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TEMA 6.- EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902).-6 PUNTOS
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TEMA 6.- EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902).-6 PUNTOS
En esta primera etapa de gobierno la orientación liberal fue bastante tímida, ante el temor de
que una apertura excesiva pudiera alarmar a los grupos sociales dominantes.
El gabinete Sagasta tomó medidas para terminar con las restricciones de la libertad de
expresión: limitó las denuncias por delitos de imprenta, devolvió sus cátedras a los profesores
represaliados y permitió que las asociaciones obreras y republicanas volvieran a actuar con
libertad.
La recesión económica y la timidez de las reformas del gobierno Sagasta provocaron una oleada de
disturbios y protestas ante las que el gabinete reaccionó con dureza. Ante la debilidad del gobierno
Sagasta, el Rey encargó la formación de nuevo gobierno a Cánovas, lo que supuso la vuelta al
poder de los conservadores en enero de 1884, reanudándose el férreo control sobre la prensa y
las medidas represivas (cierre de la Universidad de Madrid).
B) LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1885-1902)
La muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885 llevó a los dos líderes políticos, Cánovas y
Sagasta, ante el temor a una posible desestabilización del sistema político, a llegar a un acuerdo por
el que se comprometían a apoyar la regencia de Mª Cristina de Habsburgo, a facilitar el
relevo en el gobierno cuando éste perdiera prestigio y apoyos en la opinión pública, y a no echar
abajo la legislación que cada uno de ellos aprobara en el ejercicio del poder (Pacto del Pardo).
Los liberales de Sagasta formaron nuevo gobierno en noviembre de 1885, iniciándose el
llamado Parlamento Largo (hasta 1890), que llevó a cabo una serie de reformas con la
intención de incorporar al sistema algunas de las prácticas liberales asociadas a los ideales de la
revolución de 1868, culminando así la construcción del sistema político liberal:
Legislación orientada a crear una atmósfera de mayor libertad de expresión: libertad de
imprenta y libertad de cátedra.
La Ley de Asociaciones de 1887 restableció la libertad de asociación y fue decisiva para permitir
el desarrollo y expansión del movimiento obrero.
Aprobación del Código Civil (1889) que consagraba legalmente un orden social basado en la
primacía absoluta de la propiedad como derecho individual.
Restablecimiento del juicio por jurados.
Restablecimiento definitivo del sufragio universal (varones mayores de 25 años) por la ley
electoral de 1890, si bien esta conquista quedaba totalmente desvirtuada por la manipulación
electoral.
Los conservadores de Cánovas volvieron al poder entre 1890 y 1892, siendo la medida más
significativa de este periodo la adopción de una política proteccionista a través de la ley del
arancel de 1891, en un contexto de auge del movimiento obrero y de despertar de corrientes
nacionalistas en Cataluña o el País Vasco.
La vuelta al poder de los liberales (1892-1895) supuso el proyecto de reforma para la
administración y el gobierno de Cuba del ministro Maura, que fracasó por la oposición cerrada de
los intereses indianos.
La insurrección cubana de febrero de 1895 provocó el regreso al poder de los conservadores.
Toda la trayectoria de este gobierno estuvo marcada por la guerra de Cuba y por los intentos
fallidos, primero mediante la negociación (general Martínez Campos) y luego a través de las armas
(general Weyler), de dominar la isla. El asesinato de Cánovas en agosto de 1897 provocó su
sustitución como presidente del gobierno por Azcárraga, hasta la vuelta de los liberales al
gobierno en octubre de 1897.
El nuevo gobierno Sagasta (1897-1899) decidió, a la desesperada, probar la estrategia de la
conciliación, pero las reformas llegaron demasiado tarde y los independentistas cubanos se
negaron a aceptar el fin de las hostilidades. Este gobierno asistió al “Desastre del 98”, es decir,
la liquidación de los restos del Imperio colonial español, lo que le supuso un tremendo desgaste y
desprestigio.
La Reina Regente, de acuerdo con los mecanismos del turno, entregó en 1899 su confianza al
nuevo líder conservador, Francisco Silvela, quien encabezó un gobierno que mostró una
cierta voluntad de renovación, iniciando una política reformistas basada en la descentralización
administrativa y el aumento de los ingresos del Estado. Las dificultades que afrontaron las reformas
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de este gobierno llevaron a su caída en 1901 y a su sustitución por un nuevo gabinete liberal
presidido por Sagasta, último gobierno de la Regencia de María Cristina.
2.- LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902).
2.1.- LAS FUERZAS DE OPOSICIÓN: CARLISTAS Y REPUBLICANOS.
El sistema de la Restauración marginó a las fuerzas de oposición más radicales, es decir, aquellas
que no aceptaron la monarquía restaurada y el régimen político definido por la Constitución de
1876.
Los carlistas, tras su derrota bélica, optaron por el exilio en Francia y por las conspiraciones,
aunque la falta de apoyos impidió que pudieran llevar a cabo un levantamiento generalizado:
El carlismo se presentaba como la única fuerza política auténticamente católica, defensora de
la unidad religiosa, frente a la libertad de cultos recogida en la Constitución de 1876.
El sector más integrista del carlismo creó en 1888 el Partido Tradicionalista, liderado por
Ramón Nocedal, cuyas señas de identidad eran su antiliberalismo y la defensa de la tradición y
de la religión católica.
Los republicanos sufrieron una fuerte represión por parte de las autoridades políticas y se vieron
sometidos a un proceso de división interna en multitud de tendencias irreconciliables:
El Partido Posibilista de Castelar optó por entrar en el juego político de la Restauración,
aunque su presencia parlamentaria fue testimonial.
El Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla aglutinó a los núcleos más radicales y optó
por la vía insurreccional, protagonizando diversos pronunciamientos militares que fracasaron
como consecuencia de la falta de apoyo popular.
Los republicanos unitarios en torno a Salmerón.
Los republicanos federales siguieron a Pi y Margall.
La introducción del sufragio universal (1890) significó la revitalización del republicanismo y su
reunificación con ocasión de las elecciones de 1893 (Unión Republicana). Sin embargo, el
republicanismo sufrió las consecuencias del ascenso del movimiento obrero, lo que supuso que
perdiera gran parte de sus bases sociales y electorales, al tiempo que las burguesías periféricas ya
no buscaban el respaldo a la descentralización en la República, sino en los nacientes partidos
regionalistas y nacionalistas.
2.2.- EL MOVIMIENTO OBRERO: ANARQUISTAS Y SOCIALISTAS.
La Restauración supuso la ilegalización y represión de las organizaciones obreras, aunque la
apertura durante los periodos de gobierno del partido liberal permitió la expansión de las
asociaciones obreras y su definitiva legalización con la Ley de Asociaciones de 1887.
Los anarquistas se organizaron en la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE),
con una importante implantación en Andalucía y Cataluña, y desarrollaron una acción sindical de
carácter reivindicativo.
La continua represión del movimiento obrero favoreció que un sector del anarquismo optara
por la “acción directa”, consistente en la realización de atentados terroristas contra los pilares
básicos del sistema capitalista: el Estado, la burguesía y la Iglesia. La respuesta contundente de
las autoridades no hizo sino alimentar una dinámica de acción-represión continua.
El sector anarquista partidario de una acción de masas planteaba la revolución social como un
objetivo a medio plazo y daba prioridad al activismo reivindicativo y a la creación de
organizaciones de carácter sindical, lo que dio lugar a la fundación de Solidaridad Obrera
(1907) y de la CNT (1910), central anarco-sindicalista.
Los núcleos obreros madrileños de orientación marxista, encabezados por Pablo Iglesias, fundaron
en 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
El PSOE era un partido marxista de orientación obrerista, partidario de la revolución social,
que tenía su mayor implantación en Madrid, Vizcaya y Asturias. Su primer programa político se
basaba en tres objetivos fundamentales: la abolición de las clases sociales y la emancipación
de los trabajadores, la transformación de la propiedad privada en propiedad social o
colectiva, y la conquista del poder político por la clase obrera.
Contaba además con un programa reformista que pretendía la democratización del sistema y
la mejora de las condiciones laborales y salariales de la clase trabajadora.
En 1888 los socialistas impulsaron la creación de un sindicato de masas, la Unión General de
Trabajadores (UGT), que englobaba a todos los sectores de la producción y defendía la
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C) EL GALLEGUISMO
Particularidades de la sociedad gallega: sociedad eminentemente rural, con una débil burguesía y
una población mayoritariamente campesina, en la que la lengua gallega y las tradiciones culturales
propias estaban muy arraigadas.
El movimiento cultural del “Rexurdimento” significó el redescubrimiento literario de la lengua y
la cultura gallega, como signos de identidad del galleguismo.
Entre 1886 y 1889 se consolidan en Galicia las tres corrientes que configuran el regionalismo
gallego: el liberal de Murguía, el federal de Pereira y el católico tradicionalista de Brañas. Una de
las debilidades del regionalismo gallego en este momento, junto a la ausencia de una base social
específica, reside en la división ideológica que dificultó los acuerdos y colaboraciones.
El galleguismo político tiene sus raíces en la minoría culta que responsabilizaba a la subordinación
política de Galicia de su atraso económico.
3.- LA CRISIS DEL 98: LA LIQUIDACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL Y SUS CONSECUENCIAS.
3.1.- LA LIQUIDACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL.
Tras la Paz de Zanjón (1878), los gobiernos españoles no acometieron con decisión las reformas
descentralizadoras defendidas por los autonomistas cubanos, lo que, junto a una política
fuertemente proteccionista que estrangulaba la economía cubana, favoreció el surgimiento de
nuevas revueltas que condujeron a la independencia de la isla.
Causas de la independencia de Cuba:
El desarrollo de un sentimiento nacionalista cubano, que se reforzó durante la lucha contra los
españoles en la Guerra Larga (1868-1878), y que maduró en un movimiento independentista
indígena liderado por José Martí y Antonio Maceo.
El gobierno español fue retrasando la concesión del régimen de autogobierno, dejándose
presionar por los grupos con intereses coloniales, que se oponían a cualquier cambio que
pudiera reducir sus ganancias en la explotación de los recursos de la isla.
El fracaso de los proyectos de los gobiernos liberales de dotar a Cuba de una mayor autonomía
y de reformar su estatuto colonial (ejemplo: Proyecto Maura) provocó el descrédito del
Partido Autonomista Cubano y el aumento de los apoyos sociales a los sectores
independentistas.
La oposición cubana a los fuertes aranceles proteccionistas que España imponía para dificultar
el comercio con Estados Unidos, principal comprador de productos cubanos. La condición de
Cuba como espacio reservado para los productos españoles se reforzó con el arancel de 1891,
que daba lugar a un intercambio sumamente desigual, lo que provocó gran malestar tanto en
la isla como en EE.UU. El presidente de EE.UU. McKinley amenazó con cerrar las puertas del
mercado estadounidense a los principales productos cubanos (azúcar y tabaco), si el gobierno
español no modificaba su política arancelaria en la isla.
Los políticos norteamericanos eran firmes partidarios de la independencia cubana porque
significaba el abandono por los europeos de su última colonia en América, considerada por
EE.UU. su área natural de expansión imperialista (Doctrina Monroe).
La fundación del Partido Revolucionario Cubano, creado por José Martí en 1892, que será el
protagonista de la revuelta independentista.
La insurrección comenzó en febrero de 1895, en la parte oriental de la isla, con el “Grito de Baire”,
dirigida por Antonio Maceo y Máximo Gómez, que consiguieron extender la guerra a la parte
occidental de la isla.
El gobierno Cánovas designó al general Martínez Campos para dirigir la lucha contra la revuelta
y buscar una salida negociada a la crisis, pero su fracaso decidió al gobierno a su sustitución
por el general Valeriano Weyler, partidario de métodos más contundentes para acabar con la
insurrección.
La ofensiva militar permitió la recuperación de gran parte del territorio y fue acompañada de
una política de concentración de los campesinos en aldeas cerradas, para privar a los
insurrectos de apoyo popular. Se inició así una guerra de desgaste que se prolongó a lo largo
de 1896 y 1897, basada en la superioridad militar española y en la acción de los guerrilleros
cubanos, que recibían armamento y suministros estadounidenses.
Las medidas represivas de Weyler, junto a las enfermedades, provocaron una elevada
mortalidad y las destrucciones de plantaciones e infraestructuras agravaron la crisis de la
economía cubana.
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Tras el asesinato de Cánovas (1897), el nuevo gobierno liberal de Sagasta optó por la
estrategia de la conciliación, en un intento desesperado de poner fin a la insurrección
independentista: relevó a Weyler, concedió a Cuba la autonomía política y arancelaria y
proclamó el final de las hostilidades.
La toma de posesión del nuevo gobierno autonómico cubano en enero de 1898 parecía que podía
dar paso a la pacificación definitiva, pero los independentistas no aceptaron el cese de las
hostilidades, a la espera de una intervención en la guerra de EE.UU.
En 1898 EE.UU. se decidió a declarar la guerra a España, con el pretexto del hundimiento del
acorazado Maine, fondeado en el puerto de La Habana para “proteger los intereses
norteamericanos en la isla”.
El gobierno norteamericano y su opinión pública responsabilizaron a España de la voladura del
barco y tras proponer la compra de la isla, lanzó un ultimátum que amenazaba con la guerra si
en tres días España no renunciaba expresamente a la soberanía.
En las Filipinas, tras tres años de insurrección independentista, el ejército español había
conseguido dominar en parte la situación. Pero, ante la inminencia de guerra entre Estados
Unidos y España, la flota norteamericana en Hong Kong se dirigió a las islas para apoyar a los
insurrectos.
El desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente, dada la superioridad militar y
técnica norteamericana y la mayor cercanía a los teatros de operaciones.
En Filipinas, los barcos estadounidenses tomaron Cavite, destrozando la flota española, tras lo
cual se hicieron con el control de Manila.
En Cuba, la flota del almirante Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, recibió la orden
de salir de puerto y fue destrozada por los barcos estadounidenses.
En diciembre de 1898 se firmó la Paz de París, por la cual España abandonaba Cuba, Puerto
Rico y Filipinas, que pasaron al dominio e influencia de EE.UU.
El desmantelamiento completo de los restos del Imperio colonial español se produce en junio
de 1899, cuando el gobierno español, consciente de la imposibilidad de mantener los últimos
reductos, cedió a Alemania las islas Marianas, las Carolinas y las Palaos, a cambio de 15
millones de dólares.
3.2.- LAS CONSECUENCIAS DEL DESASTRE. EL REGENERACIONISMO.
El “desastre del 98” extendió en la sociedad y la clase política española un sentimiento de
frustración, consecuencia de la destrucción del mito del imperio español, en el contexto de la
expansión imperialista de las potencias europeas en África y Asia, al tiempo que la prensa
extranjera calificaba a España como un país decadente, con un sistema político corrupto y un
ejército ineficaz.
En cuanto a las pérdidas humanas, se calcula que las guerras de 1895-1898 costaron la vida a unos
60.000 soldados españoles. La mayoría de las muertes se debieron a enfermedades infecciosas,
que dejaron graves secuelas en los supervivientes. Con el desarrollo del conflicto aumentaron las
protestas, sobre todo entre las familias pobres cuyos hijos no habían podido hacer frente a la
redención en metálico, a lo que se añadía la desmoralización de un país consciente de su propia
debilidad y de lo inútil del sacrificio.
Desde el punto de vista político, el desastre no supuso la quiebra del Estado, sino que el sistema de
la Restauración y el turno dinástico sobrevivieron, adaptándose a los nuevos planteamientos
regeneracionistas. En todo caso, los partidos dinásticos sufrieron un severo desgaste, más evidente
en el caso del Partido Liberal y su líder, Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota.
Consecuencia inmediata fue el ascenso de nuevos dirigentes como Silvela y Maura, en el bando
conservador, y Montero Ríos y José Canalejas, en el bando liberal.
Desde el punto de vista económico no cabe hablar de crisis, ya que la repatriación de capitales
supuso un aumento de la inversión, lo que reactivó la economía. Sin embargo, a largo plazo, los
efectos sí fueron graves, porque la derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las
colonias, así como de los mercados privilegiados que éstas suponían y de las mercancías que, como
el azúcar, el cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales.
Los movimientos nacionalistas conocieron una notable expansión, sobre todo en el País Vasco y
Cataluña, donde la burguesía industrial comenzó a tomar conciencia de la incapacidad de los
partidos dinásticos para desarrollar una política renovadora y orientó su apoyo hacia las
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