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Pero la materialización de esos actos sólo es posible si los códigos y señales que
intercomunican a los sujetos en relación permiten el acoplamiento de voluntades,
gracias a la comprensión comunicativa. Aquella dependerá tanto de los signos, como
de su intensidad (“irritación” en el sentido usado por Luhman), para conseguir, antes o
sobre otros, el compromiso buscado para la transformación implicada en la común-
acción perseguida. Acción, en tanto, importa hacer algo en el mundo, pero igualmente,
la imposibilidad de hacer otro algo en el mismo tiempo-espacio, obligando a los actores
a permanentes tomas de decisión. Esta característica transforma a las comunicaciones
sociales, en comunicación de decisiones.
El propio Albert Einstein se preguntaba cómo podía ser que las matemáticas “siendo
después de todo un producto del pensamiento humano, independiente de la
experiencia, estén tan admirablemente adaptadas a los objetos de la realidad”. Otros
investigadores han puesto en duda tal independencia de la experiencia. Como señala
Dehaene2, “los números, como otros objetos matemáticos, son construcciones
mentales cuyas raíces se encuentran en la adaptación del cerebro humano a las
regularidades del universo”.
Pero Lee Smolin rechaza esta apreciación afirmando que “a pesar de la obvia
efectividad de las matemáticas en física, nunca he oído un buen argumento a priori
que diga que el mundo deba estar organizado de acuerdo a principios matemáticos.”. Y
aclara: “(...) Las verdades matemáticas y lógicas pueden ser verdad para cualquier
tiempo, porque en realidad no son sobre nada que exista. Solo hablan de posibles
relaciones”. Esta es una constatación clave para comenzar a entender el mecanismo
mediante el cual los signos logran “explicarnos” ciertos ámbitos lineales de realidad vía
inferencias o inducciones.
Es decir, son tales posibles relaciones las que constituyen un orden que, aunque no
cubra el conjunto de información necesaria para entender el fenómeno (de hecho,
metodológicamente la ciencia busca reducir tal complejidad), sino sólo la disponible,
permite conformar una estructura mental comprensible y comunicable, que estabiliza
el mundo exterior en nuestra subjetividad, mediante la organización interna de los
signos que lo describen. Desde luego, Rafael Núñez3 muestra que desde una
perspectiva cognitiva, las matemáticas, vgr., tienen al menos dos nociones metafóricas
inconsistentes de conjunto, una que permite tener elementos miembros de sí mismos y
otra que no lo permite. Sin embargo, aclara que lo que subyace en dicha inconsistencia
son diferentes metáforas conceptuales que actúan en forma diversa (en el caso de los
conjuntos que permiten miembros de sí mismos la metáfora es un grafo4, mientras que
2 Stanislas Dehaene. El Sentido Numérico. Cómo la Mente Crea las Matemáticas. Oxford University Pres.
1997
3 “El Paradigma de la Mente Corporizada” en “Nuevos Paradigmas al Comienzo del Tercer Milenio”. Editor
Alvaro Fisher. Ed. El Mercurio Aguilar. 2004
4 En matemáticas y ciencias de la computación, un grafo (del griego grafos: dibujo, imagen) o gráfica es un
conjunto de objetos llamados nodos, unidos por enlaces llamados aristas o arcos, que permiten representar
relaciones binarias entre elementos de un conjunto
los que no lo permiten son metonimias de cajas-contenedores), añadiendo que Barwise
y Moss han señalado explícitamente que “están cansados de la idea de conjunto como
una caja” y que requieren de una idea distinta.
Y si las matemáticas “no son acerca de nada real” que esté dentro del tiempo y
espacio, sino “ideas” o “generalizaciones” ancladas en una cognición humana
condicionada por sus limitaciones, tampoco el lenguaje natural, lo es. Las palabras no
“son” el mundo exterior, sino patrones, clases u ordenes de las cosas, hechos y
fenómenos cambiantes. Sin embargo, el cerebro los maneja mediante operaciones que
hacen posible la eventual resolución apriorística de problemas reales e intercomunica
comprensivamente a otros que terminan compartiendo el paradigma edificado con la
información del mundo disponible que ha almacenado el individuo y el colectivo.
La cualidad filogenética que hace que el cerebro opere de modo binario (por
oposiciones) da lugar a un especial modo de discernimiento de la realidad a través del
lenguaje, el que dado su componente de intencionalidad emocional, carga de
valoraciones positivas o negativas dichos opuestos. Tales representaciones mentales
terminan explicando tanto la instalación de determinados sistemas de jerarquías
sociales, como su mantención. Este fenómeno psicológico tiene una energía que
permite entender la estabilidad de las estructuras lingüísticas con que operamos, en la
medida que, como explica Barthes, “la imagen acústica (significante) no es
propiamente el sonido material, cosa puramente física, sino –como hemos visto- su
huella psíquica, la representación que de él (el sonido) nos da testimonio a nuestro
sentido”7.
Esta “huella psíquica” que deja la imagen acústica en las memorias de corto y/o largo
plazo, logra sentido -tanto en sí, como en relación con el resto de aquellas- y se instala
sólo en un marco lógico de cierta consistencia respecto del conjunto de conocimientos
e información anteriores almacenados. Esta característica obliga a un “efecto dominó”
de proporciones cuando algunas de dichas “huellas psíquicas” es resignificada por
modificaciones en el entorno, hecho que implica un costo de energía que la mayor de
las veces es rechazado por los sujetos enfrentados a la decisión de cambio de las
estructuras mentales incorporadas.
Es decir, dado que este marco general será el que, junto a las emociones-valoraciones
implícitas en el aprendizaje del fenómeno conceptualizado, le otorgará al concepto su
sentido de utilidad y/o coherencia comunicacional, los cambios en el conocimiento y el
lenguaje para una mejor adaptación al medio suelen ser resistidos hasta cuando los
desajustes con el entorno hacen imposible mantener la anterior significación.
7 Roland Barthes. Elementos de la Semiología. Alberto Corazón. Madrid. 1971
Pero para que la operación de re-conocimiento se produzca, es indispensable que el
concepto, como definición textual unida a la imagen (imagen conceptual), se incorpore
significativamente al corpus general del habla, hecho que ocurre siempre con arreglo a
consideraciones que están tanto dentro, como fuera del lenguaje. Entonces, significado
y significante cumplen un papel político (de adaptación) cuyas consecuencias para la
organización social son relevantes, aunque no evidentes.
Sin pretender zaherir el proceso de clasificación científica u otros, que por cierto
consideran patrones de identidad que pueden hacer de la categorización y sus
definiciones un conjunto consistente, menos discrecional y más “real” (como lo
demuestra, v.gr. la enorme capacidad predictiva de la Tabla Periódica de Elementos);
el hecho es que el uso del lenguaje en la comunicación nos obliga a definir mediante
analogías y contraposiciones. Es decir, como señala Saussure “el mecanismo lingüístico
gira todo él sobre identidades y diferencias, siendo éstas la contraparte de aquéllas”.
Pero estos factores intra-lingüísticos no bastan para explicar la compleja operación
mental de clasificar. Por eso, para el investigador suizo, la semiología termina siendo
una ciencia que “estudia la vida de los signos (aunque8) en el seno de la vida social”.
El nominalismo, por su parte, sostiene que las definiciones son nominales y no reales.
Un término general no será más que un signo al cual damos significado mediante una
definición nominal (v. gr. El “hombre” es un “animal racional”), pero, en su
discrecionalidad definitoria, aquella no es operativa, pues al circunscribir el hecho o
fenómeno a una de sus eventualmente múltiples características, por más que para el
nominador sea “el” atributo que distingue a la cosa, la subjetividad de aquel hace
imposible su operación comunicacional, sin previo consenso con el otro.
R. Robinson, citado por Rivano (Lógica Elemental p. 41) dice que “la definición real se
ocupa de las cosas en general (expresan la naturaleza de algo real, aunque
abstractamente universal); pero la definición nominal tiene por asunto una especie
peculiar de cosas, es decir, los símbolos”. Sin embargo, tanto las cosas como los
símbolos, mirados a través del lenguaje, son entidades mentales de igual cualidad en
tanto se integran neurobiológica (habla) y culturalmente (lenguaje), como
abstracciones-generalizaciones categóricas significativas, compartidas por grupos
humanos en un lenguaje común, que se expresa fonético, escritural o gestual, para la
necesaria intercomunicación y colaboración, en todos aquellos ámbitos de necesidad
maslowianos (fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización), no
siendo nada de aquello, la realidad en sí, sino una metarrealidad psicofísica continua,
interno-externa, que sólo se manifiesta como transformación del medio, cuando la
coordinación lingüística se consuma en la acción predefinida.
Entonces, si la significación es social (y no, como hemos visto, parte del significante o
del símbolo arbitrario) y sólo del colectivo deriva la comprensión-comunicación del
concepto lingüísticamente elaborado, ¿con qué propósito debemos distinguir el
significante del significado de las palabras como necesidad operacional para el
desarrollo de una ciencia del lenguaje, cuando el estudio correspondiente debiera ser
más bien sociológico o histórico? La respuesta tiene gran relevancia epistemológica.
En efecto, Derrida10 dice que “si se borra la diferencia radical entre significante y
significado, es la palabra misma “significante” la que habría que abandonar, como
concepto metafísico”. Desde esta perspectiva hay sólo dos maneras de borrar la
distinción entre ambas partes de la dicotomía: una, consistente en reducir o derribar el
significante, es decir, “someter el signo al pensamiento”, con lo cual el signo ya no
muestra, no comunica el concepto y se integra a la interioridad del individuo,
incomunicando; y la otra, poner en cuestión todo el sistema en que funcionaba la
reducción saussuriana: es decir, la distinción entre lo sensible y lo inteligible. Pero
entonces, también lo eventualmente entendible pierde su forma física, desaparece la
señal sensible que opera como “transporte” material del pensamiento, impidiendo la
manifestación de lo inteligible.
10 Jacques Derrida. “La Estructura, El Signo y El Juego en el Discurso de las Ciencias”. Conferencia
pronunciada en el College international de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore) sobre «Los lenguajes
críticos y las ciencias del hombre», el 21 de octubre de 1966. Traducción de Patricio Peñalver en La escritura
y la diferencia, Anthropos, Barcelona, 1989.
que da cuenta su imagen interna almacenada con ocasión del aprendizaje reflejo en su
habla y no “toda” la categoría incluida en el concepto “perro”. Similar suceso ocurriría
en la mente del receptor haciendo difícil o imposible la comunicación.
Esta cualidad del lenguaje natural derivada de la capacidad del cerebro de detectar y
asociar “similares” y “opuestos”, da lugar a la creación de categorías de palabras
dinámicas, en un proceso bioevolutivo que se ha perfeccionado según aumenta la
cantidad de información a gestionar por el cerebro. Estos avances en cantidad han
suscitado saltos en cualidad, tanto dentro de los propios métodos con los que opera el
lenguaje, como en los cambios paradigmáticos que sustentan dichos modelos. La
Historia y la historia de las ciencias en Occidente, como veremos, son una buena
muestra de ello.
Sin las cualidades filogenéticas operativas del cerebro, incluidas sus “deficiencias
perceptivas”, ni las capacidades adaptativo-significativas del lenguaje natural, el
sistema-sujeto que lo utiliza no podría adecuarse a un entorno dinámico. Es decir, un
eventual sistema de lenguaje “monosémico” –como lo sería si fuera parte de un
cerebro que no requiriera “aprender a ver o escuchar”- dificultaría severamente la
capacidad del sistema en su ajuste al mundo. Las computadoras, aún las más
poderosas, no pueden adaptarse al entorno. Su programación se conforma de
procedimientos algorítmicos que se repiten indefinidamente, no obstante los cambios
externos. Sólo cambios en el programa le permiten una nueva “conducta”. Excepciones
en proceso de desarrollo son las redes neurales computacionales o los algoritmos
genéticos, que pueden “inventar” nuevas estrategias por haber sido programados
como sistemas adaptativos complejos.12
En geometría, por ejemplo, ciencia que se ocupa de las propiedades del espacio
expresadas en palabras como punto, recta, plano, polígono, poliedro, curva, superficie,
etc. se opera también con conceptos e imágenes ideales (no existentes en la realidad),
las cuales históricamente surgieron desde la ostensividad, buscando soluciones a
problemas sobre medición-cuantificación. Pero, si bien aquella tiene un origen práctico,
su evolución como ciencia se explica desde las mismas capacidades bioneurológicas del
hombre que permitieron el desarrollo del lenguaje natural. E. Fischbein dice que el
conjunto de fenómenos espaciales que estudia la geometría, corresponde a conceptos
figurales13, es decir, que poseen simultáneamente propiedades conceptuales y
figurativas. Como es obvio, un círculo “es un ideal abstracto, una entidad formalmente
determinable, como todo concepto genuino. Al mismo tiempo posee propiedades
figurales, antes que nada, una cierta forma (espacial). (Pero)… La idealidad, la
perfección absoluta de una forma esférica, no puede ser encontrada en la realidad”.
Los conceptos figurales (como todo concepto) “son figuras cuyas propiedades son
completamente fijas por definiciones en el marco de un cierto sistema axiomático”.