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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
(Desde la magia de su pasado)
Rafael del Moral
Madrid, España
Rafael del Moral
1. EN CONTINUA EBULLICIÓN ............................................ 3
2. BREVE MIRADA AL FUTURO .......................................... 6
3. SOBRES LENGUAS Y EDADES .......................................... 7
4. MOMENTOS MÁGICOS DEL PASADO .............................. 9
5. EL ESPAÑOL Y OTRAS LENGUAS ................................... 17
6. EL ESPAÑOL EN LOS PRÓXIMOS SIGLOS ....................... 21
7. CONCLUSIONES ............................................................ 27
2
1. En continua ebullición
P
ocos hablantes se sienten poseedores ab‐
solutos de sus lenguas. Constantemente
falta algo. Los cambios son tan rápidos
que en cuanto queremos ajustar la actua‐
lidad, se torna en pasado.
El español hablado en Madrid ya no se modula
ni se vocaliza igual que hace unos años, ya no sir‐
ven expresiones que hasta hace poco estuvieron
de moda, han envejecido los apelativos de invoca‐
ción o de contacto, bullen y fluyen en permanente
cambio los pronombres de cortesía y otras fórmu‐
las de respeto, las exigencias preposicionales pare‐
cen mostrarse más permisivas, formas léxicas que
hasta hace poco gozaban de elegante prestigio se
tambalean, formas gramaticales inaceptables en el
lenguaje cuidado de hace unos años ganan terreno,
la lengua de los medios de comunicación languide‐
ce, se ajusta como puede con escasos deseos de in‐
novación, y notamos tantas alteraciones que no
podemos sino sospechar que habrá inevitablemen‐
te un reajuste. Eso es lo que sucede cuando las
Rafael del Moral
lenguas gozan de dilatado uso y prestigio, que con‐
tinuamente fluyen, cambian, para reacomodarse. Y
cabe pensar que ese continuo proceso de adapta‐
ción saldremos ganando, de manera natural, los
usuarios.
Se alzan, es verdad, voces críticas contra los me‐
dios de comunicación, contra la oratoria política,
contra quienes tienen voz hacia las masas, es decir,
contra todo aquello que más se difunde. Pero ese
estado inestable que duda de la corrección de un
término, ese estado que se pregunta por la ade‐
cuación de una palabra o una expresión es lo pro‐
pio de las lenguas, y lo habitual en todas las épocas
y periodos. Cada hablante tiene su estilo, su patri‐
monio léxico, sus preferencias por determinados
usos metafóricos, sus lista de máximas, fórmulas y
muletillas, sus modos de organizar la ironía, su pa‐
trimonio expresivo privado. Y en la continua bús‐
queda de esa pureza, tan atractivo nos resulta oír
al un orador formado en las normas académicas
como al hablante rural que, sin mirada a las nor‐
mas académicas, porque ni las conoce ni las quiere
conocer, cuenta sus cosas con admirable estilo pa‐
ra entonar y elegir frases y expresiones capaces de
cautivar a cualquier oyente, aunque vulnere las
exigencias teóricamente correctas. Tan necesaria
es la norma como la libertad expresiva, tan nece‐
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
saria es la intuición e innovación del hablante,
propietario de su lengua, como la conservación y
defensa del patrimonio lingüístico. Por eso las len‐
guas vivas necesitan mostrarse en continuo cam‐
bio, en perpetua ebullición, como tributo a su pro‐
pia existencia.
Las lenguas no tienen presente, decíamos, por‐
que no son estáticas. Y no son estáticas porque ra‐
ra vez se encuentran ancladas a la espera de su
singladura. Las lenguas fluyen, cambian, mudan de
aires, se ajustan, se renuevan y cuanto en alguno
de estos vaivenes cae enferma, se preparan para la
muerte si una cirugía adecuada, un cambio social,
no lo remedia. Desaparecen, según el lingüista
francés Claude Hagege, unos centenares de len‐
guas al año. La escasa repercusión social de sus
hablantes, y el exiguo interés que la pérdida de las
lenguas suscita entre quienes se inquietan por los
movimientos sociales, relega al olvido a todas esas
que fallecen y no son enterradas. Ni siquiera una
lápida las recuerda. ¿A quién le interesa el fin del
dalmático o del córnico, o la inminente disipación
de los hablantes de queto, de inuí, de labortano o
de suletino? Los ecologistas se concentran mucho
más en la vida animal y vegetal, los historiadores
investigan bastante ajenos a la historia de las len‐
guas, a la mayoría de los políticos les inspira más
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Rafael del Moral
la unificación que la diversificación, y para los co‐
merciantes, modernos economistas, solo cuenta la
eficacia: fenicio, latín e inglés fueron las grandes
lenguas del comercio. ¿Y qué hacemos los lingüis‐
tas? Para nosotros, y difícilmente podríamos
hacer algo distinto, el interés por las lenguas que
no se transmiten por escrito, que son la mayoría,
no puede ir más allá de cierta mirada etnológica,
de cierto talante nostálgico.
2. Breve mirada al futuro
Pero volvamos al español. Produce cierto estupor
pensar que, sometido a esa regla universal e inevi‐
table, también va a sucumbir. ¿Quién puede imagi‐
nar su desaparición en estos momentos?¿Cómo se
va a desmoronar? Sería difícil que cualquier cata‐
clismo aniquilara, redujera o desencadenara su
decadencia, pero sabemos que se extinguió el latín,
que fue, probablemente, la lengua más poderosa
de occidente. ¿Y dónde están aquellas lenguas de
los grandes imperios que sucumbieron al ritmo
que se hundía el armazón político?
Las lenguas son instrumentos de comunicación.
Nadie utiliza un destornillador despuntado o in‐
apropiado, si a su lado tiene otro que se adapta
perfectamente al tornillo que quiere acoplar o
desenroscar. Si el español se ha extendido por el
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
mundo con tanta elegancia, y nunca, contra‐
riamente a los que muchos propugnan, de manera
impuesta, ha sido porque los hablantes de leonés y
aragonés, que fueron sus primeros vecinos, y luego
los de catalán, gallego o vasco, prefirieron el ins‐
trumento más adecuado, es decir, la lengua espa‐
ñola, para determinados usos de comunicación. Y
también porque tras la independencia de los paí‐
ses americanos, a lo largo del siglo XIX, aquellos
gobiernos, de manera natural, eligieron la lengua
que más convenía a sus administrados, y fue oficia‐
lizada la que hoy nos une aquí. Las lenguas no se
imponen. Las lenguas están ahí, a disposición de
los hablantes, y una serie de acontecimientos las
incitan a desarrollarse, extenderse, difundirse,
universalizarse, y también a morir. Todas las
grandes lenguas de la humanidad murieron. La
nuestra no puede ser una excepción.
3. Sobre lenguas y edades
La perspectiva en la historia de las lenguas es to‐
davía muy escasa. Solo algunas se perpetuaron en
textos escritos. Sabemos que las más longevas no
han alcanzado más de tres mil años de vida, y eso
con serios achaques. El chino actual se parece al de
hace treinta siglos gracias a un tempranísimo uso
literario, mil años anterior a nuestra era, mucho
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Rafael del Moral
antes de que supiéramos lo que iba a ser el griego.
La lengua de Aristóteles y Platón es otra de las más
ancianas, o por lo menos se parecía mucho a la
usada en Grecia antes de las profundas modifica‐
ciones a que se vio sometida a mediados del siglo
XX, casi una cirugía estética. Muy particular es
también la edad del hebreo, lengua bíblica y mítica
que reapareció después de muerta al servicio del
actual estado de Israel. Nuestra cuarta anciana, el
sánscrito, consolidó su poder, una vez más, en la
cultura. Estas cuatro lenguas han tenido una vida
azarosa, difícil, combativa, pero han conseguido
cumplir esa edad tan codiciada que no llegaron a
alcanzar lenguas tan influyentes como el sumerio
(unos mil años de vida), el egipcio (unos dos mil),
y ni siquiera el latín (unos mil trescientos años).
Otras menos afortunadas murieron tan jóvenes
que ni siquiera llegaron a tener nombre, y otras
que sí lo han tenido, como el mozárabe en el sur de
España, gozó de una breve existencia de seis siglos.
Del guanche, lengua bereber que se habló en las
Islas Canarias, conocemos su desaparición, pero no
tenemos la fecha de nacimiento. Algo parecido su‐
cede actualmente con el eusquera o vasco: sabe‐
mos que está vivo, y que estaba vivo en el siglo
XVI, pero ignoramos todo sobre su linaje, su infan‐
cia y su juventud, y sabemos mucho, eso sí, de su
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
truculenta madurez. Las lenguas separan a los
pueblos de manera natural, pero también ideológi‐
ca.
4. Momentos mágicos del pasado
Del español tenemos datos muy precisos: lugar de
nacimiento, fecha aproximada de alumbramiento,
razones para la aceptación de sus hablantes, inteli‐
gentísimo ajuste al uso escrito logrado por el rey
castellano Alfonso X el Sabio, acierto excepcional, y
casi espeluznante, del uso que de aquella lengua
hizo Fernando de Rojas en La Celestina, y una serie
de coincidencias, de momentos claves de su histo‐
ria, que la elevaron a esa categoría de grandes len‐
guas de la humanidad que también ocupa el sume‐
rio, el chino, el griego, el latín, el árabe, el italiano,
el francés, el ruso y el inglés.
¿Y cuáles fueron esos momentos mágicos de la
historia del español que hizo de aquella lengua de
rudos pastores cántabros una de las más preciadas
de la humanidad? Veamos, más a modo más anec‐
dótico que riguroso, la grandeza de los insignifi‐
cantes hechos.
Casi todos los momentos claves en biografía del
español, que de joven se llamó castellano, estuvie‐
ron inspirados en la melancolía, pero también en
la rebeldía, en la desobediencia al orden estableci‐
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Rafael del Moral
do, en decisiones taciturnas, en talantes románti‐
cos, en coincidencias afortunadas, en regalos de las
fuerzas ciegas de la naturaleza.
Las lenguas llegan a distanciarse tanto unas de
otras gracias a una serie de circunstancias del azar
que las convierten en privilegiadas frente a las ve‐
cinas. No depende de su estructura interna, ni de la
riqueza léxica, ni siquiera de la facilidad gramati‐
cal, no, en eso no piensa la historia, depende de si‐
tuaciones tan ajenas a los propios hablantes que
merece la pena detenerse en ellas.
Revisemos, pues, algunos momentos mágicos de
la historia del español que han de ayudarnos a ex‐
plicar lo que puede sucederle en los próximos
años, en los siglos lejanos.
El primero de ellos, ese primer momento espe‐
cial sin el que no habría llegado a la madurez de
hoy, ese período de la concepción, se cobijó en la
rebeldía de un hombre llamado Fernán González.
Era el revolucionario caballero un leonés inquieto
y aguerrido, conde y señor de Castilla, uno de los
territorios de aquel reino. De Fernán González sa‐
bemos que murió en el año 970, y también que,
después de mostrar su intrepidez y arrojo en de‐
fensa del monarca leonés, Ramiro II, desveló sus
deseos de independencia para Castilla. Y para evi‐
tarlo, Ramiro II lo encarceló. A la muerte del rey,
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
en 951, y aprovechando a la crisis interna del reino
leonés, Fernán González consolidó su poder y con‐
siguió vincular Castilla a su familia, una decisión
tan patriótica para los castellanos como insubor‐
dinada para los leoneses. El condado castellano
pasó por herencia a su hijo García I Fernández,
quien le sucedió a su muerte. Quedó así consolida‐
da la cuna del castellano. Hoy recordamos aquellos
hechos, insignificantes en la densidad de la histo‐
ria, en la multitud de nombres y apellidos que con
estas raíces (Ramírez, Fernández, González, Gar‐
cía) se multiplican por el territorio de las dos Cas‐
tillas y otros aledaños, y en el olvido de la mayoría
de los hablantes.
El latín hablado en el reino de León, que por en‐
tonces se llamaba romance, se fragmentó, tras el
cambio político, en dos lenguas: leonés y castella‐
no. Pero al castellano nadie le dio la menor impor‐
tancia, nadie le adjudicó identidad alguna, nadie le
atribuyó el menor interés futuro, nadie experi‐
mentó la menor inquietud o aprecio por aquel di‐
alecto rústico y aldeano frente al refinado latín.
Hasta que un sucesor de aquella estirpe, llamado
Alfonso, que vivió en el siglo XIII, agrandado ya el
reino de Castilla hacia territorios del sur, tomó la
decisión, también rebelde y cuestionada, de huir
del latín para la redacción de las leyes y otros
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Rafael del Moral
asuntos, y utilizar una lengua sin prestigio en boca
de gentes humildes. Aquel gesto le hizo merecer a
Alfonso X el sobrenombre de el sabio. Pero si que‐
remos concederle su exacto valor como instru‐
mento útil, como vehículo de comunicación, hemos
de recordar también que el rey Alfonso no utilizó
el castellano, sino el gallego, por entonces lengua
de mucho más rango, en su obra poética personal.
Y llegamos al tercer momento mágico, el más
significado en la historia del español. Le ocurrió
por entonces a nuestra lengua, y durante un pe‐
riodo de unos cincuenta años, algo parecido a lo
que le sucede ahora, desde hace solo veinticinco. El
año de 1469 se parece mucho al de 1978. En aquel
entonces, una boda clandestina. En la fecha recien‐
te, un cambio social. En aquel 1469, en la mañana
del 19 de octubre, una chica castellana que conta‐
ba entonces dieciocho años, contrajo matrimonio
con un joven aragonés un año menor que ella. Los
contrayentes se habían conocido cuatro días antes
de la ceremonia, y una y otro, Isabel y Fernando,
eran herederos de sus respectivos reinos. Aquel no
fue sino el primero de una larga y afortunada serie
de acontecimientos que catapultaron al castellano
hacia la condición de lengua universal. Por enton‐
ces pasó a llamarse español. ¿Y qué había sucedido
en 1469? Pues sencillamente una conspiración,
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
otra vez un acto de rebeldía, de desafío de los po‐
deres establecidos porque ni el monarca de Ara‐
gón, Juan II, ni el de Castilla, Enrique IV, su herma‐
no, tuvieron noticia de aquel matrimonio hasta
después de consumado. Había sido una nueva in‐
subordinación de los condes frente a los poderes
establecidos.
La fortuna, que de manera tan desigual se repar‐
te en tantos momentos y circunstancias, acompañó
a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón desde el
principio. Sus decisiones, tan cuestionadas, resul‐
taron políticamente acertadas. Incluso los aparen‐
tes fracasos, se tornaron inexplicablemente en éxi‐
tos. Y recordemos que desde el punto de vista lin‐
güístico, y solo desde este, la expulsión de los judí‐
os se recuerda hoy en la variedad del castellano, el
sefardí, que los herederos de aquellos siguen
hablando en muchos rincones del mundo.
Y entre todas aquellas medidas, la de concederle
tres barcos a un maniático aventurero que no ce‐
saba de importunar a monarcas, no fue sino una
más en la amplia lista de decisiones en la que casi
nadie confiaba. Lo difícil para aquel excéntrico ma‐
rino, inquieto y trotamundos, que tenía nombre de
iluminado, y origen forzadamente desconocido, no
fue ir, sino volver y, lo más difícil todavía, mostrar
que había ido. Poco a poco se lo fueron creyendo, y
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Rafael del Moral
con la certidumbre de lo que allí había, empezó a
inflarse el reino.
Y mientras sucedía todo aquello, un último fra‐
caso en la política matrimonial de los Reyes Católi‐
cos, en busca de nuevas uniones territoriales, una
vez más un hecho desafortunado, acompañado de
la pérdida de compostura, se convirtió en un éxito,
y facilitó la entrada del español en Europa: tras la
muerte súbita de Felipe I, consorte de la reina Jua‐
na, heredera de los Reyes Católicos, la ilustre mu‐
jer fue declarada loca para dejar paso al gran mo‐
narca de la lengua española, Carlos V, primer rey
de Europa y de muchos territorios más que dilata‐
ban el imperio, a explayaban el señorío, y como
acompañante de aquella parafernalia, la lengua. El
español alcanzó por entonces un prestigio muy pa‐
recido al que hoy detenta el inglés.
Y así llegamos, saltando unos años, al aconteci‐
miento menos rebelde de todos, al más inespera‐
do, al más teñido de magia. El número de hablan‐
tes que hoy tiene nuestra lengua se concentra en
un continente donde no nació. Un continente que,
para mucha gente, recibió a los colonizadores es‐
pañoles que en su conquista, no vamos a entrar en
esto, arrasaron con aquella civilización y, según
muchas torcidas interpretaciones, impusieron su
lengua. Hoy sabemos que aquello no fue así, que
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
ninguna de las medidas que Felipe II, Felipe III, Fe‐
lipe IV, Carlos II, Felipe V, Fernando VI, Carlos III y
Carlos IV adoptaron, ninguna de ellas, contribuye‐
ron a la extensión, expansión y divulgación masiva
del español en América. Ahí están los estudios de
Rafael Lapesa, de Manuel Alvar, de Antonio Quilis
y de tantos otros. Una vez más el acto más inespe‐
rado, la acción que aparentemente debía contri‐
buir en menor grado a la difusión del español en
América, milagrosamente, fue la que infló la cifra.
La gran explosión del español en el continente
americano fue la que los propios gobernantes de
allí llevaron a cabo una vez independientes, y no
antes, una vez organizados los estados, y con el
único fin natural de disponer de un instrumento
de comunicación útil entre los administrados. Así
fue como el español trepó, se alzó, conquistó sin
colonizadores el continente americano. Y así es
como se extienden las lenguas: de manera natural,
sin imposiciones, con la necesidad de convertirse
en instrumentos útiles de comunicación, con la
llaneza con que elegimos un destornillador, y no
otro, para ser eficaces en nuestro trabajo.
Envueltos en esta aureola histórica, podemos
decir que los hechos que más han contribuido a la
difusión y extensión del español son, dicho de ma‐
nera grata y sin aristas, los siguientes:
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♦La rebelión sediciosa de aquel joven aguerrido
que independiza al condado de Castilla de su
monarca.
♦La boda clandestina de los herederos de dos
reinos.
♦La capacidad de seducción de marinero erran‐
te que se atrevió a persuadir a una reina.
♦La supresión de los derechos a la reina Juana,
convertida en loca sin que nunca supiéramos
en qué consistió exactamente su demencia.
♦Y la aceptación y beneplácito del español en
América en el momento más inesperado, en la
independencia de los estados americanos.
Ninguno de ellos son motivos estrictamente lin‐
güísticos. Las lenguas se ajustan al perfil de la so‐
ciedad que las sustenta; las lenguas fluyen y cam‐
bian muy a pesar de sus hablantes, las lenguas se
escabullen como hábiles serpientes, como escurri‐
dizas culebrillas, sin que el poder político tenga en
sus manos su control, aunque sí puede hacer mu‐
cho por su protección.
El español, condicionado por fases y transfor‐
maciones, escapa de la estricta voluntad de sus
hablantes. Y sin entrar a considerar más asuntos
que prolonguen inútilmente los razonamientos,
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
diremos que nadie hubiera aventurado la expan‐
sión del español por América precisamente en el
momento en que menos influencia política tenía en
el Nuevo Mundo. Algo parecido le sucede también
al inglés: su aprendizaje se realiza hoy al margen
de los países, europeos o americanos, que dieron
luz a la lengua, con independencia del afecto o
desafecto que se manifieste por aquella lengua.
5. El español y otras lenguas
Desde hace algo más de un siglo y medio las cosas
le han ido muy bien al español. Luego pasó unos
años estabilizado, y en las últimas décadas la for‐
tuna parece acompañarlo de la misma manera: en
gratas coincidencias, en elegantes posturas ante el
mundo, en capacidad difusora, en atracción estéti‐
ca, en gusto por su estudio, aprendizaje y uso. Los
extraordinarios progresos sociopolíticos del terri‐
torio que fue cuna del español han catapultado su
reputación, y con ella su atractivo y su difusión. A
su afianzamiento como lengua vehicular en el
mundo contribuyen otros factores que hemos de
enumerar con prudencia, pero sin recelos, con
respeto, pero sin remilgada educación.
Las lenguas del mundo que viven durante tiem‐
po deportadas, proscritas, eclipsadas u oprimidas
por la lengua que elige el poder como única son
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Rafael del Moral
numerosas. Y no por ello estas lenguas en inferio‐
ridad desaparecen. Es el caso de los centenares de
idiomas hablados en la India, y la imposibilidad de
unificarlas con el poder del hindi y del inglés. Pero,
desde el otro lado de la observación, tampoco los
esfuerzos de lenguas que pretenden recuperar su
identidad con medidas legales consiguen afianzar
su uso como a los poderes públicos les gustaría
que fuera. En las calles de Riga (Letonia), como en
las de Barcelona (España), la inmensa mayoría de
periódicos y libros que ocupan las estanterías de
los kioscos, librerías y bibliotecas están escritos en
ruso y en español, respectivamente, y no en letón y
en catalán como preferirían las autoridades loca‐
les. Solo unas cuantas publicaciones, con financia‐
ción pública, atestiguan la presencia de aquellas
interesantísimas lenguas no elegidas en la difusión
de noticias, literatura o divulgación científica.
Veamos, a modo de ejemplo, la expansión del
francés por el mundo y sus modos de arraigo,
comparados con los del español. Hasta épocas re‐
cientes el francés ocupaba un lugar muy destacado
en Europa y en el mundo. Hoy, eclipsado por la
fuerza arrolladora del inglés, pierde impulso. Pero
también porque la expansión del francés por el
mundo nunca entró de lleno en el lugar donde se
cuecen las lenguas para que se perpetúen, en la
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
cocina de las casas. El espacio que ganó el francés
en aquellos países casi nunca fue comparable al
del español en América. Los castellanos y las crio‐
llas formaron parejas felices, crearon familias bi‐
lingües en cuyos dormitorios convivieron la lengua
amerindia y el castellano. Una generación tras otra
ganó terreno el instrumento de comunicación más
útil, el que más convino en cada momento. De
aquella misma manera se introdujo el latín en la
península Ibérica y desplazó al íbero y a otras len‐
guas celtas. Suponemos que todo aquello empezó
cuando un soldado del imperio le dijo a una íbera
en latín coloquial: “Tía, estoy por ti.” Y a los pocos
años ya tenían cuatro vástagos bilingües. Luego,
también de manera natural, el latín ganó terreno y
echó raíces en las cocinas. El francés de la coloni‐
zación alcanzó grandes cotas entre intelectuales
locales, pero nunca se armó con la fuerza de la len‐
gua en la que los padres le regañan a los hijos, de
la lengua en la que hablan dos vecinas, de la fiesta,
de la broma… Los franceses viajaban en pareja, los
aventureros romanos y castellanos iban solos a la
aventura.
Y todo esto sucede porque la naturalidad en el
uso, el suave y práctico manejo de los instrumen‐
tos, preside la vida y pervivencia de las lenguas. ¿Y
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Rafael del Moral
qué situación ocupa el español en esta elección
práctica de los hablantes?
El mundo de la cultura se interesa cada vez más
por las lenguas. Los planes de enseñanza incluyen
más de una en la formación de los estudiantes. La
condición de bilingüe, incluso trilingüe, es hoy in‐
evitable en la formación de una persona, con inde‐
pendencia de su especialidad. El mayor porcentaje
de hablantes monolingües del planeta se encuen‐
tra en los países anglófonos. De manera más gene‐
ralizada que en otros países, sus usuarios, cons‐
cientes de la difusión de su lengua, prescinden de
añadir otra a sus conocimientos, o si lo hacen la
tienen en escasa consideración y destreza. En
otras muchas partes del mundo, en especial en las
regiones más abandonadas por la fortuna, se con‐
centran gran cantidad de políglotas, también en
mayor o menor grado de habilidad. La mayoría de
los inmigrantes procedentes de África central
hablan la lengua de sus padres, la lengua de su
ciudad, que con frecuencia no coincide con la ma‐
terna, la lengua vehicular comercial más extendida
en su región (suahili, volofo, sango…) y el inglés o
el francés, lenguas obligatorias en la formación
que les permite arrojarse a la aventura europea. La
lengua del país de destino (español, francés, italia‐
no…) la añaden poco a poco, a veces no tan rápido
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
como cabría esperar. No entraremos en la conside‐
ración de la destreza, contextos y fines con que se
usan tales lenguas, pero sí diremos que cumplen
perfectamente con la función para la que han sido
aprendidas. Y diremos también que han sido
aprendidas sin esfuerzo, es decir, con la naturali‐
dad que aprendemos, pongamos por caso, a con‐
ducir bien, a comportarnos en público o a montar
en bicicleta.
Si exceptuamos estos dos extremos de monolin‐
gües y políglotas, la mayor parte de los europeos,
incluidos los países eslavos, buena parte del este
asiático y toda América, añaden a su formación
una o más lenguas a la propia. No hace falta insistir
en citar o recordar a las que tradicionalmente se
han alzado a ese privilegiado lugar.
6. El español en los próximos siglos
Mientras las cosas no se tuerzan, que no parece
que vayan a torcerse, el español goza hoy de uno
de los mayores privilegios que la historia concede
a las lenguas. Con la universalización de su litera‐
tura, atraviesa uno de los momentos mágicos de
historia, semejante al que vivió el latín en el siglo I,
el griego en el siglo V anterior a nuestra era o el
francés en el siglo XVIII y en la francofonía. Ya na‐
die lo considera patrimonio de los españoles, sino
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Rafael del Moral
de la humanidad, que es el mayor galardón que se
le pueden ofrecer a una lengua. Las miradas de
quieres la estudian, la practican o simplemente la
admiran no se dirigen hacia Madrid, sino hacia
tantos puntos a la vez que no encuentran referen‐
cia única. El español es la lengua del argentino Jor‐
ge Luis Borges, del mexicano Octavio Paz, del chi‐
leno Pablo Neruda o del colombiano Gabriel García
Márquez, aunque también del gallego Camilo José
Cela, y de tantos otros con tantas y tan variadas
nacionalidades y orígenes, vivencias y conviven‐
cias, que las miradas del mundo hacia el español se
pierden entre los confines de los continentes. Los
que hemos pasado por esta universidad sabemos
que aquí, en Moscú, en la MGIMO, lo hablamos co‐
mo en nuestra casa.
Pero se someterá, estamos seguros, a algunos
cambios.
El sistema de cinco vocales nos sitúa entre la
monotonía de las lenguas que solo tienen tres, co‐
mo el árabe, y la confusión de las que utilizan más
de una docena como el inglés o el francés. El inglés
muestra tal inconsistencia vocálica que frecuen‐
temente los interlocutores exigen una mayor pre‐
cisión para comprenderse. Parece que las cinco
trasparentes vocales del español van a permane‐
cer más o menos estables, y eso a pesar de que el
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
habla relajada sureña tiende a abrir unas y cerrar
otras para señalar la pérdida de una consonante
de difícil articulación en posiciones finales de síla‐
ba. Es difícil augurar soluciones, pero lo que pare‐
ce más probable, tras una mirada histórica, es que
el fenómeno no supere el ámbito regional.
Más evidente parece la tendencia consonántica.
Cada vez son menos los hablantes de diecinueve
consonantes, es decir los que distinguen casa de
caza y los que distinguen poyo de pollo. Si excep‐
tuamos el yeísmo rehilado de los argentinos, la
mayoría de los hablantes utilizan diecisiete conso‐
nantes. Si tenemos en cuenta la permanente exten‐
sión del yeísmo, parece clara la pronta desapari‐
ción de la consonante lateral palatal sonora, uso
prácticamente relegado al norte de España, en es‐
pecial en las zonas rurales. Menos evidente resulta
la extensión del seseo. Aunque los hablantes de
español que no usan la fricativa interdental de Za
ragoza son mayoría, los libros normativos del es‐
pañol en el mundo enseñan el habla minoritaria de
Madrid, y no la de México. Es también difícil aven‐
turar el futuro, sobre todo para un fenómeno que
considera más normativo lo que es una excepción
entre sus hablantes.
El caudal léxico, ancho y extenso, comparte un
uso común en todo el vocabulario elemental y dia‐
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Rafael del Moral
rio, al que se añaden las especificidades de cada
región: así hablamos del léxico andaluz, murciano,
canario, cubano, mexicano, panameño, ecuatoria‐
no, boliviano, rioplatense, chileno… El sistema
permite la creación de todo tipo de terminologías,
en cualquier campo, y si se muestra permeable y
receptivo a los neologismos ingleses, no es sino
por esa dimensión útil, práctica y generosamente
suave en sus transacciones que deben tener las
lenguas que se muestra hábiles, y no rígidas o exi‐
gentes. No aparece ningún peligro en el acerca‐
miento del español al léxico inglés. Todas las len‐
guas han nutrido su vocabulario con el de otras.
Incluso el inglés está plagado de términos griegos
y latinos que hoy, introducidos y ajustados a los
hábitos fónicos ingleses, solo los expertos identifi‐
can. El patrimonio léxico tradicional se concentra
el las palabras más frecuentes, mientras el impor‐
tado se especializa en significados que matizan y
amplían los campos de significado. Si el corpus
léxico de la Real Academia Española recoge más de
un millón de palabras que alguna vez fueron utili‐
zadas en la historia del español, y el actual diccio‐
nario recoge unas ciento veinte mil, nuestro léxico
seguirá ampliándose y especializándose, y unas
palabras darán paso a otras, y se mantendrán es‐
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
tables aquellas que ocupan las frecuencias máxi‐
mas.
Las exigencias gramaticales en cuanto al orden
de las palabras son hoy de una generosa fluidez en
usos, y permite una gran amplitud de posibilidades
con pocos elementos y reglas. La tendencia parece
aún más permisiva.
Alguna solución debe buscar para el equilibrio
de sus formas pronominales. El desequilibrio de
los adjetivos y pronombres posesivos de tercera
persona, su y sus, ha de buscar un acomodo en las
formas. Tal vez la imparable tendencia a reducir el
uso las fórmulas de respeto usted y ustedes no sea
más que la voluntad de suprimir el polivalente uso
de sus correspondientes su, sus, que tanto han
afeado a nuestra lengua en la expresión elegante.
Mucho más atractiva era la fórmula vos – vuestras,
desviadas hacia la más elegante de vuestra merced
y luego convertida en ese usted – ustedes que, se‐
gún todos los indicios, parece mostrarse inelegan‐
te, si observamos el camino emprendido por nues‐
tra lengua.
El español actual parece estar abierto también a
una simplificación de las formas verbales. Algunos
tiempos de subjuntivo, como los de futuro, han
desaparecido en el último siglo. Las formas de fu‐
turo de indicativo también están en decadencia.
25
Rafael del Moral
Hoy parece más frecuente oír voy a estudiar mate
máticas que estudiaré matemáticas. Algo parecido
le sucedió al inglés.
En general los usuarios futuros asistirán a una
simplificación de las formas verbales, que es la
tendencia de todas las lenguas que se tiñen de las
características de las vehiculares.
Tiene el español una inmerecida fama de no dis‐
poner de la riqueza en variedades de entonación,
de la emoción altisonante del italiano, y en otros
casos del francés. Olvidamos que si eso es cierto
para el habla de Madrid, no lo es para algunas va‐
riedades del español como la andaluza, la canaria,
o la mexicana, capaces de envolverse en una dul‐
zura expresiva envidiable, de un ingenio excepcio‐
nal, de una viveza incomparable. Su flexibilidad
para el humor, para la broma rápida, para la dis‐
tensión, para una entonación que suaviza los en‐
frentamientos en las conversaciones, parece mu‐
cho más lograda que las rígidas exigencias de otras
lenguas de su categoría y difusión.
El sistema ortográfico, aunque con dificultades,
supera en utilidad a las enrevesadas, alambicadas
y casi diabólicas ortografías del inglés y del fran‐
cés, sin duda una dificultad añadida. Tienen a bien
los usuarios del francés y de inglés defender su or‐
tografía por el arraigo tradicional y el elegante uso,
26
EL FUTURO DEL ESPAÑOL
pero muestran ambas lenguas serias dificultades
como sistema práctico de comunicación y aprendi‐
zaje. Esta extraña complacencia en la dificultad, en
las trabas, está seriamente arraigada como un
elemento de clase, de estilo, de categoría. Recien‐
temente algunas lenguas africanas han sido dota‐
das de un sistema de escritura. La razón impone la
lógica en la relación fonema‐grafía. Pero se queja‐
ban algunos usuarios de estas nuevas lenguas es‐
critas de que su ortografía no tuviera las trabas del
inglés y del francés, en una torcida interpretación
del uso práctico que han de tener las lenguas. En
los últimos años las variedades geográficas y socia‐
les del español se han puesto de acuerdo en todo el
mundo para unificar la ortografía, para hacer de
ella un uso común. Tal esfuerzo unificador no se ha
conseguido para ninguna otra lengua tan universa‐
lizada como la nuestra.
7. Conclusiones
Hoy por hoy el español se coloca entre los instru‐
mentos de comunicación más prácticos y dispues‐
tos para su uso por el mundo. El español de Ma‐
drid ha dejado de ser el modelo, mientras nuevos
y variados núcleos y tendencias la independizan,
27
Rafael del Moral
abren nuevos rumbos dentro de la unidad. Hoy el
español no puede desaparecer como el latín por‐
que no es la lengua de un imperio, sino de muchas
de comunidades lingüísticas. El arraigo en la
humanidad es tan grande y variado que no tiene
peligro alguno de morir por la desaparición de sus
hablantes. El riesgo de fragmentación es mínimo.
Aunque el léxico aleja a las distintas variedades y
algunas consonantes también, las diferencias son
insignificantes si las comparamos con la unidad
del resto de los fonemas, con la coincidencia en las
formas de los artículos, de los demostrativos, de
los números, de los pronombres, del léxico básico,
del que está entre las frecuencias máximas como
los nombres de los objetos de la vida diaria, de pa‐
rentesco, etc., También existe una coherente uni‐
dad en las exigencias gramaticales como la con‐
cordancia, el uso de las formas verbales y el orden
de la oración. Las divergencias son insignificantes
frente a la unidad.
Los hablantes de español no disponemos de tres
grandes países que expanden su influencia y su
cultura, ni tampoco de una colección de países que
admiran la sabiduría y la cultura a través de una
lengua europea, ni nuestros hablantes se concen‐
tran en una gran nación o en una nación muy po‐
blada donde sus habitantes se multiplican. El es‐
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
pañol se distribuye por el mundo en amplio espec‐
tro. No enumeraré los países que lo incluyen en
sus planes de estudio para no cansar con una larga
lista, pero sabemos que se admira sin condiciones,
con naturalidad, en cualquier lugar del planeta. Las
posibilidades de que un cataclismo social la con‐
duzca a la situación de peligro que viven hoy más
de cuatro mil lenguas en los próximos tiempos es
impensable. El español está llamado a perpetuarse,
a extenderse, a recordarse y a instalarse en la con‐
ciencia de todos los hablantes del planeta como
una de las lenguas más codiciadas por la humani‐
dad.
Por eso los estudiantes de español, que son muy
numerosos en todo el mundo aunque, como suce‐
de siempre, en diversos grados de destreza, se
muestran felices en los primeros pasos porque el
sistema fónico permite que se dejen entender rá‐
pidamente, porque el caudal léxico, en los niveles
esenciales, se presenta claro y accesible, porque la
frase elemental no es rígida y exigente. Si a esto
añadimos el peso de la tradición literaria, una de
las más ricas de todas las lenguas, nos encontra‐
mos ante una lengua que reúne todas las caracte‐
rísticas para perpetuarse en la humanidad durante
siglos, y mantenerse como uno de los instrumen‐
29
Rafael del Moral
tos de comunicación más eficaces que nunca exis‐
tieron sobre el planeta.
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EL FUTURO DEL ESPAÑOL
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