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Un año es bisiesto si dura 366 días, en vez de 365 de un año común. Ese día
adicional se suele agregar al final del mes mas corto, fechándose como 29 de
febrero.
Con el paso de los siglos, ese calendario mostró un error de más dos meses
con relación a las estaciones. Por ello, el emperador Julio Cesar -en el siglo I
antes de Cristo- lo reformó. Decretó que el año 46 -antes de Cristo- tuviera 445
días, añadiéndole 23 días al finalizar el mes de febrero, y 67 días entre
noviembre y diciembre. En la tradición romana, ese año tan especial pasó a ser
el de mayores confusiones.
Sin embargo, de ese modo el año volvió a coincidir con las estaciones.
Finalmente, Julio César ordenó que cada cuatro años se añadiera un día al
mes de febrero. Así surgieron los años bisiestos. Este calendario se llamó
“Juliano”.
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A pesar de los estudios realizados en tiempos de Julio César, en el siglo XVI de
esta era se advirtió la existencia de una diferencia entre el año trópico -es decir,
el que dura mientras la Tierra gira alrededor del Sol- y el calendario “Juliano”.
Así, en 1528 -durante el pontificado de Gregorio XIII- esa diferencia era de 10
días.
Por tal motivo, ese año el pontífice suprimió esos 10 días. Y con el propósito de
evitar futuras divergencias, también dispuso la supresión de tres años bisiestos;
cada cuatro años centenarios (1600, 1900, 2000, 2100, etcétera) sólo serían
bisiestos aquellos cuyo número de siglo fuera múltiplo de 4.