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Jose María Laso Prieto

Introducción
al pensamiento global de
Gramsci
José María Laso Prieto
Introducción al pensamiento global de Gramsci
José María Laso Prieto: «Introducción al pensamiento global de Gramsci» en Asociación Cultural
Wenceslao Roces: Cuadernos Edición Popular, nº 1, Gijón, 2004.
También en: «Introducción al pensamiento global de Gramsci» en M. Ballestero, Y. Krasin, J. Reinoso, J.
Capella, J. Laso, J. Moral Santín y V. Romano: El marxismo en el debate teórico-cultural actual. Madrid:
PCE, 1991, pp. 137-160 (Colección Debate, nº 5). También como texto separado en un folleto: Introducción
al pensamiento global de Gramsci. Oviedo: Fundación Isidoro Acevedo (colabora el Partido Comunista de
Asturias), 1997.1

Texto preparado para su edición digital por Uriel Bonilla2

Su renovada actualidad.

El 22 de enero de 1.991 se ha cumplido el centenario del nacimiento de Antonio Gramsci,


una de las más relevantes figuras de la cultura y la política italianas del siglo XX. Por su
prematuro fallecimiento –en 1937– casi han coincidido las conmemoraciones del
cincuentenario de su muerte y del centenario de su nacimiento. Con motivo de la primera
efemérides, se publicaron en diversos países libros y artículos conmemorativos en los que
se argumentaba la vigencia de su pensamiento. Sin embargo, en los tres años
transcurridos desde 1987, se han producido acontecimientos históricos que han
proporcionado más fuerza a la vigencia y actualidad de las elaboraciones y concepciones
políticas de Gramsci. Concretamente esta es la tesis del filósofo polaco Adam Schaff al
sostener que el fracaso del denominado «socialismo real», en los países de Europa
Central y Oriental, constituye la mejor confirmación de su certera previsión sobre la
imposibilidad de construir una sociedad socialista sin haber logrado previamente el
consenso ampliamente mayoritario de la población. Consenso que sólo puede lograrse
actuando en el campo de la cultura, para conseguir e implantar la hegemonía intelectual y
moral del nuevo bloque histórico emergente. La aportación específica de Gramsci en el
campo de la previsión científica, de las condiciones para la transformación social, la sitúa
muy bien Adam Schaff, al precisar que «Mientras que Marx subrayaba la importancia de
las condiciones objetivas de la revolución, Gramsci desarrolló en un periodo posterior,
aprovechando la experiencia de la revolución soviética, la teoría del consenso como
teoría subjetiva de la revolución socialista. Sin el acuerdo de la sociedad, no se puede
realizar con éxito la revolución ni mucho menos verificar el domino de la clase obrera
como hegemonía moral y política (y no como imposición violenta). Este consenso debe
lograrse mediante el trabajo ideológico. De ahí el importantísimo papel que Gramsci
atribuye a la intelectualidad en su teoría de la revolución socialista». 

Vida y obra. 

1 Este trabajo fue elaborado originalmente, como ponencia, para un seminario organizado por el Centro de
Profesores del Gijón (Nota del autor).

2 Nota de los editores digitales. Presentamos dos textos con el mismo nombre elaborados por José María
Laso en 1991 el primero y en 1997 el segundo. No hay muchas diferencias de estilo entre ellos, así, aunque
la corrección de algunas palabras indica que se ha revisado el texto completo, en lo esencial permanecen
idénticos. En todo se ha mantenido el formato y el texto de 1997 salvo erratas. En cuanto al contenido, el
segundo texto incluye los dos epígrafes que hemos encerrado entre corchetes.
Antonio Gramsci nació en Ghilarza (Cerdeña) el 22 de enero de 1891. Su padre era un
modesto funcionario de la administración estatal. A partir del bachillerato, se inicia en él
una etapa de nacionalismo sardo. Por entonces, en Cerdeña, era muy fuerte el
sentimiento nacionalista y Gramsci llega a identificarse con su lema ¡Al mar los
continentales! A partir de las elecciones de 1.913 se puede considerar superada esta
etapa sarda de Gramsci. En 1911 comienza a leer a Marx, «por curiosidad intelectual» y,
al igual que su compañero Palmiro Togliatti, consigue una beca para estudiar en la
Universidad de Turín. Al iniciar sus estudios de filología, entra en contacto con el
movimiento obrero de Turín. Simultáneamente participa en el movimiento de la reforma
intelectual y moral promovido por el filósofo idealista Benedetto Croce, cuyo primer
postulado es que el hombre puede, y debe, vivir sin religión revelada. De esta época
datan sus primeros escritos, publicados en los diarios socialistas Il grido del popolo y
Avanti (1914-1918).
Durante su breve vida (1891-1937), Gramsci descolló como publicista a través de la
revista L´Ordine Nuovo –fundada en 1918– llevando a cabo con especial rigor intelectual
una gran labor de esclarecimiento y crítica de los fundamentes sociológicos de la cultura
nacional italiana. No menor importancia revistió su actividad como dirigente político ya que
se convirtió en el teórico y organizador de los «consejos de fábrica» y de otras
organizaciones obreras italianas. Posteriormente, tras un breve pero intenso periodo de
militancia en el Partido Socialista Italiano, Gramsci adoptará una decisión que determinará
toda su trayectoria ulterior. El 21 de enero de 1921, en el Congreso del Partido Socialista,
Gramsci, Togliatti y otros portavoces del ala izquierda rompieron con la mayoría reformista
y fundaron el Partido Comunista Italiano. Proclamado el Fascismo, Gramsci es detenido
no obstante la inmunidad parlamentaria de que gozaba como diputado, y en tan difíciles
circunstancias redacta sus célebres Cuadernos de la cárcel que le consagraron como
gran teórico marxista. La labor ingente que Gramsci desarrolló con su característico
«lenguaje de Esopo» –ya que no sólo se trataba de aportar nuevas categorías científicas
sino también de burlar el control de sus vigilantes– constituye un ejemplo con pocos
precedentes similares acerca del poder de la voluntad humana. Según su biógrafo
Giuseppe Fiori, «Trabajaba en condiciones difíciles, con los libros que el director –
inclinado por conformismo de burócrata a resistencias y pequeñas vejaciones– le permitía
recibir irregularmente desde el exterior. Así escribía diariamente, con ejemplar tenacidad,
pese a los muchos factores desfavorables, los generales de la vida de todo recluso y
además la imposibilidad de consultar ampliamente los libros y documentos necesarios, así
como la progresiva deteriorización física. Pero –como señala Fiori– el trabajo, los apuntes,
las notas breves con una idea fijada en su primer esbozo, los ensayos a completar o
reelaborar eran para Gramsci la vida misma, su modo de continuar la lucha
revolucionaria, de permanecer vinculado al mundo, ideológicamente activo de la sociedad
y de los hombres». Tan abnegado esfuerzo no fue por ello baldío, en su doble faceta
cuantitativa y cualitativa. Las casi tres mil páginas de los 32 cuadernos que Gramsci
cubrió en once años de cárcel, con notas y apuntes, constituyen una de las aportaciones
más importantes realizadas por un solo pensador a la problemática de nuestra época. La
monumental edición de Einaudi las inserta –junto a sus escritos juveniles– en seis
volúmenes, en el siguiente orden: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto
Croce (1948), Los intelectuales y la organización de la Cultura (1949), Notas sobre
Maquiavelo, la política y el Estado Moderno (1949), El Risorgimento (1949), Literatura y
vida nacional (1950) y Pasado y Presente (1951). En la edición de Einaudi se agrupan así
orgánicamente temas desarrollados en diversos cuadernos, incluso con varios años de
distancia. No se trata, sin embargo, de materiales preparados para su inmediata
publicación sino para su ulterior reelaboración. El propio Gramsci describe en carta
dirigida a su cuñada, su plan de trabajo: «...Se puede decir que ya tengo un verdadero
programa de estudio y trabajo, cosa que había de ocurrir forzosamente. Me había
propuesto reflexionar sobre una serie de cuestiones, pero era forzoso que al llegar a
cierto punto tuviese que pasar a la fase de documentación y, por tanto, a una fase de
trabajo y elaboración que exige grandes bibliotecas... Hay que tener en cuenta además
que el hábito de severa disciplina filológica adquirido durante los estudios universitarios
me ha hecho adquirir unos escrúpulos metodológicos quizá excesivos». Evidentemente
no se cumplió el designio del fiscal del Tribunal Especial para la Defensa del Estado
cuando, tras una violenta requisitoria, dijo refiriéndose a Gramsci: «Hemos de impedir
durante veinte años que este cerebro funcione». 
En 1947, la publicación de sus Cartas de la prisión le valieron a Gramsci para obtener, a
título póstumo, el más importante galardón literario de Italia: el Premio Viareggio. Las
Cartas de la prisión, en su mayor parte dirigidas a sus familiares, están impregnadas de
una patética humanidad y reflejan la entereza moral con que Gramsci afrontó su largo y
doloroso martirio. En ellas Gramsci trasciende su propia vicisitud individual para
plantearse globalmente la condición del combatiente político: «Cuando se ha ligado la
propia vida a un fin y se concentra en éste todas las energías y toda la voluntad, ¿no es
forzoso que queden al descubierto algunos, o muchos, de los aspectos individuales?». Y,
prosigue «Yo no hablo más del aspecto negativo de mi vida. Antes que nada por que no
quiero ser compadecido; fui un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha
inmediata, y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado
no porque han sido obligados, sino porque ellos mismos lo han decidido
conscientemente». Gramsci falleció el 27 de abril de 1937, tras once años de dura prisión
fascista en cumplimiento de una condena de 20 años, 4 meses y 5 días, dictada contra él
por el Tribunal Especial de Defensa del Estado. Sentencia totalmente ilegal debido a que
Gramsci gozaba de inmunidad parlamentaria, para sus actividades políticas 

Su revalorización.

No obstante los años transcurridos desde su fallecimiento, el interés suscitado por la


dimensión humana y la obra teórica de Gramsci lejos de aminorar tiende a incrementarse.
A esta revalorización de su pensamiento, que contrasta con el eclipse casi total de otros
autores que fueron sus contemporáneos –cuya popularidad coyuntural no ha resistido la
perspectiva histórica– ha contribuido decisivamente la óptima conjunción del teórico
riguroso con el dirigente político, que supo compaginar adecuadamente el pesimismo de
la inteligencia con el optimismo de la voluntad. Por su prematuro fallecimiento, casi han
coincidido las conmemoraciones del cincuentenario de su muerte y el centenario de su
nacimiento. Con motivo de la primera efemérides, se publicaron en muy diversos países
libros y artículos conmemorativos en los que se argumentaba la vigencia de su
pensamiento. Sin embargo, en los tres años transcurridos desde 1987, se han producido
acontecimientos históricos que han proporcionado más fuerza a la vigencia y actualidad
de las conclusiones teóricas y políticas de Gramsci. Concretamente, tal es la tesis del
filósofo polaco Adam Schaff al sostener que el fracaso del denominado «socialismo real»,
en los países de Europa central y oriental, constituye la mejor confirmación de la certera
previsión de Gramsci sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista sin haber
logrado previamente el consenso ampliamente mayoritario dela población. Consenso que
sólo puede lograrse actuando intensamente en el campo de la cultura, para conseguir la
hegemonía intelectual y moral del nuevo bloque histórico emergente. La aportación
específica de Gramsci en el campo de la previsión científica, de las condiciones para la
transformación social, lo sitúa muy bien Adam Schaff, al precisar que «...Marx subrayaba
la importancia de las condiciones objetivas de la revolución; Gramsci desarrolló en un
periodo posterior aprovechando la experiencia de la revolución soviética, la teoría del
consenso, como teoría subjetiva de las condiciones de la revolución socialista. Sin el
acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la revolución ni mucho menos
verificar el domino de la clase obrera como hegemonía moral y política –y no como
imposición violenta–. Este consenso debe lograrse mediante el trabajo ideológico. De ahí
la importantísima función que Gramsci atribuye a la intelectualidad en su teoría de la
revolución socialista».

Peculiaridades de los textos de Gramsci. 

Gramsci, que está considerado como el más destacado y original teórico marxista
occidental, ofrece especial dificultad para la comprensión inicial de su pensamiento. La
razón de ello estriba no sólo en que fue un elaborador de categorías políticas originales
sino también en el carácter de su obra. Ésta se estructura en dos vertientes: 1) La
periodística (política, sindical y cultural) que abarca hasta su detención en 1926. Es de
estilo directo, brillante y de fácil comprensión. 2) La propia reflexión carcelaria (filosófica,
política, económica, sociológica y cultural), constituida por innumerables notas y
comentarios que llenan totalmente 32 cuadernos. Estos textos son de comprensión
mucho más ardua que la de los textos periodísticos, a causa de su mayor grado de
abstracción y por no estar destinados directamente a la publicación. Sin embargo, la
monumental edición de Einaudi los insertó en seis volúmenes con los títulos ya indicados. 

Su lucha antipositivista. 

En el pensamiento de Gramsci confluyen, en síntesis dialéctica, los pensamientos de


Benedetto Croce y Antonio Labriola. De este último incorpora su reacción antipositivista y
la noción totalizadora de «praxis». Interpretando certeramente su intención, para Manuel
Sacristán «...Toda la obra de Gramsci quedó estructurada por la finalidad de determinar
un renacimiento adecuado del marxismo y de elevar esta concepción filosófica, que por
necesidades de la vida práctica se había venido “vulgarizando”, a la altura que debía
alcanzar para la solución de las tareas más complejas que imponía el desarrollo histórico;
es decir, elevarlo a la creación de una cultura integral. Gramsci cumplirá esta tarea de
acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto
central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha
alcanzado en la literatura filosófica marxista. Por encima del accidental origen de la
expresión, Gramsci es un filósofo de la praxis». 
Gramsci profundiza así la fuerte reacción antipositivista que le había caracterizad, tanto
en le plano filosófico-científico como en el específicamente político. El precoz instinto
político de Gramsci le hizo percibir, ya desde sus primeros escritos, que el cientifismo tras
el que se ocultaban las posiciones oportunistas de algunos líderes socialdemócratas tenía
no sólo raíces sociales objetivas sino también fundamentos gnoseológicos de claro origen
positivista. Su compañero de lucha, y de estudios, Palmiro Togliatti precisa así su actitud:
«Gramsci reaccionó contra las consecuencias negativas de una concepción pedante,
mecanicista, del marxismo y del proceso mismo del movimiento obrero, muy arraigada
entre los mencheviques rusos y que iba a encontrar en Kautsky su máxima expresión
teórica. Frente al objetivismo economicista de Plejanov y de sus colegas
socialdemócratas occidentales que basándose en una concepción petrificada y dogmática
del marxismo, trataba de utópica toda praxis revolucionaria del proletariado, elabora
Gramsci nuevas concepciones que, a pesar de contener todavía una apreciable carga de
voluntarismo, pronto evidenciarían un gran realismo político. En ello la coincidencia entre
Lenin y Gramsci fue total, ya que no obstante las diferencias en sus procesos de
formación, en ambos líderes marxistas se daba una profunda conciencia revolucionaria
que les permitía captar lúcidamente las condiciones necesarias para que el proletariado
pudiese abordar seriamente la tarea de la conquista del poder». 
La etapa consejista de Gramsci.

El 1º de mayo de 1919 se inició la publicación de la revista L´Ordine Nuovo. Su núcleo


fundacional estaba constituido por un grupo de jóvenes intelectuales socialistas,
procedentes de la Universidad de Turín, con un proyecto intelectual que sólo se precisa al
fusionarse con el movimiento de los Consejos de Fábrica. En esa revista Gramsci,
sostiene que el Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de la vida
social características de la clase obrera explotada y que han surgido a consecuencia de la
iniciativa de las masas. Para él, los Consejos obreros y las comisiones internas de fábrica
constituían órganos dela democracia obrera que podrían transformarse después en
órganos del poder proletario, en la línea del carácter industrial que Marx preveía para la
futura sociedad comunista de productores. El objetivo de los Consejos de fábrica sería
liquidar toda distinción entre poder político y económico, luchando por la emancipación y
autonomía de los trabajadores considerados en su unidad, como productores, los cuales
serán simultáneamente administrados y administradores. Se trataría de creaciones
revolucionarias que partiendo del lugar de trabajo, y hundiendo sus raíces en el momento
de la producción, constituirían representaciones obreras emanadas directamente de las
masas con un mandato imperativo y siempre revocable. Para Gramsci, el Partido no es la
clase y, precisamente por ello, la potencialidad de los Comités de fábrica deriva de que
pueden constituir el órgano unificador de la clase en el lugar de la producción, superando
la escisión productor-ciudadano en la que la burguesía reproduce su dominación. 
Gramsci sintetizó entonces así la respectiva función de partido, sindicato y Consejo
obrero:

1) Partido: función de orientación política y de elaboración teórica;


2) Sindicato: función de educación proletaria;
3) Consejo obrero: desarrollo de una democracia obrera directa de base industrial.

Gramsci fue enriqueciendo así paulatinamente el nivel de teorización marxista, en el


campo consejista, hasta el punto de que llegó a rebasar las geniales intuiciones de Lenin
–en El Estado y la Revolución– desarrollando un tratamiento sistemático de las
posibilidades de fundamentación de una democracia obrera directa de base consejista. 

La etapa de construcción del Partido Comunista Italiano. 

En esta etapa de la evolución del pensamiento de Gramsci, las tesis centrales sobre los
Consejos de fábrica se mantienen pero enriqueciéndose en una síntesis más amplia, en
una estrategia política global. Gradualmente Gramsci evoluciona desde la «vanguardia
obrera» de los Consejos de fábrica a la concepción del «partido de vanguardia». Así se
produce el salto cualitativo por el cual el partido pasa a ser la forma superior de
organización de la clase obrera, en tanto que los sindicatos y Consejos de fábrica
constituyen las formas subordinadas de organización en las que se agrupan los
trabajadores para la lucha cotidiana contra el capital.

Gramsci y la cuestión meridional. 

Un gran avance en la evolución de Gramsci, se produjo cuando tuvo que abordar, por
primera vez, de forma sistemática los problemas de la Italia rural. Gramsci se planteaba,
concretamente, no sólo el análisis de la situación de esa Italia subdesarrollada sino
también el de concretar el fundamento ideológico de las distintas dominaciones de clase.
Es decir, la función de la hegemonía política, cultural, intelectual y moral de un bloque
histórico. A juicio de Gramsci, la clase emergente sólo puede lograr tal hegemonía si
consigue despojarse de todo residuo corporativo y estar así en condiciones de crear un
sistema de alianzas de clase que le permitan erigirse en clase dirigente y dominante. De
ese modo el proletariado urbano, como protagonista moderno de la historia de Italia,
destruirá el bloque histórico constituido por los terratenientes del sur y los industriales del
norte, creando así las condiciones para una sólida alianza con las masas campesinas. O
sea, la constitución de un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar contra el
Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora. 
Empero la cuestión campesina está en Italia históricamente determinada. No es «la
cuestión campesina y agraria en general». En Italia, la cuestión campesina tiene, por el
determinado desarrollo de la historia italiana, dos formas típicas peculiares: 1) la cuestión
vaticana (para la integración de los católicos de base en un proyecto revolucionario). 2) La
cuestión meridional (para resolver el problema de las alianzas de clase). Para Gramsci,
conquistar políticamente la mayoría de las masas campesinas significaría dominar esas
dos cuestiones desde el punto de vista social. Profundizando en tal análisis, Gramsci llega
a la conclusión de que la sociedad meridional italiana era, de hecho, un gran bloque
agrario constituido por tres estratos sociales: 1) La gran masa campesina amorfa y
disgregada. 2) Los intelectuales de la pequeña y media burguesía rural. 3) Los grandes
propietarios terratenientes y los grandes intelectuales. 
Según Gramsci, los campesinos meridionales encuentran perpetuamente en
fermentación, pero, como masa, son incapaces de dar una expresión centralizada a sus
aspiraciones y necesidades. A su vez, el estrato medio de los intelectuales recibe de la
masa campesina el impulso para su actividad política e ideológica. Los grandes
propietarios, en el terreno político, y los grandes intelectuales, en el terreno ideológico,
centralizan y dominan, en última instancia, todo ese conjunto de manifestaciones. Como
es natural, la centralización se verifica con mayor eficacia en el terreno ideológico:
Giustano Fortunato y Benedetto Croce, desempeñan una relevante función en esa
unificación, como grandes intelectuales orgánicos que son del bloque histórico dominante
(paralelismo entre Croce y Ortega y Gasset en su respectiva función de grandes
intelectuales orgánicos del bloque dominante). 
Para Gramsci, los intelectuales meridionales eran muy interesantes. Mas de las 3/5 partes
de la burocracia estatal está, por otra parte, constituida por meridionales. Tratando de
profundizar en el estudio de la Psicología de estos intelectuales, Gramsci comprobó que:
1) En todos los países, el estrato de los intelectuales ha quedado totalmente modificado
por el desarrollo del capitalismo. El viejo tipo de intelectual era el elemento organizativo de
una sociedad e base campesina y artesana predominantes; para organizar el Estado,
para organizar el comercio, la clase dominante cultivaba un determinado tipo de
intelectual. 2) La industria ha introducido un nuevo tipo de intelectual: el organizador
técnico, el especialista de la ciencia aplicada. 3) En las sociedades en las cuales las
fuerzas económicas se han desarrollado en sentido capitalista, hasta absorber la mayor
parte de la actividad nacional, este segundo tipo de intelectual ha prevalecido con todas
sus características de orden y disciplina intelectual. 4) En cambio, en los países cuya
agricultura ejerce una función todavía notable e, incluso, preponderante, sigue
prevaleciendo el viejo tipo, el cual proporciona la parte mayor del personal del Estado y
ejerce también localmente, en el pueblo y en el burgo rural, la función de intermediario
entre la administración en general y el campesino. En la Italia meridional predomina ese
tipo con todas sus características: democrático en su cara campesina, reaccionario en la
cara que dirige hacia el gran propietario y el gobierno, politicastro corrompido y desleal; no
se comprendería la tradicional figura de los partidos políticos meridionales si no se
tuvieran en cuenta los caracteres de este estrato social. 

Los intelectuales orgánicos. 


El concepto de intelectual orgánico, que Gramsci dedujo de sus investigaciones sobre la
función de los intelectuales a lo largo de la historia, se define así en uno de sus textos:
«Cada grupo social, naciendo en el mundo propio de una función esencial en el campo de
la producción económica, crea con él, orgánicamente, una o varias capas de intelectuales
que le proporcionan su homogeneidad y la conciencia de su propia función no sólo en el
terreno económico, sino igualmente en el terreno social y político». 
Por otra parte, en la investigación del «criterio unitario», que caracterizaría toda la
actividad intelectual de Gramsci, elimina de entrada la distinción «homo faber-homo
sapiens», dado que en todo trabajo físico, incluso el más mecánico y degradado, existe
un mínimo de cualificación técnica. Es decir, de la actividad intelectual creadora. Así
podría afirmarse que «todos los hombres son intelectuales». Profundizando en el tema,
Gramsci precisó que ciertas categorías especializadas de intelectuales se forman en el
ejercicio de la función intelectual en contacto con las clases sociales, pero, sobre todo, en
contacto con los grupos sociales más importantes: la clase dominante o la que propende
a serlo. Por medio de la sociedad civil y de la sociedad política, la clase dominante ejerce
sobre las clases subalternas una doble función: hegemónica y coercitiva. Empero la
ejerce de manera mediata. Es esta mediación la que caracteriza la función de las
intelectuales orgánicos, en la medida en que se revelan como los «especialistas» de esta
función; los encargados por el grupo dominante para el ejercicio de las funciones
subalternas de hegemonía social y de gobierno político. 
Según esta concepción gramsciana, el intelectual, cuya función se amplía al considerarle
como «funcionario de la superestructura», debe realizar una cuádruple tarea: 1) Organizar
la función económica (cuadros técnicos, economistas, tecnócratas, etc.). 2) Organizar las
concepciones heteróclitas de la clase dominante, y de la totalidad del cuerpo social, en
una cosmovisión coherente y homogénea. 3) al hacer corresponder esta
«Weltaanshauung» a la dirección que la clase dominante imprime a la dirección que la
clase dominante imprime a la vida social, favorece el consenso «espontáneo»
proporcionado por las grandes masas de la población a la clase hegemónica. 4) Como
funcionario de la sociedad política (ministros, jueces, diputados, etc.) busca obtener
«legalmente» la disciplina social. 

Intelectual orgánico e intelectual tradicional. 

La clase dominante –la aristocracia, por ejemplo, en el modo de producción feudal– crea
en el curso de su desarrollo capas intelectuales –los empleados– que en el seno de una
de sus organizaciones (por ejemplo, la Iglesia) cumplen esas misiones específicas: esos
intelectuales son denominados orgánicos, en la medida en que pertenecen a una
organización íntimamente ligada a una clase esencial. En ese sentido, el partido es el
intelectual orgánico por excelencia. Los intelectuales no constituyen pues una clase
social, sino una capa social que dispone, vis a vis de la clase social a la que están unidos,
de cierta autonomía. El intelectual no discute el poder hegemónico de la clase social de la
cual constituye el funcionario organizador, pero puede entrar en conflicto con ella. Sin
embargo, incluso en esto los intelectuales se despegan de la clase dominante para unirse
a ella más íntimamente. 

Intelectuales tradicionales. 

La capa intelectual representa la «conciencia» de la clase a la que sirven; en tanto que


trabajadores de las superestructuras ideológicas, los intelectuales proporcionan a la clase
de origen una visión clara de su propia orientación socio-económica, política, cultural, etc.
que le permite asentar su propio poder hegemónico. En este sentido, los intelectuales
orgánicos de la clase progresista deben contar con la ideología de los otros grupos
sociales –anteriormente dominantes– a los que deben integrar en la nueva concepción del
mundo dominante. Para esta finalidad deben asimilar a esa capa de intelectuales que
Gramsci denominaba «intelectuales tradicionales». Es decir, a los que habían estado al
servicio del anterior bloque histórico dominante. Así lo precisaba el propio Gramsci en uno
de sus textos carcelarios: «todo grupo social esencial, que emerge a la superficie de la
historia desde la precedente estructura económica, ha encontrado categorías de
intelectuales que preexistían a su advenimiento y que, incluso, aparecían como
representantes de una continuidad histórica que no habían interrumpido ni los conflictos
más radicales». 
En la tarea que Gramsci se trazó desde su detención, de analizar con rigor la función de
los intelectuales, Gramsci comenzó estudiando el papel que los intelectuales desempeñan
en las sociedades divididas en clases antagónicas y, para ello, se remonta a la división del
trabajo que en el plano de la actividad intelectual introdujo Julio César en la Roma de su
época. Pronto, a través de múltiples conexiones, lleva a cabo la elaboración de diversos
conceptos que constituyen el núcleo de su aportación teórica: intelectual orgánico-
intelectual tradicional, bloque histórico, hegemonía, crisis orgánica, revolución pasiva,
transformismo, Príncipe Moderno. 

Bloque histórico y hegemonía. 

Se considera que constituyen los conceptos fundamentales de la aportación gramsciana.


Sin embargo, en los Cuadernos de la Cárcel, no existen sino algunas alusiones
esquemáticas a esta noción. Se trata, por lo general, de la afirmación sumaria de la
unidad entre la estructura socio-económica y la superestructura política e ideológica. Para
Manuel Sacristán, «la idea de bloque histórico, es otra de las afortunadas acuñaciones de
conceptos que son acaso el fruto más permanente de la obra teórica de Gramsci. En su
génesis, parte de la constatación sociológica de que la lucha de clases, y, por
consiguiente, su reflejo en los antagonismos políticos, no tiene lugar enfrentando
exclusivamente una clase contra otra –como la oposición tradicional entre proletariado y
burguesía– sino mediante el choque entre dos constelaciones de fuerzas. Cada una de
ellas está constituida por una clase fundamental y otras clases o capas sociales auxiliares
articuladas orgánicamente en una coalición más o menos sólida. Frente al bloque
histórico constituido bajo la dirección de la clase dominante, que en un momento
determinado ejerce la hegemonía, tiende a formarse el de las fuerzas progresistas que
aspiran a la conquista del poder político como fase previa para, tras una etapa
hegemónica transitoria, poner fin a la dominación de clases. 
Para Gramsci, el problema de las alianzas de clase era muy importante, pero con sus
conceptos de bloque histórico y hegemonía rebasa la mera problemática de alianzas. Así,
en un cursillo de formación que realizó para sus compañeros de prisión, Gramsci sostuvo
que «sin la conquista de aliados el proletariado no puede emprender ningún movimiento
revolucionario serio». Desde esa perspectiva y para resolver los problemas que suscitaba
en Italia la lucha clandestina contra el fascismo, Gramsci razonaba así: 1) Ni siquiera en
las condiciones más favorables podrá el partido contar con 6.000 activistas. 2) La táctica
más conveniente no es el aislamiento sectario, sino la búsqueda de alianzas de clase. 3)
Los campesinos y la pequeña burguesía son indispensables para promover un amplio
movimiento popular antifascista. Sin embargo, contradiciendo la interpretación posterior
que Roger Garaudy realiza del concepto de bloque histórico, Gramsci no reducía la
operatividad de ese concepto a la de una mera alianza de clases. Realmente, para
Gramsci, el vuelco de las relaciones de poder sólo se puede lograr aislando a la clase
dominante, separando de ella a sus aliados antinaturales. Así, en el texto del citado
cursillo, Gramsci sostenía: «El proletariado sólo puede llegar a ser clase dirigente y
dominante cuando llegue a crear un sistema de alianzas de clases que le permitan
movilizar contra el capital y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora».
Por ello, una concepción del bloque histórico –como la realizada por Garaudy en la
década del 60– que lo reduzca a una simple modalidad de alianza de clases, además de
los riesgos de economicismo (al limitarlo a los elementos estructurales) esterilizaría la
gran fecundidad que proporcionan los análisis superestructurales gramscianos. Por ello,
conviene precisar más el concepto de bloque histórico. En síntesis, una definición
operativa del mismo sería considerarlo como «complejo, determinado por una situación
histórica dada, constituido por la unidad orgánica de la estructura y la superestructura de
una sociedad. Al evitar privilegiar a uno de sus componentes (economicismo), o a otro
(ideologismo), de ambos elementos que se hallan en una relación de reciprocidad e
interdependencia». Gramsci insiste sobre la unión de ambos elementos y en la función de
los intelectuales –como «funcionarios de la superestructura»– actuando a nivel
superestructural y cumpliendo con la misión específica de tejer el lienzo orgánico que une
a ambos elementos del bloque histórico. 

Bloque ideológico.

En la fragua de esa unidad es indispensable la constitución previa de un bloque


ideológico. Para el logro del cual los intelectuales orgánicos de la clase emergente deben
atraer a los intelectuales tradicionales. Así se puede llegar a dirigir y controlar la sociedad
civil y, por consiguiente, el consenso de las clases subalternas. La clase dominante, que
sostiene firmemente las riendas de la economía a nivel estructural, consigue pues, gracias
al bloque ideológico, asegurar su primado a nivel superestructural y, de ese modo, asentar
su hegemonía sobre el conjunto del bloque social. En consecuencia, puede considerarse
que hay bloque histórico cuando la hegemonía de una clase dirigente sobre el conjunto de
la sociedad se ve realizada. Este planteamiento suscita el estudio de la distinción entre
sociedad civil y sociedad política y también del concepto de hegemonía, que aparece
conjugado con el de bloque histórico. 

Sociedad civil. 

El planteamiento inicial de Marx, sobre la sociedad civil, aparece claramente formulado en


su trabajo Contribución a la crítica de la Economía Política: «Mis investigaciones
desembocaron en el resultado de que tanto las relaciones jurídicas, como las formas de
Estado no pueden comprenderse por sí mismas, ni por la llamada evolución general del
espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida
cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo
XVIII, bajo el nombre de sociedad civil, y que la anatomía de esa sociedad civil hay que
buscarla en la economía política». Para elaborar tal formulación, Marx se inspiró en la
concepción que Hegel formuló tras el estudio del denominado «Sistema de necesidades».
A su vez Gramsci, introduce nuevos matices en el concepto de sociedad civil. Así, si para
Marx, la sociedad civil es el conjunto de la estructura económica y social en un periodo
determinado. La concepción gramsciana se centra en sus aspectos superestructurales. Es
decir, que para Gramsci, la denominada «sociedad civil» está constituida por el conjunto
de los organismos denominados «privados» (asociaciones empresariales y sindicales,
medios de comunicación y enseñanza, Iglesias, etc.) y que corresponden a la función de
hegemonía que la clase dominante ejerce sobre el conjunto de la sociedad. 
La explicación de tales diferencias, en las respectivas concepciones de Marx y Gramsci,
parecer radicar en la interpretación extensa y contradictoria que Hegel tiene de la
sociedad civil. Si la mayoría de las veces ésta corresponde a la estructura
socioeconómica –interpretación de Marx–, Gramsci se inspiró también en ciertos pasajes
de La filosofía del derecho de Hegel, donde el filósofo alemán incluye asimismo en la
sociedad civil a las asociaciones políticas y sindicales. Es decir, a las corporaciones que
constituyen «el contenido ético del Estado».

Hegemonía. 

Gramsci –aparte de alguna referencia aislada en L´Ordine Nuovo– utilizó por primera vez
operativamente el concepto de hegemonía en su trabajo La cuestión meridional. Lo
profundiza y concreta en sus Cuadernos de la Cárcel. Después de una referencia inicial al
aspecto filológico. Del término griego «eghestai»: conducir, actuar de guía, actuar de jefe.
Tiene, por lo tanto, el significado de dirección y en ese sentido se empleaba para precisar
el carácter de ciudad hegemónica (polis eghemos) en las guerras del Peloponeso.
Gramsci se propuso elaborar con más rigor el concepto en el plano teórico-político, en
este aspecto, Gramsci se consideró deudor de Lenin, ya que el dirigente soviético lo
empleó por primera vez en su trabajo Dos tácticas de la socialdemocracia en la
Revolución Democrática. Sin embargo, Gramsci –en su terminología carcelaria–
consideró que era la más relevante aportación de Lenin a la «filosofía de la praxis» (el
marxismo) a causa de la relevancia filosófica de la política. Gramsci consideraba también
que el concepto de hegemonía podría ser incluso equivalente al concepto de dictadura del
proletariado. En esa perspectiva, la dictadura del proletariado sería la forma política y
estática, en la que se realiza la hegemonía, mientras que la hegemonía estaría constituida
por el momento en que se realizan las alianzas que constituyen la base social necesaria
para la «dictadura del proletariado», interpretando a ésta no sólo como la coerción sino
también como dirección política e ideológica.
Ahora bien, a pesar del explícito origen leninista del concepto de hegemonía, Gramsci
tuvo la oportunidad de elaborarlo a niveles de mucha mayor profundización teórica, al
interrelacionarlo con el concepto de bloque histórico. Y es que, en realidad, para Gramsci
sólo existe bloque histórico cuando la hegemonía de una clase sobre el conjunto de la
sociedad logra realizarse. Es la ideología de la clase dominante, «interiorizada»
socialmente mediante los aparatos ideológicos constituidos por los medios de
comunicación, la enseñanza, al Iglesia, etc., la que permite a esa clase dominante soldar
en torno suyo al bloque de fuerzas sociales diferentes. En los textos de Lenin, el concepto
de hegemonía aparece ante todo, como hegemonía política. Como ya señalamos,
Gramsci concede un gran valor a esta hegemonía política –incluso filosófico– pero
distingue también otras formas de hegemonía.

Hegemonía ideológica y cultural.

Para Gramsci, la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos maneras: como


dominación y como dirección intelectual y moral. La clase en el poder dirige al mismo
tiempo que domina, gana para las soluciones que propone masas suficientes para
constituir las bases de su propio poder, aunque los intereses reales de estas bases estén
en oposición directa con sus soluciones. Todo ello se realiza mediante la política, el savoir
faire político de la clase dominante. Empero la política no basta, tiene que intervenir la
ideología. Esta política que la clase dominante –la capitalista, por ejemplo– hace penetrar
en las masas populares; pues es precisamente la ideología la que permite a las clases
dominantes soldar alrededor un bloque de fuerzas sociales diferentes. En ese sentido, el
bloque histórico es un conjunto de fuerzas heterogéneas y, hasta cierto punto,
contradictorias, que podrían estallar si no fuesen equilibradas por la ideología (que logra
las funciones de dirección) como por la dominación (obtenida mediante la actividad
política). Así se logra el doble efecto de dirección-dominación. En la hegemonía política se
refleja la impronta de la sociedad civil sobre la sociedad política. Cuando a causa de una
crisis orgánica, la clase dominante pierde su hegemonía su dominación queda reducida a
la dictadura pura y dura. Por ello Gramsci utiliza el término dictadura para definir la
situación de un grupo o clase social no hegemónico que domina la sociedad
exclusivamente por medio de la coerción, debido a que mantiene en su poder el aparato
del Estado. Este grupo o clase social no tiene –o ha dejado de tener, si ya lo tuvo– la
dirección ideológica.
Para Gramsci, puede darse una situación de esa índole en dos casos que caracterizan la
crisis de un bloque histórico: 1) Una clase que detenta la hegemonía en un bloque
histórico la pierde, en provecho de un nuevo sistema hegemónico, o logra sólo
mantenerse en el poder por medio de la fuerza (es el fenómeno fascista). 2) Una clase
que aspira a la hegemonía, se apodera del Estado antes de haber logrado su hegemonía.
(Es el caso de la Revolución Rusa). Según Hugues Portelli, estas situaciones son para
Gramsci intermedias, para la construcción de un sistema hegemónico. Y así lo argumenta:
«El período de primacía de la sociedad política, o dictadura, es un período de transición
entre dos períodos hegemónicos, aunque no por eso deba ser subestimado, ya que la
clase que los detenta puede aprovechar la ocasión para diezmar los cuadros de sus
adversarios que actúan en al sociedad civil y en la sociedad política. Es lo que hizo la
burguesía italiana durante el período fascista, decapitando los cuadros liberales y
revolucionarios. Así aunque la hegemonía y la dictadura pueden estar combinadas, su
carácter sin embargo es bien delimitado; frente a la hegemonía, donde domina la
sociedad civil, la dictadura representa la sociedad política.

Guerra de movimientos y guerra de posiciones.

Gramsci reflexionó profundamente acerca del fracaso de los movimientos revolucionarios


en Occidente durante la década de los 20. Como consecuencia, llegó a la siguiente
conclusión: «En Oriente, el Estado lo era todo, ya que la sociedad civil era primitiva y
gelatinosa. En Occidente, entre el Estado y la sociedad civil existe una justa relación y en
un estado que se tambalee se encontrará, a pesar de ello, una robusta estructura de la
sociedad civil. El Estado no es más que una trinchera avanzada detrás de la cual se
encuentra una robusta cadena de fortalezas y casamatas. Señala que en Oriente, en
Rusia, «la guerra de movimientos», la que implicaba un conflicto de masas y un
desenlace rápido era posible. Empero en Occidente, por el contrario, una «guerra de
posiciones» es necesaria. Con esta expresión, Gramsci no pretendía una táctica
defensiva sino una estrategia revolucionaria diferente, capaz de cercar el Estado y la
sociedad a todos los niveles.

Hegemonía y sociedad regulada. 

La consecuencia de la hegemonía sobre las otras clases es el debilitamiento de la


sociedad política y, por lo tanto, de la coerción. Es en esa medida que Gramsci califica de
«democrática» a la hegemonía. La sociedad política se ve así reducida a una función de
apoyo y tiende incluso a integrarse a la sociedad civil. Ello indica que con el nuevo bloque
histórico emergente, liderado por la clase obrera, se logra uno todavía más amplio en el
que su hegemonía prepare las condiciones precisas para el nacimiento de una «sociedad
regulada» en la que desaparecería la función represiva del Estado.

Gramsci y la cultura. 

La original y rica concepción que Gramsci tenía de la cultura, se manifiesta también en


muy diversos aspectos de su ingente obra: tratamiento de la función de los intelectuales
en la organización de la cultura, el necesario componente cultural de la hegemonía
política, el concepto de cultura nacional-popular, etc. Además Gramsci terció en la
polémica que sus compañeros Tasca y Bordiga sostuvieron sobre la función de la cultura.
Tasca defendía la urgencia de una profunda renovación cultural y de una mejor
preparación de los dirigentes marxistas. Por el contrario Bordiga rechazaba toda conexión
entre acción política e iniciativa cultural, considerando reformista toda posición «cultural».
En el seno de esta polémica, Gramsci expuso su concepción de la cultura en la lucha por
el socialismo. En síntesis, su conclusión fue: 1) No puede concebirse la cultura sólo como
saber enciclopédico en el cual el hombre no es visto sino bajo al forma de recipiente que
llenar de datos y hechos. Esto no es cultura sino pedantería. 2) La cultura es
organización, disciplina del propio yo interior y toma de posesión de la propia
personalidad, es conquista de la consciencia superior por la cual se logra comprender el
propio valor histórico, la propia función en la vida, los propios derechos y deberes. 3) El
hombre es, sobre todo, espíritu. Es decir, creación histórica y no naturaleza. No se
explicaría de otra manera, porque habiendo existido siempre explotados y explotadores –
desde el período histórico– no se haya realizado aún el socialismo. Ello quiere decir que
toda revolución ha sido precedida siempre por un intenso trabajo de crítica, de
penetración cultural. El último ejemplo es el de la Revolución francesa precedida de la
Ilustración. El mismo fenómeno se repite hoy para el socialismo. Es a través de la crítica
de la civilización capitalista como se está formando hoy la conciencia unitaria de la clase
obrera y crítica quiere decir cultura y no ya evolución espontánea y naturalista. Crítica
quiere decir aquella conciencia del yo que Novalis ponía como fin de la cultura. 
Finalizamos este trabajo, elaborado a petición del Centro de Profesores de Gijón en el
marco de un Seminario dedicado al pensamiento de Gramsci, con una síntesis de otros
conceptos del fecundo pensamiento gramsciano.

Nacional-Popular.

El concepto «nacional-popular» –según D. Grisoni y R. Maggiori– no es una expresión


nominal, sino adjetivada, que se aplica a nombres para traducir que tienen su origen en el
pueblo, que le pertenecen, y que son su expresión objetiva y real. Es así que Gramsci
utiliza «cultura nacional-popular», «literatura nacional-popular», «voluntad colectiva
nacional-popular», etc. y para mostrar que esas «formas» de la realidad histórico-social
son creadas y reconocidas para y por el pueblo y se distinguen por esta razón de las
derivadas de la burguesía –clase dominante–. De hecho, el concepto «nacional-popular»
plantea prácticamente el problema del enlace intelectuales-masas. Ya el análisis de los
términos de esta expresión subraya la posición, en una estructura social dada, de la capa
intelectual con la clase dominante y con las clases subalternas. Así, hace notar Gramsci,
en muchas lenguas, «nacional» y «popular» son sinónimos o casi; esto acaece en ruso y
alemán donde «volkisch» tienen un sentido aún más íntimo de raza, en las lenguas
eslavas en general; en francés «nacional» tiene una significación en el que el término
«popular» está ya más elaborado políticamente, porque se halla conectado al concepto
de «soberanía»: soberanía nacional y soberanía popular tienen, o han tenido, igual valor.
Pero en Italia, «nacional» que «tiene un sentido ideológico restringido», no coincide en
modo alguno con «popular», porque en Italia, los intelectuales están lejos del pueblo, es
decir, de la «nación» y existen en tanto que esfera autónoma, como «casta» más unidos a
una tradición libresca y abstracta «que a un campesino de Sicilia». Así puede
comprenderse la atracción que siente el pueblo italiano por los escritores italianos. Los
intelectuales italianos –debido a no haber sido jamás contestados «por un fuerte
movimiento político popular o nacional, surgido de abajo»– son algo despegado,
«habitantes de las nubes», exteriores al pueblo, cuyas aspiraciones desconocen y cuyos
sentimientos o difusas necesidades son incapaces de comprender y expresar. La
hegemonía de la cultura extrajera halla su raíz en esta ausencia de una cultura nacional-
popular italiana.
De modo que crear esta nueva cultura, es antes que cualquier otra cosa, la misión
acordada a los intelectuales como «educadores y formadores del intelecto y de la
conciencia del pueblo-nación..., la misión de satisfacer las exigencias intelectuales del
pueblo..., de elaborar «un humanismo» moderno, capaz de expandirse hasta «las capas
más bajas e incultas». «Nacional-popular» es, por consiguiente, el índice de un
desplazamiento de las capas intelectuales hacia el pueblo, la erección de un nexo
orgánico intelectuales-masa, la puesta en marcha de un proceso de conocimiento que  se
articules alrededor de la «comprensión». Es decir, de la educación recíproca. «Nacional-
popular» significa entonces expresión coherente y organizada del pueblo. 

Crisis y crisis orgánica.

Detención momentánea de la evolución de la clase progresiva, en el sentido de que ésta


ya no hace avanzar realmente la sociedad como un todo, satisfaciendo no sólo las
exigencias de su propia existencia, sino ampliando sin cesar sus propios cuadros, con
vista a la toma de posesión continua de nuevas esferas de actividad económico-
productiva. Para Gramsci, esta crisis estructural no favorecerá la aparición de un bloque
histórico sino en la medida en que se convierta en crisis orgánica, es decir, crisis de
hegemonía o ruptura de lazos entre estructura y superestructura. La crisis orgánica es
concebida por Gramsci como una disgregación del bloque histórico, en el sentido de que
los intelectuales que están encargados de hacer funcionar el nexo estructura-
superestructura, se separan de la clase a la cual estaban orgánicamente unidos y no
permiten ya que ejerza su función hegemónica sobre el conjunto de la sociedad. «La
clase dominante ha perdido el consenso, es decir, ya no es “dirigente” sino únicamente
“dominante”, detentadora de fuerza coercitiva pura». La crisis de una clase o grupo social
sobreviene en la medida en que éste ha desarrollado todas las formas de vida implícitas
en sus relaciones pero, gracias a la sociedad política y a su aparato de coerción, la clase
dominante mantiene artificialmente su dominación e impide que la reemplace el grupo de
tendencia dominante: «la crisis consiste en que lo viejo muere y lo nuevo no puede
todavía nacer». Una crisis semejante puede deberse al fracaso de una empresa política
de la clase dirigente que llega a imponer por la fuerza el consenso social (Gramsci cita el
ejemplo de la guerra), o bien puede estar provocada por las grandes masas de la
población que «pasan súbitamente de la inactividad política» a una cierta actividad y
plantean reivindicaciones que en su propio complejo inorgánico constituye una revolución.
La crisis orgánica que se manifiesta como desaparición del consenso que las clases
subalternas acuerdan a la ideología dominante no puede culminar en la aparición de un
nuevo bloque histórico, sino en la medida en que la clase dominada fundamentalmente
sepa construir, por la mediación orgánica de sus intelectuales, un sistema hegemónico
dominante capaz de oponerse al sistema hegemónico anterior y extenderse por todo el
ámbito social. Es decir, apoderarse de la sociedad civil como preludio a la conquista de la
sociedad política.

Transformismo.

El «transformismo» es una simbiosis gracias a la cual la clase dominante –históricamente,


la burguesía– se incorpora y asimila a los intelectuales de las clases subalternas,
haciendo de ese modo imposible la aparición de un grupo revolucionario suficientemente
organizado para convertirse en hegemónico. Gramsci, al estudiar esta práctica en Italia
sobre el «Risorgimento», pone de relieve dos etapas sucesivas: 1) Un transformismo
simple y primario, o molecular, cuando los intelectuales de los partidos democráticos de
oposición «se integran individualmente en la clase política conservadora-moderada
(caracterizada por su aversión a toda intrusión de las masas populares en la vida del
Estado, y hacia toda reforma orgánica que sustituya el riguroso “dominio” dictatorial por
una hegemonía)». 2) Un transformismo compuesto o secundario, cuando se trata de
grupos enteros «que se pasan al campo moderado, sea integrándose en los partidos
tradicionales, sea constituyendo nuevos partidos políticos». Este tipo de transformismo se
asemeja al practicado en España por el Partido Socialista Obrero Español al absorber –
integrándolos privilegiadamente entre sus cuadros dirigentes– a numerosos cuadros
políticos de los partidos situados a su izquierda. De ese modo, la clase dirigente produce
un ensanchamiento constante de la base social, absorbiendo gradualmente a la élite
consciente y activa «de los grupos aliados adversos que parecían ser enemigos
irreconciliables». Se trata de un ensanchamiento de la base social, pues, como lo hace
observar Gramsci, los intelectuales arrastran siempre con ellos un grupo dominante de
individuos. El transformismo constituye así la decapitación sistemática de las clases
subalternas por la clase dominante. Esta absorción ideológica por la burguesía busca en
Italia una finalidad diferente que en Francia, donde buscaba un sostén popular, por tanto
el ensanchamiento de su base social, pues quiere perpetuar la exclusión de las clases
subalternas de la vida política. Así, por el transformismo, Gramsci estudia la relación entre
hegemonía y dictadura enseñando que el predominio de la sociedad civil sobre la
sociedad política conducirá a una hegemonía y luego a una dirección política, que
concretamente se traducirá en un ensanchamiento de la base social de las clases
dominantes, mientras que si hay utilización y predominio de la sociedad política, habrá
dictadura y, de modo subsiguiente, despojo y neutralización de las clases subalternas.

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