Sunteți pe pagina 1din 3

COMENTARIO CONTRA Jinkis, Ritvo y Grüner

Por Oscar del Barco

En el Levítico “Se” dice: el hombre que oye, que es testigo, que ve, que sabe y que no
habla... es culpable

En realidad los escribo porque ustedes se han tomado el trabajo de leer y comentar la carta
que con mi firma apareció en la revista La intemperie.
Un trabajo, el de ustedes, que no deja de resultarme extraño porque al mismo tiempo que
rechazan (mi) carta de manera despectiva e incluso violenta, parece que se sienten tocados
por ella.

De alguna manera “tropezaron”, como dice la cita de Kafka, con esa carta : por lo cual es
posible pensar que no está en “lo alto” sino en el “suelo”, o en la “política”, contrariamente
a lo que ustedes dicen respecto a mi presunto “abandono” de la política, el que en realidad
es un abandono de lo que ustedes entienden por política...
La primera impresión que tuve al leerlos es la de hallarme frente al Saber de tres
intelectuales que se consideran el lugar, no imaginario sino real, del Saber, o el Saber en su
presencia misma, en ese lugar que son ellos mismos.

Ustedes se preguntarán de dónde saco esa impresión.


Ante todo me impresionó (dirán que una impresión no es un argumento, y por supuesto que
tienen razón) el tono profesoral, propio de quienes se creen (hasta es posible que se lo
crean sin tener conciencia de creérselas) poseedores de un conjunto de conocimientos que
funcionan como Saber.
Aunque por supuesto digan todo lo contrario.
Pero no se trata sólo de decir sino, ante todo, de descolocarse realmente de ese lugar de
poder que es la cátedra, el sillón, el libro, como única manera de poder oír o ver al otro, a
cualquier otro, como tal otro.
También me impresionó la manera que tienen de moverse como peces en el agua dentro de
la cultura universal, como si fuesen “naturalmente” sus depositarios o sus poseedores.
Se refieren a la historia del pensamiento como si se tratara de algo que va de suyo, que les
pertenece de manera infusa y, en consecuencia, con el poder que les da esa supuesta
propiedad.
La principal consecuencia de esa metamorfosis del conocimiento, real o potencial, en un
lugar dominante dentro de una estructura jerárquica de saberes, es el desprecio y la ironía
hacia los que ignoran lo que ustedes presuntamente saben (digo “presuntamente” porque el
lugar es el que los inviste, al margen de lo que podría llamar el conocimiento efectivo que
pueden o no tener, y que posiblemente tengan).
Este desprecio, y más aun esta ironía, crean lo que se podría llamar algo así como un
ámbito de terror teórico : ¿quién puede atreverse a contradecirlos si de inmediato se vuelve
pasible de una negación fulminante ?
Cualquier disidencia suscita el desprecio, la diatriba y la burla, como formas reactivas
propias del despotismo del que sabe.
El efecto es hacer (repito, posiblemente al margen de sus intenciones, digo, de sus
“conciencias”) que el ignorante se calle y el amo (¿cómo no pensar en la dialéctica del amo
y del esclavo hegeliana ?) imponga de hecho su Terror específico.
Sin duda ustedes dirán : pero este del Barco, ¿está loco ? ¿cómo nos puede decir esto a
nosotros que somos reconocidos críticos del discurso del Saber, a nosotros que nos
pasamos y nos ganamos la vida criticando ese discurso ?
Yo sólo les transmito la impresión, falible, por supuesto, que tuve al leer sus artículos.
Creo, además, que ustedes reaccionarán frente a esto que digo situándome en algún
casillero psicoanalítico, sociológico o marxista, para demostrar mi ignorancia o falta de
competencia al referirme a temas que sólo deben ser tratados por especialistas o científicos
(como ustedes), vale decir por gente que sabe y no por aficionados, como soy yo.
Lo primero que dice quien ocupa el lugar del saber es “yo no soy el amo, yo no tengo
ideología, yo no soy el saber”.
Una linda denegación : un funcionamiento de extrema violencia que se auto-niega al
realizarse y que de esta manera puede conocerse por sus efectos, por el agobio que
produce en quienes lo padecen, ya que somos los otros los que deben soportar la famosa
erística hegeliana encarnada en profesores, psicoanalistas, padres, policías, jueces,
políticos, filósofos y jefes de toda laya que proliferan crecientemente en nuestra sociedad.
(Debo reconocer, además, que miméticamente y por necesidades propias de la polémica,
esta carta puede, de alguna manera, ser incluida en lo mismo que critico).
Respecto al problema de Gelman (creo que es parte de este problema incluso más allá del
propio Gelman, aunque ustedes pudorosamente no se refieran a él, tal vez por tratarse de
nuestro, es un decir, poeta nacional...) quiero aclararles que yo respondí a una entrevista
(Babelia del 16 de octubre del 2004) titulada, con una de sus frases, “Lo contrario del olvido
no es la memoria, es la verdad”.
En la entrevista dice que “el camino” no es “el de tapar... porque ese es un cáncer que late
constantemente debajo de la memoria cívica e impide construir nada sano”.
Lo que yo hago es tomarlo al pie de la letra y entonces digo que él, dirigente y jefe
montonero que fue expulsado junto con Galimberti recién (y las fechas son importantes) en
1979, “debe”, él-debe, y no un ente abstracto y general como ustedes me adjudican,
asumir las consecuencias de lo que hizo.
Decir, por ejemplo, ¿cómo funcionaba esa dirección militar ? ¿cómo se decidían las muertes
? ¿a quiénes mataron ? ¿dónde ? ¿por qué ?
Todas estas son preguntas terribles, que se las hemos hecho y se las hacemos a los
verdugos del Proceso, pero que también debemos hacérnoslas a nosotros mismos, quiero
decir a los que de alguna manera participamos en aquellos trágicos sucesos.
Pero, claro, si ustedes son inocentes de todo (como proclama Grüner) no tienen por qué
cargar con la culpa de los otros.
Con la culpa debemos cargar los verdaderos culpables (ustedes dirán que esto que digo es
una demostración de mi... masoquismo... y bueno, si quieren llamarlo así...)
Por último me gustaría agregar que por lo general los “sabios” no se implican en nada,
siempre están sobrevolando por sobre o más allá de los problemas, ya sean teóricos, éticos
o prácticos.
El Saber encarnado, en este caso en ustedes, no se incluye en sus análisis, y agregaría que
no se puede incluir porque no existe nada donde incluirse ya que él es todo. Ustedes
analizan desde fuera del tema.
Se están refiriendo a un problema ético reconocido como esencial, pero como están auto-
investidos con la soberanía del concepto absoluto lo tratan como si fuese un “problema del
conocimiento”.
Si ya saben todo (al menos en potencia, pero esta potencia es lo fundamental, por eso lo de
“supuesto”) sólo pueden exponer un discurso que al carecer de otro, de interlocutor, gira en
el vacío de un círculo vicioso sin fin.
El ejemplo clásico está dado por el Saber hegeliano como movimiento de un conocimiento
que desde la simple sensación se eleva gradualmente hasta auto-ponerse a sí como
Absoluto.
De una u otra manera este mecanismo funciona en todas las ideologías, ya se trate de la
filosofía, de la política, de la sociología, de la psicología o de la economía. Mi “carta” era,
como diría Bataille, “un grito y no un saber”, y ustedes la han reducido “a los
procedimientos de la cabeza”.
En consecuencia hay un contrasentido, porque a una carta que puede ser tildada –como por
otra parte lo ha sido- de ética, de poética, de religiosa, de mística, de “porquería”, o de lo
que sea, ustedes la tratan como si fuera una carta teórica.
Por eso no sólo sus artículos sino también mis respuestas pertenecen al orden de lo
abstracto, y así la carta queda ajena a esta disputa, en última instancia posiblemente inútil,
que estamos manteniendo.

S-ar putea să vă placă și