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Fracaso socioeducativo:
El miedo a los chicos
Alejandro Castro Santander
Así como hemos violentado al mundo natural y él nos responde con cambios que
afectan el futuro de todos, en el mundo social vemos como las antiguas violencias
y aquellas que continúa generando el hombre, acaban enfermando el tejido social.
Enfermos de egoísmo, intolerancia y malos tratos, los adultos hemos contagiando
a muchos niños y jóvenes. No existe un grupo social que sobresalga sobre otro,
pero si distintas formas de violencia en grupos sociales diversos. Con más o
menos oportunidades, no esperan disciplinadamente que el mundo adulto los
autorice a participar. Buscando un lugar, cualquier lugar, están actuando ya según
lo que han visto y aprendido, y desde hace algunos años el mundo adulto
comienza a tenerles miedo.
El miedo es una emoción que compartimos con los animales y nos lleva a reaccionar
frente a un peligro de manera agresiva o defensiva. Pero en el caso del hombre,
existe también un miedo fruto de la inseguridad que provoca considerar al mundo
lleno de riesgos y de sentirnos vulnerables para escapar o hacerles frente.
Confiamos en que una nueva época impulsada por la ciencia terminaría con los
desastres naturales, las catástrofes medioambientales, las guerras, el hambre, y
muchos otros males, pero continuamos viviendo en un siglo que persevera en
generar peligros y así derivan ansiedades y miedos.
De aquella excesiva confianza en que la ciencia y la tecnología resolverían las
antiguas y las nuevas amenazas, pasamos al temor que produce sentirnos desvalidos
e incapaces (gobiernos y ciudadanos) de encontrar las respuestas adecuadas a la
pobreza, el analfabetismo, la intolerancia, la corrupción, la injusticia, la impunidad,
que ponen a todos contra todos y alimentan los viejos y los nuevos miedos.
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Rebeldía – violencia - delincuencia
El sociólogo Zygmunt Bauman, habla de la paradoja de las ciudades construidas
inicialmente para proporcionar seguridad a todos sus habitantes, y que hoy
asociamos más con el peligro que con la seguridad. Pero esta inseguridad que
inicialmente atribuimos a los delincuentes o al aumento de la violencia juvenil en las
calles, también se está desarrollando en otros ámbitos de encuentro, y lo que es pero
aún, en la convivencia familiar y escolar. Sea a causa del maltrato, el abandono, el
descuido o la ignorancia en la crianza, crecen las denuncias por niños y adolescentes
que se comportan como transgresores, descontrolados, violentos, y sobre todo,
ingobernables.
Ya el informe sobre la Violencia Juvenil de la OMS (2002), era categórico al describir
la violencia juvenil como una de las formas de violencia más visibles “en las escuelas
y en las calles”, y confirmaba que ya en casi todos los países, los adolescentes y los
adultos jóvenes eran “tanto las principales víctimas como los principales
perpetradores de esa violencia”.
¿Los jóvenes de hoy son distintos a los de hace 10, 25, 200 o más años?
¿En qué época se pudo haber dicho esta frase?: “No veo esperanza en el futuro de
nuestra gente si dependen de la frívola juventud de hoy en día”. ¿Mediados del siglo XX,
¿Fines del XX o comienzos del nuevo? Pertenece a Hesíodo, que a mediados del
S.VIII a. C., también recordaba: “Cuando yo era joven, nos enseñaban a ser discretos y
respetar a los mayores, pero los jóvenes actuales son excesivamente ofensivos e impacientes a
las restricciones.”
Platón (427 - 347 a. C.) se preguntaba: “¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? No respetan a
sus mayores, desobedecen a sus padres. Ignoran las leyes. Hacen disturbios en las calles
inflamadas de pensamientos salvajes. Su moralidad decae. ¿Qué será de ellos?”
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Pasemos ahora a las calles de Atenas, donde los jóvenes recordaban la muerte de un
chico de 15 años el año anterior (2008). El nuevo gobierno griego había desplegado
más de 6.000 policías en las calles de Atenas para intentar evitar una repetición de
los disturbios en donde fueron destrozadas tiendas, atacado edificios públicos y
quemado coches. Pero como en Francia durante el 2005: “los disturbios se vieron
avivados por el descontento de los jóvenes con el alto desempleo y la economía” (6 de
diciembre 2009)
Las preguntas que debemos hacernos los adultos, son: ¿Qué les hemos enseñado con
nuestro ejemplo?, ¿cómo hemos puesto límites?, “¿de qué forma hemos ejercido
nuestra autoridad?, ¿qué mundo les entregamos para que desarrollen sus proyectos
de vida?, ¿cuánta esperanza y optimismo les transmitimos por un futuro que es más
de ellos que nuestro?
El futuro que deseamos, necesita de pensadores que rechacen la creencia de que ya
hemos todo lo que se puede hacer para que nuestro mundo no sea tan temible.
La delincuencia urbana
UN-Hábitat (Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos)
confirma que en los países del Sur, a partir de los años 80, la delincuencia ha crecido
y lo continúa haciendo actualmente, en tanto que la violencia de los jóvenes lo hace
de manera exponencial.
Al temor por la inseguridad aparecen propuestas y diagnósticos surgidos del estado
de miedo de la comunidad y del oportunismo de los políticos. Así, la última década
se ha caracterizado por soluciones que van desde bajar la edad de imputabilidad,
hasta el toque de queda para los menores de edad, pero como insiste Bernardo
Kliksberg, el enfoque puramente represivo ha demostrado ser muy ineficiente:
Muchos tenemos una convicción: todo pasa por la prevención, y esta tiene que ver
con proporcionar respuestas educativas. El setenta por ciento de los delincuentes no
tiene escuela secundaria. Muchos de quienes consumen drogas, tampoco. La falta de
educación lleva a la exclusión y ésta trae el delito. La sola represión expresa la
incapacidad de los adultos para pensar estrategias que impacten sobre la realidad de
la niñez y la juventud. Claro que como todo lo que tiene que ver con la educación
precisa de tiempos largos, mientras que la respuesta más rápida y que puede calmar
(por un breve tiempo) a los ciudadanos, es la represiva.
Según UNESCO y UNICEF, existen tres grandes causas que inciden en la conducta
delictiva de los jóvenes:
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1º) La desocupación juvenil que excede el 20% en todas las grandes ciudades de
América Latina. Un 25% de jóvenes que han debido desertar del sistema
educativo, por pobreza, y están fuera del mercado de trabajo, son vulnerables y se
convierten en carne de cañón para el crimen organizado.
3º) La baja calidad educativa. Sobre 40.000 presos en las cárceles argentinas, sólo el
5% había terminado la secundaria o la Universidad (M.E. 2004).
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Basada en la novela y el cómic de Koshun Takami, la película muestra uno de los
temas que más polémica crea en la sociedad actual: la delincuencia juvenil y la
violencia escolar. El argumento presenta a los adultos desesperados ante una
juventud descontrolada, que a través de la ley BR: Battle Royale y con la excusa de
un viaje cultural, obliga a los jóvenes a participar de un juego que consiste en
asesinarse unos a otros en una isla desierta en un plazo de tres días. Solo puede
haber un superviviente y todos los medios de comunicación están atentos para
conocer el resultado. Es considerada una versión actual de la novela de William
Golding “El señor de las moscas”.
Fuera de la ficción, en Brasil, las fuerzas de seguridad pública y privadas han hecho
una guerra a los chicos que delinquen, asesinando entre 1988 y 1990 más de 4.600
niños y adolescentes, de los cuales el 82% eran afrobrasileños.
Un tirano en casa
También se puede violentar el desarrollo de los niños con errores y omisiones en la
educación familiar, que terminan convirtiendo al hijo en un tirano cruel.
En general, los expertos coinciden en que los niños y adolescentes que maltratan a
sus padres, son fruto de carencias educativas y/o factores psicopatológicos. En el
caso del fenómeno conocido como “síndrome del emperador”, tenemos como
protagonistas ejecutores sobre todo a hijos varones, y a las madres como las víctimas
principales, ya que son percibidas como más débiles y se encuentran más tiempo en
contacto con ellos.
Es un tipo de violencia que se da más en familias de clase media y alta, y se
materializa tanto de modo físico como psicológico, respondiendo a los parámetros
más habituales de la violencia que existe en nuestra sociedad: desde manifestaciones
sencillas como desplantes o amenazas hasta los insultos y las agresiones físicas de
distinta intensidad.
Esta violencia se plasma también por parte del hijo en el rechazo de pautas vitales
propuestas por los padres, creyendo que de este modo se opone a ellos y llega a
incomodarlos y a causarles daño: el abandono de los estudios, el marcharse de casa
en la adolescencia, sin contar con el apoyo de los padres, o el permanecer en el hogar
familiar, situándose de un modo manifiesto al margen de la vida que en él se
desarrolla.
En general, se señala que los padres soportan la violencia generada por los hijos
hacia ellos porque:
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Por lo general, se trata de adolescentes varones con edades entre los 12 y los 18 años,
sus agresiones más “primarias”, más brutales son desde el punto de vista físico, ya
que las acciones protagonizadas por las chicas se caracterizan por un carácter
psicológico más “refinado”, dirigiéndose menos a lo físico y más a los sentimientos.
Algunos autores hablan de la ausencia de factores genéticos en los agresores, ya que
se trataría, según ellos, de una conducta que no tiene su raíz en lo biológico, sino a
causas del tipo ambiental inmediato o general. Es así que los profesionales hablan de
un niño “malcriado”, y los mismos padres se sienten culpables por errores en la
educación del hijo, sin comprender con claridad cuáles han sido éstos.
Quien desde niño percibe que las situaciones de poder se basan más en la posesión
de los medios para imponerla violentamente y que finalmente es la violencia el
único camino para prevalecer, no llega a tener conciencia de que hay otros
procedimientos, y, cuando su edad y su físico se lo permiten, se dedica a “imponer
su ley” tal y como ha visto y aprendido en su entorno familiar.
Niños y economía
Investigadores y economistas ya no dudan en considerar como el parámetro más
importante para medir si una economía es exitosa, lo que se hace por los niños.
Muchos países de América Latina mostraríamos con vergüenza un escandaloso
fracaso.
Para reducir la inseguridad que padecemos, hay que actuar con decisión sobre sus
causas profundas. La mejor educación para todos, crear empleo para jóvenes en gran
escala, pero al mismo tiempo debemos proteger y fortalecer a la familia, insustituible
a la hora de prevenir las viejas y nuevas violencias y la mejor formadora de
ciudadanía.
Las respuestas a la inseguridad y al miedo no pueden ser solo represivas. Pero para
pensar preventivamente hace falta voluntad de cambio, buenas ideas, y la esperanza
de que a través de los más chicos de la sociedad podemos cambiar toda la sociedad.
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