vía de la catástrofe, sino, como producto
putativo de las leyes naturales de la economía y de las fuerzas espontáneas del
progreso industrial-tecnológico (el desarrollo de las fuerzas productivas de Marx).
En consecuencia, la tarea heredada por el movimiento obrero -la transferencia de las
luchas sociales contra las concepciones burguesas del plano de la ciencia objetiva al
del proceso de desarrollo de la praxis- es sustituida por la lucha por el valor
agregado. Asimismo, el intento de ruptura del derrumbismo revolucionario de
Luxemburgo (1975) con el gradualismo kautskiano y la afirmación dogmática de la
independencia de la ciencia y la teoría de la práctica política -ambos derivados de la
idealista determinación absoluta del desarrollo de la economía en tanto última
instancia- es enmendado por la CEPAL en la razón autónoma de la Historia y la
Política, pero esta vez no para ungir al proletariado como sujeto revolucionario, sino,
a la falange latinoamericana de hombres dinámicos, competitivos y decididos a
asumir los riesgos que demandan las grandes empresas.
Ahora bien, la unción da las clases medias y empresariales, producida en el plano de
las abstracciones indeterminadas, como portadoras de la ciencia y la tecnología, no
significó que el discurso cepalino sirviera a las burguesías industriales de base
material para una estrategia coherente. No obstante, en nuestro criterio la CEPAL no

2
Schumpeter (1983): “ Para Marx la evolución capitalista desemboca en la catástrofe. Para J. S.
Mill, es un estado estacionario que funciona sin tropiezos. Para Keynes la evolución desemboca
en un estado estacionario que constantemente amenaza derrumbarse. Aunque la ‘teoría
catastrófica’ de Keynes es totalmente diferente a la de Marx, ambas tienen en común una
característica importante: en ambas, la catástrofe está movida por causas inherentes al
funcionamiento del aparato económico, no por la acción de factores externos a él. Naturalmente
esta característica de la teoría de Keynes le permite cumplir el papel de ‘racionalizador’ de las
actitudes anticapitalistas “.
se limitó a contemplar exclusivamente el transcurso de una legalidad histórica
ineluctable; al contrario, activó sustancialmente entre ciertos sectores
latinoamericanos de sueños estructuralistas y una conciencia desarrollista ribeteada de
sentimientos nacionalistas. Estos, si bien sucumbieron ante las realidades histórico-
políticas y económicas, no por ello dejaron de sustentarse en la actualidad dinámica
de la moderna revolución científico-tecnológica.
Los nuevos sujetos de la Historia serían -según se esperaba con renovado optimismo-
los fraguadores de la Gran Promesa del Industrialismo para Latinoamérica, los
parteros de la sociedad plenamente industrializada, tecnológicamente avanzada y
usufructuaria de las imponderables ventajas comparativas del irresistible comercio
internacional y la producción en gran escala. Tarea portentosa que se traduciría en un
proceso transitorio pero progresivo, conducente desde el círculo vicioso de la pobreza
y el subdesarrollo hasta la plenitud del círculo virtuoso del desarrollo y la riqueza.
Para su cumplimiento solamente requerían contar para su servicio con los necesarios
instrumentos técnico-políticos y político-técnicos; entre éstos el sistema educativo y
el Estado.

8) LA REALIDAD...EN FIN...
En el punto que nos interesa para finalizar, es la sugerente metáfora de la porosidad y
la extraordinaria permeabilidad expresada por las estructuras tradicionales (CEPAL
1963c: 85; Medina 1967: 316), la que por sí misma da un sentido figurado a las
prácticas de sujetos complejos que luchan por la hegemonía y se erigen en
antagónicos cuando se ven negados en uno o varios de sus derechos constituyentes.
La sobredeterminada lucha diferencial entre fuerzas sociales estratégicas es sustituida
por la lucha entre estructuras; desplazada aquélla al ámbito de los intercambios
homeostáticos, las estructuras tradicionales reciben para su beneficio fuertes dosis de
modernidad, pero las modernas sufren la absorción patológica de no menos
importantes dosis de tradicionalismo, familismo y baja productividad.
Para la óptica cepalina, estas prolongaciones en el interior mismo de los procesos
urbanizadores, industrializadores y modernizados de la nueva racionalidad del
capitalismo, se presentan como “la otra cara de la insuficiencia dinámica del
desarrollo económico” (CEPAL 1963c:86) latinoamericano.
Es el momento en que dichos obstáculos estructurales, según se creyó inicialmente,
serían automáticamente salvados por la detonación expansiva del denominado Gran
Empuje (CEPAL 1961a), simbolizado por el portentoso programa de transferencia
masiva del capital privado y público y tecnología productiva desde los países
centrales. Pero, conforme se adelantaba en el decenio de los sesenta, las resistencias
debían ya no sólo ser salvadas, sino, literalmente arrasadas dada su persistencia, con
cada vez más intensas importaciones de tecnología productiva3.
Al final del decenio, el círculo vicioso de la insuficiencia dinámica ya no lo era tanto
y su posición se había desplazado algunos centímetros en la dirección del pedestal o-
cupado por al círculo virtuoso del desarrollo. Pero lo cierto es que los países
industrializados habían avanzado varios kilómetros hacia adelante alejándose de la
sociedad tradicional. Ni la sociedad tecnológica, desarrollada y abierta ni el
capitalismo autónomo se habían producido en Latinoamérica. La gran brecha
existente entre la opulencia y el subdesarrollo se mostraba abismal. La sociedad dual
sólo había evolucionado en grados heterogéneos de desarrollo-crecimiento hacia una
pírrica sociedad postradicional o posdual. En otras palabras, evocando la categoría
trotzkysta del desarrollo desigual y combinado (Trotzky 1932; Quijano y Weffort
1973:206-212), se había producido un desarrollo desigual (CEPAL 1963c:1).
Ahora bien, preanunciando el cierre de nuestra comunicación, diremos que nuestra
lectura del discurso cepelino no se propuso una evaluación empírica del modelo
societal propuesto durante el decenio de los sesenta. Sólo realizamos una
aproximación a la reconstrucción de su estrategia de argumentación, sobre la base de
la descodificación de los documentos tenidos a mano.
En dicho intento pudimos mostrar que la estrategia del discurso cepelino utiliza,
algunas veces, la fundamentación del deber-ser en sus tiempos pasados, presente,

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Resulta interesante señalar la coincidencia de la propuesta cepalina con la expresada desde una
de las corrientes del marxismo por el economista francés Arghiri Emmanuel (1981). Este afirma
que sólo la tecnología de capital intensiva, la más moderna, maximiza la cantidad de productos
disponibles para la población, ergo, para el bienestar social. En su opinión, escoger otro criterio
de selección de tecnología para el Tercer Mundo que no sea el desarrollo de la máxima
productividad del capital y el trabajo significa, ni más ni menos, la repartición de la pobreza.
futuro, imperativo, hipotético o simplemente condicional para sus vías de
argumentación; otras veces elabora diagnósticos estructurales o parciales,
exploratorios o de carácter crítico retrospectivo los cuales, reiterando sus
preocupaciones esenciales preanuncian en lenguaje eclesial los castigos y
arrepentimientos que sobrevendrían si las clases dominantes, medias y subalterno-
populares no acogían sus prescripciones; asimismo, presenta como novedoso y hasta
revolucionario argumentos que en algún momento tuvieron un carácter relativamente
progresista o innovador, pero que repetidos diez, quince o veinte años después para
replantear hechos como si antes no hubieran sucedido, o proponer novedades que en
realidad no lo son, evocan a los fantasmas del pasado revestidos con ropajes nuevos y
modernos.
Por ejemplo, la crítica al dualismo clásico sirve para proponer un dualismo cepalino
que implica un relativo reconocimiento -si se quiere limitado- del controvertido
enfoque de la dependencia que salió de su seno, en especial, la dependencia
tecnológica y financiera que refuerza el estrangulamiento externo de la insuficiencia
dinámica (Prébisch 1970:11). El establecimiento de un contraste entre un pasado
idílico que nunca más volverá y un presente agobiante, sirve para magnificar las
bondades del financiamiento externo, ahora rebautizado como Cooperación
Internacional, propuesto para la etapa del desarrollo trasnacionalizado en la que
paradójicamente se dificultaban las exportaciones “por los efectos [excluyentes, C.
B.] del progreso técnico y el proteccionismo de los centros” (Prébisch 1970:158 ).
En otras palabras, en un contexto geopolítico en el que la CEPAL había sido
conducida a gravitar en torno a un proyecto que no era el suyo, mejor ducho, en
circunstancias en que su estrategia discursiva se encontraba cooptada en el interior
mismo de su propio discurso por el de las empresas transnacionales, Prébisch
continuaba clamando por una segunda alianza para el Progreso o un segundo Gran
Empuje industrial-tecnológico; su punta de lanza sería ya no el tradicional
financiamiento endeudador de los años precedentes, sino, el nuevo capital privado
denominado Cooperación Internacional. De igual modo clamaba por encontrar una
alternativa a la acumulación totalitaria y compulsiva de capital, supuestamente
exclusiva del socialismo de tipo soviético (Prébisch 1970:136, 149, 268). Esta
alternativa pasaba necesariamente por el desmantelamiento del proteccionismo estatal
y por la asunción de una rígida disciplina de desarrollo, sea, el esfuerzo persistente y
sistemático necesario para realizar las reformas del desarrollo, vencer o corregir el
estrangulamiento y la dependencia tecnológica y financiera, promover las
exportaciones por todos los medios posibles, ahorrar para invertir, adaptar asimilar y
crear tecnología productiva, ejecutar eficientemente el plan de desarrollo económico
y social, etc. (Prébisch 1970:149, 168 y 136).
Mientras tanto, los aciagos vientos de la crisis de la economía mundial preanuncian la
quiebra del sistema monetario internacional y la pérdida de paridad del dólar
estadounidense respecto al patrón oro; aunado a lo anterior, los países del Cono Sur,
teniendo como telón de fondo el desprestigio intelectual del populismo y el
neoclasicismo económico, se preparaban para servir de escenario principal a ciertas
expresiones extemporáneas del burocratismo y el neoliberalismo monetarista los
cuales, negándose e perder vigencia se impusieron por la fuerza bruta de la represión
político-militar, tal como lo demostraron los regímenes sangrientos denominados
burocrático-autoritarios (O’Donnell 1977; Poulantzas 1979) o Autoritario-
Modernizantes (Graciarena 1984) de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile
principalmente.
Fue sí como el decenio de los años setenta se abrió para Latinoamérica como la otra
cara de la moneda del optimismo y el progreso esperado durante el periodo anterior.
La mayoría de los gobernantes reconoció el fracaso rotundo de la Alianza para el
Progreso. La teoría del despegue o gran impulso no se cumplió: la asistencia
financiera no produjo el desarrollo autosostenido, sino, el endeudamiento progresivo
de nuestras economías. La planificación económica y social no superó los límites de
la asepsia. Los organismos de reforma agraria no contribuyeron más que al ornato
institucional: las clases campesinas siguen ayunas de tierras para su sustento mientras
que el latifundio campea por el Subcontinente. La interdependencia no se logró, se
produjo la continentalización de los antagonismos de clase y su control desde
instancias supranacionales. La cooperación entre los pueblos de América no se
conoció excepto entre los ejércitos y burguesías nacionales. La integración
económica y social entre las naciones no se viabilizó: se posibilitó la integración
tanto de los ejércitos latinoamericanos como los intereses de las empresas
trasnacionales, principalmente estadounidenses. El desarrollo económico y social no
se produjo: la modernización ruralizada que lo sustituyó fue marcada por la
concentración creciente de los medios de producción, la marginalidad y el ascenso de
ciertos sectores de las clases medias en detrimento de las populares más postergadas.
La asistencia militar no desarrolló procesos democráticos: simplemente los sepultó
con alguna relativa excepción a lo largo del Subcontinente.

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