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El Populismo posfundacional de Ernesto Laclau;

¿inconsistencia teórica o decisionismo onto-


político?1
Luis Santiago Grimmer.

Introducción.
El objetivo de este trabajo es, en primer lugar aplicar las reflexiones esbozadas
por Oliver Marchart en su libro “El Pensamiento Político Posfundacional” al
pensamiento de Ernesto Laclau, tomando en consideración la clara vinculación del autor
con esta corriente. Dentro de una elaboración propia, trataremos extendernos más allá
de lo planteado por Marchart para englobar la concepción laclaudiana de populismo.
Nuestra hipótesis principal será demostrar como, partiendo de una decisión meta-teórica
dentro de su modelo, puede hacerse inteligible la relación entre este último y la noción
de articulación hegemónica populista. Es a la luz de la diferencia ontológica, como
atributo epistemológico central del pensamiento político posfundacional, que trataremos
de comprobarlo.
En una primera instancia, desarrollaremos brevemente el concepto de
pensamiento posfundacional de Marchart y como la diferencia ontológica de Heidegger
juega un rol clave en las raíces del mismo, pasando a ser considerada como diferencia
política.
Posteriormente, mostraremos como las características de este pensar pueden
encontrarse en los lineamientos principales de la obra de Ernesto Laclau basándonos en
lo que es especificado por Marchart en el capitulo a él referido, así como también en lo
rescatado en una relectura de la obra del autor bajo esta óptica.
Luego, nos dedicaremos sucintamente al concepto de populismo de Laclau para
a partir de ahí, introducirnos en las características posfundacionales que encontramos en
el mismo y por ende, el rol que juega la diferencia política en esta construcción teórica.
En las consideraciones finales, evaluaremos la relevancia de la hipótesis
planteada. Es decir, si efectivamente podemos comprender mejor la relación entre el
planteo teórico de Laclau y su posicionamiento favorable hacia el populismo, partiendo
del modelo del pensamiento posfundacional y las características que mencionaremos
como propias del mismo.
El hecho sobre el que pondremos énfasis en esta parte final del trabajo es cómo,
ante la ausencia de una relación directa y lineal entre la teoría de la hegemonía de
1
Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010

1
Laclau y la defensa por él realizada sobre la construcción populista de la política, la
vinculación entre ambas solo puede tomar sentido por medio de la intervención
netamente política del propio autor en tanto supedita lo onto-político a un elemento del
campo de las singularidades ónticas.
Consideramos que es la apertura al campo de la decisión en el sentido
derridiano, favorecida por un marco epistemológico que repara en la diferencia
ontológica heideggeriana, lo que da legitimidad a este movimiento teórico-político por
parte de Laclau.

El pensamiento político posfundacional en Laclau.


La diferencia ontologica en tanto diferencia política.
Marchart considera que el surgimiento de un pensamiento político
posfundacional es producto de un cambio de horizonte en lo que concierne a la
interpretación del origen de un ordenamiento político, siendo la creciente distinción
entre los conceptos de “la política” y “lo político” dentro del marco de la teoría política
un síntoma de esta situación. Para poder llegar a una definición precisa de este
pensamiento, la primera tarea que realiza el autor es diferenciarlo tanto del pensamiento
fundacional de la filosofía política clásica, siendo este el paradigma vigente con
anterioridad, como de una corriente denominada “antifundacional”. El criterio
demarcatorio entre una visión y otra son los diferentes presupuestos ontológicos que
plantean. En la primera se parte sobre la presunción de un fundamento último que
determine la realidad social mientras que el pensamiento antifundacional postula, como
su nombre lo indica, una ausencia absoluta de fundamentos ontológicamente relevantes,
cayendo así en una forma de nihilismo político.
Focalizándonos ahora en el pensamiento fundacional, su sustento epistemológico
esta dado por lo que ha sido llamado críticamente como la metafísica de la presencia.
Esta denominación la recibe al suponer una sutura entre lo óntico y lo ontológico, lo que
le permite afirmar la presencia de un fundamento político único, más allá de toda
contingencia. Asimismo, ha sido vista como una perspectiva esencialista ya que asume
la posibilidad de acceder sin mediaciones a una esencia de la cosa política. A partir de
esta, se puede conformar un criterio para clasificarla según los efectos ejercidos sobre la
sociedad; perjudiciales cuando la ponen en riesgo o beneficiosos cuando la perpetúan.
El pensamiento posfundacional se ubica en una postura radicalmente diferente.
Si bien es correcto afirmar que no le atribuye un carácter definitorio a ningún

2
fundamento en el plano ontológico, pregona a la vez “la necesidad de algunos
fundamentos”2, distanciándose así del pensamiento antifundacional. Es decir, supone la
pérdida de relevancia de un único fundamento que determine ontológicamente a la
sociedad, siendo concomitante la emergencia de una pluralidad de fundamentos
contingentes en boga que puedan suplir dicha ausencia. Es de esta forma en la que se
puede comprender la variedad intrínseca que se presenta ónticamente; “la pluralización
de los fundamentos y de las identidades dentro del campo de lo social es el resultado de
una imposibilidad radical, de una brecha radical entre lo óntico y lo ontológico que es
preciso postular a fin de dar cuenta de la pluralidad en la esfera óntica” 3. Estamos así
ante un fundar parcial y frustrado de lo social, ya que nunca es de carácter definitivo. Se
encuentra en todo caso, sujeto a la variabilidad constante entre fundamentos.
Por su parte, la diferencia política como construcción análoga a la
reformulación heideggeriana de la diferencia ontológica es lo que conforma el sustento
epistemológico principal de este paradigma, al romper la ligazón de necesariedad
establecida entre lo óntico y lo ontológico. Definamos más precisamente entonces como
es elaborada.
Empecemos por decir que la “disolución de los marcadores de certeza”, usando
palabras de Lefort, puede hacerse más explícita a partir de las consideraciones de
Heidegger acerca de la relación de mutua inclusión y exclusión reciproca entre el
fundamento y abismo. La presencia de un fundamento puede ser explicada únicamente
como algo construido sobre un abismo, la creación de algo donde antes no había nada;
mientras que el abismo plantea la posibilidad del surgimiento de un nuevo fundamento,
ya que puede originarse a partir de este.
Llevándolo al plano político/política, mientras que el primero hace referencia a
lo ontológico, el acto de desfundar creando un abismo y a la vez, fundar sobre el abismo
creado; la política deviene en manifestación óntica de este momento, englobando las
diferentes expresiones particulares de lo político. Este es el ámbito de las diferentes
prácticas políticas y regímenes surgidos de las mismas. En otras palabras, lo político es
la apertura a las diferentes posibilidades de fundación mientras que la política es la
actualización concreta de dichas posibilidades. La política, como parte del sistema
social, genera en ciertas circunstancias una reactivación del momento fundacional,
convirtiéndose en la puerta de acceso a lo propiamente político, en tanto que lo social
2
Marchart, Oliver. El Pensamiento Político Posfundacional. La diferencia política en Nancy, Lefort,
Badiou y Laclau, FCE, 2009. Pág. 29. En cursiva en el texto original.
3
Ibídem. Pág. 30.

3
esta conformado por la sedimentación y consecuente desactivación del momento
político que lo origina. Estas distinciones propias de Laclau las retomaremos en el
apartado correspondiente a fin de detallarlas de manera más precisa.
Siguiendo esta definición, en el Augenblick político como instaurador de las
relaciones sociales, se asiste a un doble pliegue:
“Por un lado, lo político, en tanto momento instituyente de la
sociedad, opera como fundamento suplementario para la
dimensión infundable de la sociedad; pero, por el otro, este
fundamento suplementario se retira en el “momento” mismo en
que instituye lo social. Como resultado de ello, la sociedad
siempre estará en busca de un fundamento último, aunque lo
máximo que se puede lograr es un fundar efímero y contingente
por medio de la política (una pluralidad de fundamentos
parciales).”4
En un movimiento cuasi-trascendente, la diferencia política pasa a ser tanto
condición de posibilidad como de imposibilidad para el surgimiento de una pluralidad
de fundamentos contingentes. En tanto condición de posibilidad, a partir de la ruptura
de la relación lineal entre lo óntico y lo ontológico, este último pasa a estar ausente del
plano óntico, dando espacio a que una pluralidad de “fundamentos” puedan asumir
dicho carácter. A la vez, la diferencia política se convierte en una condición de
imposibilidad de alcanzar un fundamento propiamente dicho. Si la escisión
ontológico/óntico es planteada tan radicalmente, nunca será posible encontrar un
fundamento ontológico que sea realmente tal, un fundamento que logre determinar de
forma incondicional los atributos de la sociedad sino que solamente se puede aspirar a
relaciones parciales entre ambos, del tipo contingente pero necesariamente contingente.
Es preciso un fundamento pero, a la vez, este estará ligado a las variaciones de la
relación entre lo óntico y lo ontológico.
Nos encontramos en un terreno en que la contingencia y la necesidad no son
elementos mutuamente excluyentes de una ecuación sino que, al contrario, se requieren
uno al otro, posibilitando e imposibilitando a la vez sus respectivos funcionamientos. En
este sentido es que solamente se puede pensar en una ontología en términos de una
hauntologie, en tanto se presenta una superposición de las condiciones de posibilidad y
de imposibilidad del acontecimiento. Este termino, acuñado por Derrida, refiere a
4
Ibídem. Págs.22-23. Cursivas en el original.

4
pensar lo ontológico como algo ausente e inalcanzable pero que a la vez se hace
presente por sus efectos en el ámbito de lo óntico. Un sistema de significación requiere
justificar necesariamente su existencia en algún tipo de elemento autodeterminado,
exterior a sí mismo. Estamos frente a la misma lógica presente en la relación
abismo/fundamento respecto al solapamiento de las condiciones de posibilidad e
imposibilidad.
Al igual que en la diferencia ontológica, se requiere un pasaje por el campo de
lo óntico para acceder a lo ontológico. Introduciendo un concepto propio del
pensamiento de Laclau, la brecha insalvable entre lo político y la política genera una
contaminación reciproca entre ambos nociones. Cualquiera de los elementos ónticos de
la política que permitan dar cuenta del momento de fundación del régimen, se
encontrara como tal afectado por las determinaciones históricas propias de su contexto
de origen.
Ya en las partes finales de su libro, luego de analizar los aportes teóricos más
importantes del pensamiento posfundacional, Marchart radicaliza aún más las
implicancias de la diferencia política, llevándolas al plano epistemológico. Si una
ontología general del ser se encuentra ausente, su resolución se da a partir de un
elemento de lo óntico que pasa a convertirse en su forma precaria de acceso. Es decir,
el concepto más próximo a ser aprensible como una ontología general va a encontrarse
siempre influido por las afecciones ónticas, propias y particulares a su marco de
aparición. Solamente tendremos una ontología de carácter regional que nos aproxima a
los efectos producidos por una hauntologie, planteándose una situación indecidible
entre diversos sostenes epistemológicos. A partir de la ejecución de una decisión
propiamente política sobre dicho indecidible, en tanto toma de postura necesariamente
contingente, el propio Marchart le atribuye a lo onto-político el preocuparse por las
cuestiones que atañen al fundamento/abismo, no de algún ser particular, sino al de todo
ser posible5. Se le asigna así, el privilegio de ser fundador de todo tipo de construcción
social, incluso el campo anteriormente considerado despolitizado de la filosofía; lo cual
implica que, a partir de aquí, toda intervención filosófica puede ser vista a la vez como
una forma de intervención política sobre el imaginario sobredeterminado de la realidad
social.
De esta manera, encontrándose toda instauración de un fundamento, incluso el
de un fundamento filosófico-epistemológico como al que nos referimos aquí,
5
Ibídem. Pág. 220.

5
subsumido a una decisión política, es la ontología política la que cumple la función de
suplir a la ontología en el sentido tradicional del termino. Siguiendo este razonamiento,
al ser lo político el campo de la ontología por excelencia, es su lógica inherente en tanto
decisión política la única que se yergue como criterio válido en la búsqueda de
aproximación parcial entre lo ontológico y lo óntico.

La diferencia política en la obra de Ernesto Laclau.


El planteo de Laclau se sustenta en la premisa básica de considerar a la realidad
social con los mismos atributos que el ámbito discursivo. El sistema social opera como
un sistema de significación simbólica que establece relaciones a partir de su división en
significante/significado entre los elementos que lo conforman, remitiendo esto al
carácter sobredeterminado de lo social. Los vínculos significante/significado
desembocan en que todo acto y toda relación social esta enmarcada en un constante
proceso de interpretación múltiple.
La operatividad del sistema se logra a partir dos lógicas contrapuestas, la lógica
de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Mientras que la primera describe el
proceso por el cual cada uno de los elementos que forman el sistema constituyen su
identidad propia en tanto se diferencian entre sí, definiéndose en tanto lo que otros
elementos no son; la segunda se sustenta en definir a los elementos como lo que
presentan en común entre sí, el ser parte de un mismo sistema de significación.
Ambas lógicas son necesarias pero desfavorables para la conformación de un
sistema. La lógica de la equivalencia acentúa la cohesión del sistema al dar a los
elementos cierta homogeneidad entre sí, pero a la vez es disruptiva ya que si su
predominio fuese absoluto, estaríamos ante un sistema absolutamente cerrado, que no
permitiese las identidades diferenciales al interior del mismo. Por otro lado, la lógica de
la diferencia da funcionalidad al sistema en tanto distingue a sus elementos internos
como tales, dándoles su significación propia. De todos modos, su predominio también
sería contraproducente para el sistema ya que no permitirá su existencia si las
diferencias entre los elementos fuesen absolutas. En un proceso dinámico, ambas
lógicas imposibilitan mutuamente sus accionares propios en una relación de
contingencia necesaria, superponiéndose entre sí como condiciones de posibilidad e
imposibilidad para la conformación de una estructura discursiva.
Pensado la cuestión de la delimitación de una formación discursiva, puede verse
más claramente como el funcionamiento simultáneo de la lógica de la diferencia y de la

6
equivalencia permite la operatividad propia del sistema. Los límites se establecen
respecto a una identidad social antagónica, aquello excluido radicalmente del sistema y
por medio del cual se dota de sentido el mismo. Dicho elemento se significa en tanto es
negado por aquellos incorporados al sistema, mientras que estos últimos se equivalen
entre sí respecto a esta negación. Esto se convierte en el fundamento de la conformación
de precarios lazos identitarios. Vemos así que los límites solamente pueden ser
pensados por medio del antagonismo con un elemento externo que brinde una cohesión
y sistematicidad interna ya que estos no pueden explicarse a partir de una mera
diferencia como las que presenta el sistema a su interior sino que se requiere un quiebre
en el proceso de significación. De esta manera, este concepto de antagonismo muestra
los límites de la objetividad del sistema y pone de manifiesto a la vez la imposibilidad
de una sociedad reconciliada y plena, la cual admita la integración diferencial de todos
los elementos posibles de una manera aconflictiva.
A partir de aquí, toma relevancia la noción de significante vacío siendo definido
como aquel significante, aquella particularidad, que se escinde de sus contenidos
particulares y pasa tanto a encarnar como a suplir la función de la totalidad ausente del
sistema, entendiendo esta ausencia a partir de su exterioridad. Dicho elemento “no es un
parte de un todo sino una parte que es el todo”6, el particularismo del elemento no se
elimina sino que son acentuados determinados rasgos propios que le permiten
presentarse como universalizable, privilegiando su dimensión equivalencial por sobre la
diferencial.
Sin embargo, si este significante a encarnar la plenitud fallida surge de un
contexto histórico específico, nunca puede escindirse del mismo. Existe una cierta
negociación al interior del significante vacío entre su particularidad y su universalidad a
través del accionar de las lógicas de la equivalencia y la diferencia, una suerte de
contaminación reciproca. Este es el nivel máximo de universalidad que puede
alcanzarse socialmente, lo que Laclau da a llamar un universal relativo. Esa insalvable
brecha entre lo particular y lo universal nos muestra como subyace la diferencia
ontológica en el surgimiento de un significante vacío.
Una cuestión relevante son las características por las cuales un significante pasa
a ser vaciado de su contenido y por ende, estructurador del sistema. Si un elemento
cualquiera del sistema tiene la posibilidad de erguirse como la representación de la
totalidad, significa que todos tienen una potencial igualdad de condiciones al respecto.
6
Laclau, Ernesto. La Razón Populista, FCE, 2007. Pág. 146. En cursiva en el original.

7
La resolución de esta situación esta dada por la introducción del concepto de la
articulación de las demandas a partir de la equivalencia entre sí y su diferencia hacia un
otro antagónico, siendo este movimiento lo que conforma una hegemonía. La
articulación remite netamente a un proceso político en el cual los diferentes
significantes del sistema, diferentes posturas políticas, compiten entre sí para lograr la
representación de las demandas sociales.
Nos encontramos ahora en mejores condiciones para retomar lo mencionado
anteriormente respecto a la sedimentación social y la reactivación política. Mientras que
la primera conforma puntos nodales, rudimentarias acumulaciones de sentido producto
de diferentes fundaciones parciales que pasan a conformar parte del tejido de lo social;
el segundo refiere al proceso de conformación de un nuevo bloque hegemónico, en el
cual se reactiva el elemento netamente político que se presenta en el origen de lo social,
en tanto desfunda las sedimentaciones previas e instituye un nuevo ordenamiento
político. Este es un proceso a partir del cual la política reactiva las sedimentaciones del
campo social, operando como una apertura hacia el momento político originario; una
mediación óntica que da acceso a lo ontológico. Se presenta así una clara diferenciación
entre lo social y lo político, dándole a este último un privilegio al ser aquel que
construye la realidad social por medio de la conformación contingente de significantes
vacíos. Estas consideraciones son fundamentales para brindarle al modelo una faceta
histórica al permitir la comprensión diacrónica de los procesos como la sucesión de
diferentes articulaciones hegemónicas, afectadas por las sedimentaciones presentes en lo
social.
A partir de aquí, también tenemos que tomar en consideración que ningún
significante esta destinado a suplir el fundamento ausente pero, a la vez, se excluye un
voluntarismo absoluto donde todos los significantes del sistema puedan llevar a cabo
esta función. Esto se debe al llamado carácter desnivelado de lo social, el cual pone el
acento en la presencia de estos diversos puntos nodales y como ejercen su influencia
sobre la forma en la que surge una nueva articulación hegemónica.
En consonancia con la noción de hauntologie, el sistema de significación
solamente puede tener existencia a partir del surgimiento de un significante vacío,
mediante una particularidad que asuma la representación de una totalidad ausente. De la
misma forma, al estar ausente del sistema, solamente se puede acceder a lo ontológico
con una mediación por lo óntico. La falla del propio sistema en constituirse se pone de
manifiesto por los efectos reflejados en la pluralidad óntica.

8
Viendo esto desde la perspectiva de la articulación de demandas, Laclau también
se nutre la noción de los indecibidibles de Derrida y de su concepto de decisión. Si
definimos la indecibilidad como aquel campo en el cual no hay una regla racionalmente
establecida sobre que proceder seguir, el traspaso de una demanda a un significante
vacío coincide en sus características con esta definición. No hay una determinación en
última instancia sobre que demanda se tornará hegemónica, encontrándonos ante una
indecibilidad estructural en torno a la elección del elemento estructurador del sistema.
A la vez, la decisión es definida como un acto singular que conforma la
regularidad del sistema, siéndole absolutamente independiente y exterior. Al no lograr
el mismo autodeterminarse, busca un elemento exterior a sí para lograrlo y es la
decisión el suplemento que logra tal objetivo. Esta instancia pasa a ser central en tanto
elemento indeterminado y autosustentado sobre cual de los elementos representará a la
totalidad ausente. Es suplemento en un sentido deconstructivo, en tanto suple un
fundamento ausente pero, por esta función, pasa a ser necesario para la sistematicidad
del sistema. Es a partir del suplemento de la decisión política incondicionada en pos de
una de las alternativas presentes que se puede conformar la totalidad fallida de la
sociedad.
En varios aspectos, encontramos el mismo empleo de la contingencia y la
necesidad que plantea el pensamiento posfundacional. La necesidad se manifiesta en
tanto el sistema requiere de un fundamento exterior. A la vez, el reemplazo de esta
totalidad ausente puede ser llevado acabo de igual modo por una multiplicidad de
elementos, por una pluralidad de significantes del sistema. De esta manera, es
contingente la forma en la que es finalmente articulada una hegemonía y el simultaneo
surgimiento de un significante vacío.

La razón populista y la diferencia política.


En su obra “La Razón Populista”, Laclau busca rescatar el concepto del
populismo frente a las diversas críticas que se le han realizado. Los aspectos centrales
que le preocupan al autor son los de ambigüedad y retórica como atribuciones hechas al
populismo que, en cierta forma, hacen que este sea visto como un elemento patológico
para la realidad social.
En lugar de partir por demostrar como dichas propiedades han sido
erróneamente asignadas al populismo, Laclau busca demostrar como ambas son
dispositivos activos dentro del ámbito político. Por un lado, destaca como la

9
ambigüedad es una característica intrínseca de la realidad social pensándola en los
términos de la sobredeterminación que esta presenta; descartando atribuírsela
exclusivamente al fenómeno populista. Con respecto a la retórica, Laclau demuestra
como el reemplazo de un término literal por uno figurativo es primordial en el
surgimiento de una conformación social. Por esto refiere a la lógica inherente de un
significante vacío que hemos abordado anteriormente.
En pos de justificar estas aserciones, retomará varias de las nociones básicas de
su pensamiento que hemos enumerado en la sección anterior, reelaborándolas
levemente. Así mostrará como la conformación de un pueblo, de ese elemento que
busca encarnar a la totalidad, es lo que define por excelencia a la política. Dicha
conformación se logra por medio del empleo de un significante vacío que articule,
dando un privilegio a la lógica equivalencial, una serie de demandas insatisfechas por el
sistema político vigente.
Es valida la mención de dos nuevos conceptos teóricos que introduce el autor en
referencia a esto, la heterogeneidad social y los significantes flotantes; complejizado
todavía más el modelo. Partiendo de lo ya mencionado en el apartado anterior, la
heterogeneidad social consiste en aquellas demandas residuales, por así llamarlas, que
no poseen una inscripción específica dentro de alguno de los bloques hegemónicos
antagónicos. En el caso de los significantes flotantes, nos encontramos ante un
significante que es, a la vez, articulador de demandas contrapuestas y por ende, de
conformaciones hegemónicas antagónicas.
La relevancia de ambos elementos radica en darle aún más dinamismo a su
teoría de la hegemonía, comprendiendo de manera más específica la alternancia entre
bloques hegemónicos. En situaciones de crisis orgánicas, en el sentido gramsciano, las
fronteras antagónicas estables donde prima un significante vacío se desestabilizan
pasando a ser este flotante sometido a la presión estructural de demandas enfrentadas.
En algunos casos, la reconformación de un nuevo sistema de significaciones, demandas
pertenecientes a la heterogeneidad social pasan a ser articuladas dentro del mismo
mientras que otras anteriormente incorporadas pasan a estar desvinculadas del
antagonismo fundante. Lo político radica en este juego indecidible entre lo vacío y lo
flotante7 al ser su resolución lo que subvierte y origina lo social simultáneamente.
En base a estas consideraciones, Laclau considera tres rasgos centrales para una
lógica populista; la búsqueda de ruptura con el orden vigente, la posterior conformación
7
Ibídem. Pág. 192.

10
de un nuevo bloque hegemónico a partir de la constitución de un antagonismo fundante
y la incorporación de la demandas de sectores anteriormente pertenecientes a la
heterogeneidad social.
A su vez, el surgimiento de esta modalidad se encuentra contrapuesto a una
forma institucional de la política, sustentada en una integración de las demandas a través
de la lógica diferencial, imposibilitando cualquier tipo de vínculo hegemónico que
pueda establecerse entre las mismas. Para el autor, el predominio absoluto del
funcionamiento de esta lógica representaría la caída en la repetición de las prácticas
sedimentadas de lo social, asistiendo así a una erradicación de lo político por la política,
una cesión del campo indomable de la fundación política al campo de la administración.
No habría posibilidad de una reactivación del momento político a través de la política,
siendo el olvido de los orígenes de algún modo total.
Laclau demuestra como los elementos de antagonismo, significante vacío y las
lógicas de la diferencia y la equivalencia, en tanto rasgos propios de lo político, son
fundamentales para comprender una definición correcta del populismo, siendo este una
consecuencia posible del mismo. Sin embargo, esto se torna problemático al dar por
sentada la validez del movimiento inverso. Es decir, considerar que al presentar el
populismo determinaciones propias de lo político, pueda decirse que este es la forma
por excelencia de acceder su ontología8.
Sostenemos que caeríamos en un error si pensásemos que este punto refiere a un
cierto esencialismo en torno al populismo, posicionándolo en un lugar privilegiado de la
lucha política. Esto iría completamente en contra del posicionamiento epistemológico
del autor, situado dentro del pensamiento posfundacional. Por el contrario, creemos que
es claro como la diferencia política también juega su papel en la forma de pensar el
modelo populista.
Consideramos que cuando Laclau define al populismo como una lógica política 9,
siendo estas las que se refieren a la fundación propia de lo social, abre la posibilidad a
que existan otras lógicas que puedan cumplir esta misma función, por fuera de la lógica
populista. A la vez, es válido el mismo argumento respecto de las identidades y como se
construyen; el populismo, para ser definido como tal, necesita presentarse en una
relación diferencial y antagónica respecto a otros elementos. Esto significaría que esta

8
Ibídem. Pág. 91.
9
Ibídem. Pág. 150

11
presente la alternativa de que otros elementos permitan un acceso a una concepción
universal de lo social, sin haber una jerarquía preestablecida entre ellos.
Por otro lado, al surgir el populismo de un momento histórico dado y, a la vez,
dependiendo para su conformación del contexto social, estamos hablando de una
alternativa política particular, óntica. Así, afirmar que a través del populismo se accede
a lo político, es lo mismo que decir que se requiere un significante vacío para acceder a
ese máximo posible de universalidad alcanzable, al universal relativo. En términos de
diferencia política, esto significa lo mismo que ya ha sido mencionado más de una vez
hasta aquí; la necesidad de un paso por el campo de la política, el populismo, para
acceder al plano de lo propiamente político, la fundación de las relaciones sociales.
A su vez, hay una indecibilidad estrucutural en tanto al elemento óntico que
permite esa apertura hacia lo político entendida como articulación y conformación de
hegemonía. Esta es resuelta a partir de una decisión necesariamente contingente, de
parte del propio autor y de una manera similar al caso de Marchart, la que le da a una
particularidad la posibilidad de asumir la representación del todo; a que el populismo
sea representativo de lo político como tal.
Estos dos rasgos, el paso por lo óntico y la decisión sobre un terreno indecidible,
son los que creemos que ponen de manifiesto más claramente como la definición del
modelo populista esta condicionada parcialmente por la cercanía del autor con el
pensamiento posfundacional.

Consideraciones Finales.

A lo largo de este trabajo, hemos intentado explicar el concepto de pensamiento


político posfundacional que define Oliver Marchart y como la obra de Ernesto Laclau se
enmarca dentro del mismo. Es principalmente en la insalvable brecha entre lo universal
y lo particular que define este último autor donde encontramos a la diferencia política
subyaciendo a su posicionamiento epistemológico.
Hemos visto como la teoría de la hegemonía y sus conceptos principales se
nutren de la perspectiva posfundacional, encontrándose como elemento destacado la
aplicación de una resolución similar a la distinción entre los entes y el ser; en tanto es
un elemento del campo óntico, de la política, el que permite demostrar los efectos de
una ontología ausente, de un fundamento político perdido. Nos referimos al mentado
proceso de articulación, por el cual una demanda se vacía de su contenido particular

12
para convertirse en el significante vacío que permite el dinamismo propio del sistema de
significaciones.
Por otro lado, en lo que consideramos un avance propio sobre la temática
planteada, se encuentra el análisis hecho sobre el modelo populista de Laclau desde esta
perspectiva. A nuestro entender, en este caso también se presenta un acceso a la
ontología de lo político ausente a través de una mediación por la política. La lógica
política populista, a través del suplemento de la decisión hecha por el propio Laclau, es
la forma en que lo político se hace presente, es la forma óntica en la cual se puede
acceder a lo ontológico. Creemos que esta es la manera en la que se pueden
compatibilizar más correctamente y, a la vez, hacer legítima la vinculación entre la
formulación netamente teórica de Laclau y lo que pasa a ser un posicionamiento político
por su parte, derivado de una intervención meta-teórica.
En el caso en que hubiese una vinculación lógica y directa entre la teoría de la
hegemonía y una forma populista de hacer política, podríamos pensar que se
abandonaría una noción posfundacional donde la brecha entre lo óntico y lo ontológico
es insalvable. Si Marchart afirma que “nunca seremos capaces de obtener un
fundamento ontológico que funde o determine una política óntica particular, pues seria
contradictorio”10, la afirmación de Laclau respecto a que “el hecho de que uno prefiera
un tipo de articulación a otra no significa que una sea, en un sentido teleológico, la
“verdadera” y la otra se pueda desechar como una “distorsión”. Si fuera así, la lucha
hegemónica se habría ganado antes de comenzar”11, se encuentran en la misma sintonía.
Ambas afirmaciones se refieren a la imposibilidad de encontrar un fundamento último
que determine lo social, quedándonos únicamente con una pluralidad de fundamentos,
todos de igual carácter contingente. En esta noción subyace la inevitabilidad de hacer
un paso por la política para suplir la ausencia de este principio, haciéndose notar la
misma a partir de sus consecuencias.
Nos encontramos ante la problemática por excelencia de un pensamiento político
posfundacional y, siendo más generales, del pensamiento político actual. Ante la caída
de un polo trascendente, perdemos un criterio que valide la elección de una entre las
tantas alternativas políticas presentes en el horizonte de significaciones que componen

10
Marchart, Oliver. El Pensamiento Político Posfundacional. La diferencia política en Nancy, Lefort,
Badiou y Laclau, FCE, 2009. Pág. 207.
11
Laclau, Ernesto. “Estructura, historia y lo político- Respuesta a Žižek” en Contingencia,
Hegemonía, Universalidad. Diálogos contemporáneos de izquierda, FCE, 2003. Pág. 206.

13
el tejido social; al tener todas una cierta igualdad de posibilidades de hacerse con un rol
hegemónico. Estamos en el terreno de una indecibilidad estructural, performativa de la
realidad social. Por esto nos referimos a la ausencia de un correlato lógico entre sus
elementos, lo que da espacio al surgimiento de una decisión autodeterminada, en el
sentido planteado por la visión deconstructivista. Esta es la solución a la que recurre
tanto Laclau para justificar y explicar el modo en que una demanda social surge como
políticamente predominante como para destacar al populismo como la forma política
por excelencia. Respecto la ruptura de la relación directa entre lo óntico y su
fundamento ontológico, es la decisión la que permite la apertura al movimiento por el
cual un elemento del campo óntico reemplaza a esa totalidad ausente. En el caso de la
elección de Laclau del populismo en desmedro de otras alternativas, es una alternativa
política particular la que actualiza las posibilidades abiertas por el momento político.
Por caso, consideramos que el rechazo de Laclau hacia la supuesta antinomia por
antonomasia del populismo, la caída en la pura administración de la cosa pública, no es
del todo plausible. Aunque esta alternativa se presente como la forma en la que la
sociedad se reconcilia con sí misma, la brecha entre lo particular y lo universal, entre la
política y lo político siempre se mantiene insalvable y seguirá mostrándose en la
contingencia necesaria de la construcción de un fundamento político. Un discurso no
perdería su matiz político al presentarse como apolítico; al contrario, sería también un
intento precario de institución. El sustento de este argumento no parte de Laclau, quien
plantea justamente lo opuesto a lo que hemos dicho cuando se refiere a las formas
políticas que priman el momento diferencial de las demandas, sino de las conclusiones
de la obra de Marchart:
“La denegación de la naturaleza sin fundamento de la sociedad
es meramente la manera fundacionalista de instituir la sociedad
(sin ser capaz, en definitiva, de fundarla). Continúa siendo un
gesto político incluso en su vano intento de abolir la política y/o
lo político. Y, por esa razón, la lucha política contra el
desplazamiento de la política es una lucha por el grado de
desplazamiento ideológico o, viceversa, por el grado de
politización y no una lucha contra lo ontopolítico, que, como
tal, permanece fuera del alcance de toda política óntica. La
sociedad, ontopolíticamente hablando, ha sido y siempre
seguirá siendo infundable y antagónica, al margen de la

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política particular actualizada. Es fundable solo en la
diferencia insalvable entre lo social, entendido como el ámbito
de las practicas sedimentadas, y lo político, como el momento de
su institución/reactivación antagónica.”12

Respecto a esto último, se podría agregar provisionalmente una hipótesis


vinculada al caso; postular la idea de que un modelo administrativo de la política pasa a
ser el elemento excluido de las prácticas políticas que permite dotar de identidad al
propio populismo, a partir de la negación y antagonismo con el mismo. De esta manera,
se englobaría dentro de la decisión que define al posicionamiento político de Laclau.
Sin extendernos en demasía sobre esta cuestión, solamente añadiremos que un punto de
partida interesante al respecto sería considerar como, en diferentes formas y medidas,
ambas manifestaciones de la política hacen uso de las lógicas de equivalencia y
diferencia.
Refiriéndonos específicamente a la cuestión de populismo, creemos que el
análisis de Laclau es el más acertado para un correcto abordaje del mismo. Sin
embargo, esto no nos debe llevar a necesariamente aceptar por válidos los vínculos que
él establece entre el modelo y la apreciación valorativa de esta práctica. En otras
palabras, nos encontramos ante una excelente herramienta heurística respecto a este
fenómeno pero, considerando la distinción que hemos tratado de clarificar en este
trabajo entre modelo conceptual y decisión meta-teórica, su uso no nos conduce de
forma necesaria a aceptarlo como la única puerta de acceso a lo ontopolítico. Lo
contrario significaría perder la apertura a la decisión incondicionada sobra la pluralidad
por la cual aboga el pensamiento posfundacional, recordándonos así los conocidos
peligros del escencialismo, de las meta-narrativas ahistóricas, de las determinaciones en
última instancia y del(os) fundamento(s) último(s).

12
Marchart, Oliver. El Pensamiento Político Posfundacional. La diferencia política en Nancy, Lefort,
Badiou y Laclau, FCE, 2009. Pág. 231. Las cursivas pertenecen al texto original, las negritas son
nuestras.

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