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LOS CARTAGINESES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA Y BALEARES

Carlos G. Wagner

El carácter de la presencia cartaginesa en la Península Ibérica, previa a la conquista


Bárquida, ha sufrido en los últimos años una profunda revisión. La idea de una conquista
del sur de España por los púnicos tras la “caída de Tartessos”, a los que incluso se atribuía
su destrucción, ha sido reemplazada, a la vista de la evidencia tanto literaria como
arqueológica, por una concepción menos simplista y más acorde con los testimonios de
que disponemos. No deja de ser significativa la ausencia de estudios relativos a la
presencia cartaginesa anterior a los Bárquidas, que obedece, fundamentalmente, a una
singular ausencia de datos y acontecimientos. Este silencio de las fuentes, tanto
arqueológicas como literarias, se ha justificado muchas veces por la existencia de un
"bloqueo" cartaginés del Occidente que impediría saber que estaba sucediendo aquí. Pero
las escasas noticias sobre las que se pretende fundamentar tal explicación ofrecen, una vez
realizada su exégesis, una lectura bien distinta.

La fundación de una colonia en Ibiza.


La presencia de Cartago en Occidente, y en concreto en la Península Ibérica y las
Baleares, han sido mencionada por algunos autores antiguos, pero las noticias que nos
han dejado son realmente escasas y sumamente ambiguas. Según Diodoro de Sicilia (V,
16, 2-3), los cartagineses habían fundado una colonia en Ibiza en el año 653 a. C., cuando
Cartago aún no había establecido una presencia comercial de cierto alcance en las mucho
más cercanas Sicilia y Cerdeña:

“....hay una isla llamada Pitiusa


que recibe este nombre por la
gran cantidad de pinos que crecen
en ella. Se encuentra en medio del
mar y dista de las Columnas de
Heracles una travesía de tres días
y otras tantas noches, de Libia un
día y una noche, desde Iberia un
sólo día. En cuanto a extensión es
casi igual a Córcira. Aunque es de
moderada fertilidad, tiene, no
obstante, una pequeña comarca
con viñas y olivos injertados en
acebuches. Dicen que, de sus
productos, destacan las lanas por
su suavidad. La entrecortan
campos y colinas y tiene una
ciudad que se llama Ebussus,
colonia de los cartagineses. Tiene
también importantes puertos y
considerables murallas y un gran
número de casas bien construidas.
La habitan toda clase de bárbaros, pero los más numerosos son los fenicios. Su fundación tuvo
lugar ciento sesenta años después que la de Cartago ”.

Durante mucho tiempo se consideró cierta esta noticia. Es preciso destacar que en
su libro sobre las islas, Diodoro apenas da datos cronológicos concretos y en este caso
constituye una de las pocas excepciones que han hecho pensar que su narración depende
en este punto de una fuente bien informada, que podría ser Timeo. Como ha observado
muy bien P. Barceló en este texto de Diodoro hay referencias a dos situaciones distintas en
el tiempo, y así dice que es una colonia de los cartagineses, pero que estaba habitada por
los fenicios originalmente, lo que precisamente han venido a confirmar los datos
arqueológicos. Efectivamente, nuevo hallazgos y excavaciones, así como una nueva
valoración de los datos procedentes de las antiguas han venido a confirman la antigüedad
de la fundación, aunque no su carácter cartaginés. Recientes descubrimientos
arqueológicos han confirmado la existencia de una temprana presencia arcaica fenicia en
Ibiza, en sitios como Sa Caleta, la bahía de Ibiza, y en la necrópolis de Puig des Molins,
que por el tipo de materiales encontrados parece más vinculada a la población de los
asentamientos fenicios occidentales que a la propia Cartago.

Sa Caleta, un asentamiento dedicado a la extracción de galena


argentifera, sorprende por su urbanística improvisada y arcaizante
con un sistema basado en la yuxtaposición de estancias sin ningún
genero de orden en cuanto a la orientación con respecto a sí mismas
y a los puntos cardinales, separadas entre sí por espacios, en
ocasiones exiguos, comprendidos entre las distintas construcciones,
dando lugar a estrechas calles de orientación variada y pequeñas
plazas de plan irregular y superficies variables. Este asentamiento
tuvo una corta vida, lo que algunos interpretan como un abandono
en favor de la mejor posición que presentaba Ebussus, mientras que
otros consideran a ambas coetáneas.

A partir del segundo cuarto del siglo VI a. C. Ebussus parece


estar en condiciones de exportar algunos de sus excedentes, aunque
aún no sabemos en que cantidad, como testimonia la distribución de
las ánforas de tipo PE-10, cuya producción local está fuera de toda
duda, en Levante y Cataluña, que a partir de ahora se convertirán en
destinatarios privilegiados del comercio fenicio procedente de Ibiza.
Así mismo están presentes ya los contactos con el área fenicia del
Mediterráneo central en la forma de ánforas ovoides, ampollas
globulares y algunas cerámicas comunes, como los vasos globulares
con dos pequeñas asas sobre el hombro. Materiales de procedencia
etrusca, y griega, aunque en un número muy pequeño, así como
otros egipcios, mucho más numeroso, de entre los que destacan los
escarabeos y los vasos de fayenza, completan este panorama.

Con todo, no debería ponerse totalmente en entredicho la


Estela con inscripción
procedente de Cartago noticia de Diodoro. Una colonización conjunta procedente de
Fenicia y de la misma Cartago en tiempos, no lo olvidemos, de las
invasiones asirias es perfectamente plausible, sobre todo a la luz de los datos procedentes
de la necrópolis arcaica de Puig des Molins. Otra opción sería considerar que Ibiza fuese
fundada desde algún asentamiento occidental, Gadir por ejemplo, a fin de impulsar la
penetración del comercio fenicio en levante, utilizando para ello fenicios llegados de
Oriente que previamente habían alcanzado Cartago, donde tal vez no pudieron
permanecer debido a la saturación demográfica causada por la llegada de refugiados
orientales. Hay aún una tercera opción. Ibiza habría sido fundada por fenicios
occidentales y hacia finales del siglo VI o comienzos del V a. C habría recibido un
contingente de colonos púnicos que incrementaría notablemente la población existente.

En cualquier caso, existen indicios de un fuerte aumento de la población en la isla,


en el enorme crecimiento de la extensión de las necrópolis, que se agudiza en torno a la
mitad del siglo V. a. C. coincidiendo con la plena ocupación de ésta, lo que supone una
colonización agrícola de su interior con la aparición de toda una serie de pequeños
asentamientos rurales. Coincide también la introducción de formas cerámicas netamente
púnicas en el repertorio de la producción local, así como de terracotas con paralelos
exclusivos en Cartago y el Mediterráneo central, que indican unas prácticas religiosas de
origen púnico, del rito funerario de la inhumación, y de un tipo de tumbas, como son
algunos de los hipogeos más antiguos, que desde la segunda
mitad del siglo VI a- C., formando una agrupación claramente
individualizada en la periferia de la necrópolis arcaica de
incineración, sugieren la presencia de un grupo humano distinto.

Entre los ajuares de estos hipogeos destaca la presencia de


rasuradores o navajas de afeitar, campanillas de bronce, cuentas
de collar de pasta de diversos colores, y cerámicas claras sin
engobe rojo, como pequeños cuencos, platos de ala ancha y
lucernas. Estos materiales están presentes también en la
necrópolis de Can Partit, donde subsiste el rito de la incineración,
desde finales del siglo VI y comienzos del V a. C., confirmando la
hipótesis de la presencia de grupos de población diversos.
También por esta época se produciría la fundación del santuario
de Illa Plana, en la bahía de Ibiza, que algunos autores han
puesto en relación con el culto a Tanit, y cuyos materiales, los ex
voto, presentan claros paralelos con Motia, Tharros, Nora, Sulcis,
Monte Sirai y, sobre todo, con Cartago, sobre un islote sagrado
que, en opinión de E. Hachuel y V. Mari, habría sido
previamente frecuentado por los fenicios.

La información de los textos antiguos. Terracota procedente de


Otros autores antes que Diodoro mencionan también la Isla Plana, Ibiza
presencia cartaginesa en Occidente. Así, un periplo atribuido a
Escilax de Carandia (G.Gr.M, I, p. 16 (51), p. 91 (111 ) que recoge noticias de época arcaica
da noticia de los emporios cartagineses al otro lado del Estrecho. En el siglo IV a. C. Éforo
(Ps. Escymnos, 196-8) menciona a los libiofenicios como colonos de Cartago establecidos
en el sur de la Península Ibérica. Un poco antes, hacia finales del siglo V, los había
mencionado Herodoro (fr. 2) quién los sitúa junto a los tartesios y los iberos, señalando
igualmente su carácter de colonos cartagineses. Timeo (Ps. Aristóteles, De mir. aus., 136)
otro autor griego que escribió a comienzos del siglo III a. C , afirma que el salazón de
Gadir era concentrado en grandes depósitos y conducido a Cartago, donde era
consumido en su mayor parte, enviándose el excedente hacia otros puertos del
Mediterráneo.

El segundo tratado romano-cartaginés (Polibio, II, 23) fechado en el año 348 a. C.


menciona específicamente Mastia Tarseion, que generalmente es aceptada como Mastia
de Tartessos, una localidad ibera próxima a Cartagena, como el límite más allá del cual no
se permite la navegación, el comercio y la colonización a los romanos y sus aliados. Esto
representa una gran diferencia respecto al primer tratado concluido entre Cartago y
Roma a finales del siglo VI o comienzos del V a. C., en el que no figura ninguna referencia
a la Península Ibérica ni al extremo occidental mediterráneo en su conjunto, y concuerda
así mismo, como veremos, con la información aportada por los datos arqueológicos.

Más tarde Polibio (I, 10,5) alude a la "reconquista" de Iberia por parte de Amílcar
Barca, cómo dando a atender una anterior dominación cartaginesa sobre estos territorios.
No obstante la noticia de este autor, sumamente vaga por lo demás, es contradicha por la
más específica información de Diodoro (XXV, 10, 1-4) sobre las nuevas conquistas de
Amílcar "tan lejos como las Columnas de Hércules, Gadir y el Océano" . En el siglo I a. C Ateneo (IV,
9,3) menciona, sin más precisión cronológica, un ataque cartaginés contra Gadir en el
curso del cual se habría producido la invención del ariete, noticia que más tarde recogerá
Vitrubio (De arch., X, 13,1) autor de la época de Augusto.
Otras fuentes más tardías hablan aún de la presencia cartaginesa en el mediodía
peninsular. Justino (XLIV, 5, 3) en su epítome a Trogo Pompeyo, historiador de la época
de Augusto, menciona a los cartagineses apoderándose del territorio que antes había
pertenecido a Gadir y convirtiéndolo en una provincia de su imperio a cambio de haber
defendido a la ciudad fenicia de un ataque procedente de sus vecinos. Aún más tarde,
Avieno, poeta del siglo IV, con una erudición muy al gusto de la época, comenta en su
Ora marítima, una descripción de las costas peninsulares basada en noticias más antiguas,
entre las que figurarían "los oscuros anales de los púnicos", que los cartagineses
poseyeron ciudades y villas en las tierras situadas a ambos lados del Estrecho de Gibraltar.
No obstante, tales alusiones encuentran su réplica en otros testimonios, como aquel de
Tito Livio (XXVIII, 37,1) que señala a
Gadir en condición de aliada -socios
et amicus- y no de sometida a los
cartagineses en los últimos tiempos
de la presencia Bárquida en la
Península, o el de Diodoro (V, 35-8)
que nos informa de que los iberos
explotaban las minas antes de la
llegada de los cartagineses con
Amílcar.

Tal escasez de noticias sobre


la presencia de los cartagines ha sido
interpretada en términos de una
conquista de la Peninsula por
Hipogeo cartaginés de la necrópolis Cartago, que habría impedido, además, la
de Puig des Molins, Ibiza
llegada de otros navegantes mediterráneos
bloqueando las rutas comerciales en Occidente y cerrando a la navegación el Estrecho, lo
que a su vez explicaría que sólo fuentes tardías, posteriores a la "liberación" de la
Península por los romanos, se hicieran eco de tales acontecimientos. Sin embargo la
escasez de noticias obedece, en realidad, a una similar escasez de acontecimientos, por lo
que los hechos a que aluden las fuentes tardías habría que ubicarlos en el contexto de
conquista de la Península por los Bárquidas tras la Primera Guerra Púnica.

La investigación arqueológica.
Aunque hay ànforas cartaginesas desde finales del siglo VIII a. C en sitios como
Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz, no existen apenas indicios
arqueológicos de una implicación cartaginesa en la Península Ibérica màs allà de los
contactps comerciales, hasta bien entrado el siglo VI a. C. , algo que por otra parte
responde con lo observado en otros lugares del Mediterráneo, como Sicilia, Cerdeña o el
litoral norteafricano. A partir de esa fecha la presencia de Cartago se detecta en el cambio
de influencias culturales, que se percibe en la introducción de ciertas novedades en el
registro arqueológica. Estas novedades se advierten en el terreno funerario por la
presencia de hipogeos y tumbas en fosas y cistas de piedra con predominio del rito de
inhumación. En el campo de las manifestaciones y cultos religiosos por algunos indicios
que sugieren la existencia de un culto a Tanit, la divinidad cartaginesa por excelencia, en
Villaricos, Ibiza y posiblemente vez en algunos poblados ibéricos.

En las cerámicas, hay destacar la generalización de las formas sin barniz rojo y con
decoración pintada muy sobria, así como lucernas más cerradas y pequeñas que las del
anterior período fenicio. También es observable la aparición de objetos característicos de
ambientes cartagineses: cáscaras de huevo de avestruz, pebeteros, máscaras, amuletos,
joyas y objetos de pasta de vidrio coloreada, todos ellos con correspondencias tipológicas
precisas en Cartago y el Mediterráneo central, y que en la Península Ibérica se distribuyen
sobre todo por las zonas del Sudeste y Levante meridional.
En la necrópolis de Cádiz han aparecido tumbas de cámara y pozo, características
de Cartago y de la necrópolis de Puig des Molins, en Ibiza, con una cronologia del siglo V
a. C. En la necrópolis de Jardín (Málaga) se han encontrado tumbas de fosa rectangular,
cistas, sarcófagos, y de cámara con corredor, tipos funerarios que están también presentes
en Gadir. Algunos de estos enterramientos se fechan con mayor antigüedad en las
necrópolis de Cartago, localizándose una etapa posterior algunos de ellos en otros lugares
de Occidente. Este es el caso de las fosas rectangulares, que aparecen en Cerdeña no antes
del siglo IV a. C. También las cistas rectangulares aparecerán en Ibiza y Cerdeña a partir
de los siglos IV y III a. C, respectivamente. En Jardín, ha aparecido una tumba formada
por una cámara excavada en la roca, y en su interior fosas destinadas a enterramientos de
inhumación e incineración que sólo tienen paralelo en Malta y en Cartago, en este último
lugar a partir del siglo IV a. J.C.

Un caso particularmente interesante es el de la necrópolis de Almuñecar (Granada)


considera la antigua Sex, y conocida por algunas menciones en los textos antiguos, y por
su emisión de moneda púnica ya en época romana. En esta necrópolis han aparecido
enterramientos en pozos excavados en la roca, algunos de los cuales tienen claros
paralelos en Isla Plana (Ibiza) y en Cartago con una posible datación del siglo VII a. C.
Otros, con una urna de incineración en el fondo sólo aparecen en Almuñecar, con ciertos
palalelos parciales en el cementerio de Junon en Cartago, De la misma manera, los pozos
con cámara lateral indicada, con o sin vaso cinerario, aparecen en dicha necrópolis
cartaginesas con una cronología de los siglos VII-VI a J.C. Los pozos con dos cámaras
laterales opuestas, como el de la 19 de Almuñécar, tienen también su paralelo en tumbas
encontradas en las necrópolis de Demerch y Junon en Cartago. La estructura funeraria de
esta nearópolis de Almuñecar es muy distinta de la de otros cementerios fenicios en la P.
Ibérica, como por ejemplo, Trayamar.

También es muy interesante la necrópolis de Jardín (Málaga), de los siglo VI y V a.


C. en la que hay tumbas en cistas de sillares, así como fosas rectangulares escavadas en la
roca, que contienen tanto inhumaciones como incineraciones. En al menos dos ocasiones
contenían sencillos sarcófagos de piedra. El estudio
tipológico de los materiales que formaban parte del
ajuar funerario permiten concluir que éste no se
ajustaba a unas normas fijas. Las formas típicas de
los ajuares funerarios cartagineses, como las
ánforas, los jarros, las lucernas y los platos, están
presentes en Jardín, pero nunca formando
conjuntos. Abundan los platos y cuencos de barniz
rojo, tan frecuentes en otras necrópolis fenicias de
Occidente, y que pueden haber contenido alimentos
para el difunto o haber formado parte de un ritual
que incluía un ágape funerario. Muchos de los
cuencos, sin embargo, han debido ser usados como Cerámica de la necrópolis de Jardín
ofrendas, ya que muchas veces aparecen en el relleno de las tumbas. Las lucernas, abiertas
y de dos mechas, son también muy abundantes y a menudo se depositaron directamente
al lado del difunto. Por el contrario, casi no están presentes los típicos elementos del ajuar
de las tumbas fenicias arcaicas, el jarro de boca de seta y el jarro de boca trilobulada,
mientras que si aparecen jarros con decoración pintada polícroma que nunca antes se
habían usado en las necrópolis fenicias occidentales.

Constituye una novedad en relación a necrópolis fenicias arcaicas, como Almuñecar


o Trayamar, la presencia en Jardín de una gran diversidad de vasos cerrados, como
ánforas de cuello, pithoi y ollas, corrientes en las necrópolis de Motia y Cartago. Entre los
elementos del ajuar funerario destacan las joyas, cono anillos, colgantes, medallones y
cartuchos-amuletos, tipos conocidos todos ellos en las necrópolis fenicias occidentales,
aunque las de Jardín son por lo común más sencillas y modestas, los huevos de avestruz,
que sólo aparecen en unos pocos lugares aunque de forma abundante, a veces colocados
junto a la cabeza del difunto, y las láminas en relieve con una iconografía que, en el caso
de los grifos rampantes en torno al Árbol de la Vida, tiene claros paralelos en Oriente y en
otras necrópolis del Mediterráneo central, como Panormo.

Por lo que se refiere a la cerámica de influencia cartaginesa, esta es particularmente


escasa en la P. Ibérica. Su presencia está constatada sobre todo en la necrópolis de
Villaricos y en otros yacimientos levantinos y del Sureste, aunque falta un estudio global
de la misma para estas regiones.
De igual forma, las ánforas
fenicio-púnicas, algunas de ellas
con una impronta muy peculiar
cartaginesa, aparecen en el litoral
ibérico del Levante y Cataluña,
así como en las costas del Golfo
de León. Otros documentos
pertenecientes a este ambiente
púnico, y que han sido tambien
localizados en las anteriores
regiones, son los objetos de
pasta de vidrio, de un tipo muy
común en Cartago en los siglos
IV y III a. C., la placas de
terracotas representando a Ball
Hammon, los inciensarios en forma
Ajuar de una tumba de la necrópolis de Villaricos
de Demeter-Tanit, aparecidos en
Ullastret, Benidorm, Alicante y Murcia, entre otros sitios. Algunas de estas piezas, como
las ánforas del tipo B dentro de la clasificación propuesta por J. M. Maña, parecen
perpetuar una forma heredada de Cartago.

No obstante, todas estas presumibles importaciones cartaginesas son


cuantitativamente escasas antes de finales del siglo V a. C., lo que se advierte de forma
significativa en la cerámica y sobre todo las ánforas, que por su carácter de contenedores
indican con mayor precisión las conexiones comerciales y sus implicaciones económicas,
mientras que por el contrario cerámicas y ánforas fabricadas en Ibiza y que
tipológicamente nos permiten distinguirlas de las propiamente cartaginesas, están bien
representadas. Así mismo los recipientes fabricados con huevos de avestruz, que después
de Cartago aparecen en su mayor abundancia en la Península, se concentran sobre todo
en Ibiza y Villaricos, y sólo esporádicamente aparecen de forma aislada en otros lugares
como Toscanos o La Joya. Este horizonte arqueológico encaja bastante bien con lo
observado en la propia Cartago donde las ánforas y otros objetos procedentes de
Occidente no están presentes en una proporción significativa antes del año 400 a. C.

La presencia de algunos elementos arqueológicos, como figurillas y pebeteros,


sugiere la posibilidad de existencia de un culto a Tanit-Demeter entre algunas poblaciones
ibéricas. Muchos de estos vestigios no son anteriores al siglo IV a. C. y parecen señalar la
existencia de un sincretismo con alguna divinidad femenina propia, inducido, no tanto
desde Cartago, como desde la más próxima Ibiza, como sugiere la posterior difusión de
las monedas ebusitanas que se corresponde con bastante exactitud a los lugares donde
han aparecido tales vestigios de un posible culto a Tanit. No obstante, conviene ser
prudentes, ya que una valoración descontextualizada de la iconografía de todas estas
piezas puede inducir a errores. Así no faltan los partidarios y detractores de ver en los
bronces votivos ibéricos de los siglo V y IV a. C. que representan figuras femeninas
ricamente adornadas, tocadas con una gran tiara y los brazos extendidos hacia delante en
el gesto habitual de la sacerdotisa, en las "damas" ibéricas de Baza o de Elche,
representaciones de la diosa cartaginesa. Por otra parte, los smitting gods, bien estudiados
por A. Mª Bisi, que están ausentes del territorio de Cartago y el N. de Africa, están en
cambio bien representados en estos territorios peninsulares supuestamente sometidos a
la dominación cartaginesa.

El carácter de la presencia cartaginesa antes de los Bárquidas.


No existe un solo establecimiento colonial cuya fundación pueda serle atribuida en
exclusivo a los cartagineses. Toda la documentación arqueológica, aún deficientemente
sistematizada, permite afirmar que a partir de la segunda mitad del siglo VI a. C. hubo
cartagineses en fundaciones fenicias arcaicas, como la misma Gadir, Toscanos-Cerro del
Peñón (necrópolis de Jardín), Sexi-Almuñecar, Baria-Villaricos y, por supuesto, la misma
Ibiza, y que lo siguieron haciendo durante los siglos siguientes. Pero no es hasta finales
del siglo V y sobre todo durante el siglo IV a. C. cuando las importaciones cartaginesas
comienzan a llegar a la Península con mucha mayor abundancia, lo que se percibe
también, además del SE y levante, en los asentamientos ibéricos de la costa catalana,
aunque continua el predominio de las procedentes de Ibiza, la cual experimenta ahora un
auge que también se advierte en otros lugares como Villaricos y Almuñecar.
Seguramente la colonización agrícola de la isla, llevada a cabo durante el siglo V a. C.
tuvo bastante que ver al asegurar las condiciones productivas y comerciales necesarias.
Coincide todo ello con el tratado romano-cartaginés del 348 a. C., el primer documento en
el que se manifiestan con claridad los intereses de Cartago en esta parte del Mediterráneo.

Arqueológicamente no poseemos ningún dato


que permita defender la hipótesis de una implicación
militar de Cartago en la Península por aquellas fechas.
Tampoco es posible atribuir a los cartagineses la
destrucciones de muchos poblados ibéricos, cómo en
alguna ocasión se ha pretendido, ya que
cronológicamente se extienden a lo largo de un
periodo tan amplio y por tan diferentes zonas del sur
y el levante peninsular que no es posible conectarlas
entre sí, por lo que debemos rechazar la hipótesis de
una causa común. Por otra parte, se ha señalado en
más de alguna ocasión las analogías observadas en la
construcción de toda una serie de pequeños recintos
fortificados, torres o atalayas, que se extienden por la
Alta Andalucía (campiñas de Córdoba y Jaén) con la
arquitectura militar púnica y torreones similares
conocidos en el N. de Africa y Cerdeña. De acuerdo a
esta interpretación constituirían el testimonio
Huevo de avestruz pintado
arqueológico de las famosas "torres de Aníbal" citadas
por nuestras fuentes en el marco de la Segunda Guerra Púnica. Como su cronología
oscila, en algunos casos, entre el siglo V y el III a. C., se atribuyeron las más antiguas a
una presencia cartaginesa anterior a los Bárquidas. No obstante no han podido ser
asociadas a ningún objeto (cerámicas, armas...) de procedencia cartaginesa, ya que ningún
vestigio de esta índole se ha encontrado en ó cerca de las mismas, que indican por el
contrario una ocupación típicamente ibérica, e incluso romana.

La ausencia de testimonios numismáticos es particularmente significativa. La


ausencia de monedas similares a las empleadas desde finales del siglo V a. C. para pagar a
las tropas en Sicilia solo puede implicar que: 1) una cuestionable contingencia nos ha
impedido encontrarlas; 2) las tropas utilizadas por los cartagineses en la Península eran
retribuidas de otra forma; 3) los cartagineses dominaron gran parte de la Península sin
apenas emplear tropas; 4) realmente no se produjo la conquista hasta la época de los
Bárquidas, tras la primera guerra púnica, cuando precisamente comienza a producirse la
acuñación de monedas.

El tratado romano-cartaginés del 348 a. C.,


la presencia de cerámica ática importada, muy
abundante desde mediados del siglo V a. C., de
similares características en Ibiza, el pecio del Sec
y los poblados ibéricos del S.E. y la alta
Andalucía, la mayor concentración de estas
importaciones en torno a la cuenca minera de
Cástulo, los recintos fortificados, la emisión de la
primera moneda de plata de Cartago durante el
siglo IV a. C y la presencia de manufacturas
helenísticas en Ibiza, Cartagena y el litoral
catalán, son algunos de los datos que indican la
existencia de una activa presencia cartaginesa en
las regiones argentíferas de Cástulo y Cartagena
durante el siglo IV a. C. de carácter en principio
comercial, fundamentada en la hegemonía
marítima de Cartago que le permitía, por una
parte, enviar grupos de colonos a las ciudades
fenicias con las que mantenía pactos y alianzas, y
concluir tratados bilaterales, aunque en la
práctica desiguales, con las comunidades
autóctonas en cuyos territorios se encontraban
Terracota de busto femenino
los recursos que le interesaban, como los metales. procedente de Ibiza
Las elites locales se encargaban así de movilizar la
mano de obra necesaria para satisfacer la demanda, mientras que los cartagineses, en un
claro contexto de intercambio desigual, aportaban, además de algunas mercancías muy
apreciadas por aquellas, como el vino y las cerámicas áticas en que se bebía, elementos
técnicos para la construcción de torres que permitieran vigilar el tránsito del comercio
hacia la costa.

La conquista Bárquida.
En el año 237 a C. Amílcar Barca desembarcaba en Gadir para acometer la
conquista de los territorios peninsulares que habían pertenecido a la esfera de la
hegemonía mediterránea cartaginesa, la epicrateia occidental púnica, definida en el
tratado con Roma del 348 a C. La conquista de la Península por Cartago, en una
modificación radical del tipo de relaciones que habían prevalecido hasta entonces, no se
justifica como un intento de compensar la pérdida de Sicilia y Cerdeña, ni por la necesidad
de hacer frente a la cuantiosa indemnización de guerra impuesta por Roma con ocasión
de la paz del 241 a. C. La explotación del territorio africano sometido a los cartagineses
hubiera bastado para ambos propósitos, como revela la existencia de una facción política
cartaginesa, liderada por Hanón el Grande, de la que dan cumplida cuenta nuestras
fuentes, partidaria de desentenderse de las empresas mediterráneas a cambio de una
consolidación y extensión de los dominios de Cartago en el N. de Africa. El fin de la
Primera Guerra Púnica había supuesto para los cartagineses la pérdida de su supremacía
marítima, con el desmantelamiento de la estructura que durante siglos había permitido la
hegemonía marítima cartaginesa en el Mediterráneo por medio de tratados bilaterales
que en la práctica permitían a los cartagineses imponer sus intereses. Una hegemonía que
no sólo implicaba fines políticos, sino que garantizaba el abastecimiento de toda una serie
de recursos, vitales para su economía. Renunciar a estos recursos equivalía en la práctica
a entrar, antes o después, en dependencia de los comerciantes itálicos que ya habían
comenzado a sustituir a los púnicos en el Mediterráneo. Era la pérdida de la
independencia económica. Y la dependencia económica conlleva frecuentemente la política..
El periodo que se inicia con el desembarco de Amílcar en Gadir y que concluye con
la expulsión de los cartagineses de la Península por los romanos en el 206 a. C. es rico en
acontecimientos, que no siempre podemos reconstruir con detalle, por lo que subsisten
numerosas incógnitas que dan lugar a la controversia. Entre los autores antiguos que nos
han preservado el relato de los hechos, tan sólo Polibio parece haber accedido de forma
directa a fuentes púnicas o filopúnicas, que no se han conservado. Los autores posteriores,
como Tito Livio, Apiano o Silio Itálico, dependen
fundamentalmente de la analística (Fabio Pictor, Celio
Antípater), profundamente antipúnica, o unos de otros.
Se puede observar, por lo demás, de que forma ha ido
evolucionando la posición de los historiadores romanos,
desde una admiración inicial hacia Amílcar, que
comparten Fabio Pictor, Polibio o Catón con Diodoro de
Sicilia, hasta un retrato profundamente hostil como el
trazado por Apiano.

La confianza que, en principio, merecería el relato


de Tito Livio, se ve perjudicada por los innumerables
errores de detalle, algunos de los cuales han sido puestos
en evidencia por los hallazgos arqueológicos, como
ocurre con el asedio de Sagunto. Las investigaciones
arqueológicas, lingüísticas y, particularmente, las
numismáticas, nos ofrecen datos complementarios que
no siempre son fáciles de interpretar. Hay que tener
presente que precisamente en aquellos momentos se
estaba ultimando el proceso histórico de formación de
algunos grupos políticos peninsulares y que la conquista
cartaginesa primero y la guerra con los romanos después
incidió en ello notablemente. La confusión entre ciertos Rasurador votivo de bronce
etnónimos que en ocasiones muestran los textos puede
responder a distintos momentos en dicho proceso de formación. No menos significativa
es la presencia de una población fenicia anterior, así como grupos de autóctonos en
menor o mayor medida sometidos a su influencia cultural, lo que en ocasiones añade una
dificultad extra a la hora de determinar si tal o cual rasgo pertenece a los púnicos y
africanos parcialmente aculturados llegados con los Bárquidas o si se corresponde al
substrato fenicio-púnico precedente.

Amílcar.
Amílcar Barca, cuya estrella política estaba en ascenso en Cartago tras su triunfo
sobre los mercenarios y libios sublevados después del desastroso final de la Primera
Guerra Púnica, desembarca en Gadir en el 237 a. con su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal.
Gadir era un buen puerto para el desembarco de las tropas y para servir de base a
penetración hacia el valle del Guadalquivir y las regiones mineras de Sierra Morena, lo
que muestra claramente la inexistencia de otros asentamientos controlados por los
cartagineses en la Península.

En una primera fase Amílcar combatió a los pueblos de la costa, íberos y tartesio-
turdetanos, y algunos, de raigambre celta, ubicados más hacia el interior. La resistencia
parece haber sido escasa en las zonas costeras, en contacto desde muy antiguo con los
fenicios y púnicos, y mayor entre los pueblos que habitaban algunos territorios interiores,
donde una coalición dirigida por dos jefes locales se enfrentó a su avance. La resistencia de
la coalición liderada primero por Istolacio y luego por un tal Indortes parece tener
relación con el interés de Amílcar por controlar las zonas mineras de Sierra Morena,
habitadas algunas de ellas por gentes célticas. Se trata de la Beturia céltica, región situada
en términos generales entre el Guadalquivir y el Guadiana y que no sobrepasaría hacia el
E. el trazado de la posterior vía romana que unía Emérita con Itálica, y que debemos
distinguir de la Beturia túrdula, situada más al sur y habitada por los túrdulos, población
de raigambre turdetana con mezclas e influencias culturales púnicas. Istolacio fue
derrotado y murió en la batalla, tras lo cual Amílcar incorporó en su ejército a los tres mil
prisioneros que habían hecho los cartagineses. Poco después Indortes no tuvo mejor
suerte. Sus numerosos guerreros fueron derrotados antes incluso de entrar en combate y
muchos de ellos aniquilados en la huida por las tropas de Amílcar.

A partir de entonces Amílcar dispuso del control


de la extracción de metal en las principales zonas
mineras de Andalucía y Gadir comenzó a acuñar
moneda de plata de extraordinaria calidad. Esta
política monetaria pretendía evitar que se repitieran
situaciones como la que, tras el final de la Primera
Guerra Púnica, había imposibilitado el pago de las
tropas, que finalmente se sublevaron llevando a
Cartago al borde del desastre. Una moneda fuerte y
no devaluada era la mejor garantía de la fidelidad de
los contingentes de mercenarios que luchaban junto a
los púnicos y un factor, por tanto, que propiciaba la
estabilidad militar interna.

El estallido de una revuelta de los númidas,


Anverso de moneda bárquida con parcialmente sometidos por los cartagineses en el N
Amílcar como Harcles-Melkart de Africa, exigió la presencia de Asdrúbal con algunas
tropas para sofocarla. Sometidos los africanos,
Amílcar se dirigió a la alta Andalucía, el S.E. y Levante, donde finalmente fundó Akra
Leuke, la que sería desde entonces su base de operaciones, en las proximidades de
Alicante, aunque algunos prefieren situarla cerca de Cástulo, basándose en una cita de
Tito Livio (XXIV, 41, 3). Desde Akra Leuke emprendió Amílcar nuevas conquistas con el
objetivo de apoderarse de las ricas zonas argentíferas de Cartagena y Cástulo, y de las
minas de hierro y cobre del litoral de Murcia, Málaga y Almería.

En el 231 a. C. una embajada romana habría visitado al Bárquida en la Península,


según una noticia de Dión Casio (XII frg. 48), que otras fuentes más cercanas a los hechos,
como Diodoro, Polibio o Tito Livio, no mencionan en momento alguno de su relato, lo
que ha provocado ciertas dudas sobre su autenticidad. Amílcar, según Dión, habría
recibido a los legados cortésmente, asegurándoles que tan sólo combatía ante la
necesidad de obtener los medios que permitieran a Cartago satisfacer su deuda de guerra
con Roma, respuesta a la que al parecer los romanos no encontraron nada que objetar.

En el invierno del 229-228 a. C. Amílcar moría en circunstancia no suficientemente


esclarecidas. Diodoro (XXV, 10, 3-4), por unl lado, sostiene que mientras luchaba en el
asedio de Helike fue atacado por sorpresa por un tal Orisón, personaje de dudosa
historicidad que parece el etnónimo de los oretanos, jefe de un pueblo que acudió en
ayuda de los sitiados. En la retirada, el cartaginés perecería al intentar vadear un río. Tito
Livio (XXIV, 41, 3), por su parte, menciona que Amílcar murió en Akra Leuke, que él
denomina Castrum Album, mientras que Apiano (Iber., 5) afirma que pereció en combate.
Tal disparidad ha dado ocasión a la controversia, pues si por una parte pudiera parecer
para unos que Helike no era otra cosa que Elche, entre ésta y Alicante no existe ningún
río de importancia, como el que menciona Diodoro, por lo que otros piensan en otra
localización para aquel enclave.
Asdrúbal.
Tras la muerte de Amílcar, Asdrúbal fue proclamado por las tropas comandante en
jefe según una costumbre de ejércitos de la época. El gobierno de Cartago, en el que
ahora era fuerte la influencia de la Asamblea del Pueblo, ratificó el nombramiento
(Polibio, II, 1, 9). Tras recibir refuerzos de Africa se dedicó a la pacificación completa de la
Oretania, tal vez para vengar la muerte de Amílcar o por la simple necesidad de ejercer
un control efectivo sobre las riqueza mineras de la región y los caminos que conducían a
la costa. O por ambas cosas. Muchas poblaciones fueron
sometidas y sus ciudades reducidas a la categoría de
tributarias. A continuación emprendió una política de
acercamiento a la poblaciones autóctonas, desposándose
con un princesa indígena, lo que le granjeó la amistad de
las aristocracias locales, llegando a ser aclamado como
jefe supremo de los íberos. En palabras de Polibio (II, 36,
2), ejerció el mando con cordura e inteligencia, mientras
que Tito Livio (XXI, 2) destaca su preferencia por los
métodos diplomáticos frente a los militares.

Asdrúbal fundó, en las cercanías del Cabo de


Palos, un ciudad a la que denominó Qart Hadast,
dándola por tanto el mismo nombre que a la metrópolis,
siendo conocida por los romanos como Cartago Nova. Reverso de moneda bárquida
La capital de Asdrúbal, ubicada en uno de los mejores
abrigos de la costa meridional, cumplía además la función de controlar más de cerca la
explotación de las minas argentíferas de la región circundante, contaba con un excelente
puerto y disponía en sus proximidades de explotaciones de sal y de campos de esparto,
muy útiles para el mantenimiento de la flota. La ciudad, que albergaba el palacio
construido por Asdrúbal, llegó a contar con cuarenta mil habitantes y se convirtió en un
arsenal y un centro manufacturero de primera magnitud. Según la descripción de Polibio
(X, 10, 6):

“El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano
desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas, y
tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad
y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. hay otra colina frente a ésta,
de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se
dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno,
simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado
hacia el Este se llama el de Hefesto, el que viene a continuación el de Altes, personaje que, al
parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los
altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas
más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este
canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que
carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior de la región, los suministros
necesarios...Inicialmente el perímetro de la ciudad medía no más de veinte estadios, aunque sé muy
bien que no faltan quienes han hablado de cuarenta, pero no es verdad. Lo afirmamos no de oídas,
sino porque lo hemos examinado personalmente y con atención; hoy es aún más reducido”.

Las recientes excavaciones arqueológicas realizadas en Cartagena han


proporcionando una serie de interesantes hallazgos, como un tramo de la muralla púnica,
de una estructura muy similar a la de Cartago. En el llamado Cerro del Molinete, una de
las cinco colinas que rodeaban la ciudad, se han encontrado restos arquitectónicos de un
posible santuario cartaginés. Una excavación de urgencia ha documentado, así mismo,
una serie de habitaciones de un edificio relacionado con actividades pesqueras que fue
destruido en el asalto a la ciudad por Escipión en el 209 a.C.
En el 226 a. C. Asdrúbal recibió en Cartago Nova una embajada romana que se
interesaba por los progresos de los cartagineses en la Península. El motivo de tal visita a
dado lugar una vez más a la controversia. Mientras que para algunos se trata de la
preocupación de Massalia, aliada de Roma, ante los avances de los cartagineses, otros
argumentan que, ante el peligro inminente de una invasión de los galos, los romanos
deseaban garantizarse la neutralidad de los púnicos. Sea como fuere, el resultado de las
negociaciones fue un tratado (Polibio, III, 27, 9) en el que cartagineses y romanos se
comprometían a no atravesar en armas el Ebro, que de este modo se convertía en el
límite de los territorios cartagineses en la Península.

Cinco años más tarde Asdrúbal era asesinado en sus propios aposentos, al parecer
por galo que deseaba vengar la muerte de su jefe, aunque esta noticia resulta bastante
oscura. Previamente, durante los ocho años que había durado su mandato, había llevado
a cabo la organización administrativa de sus dominios y había sistematizado la
explotación de los abundantes recursos de que disponía, a lo que nos referiremos más
adelante.

Aníbal.
Muerto Asdrúbal, Aníbal fue elegido general por las tropas con la aquiescencia de
Cartago (Polibio, III, 13, 4). De inmediato inició una serie de campañas para extender el
dominio cartaginés en la Península, al que el Tratado del Ebro había dado legitimidad
frente a Roma. Combatió contra los olcades, pueblo situado en la región comprendida
entre el Tajo y el Guadiana, y al que otros investigadores sitúan en las proximidades de
Alcoy, y luego contra los vacceos, de cuya capital Helmántica se apoderó, así como de
otra localidad que Polibio denomina Arbúcala. De regreso de esta última expedición
derrotó junto al Tajo a una coalición integrada por olcades, carpetanos y fugitivos del sitio
de Helmántica, victoria con la que consolidaba la dominación cartaginesa sobre los
pueblos de la Meseta hasta la Sierra del Guadarrama.

Por la información
que nos da Polibio (III, 15)
sabemos que entre tanto
Sagunto, una ciudad del
litoral edetano situada a
unos 150 km al sur del Ebro,
había llegado a establecer
relaciones con Roma, a raíz
de un enfrentamiento entre
sus habitantes, divididos en
una facción antipúnica y otra
procartaginesa, por lo cual
solicitaron su arbitrio, dado
que no estgaba implicada en
la Península. Parece que
estos sucesos fueron algo
anteriores a la proclamación
de Aníbal por las tropas. El
mismo, en sus campañas del
220 a. C. había tenido cuidado de Ruinas romanas en la acrópolis de Sagunto
no provocar a los saguntinos.
Hacia esa misma fecha, los de Sagunto, quizá confiando en su amistad con Roma, así
como en la cautela mostrada por Aníbal hacia ellos, habían comenzado a hostigar a un
pueblo vecino, aliado de los cartagineses, al que en los textos antiguos se denomina como
unas veces como turboletas y otros como turdetanos, aunque este último caso parece un
error de Tito Livio.
Algunos investigadores consideran a Sagunto como un emporio griego en estrecha
relación con la ciudad ibérica de Arse. El enfrentamiento entre los saguntinos que habría
propiciado finalmente el arbitrio de Roma habría sido en realidad un conflicto entre la
población ibérica y los residentes helenos. Así se entendería mejor la supuesta
participación de Massalia, instando a Roma, primero para que estableciera un límite a los
progresos de los cartagineses en la Península, cuyo resultado habría sido el Tratado del
Ebro del 226 a. C., y luego para que exigiese a los púnicos que respetaran Sagunto. No
obstante, esta hipótesis, aunque sugestiva, tiene escaso respaldo arqueológico.

Por lo que sabemos una embajada romana visitó a Aníbal en Cartago Nova
exigiéndole respetar Sagunto. Este reprochó a los legados la mala fe de la actuación
romana que poco antes había utilizado el conflicto que oponía a los saguntinos para
eliminar a algunos ciudadanos notables amigos de los cartagineses, mientras que les
recordaba que Sagunto había aprovechado su amistad con Roma para maltratar a
pueblos que eran aliados de los cartagineses. Hay quien piensa que al haber querido los
habitantes de la ibérica Arse entrar en el círculo de alianzas de los cartagineses, los de
Sagunto, tal vez con la ayuda de Roma, se habían apoderado de la ciudad y dado muerte
a sus dirigentes, lo que para muchos otros no es sino una
división en el seno de Sagunto, que algunos incluso
interpretan como una sublevación popular que contó con
la ayuda de los residentes griegos contra la oligarquía
procartaginesa que en su opinión gobernaba la ciudad.
Así de poco clara está la cuestión, y la verdad es que en
este punto los textos antiguos no ofrecen gran ayuda.

Tras el fracaso de su gestión ante Aníbal la embajada


romana se dirigió a Cartago donde no obtuvo mejores
resultados. Ese mismo año del 219 a. C. Aníbal
emprendía el sitio de Sagunto, que tras ocho meses de
cerco cayó en manos de los púnicos, ante la total
inactividad de Roma, que por entonces estaba
comprometida en una guerra en Illyria. En los primeros
meses del 218 a. C. una nueva embajada romana
planteaba ante el gobierno de Cartago sus reclamaciones.
Coraza de bronce procedente
de Túnez. S. III-II a. C.
Entre otras cosas querían saber si Aníbal había actuado
por iniciativa propia, ya que en caso haber sido así exigían
que les fuera entregado para castigarle. Los cartagineses eludieron las responsabilidades
de su general, argumentando que Sagunto no figuraba entre los aliados de Roma en el
tratado del 241 a. C., único que reconocían, ya que el de 256 a. C. había sido realizado con
Asdrúbal y no con el pueblo de Cartago, de la misma manera que Roma se había negado
a aceptar el tratado de Cátulo que ponía fin a la Guerra de Sicilia, alegando que no había
sido ratificado por el pueblo y el Senado romano y había aprovechado para endurecer
sus condiciones. El resultado fue el estallido de la Segunda Guerra Púnica o Guerra de
Aníbal que habría de ocasionar la expulsión de los cartagineses de la Península.

Sagunto, la Segunda Guerra Púnica y la cuestión de las responsabilidades.


Entre las diversas incertidumbres que rodean el comienzo de la guerra nuestras
fuente parecen estar de acuerdo en un punto, el papel jugado por Sagunto en el
desencadenamiento del conflicto. Los romanos pretendieron justificar posteriormente su
comportamiento argumentando que el tratado del Ebro hacía una excepción de Sagunto,
lo que Polibio no menciona en momento alguno, e incluso llegando a afirmar que la
ciudad se encontraba situada al norte del Ebro, como hace Apiano (Iber., 7). Esto ha dado
pie a algunos investigadores, como J. Carcopino, G. Ch. Picard, G.V, Sumner, F. Gauthier,
P. Boch Gimpera, o P. Jacob, a pensar que el Ebro del tratado del 226 a. C. no sería el
Ebro actual, sino algún otro río, como el Júcar, de la región de Levante. Esta hipótesis,
que defiende la existencia de varios ríos del mismo nombre, resta importancia a los
testimonios de los textos antiguos.

Parece más prudente considerar el posible carácter informal de las relaciones que
vinculaban a Sagunto con Roma. El Senado romano había, por otra parte, rehusado en
varias ocasiones atender las demandas de los saguntinos, antes de decidirse finalmente
por enviar una embajada para que se entrevistara con Aníbal en Cartago Nova. Según
parece desprenderse de un pasaje de Polibio (III, 20, 3), la llegada a Roma de la noticia de
la caída de Sagunto provocó un debate en el Senado, lo que indica que había una división
de opiniones acerca de las obligaciones respecto a Sagunto y muestra una vez más la
imposibilidad de que ésta se encontrara al norte del río Ebro del tratado del 226 a. C.

Si se quiere entender el verdadero alcance de la


actuación romana con Sagunto y la posterior
declaración de guerra a Cartago, es preciso rechazar
aquellas hipótesis que sostienen que el estallido de la
guerra se inserta en una política fundamentalmente
defensiva por parte de Roma. Tales argumentos, que
en realidad persiguen liberar a los romanos total o
parcialmente de sus responsabilidades en el estallido
del conflicto, tienen mucho que ver con el debate
sobre el imperialismo romano de finales de la
República, en el que unos mantienen que Cartago era
una amenaza potencial para Roma, mientras otros
sostienen el carácter agresivo de la actuación romana.
Todo ello enlaza, a su vez, con el conocido tema de la
Anverso de moneda bárquida
“Ira de los Bárquidas”, punto central de la con posible efigie de Aníbal
argumentación del prorromano Polibio y de los autores
posteriores que encuentran en el supuesto afán de revancha de Amílcar y Aníbal la causa
más segura de la guerra, y de todos aquellos investigadores que interpretan la conquista
Bárquida de la Península como la preparación de un nuevo conflicto contra Roma. No
obstante, la política Bárquida no se tornó beligerantemente antirromana hasta Aníbal, y
aún así éste tuvo cuidado de no provocar los recelos de Roma, respetando a Sagunto en
sus primeras campañas.

Otras explicaciones que pretenden justificar la posición romana no son más


convincentes, como la que pretende que la guerra se inició por una concatenación de
malentendidos sin que por ninguna de las dos partes existiera un interés concreto en el
inicio de las hostilidades, o la que sostiene que el acontecimiento que precipitó la
declaración de guerra por parte romana fue el paso del Ebro por Aníbal en la primavera
del 218 a. C. En ambas subyace la idea de que entre la llegada a Roma de la noticia de la
caída de Sagunto y la partida de la embajada portadora del ultimátum ante el gobierno de
Cartago había transcurrido un tiempo considerable. No obstante, el mismo Polibio (III,
34, 7) dice que Aníbal tuvo noticias del resultado de la embajada romana en Cartago en
sus cuarteles de Cartago Nova, antes de ponerse en marcha al frente de sus tropas en la
primavera del 218 a. C. Este autor afirma, por otra parte, que en el momento de cruzar el
Ebro la delegación romana enviada a Cartago con el ultimátum había ya regresado (III,
40, 2).

La existencia de una poderosa facción de la nobleza romana con intereses muy


concretos en la expansión por el Mediterráneo tiene más consistencia que todos los
argumentos esgrimidos para liberar a Roma del peso de sus responsabilidades. El periodo
comprendido entre la Primera y la Segunda Guerra Púnica estuvo dominado
políticamente por la facción de los Fabios, partidarios de ampliar el dominio territorial de
Roma, lo que se manifestó en la conquista de la Galia Transpadana y en el
desentendimiento de cualquier aventura marítima, apoyados por la plebe rural y los
votos de los pequeños agricultores, y por hombres como Claudio Marcelo, vencedor de
los galos en Clastidium, y Cayo Flaminio, impulsor de una política de expansión agraria
similar a la propugnada por los Fabios. Frente a esta política agraria de corte tradicional
se alzaba otra facción comprometida en una expansión mediterránea con al apoyo de los
negotiatores itálicos y romanos.

Estos nobles, a los que las actividades comerciales habían quedado vedadas por la
Ley Claudia, poseían intereses concretos en las empresas de los negotiatores y publicani,
muchos de los cuales eran amigos, clientes o libertos suyos, y no sólo en el ámbito
romano sino también en el etrusco, griego e itálico. Los éxitos obtenidos en el 229 a C. con
ocasión de la Segunda Guerra Illirica, completados en el 221-220 y en el 219 a. C., al mismo
tiempo que Sagunto quedaba
abandonada a su suerte frente al asedio
cartaginés, marcan los principales pasos
de una expansión hacia el E., cuyas
motivaciones económicas hay que
buscarlas en los intereses de este sector
de la nobleza vinculado directamente
con las colonias griegas de las costas
balcánicas y con los comerciantes
griegos e itálicos que frecuentaban el
Adriático (Polibio, II, 8, 2-3 y 23, 34,
Dión Casio, frag. 49, 2, Apiano, Il., 24).

En este contexto el poder de los


Fabios había sido amenazado por una
nueva ascensión de los Cornelios y los
Emilios, poderosas familias al frente de
una facción que se apoyaba en una
amplia clientela comercial. Después de
varios años de eclipse estas familias
logaron desempeñar algunos consulados. Puculum republicano con escena de elefantes
Enemigos de los Fabios, los Cornelios
Escipiones fueron desde entonces los principales dirigentes de la facción que propugnaba
una política de expansión mediterránea. Pero su ámbito de intereses era sobre todo
occidental. La anexión de Cerdeña y Córcega en el 237 a. C. se había producido durante
el consulado de L. Cornelio Escipión.

La existencia de esta facción política en Roma y la coincidencia de sus éxitos en los


comicios con una política exterior de clara intervención frente a Cartago deja poca base a
las argumentaciones que intentan sostener que antes del ataque de Aníbal a Sagunto
Roma no había mostrado ningún interés por las asuntos de la Península Ibérica,
habiéndose limitado a firmar el tratado del Ebro con Asdrúbal a instancias de su aliada
Massalia. El establecimiento de relaciones con Sagunto se puede fechar con bastante
probabilidad en un momento cercano o inmediatamente anterior a la firma del tratado
del Ebro, como se infiere de un pasaje de Polibio (III, 20, 2), en el que se afirma que los
saguntinos habían preferido el arbitrio de Roma ya que hasta entonces no había estado
involucrada en la Península. Coincidiría entonces con el auge en Roma de los partidarios
de la expansión mediterránea aún a costa de un nuevo conflicto con los cartagineses.
También se ha propuesto una fecha en torno al 224/223 a. C., argumentando que de
existir la alianza entre Sagunto y Roma, Polibio hubiera realizado alguna alusión al hablar
del tratado del Ebro, lo que por otra parte no habría sido necesario de ser cierto el
carácter informal de las relaciones entre ambas. También se ha señalado que las relaciones
entre Roma y Sagunto se remontarían a la época de Amílcar y que el interés de Roma
por la Península se remontaría mucho más atrás, hasta el tratado del 348 a. C. en que
Cartago prohibía a los romanos y sus aliados traspasar con fines comerciales, coloniales o
militares el límite establecido en Mastia de Tartessos. El problema reside en explicar, en
cualquier caso, la pasividad romana ante el asedio cartaginés de Sagunto.

Parece evidente que después de la embajada que exigió sin éxito a Aníbal que
respetara Sagunto, el Senado romano debería haber concebido la posibilidad de que se
produjera un ataque cartaginés contra la ciudad. Aún admitiendo como probable que la
noticia del ataque hubiera llegado a Roma cuando los cónsules habían partido ya en
campaña contra Demetrio de Pharos, ésta apenas duró unas semanas. A finales del
verano del 219 a. C, cuando aún proseguía el cerco a Sagunto, uno de los cónsules
regresaba en triunfo a Roma, sin que por ello se prestara atención a la situación de la
ciudad sitiada por los cartagineses. Se puede pensar también que los senadores romanos,
conscientes de la posibilidad de la guerra tras el retorno de la embajada que se había
entrevistado con Aníbal, decidieran solucionar primero la cuestión de Illyria, pensando
como afirma Polibio que el ataque a Sagunto no sería tan inminente. Pero aún así,
cuando éste se produjo la pasividad romana siguió su curso. La pasividad romana no se
netiende, a no ser que las relaciones con Sagunto fueran, efectivamente, de carácter
informal o que buscaran un pretexto para poder declarar la guerra. O ambas cosas.

La Iberia Bárquida.
Aunque los textos antiguos no dan mucha información, se puede intentar
reconstruir el sistema de gobierno organizado por los Bárquidas en la Península. Se daba
en él una distinción clara entre los pueblos dominados y los aliados de los cartagineses,
que entraña así mismo una diferencia de trato a las tierras anexionadas por derecho de
conquista de aquellas otras que permanecieron en manos de los aliados -autóctonos o
fenicios peninsulares- de los cartagineses. Al igual que en Africa
debemos suponer que una parte de ellas pasarían a ser
consideradas directamente propiedad de los conquistadores y sus
recursos explotados por mano de obra esclava o servil, o mediante
el establecimiento de colonos africanos que de esta forma recibían
tierras a cambio de sus obligaciones militares. Otra parte de las
mismas serían explotadas, bien en régimen de monopolio, como
sucedió con las minas y las salinas, por medio de esclavos, o bien
cedidas en usufructo a sus antiguos propietarios, caso de las tierras
agrícolas, que permanecerían en ellas como personas libres pero
política y económicamente dependientes y obligadas a satisfacer un
pago por lo obtenido de sus cosechas.

Las tierras de los aliados estarían exentas de tales


contribuciones, si bien es probable que éstos debieran contribuir
con hombres y otros medios a las necesidades de la administración
política y militar cartaginesa. Entre los aliados cabría también
distinguir por su posición un tanto especial, aquellos que, como las
ciudades fenicias en la Península gozaban de notable autonomía,
documentada para el caso de Gadir, o determinadas poblaciones,
que como Cástulo y Astapa se distinguieron siempre por su
amistad hacia los cartagineses, de aquellos de carácter más
circunstancial, como los ilergetes.

Desconocemos en su totalidad el régimen jurídico imperante,


si bien algunos datos de los textos antiguos y de las monedas
Terracota púnica permiten una cierta aproximación al problema. Por un pasaje de
procedente de Ibiza Diodoro (XX, 55, 4) sabemos que en el norte de Africa, los
libiofenicios compartían lazos de epigamia con los cartagineses, lo
cual sólo se puede dar entre comunidades que se reconocen jurídicamente iguales. Estos
libiofenicios no parecen haber sido otros que los fenicios establecidos en Libia, o sea el N.
de Africa, por lo que es lícito sospechar que las ciudades fenicias peninsulares, como
Gadir, Malaka o Abdera hayan podido gozar de prerrogativas similares. En cualquier caso
la autonomía de todas ellas parece desprenderse con claridad del propio relato de los
acontecimientos, mientras que las monedas muestran diferencias significativas, que no
sólo atañen a la iconografía de sus representaciones sino también a su metrología, entre
las emisiones de estas cecas y las de los Bárquidas.

Otro elemento constitutivo del sistema de gobierno y administración cartaginés en


la Península, obra en gran parte de Asdrúbal, parece haber sido un sistema político de
pactos y alianzas, sancionado en ocasiones por medio de matrimonios como los de
Asdrúbal y Aníbal con hijas de algunos importantes jefes locales. Se aprovechaba así con
gran eficacia la existencia de una arraigada tradición entre las poblaciones autóctonas, por
la cual un grupo de personas, normalmente guerreros, se vinculaba por medio de un
juramento religioso a un líder al que seguían incondicionalmente (devotio ), o establecían
pactos de reciprocidad que comprometían a individuos e incluso a colectividades (fides ),
lo que salvaguardaba las formas locales de autogobierno y alejaba el peligro de reacciones
violentas propias de quienes se sentían más súbditos que aliados.

Sabemos que Asdrúbal estableció lazos de hospitalidad con los jefes autóctonos y
con los pueblos que ganó a su alianza por medio de la amistad de sus dirigentes, y que
convocó en Cartago Nova una asamblea de todos estos jefes en la que fue elegido por
aclamación jefe supremo de los iberos (Diodoro, XXV, 12, Polibio, X, 10, 9). A partir de
entonces esta asamblea debió funcionar con cierta regularidad como un organismo
representativo y de gestión en los territorios sometidos a la administración colonial
púnica. De esta forma se constituyó una estructura de carácter federativo, una liga, en la
que las diversas comunidades socio-políticas que la integraban pasaron a insertarse en
una unidad política de rango superior, sin perder por ello su originalidad y su autonomía
local, y que, dada la hegemonía cartaginesa en la Península, evolucionó hacía una
confederación en la que, en la práctica, los cartagineses contaban con los medios
necesarios para imponerse a sus aliados. Uno de estos medios, pudo haber sido la
frecuente costumbre de recibir a destacados miembros de las elites locales en Cartago
Nova, en calidad de huéspedes de los cartagineses, rehenes en la práctica que debían dar
cuenta de la fidelidad de sus familiares y amigos.

Los Bárquidas gobernaron en la Península con completa autonomía, pero no a


espaldas de Cartago. La legitimidad, en contra de una tradición presente en los textos
antiguos, que pretende diluir la responsabilidad romana culpando del origen de la guerra
no al gobierno de Cartago, sino a estos generales que actuaban por su cuenta, no se
perdió nunca. Si bien es cierto que Asdrúbal y Aníbal fueron elevados al mando supremo
por sus propias tropas, no lo es menos que el gobierno de Cartago ratificó ambas
decisiones. Posiblemente gobernaron en la Península a la manera de los monarcas
helenísticos sobre las poblaciones conquistadas, pero la razón de ello está en las mismas
coyunturas generales y locales de la época. La monarquía era la fórmula empleada por
todos los gobiernos “coloniales” en el periodo helenístico, y no parece haber sido
desconocida, aún en sus manifestaciones más rudimentarias, entre los pueblos de la
Península.

Parece bastante razonable, sin embargo, pensar que la política de alianzas y


matrimonios les llevó a erigirse en jefes de muchas poblaciones ibéricas, situándose en la
cúspide de la jerarquía política e institucional. De esta forma, los sucesivos matrimonios
de Asdrúbal y Aníbal con “princesas” oretanas, al tiempo que les integraba por
parentesco en la cima de la estructura política aristocrática que existía en la zona, les
permitía el control de las ricas producciones mineras de Cástulo y sus alrededores. Por
otra parte, los matrimonios con el fin de aunar lazos políticos eran frecuentes, y ya
habían sido utilizados por los cartagineses en Sicilia y el N. de Africa.

Las ciudades fenicias de la Península parecen haber gozado de un estatuto de


aliados y hay datos fidedignos sobre su independencia política y administrativa. Los
textos antiguos (Tito Livio, XXVIII, 30, 4 y 37, 2) mencionan a los sufetes de Gadir y a
otros magistrados a los que denominan “cuestor” y “pretor” respectivamente,
encargados probablemente de las finanzas y del mando militar. A tal respecto los datos
proporcionados por las monedas neopúnicas, aunque no siempre fáciles de interpretar,
parecen apuntar en esta misma dirección, pues sugieren la existencia de cuestores,
censores, ediles y otros magistrados, en lo que resulta sin duda una transcripción latina de
las realidades administrativas púnicas precedentes, como ha señalado Mª P. García
Bellido.

Colonización y fundación de ciudades.


Muy importante fue también la colonización, instrumento necesario para la
creación de bases sólidas que sirvieran de apoyo, tanto en el terreno militar como en el
político. Esta colonización operaba de dos maneras. Una mediante la creación de
ciudades, política inaugurada ya por el propio Amílcar con la fundación de Akra Leuke.
La fundación de Cartago Nova por Asdrúbal se inscribe en esta mima línea y resulta
sumamente significativa. Este general cartaginés fundó al parecer otro asentamiento,
según Diodoro (XXV, 12), del que no se conoce su nombre ni su emplazamiento. Aníbal
convirtió Sagunto, una vez conquistada, en colonia cartaginesa, lo que nos muestra que
estas fundaciones podían realizarse ex novo o sobre un asentamiento preexistente, como
pudo haber ocurrido con Barcino, convertida en fortaleza púnica por Aníbal o su
lugarteniente Hanón en el 218 a. C. , o con Mahón en las Baleares, posiblemente fundada
como campamento militar en el curso de la segunda guerra púnica. Otras veces se
procedió al traslado de africanos a la Península, mientras que contingentes de iberos eran
enviados al Norte de Africa, a fin de reforzar la fidelidad y eficacia militar de estas tropas,
desvinculadas así de sus lugares de origen. Carteia, en palabras de Pomponio Mela (II,
96), estaba habitada por fenicios trasladados de Africa, y no es imposible pensar en una
refundación cartaginesa de la ciudad autóctona en este periodo.

Se trataba de contingentes militares instalados por los Bárquidas, con un


componente líbico-bereber y más concretamente númida, para proporcionarles una
forma de subsistencia en los períodos en que se hallaran desmovilizados, por lo que
habrían sido convertidos en colonos militares a los que se asignaba una tierra cambio de
sus servicios cuando estos les fueran requeridos. Recientemente J. L. López Castro ha
vuelto ha llamar la atención sobre un texto de Tito Livio (XXI, 45, 5) en el que Aníbal
promete tierra exenta de cargas en Africa y en la Península Ibérica a los soldados de su
ejército en Italia, cuando les dirige una arenga antes de la batalla de Ticino, que sería una
buena muestra de semejante política.

Esta colonización parece la responsable de la aparición o potenciación de un


determinado número de núcleos de carácter urbano que acabaron emitiendo moneda con
leyendas en el alfabeto que convencionalmente denominamos “libiofenicio”, aunque
“blastofenicio” (Apiano, Iber., 56) parece una
denominación más correcta. Estos blastofenicios,
distintos por consiguiente de los libiofenicios, que no
son sino fenicios procedentes del N. de Africa, eran
gentes africanas reclutadas por los cartagineses y
parcialmente punicizados que se asentaron en territorio
bástulo, situado por algunos investigadores, siguiendo
a Estrabón (III, 1, 7 y 4, 1) que identifica bástulos con
bastetanos, en la región bastetana, la costa
mediterránea andaluza, mientras que otros lo ubican
en la región situada en torno al Estrecho de Gibraltar,
de acuerdo con Plinio (N.H., III, 8 y 19), Mela (Chor., III,
3) o Tolomeo (II, 3, 6), y extendiéndose, hacia el interior
del país, hasta la zona próxima a la Lusitania. Parece
probable que, además de los campamentos militares
situados en torno al Guadalquivir y guarnecidos por Anforilla de vidrio policromado
jinetes númidas, según ha sugerido F. Chaves de la
aparición de una serie de monedas que los cartagineses utilizaban para pagar a estas
tropas, contingentes de africanos fueran asentados en la región de Cádiz y sur de
Extremadura, en un régimen similar al del colonato militar.

Contamos con muy poca información sobre esta colonización. Los textos antiguos
apenas dicen nada, aunque se ha creído poder localizar en la propagación de símbolos y
divinidades púnicas como Tanit, Baal Hammon y Melkart en las monedas emitidas en
época romana por localidades como Arsa, Lascuta, Turricina, Iptuci, Veci, Bailo, Olba y
Asido, localizadas la mayoría en la zona de Estrecho, y que presentan un alfabeto
monetal que se distingue del utilizado en las acuñaciones de las ciudades fenicias de la
costa como Gadir, Sexs, Malaka y Abdera. Con ella se potenciaba el control cartaginés
sobre los territorios peninsulares, aliados o conquistados, y se ejercía una vigilancia
estratégica sobre poblaciones próximas cuya fidelidad no resultaba segura.

Política monetaria.
Por último, la administración Bárquida en la Península tenía una política monetaria
destinada, sobre todo, a cubrir las necesidades militares, que supuso la acuñación de una
moneda de plata de gran calidad, destinada a mantener la confianza entre sus usuarios y a
ser un vehículo de propaganda del poder carismático se se atribuía a los Bárquidas. Estos,
siguiendo las pautas helenísticas de la época, habían vinculado su familia al dios Melkart,
que ahora se asimilaba al Heracles griego, convertido así en divinidad dinástica, cuya
esfinge aparece en las monedas que acuñaron en la Península para pagar a sus tropas.
Este dios les otorgaba protección y poder, garantizando de ésta forma el éxito de sus
empresas. Más que una vuelta a las ancestrales tradiciones tirias, como en ocasiones se ha
interpretado, parece que responde a un programa político muy concreto, una de cuyas
prioridades consistía en obtener la legitimidad dispensada por el santuario de Melkart en
Gadir, la más importante de las ciudades fenicias en la Península, aliada de Cartago, según
vemos en el tratado con Roma del 348 a.C., pero políticamente independiente. De esta
forma el culto de Melkart fue usado por los Bárquidas para construir un elemento
ideológico que legitimara y diera contenido a su política imperialista, del igual forma que
Heracles sirvió a los intereses de los monarcas helenísticos de Oriente.

Las monedas bárquidas, acuñadas para pagar a


las tropas, y cuya circulación viene marcada por los
movimientos de éstas, exhibían una rica iconografía
de influencia siciliota unas veces y cartaginesa otras.
Entre las imágenes presentes destacan en el anverso
la de Heracles con la maza y la piel de león, propia
de la ceca de Gadir, la diosa Tanit alada, portando un
casco o coronada de espigas, así como la cabeza
masculina diademada o sin atributos que ha sido
identificada por unos con una representación de
Melkart y por otros con un retrato de Aníbal. En el
reverso son frecuentes la palmera, los delfines, la
proa de un barco, el elefante o el caballo parado,
saltando o con la cabeza vuelta. Si hubo retrato de
algún Bárquida en alguna de las series que
Anverso de moneda bárquida conocemos, lo que no es seguro aunque si posible,
difícilmente pudo ser debido a un cuestión de
propaganda entre los soldados. Más bien se trata de un motivo iconográfico de prestigio,
un símbolo de poder fácilmente reconocible, ya que la asimilación Melkart-Heracles
genera una simbología que no es otra que la de la victoria, reforzada por la presencia del
elefante, asociado también al triunfo y poder militar, en el reverso de las monedas.

Las monedas acuñadas por los Bárquidas en la Península muestran, por otra parte,
una serie de rasgos característicos como son el alto contenido en plata que se mantiene
por encima del 96%, así como la estabilidad, ya que los diversos acontecimientos apenas
afectan a la calidad y continuidad de las emisiones, y la independencia de las cecas locales
frente al gobierno bárquida, avalada por las rasgos propios de cada amonedación. Se
respetan en todas la iconografía y metrología locales. Las monedas de Gadir se adecúan a
los nominales del dracma, hemidracma y hemióbolos, mientras que las monedas
acuñadas en las cecas bárquidas se ajustan a los nominales del shekel, medioshekel, y
cuarto de shekel. Así mismo se observa una aplicación ligeramente distinta de las técnicas
metalúrgicas de la plata.

La explotación de los recursos.


Apenas sabemos nada de la organización territorial de los dominios de los
Bárquidas en la Península, lo que se debe particularmente al silencio de los textos
antiguos. A grandes rasgos se puede entrever una situación en la que contrasta la
autonomía de Gadir y las restantes ciudades fenicias peninsulares, cuyos dominios
territoriales no debían ser muy extensos, y junto a los cuales se dispuso el asentamiento
de colonos militares procedentes de Africa, con los dominios propiamente Bárquidas,
gobernados desde Akra Leuke y Cartago Nova, así como las tierras de los iberos
“aliados”. Gadir y las restantes ciudades fenicias de la Península, al igual que Cartago
Nova, poseían instituciones y formas de gobierno típicamente púnicas. Sabemos de la
existencia de sufetes en Gadir (Tito Livio, XXVIII, 37), magistrados púnicos que encarnan
el poder ejecutivo y que conocemos también en Cartago y en Cerdeña, mientras que para
Cartago Nova está atestiguada la existencia de un gobernador, sin que sepamos si se trata
de un sufete o de una magistratura militar, un Senado y un Consejo de Ancianos (Polibio,
X, 8 y 18), que reproducían a escala local la asamblea oligárquica, que las fuentes griegas
llaman Gerusia y las latinas Senado, y el Consejo o Tribunal de los Ciento Cuatro
documentados en Cartago.

Los recursos estratégicos que la Península ofrecía a los


cartagineses eran metales, madera y esparto para la
construcción naval y hombres para sus ejércitos. Una de las
primeras preocupaciones de Amílcar fue el control de las zonas
mineras de Sierra Morena y el S.E. Diodoro (V, 35-38) menciona
que todas las minas que estaban en producción en época
romana habían sido explotadas antes por los cartagineses. Plinio
(XXXIII, 96-7) añade que la explotación de un filón de plata de
Cástulo reportaba a Aníbal trescientas libras diarias y menciona
otros pozos abiertos por éste que aún continuaban en
producción en la época en que escribía. Polibio (XXXIV, 9, 9),
por su parte, alaba la gran productividad de las minas de plata
de Cartagena.

La ceca de Byrsa en Cartago y la de Cartago Nova se


beneficiaron de esta explotación comenzando a emitir una serie
numerosa de dracmas de plata. El mineral de hierro del S.E. era
utilizado para la manufactura de armas y otros utensilios en los
talleres de Cartago Nova. El estaño se obtenía a través de
Gadir, que en esta época aún controlaba el comercio con las
Cassitérides (Estrabón, III, 5, 11), si bien el hallazgo de algunas
monedas púnicas en el valle del Sena permite sospechar la Amfora cartaginesa
existencia de algún tipo de presencia cartaginesa en la ruta del S. IV-III a. C.
estaño de la Galia. Las campañas de Aníbal en la Meseta podían haber tenido también
entre su objetivos el de mantener abierto el acceso al N.O. peninsular, rico en estaño y
oro.

El trabajo en las minas, de las que se ha pensado que probablemente eran


monopolio de los cartagineses, fue seguramente realizado por mano de obra servil o
esclava. En Cartago Nova, cuya población estaba compuesta por artesanos, menestrales y
hombres de mar, había un grupo significativo de dos mil trabajadores especializados.
Aunque los texto antiguos no dicen nada sobre su situación jurídica, sabemos que en
Cartago los trabajos artesanales y especializados eran desempeñados normalmente por
hombres libres. Tras la conquista de Cartago Nova, Escipión dejó en libertad a un buen
número de sus habitantes mientras que otros pasaron a convertirse en propiedad del
pueblo romano. Probablemente estos últimos eran siervos o esclavos de los Bárquidas,
empleados en los trabajos de las canteras y los arsenales, como también sucedía con este
tipo de trabajadores en la metrópolis africana. La extracción de sal, de gran importancia
para la navegación, el comercio y el abastecimiento de las tropas al permitir conservar
más tiempo los alimentos, pudo emplear igualmente a este tipo de trabajadores.

Apenas sabemos nada de las explotaciones agrícolas, aunque, como se ha visto, se


sospecha la presencia en algunos lugares de grupos de libiofenicios y blastofenicios en un
régimen similar al colonato militar. Por otra parte, es lógico suponer que los centros
urbanos de población colonial, como Akra Leuke y Cartago Nova, dispondrían de su
propio territorio circundante donde el régimen de propiedad y las relaciones de
producción no debieron diferir en mucho de las conocidas en Cartago. Es probable que
algunas tierras, debido a la especial importancia de sus productos, estuvieran sometidas,
según la práctica helenística, a una forma de propiedad directa por parte del gobierno
Bárquida, siendo explotadas tal vez mediante mano de obra servil o esclava.

En las proximidades de Cartago Nova se cultivaban grandes extensiones de


esparto que era utilizado para la construcción de aparejos para los barcos. Tito Livio
(XXXIII, 48, 1) y Plinio (N.H., XVII, 93) mencionan la gran cantidad de cereales y de
esparto que los romanos encontraron en los almacenes de la ciudad tras su conquista. La
producción de esparto debió ser notable, ya que según parece podía incluso ser enviado
fuera de la Península, como ocurrió con el utilizado en la flota de Terón II de Siracusa. Por
otra parte, resulta habitual atribuir a los cartagineses la introducción de algunos cultivos,
como la granada (malum punicum ), y ciertas innovaciones técnicas, como una máquina de
trillar conocida como plostellum punicum.

La situación parece haber sido algo distinta en las Baleares. En Ibiza está
documentada una colonización agrícola del interior de la isla desde la segunda mitad del
siglo V. a. C, probablemente impulsada desde Cartago. La colonización ebusitana de
Mallorca, donde destaca la factoría de Na Guardis, se intensificó durante todo el siglo III a.
C. La extracción de mineral de hierro, de sal, así como el reclutamiento de mercenarios se
destinó entonces, en gran parte, junto con el aprovisionamiento de víveres, a abastecer a
los ejércitos cartagineses en la Península, como muestran algunos pecios y la presencia de
las ánforas cartaginesas y ebusitanas en los contextos de destrucción y abandono
ocasionados por la guerra.

Había astilleros en Gadir, Carteia y Cartago Nova. Allí


se construían los barcos, tanto de guerra como mercantes.
La fabricación y distribución comercial del garum debía
proporcionar grandes beneficios y se ha sugerido que esta
industria, así como la extracción de sal, eran un monopolio
de los Bárquidas. El comercio ebusitano de esta época, más
activo aún que en los períodos precedentes, seguía centrado
en los poblados ibéricos catalanes y Ampurias, como
muestran los hallazgos de ánforas, entre las que también
están documentadas, si bien en menor proporción, las
cartaginesas y las púnicas de procedencia centro-
mediterránea. La evidencia numismática subraya también los
vínculos económicos entre la colonia griega y el mundo
púnico poco antes de la conquista iniciada por los Bárquidas
en la Península Ibérica. Precisamente por estas fechas
Ampurias emite sus primeras dracmas con un tipo
cartaginés, el del caballo parado. Todo ello, unido a ciertas
semejanzas que presentan algunas de las monedas acuñadas
Anfora púnica procedente por los Bárquidas en la Península con monedas sud-itálicas, así
de Ibiza. S. VI-III a. C.
como a la presencia de cerámicas “campanienses” fabricadas
en el N. de Africa y distribuidas en los territorios sometidos por los Bárquidas en la
Península, a las importaciones de cerámicas campanienses y ánforas greco-itálicas que
están presentes en Cartago Nova, junto a las monedas saguntinas de inspiración
massaliota o cartaginesa y al hallazgo de algunas monedas cartaginesas en Massalia,
esboza un contexto en el que las relaciones comerciales se sobreponen a las supuestas
zonas de influencia y añade algunas dudas sobre la absoluta falta de interés de Roma en
estas tierras occidentales.
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