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En este artículo vamos a analizar las razones que incitan a esta práctica abominable y
sus desastrosas consecuencias para el alma de los suicidas.
El Catecismo de la Iglesia Católica deja bien patente que la vida es un don divino que
debe ser conservado hasta que Dios disponga lo contrario:
"2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue
siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a
conservarla para Su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos
administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos
de ella.
En nuestra sociedad el suicidio está cada vez más extendido, y casi todos conocen
algún caso entre familiares, amigos, o conocidos. Existen razones asociadas al suicidio,
como el alcoholismo, depresiones diversas, etc. De alguna forma, los suicidas piensan
en solucionar todos sus problemas de un golpe, pero, como demostraremos, una vez
que el suicidio es cometido con éxito, los problemas no habrán hecho más que
comenzar... para no terminar jamás.
Vamos a plantear las razones por las cuales no debe recurrirse en ningún caso a este
nefasto sistema para solucionar los problemas.
Éste parece ser el problema número uno de los suicidas: la falta de realismo en sus
planteamientos.
Un cierto porcentaje de suicidas, más espiritual, puede pensar que quizás exista algo
después de la muerte, algo parecido a los fantasmas, los espíritus, o incluso los
extraterrestres, pero que, en todo caso, no tiene nada que ver con las Verdades
religiosas. A lo sumo, se tratará de una especie de vida anodina, sin matices, como
seres espirituales lejanos, sin libertad suficiente para elegir entre el bien y el mal.
En cualquier caso -piensan- haya lo que haya después de la muerte, e hiciera lo que
hiciese durante su vida, el suicida tendrá siempre asegurada una morada feliz en el
Cielo o en un lugar similar.
Sí, no debe sorprendernos esta actitud tan típica del mundo actual. Vivimos en una
época de relativismo moral. Se ha perdido la noción del bien y del mal. Se considera
que todo lo que uno haga está bien si es bueno para él, independientemente de las
consecuencias que tenga para los demás. La noción del bien absoluto, que Dios nos
entregó en Sus Mandamientos, parece haber quedado desfasada para mucha gente.
Por esta razón, muchos ladrones "que roban a los ricos podridos de dinero", asesinos
"que matan para librar al mundo de ese malvado", adúlteros "que dan a las mujeres lo
que su marido no les da", homosexuales "que no hacen daño a nadie", abortistas "que
defienden los derechos de las mujeres", mentirosos "piadosos" e incluso los suicidas
"que hacen con su vida lo que les dala gana", piensan que el Cielo está esperando
impaciente por ellos.
Esta libertina forma de pensar resulta muy actual, muy "progresista" a decir de muchos;
pero generalmente se olvida mencionar a continuación las consecuencias que conlleva
todo este pecado: muerte, dolor, enfermedades, miseria y condenación eterna.
Los ateos siguen este esquema simple, pero fácilmente comprensible. Es igual lo que
diga la ley humana sobre el suicidio, aunque sea ilegal, una vez cometido, ningún juez
podrá condenarlo por ello. De la misma forma, un ateo no piensa en la maldad o bondad
de su acción, pues ningún Juez podrá tampoco pedirle cuentas en el Más Allá,
simplemente se desvanece en la nada.
El mundo actual se define como materialista radical. Sólo cuenta lo tangible. Ésto
explica el desprecio a la vida humana, propia y ajena, explicitada en las masacres del
aborto, la eutanasia y el suicidio.
Un ejemplo típico de este caso es el de los suicidas que se tiraban de las ventanas de la
bolsa de Wall Street durante el comienzo de la Gran Depresión de 1929. Al verse
abocados a la miseria a causa de la brusca pérdida de valor de sus acciones, estos
inversores no dudaban en "solucionar" su problema con el contundente sistema de la
auto-defenestración.
Estos hombres, por su negativa a soportar unos limitados años de dificultades aquí, en
la Tierra, se exponen a ver caer sobre ellos el océano de calamidades que aguarda por
los pecadores tras la muerte.
En el hombre y la mujer, los afectos amorosos suelen tener una gran importancia, y de
hecho, tras las convicciones religiosas sinceras, y el amor por los hijos, suelen ser los
sentimientos más intensos. Cuando una relación amorosa se rompe, sobre todo en la
juventud, parece que el mundo entero no tiene sentido, el alma se vacía por completo y
la vida no tiene valor. Sin embargo, ya hace miles de años que el rey de la sabiduría,
Salomón, advertía:
"He visto todas las obras hechas bajo el sol, y he aquí, que todo es vanidad y vejación
de espíritu." (Eclesiastés 1, 14).
Sin embargo, a poco que uno piense, no tarda en descubrir cuantas traiciones han
tenido lugar, y cuantas tienen lugar actualmente, incluso entre los amigos más íntimos.
Hoy en día no es raro ver incluso matrimonios ancianos, que tras una vida de amor, se
separan con gran disgusto y con sorpresa general. ¿Y tú, suicida potencial, estás
dispuesto a morir ahora por la infidelidad de un amor que ya no volverá? Muchos otros
amores se han ido al garete antes, pero finalmente el tiempo los ha enterrado en el
olvido. Y otro tanto sucederá con este otro amor roto ahora: el tiempo se encargará de
disiparlo en la nada, hasta el punto de que te olvides de esa pareja que ahora tanto te
aqueja el alma.
Una de las razones más habituales para el suicidio es la de no poder soportar el peso
de la vergüenza pública. Ante algún acto de deshonra, crímenes, delitos vergonzantes,
o simples conductas indecentes, aparece la vergüenza. Este sentimiento de vergüenza
puede alcanzar unas proporciones inauditas, e incluso mortales. Conozco algún caso en
que este sentimiento alcanzó tal magnitud que incluso provocó la muerte súbita del
padre de cierto hombre acusado de abuso a menores.
Sin embargo, ante estas situaciones hay que ser objetivos y utilizar la razón. Por muy
sangrante que sea la vergüenza, por insoportable que resulte el ridículo público, por
muy bajo que haya caído la propia reputación, siempre existe algo peor: pecar contra
Dios suicidándose.
De hecho, si se piensa bien, no existe mayor vergüenza y estupidez que el suicidio. Por
un lado, el suicidio no es una salida a ningún problema, sino la entrada a un problema
infinitamente mayor, el peor imaginable. Por otro lado, el suicidio no soluciona el
problema de la pública vergüenza, sino que la agrava aún más, pues al acto
vergonzante que provocó esa situación, hay que añadir, además, la vergüenza que
supone en si mismo el propio suicidio.
Y, por si fuese poca la vergüenza ante la gente de este mundo, el suicida tendrá que
cargar con este pecado en el otro. El día del Juicio Final todos los pecados de los
hombres serán hechos públicos ante toda la corte celestial. Y el suicida tendrá que
añadir a sus otros pecados esta otra vergonzosa culpa de haberse matado, culpa y
vergüenza que perdurarán durante toda la eternidad.
¿Puede haber mayor tontería que matarse a uno mismo para librarse de una vergüenza
temporal para caer en la eterna vergüenza que aguarda al suicida en el abismo
infernal?
Existe un colectivo de personas con gran tendencia al suicidio: los enfermos graves. En
este caso, la percepción de tener que padecer una larga y dolorosa enfermedad que
quizás no tenga cura supone una carga de tal magnitud que la muerte aparece como la
única "solución" posible. Esto además se ve agravado por los avances de la medicina
moderna, que alarga considerablemente la esperanza de vida, y, al mismo tiempo, los
problemas de salud en las personas mayores.
Sin embargo, es necesario contar con los planes de Dios. La Divina Providencia es la
Única que tiene potestad para decidir el momento de pasar a la eternidad.
Una larga enfermedad puede resultar muy penosa, y dejar consecuencias serias el
resto de la vida. Plantearse acabar con ellas por medio del suicidio no es una actitud
razonable. La Biblia nos ofrece el ejemplo de Job, que soportó pacientemente toda
clase de calamidades, desde la pérdida de todo su patrimonio, de su familia, de sus
amigos, y de todo cuanto poseía, incluso su salud, al ver todo su cuerpo completamente
cubierto de llagas y costras dolorosas; pero que se consolaba pensando que algún día
vería el rostro de Dios.
El profeta Daniel prefirió ser lanzado a los leones antes que traicionar sus principios, y
fue milagrosamente salvado por Dios.
Y otro tanto se puede decir de los innumerables mártires de la Iglesia, que soportaron
con gran paciencia toda clase de sufrimientos, de torturas y muertes crueles antes que
renunciar a su fe.
Las Sagradas Escrituras son diáfanas acerca del suicidio. La Biblia tiene mucho que
decir acerca de la vida y la muerte, y también del significado de la vida. La Biblia fue
escrita desde la perspectiva de que Dios existe, por lo que no procede entrar en esta
cuestión. Sin embargo, si tú eres ateo y piensas en el suicidio, te sugiero que continúes
leyendo este texto.
Dios se proclama el Señor de la vida y la muerte: "Yo hago morir y Yo hago vivir."
(Deuteronomio 32, 39)
Puesto que Dios es el Creador de todo lo que existe, Él determina cuando una persona
vivirá y cuando morirá. ¿Acaso Dios no tiene este derecho? Nosotros no determinamos
cuando debimos nacer, y tampoco debemos interferir en cuando debemos morir.
Eclesiastés 3, 1-2 nos dice: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del
cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir."
Para comprender este punto, podemos poner un ejemplo. ¿Acaso un soldado puede
abandonar su puesto de guardia porque de pronto, a media noche, se ha puesto a
llover? ¿Puede este centinela esperar algo más que reprobación y muerte de su
general? ¿Acaso podría servirle de excusa el decir que "desobedecí una orden de un
superior porque ...estaba lloviendo y me mojaba el uniforme?" ¿Qué clase de cobardía
vergonzosa es esta?
Otro tanto puede decirse de un alma que, por propia voluntad, deserta de su cuerpo y
se va a volar sin la debida autorización de su Creador. Imaginémonos la escena. Este
suicida se escapa de su cuerpo mortal y se presenta ante su Creador en el mundo
espiritual, esperando aprobación por su acto de deserción, diciendo: "Abandoné mi
puesto porque encontraba mi cuerpo demasiado pesado para mí... lo he abandonado,
pero no he desertado, y espero una recompensa por ello..." ¿Acaso un alma tan
insolente puede esperar otra cosa que ser borrado definitivamente de la presencia de su
Creador y ser condenado a sufrir condenación eterna sin misericordia ni esperanza
alguna?
El sexto Mandamiento dice: "No Cometerás Adulterio" ¿Significa esto que puedes
cometer adulterio con tu propio cuerpo, pero con el de otros no? Esto no tiene ningún
sentido.
Existen otras prohibiciones en la Biblia al respecto. Una de las primeras le fue dada por
Dios a Noé tras el Diluvio:
"El que vertiere sangre de hombre, por el hombre su sangre será vertida; porque a
imagen de Dios fue hecho el hombre."
(Génesis 9, 6).
Aquí se establece claramente que los asesinos no arrepentidos quedarán fuera del
Cielo. Esto no significa que quedarán justo en el límite de las puertas del Cielo,
disfrutando de todas sus delicias a excepción de algunas.
Estas palabras son claras y contundentes. El lago de fuego o infierno espera por los
asesinos que no se arrepienten de sus crímenes.
"Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran
tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la
primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno
remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la
cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que
es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura
es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los
demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el
propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima
es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y
blasfemias.
Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es el
extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas
particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos
terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y
hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante
la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que
suele usar para pecar. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna
alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha
estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden
de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre
él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido
una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí,
pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra
pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están
allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas
podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí!
Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores.
Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos".
Las descripciones de la Biblia coinciden de pleno con el relato anterior, aunque me temo
que no existen palabras en ningún lenguaje humano para describir tal lugar.
El infierno es descrito como un lago de fuego que arde con azufre (Apocalipsis 19, 20);
un horno de fuego donde habrá llanto y crujir de dientes (Mateo 13, 42); un lugar de
tormento (Lucas 16, 28); fuego eterno (San Judas 7); un lugar donde reinan la oscuridad
y las tinieblas eternas (San Judas 13); tinieblas exteriores (Mateo 22, 13); una prisión (I
Pedro 3, 19) de la cual nadie será nunca liberado; un abismo sin fondo (Apocalipsis 9,
1) mostrando de esta forma que nadie escapará jamás de ninguna manera y por mucho
que lo intente; un lugar de fuego inextinguible (Lucas 3, 17); Tofet, un lugar donde los
idólatras quemaban a sus propios hijos hasta la muerte como sacrificios humanos
(Isaías 30, 33); y un lugar de castigo eterno (Mateo 25, 46).
Ante semejante panorama, ¿realmente piensas que tus problemas en este mundo son
más graves de lo que te aguarda justo inmediatamente después de que te suicides? Te
lo aseguro, una vez que empieces a sentir la quemazón de las llamas infernales sobre
tu espíritu, todos tus problemas de la vida actual te parecerán ridículas bagatelas en
comparación con lo que te aguardará de ahí en adelante: una eternidad de
indescriptible suplicio. Antes de que pases tu primer minuto en el infierno ya estarás
deseando ardientemente volver a la Tierra y cargarías gustoso con todos tus problemas
anteriores... y con todos los problemas de la humanidad entera antes de caer otra vez
en el infierno para no volver a salir nunca jamás.
Debes valorar esta cuestión con mucho detenimiento antes de optar por el suicidio. El
valor de tu cuerpo físico es insignificante en relación con el de tu alma eterna.
Desde luego que siempre te queda la duda. Puedes afirmar que todo esto es falso. Que
no crees en Dios y que tampoco crees en ningún Cielo o infierno. Pero debes pensarlo
muy muy bien, porque en esta lotería tienes muchísimo que perder y nada que ganar.
Otro caso muy conocido: hace algunas décadas, se construyó un barco "insumergible".
El Titanic era barco enorme, lujoso, construido con la última tecnología de aquel tiempo.
Se decía que "ni Dios podría hundirlo". La razón de esta seguridad estaba en el diseño
interior del barco, compartimentado de forma estanca para evitar su inundación en caso
de colisión. Sin embargo, la historia de este paquebote todo el mundo la conoce: en su
primer viaje se hundió con gran parte de su tripulación y pasaje, una evidencia de que,
por un lado no se debe tentar nunca a Dios, y por otro de que incluso lo que a uno le
pueda resultar más increíble, finalmente puede resultar cierto.
Por consiguiente, tú puedes estar completamente seguro de que tras suicidarte no irás
al infierno; puedes estar completamente seguro de que el infierno no existe y de que no
irás a parar allá abajo justo tras tu muerte, y que a partir de entonces ya será
demasiado tarde para retornar; pero la realidad se encargará de sacarte de tu terrible
error.
1ª Juan 3, 15 advierte que: Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y sabéis
que ningún homicida tiene vida eterna permaneciendo en él.
Refiriéndose al camino que deben seguir los cristianos en sus vidas, San Pablo dice:
"Porque ninguno de nosotros vive para si, y ninguno muere para si" (Romanos 14, 7).
Y en Mateo 10, 28 el Señor nos dice: "temed a Aquél (refiriéndose a Dios) que puede
destruir tanto el cuerpo como el alma en el infierno."
¿Temes a Dios? Él puede lanzar tu alma al infierno. Deberías considerar esta cuestión
muy seriamente si estás pensando en el suicidio. De hecho, esta cuestión es lo que
más te interesa pensar de entre todo lo que ocupe tu mente, al margen de los pequeños
problemas que puedas tener en tu vida actual, los cuales, en comparación, no son más
que insignificantes bagatelas.
"Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió
arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos,
diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos
importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y
se ahorcó." (Mateo 27, 3-5)
.
Ahora podemos preguntarnos si este acto supuso para él algún tipo de alivio a su
vergüenza pública. Es evidente que no. Aún ahora, dos mil años después, Judas sigue
siendo sinónimo de infamia y deshonra superlativas.
Ahitofel era un consejero del rey David. Cuando David fue expulsado del trono por su
hijo Absalom, Ahitofel se alió con Absalom. En principio, Absalom siguó el consejo de
Ahitofel, pero cuando Absalom rehusó seguir su consejo para hacer prisionero a David
mientras estaba huyendo de Jerusalem y matarlo, Ahitofel se sintió herido en su orgullo,
se sintió públicamente avergonzado ante los consejeros de Absalom, y posiblemente
temiendo las represalias si David recuperaba el trono, Ahitofel se fue a su casa, la
ordenó y se mató (II Samuel 17, 23).
Ahitofel fue demasiado orgulloso para tomar en consideración otras opiniones que no
fuesen la suya propia. Este orgullo no pudo soportar tal vergüenza. Para él la muerte
fue la mejor alternativa ante la vergüenza de que otro recibiese el honor y las
preferencias del rey en su lugar.
Otro ejemplo de suicidio en la Biblia es el de Saúl, primer rey de Israel. Saúl fue
abandonado por Dios y estaba tratando de matar a David, pensando que era el único
camino que le restaba para conservar su trono.
Finalmente, abandonado por Dios y dejado a su perversa voluntad, Saúl fue a buscar la
asistencia sobrenatural de un brujo.
Al siguiente día, durante la batalla, Saúl fue herido de tal forma que dio a sus enemigos
una oportunidad de avergonzarlo, y ordenó a su escudero que acabase con su vida,
pero fue incapaz de convencerlo. Entonces Saúl se dejó caer sobre su propia espada. (I
Samuel 31, 3-4)
De esta forma, siendo su propio ejecutor, pensó que evitaría la vergüenza, incurriendo
así en un aún más vergonzoso pecado, de tal manera que su nombre quedó asociado a
la vergüenza perpetua del suicidio. Saúl murió de una muerte estúpida y cobarde
causada por un orgullo estúpido. Un despreciable cobarde que murió como un hombre
que no tuvo ni temor de Dios, ni esperanza alguna en Dios.
Otros ejemplos bíblicos de suicidio son igualmente estúpidos. Abimelec, temeroso de la
vergüenza que caería sobre él por el hecho de que una mujer le provocase la muerte,
pidió a su escudero que acabase con su vida. (Jueces 9, 54).
Las Escrituras tambén nos hablan de la muerte de Zimri, quien reinó como rey sólo siete
días:
"Mas viendo Zimri conquistada la ciudad, se metió en el palacio de la casa real, y
prendió fuego a la casa consigo dentro; y así murió, por los pecados que había
cometido, haciendo lo malo ante los ojos de Dios, y andando en los caminos de
Jeroboam, y en su pecado que cometió, haciendo pecar a Israel." (I Reyes 16, 18-19).
De esta forma, Zimri salió de este mundo convertido en una ardiente llama de fuego
solamente para caer en forma de brasa candente en el infierno eterno.
Piénsalo por un momento, ¿son esta clase de personas las que quieres seguir como
ejemplos y modelos? ¿Quieres que la infamia que los persigue a ellos, te persiga a ti
tras tu muerte? ¿Quieres reunirte con ellos en el infierno?
La sabiduría del rey Salomón te avisa: "No cometas mucho pecado, ni seas insensato;
¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo? (Eclesiastés 7, 17).
2281 El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar
su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del
prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar,
nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor
del Dios vivo.
El suicidio es uno de las más egoístas, cobardes e irresponsables actos que una
persona puede cometer. Si exceptuamos la distracción extrema o la enfermedad
mental, sólo una persona completamente consumida por el egoísmo y que vive
únicamente para la autosatisfacción puede voluntariamente acabar con su vida. El
suicidio no es el acto de alguien que se odia a si mismo, sino que se ama a si mismo de
forma exagerada y no puede verse a si mismo soportando el dolor, la vergüenza,
deshonrado o rechazado a causa de su enorme orgullo y un exagerado amor por si
mismo.
¿Cómo es posible que tal criatura rebelde pueda esperar una absolución o sentencia
favorable en las manos de Dios, su Juez?
¿Qué tormento espera a tu padre, madre, hermano, hermana, hijo o hija a causa de tan
imprevista y desgraciada decisión? Tal pérdida puede afectarlos por el resto de sus
vidas de una forma que ninguna otra forma de muerte podría hacer. ¿Deseas traer tal
dolor y tormento sobre estos seres que tanto amaste? ¿Deseas para ellos que vivan en
la vergüenza el resto de sus vidas? Esta sola consideración debería poner punto y final
a cualquier pensamiento suicida que pudieses tener.
Hasta no hace muchos años, los suicidas eran tratados de forma muy diferente a la
actual. No se les consentía que tuviesen un entierro cristiano y la Iglesia los
consideraba como si estuviesen excomulgados. No se les enterraba en tierra sagrada,
sino que sus cuerpos eran tirados en un pestilente habitáculo, similar a una cuadra de
animales, destinado a tal efecto. Incluso en algunos países eran simplemente tirados a
la vía pública, de forma que la vergüenza y la infamia pudieran ser conocidas por todos
los transeúntes, y para que esta infamia perdurase, las leyes civiles de algunos estados
ordenaban que se clavase una estaca sobre sus cuerpos para que no fuesen movidos.
Sus posesiones personales eran confiscadas por el Estado y no podían ser heredadas
por sus familiares, a no ser que se tratase de un caso de suicidio por distracción.
Tal persona al suicidarse estaba segura de que su estatus social sería anulado y su
fortuna apartada de su mujer, hijos y familia; estaba segura de que su cuerpo sería
expuesto a pública vergüenza, en cualquier camino, y con una estaca clavada sobre él,
como marca de suprema infamia. De esta forma, el suicida se veía severamente
compelido a reflexionar serenamente sobre su muerte y así quizás podría seguir
consejos menos precipitados; e incluso estar contento soportando una pequeña
vergüenza, o dolor, o pérdida, hasta que Dios pusiese fin a todos sus sufrimientos por
medios naturales.
Por otro lado, debes considerar que cometiendo suicidio das un pésimo ejemplo para
otros que te observan y están tentados de imitar tu crimen.
El Catecismo menciona explícitamente este punto en el canon 2282:
Cuando el Rey Saúl se dejó caer sobre su propia espada, su escudero lo imitó
inmediatamente haciendo otro tanto: "Y cuando su escudero vió que Saúl estaba
muerto, él también se dejó caer sobre su espada y murió con él" (I Samuel 31, 5).
Desde hace algunas décadas se vienen produciendo con cierta frecuencia suicidios en
masa. No ya uno o varios seguidores de algún líder carismático, sino cientos de
personas que se auto-inmolan siguiendo algún nefasto ejemplo de este tipo.
Por lo tanto, debes tener en cuenta que tu ejemplo como suicida puede ser seguido por
otros. Esto no es que sea posible, sino muy problable, dada la gran resonancia que
tienen en los medios de comunicación de masas estos hechos. Y esto también te hace
responsable. ¿Deseas que se te tenga en cuenta ante Dios no sólo tu propia muerte,
sino la de aquellos que tu arrastras al suicido con tu ejemplo y del cual eres, por
consiguiente, parcialmente responsable?
Por lo tanto, no ya el suicidio en si mismo, sino el ejemplo que das, resulta nefasto.
Incluso el mero hecho de hablar bien de cualquier suicidio puede ser una cuestión
extremadamente grave por la sugestión que supone en los demás.
Sí, incluso el hecho de hablar bien del suicidio supone en si mismo una maldad. El
suicidio supone la condenación eterna en el infierno para la inmensa mayoría de los
suicidas que logran su mortal propósito. Por lo tanto, afirmar que los suicidas van al
cielo supone un grave perjuicio moral. Si una persona se ha suicidado, a no ser en el
caso de distracción o enfermedad mental, y no existe ninguna evidencia de
arrepentimiento tras su muerte, difícilmente podremos afirmar que esta persona está en
el cielo, pues, de alguna forma, tratando de ser caritativos con el muerto, nos volvemos
crueles con los vivos. La razón es evidente, afirmar tal cosa puede animar a otros a
seguir el mismo camino, con la consiguiente condenación eterna.
Podemos encontar en la Biblia algunos argumentos contra el suicidio. El primero y más
evidente, es que el suicida se sitúa en una posición donde el arrepentimiento,
imprescindible para salvarse y alcanzar la vida eterna, es imposible. El Señor Jesús nos
advirtió repetidamente que a no ser que nos arrepintamos de nuestros pecados,
pereceríamos en el infierno. "Si no os arrepentís, pereceréis todos de la misma manera"
(Lucas 13, 5).
Alguien incluso podría afirmar que sería posible arrepentirse rezando por el
perdón antes del suicidio, pero esto es un absurdo. El hecho de arrepentirse
sinceramente, implicaría necesariamente el fin de cualquier conducta pecaminosa,
como es el asesinato. "Si yo veo iniquidad en mi corazón, El Señor no me escuchará"
(Salmo 66, 18). Por lo tanto, si alguno viene ante Dios con malas intenciones en su
corazón, Dios no escuchará sus oraciones: "Cuando extendáis vuestras manos, yo
esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando recitéis muchas oraciones, Yo no las
oiré; vuestras manos están llenas de sangre" (Isaías 1, 15).
2283 "No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han
dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión
de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra
su vida."
En segundo lugar, el suicida demuestra una completa falta de fe en Dios. La Biblia nos
dice que "el justo vivirá por la fe" (Romanos 1, 17).
Entonces, ¿qué clase de fe es ésta que no confía en Dios como Aquél que dispone las
circunstancias de su vida? ¿Qué clase de fe es ésa que no permite que Dios determine
cuando debe vivir o morir? ¿Cómo podrías tú decirle a Dios, tal como hizo el Señor
Jesús: "hágase Tu voluntad", cuando ni siquiera quieres dejarLo que determine en qué
mundo quiere que vivas, en este o en el venidero?
El apóstol Santiago dijo: "Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma."
(Santiago 2, 17).
El suicida demuestra una completa carencia de fe y confianza en Dios. No permite que
Dios disponga los acontecimientos de su vida según Su voluntad, ni siquiera en lo más
básico de la vida: cuando se debe morir. Y es Dios quien dice: "Yo hago morir, y Yo
hago vivir" (Deuteronomio 32, 59).
Por consiguiente, no puedes decir que eres una persona con fe, si consciente y
voluntariamente, con premeditación y alevosía, apagas tu propia vida como si fuese una
vela. ¡No te engañes a ti mismo!
Se puede concluir que la inmensa mayoría de los suicidas se lanzan ellos mismos hacia
el tormento eterno del infierno tan pronto como su vida termina. El apóstol San Pedro
nos advierte que los hombres deben rendir cuentas a Dios, Quien es el único que
juzgará a los vivos y a los muertos (I Pedro 4, 5).
Sobre el infierno es necesario enfatizar su eternidad. El infierno dura para siempre. ¡No
hay vacaciones en el infierno! Dios creó a los hombres como seres eternos destinados a
vivir para siempre. Y la duración eterna del infierno es posiblemente lo más espantoso
de todo lo que se puede decir sobre él. El infierno empieza para el suicida tras la
muerte, y ya no terminará jamás.
Como ejemplo vívido de lo que aguarda por los pecadores no arrepentidos, podemos
citar el infierno que los tres niños vieron en Fátima, en 1917. He aquí la descripción que
Lúcia hace del lago de fuego:
"Ella (la Virgen María) abrió Sus manos una vez más, como lo había hecho los dos
meses anteriores. Los rayos [de luz] parecían penetrar la tierra y vimos, por decirlo así,
un vasto mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban los demonios y las almas
como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana.
Llevados por las llamas que de ellos mismos salían, juntamentecon horribles nubes de
humo, flotaban en aquel fuego y caían para todos los lados igual que las pavesas en los
grandes incendios sin peso y sin equilibrio, entre gritos de dolor y desesperación que
horrorizaban y hacían estremecer de espanto. (debió haber sido este espectáculo lo que
me hizo gritar, como dice la gente que así me escuchó). Los demonios se distinguían
por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos pero
transparentes igual que carbones encendidos. Esa visión duró sólo un momento,
gracias a nuestra bondadosa Madre Celestial, Quien en la primera aparición había
prometido llevarnos al Cielo. Sin esto, creo que hubiéramos muerto de terror y miedo."
Piénsalo bien, después de leer este texto, ¿aún crees que encontarás en la muerte esa
paz que andas buscando? ¿Te parece un cambio ventajoso el infierno por los
problemillas que ahora tienes?
Una de las razones más importantes para no finalizar con tu vida es mantener la
relación con Dios.
Mientras continúas viviendo, existe la posibilidad de que puedas buscar a Dios y
encontrarlo. Con la muerte, esta posibilidad se desvanece definitivamente. No existen
segundas oportunidades tras la muerte. Aquí en este mundo hay MISERICORDIA,
después es JUSTICIA.
Las palabras de los profetas en la Biblia te gritan para que busques a Dios mientras Él
puede ser encontrado. LlámaLo mientras aún está cerca. Abandona tus actos de
pecado y cesa de pensar sobre todo aquello que es malvado y egoista, y retorna a Dios
(Isaías 55, 6-7).
Jesucristo nos urge: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que
muchos procurarán entrar, y no podrán" (Lucas 13, 24).
Busca a Dios con toda tu mente. Buscalo y haz ese cambio de corazón imprescindible
para la vida eterna. A no ser que tu corazón corrompido sea purificado por el poder de
Dios, permanecerás en un estado de inconversión hasta que mueras y entonces te
encontrarás con el Juicio de Dios.
La vida eterna se encuentra solamente en Jesucristo. Cristo clamó que era el único
Camino por el cual el hombre puede ser liberado del pecado y del egoísmo y ascender
directamente hacia Dios: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre
sino es por Mí" (Juan 14, 6).
Es de la mayor importancia para ti volver a Jesucristo y buscar la vida eterna en Él
antes de que sea demasiado tarde.
1º Mantén el temor de Dios ante ti en todo momento. Deja que los terrores del
Todopoderoso te mantengan alejados de cualquier pensamiento suicida. La condición
en la que puedes encontrarte a ti mismo inmediatamente después de tu suicidio será
mucho, muchísimo peor que cualquiera que sean tus circunstancias en el presente. "El
temor de Dios es el principio de la sabiduría" (Proverbios 9, 10).
2º Trata de mantenerte ocupado. Se dice que la mente ociosa es el taller del diablo.
Mantente siempre ocupado haciendo cualquier cosa, incluso si no es más que una
distracción de cualquier tipo. Búscate un pasatiempo. Practica deporte. Un cuerpo y una
mente ocupada en actividades tiene menos tiempo para pensamientos perniciosos.
Tambien el silencio y la soledad son muy buenos para que el ‘susurro de Dios sea
escuchado’ por nosotros deseas contemplar a Dios en tu vida... Pero
3º Evita estar solo demasiado tiempo. Busca otra gente para relacionarte,
especialmente si estás depresivo y melancólico. He intenta buscar personas alegres y
optimistas, que tengan la madures de comprenderte. “Lo que buscas encontraras, Dios
jamas te dejara, pidele y veras’.
5º Si sufres de una depresión crónica. Busca el consejo de un buen médico para que
te ayude a tratarla. No tengas miedo a la medicación no es adictiva siempre y cuando
consultes un buen medico, hay muchos que son verdaderos profesionales y que no
desean enriquecerce olvidándose de la salud física y mental de sus pacientes. Quizás
tengas algún tipo de desequilibrio químico que contribuye a mantenerte en ese estado.
La mayoría de los suicidios son cometidos por personas con ‘depresiones crónicas’.
8º Memoriza algunas citas bíblicas para ayudarte a resitir las tentaciones del
diablo. Santiago 4, 7: "Someteos, pues, a Dios. Resistid al diablo, y huirá de vosotros."
1ª Juan 3, 15: "Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún
homicida tiene vida eterna permaneciendo en él." Colosenses 3, 2: "Ocupad la mente
en las cosas de arriba, no en las de la tierra." Apocalipsis 21, 8: "Pero, para los
cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y
hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde
con fuego y azufre, que es la muerte segunda."
9º Procura buscar la alegría de vivir. Debes dar aprecio a las cosas pequeñas de
cada día y procurar encontar en ellas la sensación de alegría y vitalidad que tanto ayuda
a superar las contrariedades. Vive nadamas las 24 horas del dia no pienses en el ayer
que ya no existe ni en el manana que que tampoco existe (solamente estamos hechos
para 24 horas nadamas). El mismo Jesucristo recomendó encarecidamente estar
alegres y esperanzados ante la próxima venida de Su Reino; Mateo 5, 12: "Gozaos y
alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos". San Pablo nos repite el
mismo consejo en Tesalonicenses 5, 16: "Estad siempre gozosos".
"No te hagas ningún mal" (Hechos 16, 28). Palabras llenas de sabiduría que finalmente
el carcelero tomó en consideración.
Palabras que ahora te repito a ti, si estás pensando en matarte.
Te lo ruego, en el nombre de Dios: