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Otros

cuentos de
otras calles

Lilith Cohen

© Primera Edición 2014


© Segunda Edición 2017
Para todos aquellos que gustaron de la colección “Cuentos De
Las Calles” les traigo esta nueva antología de cuentos cortos
con el mismo realismo misterioso. En esta ocasión les invito a
conocer las historias de un usurero codicioso al que le llega la
hora de forma inesperada, la inexplicable desaparición de dos
niños que acudieron al auxilio de un gato sin dueño, una pareja
asesinada a sangre fría en un motel abandonado, cuatro
amigos que se reúnen a contar una leyenda sobre una extraña
criatura, unos niños huérfanos a los que se les prohíbe
tajantemente jugar en el patio trasero del orfanato y el
reencuentro de una joven con una antigua compañera de la
escuela, que por un extraño motivo, no logra recordar a dos
hermanas gemelas que también fueron sus amigas en clase.
El Sicario de la Muerte
En un callejón del centro de un poblado que no pasaba
de los cinco mil habitantes, había una sola casa de
empeño cuyo propietario era un hombre que debía
rondar entre los cincuenta y los sesenta años que se
llamaba Simón Cervantes, mejor conocido como Don
Simón. Lo que tenía de avaro y egoísta lo tenía de
astuto e inteligente para llevar a cabo esa clase de
negocios con éxito y eso había que reconocérselo.

El usurero sabía que cuando la situación económica


era dura, la gente en su desesperación podía llegar al
grado de empeñar o vender sus joyas u otros objetos
valiosos por un precio muy por debajo de su valor
verdadero, y así, él podía sacar provecho y cobrarles el
favor con intereses desorbitantes. Muchas personas de
las que solían acudir a su casa de empeño eran
ingenuas y no se daban cuenta de que Don Simón
solamente les veía la cara.

Doña Filomena era una pobre anciana incauta que se


había visto en la necesidad de acudir al usurero por un
problema de salud que la aquejaba, ya que no tenía
suficiente dinero para pagar la consulta médica.
Empujó la puerta principal haciendo tintinear las
campanillas que avisan a Don Simón cuando alguien
acaba de ingresar a la tienda.

— ¡Buenos días, Don Simón! — lo saludó amablemente


la mujer.

— ¡Buen día, Doña Filomena! Dígame ¿qué la trae por


aquí? — le respondió el propietario dirigiéndole una
mirada codiciosa.

— Mire... — contestó la mujer mientras sacaba de su


bolsillo una cadena de oro que había pertenecido a su
familia por varias generaciones. — Quisiera saber
¿cuánto me daría por esta cadenita?

— Hmm... veamos — contestó Don Simón esbozando


una risita maliciosa al mismo tiempo que se frotaba las
manos. Doña Filomena le entregó la cadena y el
usurero se colocó detrás del mostrador para poder
analizar detenidamente la pieza con su lupa de joyero.

Don Simón tardó como cinco minutos examinando la


prenda y la anciana comenzó a impacientarse un poco.
— ¿Y bien? ¿cuánto puede darme por ella?

— Pues mire Doña Filomena, la verdad es que su


cadenita no vale mucho que digamos, es tan sólo de
baño de oro y no de oro puro ¿comprende?

— ¡No me diga! — exclamó la anciana totalmente


consternada.

— Pues así es señora, lo siento. Lo más que podría


ofrecerle por ella son 200 pesos, ni más ni menos ¿qué
me dice?

— Está bien... pues, como dicen por ahí: "peor es


nada." La verdad es que creía que esa cadena valdría
por lo menos unos 800 pesos, pero en fin, usted es el
experto aquí.

Él sonrió maquiavélicamente mientras le entregaba a


Doña Filomena los miserables 200 pesos que apenas le
alcanzarían para pagar su consulta con el doctor, y
para comprar las medicinas tendría que buscar otra
manera de obtener más dinero.

— ¡Muchas gracias Don Simón, es usted muy amable!


— se despidió cortesmente la viejecita.

— Al contrario, muchas gracias a usted — respondió el


estafador mientras pensaba para sus adentros
—"gracias a usted y a su ingenuidad."

Pero no todas las personas se dejaban engañar por Don


Simón, muchos se daban cuenta de que en realidad no
pagaba el precio justo por las cosas, pero a veces no
tenían otra alternativa, pero eso sí, no se marchaban
de la tienda sin decirle sus verdades.

— ¿Sabe lo que es usted? ¡Usted es un maldito abusivo


que saca provecho de nuestras necesidades! — le gritó
una vez una joven llamada Diana que tuvo que ir a
ofrecerle todas sus joyas porque su hijo, que apenas
tenía un año y tres meses de edad, se había enfermado
gravemente.
El usurero se burló de ella con cinismo. — ¡Ja ja ja ja!
¿Sabes qué no eres la primera que me dice eso,
muñeca? Lo siento mucho, pero no puedo darte gran
cosa por tus baratijas — y tomándola del brazo le
susurró al oído mientras la miraba de forma libidinosa.
— Aunque... claro, tal vez podría darte un poco más de
dinero si tú te portas bien conmigo...

Diana le acomodó una sonora bofetada. — ¡Suélteme,


maldito viejo asqueroso! — y salió corriendo de la casa
de empeño mientras Don Simón se desternillaba de
risa.

Sus carcajadas cesaron súbitamente cuando se percató


que había alguien detrás de él, era un sujeto alto y muy
delgado, llevaba puesta una larga túnica negra con una
capucha que le cubría todo el rostro. Don Simón se
puso pálido en cuanto lo vio, ya que aquel extraño
visitante debió de haber entrado a la tienda tan
cautelosamente que ni siquiera hizo sonar las
campanillas al empujar la puerta.

— ¿Quién es usted? ¿Qué es lo que quiere? — preguntó


tratando de ocultar su temor y parecer autoritario, lo
cual no le sirvió de nada ya que su rostro se había
puesto más blanco que la harina por el susto que se
acababa de llevar.

El misterioso individuo no pronunció ni una palabra y


avanzó a paso lento hacia Don Simón, se detuvo en
seco a un metro de distancia de él y lo señaló con el
dedo índice de su mano macilenta y huesuda y
pronunció las siguientes palabras en tono amenazante.
— Simón Cervantes, no creas que podrás continuar
engañando a personas inocentes y aprovechándote de
ellas. Un día de éstos te van a hacer pagar por todo lo
que has hecho.

El usurero trató de fingir que no le había impresionado


aquella advertencia. — ¿Ah sí? — preguntó
sarcásticamente mientras se volteó hacia el mostrador.
— Pues me gustaría saber quién sería capaz de.... —
pero cuando volvió la vista hacia la entrada, aquel
misterioso personaje ya no estaba ahí.

Al otro día, Don Simón continuó con sus ocupaciones


como si nada hubiera sucedido. Por lo general
acostumbraba cerrar su negocio a las diez de la noche,
pero como tenía algunos pendientes, se quedó ahí
hasta que el reloj marcó las doce. En cuanto el antiguo
reloj de péndulo que tenía colgado en su pared
(adquirido también gracias a uno de sus tantos "buenos
negocios") terminó de tocar las doce campanadas; un
hombre alto con lentes oscuros, sombrero de ala
ancha, vestido con una gabardina negra, unos guantes
negros y que llevaba un fino portafolio de piel del
mismo color, entró a la tienda haciendo tintinear las
campanillas.

El usurero no acostumbraba recibir clientes a esa hora,


pero no quiso decirle a aquél hombre que se marchara
porque no podía desperdiciar una oportunidad de
hacer un "buen negocio." El recién llegado observaba
atentamente todo lo que había ahí en el local: desde
instrumentos musicales de todas clases hasta un par de
antiquísimas máquinas de escribir.

Don Simón dejó lo que estaba haciendo y se acercó


lentamente hacia el hombre de negro. — Buenas
noches caballero ¿qué es lo que desea? — preguntó de
manera exageradamente amable.
El misterioso personaje volteó a verlo y le sonrió. —
Buenas noches, verá, estaba buscando algo especial...
como una cadena de oro.

Al tipo mezquino le brillaron los ojos de emoción en


cuanto escuchó eso e inmediatamente se colocó detrás
del mostrador donde tenía las joyas en exhibición.

— Pues verá... — dijo al mismo tiempo que sacaba de


una cajita forrada con terciopelo rojo la cadenita que
Doña Filomena había llevado a empeñar apenas el día
anterior — ... aquí tengo esta, es de oro puro.

Su nuevo cliente tomó la cadena con sus dos manos y


la analizaba detenidamente. — Es muy bonita.

— Ya lo creo que sí — contestó Don Simón ansioso.

— Me gustaría llevármela ¿Cuánto quiere que le pague


por ella?

El codicioso individuo se quedó pensando en cuánto


dinero podría sacarle a aquel extraño. — 1,200 pesos —
respondió completamente seguro y decidido.

El visitante seguía examinando la cadena mientras


emitía una risilla socarrona. — ¿Me está pidiendo
1,200 pesos por una insignificante prenda de baño de
oro? — preguntó mientras su sonrisa se transformaba
en una estridente carcajada.

Don Simón se quedó perplejo al escuchar eso. — ¡No!


¿Pero qué está diciendo? ¡Esa cadena es de oro puro!

El tipo del sombrero lo miró fijamente. — ¿De verdad?


Eso no fue lo que le dijo a la anciana que se la trajo.

El usurero tragó en seco. — Mire caballero... ¡si no le


interesa adquirir nada será mejor que se vaya de aquí!

— Tranquilícese — le respondió su interlocutor


llevándose un dedo a los labios. — ¿Por qué supone que
no tengo interés en comprar algo?

Se acercó hacia el mostrador y señaló un saquillo de


tela color negro donde Diana había guardado todas las
joyas que le había dejado a Don Simón. — Quisiera ver
que es lo que hay ahí dentro — y antes de que el otro
pudiera decir algo, se adelantó, agarró el saco y vació
el contenido encima del mostrador. Tomó algunas de
las joyas y después de revisarlas con detenimiento
exclamó. — ¡Puras baratijas! — y las volvió a guardar.
— ¡Se equivoca! — gritó Don Simón. — Ahí hay cosas
muy valiosas, entre todo lo que hay ahí debe de haber
como unos 10,000 pesos fácilmente.

El hombre inclinó su sombrero hacia adelante y cruzó


los brazos. — No tengo suficiente dinero, pero si quiere
puedo pagarle con... usted sabe... algunos favores — y
volvió a soltar una carcajada malévola.

— ¡Es usted un demente! ¡Haga el favor de salir de mi


tienda o llamaré a la policía!

— Mire... — contestó el extraño mientras tomaba su


portafolio y lo abría y sacaba de ahí un revólver
Magnum modelo Taurus 357 y se lo mostraba a Don
Simón. — ¿Es hermoso, no cree? ¿Cuánto piensa que
valga?

Al ambicioso de Don Simón se le pasó el enojo


enseguida, pues pensó que tal vez ese tipo fuera un
matón que quisiera deshacerse del arma por algún
delito que hubiera cometido con ella, así que lo mejor
sería que tomara sus precauciones. — Pues... —
contestó dubitativo al mismo tiempo que se acercaba
para verla mejor — ... claro que puedo darle algo,
aunque no sería mucho.

— ¿Y dígame usted, cree que este revolver valdría un


poco más si lo ocupo para deshacerme de un maldito
usurero embustero, abusivo y sin escrúpulos? —
preguntó al mismo tiempo que apuntaba con el arma a
la cabeza de Don Simón. Después de eso, sólo se
escuchó un balazo que resonó en el aire y luego, todo
quedó sumido en la mas absoluta oscuridad y silencio.

A la mañana siguiente, había un montón de curiosos


afuera de la tienda entre los cuales estaban Doña
Filomena, Diana y otros más a los cuales Don Simón
había estafado antes; fueron a buscarlo porque en sus
respectivas casas habían aparecido envueltas en
paquetes todas las cosas que llevaron a empeñar con
él.

Y así fue como lo encontraron, tirado en el suelo con


una herida de bala en el cráneo y al lado de su cadáver
había un mensaje escrito con su propia sangre que
decía:

"Tarde o temprano tendremos que pagar el precio por nuestras acciones"

El Sicario de la Muerte.
El gato en el farol
Son las ocho de la noche y la familia Mercado, que vive
en uno de los tantos departamentos de un bonito
edificio ubicado en una esquina de las calles más
antiguas de aquella ciudad colonial, se dispone a
sentarse a la mesa para cenar. La señora Julia se
encuentra en la cocina calentando el pollo con papas al
horno que sobró de la cena de ayer mientras su esposo
Anselmo está sentado en la sala leyendo en el periódico
las noticias deportivas.

El único que parece estar en un mundo aparte es


Jacinto, su hijo de diez años, quien ha pasado un largo
rato totalmente absorto en sus pensamientos
asomándose por la ventana que da hacia la calle
principal en cuya esquina hay un farol que alumbra
muy bien las otras tres esquinas que se encuentran
cerca de su edificio, hasta que escucha el llamado de
su madre. — ¡Jacinto! ¡Tu plato se enfriará si no vienes
ahora mismo! — El pequeño sólo le responde con un
"ya voy, mamá" apenas audible.

— ¡Niño! ¿No me has oído? ¡Ya está lista la cena! —


gritó Julia mientras salía de la cocina con la sartén en
mano. Jacinto volteó a ver a su mamá y replicó. —
Mami, ese pobrecito gatito lleva mucho tiempo ahí
trepado en el farol y no deja de maullar, debe de tener
hambre.

La señora lo miró sorprendida y preguntó. — ¿Cuál


gato? ¡Yo no escucho nada!

— Mamá, por favor, déjame darle un poco de agua y


comida. Tengo que ir a ayudarlo, me da tanta lástima
verlo ahí.

— ¡Ay hijo! Es que... — La señora estaba indecisa y


Jacinto la miraba con sus inquietos y suplicantes ojos
negros y no supo que decirle. - Pues anda, pregúntale a
tu papá si te da permiso de salir.

Anselmo, que había estado profundamente sumergido


en la lectura de su diario, alzó la vista hacia su hijo y
luego volteó a ver a su esposa. — ¿Qué sucede?

— Nada, es que Jacinto dice que ahí afuera hay un gato


callejero y quiere salir a darle de comer.

El señor, que era una persona caritativa, se conmovió


por el gesto de su hijo y no pudo negarle el permiso. —
Está bien hijo, ve, pero no te tardes mucho.

Jacinto se puso muy contento. — ¡Gracias papá! — y


corrió a la cocina a buscar algo de comer y beber para
llevarle al gato del farol y en cuanto encontró lo que
buscaba, se puso su chaqueta antes de salir porque
afuera en la calle soplaba aire frío. — No me tardo,
ahorita subo para la cena. — Y cerró la puerta principal
mientras sus padres comenzaban a cenar sin él.

Pasaron más de veinte minutos y el niño no volvía,


entonces Julia comenzó a preocuparse. — Oye
Anselmo, ya es tarde y Jacinto todavía no ha vuelto a la
casa.

El marido le dio la razón a su mujer. — ¡Ese


muchachito! Lo dejé ir con la condición de que no se
tardara. A lo mejor se encontró a alguno de sus
amigos, se quedó ahí jugando y se le fue el tiempo, ya
ves como es de inconsciente.

La mamá se asomó por la ventana donde hasta hace


media hora estaba Jacinto asomado y no vio al niño por
ahí cerca, así que empezó a gritar. — ¡Jacinto! ¡Jacinto!
¿Dónde estás?

Mientras tanto, Anselmo tomaba su abrigo del


perchero y su teléfono celular. — Voy a salir a la calle a
buscarlo, llámame si el niño regresa.

— ¿Qué dices? ¡Yo también voy contigo! — contestó


Julia mientras descolgaba su suéter.

El matrimonio recorrió todas las calles cercanas a la


suya preguntando a todos los transeúntes por su hijo.
— Disculpe ¿ha visto por aquí a un niño de diez años?
Es como de esta estatura, tiene el pelo y los ojos
negros.

— No señora, lo siento, no he visto ningún niño con


esas características por aquí. Espero de todo corazón
que lo encuentre.
Caminaron una y otra vez por los alrededores, no lo
encontraron y tampoco nadie lo había visto, no se sabía
nada de él. Julia y Anselmo comenzaron a
desesperarse, pero tenían que conservar la calma para
poder pensar con claridad, así que optaron por volver a
su casa, no fuera a ser que Jacinto hubiera regresado
en lo que ellos andaban como locos buscándolo por
todas las calles.

Cuando llegaron a su edificio se encontraron con Doña


Carlota, la portera. — Señores ¿qué sucede? ¡Los veo
muy agitados! — les preguntó y Julia le explicó el
motivo de su preocupación. — Lo que pasa es que
estamos buscando al niño, hace como una hora lo
dejamos salir un ratito de la casa y no ha regresado,
entonces decidimos salir a buscarlo ¿de casualidad
usted no lo ha visto por aquí?

Doña Carlota se puso a hacer memoria. — Hmm... pues


la última vez que lo vi fue hace más de una hora, venía
bajando las escaleras con una bolsa y un plato con
agua en la mano y me saludó "buenas noches Doña
Carlota, voy aquí a la esquina a darle de comer al
gatito del farol" y yo nada más le contesté "está bien
hijo." Luego me asomé por curiosidad a la esquina y
ahí lo vi parado debajo del farol supongo que llamando
al gato para que bajara.

Julia interrumpió a la anciana. — Y díganos ¿de


casualidad no vio a alguien o algo por ahí que le
pareciera extraño?

La portera se quedó pensativa. — Pues, pensándolo


bien, si hubo algo raro... mire, van a decir que estoy
loca, pero me quedé observando el farol y nunca vi al
gato que decía Jacinto que estaba ahí. Después entré a
hacer unas cosas a mi casa y cuando salí ya no vi al
niño.

Los dos señores se inquietaron aún más, pero sabían


que así no iban a encontrar ninguna solución. — Bueno
Doña Carlota, cualquier cosa que sepa del niño por
favor háganoslo saber de inmediato — le dijo Anselmo.

— Así lo haré señor, no se preocupe.

— Gracias de todos modos y buenas noches.

— Buenas noches.
De vuelta en casa, Julia y Anselmo no hacían más que
dar vueltas por la sala como leones enjaulados. — Hay
que dar parte a las autoridades — propuso Julia.

— No creo que ahorita sea buena idea, tienen que


pasar al menos 48 horas para que lo den por
desaparecido, de lo contrario no van a investigar nada
— le dijo su marido.

— Tienes razón, no nos queda de otra que esperar.

Pasaron toda la noche sin poder dormir y a la mañana


siguiente, Anselmo pidió permiso en su trabajo para ir
con su esposa a pegar y repartir volantes con la foto de
Jacinto y el teléfono de la casa a toda la gente que
pasara por la calle por si alguien lo reconocía, pero
nadie llamó ni les dio noticias de su hijo.

Cuando por fin transcurrieron las 48 horas acudieron a


la estación de policía a denunciar la desaparición de
Jacinto. El detective los interrogó y tomó nota de los
detalles que ocurrieron en la noche en que el niño
había desaparecido. — No se preocupen señores,
haremos todo lo que esté a nuestra disposición para
encontrar a su hijo.
— No sabe cuánto se lo agradecemos — contestó Julia
mientras salía con su esposo del lugar.

Durante el resto del día estuvieron igual de nerviosos y


preocupados que los días anteriores pensando en
dónde pudiera estar Jacinto. Por la tarde, una señora
que había agarrado uno de los volantes que
repartieron, llamó diciendo que había visto a un niño
dormido debajo de un puente peatonal que se parecía
mucho al de la foto.

Ni tardos ni perezosos, Julia y Anselmo salieron en


dirección al puente. Al llegar inmediatamente vieron al
niño, pero cuando se acercaron, se dieron cuenta de
que no era Jacinto sino otro que se le parecía bastante.
Julia se echó a llorar y su esposo la abrazó. — No
debemos perder las esperanzas, mejor volvamos a
casa.

Iban caminando por la esquina del farol doblando en


dirección hacia su edificio, cuando notaron que ahí
estaba Ana Luisa, una señora joven que vivía con su
hija Silvia que era dos años menor que Jacinto en el
edificio que estaba en la contraesquina en un
departamento exactamente a la altura del suyo. Se le
veía muy angustiada deteniendo a los peatones para
preguntarles algo, en cuanto se acercaron un poco más
pudieron escuchar algo de lo que les decía. — Por
favor, si llegan a verla avísenme, vivo en ese edificio en
el número 32. Se los agradeceré infinitamente.

Se acercaron hacia Ana Luisa y en cuanto ella los vio


corrió desaforada a hablar con ellos. — ¡Vecinos, qué
bueno que los encuentro! ¿De casualidad no han visto a
mi niña Silvia?

Los dos se voltearon a ver extrañados. — No, no la


hemos visto ¿le pasó algo? - preguntó Julia.

Ana Luisa tomó aire y explicó su situación. — Verán,


ayer como a eso de las ocho de la noche me dijo que
quería venir a esta esquina porque arriba del farol
estaba trepado un gato que no dejaba de maullar y
quería ayudarlo a bajar, la verdad es que no le presté
mucha atención y le dije que fuera pero que tuviera
cuidado y desde entonces no ha regresado a la casa.

Los señores Mercado se pusieron pálidos al escuchar


eso y Anselmo tuvo que explicarle que,
desgraciadamente, ellos también estaban pasando por
algo similar. — Vecina, no lo va a creer, pero nuestro
Jacinto también está desaparecido desde hace unos
días y estamos muy preocupados.

Ana Luisa se asustó mucho al escuchar eso. — ¡Ay


vecinos, cuánto lo siento! ¡Pero eso significa que hay
que estar alertas! ¡Tal vez haya algún secuestrador de
niños rondando por estos lugares!

— Y eso no es todo, vecina... — la interrumpió Julia. —


La noche en que desapareció nuestro hijo también fue
porque salió a dar de comer a un gato que estaba
trepado en este mismo farol.

Ana Luisa se quedó petrificada al oír eso. — ¿¿Un gato


en el farol dice??

— Sí, tal como lo oye — respondió Julia.

La madre de la niña se quedó pensativa. — Esto es muy


extraño ¿no le parece?

— Así es, muy pero muy extraño. No sé usted, pero yo


nunca vi ni escuché al gato en cuestión.

— Tal cual — continuó Anselmo. — Nosotros


preguntamos a Doña Carlota, nuestra portera, y ella
nos dijo lo mismo, que la última vez que ella vio a
Jacinto estaba solo debajo del farol y no había ni rastro
de ningún gato.

Ana Luisa trató de hacer memoria. — Ahora que


recuerdo, yo tampoco escuché al gato maullar y eso se
me hace muy raro, ya que por lo general los maullidos
de los gatos se suelen escuchar claro y fuerte.

Los tres se quedaron estupefactos pensando en todo el


misterio que envolvía ese asunto, pero les costaba
creer que en eso estuviera implicado algo sobrenatural
¿Cómo podía ser que una especie de gato fantasma se
llevara a los niños de la cuadra como si fuera el
flautista de Hamelin? Tenía que haber una explicación
lógica, sólo que no la encontraron.

Pasaron los días, las semanas y los meses y ni los


señores Mercado ni la señora Ana Luisa volvieron a
saber nada de sus niños. La policía continuaba
investigando el caso sin ningún éxito y lo peor para los
padres era tener que seguir con sus vidas y aquella
incertidumbre con respecto al paradero de sus hijos.
Todas las noches, Julia y Ana Luisa se asoman por la
ventana y se quedan estáticas por largas horas
mirando hacia el farol encendido con la esperanza de
que algún día... el gato, el destino o quien sea que les
haya arrebatado a sus hijos, los traiga de vuelta a casa.
El letrero de neón
Rodrigo tenía 36 años y era uno de los arquitectos más
reconocidos en su ciudad, a pesar de que tenía una
esposa joven, bonita e inteligente sostenía una
aventura extramarital con Berenice, una de sus colegas
de trabajo la cual era una manipuladora que solamente
andaba con él buscando su propio beneficio. Un día, a
altas horas de la noche, iban los dos juntos en el auto
de Rodrigo saliendo de una fiesta, estaban ya pasados
de copas y querían buscar un lugar para dar rienda
suelta a sus pasiones.

Rodrigo manejó hasta salir a carretera, ya que quería


alejarse lo más posible de la ciudad para evitar que
algún conocido los viera, y al pasar por una zona que
prácticamente estaba despoblada, Berenice lo tomó
por el hombro y le dijo. — ¡Hey, espera!
— ¿Qué pasa? - preguntó él sorprendido.

— Acabamos de pasar un motel.

— ¿Cómo lo sabes?

— Por el letrero de neón.

Entonces Rodrigo se echó en reversa y vio el gran


letrero iluminado con luces de varios colores
fosforescentes que parpadeaban "Motel Edén" y abajo
una flecha señalando su ubicación, doblando a la
derecha.

— ¡Estupendo! — asintió el arquitecto mientras


encendía las direccionales para indicar que iba a
doblar por el lado derecho hacia la calle donde estaba
el dichoso motel, una calle que estaba totalmente
desierta con puros edificios cerrados y abandonados y
no había más que un solo poste que emitía una
raquítica luz que apenas alcanzaba a alumbrar un corto
tramo de la calle.

Rodrigo redujo la velocidad para que él y su


acompañante pudieran ubicar el sitio exacto donde se
encontraba el motel. Voltearon por todos lados hasta
que dieron con el sitio que buscaban, estaba casi
oculto hasta el final de aquella oscura y solitaria calle.
Se acercaron en el auto hasta la entrada, desde la cual,
daba la impresión de que ese lugar había dejado de
funcionar desde hacía varios años, la pintura ya estaba
descascarada y el letrero de la entrada estaba roto.

— ¡Este motel está abandonado, mejor vamos a otro


lado! — exclamó Berenice algo asustada.

— Tranquila, hay luces encendidas afuera de las


habitaciones así que debe de haber alguien adentro y si
no, qué importa si está abandonado, así será más
divertido.

En cuanto Rodrigo se hubo acomodado en el


estacionamiento, los dos bajaron para ir a la recepción
a pedir un cuarto.

Tal como Berenice lo había imaginado: no había ni un


alma en ese lugar, la recepción estaba vacía y tampoco
había otros carros estacionados a parte del de ellos y
eso provocó que sus temores fueran en aumento. —
¡Rodrigo, es en serio! Te digo, acá hay algo que no me
gusta ¡Por favor volvamos al auto y marchémonos de
aquí!

— ¡Vamos, cálmate! — reprendió Rodrigo a la mujer


mientras tomaba la llave del cuarto número 6. — Ven,
vamos a entrar a una habitación a ver si así te
tranquilizas un poco.

En cuanto abrieron la puerta de aquella habitación


buscaron el interruptor para encender la luz, porque
estaba demasiado oscuro y no podían ni ver donde
pisaban, pero éste no funcionaba y Berenice se volvió
inquietar. — ¿Rodrigo, estás loco? ¡Por el amor de Dios!
¡Vámonos de aquí!

Él ya había perdido la paciencia y jaló a Berenice y la


sacudió violentamente. — ¡Escúchame bien! Aquí
vamos a hacer lo que yo di... — No terminó de
completar la frase porque de la nada apareció una
mano grande que le tapó la boca mientras que con la
otra lo jalaba hacia si con una fuerza casi
sobrehumana.

— ¿Rodrigo? ¿Rodrigo estás ahí? ¡Rodrigo contéstame


por favor! — Al no obtener respuesta alguna, Berenice
se asustó aún más de lo que ya estaba y se quedó
completamente paralizada por el miedo, no podía ver
nada y no escuchaba nada más que su propia
respiración entrecortada. Su instinto de supervivencia
le decía que tenía que salir de ahí corriendo lo más
rápido que le dieran las piernas, trató
desesperadamente de encontrar la manigueta de la
puerta a tientas en la oscuridad, y entonces percibió
una sombra que se movía por la habitación. —
¿Rodrigo eres tú? ¡Por favor no me asustes!

Berenice sintió que la sangre se le congelaba por el


miedo al ver que la silueta que estaba ahí no era de su
acompañante y se acercaba a ella de modo
amenazante. Siguió tentando la pared y cuando por fin
sintió el pomo de la puerta entre sus dedos, la abrió y
salió corriendo hacia el estacionamiento donde habían
dejado el auto.

Mientras huía notó que las pocas luces que estaban


encendidas se apagaban y escuchaba unos pasos
detrás suyo que trataban de darle alcance, pero no se
atrevió a mirar atrás por miedo a ver el rostro de su
perseguidor. En cuanto alcanzó el vehículo trató de
abrir la puerta del lado del conductor, pero no pudo, ya
que Rodrigo le había puesto el seguro y las llaves se
habían perdido junto con él.

Continuó tratando de abrir el auto, pero fue en vano,


segundos después vio en el cristal de la ventanilla el
reflejo de aquel sujeto que la acechaba y que ya le
había dado alcance. No tuvo oportunidad de
defenderse, pues él la tomó fuertemente por las
muñecas y Berenice sólo tuvo oportunidad de soltar un
grito ahogado que nadie escuchó y que se perdió en
medio del silencio de la oscuridad.

Una semana después, Humberto, Catalina, Rubén y


Josefina; dos parejitas de jóvenes estudiantes que aún
no cumplían la mayoría de edad, andaban vagando en
el auto del padre de Humberto por la carretera que se
encontraba cerca del Motel Edén. Iban con la música a
todo volumen, bebiendo cerveza y fumando desde las
once de la noche hasta las tres de la mañana.

Humberto ya manejaba zigzagueando de lo borracho


que estaba, y antes de que se siguiera de largo por la
carretera, Rubén lo jaló por el cuello de la camiseta y
le hizo detener el auto bruscamente. — ¡Hey voltea! —
le ordenó mientras señalaba el letrero de neón. —
¡Mira! Todavía está en funcionamiento el Motel Edén,
creía que lo habían cerrado desde hace mucho.

— ¡Qué extraño! Yo también pensaba que ya no existía


más — comentó Humberto mientras asomaba la cabeza
por la ventanilla.

Catalina, que iba sentada en el asiento de atrás con


Josefina, le echó los brazos al cuello a Humberto y le
dijo. — ¡Anda, amor!¡Vamos para allá!

A Josefina también le gustó la idea y trató de sonsacar


a Rubén. — ¡Digan que sí! Vamos a divertirnos un
ratito.

Humberto y Rubén intercambiaban miradas de


indecisión y al final accedieron. — Ok, además,
nuestros papás nos van a armar una buena si volvemos
a casa apestando a alcohol y a cigarro. En el motel
podremos darnos un baño y enjuagarnos la boca.

Dicho esto se encaminaron hacia la calle donde se


encontraba el dichoso sitio, en cuanto lo divisaron
detuvieron el auto enfrente y contemplaron el exterior
con una mezcla de asco y asombro. — ¿¿Es este
cuchitril?? — preguntó Humberto bastante
desilusionado.

— Eso parece, y no sé a ti, pero me da la impresión de


que está abandonado — contestó Rubén igual de
desanimado.

A Catalina tampoco le gustó el lugar. — Ya que estamos


aquí, hay que asomarnos a la recepción a ver si hay
alguien, pedimos un cuarto para ducharnos y con la
misma salimos pitando.

— Eso me parece una mejor idea — afirmó Josefina.

— Esta bien ¡pues andando! — les ordenó Humberto


mientras les hacía señas para indicarles que bajaran
del auto. Los jóvenes observaban desconcertados aquel
lugar, todo estaba oscuro y el ambiente generaba
desconfianza.

— Yo creo que mejor deberíamos irnos, esto está más


muerto que el Titanic bajo el océano — comentó
Josefina.
Los demás estaban por darle la razón, hasta que
Catalina reparó en el vehículo de Rodrigo que se había
quedado ahí en el estacionamiento. — ¡Miren! ¡Ahí hay
un auto! Eso quiere decir que hay alguien.

— ¡Pero qué extraño! A excepción de la oficina de


recepción, todo se encuentra completamente a oscuras
— comentó Rubén.

— No sé ustedes, pero a mí este lugar me está


empezando a dar miedo — comentó Josefina con voz
temblorosa.

— Tranquila... — le dijo Rubén. — Iremos a la


recepción y si no hay nadie allí que nos atienda, nos
largamos enseguida.

— Bien, pero hay que sacar nuestros celulares para


usarlos en modo linterna y así por lo menos poder ver
donde pisamos. — les sugirió Catalina.

— ¡Tienes razón! ¿Por qué no se nos ocurrió antes? ¡Si


seremos brutos! — contestó Josefina mientras buscaba
su teléfono en su bolso.

En cuanto todos encendieron sus celulares, lo primero


que hicieron fue alumbrar el amplio estacionamiento.
Mientras iban avanzando hacia el interior, Rubén notó
que en el suelo había unas extrañas manchas oscuras
que formaban un largo camino. — ¡Oigan, miren esto!
— les dijo mientras les señalaba el pavimento.

Los demás también apuntaron con sus celulares hacia


las manchas y las siguieron para averiguar de dónde
provenían, conforme avanzaban notaban que éstas se
volvían cada vez más grandes y que conducían hacia el
auto que estaba ahí estacionado.

— No... no sé u... ustedes, pe... pero a mí me da la i...


impresión de que esas ma... manchas son de sa...
sangre seca — volvió a hablar Catalina con la voz
entrecortada por el miedo.

— Yo creo que tienes toda la razón — le contestó


Josefina mientras se aferraba desesperadamente al
brazo de su amiga. Cuando llegaron hasta el auto,
notaron que las manchas en el suelo se detenían ahí
frente a la puerta del conductor.

Con sus teléfonos celulares trataron de alumbrar lo


mejor posible el interior del auto y lo único que
pudieron ver fue la ventanilla completamente salpicada
de sangre. — ¡¡AHHHHHHHHHH!! — gritaron todos al
unísono.

— ¿Pe...pero qué de...demonios pa...pasó aquí? —


preguntó Rubén tartamudeando.

— No sé, pero deberíamos averiguar lo que hay dentro


del carro; alguien podría estar herido y necesitar ayuda
— dijo Humberto decidido.

— Pues adelante, abre tú la puerta, la sangre me pone


los pelos de punta — le dijo Catalina y Humberto abrió
la portezuela con mucho temor, y en cuanto lo hizo,
todos se quedaron mudos de asombro al ver lo que
había ahí, Rubén sólo atinó a gritar. — ¡¡¿Pe.. pero que
mi...mierda..?!!

En el interior del automóvil se encontraban los


cadáveres de Rodrigo y Berenice sobre los asientos. A
ambos los habían degollado y abierto por la mitad
convertidos en un salpicadero de sangre y vísceras
dispersadas por todo el auto.

Todos quedaron en shock por la grotesca escena que


contemplaron, Rubén y Josefina vomitaron por causa
del olor nauseabundo, Catalina y Humberto los
tomaron del brazo para ayudarlos a caminar. — ¡Hay
que salir de aquí! ¡Rápido! — gritó Catalina cuando de
repente escucharon una voz macabra por detrás del
auto que les decía — ¿Se van tan pronto? ¡Esto apenas
comienza! — Al oír eso, todos se echaron a correr
completamente despavoridos.

En cuanto todos estuvieron a bordo del auto, Humberto


arrancó y pisó el acelerador a fondo para alejarse de
ese sitio lo más rápido posible. En cuanto volvieron a la
ciudad, trataron de tranquilizarse un poco para poder
pensar claramente al respecto. — Tenemos que dar
parte a la policía — afirmó Catalina mientras los demás
asentían con la cabeza, ya que todavía no podían
articular bien las palabras por el susto.

En cuanto llegaron a la estación de policía, el teniente


Márquez procedió a escuchar las declaraciones de
cada uno de los jóvenes. — Muy bien jovencitos,
cuéntenme bien ¿cómo empezó todo?

— Pues verá... — replicó Humberto mientras tomaba


un poco de aire — todo comenzó cuando divisamos el
letrero de neón en la carretera...

Una hora después, cuando todos los muchachos


terminaron de rendir sus declaraciones, varias
patrullas partieron hacia el motel para comenzar con
las investigaciones. Cuando los patrulleros que iban al
frente dirigiendo a sus colegas llegaron a la mitad de la
carretera, se pusieron a tratar de atar cabos sueltos.
— Esto es muy raro — comentó uno de los oficiales a su
compañero. — Ese motel tiene más de cinco años que
cerró sus puertas, pensaba que a estas alturas todos en
la ciudad lo sabían.

— Pues yo he pasado varias veces por la carretera de


noche y nunca he visto el letrero de neón encendido, es
más, me sorprende que aún no se haya fundido.
Definitivamente tenemos mucho que investigar.

Cuando iban transitando ya casi a la altura del motel,


el patrullero que iba conduciendo se detuvo de
repente. — ¿Qué ocurre? — le preguntó su compañero
muy sorprendido. — ¿Por qué te detienes así de..? —
No terminó de formular su pregunta porque el otro
policía le indicaba con el dedo que volteara hacia
arriba, para que viera el letrero de neón encendido.
Criptozoología
A las afueras de una pequeña ciudad se había
terminado de construir un nuevo fraccionamiento
llamado "Las Colinas" con casas muy bonitas y amplias.
Además, contaba con áreas de esparcimiento, un
bonito parque lleno de árboles, juegos infantiles y
senderos para ir a trotar y practicar ciclismo.

Entre las personas que habían adquirido una vivienda


nueva en este sitio se encontraba Norma, una joven
abogada soltera que deseaba poder tener su propio
hogar para independizarse totalmente de sus padres.
En cuanto le entregaron su nueva casa y terminó de
amueblarla y decorarla, decidió hacer una pequeña
reunión en su jardín con sus compañeros de trabajo y
también invitó a sus mejores amigos de toda la vida:
Alicia, Jaime y Federico, quien era mejor conocido en el
grupo como "Quico Sabiondo."

Cuando empezó a oscurecer, todos los invitados se


despidieron de Norma dejándola sola con sus tres
amigos que se iban a quedar a dormir ahí en su casa.
La noche era estupenda, el cielo estaba despejado y se
podían contemplar muy bien las estrellas en el
firmamento y permanecer encerrados dentro de la casa
hubiera sido prácticamente un desperdicio, así que
decidieron salir todos al patio trasero a platicar.

— ¿Pero están locos? — los reprendió Alicia. — ¡Afuera


está haciendo un frío que pela, nos vamos a morir de
pulmonía!

— ¡Calma, calma! — la tranquilizó Jaime. — Vamos a


encender una fogata, además trajimos vodka, café y
chocolate caliente para no congelarnos.

Alicia no se equivocaba, afuera la temperatura había


descendido hasta los 4 grados centígrados ya que
estaba por llegar el invierno, y además, el
fraccionamiento estaba construido muy cerca de una
cadena montañosa. Los chicos prepararon la fogata
mientras Norma y Alicia sacaban cuatro banquitos de
la cocina para poder sentarse alrededor del fuego.

Cuando todos se acomodaron en sus asientos, se


pusieron a contemplar los alrededores de la casa y
Alicia cuestionó a Norma. — Oye ¿y no te da un poco
de miedo vivir aquí tan sola y apartada de la
civilización?

La casa de Norma estaba ubicada en la última calle de


la colonia, detrás de su casa no había nada más que
árboles y más atrás se encontraban los montes que
únicamente estaban habitados por animales salvajes. —
Pues la verdad no, este sitio es estupendo. Aquí puedo
vivir tranquila lejos del barullo y el ajetreo de la ciudad
— replicó Norma serenamente.

Jaime tomó un trago de vodka y les hizo una propuesta.


— Y hablando de miedo ¿qué les parece si contamos
historias de terror?

Federico hizo una mueca y respondió. — ¿No te parece


que ya estamos algo grandes para esas cosas?

— ¡Ay, Quico Sabiondo! ¡Relájate! — lo regañó Alicia.


— Jaime tiene razón, hay que divertirse un poco.
— A mí también me parece buena idea — asintió
Norma moviendo la cabeza. — A ver Jaime, ya que tú
fuiste el de la propuesta ¿por qué no empiezas a
contarnos algo?

— Está bien - contestó Jaime mientras se acercaba un


poco a la fogata para calentarse. — ¿Alguna vez han
escuchado hablar de la extraña criatura que vive allá
en la espesura? — preguntó al mismo tiempo que
señalaba hacia los cerros que rodeaban la casa.
Norma, Alicia y Federico lo miraron con los ojos
totalmente abiertos y esa expresión le bastó a Jaime
para entender que no sabían de qué les estaba
hablando.

— Es una vieja leyenda, desde hace varios años hay


algunos campesinos que afirman que por aquí vive un
animal extraño de esos cuya existencia nunca ha sido
totalmente comprobada.

Federico tomó un poco de su taza de chocolate y lo


interrumpió. — Es decir, una criatura criptozoológica.

Alicia frunció el ceño y le dirigió a Quico una mirada


extraña. — ¿¿Una criatura cripto qué??
— Criptozoológica — repitió Federico. — Bueno, se
conoce como criptozoología a la pseudociencia que se
encarga de investigar y tratar de probar la existencia
de todos aquellos animales y seres que siempre se han
considerado mitológicos, como el Yeti, el monstruo del
lago Ness, el Chupacabras, entre otros.

Jaime, Alicia y Norma se quedaron pasmados con la


explicación de Federico. — ¡Vaya! Si que eres una
enciclopedia viviente — le dijo Alicia en tono
sarcástico.

— Bueno ¿me van a dejar continuar o no? — vociferó


Jaime algo irritado.

— ¡Prosigue con tu relato! — lo apremió Federico


dándole otro sorbo a su taza de chocolate.

— Gracias, bien como les decía; hay algunos hombres


de campo que dicen haber visto por estos rumbos una
clase de bestia muy extraña. Hay diferentes versiones,
pero la mayoría afirma que es una criatura humanoide
sin pelo que camina encorvada en dos patas, tiene una
cabeza pequeña, extremidades cortas y brazos muy
largos y una cola también larga y fuerte como de
lagarto y unas poderosas garras como las de los
grandes felinos.

Alicia emitió un suspiro que denotaba fastidio. — ¡Por


favor! ¿A quién quieres engañar? Eso te lo acabas de
sacar de la manga, te basaste en la criatura de la
película "Splice" ¡Sé más original!

— ¿Cuál es esa película? - preguntó Federico muy


intrigado.

Alicia volvió a responder con desgana. — Una donde


sale el actor ese narizón que le gusta a Norma, no me
acuerdo cómo se llama.

Todos se echaron a reír y Norma le explicó a Quico. —


El actor es Adrien Brody, el que protagonizó "El
pianista."

— Lo siento, pero sigo sin saber quien es, no soy


cinéfilo — contestó Federico agitando las manos a
modo de disculpa.

Jaime volvió a exasperarse y carraspeó para llamar la


atención. — Ejem... como veo que prefieren hablar de
películas, ya no les voy a contar nada — masculló
mientras se levantaba de su asiento.

— ¡No seas payaso! — le gritó Alicia mientras lo jalaba


del brazo para obligarlo a sentarse otra vez. — ¡Ya,
termina de contarnos!

Jaime se acomodó en su lugar y prosiguió. — Bueno,


hay diversas teorías acerca del origen de esa criatura
extraña. La primera es que probablemente se trate de
un antiguo ser que llegó a la Tierra antes de que
apareciera el ser humano, algo así como el Cthulhu.

— Interesante... — comentó Norma mientras tomaba


café de su termo caliente y Jaime continuaba. — Y la
otra teoría, es que se trata de una nueva especie que
fue el resultado de un experimento en un supuesto
laboratorio secreto oculto entre la espesura del
bosque.

— ¡Wow! Como en "Los sabuesos de Baskerville" fue el


segundo capítulo de la segunda temporada de Sherlock
— comentó Alicia extasiada.

— ¿Cuál es esa serie? Nunca la he visto — preguntó


Norma mostrando mucho interés.
— Es una de la BBC ¡Tienes que verla! Sale el
guapetón de Benedict Cumberbatch — le comentó
Alicia muy emocionada.

Federico las cortó algo exasperado. — ¿Y bien? ¿Van a


dejar que Jaime termine o van a seguir hablando de los
actores que les gustan?

— ¡La tercera es la vencida! — protestó Jaime por la


nueva interrupción.

Norma tomó la palabra decidida a terminar con eso de


una vez por todas. — ¡A ver, ya! El próximo que vuelva
a interrumpir se quedará a dormir afuera sin cobertor.

Sólo así, Jaime pudo terminar su relato. — Si bien lo


del laboratorio secreto es una mera leyenda, dicen los
campesinos que al adentrarse en lo profundo del
bosque aparecen alambradas con letreros que dicen:
"PROHIBIDO EL PASO", "PELIGRO", "PROPIEDAD
PRIVADA" y frases por el estilo. Cosa que les parece
extraña, ya que nunca han visto a otras personas ni
mucho menos vehículos transitar por esos lugares.

En ese momento todos se quedaron muy quietos y en


silencio pensando, hasta que la tranquilidad de la
noche fue interrumpida por un extraño sonido entre los
arbustos del patio. — ¿Oyeron eso? — preguntó Alicia
algo asustada.

Norma se quedó petrificada y respondió con la voz algo


temblorosa. — Ha...hay algo a...ahí entre las plantas...

Después de eso, todos se levantaron de un salto de sus


asientos y corrieron a juntarse atrás de la fogata
observando ansiosos hacia los arbustos.

Jaime tomó una rama, que todavía no había sido


arrojada al fuego, y la acercó a la fogata para
encenderla a modo de antorcha y con los dientes que le
castañeteaban preguntó. — ¿Qui... quién a...anda ahí?

El ruido aumentó de volumen y de entre los arbustos


saltó algo que hizo gritar a todos como locos y salir
corriendo hacia el interior de la casa.

— ¡Esperen! ¡No se pongan así! — les gritó Norma


mientras tiraba de ellos por la ropa. — ¡Miren, no es
nada más que un mapache!

Los demás voltearon y en cuanto vieron al animal,


suspiraron de alivio. — ¡Vaya susto que nos diste,
amigo! — dijo Jaime mientras aventaba la rama que
había tomado a la fogata. — ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Hubieras
visto la cara que pusiste! — le espetó Federico
burlándose.

— Pues déjame y te digo que tú también traías una


cara bastante cómica, Quico Sabiondo — replicó Jaime
sumamente enfadado.

— La verdad es que todos nos asustamos — murmuró


Alicia aún tomando aire para reponerse del susto.

— Bueno, yo creo que mejor apagamos el fuego y nos


vamos a dormir, ya es bastante tarde — sugirió Norma.

— Me parece genial — contestó Federico mientras


tomaba un cubo de agua para apagar la fogata.

— Tienes razón, mejor nos vamos a descansar, ya


hemos tenido bastante por esta noche — comentó
Jaime mientras todos se dirigían al interior de la casa.

A la mañana siguiente se despertaron todos hasta al


mediodía por el desvelo, bajaron a la cocina y ahí
encontraron a Norma que se había levantado un poco
más temprano. — ¡Buenos días Norma! — la saludó
Alicia primero.

Norma no contestó el saludo y salió de la cocina en


dirección al comedor, abrió la cortina que cubría una
puerta corrediza de cristal que daba acceso al patio de
atrás.

— ¿Te pasa algo? — le preguntó Jaime mientras los


demás la miraban sorprendidos y ella respondió
bastante irritada. — ¡No sé quién haya sido el chistoso,
o la chistosa, que haya querido gastar una broma, pero
va a tener que limpiar todo el cochinero que dejó ahí!
— exclamó señalando hacia el otro lado de la puerta
donde había un tipo de hall pequeño donde Norma
había colocado dos sillones de mimbre para sentarse a
descansar por las tardes.

— Pero ¿de qué estás hablando? — preguntó Alicia.

— De esto — respondió Norma al mismo tiempo que


abría la puerta y les hacía señas a los demás para que
la siguieran afuera. Ahí les mostró unas huellas
extrañas de lodo que ensuciaban el mosaico. Todos se
quedaron observando el suelo extrañados sin saber que
decir.

— ¿Y bien? — inquirió Norma.

Alicia fue la única que atinó a contestar. — A lo mejor


fue el mapache que nos dio el sustote anoche.

Federico se acercó a examinar las huellas de cerca. —


Estas huellas no pueden ser de mapache, son
demasiado grandes.

— Ya sé que esas huellas no son del mapache, otro


animal más grande cuyo nombre empieza con "J"
seguro las dejó ahí — afirmó Norma echando una
indirecta.

Jaime se acercó y replicó nervioso pero muy serio a la


vez. — Norma, reconozco que suelo ser bastante
bromista, pero te juro por lo que más quiero que yo no
hice esto.

Todos se quedaron ahí a seguir analizando las huellas


que iban desde los arbustos que daban hacia el límite
de la casa hasta la puerta de cristal. — A mí me
parecen huellas como de puma o de algún otro gran
felino — comentó Alicia.
— Pues en esta zona no hay pumas ni otros felinos
grandes, que yo sepa — le contestó Federico y todos
intercambiaron miradas entre ellos sin hacer ni un solo
comentario.
¿Qué hay allá en el patio trasero?
En el terreno más amplio de una de las más antiguas
calles del centro se encuentra un orfanato público
llamado "La Esperanza" donde viven varios niños
huérfanos a cargo de Doña Lucía la directora, la señora
Mariana la cocinera y Don Antonio el viejo conserje.

De todos los niños que están en ese lugar Ramón,


Óscar y Neftalí de ocho, siete y seis años
respectivamente son de los más alegres y traviesos y se
llevan muy bien con Julián a pesar de que tiene catorce
años y es el mayor de todos los internos.

En el orfanato los chicos lo pasan muy bien, ya que los


encargados los tratan como si fueran sus propios hijos
y los consienten dándoles mucho tiempo libre para que
se distraigan. Lo que más les gusta es salir al patio a
jugar a las escondidas, la gallina ciega y otros clásicos
juegos infantiles, ya que el terreno cuenta con
espaciosas áreas verdes llenas de árboles que sirven
para esconderse; los niños suelen describirlo como "un
jardín tan inmenso que parece no tener fin". Pero Doña
Lucía y los demás adultos sólo les permiten estar en la
parte de enfrente y siempre les advierten con
severidad: "¡No se les ocurra ir a jugar al patio trasero!
¡Si un día los llego a sorprender correteando por ahí
los voy a castigar! ¡Por favor, sean obedientes!"

Los niños siempre acataban esa estricta orden sin


refunfuñar ni cuestionar nada, pero un día en que
Ramón, Neftalí y Óscar se encontraban jugando a las
cartas con Julián decidieron interrogarlo para
averiguar qué sabía él al respecto. — Oye, tú que eres
el mayor de todos los niños que estamos aquí ¿podrías
aclararnos una duda? — le preguntó Ramón.

— Por supuesto, dime ¿qué quieres saber? — le


respondió Julián amablemente.

— ¿Por qué nunca nos dejan ir a jugar al patio de


atrás? ¿Qué hay ahí? ¿Por qué siempre que nos
acercamos nos regañan y nos gritonean como si
hubiéramos hecho algo muy malo?

El mayor del grupo se quedó pensativo un momento


mientras los otros niños lo miraban ansiosos. — Pues,
la verdad es que yo tampoco sé mucho sobre ese
asunto, pero les voy a contar una anécdota de cuando
yo tenía más o menos la edad de ustedes.

Y entonces, Julián empezó a relatar. — En ese entonces


tenía otros dos amigos que eran un par de años
mayores que yo, se llamaban Marco y Fernando.
Bueno, pues una vez estábamos jugando a las
escondidas muy cerca del patio trasero, entonces Doña
Lucía escuchó nuestros gritos y se dirigió hacia
nosotros muy enfadada pero nerviosa a la vez y
vociferó: "¡Niños, no jueguen por aquí! Mejor vayan a
la parte de enfrente" Marco le preguntó el por qué y
ella sólo contestó: "¡Por favor, no hagan preguntas y
obedezcan!" Nos dirigimos hacia el patio delantero
como nos lo había ordenado, pero jugar ahí no era
igual de divertido ya que casi no hay árboles ni otros
sitios para esconderse, pero no tuvimos otra opción.

Neftalí interrumpió a Julián un momento. — Vaya,


entonces desde que eras pequeño también estaba
prohibido andar correteando por ahí.

— Así como lo oyes, pero esa no es toda la historia. Mis


amigos eran muy inquietos y ese mismo día se les
ocurrió la grandiosa idea de ir a explorar la zona
prohibida en la noche cuando todos estuvieran
dormidos. Yo les dije: — "¡Están locos! Si nos llegan a
descubrir nos vamos a meter en un lío muy gordo." —
Fernando me reprendió. — "¡Vamos Julián! ¡No seas
cobarde! Vas a ver que nos vamos a divertir." — Marco
también trató de convencerme. — "No te preocupes,
tomaremos nuestras precauciones ¿o qué? ¿Acaso
tienes miedo?" — Y ante la insistencia de ellos, no me
quedó de otra que aceptar.

Julián hizo una pequeña para tomar aire antes de


continuar. — Preparamos una mochila con galletas por
si nos daba hambre y también tomamos tres lámparas
sordas del almacén de Don Antonio y a las nueve de la
noche, que era la hora a la que nos mandaban a dormir
y se apagaban todas las luces, salimos de nuestro
cuarto tratando de no hacer ruido. Para nuestra buena
suerte, la señora Mariana había olvidado cerrar la
puerta de la cocina con llave y pudimos salir
directamente al patio de atrás sin ningún problema.

— ¿Y luego que pasó? — preguntó Ramón quien ya


empezaba a comer ansias.

— ¡Ahorita nos va a contar, no lo interrumpas! — le


gritó Óscar algo molesto mientras le acomodaba un
coscorrón.

— ¡No peleen, por favor! — los regañó Julián y esperó a


que se calmaran para poder continuar. — Bien, en
cuanto salimos al exterior encendimos nuestras
lámparas y comenzamos a caminar en dirección hacia
el área restringida. No recuerdo exactamente cuánto
tiempo estuvimos ahí, pero a mí me pareció que fue
toda la noche. En todo el tramo que habíamos
recorrido no vimos nada extraño, sólo veíamos árboles,
se escuchaban los grillos, uno que otro búho que
ululaba y demás típicos sonidos nocturnos. — "¿Y si
mejor nos regresamos?" — les propuse a los demás. —
"Aquí no hay nada interesante." — Marco me hizo
segunda. — "Tienes razón, la verdad no entiendo ¿qué
hay de malo y peligroso por acá?" — Fernando, que
movía su linterna para arriba y para abajo, nos
interrumpió con un grito. — "¡Hey, miren allá!" — Los
dos nos acercamos corriendo para ver lo que él había
encontrado mientras enfocábamos nuestras lámparas
hacia el sitio que nos señalaba, y fue ahí donde la
vimos.

Ramón, Neftalí y Óscar se quedaron mirando a Julián


con los ojos abiertos como platos. — ¿¿Qué?? ¿¿Qué fue
lo que vieron?? — preguntaron casi al unísono.

— Pues ahí encontramos un área pavimentada que no


medía más de un metro cuadrado y en medio había una
piedra enorme y pesada. Los tres nos quedamos
observándola mientras intercambiábamos miradas
confusas. — "¿Para qué habrán puesto esa piedra ahí?"
— les pregunté a los demás y ellos sólo menearon la
cabeza en señal negativa. Los tres nos acercamos para
ver la piedra de cerca y llegamos a la conclusión de
que tal vez la habían puesto para tapar un viejo pozo
para que alguno de los niños no fuera a caer por ahí,
entonces a Fernando se le ocurrió una idea. — "¡Hay
que quitar la piedra y ver que hay ahí debajo!" — Yo no
lo creí conveniente y traté de hacerlo desistir. — "¡Pero
está muy pesada!" — "¡No seas tonto! La levantaremos
entre los tres" — me regañó Marco y en eso,
escuchamos las voces de Doña Lucía y Don Antonio
que nos llamaban y en cuanto nos encontraron nos
acomodaron la reprimenda más grande de todas
nuestras vidas.

— ¿Tanto así se enojaron? — preguntó Óscar bastante


asombrado.

— Sí, es más, incluso hasta nos dieron unas buenas


nalgadas y nos castigaron por dos meses enteros sin
salir a jugar afuera. En serio, nunca me tocado ver que
hayan castigado a nadie más de esa manera.

— En ese caso, entonces creo que lo mejor será


mantenernos lo más alejados posible del patio de atrás
si no queremos meternos en problemas — comentó
Ramón al mismo tiempo que todos guardaban las
cartas y se preparaban para irse a dormir.
Tres meses después, llegó el Año Nuevo y después el
Día de Reyes, y en esa fecha, Doña Lucía
acostumbraba hacer regalos modestos a los niños. A
Julián le dio un balón de fútbol y él decidió estrenarlo
yendo a jugar con sus amigos. — ¡Vengan! ¡Vamos a
jugar un partidito! — y salieron corriendo al patio de
enfrente.

Se dividieron en equipos de dos, y en un momento


determinado del juego, a Óscar le tocó hacer saque de
meta y pateó el balón con tanta fuerza que lo mandó
bien lejos en dirección al norte.

— ¡Si serás imbécil! — le gritoneó Ramón. — ¡Vaya


Dios a saber a donde fue a caer el balón! ¡A lo mejor
hasta llegó a romperle la ventana a algún vecino!

— ¡No me llames imbécil, pedazo de idiota! — le


respondió Óscar bastante enfadado.

— ¡Basta! ¡Dejen de pelear! — los regañó Julián


tratando de poner orden. — No creo que el balón haya
salido del terreno, mejor vamos a buscarlo.

Dicho esto, los cuatro empezaron a recorrer el patio en


busca del balón, pero no lo hallaron por ahí cerca. —
Pues por aquí no está, yo insisto en que fue a dar fuera
del orfanato — espetó Ramón.

— O tal vez fue a parar hasta el fondo, al patio de atrás


— comentó Neftalí.

— Yo pienso que eso es lo más probable — afirmó


Julián algo desanimado.

— Bueno, entonces vamos a tener que ir allá a buscarlo


— masculló Óscar con resignación.

— ¿Al patio prohibido? ¡Pero nos van a castigar si


vamos allá! — exclamó Neftalí bastante asustado y
Ramón intervino. — Doña Lucía no anda por aquí, hay
que aprovechar de ir, buscamos el balón y con la
misma nos regresamos ¿y quién se va a dar cuenta que
anduvimos merodeando por ahí ?

— De acuerdo, pero será mejor que nos demos prisa


porque ya no tardará en oscurecer — les advirtió Julián
y se adentraron corriendo entre los árboles.

Los chicos recorrieron toda la zona hasta llegar casi a


los límites de la propiedad, y fue ahí, cuando Neftalí
por fin encontró el balón. — ¡Miren ahí está! — les
avisó a los otros mientras les indicaba el sitio donde
había ido a parar y cuando todos los chicos posaron sus
miradas en el balón se quedaron mudos, pues éste
estaba justo al lado de la gran piedra de la que Julián
les había hablado antes.

— Voy por el balón y en cuanto lo tenga, saldremos de


aquí enseguida — dijo Julián mientras se acercaba a
recogerlo, en cuanto lo tuvo en sus manos, notó que
sus amigos seguían ahí inmóviles observando fijamente
la piedra. — ¿Qué les pasa? — les preguntó.

Solamente Ramón le respondió. — Hay que remover la


piedra.

— ¡Pero que están diciendo!

— ¡Por favor Julián! Por fin tenemos la oportunidad de


venir al patio trasero a donde siempre nos prohíben
jugar y más lo que nos platicaste la otra noche,
estamos seguros de que es por lo que se encuentra
debajo de esa piedra que no nos permiten venir para
acá y tenemos mucha curiosidad por saber qué
demonios hay ahí ¿tú no?
Óscar se unió a la suplica de Ramón. — ¡Sí Julián, por
favor! ¿O acaso no te quedaste con la curiosidad de
haber podido levantar la piedra con tus amigos aquella
vez y descubrir el misterio?

Julián se quedó pensativo un momento antes de darles


una respuesta. — Está bien, pero vamos a darnos prisa.
A ver, a la cuenta de tres hay que empujar la piedra
todos juntos ¿va?

— ¡Va! — respondieron los otros tres a coro y colocaron


todas sus manos encima de la piedra para comenzar a
empujarla nada más escuchar la orden de Julián. —
Bien ¿ya están todos listos? ¡A la una, a las dos y a las
tres...!

Pusieron todas sus fuerzas para tratar de empujar la


piedra, pero ésta estaba tan pesada que apenas
lograron removerla un poco, pero eso fue suficiente
para notar que debajo había un hoyo muy oscuro y
profundo que despedía un olor nauseabundo, como a
drenaje y podredumbre.

— ¿Y bien? ¿Esto es todo? ¿Por esta cloaca apestosa


arman tanto escándalo y nos prohíben venir por aquí?
— exclamó Ramón indignado.

— La verdad no entiendo nada — contestó Julián.

— Bien, ya logramos satisfacer nuestra curiosidad,


ahora regresemos la piedra a su lugar y larguémonos
— les ordenó Óscar.

Cuando todos se dispusieron a colocar la piedra otra


vez en su sitio, escucharon unos gruñidos que
provenían de lo más profundo del agujero, eran tan
aterradores que los cuatro chicos comenzaron a
temblar de miedo y empujaron la piedra lo más rápido
que les dieron sus fuerzas y se alejaron corriendo de
allí.

Desde ese día, siempre tienen horribles pesadillas por


las noches y los cuatro sueñan más o menos lo mismo:
se encuentran caminando por el patio trasero junto al
pozo destapado y sienten que una garra fuerte y
poderosa los toma por los tobillos y trata de
arrastrarlos consigo al interior del agujero y despiertan
sobresaltados con el corazón latiendo a mil por hora.

No se atreven a comentar nada de las pesadillas que


los aquejan con ninguno de los otros niños y mucho
menos con los mayores, pues temen recibir una buena
y merecida reprimenda por haber desobedecido. Y
ahora, cuando salen afuera a jugar fútbol lo hacen
siempre en el patio de enfrente, con mucho cuidado de
no mandar otra vez el balón hacia el patio trasero.
El árbol del olvido
Gabriela todavía lo recordaba perfectamente como si
hubiera sido ayer, era el año de 1999 cuando ella tenía
11 años y estudiaba el sexto y último año de la
educación primaria. Ella siempre decía que ese había
sido el mejor año de su vida, ya que había vivido
muchos momentos felices en compañía de sus tres
mejores amigas: Laura, y dos hermanas gemelas no
idénticas que se llamaban Griselda y Graciela a las
cuales conocía desde el primer año.

De aquel grupo de amigas, las que más destacaban


eran las gemelas por su excelente desempeño
académico, casi siempre eran representantes de la
escuela en los concursos de aprovechamiento escolar y
obtenían los primeros lugares, también sobresalían en
varios deportes, danza y otras actividades artísticas.
Como las cuatro amigas vivían muy cerca de un
parque, acostumbraban reunirse allí todas las tardes a
platicar, su sitio favorito era un área verde donde se
encontraba un viejo árbol grande y frondoso que
estaba algo apartado del resto, ahí podían hablar
tranquilamente sin que nadie las molestara. En el
verano del 99 concluyeron la educación primaria y se
tuvieron que separar, ya que sus padres las
inscribieron en escuelas diferentes.

Al comenzar con la educación secundaria aumentaron


las tareas y obligaciones, hicieron otras amistades y
poco a poco dejaron de llevar a cabo sus reuniones en
el parque hasta que, sin que se dieran cuenta, ya
habían perdido el contacto por completo y no volvieron
a saber de nadie.

Quince años después, Gabriela se encontraba en su


casa por la noche metida en su cama ya con la pijama
puesta y con su laptop encendida sobre las piernas
para revisar sus e-mails y sus cuentas de redes
sociales. En cuanto inició sesión en Facebook, se
encontró con que tenía una nueva solicitud de amistad.
— Veamos de quién se trata... — murmuró para sí
mientras hacía click sobre el ícono y vio que la
solicitud era de Laura Iturralde, su vieja amiga de la
primaria de la que llevaba años sin saber nada, se
alegró mucho e inmediatamente confirmó la solicitud.

En cuanto la agregó a su lista de amigos, notó que en


ese momento Laura estaba en línea, y ni tarda ni
perezosa, le envió un mensaje para poder conversar
con ella después de todos esos años.

— ¡Hola Laura! ¡Cuánto tiempo sin saber nada de ti!


¿Cómo has estado?

— ¡Hola Gaby! Estoy muy bien, me alegro mucho de


que hayas aceptado mi solicitud de amistad, pensaba
que a lo mejor después de tantos años ya ni te ibas a
acordar de mí.

— ¿Cómo piensas eso? Si bien nos dejamos de ver por


mucho tiempo, no podría olvidar tan fácilmente a una
de las mejores amigas que he tenido en la vida.

— Bueno, te voy a confesar algo, me acordé de ti hace


unos días porque me contactó por acá Luis Alberto,
uno de nuestros compañeros de la primaria, él y otros
con los que aún mantiene el contacto quieren hacer
una reunión de ex alumnos de la generación del 99.

— ¡Pues eso me parece estupendo! Sería bueno volver


a vernos y recordar viejos tiempos.

— Por lo último que me dijo Luis, parece que logró


contactar a casi todos los ex compañeros y todos están
de acuerdo. La reunión será el próximo fin de semana a
las 6 de la tarde en el salón del Hotel Principal ¿vas a
venir, verdad?

— ¡Claro que sí! ¿Cómo me lo voy a perder?

— ¡Muy bien! Cualquier cosa me mandas un mensaje


por acá, si tardo en contestarte es porque luego ando
muy ocupada que ni tiempo de revisar el Facebook
tengo.

— Ok, no te preocupes, primeramente nos veremos el


fin de semana. Ya tengo ganas de volver a verte.

— Yo también, ahora si me disculpas, me voy a


desconectar porque me caigo de sueño y mañana tengo
que madrugar.
— Sí claro, no te preocupes, yo también me voy a ir a
dormir ¡Buenas noches y hasta el sábado!

— ¡Buenas noches, nos veremos!

Después de que Laura se desconectó, Gabriela se


disponía a apagar su laptop cuando se acordó de algo
que se le había olvidado comentarle a su amiga. —
¡Rayos! No le pregunté si ha sabido algo de Griselda y
Graciela, ojalá que también las haya logrado contactar
y vayan a la reunión.

Se debatía entre si dejarle o no un mensaje a Laura


nada más para preguntarle por las otras dos amigas
del grupo, pero pensó que mejor se esperaba hasta
hablar con ella personalmente el fin de semana y
entonces guardó su laptop, apagó la luz y se dispuso a
descansar.

El sábado, Gabriela llegó puntual al Hotel Principal


donde se iba a llevar a cabo la reunión. Al entrar al
salón inmediatamente encontró a Laura sentada en una
mesa platicando con otros de los compañeros y en
cuanto vio venir a Gabriela se levantó para saludarla
con un fuerte abrazo. — ¡Gaby! ¡Qué alegría volver a
verte después de tanto tiempo! ¡Estás muy guapa!

— ¡Muchas gracias! Tú también te ves muy bien, no


has cambiado nada.

Después de saludar a todos los demás que estaban ahí


en la mesa, Gabriela se sentó al lado de Laura para
poder platicar mejor. — Pues como te comenté por el
chat, Luis Alberto logró que los compañeros vinieran,
dice que no fue fácil localizarlos a todos pero ya ves...
— le comentó Laura mientras señalaba con la mirada a
las otras mesas.

Gabriela también volteó para ver si veía por ahí a


Griselda o a Graciela pero no las encontró y entonces
le preguntó a Laura. — ¿No lograron contactar con
Griselda y Graciela? El otro día se me olvidó
preguntarte por ellas.

Laura le lanzó una mirada confusa y extraña. —


Perdón, pero ¿de quiénes me estás hablando?

Gabriela contestó aún más sorprendida. — ¿Cómo qué


de quiénes te hablo? ¡De Griselda y Graciela Montero!
Las gemelas que eran parte de nuestro grupo ¡No me
digas que no te acuerdas de ellas, si eran muy amigas
de nosotras!

Laura miró a Gabriela aún más confundida, pero aún


así trató de hacer memoria. — Hmm, reconozco que
nunca fui muy buena para memorizar nombres, pero la
verdad que no tengo ni la menor idea de quienes sean
esas hermanas que dices.

— Laura ¿me estás jugando una broma, verdad? No es


posible que ya no recuerdes a las gemelas, nos
sentábamos las cuatro en los lugares de atrás del salón
y la maestra siempre nos amenazaba con mandarnos a
cada una a las cuatro esquinas si no dejábamos de
parlotear.

Patricia, otra de las compañeras que estaba sentada


ahí en la mesa con ellas, alcanzó a escuchar un poco de
lo que estaban hablando. — Perdón que me meta, pero
me pareció escuchar que decían que faltaban dos de
las compañeras y me quedé con la curiosidad, según yo
aquí estamos todos.

— Paty ¿tú si te acuerdas de las gemelas Montero,


verdad? — le preguntó Gabriela bastante
desconcertada. Patricia sólo se quedó pensando
mientras murmuraba. — ¿Unas gemelas de apellido
Montero? Eh... no me suenan sus nombres ¿estás
segura que quedaban en nuestro grupo?

— Claro que sí, se llamaban Griselda y Graciela; de


hecho, ahorita que recuerdo, tú y las otras siempre
decían que eran las gemelas más disparejas que jamás
habían conocido, ya que Griselda era de cabello negro
rizado y Graciela rubia con los cabellos bien lacios,
nada que ver la una con la otra.

Patricia y Laura solamente veían a Gabriela como bicho


raro, pero a la vez sentían mucha curiosidad al no
poder recordar a esas otras compañeras.

— Mira, ahí está Luis Alberto; él tiene memoria de


elefante, hay que llamarlo para preguntarle — sugirió
Laura al mismo tiempo que le hacía una seña para que
fuera hacia su mesa.

— Oye Luis, fíjate que Gaby nos comenta que había dos
hermanas gemelas en nuestro grupo que no vinieron a
la reunión, pero nosotras por más que tratamos de
ubicarlas no las recordamos.
Luis Alberto se quedó pensativo un momento. — Pues
la verdad yo tampoco me acuerdo de ningunas
gemelas, pero vamos a ver... — dijo al mismo tiempo
que sacaba una hoja de su bolsillo. — Pude conseguir
en la escuela una copia de la lista de asistencia de
nuestro grupo, así que tienen que estar aquí ¿cuál era
su apellido?

— Montero, Griselda y Graciela Montero — contestó


Gabriela.

— A ver fíjate, aquí están los compañeros de apellidos


con M: Márquez Juana, Martínez Ramiro, Méndez
Patricia, Mendiola Pablo, Mendoza Tania, Montes
Silvia, Navarro Francisco... hmm, no hay nadie de
apellido Montero; puedes verlo por ti misma — le dijo
Luis Alberto al mismo tiempo que le pasaba la lista y
Gabriela la volvió a repasar desde el principio.

— La verdad es que no lo entiendo ¿cómo es que nadie


del salón se acuerda de ellas y que no figuren en la
lista? ¡Tiene que haber algún error!

— Bueno amiga... — la interrumpió Laura — a lo mejor


te confundiste, tal vez conociste a esas gemelas por
otro lado, en otra escuela, y tu mente está revolviendo
las cosas.

— ¡No Laura, te juro por mi vida que no estoy


equivocada! Griselda y Graciela eran compañeras y
amigas nuestras, eran muy aplicadas y siempre
estaban en el cuadro de honor; todos los años las
mandaban a representar a la escuela en los concursos
locales y nacionales de aprovechamiento y siempre
obtenían los primeros lugares. ¡No es posible que
ninguno de ustedes las recuerde y las haya olvidado
tan fácilmente!

Luis, Patricia y Laura no dejaban de lanzar miradas


extrañas a Gabriela, así que ella comprendió que no
tenía caso hablar más del asunto y mejor cambió de
tema.

Después que terminó la reunión, Laura se ofreció a


llevarla de vuelta a su casa y en el camino volvieron a
hablar del asunto. — Oye Gaby ¿qué te parece si vamos
a desayunar juntas mañana? La verdad es que me
dejaste con la curiosidad respecto a esas gemelas, no
sé, de repente tuve un recuerdo muy vago de que por
ahí había otras niñas que platicaban con nosotras, pero
no logro pensar claramente.

— Está bien — asintió Gabriela. — ¿Mañana a qué


hora?

— A las diez de la mañana en la cafetería que está


cerca del parque ¿te parece bien?

— ¡Por supuesto!

— Bueno, entonces nos veremos mañana, que pases


buenas noches — se despidió Laura.

— Buenas noches — contestó Gabriela mientras bajaba


del auto y se dirigía al interior de su casa.

Al día siguiente, Gabriela llegó a la cafetería a la hora


que había acordado con su amiga. Laura ya estaba ahí
esperándola. — ¡Hola Gaby, buenos días!

— ¡Buen día! — respondió Gabriela mientras tomaba


asiento.

— En cuanto terminemos de desayunar, lo primero que


haremos será ir a la escuela a investigar, ahí deben de
tener registros y fotografías de todos los alumnos que
han pasado por ahí, seguramente obtendremos
respuestas.

— Espero que sí... — suspiró Gabriela al mismo tiempo


que tomaba un pequeño sorbo de café.

En cuanto pagaron la cuenta, salieron de la cafetería


con rumbo hacia la escuela. — No tiene caso llevar el
auto, está muy cerca, podemos ir caminando —
comentó Laura.

— Podemos cortar camino si atravesamos el parque —


propuso Gabriela.

— ¡El parque! — exclamó Laura muy emocionada. — Ya


tiene mucho tiempo que no camino por ahí, de niñas
solíamos pasar casi todas las tardes platicando en ese
lugar.

"Además, caminando por los viejos rumbos, tal vez


Laura pueda recordar algo más" pensó Gabriela para
sus adentros.

Entraron al parque y caminaron por el sendero de


piedra que se conservaba igual que hace quince años.
—¡Cuántos recuerdos! — exclamó Laura mientras
observaba en derredor. Siguieron caminado hasta que
llegaron a los límites del parque y fue ahí donde se
encontraron cara a cara con el enorme y viejo árbol
que aún seguía en pie. — ¡Este árbol! — volvió a
exclamar Laura.

— Sí, era nuestro sitio preferido ¿te acuerdas? — le


preguntó Gabriela.

— Claro ¿cómo me voy a olvidar? ¡Oh no! ¡Pero mira..!

— ¿Qué pasa? — inquirió Gabriela algo preocupada.

— ¡Lo han cercado, ya no se puede pasar hacia él ni


mucho menos treparlo! — replicó Laura con tristeza.

Las dos se acercaron hasta donde la valla de metal les


permitía el paso, y entonces notaron que habían puesto
también una placa. — Esto tampoco estaba antes —
comentó Gabriela — veamos que dice... — Las dos se
acercaron a leer.

Árbol Del Olvido

Se le bautizó así porque cuenta una leyenda popular


que las personas que logran subir hasta la copa del
árbol serán olvidadas para siempre por la gran
mayoría de sus conocidos.

Las amigas se quedaron ahí quietas y calladas por


largo rato contemplando su querido árbol, hasta que
Gabriela se atrevió a pronunciar palabra. — Ahora lo
recuerdo... en el último día de clases, las cuatro
quisimos trepar hasta la última rama, a la mitad del
camino tú y yo nos acobardamos, pero Graciela y
Griselda lo lograron.
Amigo lector:
Tu opinión, ya sea positiva o negativa, es muy
importante para mí ya que gracias a tus comentarios
puedo ir creciendo y mejorando cada día. Así que, si
tienes algún comentario que hacer respecto a esta
historia no dudes en hacérmelo saber. Muchas gracias
por leerme.

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