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TEMA 6.- EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902).

-6 PUNTOS

1. EL SISTEMA CANOVISTA Y LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE EL REINADO DE ALFONSO XII (1874-


1885) Y LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1885-1902). CASTILLA-LA MANCHA DURANTE LA
RESTAURACIÓN.
1.1 EL SISTEMA CANOVISTA: LA CONSTITUCIÓN DE 1876 Y EL TURNO DE PARTIDOS.
A) LAS BASES DEL SISTEMA CANOVISTA: LA CONSTITUCIÓN DE 1876.
El pronunciamiento del general Martínez Campos (diciembre de 1874) significó la restauración de
la monarquía y de la dinastía borbónica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II.
El régimen político de la Restauración fue configurado por Antonio Cánovas del Castillo:
Sistema político de carácter conservador, basado en un sistema parlamentario liberal, pero
escasamente democrático.
Contó con el apoyo de las clases dominantes, que esperaban que la monarquía garantizase la
estabilidad política, económica y social frente a la radicalización del Sexenio y la irrupción del
obrerismo.
Pretendía superar los problemas que habían afectado al sistema liberal durante el reinado de
Isabel II:
La falta de alternancia política pacífica y la sistemática apuesta de la Corona por el partido
moderado, lo que no dejaba otra salida a la oposición política que el recurso al
pronunciamiento militar.
El intervencionismo de los militares en la vida política.
Los constantes enfrentamientos civiles y el recurso continuo a la violencia para dirimir las
cuestiones políticas.
Las bases del nuevo sistema quedaron fijadas en la Constitución de 1876, expresión
jurídica formal del Estado de la Restauración:
Texto ecléctico que recoge elementos de la Constitución moderada de 1845 y de la
Constitución democrática de 1869, en un intento de conjugar la tradición doctrinaria con los
principios liberales del Sexenio, con el objetivo de servir de plataforma política común a dos
grandes partidos que se alternarían en el poder. La Constitución expresó el consenso existente
entre un amplio sector de la clase política del momento, lo que explica su excepcional
duración.
Carácter conservador: defensa de los valores tradicionales (familia, religión y propiedad) y
soberanía compartida entre la Corona y la nación, representada en las Cortes.
La Corona se convierte en árbitro de la vida política, comparte con las Cortes la potestad
legislativa y nombra a los ministros.
Cortes bicamerales: Congreso de los Diputados y Senado, integrado por senadores por
derecho propio, senadores vitalicios nombrados por el Rey y senadores elegidos mediante
sufragio restringido.
La Constitución remite a una ley electoral la amplitud del censo y el procedimiento de elección
de los diputados, lo que deja abierta tanto la restauración del sufragio censitario (1878), como
el retorno del sufragio universal masculino (1890).
Confesionalidad católica del Estado y restablecimiento del presupuesto de culto y clero, junto
al mantenimiento de la libertad de cultos.
Amplia declaración de derechos, cuya concreción se remite a leyes ordinarias, lo que deja al
arbitrio de cada situación política el alcance más o menos liberal, más o menos restringido de
su aplicación. Así durante los gobiernos conservadores se limitó el ejercicio de los derechos,
especialmente los de imprenta, expresión, asociación y reunión.
Pilares del sistema canovista:
Corona: institución incuestionable y permanente que debe garantizar la alternancia en el
poder entre los partidos políticos que acepten el nuevo marco político.
Partidos dinásticos: los partidos conservador y liberal comparten el poder de forma
alternativa, renunciando al pronunciamiento como mecanismo de acceso al gobierno.
Ejército: el objetivo es mantenerlo alejado de la vida política y supeditarlo al poder civil. A la
vez se potenció la identificación del rey como símbolo y cabeza visible del ejército. Sin
embargo, la autonomía del poder militar acabó convirtiéndose en un instrumento de presión
sobre la vida civil.

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B) BIPARTIDISMO Y TURNO PACÍFICO.


El sistema político de la Restauración se basa en la existencia de dos grandes partidos dinásticos
que coinciden en la defensa de la monarquía borbónica, de la Constitución de 1876, la propiedad
privada, el sistema capitalista y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista:
Partido Liberal-Conservador de Cánovas del Castillo (Partido conservador):
Aglutinó a los sectores más conservadores y tradicionales de la sociedad, a excepción de
los carlistas y los moderados más integristas, partidarios de la vuelta a la Constitución de
1845.
Bases sociales: burguesía terrateniente, aristocracia y militares de elevada graduación.
Partidario del inmovilismo político y la defensa de la Iglesia católica y del orden social.
Partido Liberal-Fusionista de Sagasta (Partido liberal):
Reunió a antiguos unionistas, progresistas y demócratas (Partido constitucional del
Sexenio).
Bases sociales: burguesía industrial y financiera y clases medias acomodadas, con
predominio de profesionales liberales.
Inclinado a un reformismo de carácter progresista y laico, era heredero del legado de la
revolución de septiembre de 1868 y de sus conquistas, plasmadas en la Constitución de
1869.
El turno pacífico consistió en la alternancia regular en el poder entre los dos partidos dinásticos
(conservador y liberal), garantizado por la Corona:
Objetivo: asegurar la estabilidad institucional mediante la participación en el poder de las dos
familias del liberalismo, resolviendo el problema de la gobernabilidad.
El turno queda garantizado por la práctica según la cual, cuando el gobierno sufre un proceso
de desgaste político, el monarca encarga al jefe del partido de la oposición la formación de un
nuevo gobierno, al tiempo que disuelve las Cortes y convoca elecciones con el objetivo de
construir al nuevo gobierno una mayoría parlamentaria que le permita ejercer el poder de
manera estable. El fraude electoral asegura al nuevo gobierno unos resultados favorables.
El mecanismo del turno se hizo efectivo al constituirse un gobierno liberal presidido por
Sagasta en 1881 que sustituyó al gobierno conservador de Cánovas y quedó garantizado por el
llamado Pacto del Pardo, tras la temprana muerte de Alfonso XII, en noviembre de 1885.
C) MANIPULACIÓN ELECTORAL Y CACIQUISMO.
El turno pacífico se apoyaba en un sistema electoral corrupto en el que los dos grandes partidos se
ponían de acuerdo sobre los resultados electorales, resolviendo de antemano la distribución de
escaños (encasillado), y valiéndose de la influencia social y el poder económico de determinados
individuos (caciques) para obtener en las urnas el resultado pactado.
El control del proceso electoral se ejercía a través del ministerio de la Gobernación, los
gobernadores civiles y los caciques locales:
El ministro de la Gobernación elaboraba la lista de los candidatos que debían ser elegidos
(encasillado) y los gobernadores civiles se la trasmitían a alcaldes y caciques, poniendo todo el
aparato administrativo a su servicio para garantizar su elección.
El conjunto de prácticas que daban lugar a la sistemática adulteración de los resultados
electorales se conoce con el nombre de pucherazo: trampas electorales orientadas a
conseguir la elección del candidato gubernamental, mediante la falsificación del censo
(incluyendo a personas muertas, los llamados lázaros, o impidiendo votar a las vivas), la
manipulación de las actas electorales, la compra de votos o el uso de prácticas coercitivas
sobre el electorado.
El caciquismo consiste en el poder económico y la influencia política de determinados individuos
que controlaban una determinada circunscripción electoral y su peso era más evidente en las zonas
rurales. Así, los caciques se permitieron ejercer actividades discriminatorias y con sus “favores”
agradecían la fidelidad electoral y el respeto a sus intereses. Al cacique corresponde el papel de
conectar el medio local con el Estado.

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1.2.- EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE EL REINADO DE ALFONSO XII (1874-1885) Y LA REGENCIA DE


MARÍA CRISTINA (1885-1902). CASTILLA-LA MANCHA DURANTE LA RESTAURACIÓN.
A) LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE EL REINADO DE ALFONSO XII (1874-1885).
El primer objetivo y la condición esencial para el éxito de la operación restauradora era la
pacificación interna y externa. El movimiento cantonalista había sido controlado por la República de
Serrano, pero cuando Alfonso XII inició su reinado persistían la guerra carlista y la guerra de Cuba.
El fin de la guerra carlista fue consecuencia del aumento del esfuerzo militar a lo largo de
1875, lo que permitió la caída de la zona catalana y el estrechamiento del cerco del núcleo
vasco-navarro, donde fue trasladada la mayor parte del ejército liberal, hasta lograr una clara
superioridad sobre las fuerzas carlistas.
La resistencia vasco-navarra fue debilitándose hasta su total rendición en 1876, cuando don
Carlos cruzó la frontera francesa (Manifiesto de Somorrostro).
Como consecuencia del final de la guerra carlista se produjo la abolición definitiva del régimen
foral vasco, quedando los vascos sujetos al pago de los impuestos y al servicio militar comunes
a todo el Estado, aunque se les reconoció cierto grado de autonomía fiscal mediante los
“conciertos económicos”.
El final de la guerra carlista permitió el envío de nuevas tropas a Cuba, donde en un par de
años se puso fin al conflicto bélico como resultado de la presión militar y de la vía de la
negociación.
La Paz de Zanjón (1878) incluía una amplia amnistía y la promesa de la abolición de la
esclavitud y de reformas políticas y administrativas que dotarían a la isla de una mayor
autonomía.
El retraso o incumplimiento de estas reformas provocaría el inicio de un nuevo conflicto en
1879 (guerra chiquita) y la posterior insurrección de 1895.
Cánovas gobernó durante la transición política (1875-1876) con un régimen de excepción
que supuso la suspensión de las garantías constitucionales con el objetivo de consolidar el nuevo
régimen político y su jefatura política de los alfonsinos:
Constitucionalización del nuevo régimen, de acuerdo con las directrices del Manifiesto de
Sandhurst, lo que dio lugar a la Constitución de 1876.
Medidas encaminadas al control de la prensa, con el establecimiento de la censura previa, a
preservar el orden público y a la recuperación de la posición de la Iglesia.
El Decreto Orovio sobre la ortodoxia moral y política de las enseñanzas provocó la segunda
cuestión universitaria, con la expulsión de sus cátedras de los profesores krausistas, lo que dio
lugar a la fundación de la Institución Libre de Enseñanza.
La acción de gobierno de Cánovas entre 1876 y 1881 estuvo marcada por las reformas
administrativas y por las medidas que reforzaron el control del Estado sobre el ejercicio de los
derechos fijados en la Constitución:
La abolición de los fueros vascos obedecía a la convicción de Cánovas de la necesidad de
uniformizar legalmente el país.
La ley de diciembre de 1876 reguló la elección de Municipios y Diputaciones en un sentido
centralizador, estableciendo el nombramiento real de los alcaldes de ciudades de más de
30.000 habitantes.
La ley electoral de 1878 estableció un sufragio censitario muy restringido, que redujo el censo
electoral al 5 % de la población.
La ley de imprenta de 1879 consideraba delito cualquier ataque o crítica a la Monarquía o al
sistema político y social, lo que condujo a cierres continuos de periódicos de la oposición.
Las libertades de reunión y asociación quedaron sometidas a la interpretación del gobierno.
Sólo los llamados partidos dinásticos, es decir, los que se comprometían a aceptar la
Monarquía y la Constitución estaban autorizados a actuar.
La unión en torno al Partido Constitucional de Sagasta de otros grupos (ejemplo: centralistas de
Alonso Martínez) y su aceptación de la Monarquía y la Constitución de 1876 dio lugar a la creación
en 1880 del Partido liberal-fusionista, futuro Partido Liberal, que se convirtió en alternativa a
los conservadores y que en febrero de 1881 formó gobierno por primera vez, iniciándose la
alternancia que caracterizó al régimen hasta su crisis en 1923:

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En esta primera etapa de gobierno la orientación liberal fue bastante tímida, ante el temor de
que una apertura excesiva pudiera alarmar a los grupos sociales dominantes.
El gabinete Sagasta tomó medidas para terminar con las restricciones de la libertad de
expresión: limitó las denuncias por delitos de imprenta, devolvió sus cátedras a los profesores
represaliados y permitió que las asociaciones obreras y republicanas volvieran a actuar con
libertad.
La recesión económica y la timidez de las reformas del gobierno Sagasta provocaron una oleada de
disturbios y protestas ante las que el gabinete reaccionó con dureza. Ante la debilidad del gobierno
Sagasta, el Rey encargó la formación de nuevo gobierno a Cánovas, lo que supuso la vuelta al
poder de los conservadores en enero de 1884, reanudándose el férreo control sobre la prensa y
las medidas represivas (cierre de la Universidad de Madrid).
B) LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1885-1902)
La muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885 llevó a los dos líderes políticos, Cánovas y
Sagasta, ante el temor a una posible desestabilización del sistema político, a llegar a un acuerdo por
el que se comprometían a apoyar la regencia de Mª Cristina de Habsburgo, a facilitar el
relevo en el gobierno cuando éste perdiera prestigio y apoyos en la opinión pública, y a no echar
abajo la legislación que cada uno de ellos aprobara en el ejercicio del poder (Pacto del Pardo).
Los liberales de Sagasta formaron nuevo gobierno en noviembre de 1885, iniciándose el
llamado Parlamento Largo (hasta 1890), que llevó a cabo una serie de reformas con la
intención de incorporar al sistema algunas de las prácticas liberales asociadas a los ideales de la
revolución de 1868, culminando así la construcción del sistema político liberal:
Legislación orientada a crear una atmósfera de mayor libertad de expresión: libertad de
imprenta y libertad de cátedra.
La Ley de Asociaciones de 1887 restableció la libertad de asociación y fue decisiva para permitir
el desarrollo y expansión del movimiento obrero.
Aprobación del Código Civil (1889) que consagraba legalmente un orden social basado en la
primacía absoluta de la propiedad como derecho individual.
Restablecimiento del juicio por jurados.
Restablecimiento definitivo del sufragio universal (varones mayores de 25 años) por la ley
electoral de 1890, si bien esta conquista quedaba totalmente desvirtuada por la manipulación
electoral.
Los conservadores de Cánovas volvieron al poder entre 1890 y 1892, siendo la medida más
significativa de este periodo la adopción de una política proteccionista a través de la ley del
arancel de 1891, en un contexto de auge del movimiento obrero y de despertar de corrientes
nacionalistas en Cataluña o el País Vasco.
La vuelta al poder de los liberales (1892-1895) supuso el proyecto de reforma para la
administración y el gobierno de Cuba del ministro Maura, que fracasó por la oposición cerrada de
los intereses indianos.
La insurrección cubana de febrero de 1895 provocó el regreso al poder de los conservadores.
Toda la trayectoria de este gobierno estuvo marcada por la guerra de Cuba y por los intentos
fallidos, primero mediante la negociación (general Martínez Campos) y luego a través de las armas
(general Weyler), de dominar la isla. El asesinato de Cánovas en agosto de 1897 provocó su
sustitución como presidente del gobierno por Azcárraga, hasta la vuelta de los liberales al
gobierno en octubre de 1897.
El nuevo gobierno Sagasta (1897-1899) decidió, a la desesperada, probar la estrategia de la
conciliación, pero las reformas llegaron demasiado tarde y los independentistas cubanos se
negaron a aceptar el fin de las hostilidades. Este gobierno asistió al “Desastre del 98”, es decir,
la liquidación de los restos del Imperio colonial español, lo que le supuso un tremendo desgaste y
desprestigio.
La Reina Regente, de acuerdo con los mecanismos del turno, entregó en 1899 su confianza al
nuevo líder conservador, Francisco Silvela, quien encabezó un gobierno que mostró una
cierta voluntad de renovación, iniciando una política reformistas basada en la descentralización
administrativa y el aumento de los ingresos del Estado. Las dificultades que afrontaron las reformas

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de este gobierno llevaron a su caída en 1901 y a su sustitución por un nuevo gabinete liberal
presidido por Sagasta, último gobierno de la Regencia de María Cristina.
2.- LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902).
2.1.- LAS FUERZAS DE OPOSICIÓN: CARLISTAS Y REPUBLICANOS.
El sistema de la Restauración marginó a las fuerzas de oposición más radicales, es decir, aquellas
que no aceptaron la monarquía restaurada y el régimen político definido por la Constitución de
1876.
Los carlistas, tras su derrota bélica, optaron por el exilio en Francia y por las conspiraciones,
aunque la falta de apoyos impidió que pudieran llevar a cabo un levantamiento generalizado:
El carlismo se presentaba como la única fuerza política auténticamente católica, defensora de
la unidad religiosa, frente a la libertad de cultos recogida en la Constitución de 1876.
El sector más integrista del carlismo creó en 1888 el Partido Tradicionalista, liderado por
Ramón Nocedal, cuyas señas de identidad eran su antiliberalismo y la defensa de la tradición y
de la religión católica.
Los republicanos sufrieron una fuerte represión por parte de las autoridades políticas y se vieron
sometidos a un proceso de división interna en multitud de tendencias irreconciliables:
El Partido Posibilista de Castelar optó por entrar en el juego político de la Restauración,
aunque su presencia parlamentaria fue testimonial.
El Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla aglutinó a los núcleos más radicales y optó
por la vía insurreccional, protagonizando diversos pronunciamientos militares que fracasaron
como consecuencia de la falta de apoyo popular.
Los republicanos unitarios en torno a Salmerón.
Los republicanos federales siguieron a Pi y Margall.
La introducción del sufragio universal (1890) significó la revitalización del republicanismo y su
reunificación con ocasión de las elecciones de 1893 (Unión Republicana). Sin embargo, el
republicanismo sufrió las consecuencias del ascenso del movimiento obrero, lo que supuso que
perdiera gran parte de sus bases sociales y electorales, al tiempo que las burguesías periféricas ya
no buscaban el respaldo a la descentralización en la República, sino en los nacientes partidos
regionalistas y nacionalistas.
2.2.- EL MOVIMIENTO OBRERO: ANARQUISTAS Y SOCIALISTAS.
La Restauración supuso la ilegalización y represión de las organizaciones obreras, aunque la
apertura durante los periodos de gobierno del partido liberal permitió la expansión de las
asociaciones obreras y su definitiva legalización con la Ley de Asociaciones de 1887.
Los anarquistas se organizaron en la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE),
con una importante implantación en Andalucía y Cataluña, y desarrollaron una acción sindical de
carácter reivindicativo.
La continua represión del movimiento obrero favoreció que un sector del anarquismo optara
por la “acción directa”, consistente en la realización de atentados terroristas contra los pilares
básicos del sistema capitalista: el Estado, la burguesía y la Iglesia. La respuesta contundente de
las autoridades no hizo sino alimentar una dinámica de acción-represión continua.
El sector anarquista partidario de una acción de masas planteaba la revolución social como un
objetivo a medio plazo y daba prioridad al activismo reivindicativo y a la creación de
organizaciones de carácter sindical, lo que dio lugar a la fundación de Solidaridad Obrera
(1907) y de la CNT (1910), central anarco-sindicalista.
Los núcleos obreros madrileños de orientación marxista, encabezados por Pablo Iglesias, fundaron
en 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
El PSOE era un partido marxista de orientación obrerista, partidario de la revolución social,
que tenía su mayor implantación en Madrid, Vizcaya y Asturias. Su primer programa político se
basaba en tres objetivos fundamentales: la abolición de las clases sociales y la emancipación
de los trabajadores, la transformación de la propiedad privada en propiedad social o
colectiva, y la conquista del poder político por la clase obrera.
Contaba además con un programa reformista que pretendía la democratización del sistema y
la mejora de las condiciones laborales y salariales de la clase trabajadora.
En 1888 los socialistas impulsaron la creación de un sindicato de masas, la Unión General de
Trabajadores (UGT), que englobaba a todos los sectores de la producción y defendía la

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negociación colectiva entre patronos y obreros y el recurso a la huelga como instrumento de


presión de los trabajadores.
Desde 1890 el PSOE comenzó a presentar candidatos a las elecciones, y en las municipales de
1891 resultaron elegidos cuatro concejales en las grandes ciudades, lo que permitió al Partido
presentarse como una organización que aspiraba al poder.
2.3.- LOS NACIONALISMOS PERIFÉRICOS.
La emergencia de movimientos nacionalistas y regionalistas en diversas zonas de España (Cataluña,
País Vasco, Galicia) se explica como una reacción frente a los deseos uniformizadores del sistema
político liberal y su pretensión de imponer una cultura oficial castellanizada que ignoraba otras
lenguas y culturas.
Hasta la Restauración, la reivindicación particularista se había canalizado a través del
republicanismo federal y del carlismo (foralismo). Debilitadas ambas corrientes, surgen ahora
movimientos que reivindican los derechos históricos catalanes, vascos, gallegos, valencianos y
andaluces.
A) EL CATALANISMO
Tiene sus antecedentes en la Renaixença, movimiento cultural y literario surgido en el contexto del
romanticismo, cuya finalidad era la recuperación de la lengua, las instituciones y leyes históricas, y
las señas de identidad de la cultura catalana, cuya máxima expresión eran los “juegos florales”,
certámenes literarios en lengua catalana.
El catalanismo político se inició con las formulaciones de Valentí Almirall, procedente de las filas
del federalismo de Pi i Margall, quien fundó el Centre Catalá, organización que impulsó la redacción
de un “Memorial de Agravios” que denunciaba la opresión de Cataluña y reclamaba la autonomía
desde posiciones progresistas.
Un grupo de intelectuales de tendencia conservadora, encabezados por Prat de la Riba se fusionó
con el grupo de Almirall, fundando la Unió Catalanista, cuyo programa quedó fijado en las
Bases de Manresa (1892), documento básico del nuevo nacionalismo catalán, donde se
planteaba una propuesta de sistema federal en el que las regiones obtuvieran un régimen de
autogobierno con instituciones propias. El principal problema de la Unió Catalanista era su carácter
minoritario y su escaso arraigo social y su falta de apoyos sociales, con escasa capacidad para
influir en la realidad social y económica catalana.
La convergencia de intereses ente los sectores catalanistas favorables a la participación electoral y
la burguesía industrial y comercial, más próxima a los planteamientos regionalistas después del
“desastre del 98”, dio lugar a la creación en 1901 de la Lliga Regionalista, cuyos principales
dirigentes fueron Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó:
Programa político de carácter conservador, favorable a un reformismo que otorgase la
autonomía a Cataluña.
Luchó contra el corrupto sistema de la Restauración, convirtiéndose en la primera fuerza
política en Cataluña entre 1901 y 1923.
B) EL NACIONALISMO VASCO
Factores que explican el nacimiento del nacionalismo vasco:
La abolición de los fueros tras la derrota del carlismo dio origen al nacimiento de una corriente
que reivindicaba la recuperación foral (corriente foralista).
La fuerte inmigración procedente de otras regiones españolas, favorecida por el proceso de
industrialización, provocó la reacción de sectores defensores de la lengua y la cultura vasca
frente a la amenaza de quiebra de la sociedad tradicional vasca (corriente euskera).
Sabino Arana recogió las tradiciones foralista y euskera, sentando las bases del nacionalismo
vasco con la fundación del PNV en 1895, con unos planteamientos iniciales muy radicales que
proponían la secesión frente al Estado español:
Ideología basada en los principios de la raza vasca, la recuperación de los fueros y la defensa
de la religión católica.
Defensa de la vieja sociedad patriarcal desde una perspectiva antiliberal y tradicionalista.
El nacionalismo vasco evolucionó en los primeros años del siglo XX desde posiciones
independentistas hacia la lucha por la obtención de la autonomía política.

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C) EL GALLEGUISMO
Particularidades de la sociedad gallega: sociedad eminentemente rural, con una débil burguesía y
una población mayoritariamente campesina, en la que la lengua gallega y las tradiciones culturales
propias estaban muy arraigadas.
El movimiento cultural del “Rexurdimento” significó el redescubrimiento literario de la lengua y
la cultura gallega, como signos de identidad del galleguismo.
Entre 1886 y 1889 se consolidan en Galicia las tres corrientes que configuran el regionalismo
gallego: el liberal de Murguía, el federal de Pereira y el católico tradicionalista de Brañas. Una de
las debilidades del regionalismo gallego en este momento, junto a la ausencia de una base social
específica, reside en la división ideológica que dificultó los acuerdos y colaboraciones.
El galleguismo político tiene sus raíces en la minoría culta que responsabilizaba a la subordinación
política de Galicia de su atraso económico.
3.- LA CRISIS DEL 98: LA LIQUIDACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL Y SUS CONSECUENCIAS.
3.1.- LA LIQUIDACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL.
Tras la Paz de Zanjón (1878), los gobiernos españoles no acometieron con decisión las reformas
descentralizadoras defendidas por los autonomistas cubanos, lo que, junto a una política
fuertemente proteccionista que estrangulaba la economía cubana, favoreció el surgimiento de
nuevas revueltas que condujeron a la independencia de la isla.
Causas de la independencia de Cuba:
El desarrollo de un sentimiento nacionalista cubano, que se reforzó durante la lucha contra los
españoles en la Guerra Larga (1868-1878), y que maduró en un movimiento independentista
indígena liderado por José Martí y Antonio Maceo.
El gobierno español fue retrasando la concesión del régimen de autogobierno, dejándose
presionar por los grupos con intereses coloniales, que se oponían a cualquier cambio que
pudiera reducir sus ganancias en la explotación de los recursos de la isla.
El fracaso de los proyectos de los gobiernos liberales de dotar a Cuba de una mayor autonomía
y de reformar su estatuto colonial (ejemplo: Proyecto Maura) provocó el descrédito del
Partido Autonomista Cubano y el aumento de los apoyos sociales a los sectores
independentistas.
La oposición cubana a los fuertes aranceles proteccionistas que España imponía para dificultar
el comercio con Estados Unidos, principal comprador de productos cubanos. La condición de
Cuba como espacio reservado para los productos españoles se reforzó con el arancel de 1891,
que daba lugar a un intercambio sumamente desigual, lo que provocó gran malestar tanto en
la isla como en EE.UU. El presidente de EE.UU. McKinley amenazó con cerrar las puertas del
mercado estadounidense a los principales productos cubanos (azúcar y tabaco), si el gobierno
español no modificaba su política arancelaria en la isla.
Los políticos norteamericanos eran firmes partidarios de la independencia cubana porque
significaba el abandono por los europeos de su última colonia en América, considerada por
EE.UU. su área natural de expansión imperialista (Doctrina Monroe).
La fundación del Partido Revolucionario Cubano, creado por José Martí en 1892, que será el
protagonista de la revuelta independentista.
La insurrección comenzó en febrero de 1895, en la parte oriental de la isla, con el “Grito de Baire”,
dirigida por Antonio Maceo y Máximo Gómez, que consiguieron extender la guerra a la parte
occidental de la isla.
El gobierno Cánovas designó al general Martínez Campos para dirigir la lucha contra la revuelta
y buscar una salida negociada a la crisis, pero su fracaso decidió al gobierno a su sustitución
por el general Valeriano Weyler, partidario de métodos más contundentes para acabar con la
insurrección.
La ofensiva militar permitió la recuperación de gran parte del territorio y fue acompañada de
una política de concentración de los campesinos en aldeas cerradas, para privar a los
insurrectos de apoyo popular. Se inició así una guerra de desgaste que se prolongó a lo largo
de 1896 y 1897, basada en la superioridad militar española y en la acción de los guerrilleros
cubanos, que recibían armamento y suministros estadounidenses.
Las medidas represivas de Weyler, junto a las enfermedades, provocaron una elevada
mortalidad y las destrucciones de plantaciones e infraestructuras agravaron la crisis de la
economía cubana.

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Tras el asesinato de Cánovas (1897), el nuevo gobierno liberal de Sagasta optó por la
estrategia de la conciliación, en un intento desesperado de poner fin a la insurrección
independentista: relevó a Weyler, concedió a Cuba la autonomía política y arancelaria y
proclamó el final de las hostilidades.
La toma de posesión del nuevo gobierno autonómico cubano en enero de 1898 parecía que podía
dar paso a la pacificación definitiva, pero los independentistas no aceptaron el cese de las
hostilidades, a la espera de una intervención en la guerra de EE.UU.
En 1898 EE.UU. se decidió a declarar la guerra a España, con el pretexto del hundimiento del
acorazado Maine, fondeado en el puerto de La Habana para “proteger los intereses
norteamericanos en la isla”.
El gobierno norteamericano y su opinión pública responsabilizaron a España de la voladura del
barco y tras proponer la compra de la isla, lanzó un ultimátum que amenazaba con la guerra si
en tres días España no renunciaba expresamente a la soberanía.
En las Filipinas, tras tres años de insurrección independentista, el ejército español había
conseguido dominar en parte la situación. Pero, ante la inminencia de guerra entre Estados
Unidos y España, la flota norteamericana en Hong Kong se dirigió a las islas para apoyar a los
insurrectos.
El desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente, dada la superioridad militar y
técnica norteamericana y la mayor cercanía a los teatros de operaciones.
En Filipinas, los barcos estadounidenses tomaron Cavite, destrozando la flota española, tras lo
cual se hicieron con el control de Manila.
En Cuba, la flota del almirante Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, recibió la orden
de salir de puerto y fue destrozada por los barcos estadounidenses.
En diciembre de 1898 se firmó la Paz de París, por la cual España abandonaba Cuba, Puerto
Rico y Filipinas, que pasaron al dominio e influencia de EE.UU.
El desmantelamiento completo de los restos del Imperio colonial español se produce en junio
de 1899, cuando el gobierno español, consciente de la imposibilidad de mantener los últimos
reductos, cedió a Alemania las islas Marianas, las Carolinas y las Palaos, a cambio de 15
millones de dólares.
3.2.- LAS CONSECUENCIAS DEL DESASTRE. EL REGENERACIONISMO.
El “desastre del 98” extendió en la sociedad y la clase política española un sentimiento de
frustración, consecuencia de la destrucción del mito del imperio español, en el contexto de la
expansión imperialista de las potencias europeas en África y Asia, al tiempo que la prensa
extranjera calificaba a España como un país decadente, con un sistema político corrupto y un
ejército ineficaz.
En cuanto a las pérdidas humanas, se calcula que las guerras de 1895-1898 costaron la vida a unos
60.000 soldados españoles. La mayoría de las muertes se debieron a enfermedades infecciosas,
que dejaron graves secuelas en los supervivientes. Con el desarrollo del conflicto aumentaron las
protestas, sobre todo entre las familias pobres cuyos hijos no habían podido hacer frente a la
redención en metálico, a lo que se añadía la desmoralización de un país consciente de su propia
debilidad y de lo inútil del sacrificio.
Desde el punto de vista político, el desastre no supuso la quiebra del Estado, sino que el sistema de
la Restauración y el turno dinástico sobrevivieron, adaptándose a los nuevos planteamientos
regeneracionistas. En todo caso, los partidos dinásticos sufrieron un severo desgaste, más evidente
en el caso del Partido Liberal y su líder, Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota.
Consecuencia inmediata fue el ascenso de nuevos dirigentes como Silvela y Maura, en el bando
conservador, y Montero Ríos y José Canalejas, en el bando liberal.
Desde el punto de vista económico no cabe hablar de crisis, ya que la repatriación de capitales
supuso un aumento de la inversión, lo que reactivó la economía. Sin embargo, a largo plazo, los
efectos sí fueron graves, porque la derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las
colonias, así como de los mercados privilegiados que éstas suponían y de las mercancías que, como
el azúcar, el cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales.
Los movimientos nacionalistas conocieron una notable expansión, sobre todo en el País Vasco y
Cataluña, donde la burguesía industrial comenzó a tomar conciencia de la incapacidad de los
partidos dinásticos para desarrollar una política renovadora y orientó su apoyo hacia las

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TEMA 6.- EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902).-6 PUNTOS

formaciones nacionalistas, que reivindicaban la autonomía y prometían la modernización de la


estructura del Estado.
El desastre dio lugar a una crisis moral e ideológica que favoreció la aparición de movimientos
culturales y políticos que criticaron el sistema de la Restauración y defendieron la regeneración y
modernización de la vida política española:
El regeneracionismo (Joaquín Costa) defendía la modernización de la economía para superar
el atraso español y la alfabetización de la población (“escuela y despensa”), junto al
desmantelamiento del sistema caciquil, abriendo el sistema político a otras fuerzas y acabando
con las prácticas electorales fraudulentas. Este movimiento contó con cierto respaldo de las
clases medias.
La “Generación del 98” agrupó a una serie de intelectuales que se caracterizaron por su
profundo pesimismo, su crítica del atraso del país y su reflexión sobre el problema de España,
su sentido y su papel en la Historia.
La derrota militar implicó el desprestigio de los militares y un cambio en su mentalidad, ya que se
sintieron traicionados por los políticos y se inclinaron hacia posturas autoritarias, lo que supuso el
retorno de la intervención de los militares en la vida política, convencidos de que la derrota había
sido culpa de la ineficacia y la corrupción de los políticos y del sistema liberal y parlamentario.
Las consecuencias del 98 hicieron caer el gobierno liberal de Sagasta que fue sustituido por el
gobierno conservador de Francisco Silvela, que mostró una voluntad regeneracionista,
emprendiendo una política de reformas que iniciaba la descentralización administrativa y buscaba
el aumento de los ingresos del Estado. Sin embargo, las nuevas cargas fiscales provocaron una serie
de huelgas y protestas sociales que frenaron el espíritu renovador del nuevo gobierno.

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