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1) INTRODUCCIÓN
Esta comunicación se encuadra dentro de un proyecto investigativo de más largo alie-
nto: el análisis del discurso social de la CEPAL; no obstante, aquí nos referimos
solamente al decenio de los `60; durante este periodo dicho Organismo Regional de
Naciones Unidas gravitó con mayor resonancia internacional, principalmente en el
ámbito latinoamericano.
No nos proponemos una evaluación empírica del impacto social del discurso ni del
modelo de sociedad propuesto como desiderato para nuestro Subcontinente. Sólo
mostramos un específico recorrido por algunas de las vías de argumentación.
Primero, la del modelo societal; en breves trazos presentamos los relacionados con
los contenidos más generales que caracterizan el discurso industrial latinoamericano y
algunas de sus traducciones en la estructura de poder ideal; a través de éstas se
cumplen los designios predeterminados del Deux ex Machina de la sociedad
industrial: el conocimiento científico-tecnológico transustanciado en capital.
Seguidamente, la del estado; éste es concebido como un continuo lineal que se va
desde la esencia cuasisagrada del Estado Teologal hasta el Leviatán; pasando por
todos los estadios de Estado-Cosa-Instrumento y el Estado-Sujeto pero no sujeto
autónomo, sino Comendador o Superintendente que actúa compulsivamente en
nombre de quienes están ungidos por el Espíritu del Capitalismo.
Articulada a las anteriores, mostramos la vía de argumentación mediante la cual se
intentó modelar la utopía mesocrática y constituir lo sujetos históricos predestinados
a la materialización del proyecto político propuesto como modelo ideal para
Latinoamérica. Se trata de los modernos empresarios con vocación mesocrática e
igualitaria, portadores indiscutidos del poder de la ciencia y la tecnología; ésta
Ponencia presentada al Sétimo Congreso Centroamericano de Sociología, “Sociología y
Desarrollo Social en Centroamérica”, celebrado del 2 al 7 de noviembre de 1986 en
Tegucigalpa, Honduras.
Profesor-investigador de la Universidad de Costa Rica.
motoriza unidireccionalmente el desarrollo-crecimiento económico-industrial y el
cambio social progresivo, conducente al estadio positivo de la sociedad posburguesa
o posindustrial imaginada por la CEPAL.
El último acápite, “ La Realidad...en Fin “, no es más que la consecuencia lógica de
nuestra inconclusa aventura investigativa; no es un cierre contundente acerca de las
aporías cepalinas, sino, la puesta en perspectiva de una evaluación por hacerse del
impacto sociopolítico del discurso que hoy parcialmente ofrecemos a los lectores.
El modelo societal ideal de la CEPAL durante el decenio de los ´60 coincide con una
imagen más generalizada: aquella que muestra al capitalismo como la más buena,
moderna, productiva, eficiente y eficaz organización económico-social altamente
industrializada, tecnológicamente avanzada, completamente fluida y abierta,
atravesada por “una de las revoluciones más sobresalientes de la época moderna: el
auge de las poblaciones urbanas en todo el mundo” (CEPAL 1961:24).
Según dicha imagen, por la lógica misma de sus impresionantes mecanismos de
reproducción económica absolutamente preexistentes, ostenta por sí y ante sí la más
apabullante superioridad técnica sobre cualquier otro sistema de producción no
capitalista. El capitalismo es el único sistema natural auténticamente autorreferencial
que hace posible el cumplimiento de la gran promesa de industrialismo -por lo demás
la más sensata- jamás imaginada antes por el pensamiento humano: maximizar de la
forma más productiva posible la acumulación de capital y la elevación del ingreso per
cápita; optimizar la calidad de las condiciones y expectativas de vida, la democracia y
la libertad absoluta de la totalidad del género humano.
La CEPAL (Prébisch 1961, 1963 y 1970; CEPAL 1961; 1963c: 89 y 1969: 68)
concibe así un orden ideal de cosas que, por la fuerza de los acontecimientos, es
conducido indefectiblemente a un estilo de desarrollo industrial-tecnológico
progresivamente abierto al intercambio con el resto del mundo. Un sistema en el que
por obra y gracia del crecimiento económico la Democracia Social y los Derechos
Humanos adquieren la plenitud de su verdadero y único sentido: la libertad total de
los hombres que se encuentran, al fin, de una vez para siempre, emancipados de la
necesidad y exaltados en su personalidad (Prébisch 1964: 142-143).
Desde la óptica de una concepción que podríamos denominar tecnicista en tanto
representación de un sistema de mecanismos técnico-económicos, o tecnocrática en
tanto el poder de su conducción está detentado por los portadores del saber científico-
tecnológico, la democracia adjetivada social por la CEPAL en clara alusión a la
nomenclatura socialdemócrata, es considerada un estado consensual indeterminado:
en éste el buen gobierno y la certidumbre hecha verdad están completamente
asegurados en virtud de que el poder técnico le es consustancial y los expertos por su
parte, siguiendo con fidelidad la lógica ineluctable del funcionamiento económico,
optimizan la satisfacción de las inequívocas necesidades, deseos y expectativas de
los consumidores y productores. Las denominadas políticas económicas, sociales y de
desarrollo deben, por lo tanto, su falta de pertinencia a la eficacia de los mecanismos
y dispositivos automáticos de las fuerzas espontáneas del sistema. Gracias a éstas
tampoco existe la necesidad de discutir ante la opinión pública acerca de la
acumulación de capital, porque ésta se cumple y se resuelve “por su propio impulso
en la evolución capitalista” (Prébisch 1963:147-148).
Más puramente, la política y lo político son desconocidos aunque no por ello
necesariamente inexistentes, sino, simplemente innecesarios en virtud de los
superpoderes de los propios mecanismos de precisión objetiva; a través de éstos las
receptivas estructuras económicas y sociales se benefician imponderablemente en
coordinación con la plétora de recursos materiales, para la producción de bienes y
servicios especializados y estandarizados de la mejor calidad para el consumo de
todos los sectores de la población.
Tal es la eficiencia de la organización productiva, que el Estado es una esencia
teologal ya no digamos epifenoménica o superestructural, sino, absolutamente etérea
e indeterminada; como la esencia cuasisagrada de la cual proviene el conocimiento
científico-tecnológico, aquélla se encuentra en el más allá del Círculo Cósmico de la
Civilización Occidental; su racionalidad no pasa, por lo tanto, por la intervención en
los asuntos terrenales concernientes a las decisiones individuales ni, mucho menos,
por la dinámica autónoma de la acumulación de capital. Las intervenciones sociales
se producen, sin detrimento alguno del consumo de las masas, por la vía de la
maximización del incremento sostenido de la tasa de producción, como traducción
automática de las bondades incuestionables del irresistible proceso de desarrollo-
crecimiento y de los portentosos mecanismos espontáneos de generación y
propagación de las innovaciones de la ciencia y la tecnología.
6) LA UTOPÍA MESOCRÁTICA
En nuestra relectura, el eje cepalino Estado-clases medias plantea como problema las
relaciones entre la planificación del programa económico, diseñado por los
especialistas y asumido por los gobernantes de turno, y el Estado Industrial
Democrático representativo respetuoso de los Derechos Humanos y las Libertades
Individuales.
Lo anterior por cuanto, por un lado, el Estado es la instancia técnico-política por ex-
celencia, el comisariado que organiza, administra y controla el cumplimiento del plan
mismo a través del cual la falange capitalista con vocación igualitaria implementa su
control sobre el aparato productivo y la dirección moral e intelectual del resto de las
clases sociales. Por otro, el desarrollo económico rápido, racional y programado de-
pende de la voluntad política de los grupos dirigentes; por lo tanto, es absolutamente
necesario su cambio de actitud para poder resolver los problemas de dicho desarrollo
(CEPAL 1961a:59).
Sin embargo, no encontramos recomendaciones para lograr dichos cambios de actitud
como no fuera la exigencia a que se enfrentaban aquéllas principalmente en el nivel
local, de crear el necesario soporte o apoyo popular a las políticas de desarrollo. En
este sentido podría entenderse una tenue argumentación participatoria a través de los
gobiernos municipales y los servicios técnicos locales y de la transferencia a favor de
los trabajadores de un porcentaje más o menos razonable de las acciones de las
empresas (Prébisch 1961:82-83 y 1963:171); esbozo no muy claramente
cogestionario -mucho menos autogestionario- aunque sí absolutamente anclado a una
concepción economista en la que la participación diversificada, decidida, responsable
y organizada de la fuerza de trabajo en la acumulación capitalista, permitiría
socializar los costos de la producción e incrementar los ingresos y los niveles de
adscripción, sin el cuestionamiento laboral a la apropiación privada de las ganancias.
Por esta vía de participación parece tomar cuerpo la creencia en una desocupación
progresiva de un Estado crecientemente burocrático y estructuralmente interventor en
la economía; su neutralización no sólo iría en correlación directa con la armonía entre
las clases sociales, sino que, conforme se fuera retirando -anuente o renuentemente- a
donde proviene, podría dar paso a una irresistible sociedad consensual; en ésta la
mano invisible del mercado sería la condición “sine qua non” que abriría las
compuertas a la inexistencia e inviabilidad de las crisis económicas; asimismo, a la
libre asociación de capitalistas y trabajadores. En fin, una sociedad en la que cada
grupo o individuo vela por su propio interés y contribuye efectivamente al
dinamismo de los intereses generales, a la producción de variedad social, al
pluralismo, la nivelación y el equilibrio dinámico entre la igualdad y la servidumbre,
es decir, evocando muy mediatizadamente la utopía marxista, la posible extinción del
Estado y la Política para que cada quien tenga el mérito de aportar de acuerdo con sus
capacidades y recibir según sus necesidades. Sólo que esta vez no es un beneficio de
la autodeterminación de las clases subalterno-populares latinoamericanas, sino, de
una verdad apriorista que se identifica con el realismo fatalista de que los individuos
se encuentran dominados por las leyes naturales que, objetiva y espontáneamente,
determinan y regulan la unidireccionalidad del progreso industrial-tecnológico.
1
“De te fabula narratur” sentenció Marx refiriéndose a los países capitalistas de poco desarrollo
industrial, cuyo futuro se veía reflejado en el presente de los más avanzados. “Nos interesan
estas leyes...naturales de la producción capitalista...de que por sí, estas tendencias, actúan y se
imponen con férrea necesidad. Los países industrialmente más desarrollados no hacen más que
poner delante de los países menos progresivos el espejo de su propio porvenir...como el resto de
occidente de la Europa Continental, no sólo padece los males que le entraña el desarrollo de la
producción capitalista, sino también los que supone su falta de desarrollo”. Marx (1978: XIV).
Bienestar y la categoría marxista del capitalismo organizado del marxismo reformista
(Hilferding citado por Marramao 1978 ).
Tampoco sorprende que, como algunas corrientes del evolucionismo marxista,
observe los factores que estorban la evolución del capitalismo bajo los aspectos de la
dinámica general del sistema, mas no desde la compleja gama de sus antagonismos
internos ni desde las especificidad de sus múltiples dimensiones histórico-políticas2;
sólo que, contrariamente a la tesis derrumbista de la primera fase de la Segunda
Internacional Comunista, la CEPAL espera que el paso hacia un superior estadio de
desarrollo capitalista se realice no por la vía de la catástrofe, sino, como producto
putativo de las leyes naturales de la economía y de las fuerzas espontáneas del
progreso industrial-tecnológico (el desarrollo de las fuerzas productivas de Marx).
En consecuencia, la tarea heredada por el movimiento obrero -la transferencia de las
luchas sociales contra las concepciones burguesas del plano de la ciencia objetiva al
del proceso de desarrollo de la praxis- es sustituida por la lucha por el valor
agregado. Asimismo, el intento de ruptura del derrumbismo revolucionario de
Luxemburgo (1975) con el gradualismo kautskiano y la afirmación dogmática de la
independencia de la ciencia y la teoría de la práctica política -ambos derivados de la
idealista determinación absoluta del desarrollo de la economía en tanto última
instancia- es enmendado por la CEPAL en la razón autónoma de la Historia y la
Política, pero esta vez no para ungir al proletariado como sujeto revolucionario, sino,
a la falange latinoamericana de hombres dinámicos, competitivos y decididos a
asumir los riesgos que demandan las grandes empresas.
Ahora bien, la unción da las clases medias y empresariales, producida en el plano de
las abstracciones indeterminadas, como portadoras de la ciencia y la tecnología, no
significó que el discurso cepalino sirviera a las burguesías industriales de base
material para una estrategia coherente. No obstante, en nuestro criterio la CEPAL no
2
Schumpeter (1983): “ Para Marx la evolución capitalista desemboca en la catástrofe. Para J. S.
Mill, es un estado estacionario que funciona sin tropiezos. Para Keynes la evolución desemboca
en un estado estacionario que constantemente amenaza derrumbarse. Aunque la ‘teoría
catastrófica’ de Keynes es totalmente diferente a la de Marx, ambas tienen en común una
característica importante: en ambas, la catástrofe está movida por causas inherentes al
funcionamiento del aparato económico, no por la acción de factores externos a él. Naturalmente
esta característica de la teoría de Keynes le permite cumplir el papel de ‘racionalizador’ de las
actitudes anticapitalistas “.
se limitó a contemplar exclusivamente el transcurso de una legalidad histórica
ineluctable; al contrario, activó sustancialmente entre ciertos sectores
latinoamericanos de sueños estructuralistas y una conciencia desarrollista ribeteada de
sentimientos nacionalistas. Estos, si bien sucumbieron ante las realidades histórico-
políticas y económicas, no por ello dejaron de sustentarse en la actualidad dinámica
de la moderna revolución científico-tecnológica.
Los nuevos sujetos de la Historia serían -según se esperaba con renovado optimismo-
los fraguadores de la Gran Promesa del Industrialismo para Latinoamérica, los
parteros de la sociedad plenamente industrializada, tecnológicamente avanzada y
usufructuaria de las imponderables ventajas comparativas del irresistible comercio
internacional y la producción en gran escala. Tarea portentosa que se traduciría en un
proceso transitorio pero progresivo, conducente desde el círculo vicioso de la pobreza
y el subdesarrollo hasta la plenitud del círculo virtuoso del desarrollo y la riqueza.
Para su cumplimiento solamente requerían contar para su servicio con los necesarios
instrumentos técnico-políticos y político-técnicos; entre éstos el sistema educativo y
el Estado.
8) LA REALIDAD...EN FIN...
En el punto que nos interesa para finalizar, es la sugerente metáfora de la porosidad y
la extraordinaria permeabilidad expresada por las estructuras tradicionales (CEPAL
1963c: 85; Medina 1967: 316), la que por sí misma da un sentido figurado a las
prácticas de sujetos complejos que luchan por la hegemonía y se erigen en
antagónicos cuando se ven negados en uno o varios de sus derechos constituyentes.
La sobredeterminada lucha diferencial entre fuerzas sociales estratégicas es sustituida
por la lucha entre estructuras; desplazada aquélla al ámbito de los intercambios
homeostáticos, las estructuras tradicionales reciben para su beneficio fuertes dosis de
modernidad, pero las modernas sufren la absorción patológica de no menos
importantes dosis de tradicionalismo, familismo y baja productividad.
Para la óptica cepalina, estas prolongaciones en el interior mismo de los procesos
urbanizadores, industrializadores y modernizados de la nueva racionalidad del
capitalismo, se presentan como “la otra cara de la insuficiencia dinámica del
desarrollo económico” (CEPAL 1963c:86) latinoamericano.
Es el momento en que dichos obstáculos estructurales, según se creyó inicialmente,
serían automáticamente salvados por la detonación expansiva del denominado Gran
Empuje (CEPAL 1961a), simbolizado por el portentoso programa de transferencia
masiva del capital privado y público y tecnología productiva desde los países
centrales. Pero, conforme se adelantaba en el decenio de los sesenta, las resistencias
debían ya no sólo ser salvadas, sino, literalmente arrasadas dada su persistencia, con
cada vez más intensas importaciones de tecnología productiva3.
Al final del decenio, el círculo vicioso de la insuficiencia dinámica ya no lo era tanto
y su posición se había desplazado algunos centímetros en la dirección del pedestal o-
cupado por al círculo virtuoso del desarrollo. Pero lo cierto es que los países
industrializados habían avanzado varios kilómetros hacia adelante alejándose de la
sociedad tradicional. Ni la sociedad tecnológica, desarrollada y abierta ni el
capitalismo autónomo se habían producido en Latinoamérica. La gran brecha
existente entre la opulencia y el subdesarrollo se mostraba abismal. La sociedad dual
sólo había evolucionado en grados heterogéneos de desarrollo-crecimiento hacia una
pírrica sociedad postradicional o posdual. En otras palabras, evocando la categoría
trotzkysta del desarrollo desigual y combinado (Trotzky 1932; Quijano y Weffort
1973:206-212), se había producido un desarrollo desigual (CEPAL 1963c:1).
Ahora bien, preanunciando el cierre de nuestra comunicación, diremos que nuestra
lectura del discurso cepelino no se propuso una evaluación empírica del modelo
societal propuesto durante el decenio de los sesenta. Sólo realizamos una
aproximación a la reconstrucción de su estrategia de argumentación, sobre la base de
la descodificación de los documentos tenidos a mano.
En dicho intento pudimos mostrar que la estrategia del discurso cepelino utiliza,
algunas veces, la fundamentación del deber-ser en sus tiempos pasados, presente,
3
Resulta interesante señalar la coincidencia de la propuesta cepalina con la expresada desde una
de las corrientes del marxismo por el economista francés Arghiri Emmanuel (1981). Este afirma
que sólo la tecnología de capital intensiva, la más moderna, maximiza la cantidad de productos
disponibles para la población, ergo, para el bienestar social. En su opinión, escoger otro criterio
de selección de tecnología para el Tercer Mundo que no sea el desarrollo de la máxima
productividad del capital y el trabajo significa, ni más ni menos, la repartición de la pobreza.
futuro, imperativo, hipotético o simplemente condicional para sus vías de
argumentación; otras veces elabora diagnósticos estructurales o parciales,
exploratorios o de carácter crítico retrospectivo los cuales, reiterando sus
preocupaciones esenciales preanuncian en lenguaje eclesial los castigos y
arrepentimientos que sobrevendrían si las clases dominantes, medias y subalterno-
populares no acogían sus prescripciones; asimismo, presenta como novedoso y hasta
revolucionario argumentos que en algún momento tuvieron un carácter relativamente
progresista o innovador, pero que repetidos diez, quince o veinte años después para
replantear hechos como si antes no hubieran sucedido, o proponer novedades que en
realidad no lo son, evocan a los fantasmas del pasado revestidos con ropajes nuevos y
modernos.
Por ejemplo, la crítica al dualismo clásico sirve para proponer un dualismo cepalino
que implica un relativo reconocimiento -si se quiere limitado- del controvertido
enfoque de la dependencia que salió de su seno, en especial, la dependencia
tecnológica y financiera que refuerza el estrangulamiento externo de la insuficiencia
dinámica (Prébisch 1970:11). El establecimiento de un contraste entre un pasado
idílico que nunca más volverá y un presente agobiante, sirve para magnificar las
bondades del financiamiento externo, ahora rebautizado como Cooperación
Internacional, propuesto para la etapa del desarrollo trasnacionalizado en la que
paradójicamente se dificultaban las exportaciones “por los efectos [excluyentes, C.
B.] del progreso técnico y el proteccionismo de los centros” (Prébisch 1970:158 ).
En otras palabras, en un contexto geopolítico en el que la CEPAL había sido
conducida a gravitar en torno a un proyecto que no era el suyo, mejor ducho, en
circunstancias en que su estrategia discursiva se encontraba cooptada en el interior
mismo de su propio discurso por el de las empresas transnacionales, Prébisch
continuaba clamando por una segunda alianza para el Progreso o un segundo Gran
Empuje industrial-tecnológico; su punta de lanza sería ya no el tradicional
financiamiento endeudador de los años precedentes, sino, el nuevo capital privado
denominado Cooperación Internacional. De igual modo clamaba por encontrar una
alternativa a la acumulación totalitaria y compulsiva de capital, supuestamente
exclusiva del socialismo de tipo soviético (Prébisch 1970:136, 149, 268). Esta
alternativa pasaba necesariamente por el desmantelamiento del proteccionismo estatal
y por la asunción de una rígida disciplina de desarrollo, sea, el esfuerzo persistente y
sistemático necesario para realizar las reformas del desarrollo, vencer o corregir el
estrangulamiento y la dependencia tecnológica y financiera, promover las
exportaciones por todos los medios posibles, ahorrar para invertir, adaptar asimilar y
crear tecnología productiva, ejecutar eficientemente el plan de desarrollo económico
y social, etc. (Prébisch 1970:149, 168 y 136).
Mientras tanto, los aciagos vientos de la crisis de la economía mundial preanuncian la
quiebra del sistema monetario internacional y la pérdida de paridad del dólar
estadounidense respecto al patrón oro; aunado a lo anterior, los países del Cono Sur,
teniendo como telón de fondo el desprestigio intelectual del populismo y el
neoclasicismo económico, se preparaban para servir de escenario principal a ciertas
expresiones extemporáneas del burocratismo y el neoliberalismo monetarista los
cuales, negándose e perder vigencia se impusieron por la fuerza bruta de la represión
político-militar, tal como lo demostraron los regímenes sangrientos denominados
burocrático-autoritarios (O’Donnell 1977; Poulantzas 1979) o Autoritario-
Modernizantes (Graciarena 1984) de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile
principalmente.
Fue sí como el decenio de los años setenta se abrió para Latinoamérica como la otra
cara de la moneda del optimismo y el progreso esperado durante el periodo anterior.
La mayoría de los gobernantes reconoció el fracaso rotundo de la Alianza para el
Progreso. La teoría del despegue o gran impulso no se cumplió: la asistencia
financiera no produjo el desarrollo autosostenido, sino, el endeudamiento progresivo
de nuestras economías. La planificación económica y social no superó los límites de
la asepsia. Los organismos de reforma agraria no contribuyeron más que al ornato
institucional: las clases campesinas siguen ayunas de tierras para su sustento mientras
que el latifundio campea por el Subcontinente. La interdependencia no se logró, se
produjo la continentalización de los antagonismos de clase y su control desde
instancias supranacionales. La cooperación entre los pueblos de América no se
conoció excepto entre los ejércitos y burguesías nacionales. La integración
económica y social entre las naciones no se viabilizó: se posibilitó la integración
tanto de los ejércitos latinoamericanos como los intereses de las empresas
trasnacionales, principalmente estadounidenses. El desarrollo económico y social no
se produjo: la modernización ruralizada que lo sustituyó fue marcada por la
concentración creciente de los medios de producción, la marginalidad y el ascenso de
ciertos sectores de las clases medias en detrimento de las populares más postergadas.
La asistencia militar no desarrolló procesos democráticos: simplemente los sepultó
con alguna relativa excepción a lo largo del Subcontinente.
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