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No se puede pasar por alto que este día de la Sagrada Familia llega tras la
aprobación en el Congreso de los Diputados del proyecto de ley del aborto...
Creo que hay una reacción de gran amplitud y hondura, que no se dio en
España hace dos décadas. Se ha producido un cambio importante, con respecto
a entonces, en un amplio sector de la sociedad, y en particular de los católicos.
Se ha comprendido dónde está el fondo moral y humano del problema, y las
consecuencias derivadas de esta forma de tratar el derecho a la vida, con
respecto al presente y al futuro de la sociedad. El tratamiento jurídico que se da
al aborto, convirtiéndolo en un derecho de la mujer; a imitación del derecho a la
objeción de conciencia; la pretensión de convertir las bases ideológicas de este
proyecto de ley en materia de enseñanza en las Facultades de Medicina y en la
formación de niños y adolescentes...; todo ello ha suscitado inquietud,
desasosiego y malestar indignado.
Parece que la Iglesia debe centrarse hoy en asuntos que, hasta hace muy
poco tiempo, podían parecer obviedades. ¿Lo ve sólo como un problema, o
también como una oportunidad para revigorizar, desde la raíz, la vida
cristiana?
Puede ser una oportunidad, porque existe una urgencia que apremia, que obliga
a no perder el tiempo, a vivir en vigilancia, con muchísima mayor gravedad que
hace veinte, treinta o cuarenta años. ¡Es que no hay tiempo que perder! Vivimos
en momento de la Historia de un cierto carácter apocalíptico, y está por ver
incluso que haya suficiente tiempo como para que ese despertar pueda dar los
frutos necesarios y neutralizar los efectos negativos de los pecados de las
sociedades europeas. Se comenzó, en los años 70, a negar el don de la vida. Y,
consecuentemente, se ha negado la capacidad de donación en todos los demás
órdenes de la existencia personal y social. Por eso dice Benedicto XVI que una
de las causas de la crisis social y económica es la crisis del derecho a la vida, de
la institución matrimonial y de la familia.