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-I-

Vamos a García Rovira, lugar de leyenda, tierra de los “colorados” y sede del
valor colombiano. Todo canta en los riscos alegres de la montaña; hay en los
caminos el peligro emboscado de la escopeta en manos del desvalijador y una
sonrisa alegre y decidora en los labios de la campesina jovial. En este suelo
arrugado como un gigante milenario, se tocan los extremos: el coraje del
bandolero perseguido por la justicia, y la nobleza de los hidalgos caballeros de
rancia estirpe castellana. El forastero, en García Rovira, se regocija y siente
que fluye de sus poros un algo más valiente que cuanto haya sentido bajo otros
soles: es que la montaña le impregna la bizarra compostura de una raza de
colosos.

El camino brillante serpentea y envuelve en sus nudos las montañas enhiestas;


poco a poco, bajo un sol que abrasa, nos vamos acercando a la primera
población provinciana: Cerrito, tendida en las faldas del “Almorzadero” se
envuelve en un sudario de sangre y nieve. Tierra fría, pampa abierta a trechos,
y a trechos cuajada de sismas, en donde se ocultan los clásicos asesinos
cosmopolitas que no perdonan la bolsa ni la vida del pasajero. La impresión
que causa el páramo no es para ser descrita; el frío anestesia los nervios y a
cada momento vemos, como en un sueño de morfina, al bandolero que apunta
con el cañón brillante de un arma de precisión. Las charcas congeladas
muestran baldosines de cristal y los “frailejones” se acurrucan hasta besar el
suelo. –Dos soldados se han puesto a mi servicio para pasar la zona del
“Almorzadero”. Son hombres tranquilos, con esa calma del santandereano
valeroso y sufrido; van delante de mi cabalgadura, refiriéndose historias de
amor y deshonrando implacables a la ventera de la fonda próxima.

-“Estamos”, dice el más alto enseñándome con el calibre de su carabina una


casa cercana al camino, en la cual chisporrotea el fogón y cantan las mirlas
enjauladas.
Se despiden los mozos llevando en balanza los fusiles y a poco rompen a
cantar un aire de la tierra nativa.
Se abre la puerta de la fonda y en mitad de la cocina, veo los paltos de madera
labrada, pulida y olorosa, dispuestos para el almuerzo.
Una muchacha prepara el café. La interrogo:
-Que distancia hay de este lugar a Cerrito?
-Dos leguas, a lo sumo, responde sin levantar la cabeza.
-Dime en este pueblo también pelean?
-No señor, esa gente está en calma; los conservadores quieren llevarse para
ellos toda la provincia y están matando a cuantos liberales encuentran…
La muchacha es parlanchina; alegre como unas pascuas floridas y se da
ínfulas de saberlo todo.
-Habla, mujer, habla, quiero oír de tus labios cuales son las tragedias que
suceden a diario en esta tierra tan bella, franca y enamorada.
-Nua léido, pus, los pedrióricos de la capital? Tudo lo que ha sucedido está
escribido en esos papeles…
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-Cierto, cierto, pero cree que son mentiras; los conservadores informan a su
antojo y no puede dárseles crédito…
-Luego usté es liberal?
-Sí, mujer, soy liberal.
-Si así es, ni sueñe en pasarse por Miranda; ahí si que está la godarria
corrompida…ayer mataron a un viejo que fue a vender unas papas. El cura
ordenó que le dieran una paliza, pero esa gente es feroz y resolvió cortarle la
cabeza, después de hacerle unas cosas tan feas que da pena contarlas…

-No hables mal de los curas, mujer, así estarás siempre en pecado mortal.
-Ja, ja, ja, no hablaré de los curas, pero puede que se me salga algo de la
sobrina del padre Emilio Serrano Blanco… Ja, ja, ja.
-Calla, lengua viperina, los sacerdotes de Dios no dan esa clase de
escándalos.
-Usté es más godo que la misma godarria; viene a defender a esa gente y sepa
que la niña del cura Gómez Serrano era una bogotana que llaman Cecilia
Vargas… Ve forasterito como la defensa le sale mal?
-Ya te he dicho que soy liberal…
-Si no lo es, váyase de mi casa, replicó la muchacha llena de ira.

Dejé la fonda gratamente impresionado. El liberalismo es un excitante para los


nervios y la IDEA se aferra a nuestra psiquis como las parásitas a los grandes
árboles de la montaña. Siempre deseamos oír hablar de nuestro partido, y los
detalles más triviales no pueden pasar inadvertidos: “Si no es liberal, váyase de
mi casa”. Si estudiamos la respuesta de la muchacha, veremos que la pasión
política se acentúa aquí más que en parte alguna de Colombia y es por la
razón muy clara de que aún palpita la sangre de los “colorados” en los liberales
honrados de García Rovira.

Llegué a Cerrito y volví los ojos hacia el “Almorzadero” para recordar el paso
por esa pampa agreste y los ojos incendiarios de la muchacha liberal.

A medida que avanzo por tierras de Rovira se complican más las cosas:
combates, asesinatos, temores al asalto nocturno, la hacienda “Tapia”
convertida en cuartel general de los conservadores; se han distribuido diez y
seis mil cartuchos entre los campesinos de San Andrés, Macaravita y
Molagavita. Los “PONGOTES” afilan sus puñales en la casa del cura y reciben
la orden de asesinar a mansalva. Por las brechas de los caminos van los
salteadores llevando por estandarte una sobrepelliz del párroco, y muchas
veces a este mismo señor, disfrazado, jadeante, empuñando en el silencio de
la noche el puñal innoble del asesino…Este cuadro se presenta a mis ojos de
una manera siniestra: Pienso cómo el salvajismo unido a la especulación
política de las sotanas, se arrastra entre las malezas de García Rovira para
asesinar a un grupo de liberales indefensos: aquí cae uno herido en el pecho;
allá otro con la cabeza desprendida; aquél se refugia entre las breñas y
veremos cómo se le ultima a culatazos…Luego, para colmo de infamias, los
diarios bogotanos comentan el asunto diciendo que el liberalismo es el
responsable de la masacre.
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A mis ojos de viajero se han presentado espectáculos horripilantes, siempre


perpetrados por la mano de un conservador ignaro, a quien azuza un fraile.

Tres kilómetros antes de llegar a Enciso, encuentro a un señor alto, musculazo


y alegre que se dirige a Capitanejo a arreglar sus negocios. Charlamos, y al fin
recae nuestra conversación en el tema obligado: política.
-Qué tal de cosas, en estos mundos?
-Ya los sabrá allá, señor. Todos los días hay más bajas en las filas liberales. La
hacienda “Tapia” no es un cuartel de los conservadores; tenga usted la
seguridad de que en ella se albergan malhechores de la pero especie; hombres
que han cometido delitos como la muerte de Carlos Ordóñez Suárez. Todo en
esta tierra queda envuelto en la penumbra de una vergonzosa impunidad.
Tenemos guardias conservadores, ejército también conservador y,
malhechores de todo género. Los investigadores pertenecen a las huestes
azules y ellos, nada más que ellos, son los causantes de la impunidad dolorosa
en que se encuentran los casos más graves y que merecen una sanción y
castigo inmediatos. Tendrá lugar de observar cómo y de que manera persiguen
al liberalismo de García Rovira. De día y de noche, en los caminos y en las
mismas casas se perpetran asesinatos que quedan siempre sumidos en la
sombra. Nos parece vivir en una tierra habitada por fantasmas; el peligro está
en todas partes; si el hombre es de filiación liberal, estará en la lista del cura de
Soatá o de San Andrés y, esas listas son sentencias de muerte que se cumplen
con puntualidad.
Nadie grita piedad, la hombría de bien permanece callada y esperando siempre
la mano que venga a victimar. Nuestro gobierno dando crédito a los
correvediles de antesala que contratan los conservadores en sus círculos, hace
que pasemos por asesinos los mismos hombres del liberalismo que aún
gozamos de la primicia de la vida en esta tierra ensangrentada. Crea, señor,
que en mis palabras no hay mentira; los convencionalismos que hoy imperan, y
ese grupo de liberales de semana santa y primera comunión, son los
responsables de la dolorosa y atrevida persecución a que estamos expuestos.
El gobierno ignora hasta qué punto pueden llegar las cosas si la impunidad
continúa de manifiesto y yo le garantizo que una hecatombe de sangre se
aproxima. Estamos ya hartos: se conspira a cada paso contra nosotros, nos
siguen por la espalda, acuchillan a los campesinos liberales, asaltan los
hogares y crea que hay casas en Capitanejo, en las cuales se vela a todas
horas, esperando que lleguen los conservadores a cumplir la orden fatal de
presentar ante sus jefes la cabeza de algún liberal de peso e influencias. Esta
es una situación anómala originada por la falta de una organización liberal que
pueda contener tantos atropellos. ¿Pero qué sucede? En nuestras propias filas
hay los predicadores que anestesian a las masas; falta doctrina a muchos que
tienen talento especulativo pero que les negó naturaleza el alma de los
apóstoles. Yo creo y afirmo que matar la energía del pueblo liberal, oponerse a
su organización definitiva y ser un escollo para el desenvolvimiento de la
evolución que se avecina, es convertirse en un traidor del credo que encarna la
reivindicación espiritual del país. No podemos convenir con los hombres que
cambian la idea pura por la pitanza, ni debemos querer en nuestras filas a
elementos indisciplinados que traten de congestionar al pueblo liberal, para
entregarlo a sus verdugos”.
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Hablaba mi amigo con un aire de ira que me iba dando susto; nada sé de
guerras ni de organizaciones en un país en el cual nada ha sabido organizarse
y menos el partido liberal, siempre dispuesto, por mandato de muchos jefes a
seguir la corriente de atracción con los enemigos que continúan creyendo en
que todo le pertenece al conservatismo y, para el pueblo, no ha de haber más
que la servil dictadura de los caciques de provincia.

En García Rovira, desde ayer, estoy aprendiendo a mirar sin inmutarme tajos
profundos en las carnes de liberales acuchillados y desconozco la crueldad de
estos crímenes. Quiero contemplar de cerca, muy de cerca, la tragedia que
enluta todos los días hogares campesinos y cuya ola se va extendiendo de
norte a sur de esta provincia.

- II -

CAPITANEJO

La población no es tan grande que pueda llevar el calificativo de ciudad.


Veamos como viven las gentes del lugar y tratemos de mostrar las costumbres
de este pueblo, al cual dan el calificativo de “salvaje” desde los púlpitos de
muchas iglesias parroquiales:

Vida tranquila y laboriosa; las mujeres consagradas a sus hogares y los


hombres a la vida del campo. En la semana nadie transita por las calles y
veremos siempre abiertas la alcaldía y la botica. Los tenderos se desperezan
detrás de los mostradores y todo respira un ambiente de tranquilidad absoluta.
No hay con quien conversar, la población vive sumida en el silencio, y sin
embargo los diarios capitalinos hablan de corrillos, de promontorios de
machetes dispuestos a la matanza, de pedreras y conspiraciones…

Salgo a bañarme al río sin peligro de que acechen ojos indiscretos, porque el
calor de la siesta es bochornoso y el dentista no irá hoy a sumergir su apolínea
silueta en las aguas del “Chicamocha”. El amor se ha alejado de Capitanejo,
las mujeres no salen de sus casas y la tranquila quietud aldeana impera bajo
un cielo claro que se vacía como una concha sobre las colinas escarpadas:
cincho de casiterita que aprieta este pueblo bizarro. Hay que acostarse
temprano y levantarse muy tarde (salvo que el cura de Miranda u otro vecino
trame un ataque nocturno y se conozcan sus planes).

Don Alejandrino es el único cacique capaz de cambiar la faz sobria de


Capitanejo; su rechoncha figura soporta apaciblemente el bayetón y el palo.
Usa lentes y es de verle correr, dar voces, ofrecer bala, inflarse los carrillos de
dicterios, insultar a los liberales, tramar planes para que el fraude sea siempre
razonable; ofrecer empleos, sacar políticos de la nada, y llevar al senado o a la
cámara a muchos imbéciles que le adulan y creen en su valor como señor de
horca y cuchillo…Colombia con sus caciques, los mulatos del Magdalena, la
rabulería reinante, la desorganización sistemática, no podrá hacer otra cosa
que presenciar siempre espectáculos como los que se ofrecen en García
Rovira. Don Alejandrino es gordo, tiene la calva pronunciada y se ha calado
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unos anteojos para parecerse a los doctores de la capital. No ha creído ser


bruto en exceso, y lanza manifiestos, perora en público y Carlos Manuel S. y
Constantino, intelectuales asalariados por el buen soldado como suelen
llamarlo, lo adulan hasta que las mejillas se le tornan rojas como amapolas y
empuñando el revolver se echa a correr en busca de los liberales de Cachipay.
Este señor es un espécimen racial; no quiero decir que exista un solo ejemplar
en el país; yo he conocido a muchos parecidos y los hay también que se dicen
liberales y nada conocen de política. Un cacique conservador y un cacique
liberal, son simplemente dos amos arbitrarios e insoportables. Recuerdo haber
adulado a Don Alejandrino y se puso a llorar de contento. A él ningún
intelectual de verdad le había dicho cosas tan bonitas…Para bajar el alma de
esos hombres robustos, se precisa diplomacia. Hay dos almas complicadas,
difíciles de escudriñar, el alma de un usurero y ese reducto que dicen ser
morada del espíritu de los caciques colombianos. La de Don Alejandrino no es
propiamente un alma, ni un espíritu; allí está radicado un retazo confuso de
animalidad vibradora a fuerza de transformaciones radicales. No busquéis la
gloria de este viejo, sino en la vaina de su machete que peleó en Palonegro y lo
afiló Julio Arboleda.

El hombre de Capitanejo es conductor de multitudes y obra siempre de acuerdo


con el padre Gómez Serrano y con su sobrina, muchacha bonita, un poco
gastada y que se murmura, que no es tan sobrina como dice el reverendo, sino
una simple muchacha a quien encontró una tarde en Bogotá. A nadie han de
importarle los idilios frailunos; los sacerdotes tienen todo el derecho de la
hombría, y por eso nada tiene de particular que vivan con sus sobrinas…

Desde el 28 de diciembre venía cundiendo cierta agitación en los habitantes de


Capitanejo. El cura Gómez Serrano hacía política e incitaba a los
conservadores a la lucha sangrienta; quería destruir a cuantos liberales
poblábamos a García Rovira, para fundar una congregación con las
compañeras de Cecilia Vargas. La dignidad de las familias liberales ultrajadas
desde el púlpito clamaba justicia, pero los liberales, esas fieras “salvajes” de
que tanto habla la prensa clerical, seguíamos humildosos dando la limosna y
pagando los diezmos y primicias a cambio de dicterios propinados por el santo
levita. Los conservadores preparaban un plan siniestro y sus conciencias
dirigidas desde el confesionario, estaban ya dispuestas al delito, porque Dios
perdona a los hombres que llevan una cinta azul en el ojal… ¿No vemos a
tantos majaderos cargando las andas de la semana santa y dándose golpes de
pecho en mitad de la iglesia? ¡Vergüenza! Así se representa la dignidad de
muchos liberales, a quienes el clero ha medido con azotes los costillares y
vuelven a él, suplicantes, buscando la pitanza ministerial…? Qué tendrá de
particular que muchos hombres que se dicen liberales, secunden al cura
Gómez Serrano?

Más tarde, decía “Vanguardia Liberal” en su número 3626:


“No hace mucho, el doctor Roberto Motta, recientemente nombrado para
alcalde de San Andrés, ponía en descubierto, durante los exámenes en una
escuela rovirense, la enorme tragedia de la niñez aleccionada para el crimen
por un mal sacerdote. Fue aquel escándalo de los “puñales benditos” que tuvo
repercusión en la prensa diaria, pero que no llegó a conmover a las dignidades
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eclesiásticas. Y el puñal bendito, es el que hace su agosto en las campiñas


rovirenses. A fuer de aliado impune de la criminalidad, y lo que constituye la
más inaudita blasfemia, también como enviado del cielo para limpiar la cizaña
liberal del buen trigo conservador. Porque esa es otra gran tragedia de la
iglesia de Colombia. No es, en efecto, la iglesia católica, esto es, universal para
todos, que se soñara Cristo; es la iglesia conservadora instituida pos Dios para
asegurar el predominio de una hegemonía ominosa, a costa de la sangre liberal
y del derecho liberal. Y el puñal bendito, es el instrumento propio para asegurar
esa hegemonía y para hacer sobre los liberales una venganza que se ha creído
divina”.

Esto dice un periódico liberal que se conserva digno, en medio del


horizontalismo que caracteriza a otros colegas suyo como “La Prensa” de
Barranquilla. El cura Gómez Serrano tiene a sus aliados en la “Defensa” y en
“La Familia Cristiana” y esos intonsos defienden al cura, al instigador y a
Cecilia Vargas.

La lucha eleccionaria se aproxima y los caciques peroran ante las hordas, esas
“hordas bárbaras” de que tanto habla un periódico liberal bogotano en su
número 7360 en el artículo intitulado: “El desprecio de la vida humana”.
Después de la tragedia que dio al país un ejemplo de valor, viene el periódico
nutrido con los dineros del liberalismo a tratar de hordas salvajes a toda una
colectividad que no tiene culpa de ser ignorante y de obedecer ciegamente a
los caciques que sean o no tonsurados, la conducen por caminos criminosos…”
Lo que falta es cinematógrafo, corridas de toros, bataclanes, deportes y cuanto
ofrece la vida moderna para civilizar a García Rovira”.

Quieren que Luis S. Pinto se convierta en entrenador de multitudes para exhibir


mañana en el “ring” los puños férreos de los conservadores que han cambiado,
por orden de su jefe, el puñal, la escopeta y el revólver, por los guantes de
boxeo y por la raqueta de “tenis”. La señora del líder conservador se vería
privada de catequizarlos y de llevar ese humilde rebaño a la misa de
Covarachía, en donde los entrena un levita con palabra segura y garantiza año
tras año la curul al señor Pinto.

“Las razones profundas de esta situación residen en el atraso de la región


azotada por esta epidemia de crímenes”…Vayan unas razones. Tiene el diario
capitalino toda la autoridad y toda la “Opinión” para hablar de esta manera y no
ha meditado que está diciéndole analfabeta a un Representante del país y
salvajes a un grupo de sacerdotes ilustres que conocen a Roma, saben
derecho canónigo, matemáticas y ciencias ocultas… El pobre pueblo, ese
pueblo infeliz que apenas alcanza a llevar un pedazo de pan a sus hogares,
tiene que sufrir la diatriba y nada dice de esos dirigentes que lo conducen a una
lucha sangrienta de partidos, en donde priman y han primado siempre los
puñales clericales. El 29 de diciembre se bañó de sangre una vez más la tierra
rovirense. Oigamos el relato de un hombre imparcial:

-Los jefes de las veredas denominadas “Juntas”, “Corguta”, “Molinos”, “Ovejas”


y “Aguachica” se iban acercando a Capitanejo, seguidos de esas multitudes
disciplinadas y que traían la consigna de tomarse la plaza en nombre del
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conservatismo. Alejandrino Herrera y Víctor Orduz esperaban en Capitanejo a


“las mansas ovejas de nuestro señor” y el aguardiente, para lo que ellos
llamaran una “festividad”, estaba arrinconado en los ventorros y fue pagado por
el señor cura, quien en un arranque de altruismo, quiso darle esplendor a la
“festividad”. A las doce del día hormigueaba la plaza; los campesinos luciendo
pañuelos azules atados al cuello y enormes machetes, llegaban hasta las urnas
para depositar el voto, símbolo de la democracia colombiana. Alejandrino
Herrera había pretendido inscribir a más de doscientos menores de doce a
diecisiete años en las listas electorales a lo cual se opusieron varios caballeros
conservadores que alejados de la “rosca”, protestaban de semejante atropello a
la pureza del sufragio.

-Son mayores de edad, pero se quedaron chiquitos, gritaba Alejandrino ebrio


de cólera.

Vino el zafarrancho inevitable y varios conservadores fueron conducidos a la


cárcel por creérseles responsables del desorden. La inquietud era manifiesta,
había un aire desafiador en todas las miradas; liberales y conservadores se
miraban con desconfianza y las puñaletas benditas asomaban por debajo de
las ruanas azules.

Víctor, cacique enriquecido por la usura, agitaba a las multitudes


conservadoras. Todo se iba urdiendo de una manera criminosa y aleve; desde
la sacristía salía el tufo avinado del padre Gómez Serrano, quien invitaba a
matar hasta el último liberal que no abdicara de sus ideas y votara por el
conservatismo.

Así comenta el corresponsal de “Mundo al Día” la conducta de Víctor Orduz:

“Desde los primeros días que inició sus labores el Jurado Electoral, el señor
Víctor Orduz, presidente de la corporación, principió a poner travas para
conculcar los derechos de los liberales, dando lugar a continuas quejas ante el
Ministerio de Gobierno. Con cualquier pretexto se ausentaba para no permitir el
funcionamiento normal del jurado; se llevaba a su casa el cuaderno de actas y
lo engalanaba con notas mordaces y agresivas contra los liberales. No permitía
la inscripción y este estado de cosas venía preparando el choque inevitable. En
el Ministerio de Gobierno existe una infinidad de telegramas que guardan la
historia de los hechos anotados”.

No fue el liberalismo quien suscitó la tragedia de Capitanejo, sino dos caciques


conservadores enervados por el ambiente criminoso que guardan en sus
conciencias. Hombres incultos, dirigentes torpes, políticos amparados por el
clero, son los causantes de que Colombia presencie espectáculos sombríos
que la avergüenzan ante la faz del continente.

Hemos anotado el hecho de que Víctor Orduz, el cura párroco y un seminarista,


hijo de Alejandrino Herrera, azuzaban a las masas contra los liberales, quienes
trataban de conducir a la cárcel a varios revoltosos. Un “miente” proferido por
Luis Beltrán contra Indalecio Hernández dio margen a los acontecimientos que
al parecer no tienen importancia, pero que influyeron lo bastante para
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exasperar los ánimos. Víctor Orduz cuchicheaba con su hermano Luis Enrique
y parece que le ordenó traer el revólver que había dejado en su casa. A poco
momento, lucia el cacique su cinturón tachonado de cápsulas y el arma nueva
y brillante, con la cual debía hacer respetar sus órdenes dictatoriales.
-Soy inmune, nadie me alcanza, gritaba en medio de las sonrisas del párroco y
de los aplausos de sus secuaces. Gritos, bulla, algunos disparos y por fin, unos
cuantos hombres mirando el triunfo del partido detrás de las rejas de la cárcel.

El reverendo padre, en medio del pelotón, presentaba su figura siniestra;


amenazante, con los puños crispados y la palabra entrecortada, infundía ánimo
a esa turba sumisa y reverente. Vanas eran las súplicas para que el prelado se
retirara a su casa. Ahí no estaba el pastor de Cristo, sino una fiera humana y
despiadada que secundaba la masacre exterminadora.

-Señor alcalde, decía Alejandrino Herrera, si usted no suelta a mis muchachos,


no respondo de lo que suceda esta noche en Capitanejo…
-Tengo que cumplir con mis deberes, usted verá que hace con el pueblo, fue la
respuesta que obtuvo.

En los solares de los León se reunían los hombres de Don Alejandrino: Tipos
toscos, mozalbetes, groseros, viejos perseguidores de la idea liberal, criminales
fugados de las cárceles y, en una palabra, gente aleccionada por el delito. (El
solar de los León queda sobre la carretera central, al Sur, y allí se congregaban
las huestes del cacique).

A las diez de la noche cayeron las primeras víctimas inmoladas por los
asesinos que disparaban por encima de las tapias del solar de los León.
Cayeron muchos heridos y al divisar Juan Wilches a un sujeto de nombre
Clemente Roncancio que aún quedaba en pie apuntó con su arma y la bala
pasó de lado a lado la cabeza del infeliz. Se oyeron las carcajadas de los
victoriosos: don Alejandrino mandaba promesas a los santos y el cura párroco,
revólver en mano, se disponía a salir de su casa para tomar parte en el
exterminio de los liberales de Capitanejo. “Lo pueden tocar, mi padre, le decía
un muchacho”, ahora viene lo bueno, los liberales están buscando la manera
de defenderse y como tienen pocas armas, parece que esperan recursos de
Málaga…” Varios muchachos liberales en vista de que estaban condenados a
morir, resolvieron salir a la plaza y defenderse peleando.

Duró poco la refriega, los jóvenes triunfaron y huyeron los conservadores


dejando un reguero de muertos a su paso. Alejandrino Herrera fue conducido a
prisión y pedía permiso para salir a misa a rezar por los hombres que había
asesinado y decía: “Como se han acumulado tantas ánimas, hay que rezar por
su eterno descanso.” Alejandrino niega ser instigador y autor intelectual de las
masacres de Capitanejo y otras que permanecen ignoradas; la historia hará
luz.

Rindieron la vida en la noche del 29 de diciembre en Capitanejo:


Carlos Velasco, Juan Landinez, Clemente Roncancio, Inocencio León, Marcos
Puentes, Panuzanis Fonseca, Benedicto Suárez, Ángel M. Cárdenas, Juan
Sepúlveda. Quedaron gravemente heridos: Pedro Quiroz, Pedro Rincón,
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Aurelio García, Pablo Chaparro, Florentino Chaparro, Rafael Vásquez, Alcides


Martínez, Juan Barajas, Benicio Rodríguez, Reyes Sandoval, Policarpo Torres
y Martín Palencia.

(El sumario correspondiente fue robado de la oficina y la pérdida de ese


expediente resguarda a los malhechores de que el rigor de la ley pese sobre
ellos).

Al día siguiente de la tragedia, aparecía en “El Tiempo” este telegrama:


“Ministro Gobierno. -Bogotá- Trece muertos, diez heridos. –Todo en calma. –
Corresponsal”.

Dicen que fue el cura Gómez Serrano el autor de tal mensaje; ¿no se
restablecería poco a poco la calma matando liberales? Claro está que para los
autores intelectuales de esta masacre nada había sucedido, ya que victimar
“rojos” es una obligación impuesta por Dios…El muy reverendo padre miraba al
día siguiente los cadáveres tendidos sobre la arena y para ellos no había
oraciones, ¿acaso los liberales tienen alma? Esta fue la verdad de los sucesos
del 29 de diciembre.

- III -

El respeto al párroco no ha mermado en el alma de las ingenuas gente de


provincia; un anonimato glorioso y deliciosamente encantador, hace que esos
espíritus campechanos (no salvajes) vivan distraídos de todo soplo que
vivifique y que conforte; no es que busquen el placer de matar, no; es que para
ellos, la voz de sus jefes que conocen a Olaya Herrera personalmente, que han
visto el Capitolio Nacional y cuentan cosas fantásticas de tierras de leyenda, es
una voz que impera, domina y se hace vibradora en esas conciencias opacas
que jamás verán claro, ya que la conciencia del campesino mundial, es
estrecha, egoísta y supersticiosa. Esos elementos estarán eternamente
dispuestos a seguir al cacique, y ese cacique es aquél que se presente con
visos de augurio feliz y ofrezca el cielo y un carro de fuego tirado por caballos
de bronce, para conducir ante Dios a las ovejas conservadoras…No vayamos a
creer que en García Rovira el hombre tiene un primitivismo absoluto: casi todos
son amables, hospitalarios, resignados y hasta humildes. En las chozas hay
pan que se brinda con gusto al peregrino y muchas manos se tienden
generosas para levantar al caído. ¿Qué ha sucedido con esta raza fuerte? El
clero de García Rovira es muy distinto al de otras regiones del país y ha hecho
del pueblo a un sectario hórrido en beneficio de sus especulaciones
vergonzosas. Son curas lujuriosos y que desean oro y más oro, aunque venga
manchado con sangre hermana…Quitadle al pueblo la idea de sostener un
culto y de apoyar a un fraile; limpiad esas conciencias, despejad las telarañas
de sacristía que ha tejido la araña negra del fanatismo, mostrad al hombre de
García Rovira que el cerebro es libre y que es farsa ridícula seguir a esos
charlatanes de sotana, y veréis, sorprendidos, como llega la evolución lógica,
contundente.
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Creo que es justo que depongamos a los caciques de bayetón y palo y que
entre la doctrina liberal en una etapa de regeneración absoluta, logrando
purificar a sus mismos enemigos que sufren las consecuencias lógicas de sus
torpezas y de sus fanatismos. El conservatismo ha muerto ideológicamente y
quiere levantarse por la fuerza; es incapaz de esta hazaña. Porque el clero, los
caciques y las beatas, siguen obstruyendo la conciencia de la juventud
colombiana y nada puede ofrecer al pueblo. El conservatismo actual es un
partido que, para socorrer a los necesitados que sucumben de miseria en sus
hogares, sólo cuenta con la misericordia de Dios…

- IV-

“El Diario Nacional”, único vocero del liberalismo en las horas de angustia, dio a
la publicidad varias cartas relacionadas con los sucesos de Capitanejo.
Veamos una firmada por el Presidente del Comité, Sr. Torres G.

Señor Presbítero Emilio Gómez Serrano. –E.S.C.

“Adarga al brazo y calada la visera se viene usted contra el liberalismo,


repartiendo tajos y mandobles en la célebre filípica con que contesta nuestra
atenta carta de censura mesurada, por su actuación política de manifiesto y
público soborno a los campesinos liberales.

Cuéntase, señor, que un virtuoso sacerdote de elevado penacho espiritual, se


preparaba siempre en sus sermones al pie de un Crucifijo. Bendito sea este
santo levita a quien usted, estamos seguros, no sabría imitar; usted que todo lo
escribe bajo la égida de Némesis; usted, que intoxicado de ira ante el reclamo
justísimo y correcto que hiciera el Comité Liberal del municipio, empuña su
pluma vindicadora de político rural y hace parrafadas de historia política a su
antojo y ayunas absolutamente, por lo mismo, de verdad.

“Aunque no es nuevo en Colombia –dice usted_ que el liberalismo eleve sus


airadas protestas contra los sacerdotes y aunque no veo otro motivo para su
nota que el de no ser yo LIBERAL, me permito contestarle para hacerle ver
algunas razones”. –A este párrafo con que principia usted su carta,
respondemos así:

Más de una pluma, evidentemente, ha quebrado el liberalismo, censurando


enérgicamente la intromisión arbitraria de los sacerdotes en las luchas
partidistas, y mientras el puñal asesino de las hordas fanatizadas deje con vida
siquiera a uno de sus dirigentes, se seguirá, en el mundo entero, escuchando
las mismas protestas; en este caso, no olvide usted que ese grito sale del
pecho de las tres cuartas partes del pueblo colombiano y que a esas tres
cuartas partes han pertenecido y pertenecen los hombres más conspicuos e
ilustres del país; ni olvide tampoco, señor presbítero, que en los países
verdaderamente civilizados, rige invariablemente la separación absoluta de la
iglesia y el estado y que es el EXILIO la pena más leve impuesta a los
eclesiásticos que en una u otra forma, violan las leyes de la neutralidad política.
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-No veo otro motivo, para su nota, nos dice, que no ser yo liberal”…

Gracias fervientes, señor párroco, damos al cielo por haber así enervado su
inteligencia; pues el liberalismo aprendió, en la jesuística España a dudar, a
desconfiar con ojos muy abiertos de los bonetes y de las sotanas, porque
detesta por perjudicial el arma ofensiva y la divisa política en los sacerdotes.
Sólo desea ver en todos los campos y, sobre todo en los púlpitos, a verdaderos
representantes de la iglesia y oír de estos, la palabra santa de reconciliación, la
palabra evangélica de fraternidad y de perdón. Ya ve, señor cura, qué poco
pide al clero el liberalismo y qué fácil sería complacerlo, pues ningún trabajo
superior a sus fuerzas, costaría a usted prepararse en sus sermones al pie del
Crucifijo, al igual del santo levita de que enantes le habláramos. En cambio, se
nota el grande esfuerzo mental y el vano gesto que hace para herir y desfigurar
la historia del liberalismo, los párrocos que, como usted, enhiestan borlita azul
en el bonete. Ante todo nos viene diciendo en su filípica: “Tengan ustedes en
cuenta que yo vine a la parroquia nombrado por el ilustrísimo señor Obispo y
que siendo él el único superior, sólo a él daré cuenta de mis actos. A ustedes
no les reconozco ningún derecho para meterse a consejeros de quien por una
larga preparación para su ministerio, conoce muy bien sus obligaciones y
derechos; esta intromisión los coloca a ustedes en un plano de ridiculez ante
las personas sensatas”.

Indudablemente, señor cura, usted vino a esta parroquia nombrado por el


Obispo respectivo, porque tal nombramiento sabemos sólo a él corresponde:
Nadie aquí ha supuesto siquiera que viniera usted de orden del socialista
Mahecha, ni por imposición de María Cano. En cuanto a que conoce Ud. Muy
bien sus obligaciones y derechos es cosa que no le discutimos; lo que sí
sostenemos, es que nos pone en práctica sus conocimientos; prueba de ello, el
feísimo pecado en que usted ha incurrido al sobornar a Martín Picón y, que de
paso hizo mención en su nota el Comité, luego su conducta es en todo punto
de vista censurable, cosa que sabe usted mejor que nosotros, pues la iglesia
condena en todos los tonos, con penas severísimas. El cohecho y el soborno;
sí señor, ese modo vituperable de torcer las conciencias, es en derecho
canónigo grave delito, demasiado grave.

En segundo lugar añade usted –“han de reconocer ustedes que desde que
llegué a esta parroquia, he vivido tan sólo preocupado por el bien espiritual y
material de la feligresía, procurando mejorarles la iglesia parroquial que dista
mucho de ser hoy la que recibí de mi antecesor, y por hacerles una casa cural
que no sea una vergüenza para el vecindario”.

No creemos que quien aprovecha la ignorancia de los campesinos para torcer


sus opiniones políticas, ni quien soborna y apremia para conseguir la
abstención en el Debate Electoral de los labriegos, pueda con derecho
confirmar que ha vivido preocupado por el bien espiritual de la feligresía.
Inclinar, torcer o dañar la conciencia, sobre todo de gentes sencillas, en
beneficio de una colectividad política, es acaso lo que llama usted preocuparse
por el bien espiritual de la feligresía?
13

En cuanto a que la iglesia dista mucho de ser hoy la que recibió, es cosa que
no negamos, pero el cargo va contra sus antecesores. Nada de particular tiene
que merezcan el cargo de holgazanes y perezosos. Pero cabe aquí la
constancia de que las pocas mejoras hechas a la casa cural, se debe a los
cuatro mil pesos aproximadamente, valor de la venta de varios lotes de la
iglesia y algunas donaciones. A estas cosas agrega usted –en las que invertí
con gusto las economías que poseía al llegar, -han correspondido los liberales
con su conocida indiferencia para las cosas religiosas.

No nos consta, señor párroco, ese desprendimiento suyo, ni necesitamos


averiguarlo. En caso afirmativo, que Dios, por esa sola acción, lo corone de
gloria. Mas sepa que las casas de habitación de los curas, no han estado ni
están catalogadas en las COSAS religiosas, precisamente, porque, con
rarísimas excepciones, los párrocos, a las poblaciones llevan consigo a la casa
cural, una o dos sobrinas de filiación civil más aparente que real.

Los sacerdotes, prosigue usted, que vienen por voluntad del prelado a dirigir la
parroquia, no hacen ningún negocio, como ustedes lo saben. Esto lo digo para
quienes sin prestar jamás un servicio a la iglesia, sin pagar siquiera el diezmo y
la primicia, creen por el sólo hecho de poseer un potrero, un cañal o un
botiquín, que se pueden convertir en tutores de los párrocos”.

Según este párrafo suyo, hay sacerdotes que vienen sin voluntad del prelado y
son ellos los que hacen negocio. Aceptamos transitoriamente la especie. Pero
díganos una cosa: cobra usted algo por bautizos, matrimonios, entierros,
misas, etc.? Porque según el diccionario, NEGOCIO equivale a tráfico,
comercio, ocupación, empleo, trabajo. De manera que si usted cobra por
enterrar a los muertos, hace negocio y por lo tanto medra, a costa de una de
las obras de misericordia. Y, sepa señor, que el mejor negocio que hay sobre la
tierra, es, precisamente, ser cura en Colombia. Todo ser que llega a este “valle
de lágrimas”, paga tributo al respectivo párroco; el bautismo cuesta dinero
sonante o la criatura crece fuera de la iglesia romana. El matrimonio es otra de
las diez mil gangas eclesiásticas y se fulmina excomunión contra quienes
dejando aparte el asunto religioso, opten por el contrato civil. –En cuanto a la
especie de nosotros, por el sólo hecho de tener un potrero, un cañal o un
botiquín, pretendamos constituirnos tutores suyos, es simpleza de porte
escolar. Es usted señor cura, quien acaricia la esperanza de obtener la tutela
nuestra como tiene la de muchos campesinos, porque los potreros, cañales y
botiquín, son algo apetitoso, sobre todo en estos tiempos de pavorosa crisis.

“no se les haga extraño, señores del Comité Liberal, que ni yo, ni ninguno de
los sacerdotes de la diócesis defendamos al liberalismo. Conocemos muy a
fondo los principios liberales y sabemos que no son los católicos, porque
justamente han sido condenados por el SYLLABUS y reprobados por los
ilustrísimos obispos. Lean sinó, los escritos de Monseñor Moreno, el santo
obispo de Pasto, entre otros. Ustedes creen que pueden ser católicos,
separados del cuerpo docente de la iglesia, formados por los obispos y sus
representantes en las parroquias, los párrocos. Si así lo creen desengáñense y
recuerden lo que dice el catecismo: Que, fuera de la iglesia, no hay salvación.
También conocemos, tristemente, la vida del liberalismo en nuestra patria; y
14

como por los frutos se conoce a los árboles, por los frutos conocemos las ideas
liberales”.

El LIBERALISMO, señor cura, no espera, no busca ni necesita la defensa de


usted ni la de los demás sacerdotes de la diócesis. Papel bastante ridículo
haría, golpeando de puerta en puerta, buscando amparo en las casas curales,
sabiendo que la mayor parte de los PUÑALES que han hundido los cafres de la
hegemonía en nuestros mejores hombres, han salido de entre los pliegues de
las SOTANAS de los PÁRROCOS retrógrados.

Ahora bien: Si por el sólo hecho de ostentar con franqueza la divisa liberal,
estamos separados de la iglesia, lo que no es cierto, como luego se lo de
mostraremos, a qué, pues, señor cura, dolerse tanto de la poca generosidad
del liberalismo en las limosnas para la casa cural? Indudablemente, lo que
sucede, es que para el hecho de consignar la limosna, el diezmo y la primicia,
no se nos ha dado la baja de la lista de sus feligreses.

León XIII, pontífice el más ilustrado y de más talento que haya tenido la iglesia
católica, dijo en su encíclica INMORTALE DEI: “Arrastrar a la iglesia a un
partido o querer tenerla como auxiliar para vencer a los adversarios, es propio
de hombres que abusan inmisericordemente de la religión”.

-Tan hermosas palabras, las conocía usted, señor cura? –Seguramente no,
porque entendemos que usted dedica sus largas horas de exotérica expansión,
a los escritos rurales del obispo de Pasto, prelado este, el más TARDO e
IGNORANTE entre esa serie de prófugos y de mulatos, que exhibe nuestra
desventurada iglesia.

El problema religioso, no existe en Colombia, ha dicho el doctor Rafael


Escallón, ilustre líder del partido conservador. Y ahora, en el diario de Medellín
más autorizado de la prensa conservadora, intitulado “Colombia”, el doctor
José María Bravo Márquez, exdirector del periódico clerical “La Defensa” y
actual profesor de Apologética en la Universidad de Antioquia, en un sesudo
artículo, se expresa así en algunos de sus párrafos:

“A qué seguir señalando como partido enemigo de la iglesia al actual


liberalismo de Colombia, si ello es injusto y anticristiano? –Fuera de que cierto
conservatismo no ha sido precisamente un modelo de respeto al clero y a las
creencias del país en los último días. Con la mayor tranquilidad colmó de
improperios y amenazó con persecuciones a los prelados –muy especialmente
al primado –una parte considerable de la prensa conservadora del país, prensa
que pretende aún llamarse católica.

Y cuando la conferencia episcopal escribió un documento memorable en que


se hacía ver a los fieles que el episcopado colombiano rehacía la unión
eclesiástica, esa misma prensa se abstuvo de publicar tal documento, es decir,
virtualmente manifestó su voluntad de que el pueblo católico –que lo es el
colombiano- ignorara el fausto acontecimiento.
15

Señores conservadores de Colombia: Es que para salvar la hegemonía


conservadora hay necesidad de afirmar sin razón y contra los hechos y los
documentos, que el liberalismo pretende hoy atacar a la religión?

Estas transcripciones hacen trizas el cargo infame y mentiroso que usted


formula contra la colectividad a que pertenecemos. Por otra parte, el espantajo
de que los liberales “merendamos frailes y monjas”, es bellaquería que nadie
cree. Sólo la conciencia de que usted da pruebas en su famosa carta, es
motivo de semejante simpleza, pues hasta el mismo clero, pero el clero
ilustrado, desmiente con la pluma en la mano esa ridícula baladronada y
también con hechos, fáciles de constatar. Recuerde, sobre todo, que en las
elecciones pasadas sufragaron por candidatos liberales, más de doscientos
sacerdotes. Es que esos religiosos saben de sobra que al predominio de la
idea liberal se han debido en el país todas las grandes medidas de adelanto
intelectual y material, como la abolición del cadalso por delitos políticos,
establecimientos del libre sufragio, libertad de prensa, de estudios, de
pensamiento, instrucción laica gratuita, creación de la Universidad Nacional, de
escuelas normales, la desamortización, vías férreas y finalmente, todos los
adelantos de libertad y de progreso. Y saben también, sin visos de duda que el
partido ha querido siempre el “centralismo”, la censura, el cadalso, la religión
oficial, el atraso en todas sus manifestaciones, marcando su huella en el poder,
por una mancha de sombras. El partido liberal no es anti-religioso, no está,
como usted afirma, fuera de la iglesia católica, ni peca quien profesa sus
doctrinas. Prueba evidente de esta afirmación nuestra, basada en hechos
históricos, es que gran parte del clero ilustrado ha sentado plaza en el
liberalismo. Láncese por el soberano pontífice la respectiva excomunión contra
los eclesiásticos, despójeseles en público de la ropa talar y tendremos
entonces la prueba irrefutable de que las tres cuartas partes del pueblo
colombiano están fuera de la iglesia.

-“Del origen del liberalismo entre nosotros – agrega usted –podemos decir lo
que del protestantismo: tuvo malos padres. –Quién podrá recordar sin horror la
noche del 25 de septiembre de 1828, cuando el naciente partido liberal,
encabezado por el General Santander, fraguó un atentado contra la vida del
Libertador? Para impugnar este párrafo, descúbrase religiosamente, señor
párroco, porque breves momentos va a tener Usted a la vista al pontífice laico
del liberalismo, “símbolo de nuestra estructura heroica y cincelador del alma
republicana de Colombia: SANTANDER. Sí, señor cura, quítese ya el bonete y
póngase de rodillas, que ha llegado el varón clarísimo. Dígale ahora, señor
presbítero, que usted de él no conocía sino el apellido, que ignora su brillante
historia política y que arrepentido como está, de haberle ofendido infame y
torpemente, implora su perdón. Ya que el clarísimo político y tribuno sin par
acaba de perdonar su blasfemia, póngase de pie, pero con el bonete en la
mano, porque nosotros seguimos tratando de él, en estos últimos párrafos de
réplica a la carta de usted.

Ha dicho el doctor Ramón Rosales en su apología al General Santander que


para hablar de la conjuración de septiembre, hay que ponerle alas al
pensamiento y ungir los propósitos con el óleo santo que borra el pecado
original. –Según estas valentísimas palabras, le está vedado a usted hablar
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para tratar en forma alguna el momento histórico que produjo esa conspiración,
que le hace tanto daño a su reverencia, y que no entenderá jamás. Carece de
alas su pensamiento parroquial para remontarse a las alturas de esa cuestión
política y porque usted, del 25 de septiembre, sólo conoce, de referencia
escolar, la existencia del acto material de esa noche siniestra, pero no la razón,
ni la causa, ni la vida espiritual del movimiento.
Por tales razones, y para echar a usted en cara su crasa ignorancia,
retrocederemos algunos años antes de la conjuración, para enseñar a usted la
historia que determinó el suceso de la noche septembrina.

La Constitución de Colombia, había dicho Bolívar, es sagrada por diez años.


No se violará impunemente mientras corra sangre por mis venas y estén a mis
órdenes los libertadores. Quien tan bellas palabras pronunciaba, escribía luego
al General Santander: “Yo estoy resuelto a no reconocer federación alguna,
porque es contraria a la ley fundamental que me han hecho jurar, y porque
nadie tiene derecho, (aún el pueblo mismo) de alterar todos los años el sistema
social. Bien lo puede usted así decir a todo el mundo, de mi parte, añadiendo
que yo no serviré la presidencia sino en tanto que ejerzo las facultades
ilimitadas que me concedió el Congreso, porque estoy íntimamente convencido
de que la república de Colombia no se gobierna con prosperidad y orden, sino
con un PODER ABSOLUTO.

El más profano en materia de nuestra historia política, usted mismo, señor


párroco, puede imaginar la impresión desagradable que tal carta debió dejar en
el ánimo del “Hombre de las Leyes”. Bien, cuando semejantes palabras
pronunciara el Libertador, Colombia poseía una legión de patriotas de
vastísimo saber, clara inteligencia y vida y tendencias netamente civiles, a
quienes por lo mismo, la independencia no les bastaba, sin la organización
jurídica de la libertad. De ese grito airado y bastardamente ambicioso del
Libertador, surgió, pues, la conjuración.

Escúchese lo que al respecto dice Cornelio Hispano en algunos párrafos de su


obra “BOLÍVAR Y LA POSTERIDAD”: “La conjuración, como delito político, no
los ruborizó nunca, ni los infamó ante sus compatriotas, antes bien, los que
sobrevivieron gozaron hasta su muerte del aprecio y respeto de sus
conciudadanos y prestaron más tarde, grandes servicios a la patria: ninguno se
arrepintió jamás del ideal que los llevó a jugar su vida por fundar la verdadera
República de Colombia. Don Mariano Ospina fue presidente de la república, y
ni aún en su ancianidad renegó de su noble acción. Florentino González fue
candidato a la presidencia, diplomático y profesor; Rafael Mendoza y Emigdio
Briceño, más tarde generales; Ezequiel Rojas, maestro de una generación de
colombianos; Pedro Celestino Azuero, joven imberbe, de la más bella
inteligencia y del más noble carácter, antes de subir al patíbulo, declaró que el
único remordimiento que llevaba al sepulcro, era el de no haber matado al
tirano de su patria”. –Bolívar era el Libertador, el padre de la Patria, nos había
independizado de España, pero el pueblo colombiano se había sacrificado para
cambiar de amos; la independencia no le bastaba para ser feliz, le era preciso
vivir en casa propia, pero libre y decorosamente, y como durante seis años el
pueblo colombiano, bajo el gobierno de Santander había gustado esos
beneficios, el cambio brusco tenía que ser más insoportable, pues hay en el
17

hábito y en el ejercicio de la libertad un encanto y una seducción soberanos


que no pueden olvidarse una vez conocidos.

“Contra ese grato recuerdo se estrelló Bolívar. El había concluido su obra de


guerrero, tocaba el turno a los hombres civiles y Bolívar, nunca fue ni quiso ser
hombre de gabinete. El no concebía el poder, sino ilimitado, dictatorial, por eso
se hallaba a sus anchas en los campamentos. La austera Constitución de
Cúcuta, no podía gustarle como carta de gobierno y, nunca le gustó; solamente
juró cumplirla y la suplantó con su voluntad absoluta, asumiendo todos los
poderes del Estado para después castigar, con bárbara crueldad a los que
jugaron su vida por defenderla.

“Los puñales de Armodio y Bruto fueron ensalzados en los pueblos más nobles,
mas heroicos del mundo. En Atenas y en Roma, esas espadas significaron
libertad y decoro. En Colombia los puñales de septiembre, significan República
democrática y Constitucional”.

Tenemos, pues, señor párroco, que a la cabeza de los conjurados, caminaba


también hacia el palacio de San Carlos, puñal en mano, un lucido grupo de
conservadores, precedidos del hombre más ilustre que haya tenido esa
colectividad: MARIANO OSPINA, quien por su parte, lejos de arrepentirse de
esta acción, se ufanaba a menudo, calificándola de noble y hermosa.

Santander era el escudo amparador del golpe preparado a la constitución y


había, por lo mismo, que eliminar el obstáculo en alguna forma. Así lo
comprendió el libertador, de ahí, aquella carta suya a Montilla, escrita desde
Bogotá, tres meses antes de la conjuración, es decir, en junio de 1828: “Por
acá marcha todo muy bien; nadie da que hacer. Pensamos como agarraremos
a Santander comprometido con Padilla que está asegurado”. Y, efectivamente,
tan asegurado estaba el Almirante, que meses después era ajusticiado como
cómplice de la conspiración de Septiembre, cargo que lejos de haberse
comprobado, la historia lo desmiente. Se rehabilita en nombre de la Nación,
dijo el Congreso de Colombia de 1831, la memoria del ilustre general Padilla y
de los demás individuos que fueron asesinados judicialmente.

Prueba más evidente de por qué a Santander se le complicó en la conspiración


de Septiembre, no puede darse: Prueba más que elocuente de su inocencia es
la elección que de él se hizo para presidente de la Nueva Granada, por
unanimidad de votos en la Convención Granadina de 1832, fecha en que
todavía el gran tribuno vivía en el destierro a que lo condenara el tribunal de
jurisdicción excepcional, creado por el Libertador. –Y, sepa, señor cura, que a
la convención electora concurrió todo lo que el país tenía de más selecto en el
foro, la magistratura y las letras. Con razón, pues, se ha dicho al respecto por
un inteligente escritor, que jamás se hizo espléndida justicia a un mártir de la
libertad y del derecho.

Creemos que usted, señor, ya ha entendido lo que es y significa para Colombia


la noche septembrina; habrá entendido, por lo mismo, que torpeza inaudita es
tratar aisladamente el acto material, arma de la cual se valen muchos curas
intonsos, para engañar desde el púlpito a profanos, creyendo desmejorar la
18

personalidad del General Santander, figura excepcional en la historia de la


emancipación suramericana.

Terminada esta breve reseña en demostración somera de la ninguna


participación del gallardo adalid de la Ley, en la conjuración de septiembre,
como que ni la misma sentencia proferida contra él, aseguró su complicidad,
entramos a refutar el párrafo aquél de su carta en que señala al liberalismo de
esta población como autor de los sucesos sangrientos del 29 de diciembre
retropróximo.

En toda su carta al Comité, se muestra usted apasionadamente sectario y


cínico en sus afirmaciones. Pero donde sube de punto y espanta ese cinismo
es en este último cargo, puesto que a usted le consta directamente la forma
harto salvaje en que fue atacado el liberalismo de esta población la noche del
29.

“Si usted no pone en libertad inmediatamente a los muchachos que me tiene


presos (dijo Alejandrino Herrera, alias Tiburón, al Alcalde Municipal), esta
noche vendré con mi gente, acabaré con los rojos, y abriré las puertas de la
cárcel de par en par”.

No hay constancia en los anales bélicos de los pueblos, de un ultimátum tan


rotundo y perentorio como éste de Tiburón a don Solón Hernández, alcalde
entonces de la población. Usted sabía, señor cura, que las hordas al mando de
Herrera y de Víctor Orduz, efectivamente entrarían esa noche a cumplir a
sangre y fuego la palabra del Amo Supremo, empeñada airadamente ante la
autoridad. También supo usted que desde las primeras horas de esa noche,
cerca de cincuenta campesinos armados de rifle y lanza, acuarteló el
comandante en jefe del asalto, en su casa de habitación y, otros tantos en la de
Víctor Orduz, jefe de estado mayor en ese plan heroico de asesinatos.

Igualmente supo que el liberalismo, no obstante la amenaza atrevida y canalla


de Herrera y los preparativos posteriores, permanecía tranquilo en las calles y
plaza de la población y que fue a eso de las diez de la noche cuando cundió
rápidamente la noticia de que la indiada, en número de más de doscientos,
venía entrando al pueblo y acababa de asesinar a Ángel María Cárdenas,
muchacho liberal, arrendatario en una finca de Miguel Cordero.

Es por esta razón que nos indigna la desfachatez infamante de su afirmación.


El liberalismo no hizo otra cosa que defenderse heroicamente, contrarrestando
con valor, la desigualdad en la lucha. Más de doscientos hombres armados de
“Grazt” y lanzas, contra cincuenta, a lo sumo, los cuales tuvieron que
defenderse, arrebatando las armas a los asesinos.

Esto último no le consta a usted, tampoco a Herrera y Orduz, porque este par
de oscuros generales no tuvieron el valor de permanecer al frente de la indiada;
a los primeros disparos, fueron cobardemente a acurrucarse bajo las faldas de
las patronas de sus casas, permaneciendo en esa asfixiante y vergonzosa
posición, hasta el día siguiente.
19

Un cura menos apasionado en política que usted, no tan conservador y de más


corazón, en vez de censura al liberalismo, aplaude a todo pulmón su valentía al
repeler el ataque y lanza excomunión contra esos plagios del sexo masculino
que huyeron al escondite impúdico, llevando entre los pantalones la prueba
mefítica de su cobardía.

No lo hizo así, porque en todo lo ciega la pasión sectaria, pero nada importa.
Las viudas y huérfanos que lloran todavía la pérdida de los suyos en este feroz
asalto, han maldecido la conducta infame de Alejandrino Herrera y Víctor
Orduz, autores directos de la asonada. –Maldición AB IMO PECTORE que
empieza a surtir efectos sobre todo en el primero de estos sujetos. Prueba de
ello es el delirio de persecución que padece ahora y por lo cual mantiene día y
noche a su lado, a más de cincuenta campesinos armados de Grazt y
Rémington.

Se dice, además, que usted ha sido consultado por este hombre y,


seguramente, con sus conocimientos en espiritismo, ha conocido la
enfermedad de su oveja y ha visto que es más eficaz el hisopo empapado en
agua bendita, que los cincuenta campesinos armados.

Cuando el cura se obstina en increpar este crimen al liberalismo, Carlos


Infante, conservador ultra-sectario, no puede sindicar a ningún liberal en la
investigación sumaria que ha levantado, a pesar de las triquiñuelas de la
camarilla de rábulas que lo acompañaba.

Consta así mismo al párroco, que la primera providencia de este funcionario


perjuro fue quizá tan espantosa y criminal, como los mismos actos, materia de
la investigación. Decretó la libertad de Alejandrino Herrera y de Juan Wilches,
violando así abiertamente las leyes del procedimiento; otro funcionario, menos
indigno, habría sentido vergüenza ante sus mismos ex-carcelados. Sabe,
además, que en las gentes sencillas del campo, más indignación produjo la
absolución de Herrera, que la del mismo Wilches, porque éste tuvo al menos el
valor de ultimar a Clemente Roncancio, mientras que Herrera huyó
cobardemente y aún tiembla su cínica figura.

La sangre de las víctimas del 29, junto con el veredicto del Juez, le lanzarán al
párroco el más tremendo mentís en nombre de la justicia. La complicidad del
pastor quedará impune, porque es imposible recoger sus sermones
incendiarios y saber cuál ha sido la influencia macabra de ese confesionario,
cátedra de todas las tragedias y azuzador incansable de una multitud
conservadora y católica que obedece ciegamente y se arrastra con el puñal
entre la boca…

J. TORRES G. , Pte del Comité Liberal

Capitanejo está sin cura; las conciencias se abren y entra con su séquito rojo la
diosa Libertad. Las campanas no suenan ni hay truenos en ese púlpito
20

siniestro, en cuyas tablas, la oratoria del cura, enseñara con palabra torpe
cómo se aniquila a los predicadores de la libertad y del derecho. Este pueblo,
santuario hoy del liberalismo colombiano, ha dado el primer paso a una nueva
etapa juvenil y valerosa, encarándose con energía ante el demagogo que
explotando multitudes, quiere que primen las cadenas forjadas por los
pontífices romanos, en este suelo colombiano, harto de libertades materiales,
pero que no ha tenido un hijo que rompa esa esclavitud espiritual que lo
anonada y envilece.

No creemos en la grandeza de las naciones que carecen de nacionalismo


verdadero. Es una utopía esperar que la especie se regenere, importando,
como importamos, culturas exóticas y aclimatando todos los días a esos
forajidos de sotana a quienes expulsan de otros pueblos que, como México,
comenzaron la tarea de purificarse. Nuestra constitución está lentamente
viciada; falta el hombre que tenga valor para romper con los convencionalismos
extrangulantes de esas normas que apellidan COCORDATO y separe
definitivamente la iglesia del estado. ¿Dónde se encuentra ese Mesías? –nos
atrevemos a asegurar que Alfonso López, será el sol libertario de nuestra
patria, quien abra la brecha y encamine el progreso evolutivo y revolucionario
del pueblo colombiano. Creímos que desde los albores iniciativos de la etapa
liberal que corona Alfonso López, se solucionaría asunto tan complejo como lo
es el eclesiástico, pero el pueblo impreparado para estas disciplinas no podrá
hasta este año de 1934 tener conciencia propia y un verdadero mandatario
liberal, en toda la acepción de este vocablo.

Todos los campos, todos los lugares estratégicos, están hoy ocupados por
agentes extranjeros, y nuestro pueblo ingenuo doblega la cabeza para pagar el
tributo ante esas mitras espectaculares…

Tiempo es ya de mirar el porvenir como mayores de edad a quienes el tutelaje


clerical hostiga demasiado. La juventud de vanguardia romperá la cadena que
une a nuestro pueblo con la iglesia romana y proclamaremos a los cuatro
vientos cardinales la iglesia colombiana, colocada dentro de las leyes, servida
por ministros nacidos dentro de nuestra propia tierra y emancipados de la
coyunda extranjera que hace de la patria un feudo italiano, español o alemán,
según el caso… Si nuestro clero es bueno en Antioquia, y tiene representantes
como Juan Manuel González, ilustre Obispo de Manizales, gloria de clara
estirpe y paladín consagrado a las más severas disciplinas de la inteligencia, la
equidad y la justicia, también cuenta con los individuos venidos de tierras
lejanas que se dan al tráfico vergonzoso de las reliquias que llaman de tierra
santa. Especuladores de las multitudes, acaparadores de parroquias y que
influyendo directamente en la vida eclesiástica colombiana, han relegado a
nuestro propio clero campesino al imperio del hambre y de la sumisión.

No seamos sectarios, pero seamos claros. Quien no ha visto llegar a nuestras


costas a esos capuchinos que traen dizque la misión de catequizarnos y
acaban al fin por hacerse a la heredad colombiana despojando viudas y
sacando al párroco colombiano de su propia parroquia, para apoderarse del
diezmo y de la primicia.
21

El liberalismo, ese liberalismo que muy contados hombres comprenden en


Colombia, sería el encargado de la redención nacional, abarcando con un
vistazo de águila todos los problemas y, solucionándolos, sin eufemismos y sin
contemporizaciones mercenarias. Hasta hoy, Colombia carece prácticamente
de una religión moralizadora: la de Cristo, predicada en García Rovira por un
puñado de conservadores con sotana, no ha sido otra cosa que el tóxico para
anestesiar conciencias y para inducir a nuestros compatriotas al crimen
fratricida. Muchos dirigentes, que se apellidan liberales, viven emulando a sus
contrarios y haciéndoles creer que bajo la bandera liberal pueden albergarse
todos esos cosacos con sus sartales de mentiras infames y de especulaciones
que rebasan todos los límites.

Creamos que las transformaciones de los pueblos tienen por base cierta, una
idea experimental, la misma que haya sufrido alteraciones en una u otra forma,
para cristalizarse al fin en una realidad indiscutible. El partido liberal ha de
transformarse; ya ha pasado la primera etapa de la revolución. No sigamos una
trayectoria incolora. Recordemos que Uribe Uribe lanzó su mirada de águila
hacia el socialismo y sin esa base sustantiva habremos de desaparecer como
partido. Hay que buscar el bienestar moral de nuestro pueblo, hacer hincapié
en la economía política y darle a cada obrero lo que le corresponde para que
deje de ser carne de urna y edecán de cualquier cacique atrabiliario y malvado.

Perdón, he interrumpido la narración, regreso a García Rovira.

VI

Volvió la tranquilidad el 31 de enero de 1932; los peatones dialogaban


animadamente; en esa tierra no se comentan los hechos de sangre y los
campesinos hablaban de sus labranzas, de sus hogares y del trabajo en la
carretera central. Vemos a un mozo musculazo como una tentación de
Hércules, tirado en mitad de la plaza, junto a las charcas de sangre coagulada,
leyendo novelas amorosas. Este mismo mozo, en mitad de la plaza, la noche
del 29, plantó como todo un héroe a más de cien conservadores. Quien lo vea,
tranquilamente ingenuo, con la sonrisa entre los labios y el fuego de la
pubertad en las pupilas, no puede creer que aliente tanta temeridad y arrojo.
Jamás serán menos valientes estos hombres de García Rovira; en vano, desde
la capital, lanzarán el dardo pagado por los conservadores, para contener este
puñado de leones rovirenses que despeinan sus melenas sobre la cumbre
andina. Esos señoritos, que se preocuparan tanto por la desaparición del hijo
del aviador americano y de la página de moda de los magazines parisienses,
creen, cordialmente, que eso de refrenar ímpetus natos, es cuestión simple,
relegada a actividades femeniles…

Lo que hace falta en García Rovira es capturar a un centenar de bandoleros


conservadores que instigados por los malos sacerdotes, van sembrando la
muerte, amparados por la impunidad. Ese problema puede resolverlo la
mentalidad del más intonso carretero y basta capturar esa cuadrilla de
criminales, cambiar el clero por hombres conscientes que respeten su propia
doctrina, y estará pacificado García Rovira. ¡Manes del Padre Almanza,
22

viejecito venerable y puro, que sembró, sin que sus colegas supieran recoger,
el fruto de sus corazón hecho caridad, luz y fraternidad!...

MATEO SOLANO JEFE DE LOS “COLORADOS”

Vamos ahora a vivir intensamente en García Rovira acompañados por Mateo


Solano, jefe de los “Colorados”. No se trata de un bandolero, Mateo es hasta
creyente: Dice que en “La Humareda” la Virgen del Carmen lo salvó de morir
acribillado a balazos por unos conservadores que a ratos se divertían en
ensarta con sus lanzones a los soldados liberales muertos en la refriega.

Tiene el jefe rovirense la presencia agradable de un andaluz de pura cepa;


charla con amenidad y es generoso hasta la exageración. Nunca ha asesinado
a nadie; de frente, mano a mano, pelea con quienes se presenten. Defiende su
honor y el honor de la causa liberal, que aunque no comprende con claridad,
sabe que es buena, demasiado noble. ¿No ha visto por ventura, a los
“PANGOTES”, ir asesinando a mansalva con los puñales benditos?.

-Qué cuenta Mateo? No te da miedo nunca, ni lo has tenido en las batallas?


-Morir en la batalla debe ser delicioso; sentir el humo de la pólvora que se le
entra a uno por las narices hasta hacerlo estornudar, es cosa tan deliciosa para
nosotros, los “coloradeños”, como para los viejos españoles aspirar el “rapé”.
Máteme Dios de muerte maluca si alguno de los nuestros ha victimado a un
conservador por la espalda. Nuestra divisa es noble porque somos capaces…
Ja, ja… Ríe Mateo con esa risa franca de los que viven con el alma zabullida
en un pozo de claridades. Quien le dijera salvaje pecaría mortalmente; el
“coloradeño” es ante todo un caballero cumplido; amante rendido de las
mujeres bellas, éstas no importa que sean “godas”, con tal que sean bonitas,
decía, atusándose el bigote.

-Hablemos de tus combates, de tu vida.


-Que le voy a decir? –Vivo como viven los hombres honrados; tengo mi casa,
una mujercita idolatrada y tres hijas primorosas que constituyen toda la alegría
de mi rancho montañero. Yo no he librado combates por mi cuenta; esas cosas
las disponen allá arriba y no hacemos más que cumplir las órdenes de los
jefes, no haciéndolos quedar mal…

Recuerdas el combate de la Don Juana?


-Tanto como la primera novia. Reinaldo Olaya, jefe de los “pozanos”, (turba
conservadora qué más tarde asesinara a Manuel Valencia) se las vio cara a
cara con el ejército del General José María Ruiz, el 15 de mayo de 1895. los
“pozanos” y Olaya combatieron a órdenes de Rafael Reyes. (En Enciso, puso
Reyes la primera piedra para ir al poder). Reinaldo Olaya dizque es hoy liberal
convencido… Yo no creo en esos que cambian de colores como el camaleón;
veo que el partido liberal va mal, por aceptar entre sus filas a los que cambian
de divisa con la tranquilidad de quien canjea alpargatas. En los trapiches
políticos de mis lares, hace muchos años que se muele con yeguas… ¿No es
verdad?

-Qué opinas de los curas, Mateo?


23

-Yo no conozco curas, dicen que hay unos muy buenos, pero eso será quién
sabe dónde; lo que son los que pastorean en García Rovira no tienen ni
conciencia, ni ley y hacen una política tan corrompida que da asco. A Guaca
llegaron la semana pasada dos capuchinos barbudos y se alzaron todo el
dinero del pueblo vendiendo medallas y agua bendita…

Qué me dices de los “pangotes”?

-Ya los conocerá… Son asesinos vulgares; pobre gente que obedece al cura;
jamás se le ve cara a cara y se arrastra por las malezas para cometer el delito.
“Pangotes” llamamos nosotros los “colorados” a todos los conservadores de
Colombia, ellos, como los asesinos de Uribe Uribe, obedecen órdenes que
desde el púlpito imparten esos señores que llaman por aquí dizque “pastores
de almas”. ¿Cuándo se ha visto que los pastores asesinen o hagan quemar
vivas sus ovejas?

-No, Mateo, los curas a nadie sacrifican por cuenta y riesgo; eso de inculcar
odios no es precisamente asesinar… El conservatismo obedece la voz de sus
jefes, pero ya verán como ahora se hacen al lado de Alfonso López y del
liberalismo. Es la eterna historia del clero el cambiar de faz con el vencido y
seguir el carro de los triunfadores. Lo hemos visto en todas las edades. Los
representantes de Dios solamente desean que se les respete, se les rinda
pleitesía, y no se estorben sus especulaciones. Para ellos, todo gobierno que
reconozca el concordato y permita que a Colombia la saquee el clero
extranjero, es bueno y merece la bendición episcopal…

-Bueno, dotor, usted que ha estudiado y ha visto tantas cosas, no sabría


decirme para qué traen tantos curas españoles, alemanes, franceses, belgas e
italianos, habiendo en Colombia tanto maicero, que sabe decir misa?

-Eso es muy fácil explicártelo, mi querido Mateo: En España, Italia y Francia, el


superávit de clérigos es aterrador. Se congestionan en las ciudades y ya el
pueblo se ha dado cuenta de que son nocivos; no pudiendo vivir y medrar en
sus respectivos países, se vienen a América, tierra candorosa que cree que
cada uno de ellos trae un hueso de Cristo sobre el pecho y las virtudes papales
impresas en el alma. Día a día desembarcan en nuestros puertos curas
europeos. Viene a especular en el nombre de Dios y llegados a una parroquia,
desalojan al cura criollo, se instalan en su propia casa, y todo esto se hace con
la licencia del Obispo respectivo, que obedece órdenes de algún monseñor
italiano, emparentado con el fraile extranjero, o su aliado para negociar en
América. Fíjate que los altos cargos están en manos de italianos, y la iglesia
católica está sujeta a ellos, con todo ese rebaño de clérigos mansos que
inocentemente han querido servir a Dios, a la virtud y a la patria, pero que se
defraudan a sí mismos al recibir y respetar a los curas extranjeros
explotadores, sin conciencia y sin ley.

-Usted, dotor, conoció al padre Baltazar Vélez?


-Era pariente de mi madre; vivió siendo liberal convencido; fue a Roma e
increpó al Pontífice sus graves errores, luchó por la nacionalización de la
iglesia católica, apostólica, colombiana, y murió repudiado por los frailes
24

italianos. Su vida fue virtuosa, consagrada al estudio, pero jamás, ni un solo


momento traicionó la causa liberal que defendía con ardor. Baltazar Vélez fue
una figura clarísima en la historia de la república, pero, los frailes, han echado
al olvido la memoria del colega que les increpara sus culpas y pecados… Esa
es la cuestión, querido Mateo,

-La religión es cosa buena, verdad, dotor?


-Claro que sí, todo pueblo necesita una religión que moralice las costumbres,
frene las masas, eduque y realce las virtudes; pero esta religión, en mi
concepto , ha de ser personalísima, no impuesta por nadie y que careciendo de
sentido especulativo, tienda a la unión espiritual entre los hombres. Cristo no
especuló, ni permitió especular; recuerda que al momento de hacer su
aparición en el templo, vio a los traficantes y con un látigo los sacó de la casa
de Dios. ¿Qué hacían? Comerciaban, y Cristo quiso enseñar que es un delito
el traficar con las cosas sagradas. Los sacerdotes deben de trabajar, o el
gobierno, si es que necesita curas, ha de ponerlos a sueldo para libertar al
pueblo de ser un inconsciente tributario de los ministros del señor. En
Colombia, la educación está en manos de clérigos extranjeros, y ellos
corrompen la juventud, le hacen amar más a Francia o a Italia que a su propia
patria, y constituyen serio peligro, ya que debilitan las fuerzas vivas de la
república…

Ha llegado una guarnición militar en vía de temperamento: parece que a los


jefes les sienta maravillosamente el clima y los baños en el “Chicamocha”. Los
uniformes nuevos, olorosos y bien cuidados, hacen palidecer de satisfacción a
las sirvientitas libidinosas del lugar. Mateo, muy serio, con la mano sobre la
empuñadura de su machete, mira fijamente a los militares y exclama:

-Lástima de patria! –Le apuesto, patrón a que son cien “coloradeños” me tomo
el cuartel de esas damas tan bien peinadas y que llevan espada y
charreteras…
-Calla, tienes arranques de anarquista, hay que respetar al ejército nacional.
-Tate, da lástima ese ejército; son todos conservadores. Durante los cuarenta y
cinco años que mandaron los godos no ascendieron a oficiales sino a dos o
tres liberales y los han colocado bajo las órdenes de viejos sectarios, como
Rengifo y Cortés Vargas, quienes lejos de ser prenda de garantía para la
patria, se convierten en asesinos del pueblo obrero. Dicen que van a implantar
en García Rovira el “estado de sitio” y con el padre Jordán como pacificador….
-Qué dices del padre Jordán?
-Nada, que le dieron en Bogotá el cargo de venir a pacificar a García Rovira, y
juró que con sólo levantar un dedo de sus santa mano, sumiría en las tinieblas
al liberalismo rovirense. Qué cosas las de este cura; a veces me gusta por
macho. Aquí suceden cosas muy raras: contaba mi abuelo que una vez, ya
hace muchos años, un cura extranjero le ordenó a un conservador “apagar” la
vida de un liberalote ateo, que era la peste andando. El feligrés contestó: “Hoy
no, lo puedo matar, mi padre, por ser día de San Cayetano, tengo que
comulgar y asistir a la novena, pero mañana cumplo con lo que manda su
mercé…” Efectivamente, al día siguiente ultimó a Ramón Torrijos, así se
llamaba la víctima. Esto no sucede sino en Colombia, verdad dotor?
25

-No creas, Mateo, que es solamente en Colombia. Europa se ha visto invadida


por estos señores: la inquisición fue la sombra fatídica del mundo; vertieron en
ella más sangre hermana que en García Rovira; no saben perdonar, mañana,
este tu amigo, caerá bañado en sangre o en el letargo del veneno; SANGRE Y
SOTANAS, le costará la vida…

Pare la cosa dotorcito, no hay que hablar de esa manera… ¿Cree que aquí los
hombres somos insinceros? Si tratan de tocarle un pelo de la cabeza, verá
cuánto valen los “coloradeños”.

VII

Vamos a viajar por García Rovira. Mateo me ha dado un potro quisquilloso que
para las orejas y relincha en las lomas; el “colorado” me acompaña a todas
partes, no teme las emboscadas de los “pangotes” y sabe salir airoso de los
lances. ¡Cómo pesa en la cintura el revólver! Con razón es preferible vivir en el
gabinete, viendo retratos de próceres dudosos, o escribiendo décimas, que el
aventurarse, como quien dice: García Rovira adentro. La mañana es
espléndida; toda luz del sol se ha vaciado sobre esta campiña que tiene a ratos
la cara hosca de megalómano empachado de literatura siglo XV. El cura va
para la iglesia en medio de dos soldados que lo custodian para que no vayan a
matarlo los liberales. ¡Farsante! Esa propaganda va a causar estrépito en la
villa de los fariseos, y a muchas beatas ha de producirles ataques de
histerismo. El bendito cura no se aventura solo por parte alguna; cuando
conduce a Dios a sus enfermos, lleva una pareja de soldados.

Mateo ha ensillado y luce su cinturón repleto de cápsulas calibre 38. Bajo la


montura coloca un par de carabinas de tiro largo y, dando una palmada en el
anca de la yegua en que monta dice:

-¡Vamos que está muy tarde y nos coge la noche antes de llegar a casa
segura. Por estas tierras no se puede posar en cualquier parte, es precio estar
siempre alerta, los salteadores godos son bellacos…Arre!

Los caminos rovirenses son largos, muy largos; el diablo se encargo de medir
las leguas, y esto sería indudablemente antes de llegar el padre Jordán. Cruces
negras, en cantidad alarmante, se levantan por todas partes; vemos junto a los
trozos de madera montoneras de piedra. Cada persona arroja un guijarro al pie
de las cruces que encuentra en su camino, y llegan a formar promontorios, ante
los cuales encienden velas los creyentes, para pedir milagros al difunto.

-Mire, patrón, dice Mateo inclinándose sobre el cuello de la yegua: aquí, en


este punto mataron hará una semana a mi compañero Rafael Montilla. Era un
hombre valiente como pocos, tiraba revólver como el mejor, y no se dejaba
azarar de nadie… A la traición, por entre esos barrancos coloraditos que
tenemos al frente, le dispararon cinco tiros de Gratz, y quedó muerto en el acto.
El cadáver lo llevaron hasta la cañada y lo despedazaron; cuentan que Lupe, el
jefe de los “mirandas”, guarda una oreja de Rafael, para que la virgen le de
26

buena suerte, y en las oraciones le recuerda a la Madre de Dios, que él, Lupe
Solares, ha matado un liberal más…

Las vegas del “Chicamocha” son alegres y abiertas. Una montaña estéril las
enmarca, ruedan pedruscos hacia la carretera central del norte y el río sigue su
curso de viejo regañón.

-Óigame, dotor: aquí, en este campo, Reinaldo Olaya estuvo acuartelado con
Rafael Reyes, esperando, para combatirlo, al general José María Ruiz.
Recordará usted que Olaya era en ese entonces jefe de los “pozanos”. Esa
turba endemoniada desvalijó a Crescenciano Acevedo, viejo luchador liberal, y
tal orden fue dada por Reinaldo Olaya.

-¿Qué fue de Cecilio Bueno, la víctima de Mogotocoro? Cuenta, viejo Mateo.

-Crimen más espantoso que éste no volverá a cometer el conservatismo


rovirense. Era un día del mes de abril y a eso de las cinco de la tarde, llegaron
a la casa de Cecilio Bueno, unos veinte conservadores borrachos. El anciano
dueño de casa, apoyado en un bordón, salió a recibir a los viajeros. El aspecto
del viejo era risueño: decrépito, con las barbas blancas y la mirada turbia de
tanto mirar este mundo pícaro; tenía el cuerpo encorvado bajo el peso de los
años y las manos arrugadas y trémulas. La mujer de Cecilio había llegado con
él a los umbrales de esa ancianidad dolorosa. Vieja chocha, rezaba todo el día
el santo rosario y se santiguaba siempre que el reloj, ese reloj que le regalara
el hijo del compadre Ubigildo, quien había ido una vez a Bogotá, dejaba oír sus
campanadas rítmicas. Los conservadores, después de apurar el contenido de
una botella que llevaba el jefe, bajaron de sus cabalgaduras y penetraron
ebrios, tambaleantes, en casa de Cecilio.

-¿Dínos, viejo, todavía eres tan liberal? –Preguntó el capataz.


-Siempre, siempre patroncito…Lo que uno ha sido no puede dejar de serlo…
Ustedes saben que la vida se apaga, ya no tengo alientos para llevar el rifle, ni
podría volver a los campos de batalla. ¡Cómo era de bueno el general Uribe
Uribe! Me dan ganas de llorar cuando recuerdo “La Humareda”. Fui buen
soldado, por esta cruz (el anciano juntó los dedos de su mano, haciendo la
insignia redentora). No he sabido correr de huída, siempre adelante, con mi
trapo rojo en el sombrero y estrenando alpargatas, porque el general Uribe me
quería como a la niña de sus ojos, y no permitía que el viejo tirara la pata al
suelo.

-Ahí te va otro cariño, gritó el jefe, dándole una bofetada que lo hizo rodar por
el suelo. Toda la turba se arrojó sobre el anciano: unos le daban puntapiés en
los testículos, otros rompieron su cabeza encanecida y a machetazos,
descuartizaron el cadáver. Ebrios de ira santa, cayeron sobre la mujer de
Cecilio, y la ultimaron a culatazos. Al fin se alejaron ebrios de sangre humana,
y un pillete que se había refugiado en la cocina, detrás del aparador, voló a dar
la noticia a la vecina Felipa Salcedo… Esa es toda la historia del anciano
Cecilio Bueno.

_____________________
27

Pasamos por Enciso. El pueblo es gracioso y tiene, como todas las poblaciones
de García Rovira, una quietud que lejos de revelar tristezas, puebla el ambiente
de ritmos y de caricias montañeras. Tierra abierta y amplia, acogedora y
hospitalaria. Las mujeres, deliciosamente sensuales, con sus ojeras profundas
de tropicalismo concentrado, rítmicas y graves, van cantando el poema de la
fecundidad y del trabajo.

Los hombres dialogan por las calles. Hay rostros venerables de ancianos que
conocen los secretos de García Rovira, y los jóvenes musculazos y fuertes,
discuten política para hacer progresar el pueblo que precisa de acueducto y
escuela laica.

Mateo saluda cordialmente a sus amigos, y se siente orgulloso de acompañar


un conferencista y escritor liberal, que según él, si les tranca a los curas.

En Enciso hay teléfono; esa cuerda ha servido muchas veces para traicionar a
los liberales, poniendo al corriente de sus asuntos a los “miranda”, tribu
asalariada por los párrocos y dispuesta al delito.

Siendo la población totalmente liberal, no faltan quienes traicionen al partido.


Esto afirma Mateo, a quien la vida ha vuelto desconfiado. ¿Cómo no serlo?
¿No vemos ahora a los conservadores que en otro tiempo se batieron como
panteras contra los liberales, luciendo charreteras donadas por el mismo
liberalismo y entrar de lleno en las filas rojas?

Detrás de Alfonso López se extiende la mano pordiosera de los hijos del papa.

Tres cosas llamaron mi atención en Enciso: los anteojos del cura, su estómago
prominente y la sobrina risueña y picaresca. Los lentes son báculo de la
personalidad, sostén de los doctorados difíciles y bicicletas móviles de las
lumbreras parroquiales. Un hombre sin lentes es menos sabio, más pequeño,
casi un ente ridículo. Usad lentes, cosacos de sotana, y seréis teólogos
capaces de descifrar a Dios.

Mi gira por García Rovira es monótona y triste. Nada hay que haga vibrar el
alma y solamente la sombra sangrienta de los asesinatos, se presenta por
todas partes. He tratado de hacer más ligero este relato, ponerle calor y alejarlo
de la pesadez de los delitos que empañan la siquis y son una afrenta para
Colombia, pero no se puede callar cuando la voz interior grita: ¡JUSTICIA!

Justicia que tarda y tardará en este suelo manso, en donde es preciso hacer
labor de apóstol y mostrar a la faz de la república todos los delitos clericales,
para que mañana el pueblo impreparado no acuda a las luchas partidistas, ni
derrame más sangre. Los caciques y mandarines de provincia, dejarán libre el
campo a la juventud ideológica y revolucionaria que abra el compás y redima el
espíritu de nuestra raza atormentada.

Sigamos la peregrinación fúnebre, y quitándonos del corazón el sectarismo,


hablemos de los muertos ignaros, que no tuvieron más culpa que la de una
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inconciencia trágica, y bajaron al sepulcro cargados por el peso de las


persecuciones de los santos levitas.

De Enciso pasamos a la Concepción, ciudad procera de honrosas tradiciones,


cuna del General Solón Wilches, Felipe Cordero, doctor Cáceres y del General
Enrique Valencia, ciudadanos modelos, a quienes la patria debe servicios
incalculables. Muchos hijos ilustres ha dado la Concepción y quisiera hacer
ahora el recuento de ellos, pero en esta época de azares, la intranquilidad no
deja que detengamos la pluma. Tierra libre, majestuosa y altanera, en sus
campos duerme la esperanza de una juventud que se levantará airosa para dar
el toque revolucionario que prenda de los pechos el entusiasmo a las ideas que
germinan e incendiarán en la luz el pueblo colombiano… Los campesinos de
“La Concha” como llaman a la ciudad los habitantes de sus alrededores, son
hombres abnegados, sinceros, fuertes y laboriosos.

Ciudad hidalga de estirpe castellana, bizarra en todas las acciones y abnegada


en los rotundos fracasos. La caterva de asesinos conservadores que pululan
por García Rovira, parece que respeta la digna altivez de la cuna de Solón
Wilches.

Seguimos la marcha por los caminos rojizos y serpenteantes; una marcha sin
interés, a grandes jornadas, respirando un ambiente de fuego y vamos a
Málaga. Allí tiene el padre Jordán su FORTALEZA PERIODÍSTICA; esa
fortaleza necesaria para dirigir las huestes azules que encanallecidas por el
consejo sedicioso de los curas del lugar, va sembrando la muerte…

El padre escribe en “La Hoja Parroquial”, frases tan decidoras como éstas: “Soy
el representante de Dios, de Jesucristo, el agente (viajero) de la iglesia, el
SOSTENEDOR DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA y el mejor y más decidido
amigo del progreso de Málaga” (Véase el número 230 de la hoja mencionada,
que es el que voy leyendo, a carcajadas, sobre mi caballo). El padre Jordán es
el instigador de las tragedias aunque afirmen muchos liberales lo contrario.

En el hotel, un hotel como todos los de provincia, regentado por una buena
señora que generalmente sostiene a un marido haragán, escucho el
comentario de los pasajeros. Ese mismo día se ha ultimado a Nohemías
Patiño, anciano venerable que de rodillas pedía perdón a sus verdugos… Era
liberal y debía perecer… “No te quejes, viejo maluco, solamente te cortaremos
un brazo y, listo el negocio, es bueno que la sangre te purifique”, decía el
capataz conservador y tranquilamente, cortaron un brazo a Patiño, quien murió
a causa de la hemorragia.

El padre Jordán es un ser poderoso; su periódico es desmentido por el


presidente del Directorio Liberal de Capitanejo, con frases como éstas:

Con el valioso y airoso mote de “A la orden”, hace su aparición en su nuevo


reducto político, señalado recientemente por el Obispo de Pamplona, el
celebérrimo levita Daniel Jordán, editorializando con cierto corte marcial en la
hojita de su parroquia, en el día de año nuevo.
29

Ofrece, por lo pronto, desde la “Hoja Parroquial”, mientras arma chibaletes y


maquinarias, desbaratar leyendas perversamente encaminadas. Luego,
levantará su fortaleza, no de militar, sino de periodista; como quien dice: De
director político y, a temblar bellacos. Por supuesto que él se ha ofrecido como
olivo de paz, y su labor, seguramente, no tendrá otras miras que las de
pacificar a García Rovira, revoltosa y fiera. Si tal propósito no viene dirigido de
contraria manera, es decir, si se endereza con toda la buena voluntad que
axiomáticamente garantiza levantar y poner de su parte el “director de escena”,
será libertado el suelo rovirense, pero renunciarán del pastor.

De manera que, aglomerando material de recia contextura y de armónica


sabiduría, da principio el sapientísimo párroco y gallardo adalid de la
construcción de su gigantesco baluarte, desde donde dirigirá sus baterías, no
de guerra, para ardua y soberbia labor de defensa, (no de sus huestes) sino de
la paz y la justicia de estos lares santandereanos.

Ojalá que esa defensa venga señalando sin misericordia a los criminales que
han sembrado el terror en esta desventurada provincia, y ella se intensifique
enérgicamente si el caso lo impusiera; al referirse a sus colegas tonsurados,
sobre quienes desgraciadamente, pesa casi la totalidad de la opinión pública y
se inclina, sin miramientos, la Justicia. –Asunto este demasiado fuerte, mas el
dinámico levita nos ha dicho: “La paz es flor de verdad y ella no despliega sus
corolas donde la calumnia y las informaciones falsas suplen sistemáticamente”,
bello pensamiento si acaso no llegare a ser literatura y nada más.

Nos dice también: “La pacificación es un contrasentido, cuando en los cuerpos


creados para la seguridad pública, se organiza el bandolerismo”. De tal suerte,
y justo es colegirlo, al oír al reverendo decir lo anterior, está cercano el
momento en que diga el cura Jordán, de modo rotundo y sentencioso: “La
pacificación es un contrasentido, cuando en la casa del encargado de predicar
la práctica de las virtudes cristianas, aconsejar la unión de las voluntades en el
amor de Dios y del prójimo, y celar por la educación religiosa como un trabajo
de verdadero progreso para los pueblos, se conspira contra la vida humana y
contra la práctica de las virtudes fundamentales. No se debe organizar pública
ni privadamente el bandolerismo, ni de las casa del pastor, debe partir el
agente material del asalto en la encrucijada, del asesinato del desventurado e
inocente transeúnte, ni el incendio de la choza del labriego inerme e infeliz”.

Hasta Mateo muestra el rostro descompuesto viendo al cura Jordán con aires
de marqués, llevar el material para la imprenta, que convertida en
FORTALEZA, ha de librar a Málaga de las tentaciones del demonio, encarnado
en el cuerpo de los liberales.

La ciudad está tranquila; mi paso por ella no será señalado por el dedo invicto
del párroco irascible. –Un rábula me mira de soslayo y tres beatas se santiguan
al mirarme pasar. “Debe ser un míster masón; ¡virgen de las misericordias! –
exclama pasito la más vieja. ¿Seguiré mi gira a través de la provincia? –No voy
describiendo panoramas ni forjando poemas; mi gira, tiene una nobles
finalidad, gracias a ella, mostraré al país hasta qué punto son infames los
mercaderes de la misa diaria.
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MIRANDA: Este pueblo se agazapa entre el detritus clerical. No pude visitarlo.


Mateo se opuso a ello, “allí matan por sospechas”, decía el “Colorado” –es
mejor pasar por otro camino; no me contradiga, dotor”…

Por todos los pueblos fuimos llevando una voz de consuelo para los afligidos:
San Miguel, Macaravita, Carcasí, Molagavita, Cerrito, San Andrés, Guaca y
Cepitá nos vieron pasar por el desfiladero de los caminos espiados por el
conservatismo que temía perder de un momento a otro sus fortalezas
inexorables.

La muerte del cura párroco de Molagavita vino a poner una nota altisonante en
el brevete de los conservadores. Es una cosa infame, ridícula hasta la
exageración, matar ellos mismos al cordero de Dios, para sindicar después al
liberalismo de la muerte del Ángel Protector. No quiero tratar este asunto tan
infame, pero mañana se hará justicia ‘¡Esperad!

Pascua florida en Guaca; bailan en una casa de los alrededores e invitan a seis
liberales a concurrir a la diversión. Engañados siguieron a los falsos amigos. Ya
en media sala, ante la estupefacción de las mujeres, asesinan a los seis
desdichados, en nombre de la religión y al grito de “Viva el Padre Miranda”

Resolví regresar a Capitanejo. ¿Para qué contemplar más sangre en los


caminos y en las plazas de las pequeñas poblaciones? Estos delitos no
corresponde esclarecerlos al historiador, sino a los jueces, y tardan demasiado
en abrir una documentación sumaria para hacer luz sobre las infamias
cometidas.

Ya en Capitanejo, tuve que empezar de nuevo a escribir; acababan de victimar


a Carlos Ordóñez Suárez, investigador de los sucesos de “Montenegro”.

CARLOS ORDOÑEZ SUAREZ

Floreció en esta tierra y era una promesa para la patria por su talento, por su
dinamismo fecundante y por las ideas nuevas, sazonadas al calor del estudio.
Luchador incansable, bebía la luz de la ciencia en las aulas universitarias,
mientras su madre anciana, esperaba anhelante al hijo que sería el único
apoyo de su ancianidad. Carlos Ordóñez Suárez era un idealista de vanguardia
reñido con los moldes obtusos y arcaicos. Iba por el camino del triunfo valeroso
y sufrido, con alma de mártir y espíritu abierto ante el horizonte de una nueva
generación capaz de luchar por la pureza ideológica de Colombia. El
liberalismo miraba a este joven como a una promesa y las manos del
proletariado se abrían afectuosas para estrechar la mano del amigo capaz de
ofrecerles redención inmediata. Carlos Ordóñez Suárez era una planta exótica,
nacida al calor de la democracia plena y empapada en la virtud y heroísmo de
los privilegiados. Era sosegado, apacible, reflexivo y juicioso, y a estas prendas
morales debió el grado universitario y un empleo de grandes
responsabilidades.
31

REUNIONES PRELIMINARES:

Isaías León hacía reuniones en la casa de José Dolores Chaparro y éstas


tenían siempre carácter político. Allí se congregaban Rudesindo y Antonio Ruiz,
Rudesindo Gualdrón, Aquilino Chaparro, Enrique Mojica, Ignacio Wilches,
Efraín Ibáñez, Abdón Soto, Agapito Crispín, Neftalí Chaparro, y otros sujetos
nada recomendables. Deliberaban planes siniestras y, la patrona, les brindaba
copas de aguardiente. Isaías León tomaba la palabra y les refería a sus
compañeros el sermón del cura con una puntualidad maravillosa. No olvida una
sola palabra de las que pronunciara sobre el púlpito el santo levita. Todos los
insultos a los liberales, todas las calumnias, toda la insolente perorata del fraile,
eran repetidas con énfasis por el azuzador de ese puñado de hombres
ignorantes, que creían estar haciendo una obra de humanidad y de justicia.
Armados y con los ojos fijos en el orador, esperaban que saliera de sus labios
la consigna de “apagar” la vida de algún enemigo de la religión. La sala
representaba el aspecto siniestro de la más repugnante guarida de
malhechores. Las paredes ennegrecidas por el humo, los cuchillos, los
machetes y carabinas pendientes de los muros, los harapos tirados en los
rincones y una infinidad de botellas diseminadas por el suelo. Esos hombres,
sentados, formando rueda, mostraban sus rostros tenebrosos a la luz de una
candileja ya próxima a extinguirse. Una vieja llenábales las copas y ponía
trozos de sebo en el pedazo de tiesto en que chisporroteara una mecha de
algodón, única lumbre en aquella covacha de facinerosos. Las discusiones no
eran acaloradas, bastaba con decir la opinión del párroco para que todos
quedaran de acuerdo. Esos hombres ignorantes, eran capaces de las mayores
hazañas, siempre que fuera en beneficio del partido conservador. La impunidad
es el gran secreto de los Pastores de almas y las leyes no pueden alcanzarlos;
esto lo sabían en casa de Chaparro.

A la guarida, muchas noches llegaba un caballero jinete en un caballo blanco;


parecía un sacerdote; daba órdenes y partía a galope por la carretera. Las
mujeres de la vecindad afirmaban que era un cura, pero ignoraban su nombre.
¿Qué se tramaba en aquella casa? Los hechos lo rezan claro: Todos los días
caían liberales acribillados a bala sin que se pueda confirmar quienes han sido
los asesinos.

El padre de los Ruiz, narra con frescura los hechos de armas a sus
compañeros de mazmorra en la cárcel de Bucaramanga. El sí sabe la comedia
que se desarrollara en esa casa siniestra y el tema de las conversaciones a
orillas del río Chicamocha, punto de reuniones de emergencia.

Otros hombres hablaron de una manera clara, (léase el sumario) y sabemos


quienes fueron los asesinos de Carlos Ordóñez Suárez, aunque la impunidad
siga su trayectoria odiosa y criminal. El lector podrá fácilmente adivinar a los
directores intelectuales de estos delitos. Ellos están en todas partes: En
Bogotá, Serrano Blanco echa torrentes de bilis y dice “Id hasta el delito”. ¿Para
que divulgar en este folleto a otros sujetos que fácilmente se adivinan detrás de
las persianas azules? Ellos garantizan la impunidad, reparten las municiones,
instruyen a las masas, y son los ÚNICOS responsables de esta lucha entre
32

hermanos. La ignorancia es perdonable. La malicia de los doctores y de los


hombres tonsurados, será una eterna mancha. El CRIMEN lo han cometido los
directores INTELECTUALES. Perdonemos a los campesinos obedientes e
ignorantes.

El 11 de agosto en casa de José Dolores Chaparro se condenó a muerte a


Carlos Ordóñez Suárez (ahora que se esclarecen los asuntos y van a salir al
ecrán los autores intelectuales del hecho, pide el Juez segundo de Málaga el
expediente, téngase en cuenta que es conservador y amigo íntimo del cura
Gómez Serrano). Bien, los Ruiz dirigirían la emboscada. Ellos dispararían
primero, ocultos detrás de un vallado de piedra, junto a la carretera; luego, si
fallaran los tiros y Ordóñez quedaba con vida, lo ultimarían a machetazos: lo
indispensable era acertar una bala a medias.

Ese día, Ordóñez Suárez salía de Málaga con dirección a Cachipay, para tomar
ahí un automóvil que lo condujera a Capitanejo. Su salida fue anunciada, según
lo comentan personas verídicas, con este telefonema: “Van cinco novillos, un
churro, cuatro ojos, negro, que es el que deben sacrificar”. No se supo quien
dio la noticia ni menos quien la recibió.

Ordóñez Suárez iba vestido de negro; usaba anteojos y era churro (de cabello
ensortijado).

Este telefonema lo comenta la opinión pública de Málaga. A las cinco menos


cuarto se consumó el atentado. El carro en que viajaba el doctor Ordóñez
Suárez fue asaltado al llegar a la valla de piedra que levantaran de antemano
los asesinos. Los compañeros de la víctima, Horacio Espinel y Jesús Barco,
quedaron gravemente heridos, mientras los otros dos amigos de Ordóñez, José
Joaquín Vargas y Josué Olaya disparaban sus armas contra los asaltantes que,
atrincherados detrás de las cercas de piedra, apenas dejaban ver el calibre de
sus armas de fuego. Toda resistencia resultaba inútil y los fieles amigos de
Ordóñez Suárez emprendieron la retirada en busca de auxilios, los mismos que
llegaron tarde, puesto que encontraron el cadáver del infortunado Juez,
despedazado a machete. El automóvil quedó abollado por todas partes, los
asesinos usaban armas de precisión y llevaron a cabo el proyecto sin temor de
ser aprehendidos por la justicia.

Creo conveniente transcribir lo que comunicó a “El Diario Nacional” su


corresponsal en Capitanejo, señor Torres Galindo:

Otro: “Los conservadores atacaron ayer, entre Capitanejo y “La Playa” el carro
que conducía hacia Bogotá (Ordóñez primero debía pasar por Capitanejo) al
doctor Carlos Ordóñez Suárez, a quien acompañaban varios jóvenes
estudiantes y el excomandante de policía de esta población”. Los asaltantes
dieron muerte a Ordóñez e hirieron a los señores Horacio Espinel y Jesús
Barco, lograron salvarse milagrosamente demás acompañantes. Parece que
autoridades miraran con indiferencia los asesinatos de liberales en esta
provincia. Hace un año venimos pidiendo garantías y nuestras súplicas no han
sido atendidas”. Servidores: Pedro S. Hernández. –Clemente Ramírez. –José
33

del Carmen Barajas. –Francisco Tapias. –Joaquín Ordóñez. –Ramón Muñoz. –


Otoniel Ariza. –Segundo Rojas.
“Diario Nacional. Bogotá.

Amplíole información de anoche sobre asesinato doctor Carlos Ordóñez


Suárez: Horda fanatizada, por absurdo sectarismo con la cual Luis S. Pinto
sacó desde elecciones febrero, a bala, piedra y machete a los liberales
residentes en el municipio de Covarachía, ayer, a las cinco menos cuarto de la
tarde, verificó la otra sangrienta hazaña, cumpliendo su consigna encarecida,
de la matanza de todo elemento liberal, hecha por el caciquismo
mancomunado de Boyacá y Santander. El asalto se efectúo en el punto
llamado “La Playa”, frente a “Las Tapias” finca del mencionado señor Pinto y
guarida de expresidiarios y terribles malhechores. –El doctor Ordóñez, víctima
de esta nueva demostración de salvajismo, venía de málaga, viaje hacia
Bogotá. –Desde días atrás, de acuerdo con consigna especial, los asaltantes
espiaban el regreso de su casa (del doctor Ordóñez) y al llegar el automóvil al
sitio mencionado, unas piedras colocadas ex-profesamente en el camino, lo
obligaron a detenerse, mientras los asaltantes caían sobre los viajeros
desprevenidos y saciaban sus anhelos de venganza y política”. (En sumario
hay declaraciones que confirman esto, aunque se dice que tiraron detrás de las
cercas).

Muerto el doctor Ordóñez a causa de la descarga que le hicieron con armas de


precisión y herido en ambas piernas don Horacio Espinel, los bandidos se
cebaron en el cadáver del funcionario despedazándolo a machete. –Cuanto
traían los pasajeros dentro del automóvil, fue robado. –Suplícoles una vez más,
interesarse ante el gobierno para que permanezcan aquí las fuerzas militares,
con el fin de facilitar la captura de la pavorosa horda de malhechores que se
refugian en las fincas del mencionado señor Pinto y de los Alejandrinos. –
Torres Galindo, corresponsal”.

Un crimen como todos los que ocurren en esta tierra, sin trama, sin galanura de
detalles, sombrío como el alma de los azuzadores clericales. Una vida menos y
un cadáver más que en nada pesa sobre la conciencia de los que toman
venganza de un partido porque es noble, generoso, tiende su mano a los
obreros y desfanatiza a las masas. La política de los cosacos es torpe,
ennegrecida por odios añejos y por el miedo de perder para siempre este suelo
humilde y propicio a la explotación.

El hombre que partiera a machete la cabeza de Carlos Ordóñez Suárez, hubo


de hincar el pie sobre el cráneo para arrancarle al arma que prendida a los
sesos, se negara a salir de nuevo para propinarle otro golpe. Ruiz es el símbolo
del clero rovirense; él, como toda la horda que sigue las doctrinas que se
expanden desde los púlpitos, es adicto incondicional de los párrocos y sigue el
derrotero del crimen, único que les dará a las arpías negras un poder definitivo
sobre esta patria vendida al Vaticano. ¿Quién grita implorando justicia? No
oiréis voz alguna que se levante poderosa, todo está sumido en un mutismo de
muerte. La raza está vencida y la juventud educada por jesuitas y por
hermanos cristianos extranjeros, es una carroña envilecida que deambula por
el país de lo quimérico. ¿Quiénes vendrán a desterrar a los intrusos que
34

arrojados de México y de España pisotean nuestra tierra? Esperad, esperad, el


gran mulato se encuentra en gestación… La investigación sumaria comenzó, y
en el pueblo, los liberales, esos liberales calumniados por todos los curas de la
región, esperan ansiosos que se descubra a los asesinos intelectuales que
actuaron sobre el alma envilecida de ignorantes campesinos. ¿Qué se
descubran? ¡No! Saben quienes son; y esperan que la justicia humana caiga
sobre ellos, para verlos morder la cadena del presidiario. A los frailes, en
Colombia, no los reducen jamás a prisión; han gozado siempre de la
impunidad, y sus delitos como azuzadores de multitudes quedan en silencio.
Nuestra patria será siempre de ellos, ya que cuentan con un factor que domina
nuestros propios hogares: El confesionario. ¿Quién puede desmentirme? Ojalá
lo haga un cura, para decirle cuatro palabras al oído…¿Qué hace el gobierno
con los curas envenenadores de niñas?

HABLA LA HERMANA DE ORDOÑEZ SUAREZ

Hasta la mesa en que redacto este libro ha llegado una carta de mujer. Es el
lamento doloroso de una dama santandereana que clama justicia para su
hermano asesinado. Es el grito de una mujer que siente estremecerse su alma
al pensar en el sacrificio de su hermano, inmolado por los sectarios de una
causa miserable. Hay nobleza en todas sus palabras; esa nobleza que habla
tan alto de este Santander bizarro y hospitalario.

“El Diario Nacional”, siempre alerta como fiel centinela del liberalismo, dio
cabida en sus columnas a las frases atormentadas de Margarita Ordóñez
Suárez.

Señor Director de “El Diario Nacional”. –Bogotá

Permítome transcribirle esta carta:

“Abro un paréntesis en la inmensidad de mi dolor, para dirigirme a ese diario, el


más alto tribunal del pueblo de Santander, y para clamar sanción contra los
asesinos de mi hermano Carlos Ordóñez Suárez, el mártir que era porvenir de
su familia y una garantía de seguridad y de honradez para esta tierra
infortunada. Esa muerte, ha dejado luto inexorable en un hogar antes risueño y
colmado de felices esperanzas para una madre, dechado de virtudes y cariño,
y para mí.

No es, Dios lo sabe, la voz de la venganza la que mueve a hablar en estas


horas crueles de orfandad y amargura; es la voz de la justicia escarnecida y
postergada por la iniquidad, es el hálito de la sangre que permanece fresca y
rubrica como un inmenso interrogante bajo el cielo de la patria, preguntando
algo terrible y acusador a sus verdugos materiales e intelectuales; es la
soledad de la hermana que ve transformarse en hidra funeraria la flor de
halagüeñas esperanzas; es la tristeza del hogar desolado que ve luto y soledad
dondequiera que florecían siemprevivas y esperanzas por el ser trágicamente
arrebatado, del hermano ejemplar, del hijo inimitable y que hoy reclama la
sombra protectora de su amor y de su cariño.
35

Mi voz lleva también la sentida y enérgica protesta contra quienes pretenden


tergiversar el crimen y hacer creer que este fue fruto de acechanza de
ladrones, sin más móvil que el robo, de los cual protesto, como lo expreso
igualmente con noble indignación contra quienes comentan que el asesinato de
mi hermano fue resultado de imprudencias de éste, por haber viajado por estas
tierras cuando las pasiones políticas aullaban como chacales. Imprudencia,
porque su alma limpia e ingenua no creyó en la maldad del adversario; porque
no temió. No había porque venir a estrechar y a poner un beso inmaculado
sobre la frente de su madre enferma? Imprudente porque no tenía que temer al
salir de regreso para la capital de la república, cuando el deber le hacía
llamamiento imperativo e inaplazable? Imprudente porque nada tenía que
temer al acercarse a visitar su tierra natal en la que veía su alma llena de
aspiraciones como el diamante sin tallar, un futuro magnífico. Y que hoy
permanece oscurecido por el delito y la impunidad? Favorecida esa irritante
impunidad por “investigadores sin conciencia”, como un señor Infante, cuya
toga de magistrado, ha servido para que en sus pliegues hagan guarida los
amos o caciques de gentes que, en su ignorancia “son abandonadas por los
encargados de velar por su conducta”.

Mi hermano creyó que en la trágica encrucijada de una política sin nombre, que
estigmatiza a los piratas del ideal, cumpliéndose así lo que él, ese hermano del
alma, dijera a mi madre en ocasión reciente: “Podrán vencerme en la traición
de los cobardes, pero no en la lid franca de los caballeros”.

Y si clamo justicia para este crimen y para todos los que han ensangrentado la
tierra noble y ubérrima de Santander y del país entero, no lo hago jamás por un
sentimiento de venganza. En mi alma no tiene asiento esa actitud. Es, sí,
porque al fin veamos nuevamente asegurados los derechos y la vida de las
gentes honradas y laboriosas de esta tierra llamada a mejor suerte. Si este
delito, como ha ocurrido con otros, se deja pasar inadvertido, es decir, cobijado
por la impunidad, habrá que temblar por la cabeza de los hombres honrados.

En este caso, el sentimiento de una falsa piedad para los asesinos, sería
semilla fructificadora de injusticias, de maldades y de terror.

Así, quienes no pudimos interponernos para salvar con nuestro llanto y con
nuestra misma vida al hermano; las mujeres que hoy no tenemos más amparo
que su memoria y los brazos abiertos de la Cruz que guarda su tumba solitaria
y blanca que parece estrecharnos en nuestra enorme soledad, queremos al
menos salvar el recuerdo del mártir amparado por la justicia, librándolo siquiera
de quienes, después de decapitar su cuerpo, pretenden enlodazar con falsos
comentarios su memoria”.
(Firmada) Margarita Ordóñez Suárez

Esta carta no necesita comentarios; es la voz dolorosa de una mujer y en ella


palpita la sinceridad. Pide “justicia” para su hermano trágicamente
desaparecido, pero es imposible descorrer el velo que encubre el panorama
sombrío de García Rovira.
36

Las rocas se rompen a taladro, los árboles se derriban a golpes de hacha y el


rayo hiende las cimas prominentes. Veremos en la historia del mundo, cómo
los grandes hombres sucumben al filo del arma que, puesta en manos de
verdugos ignaros, cumple la misión de exterminar todo lo grande, lo bello y
encumbrado que pueda vibrar en los cerebros libres. ¿Qué otra cosa ha hecho
el clero en la larga trayectoria que lleva sobre la faz de la tierra, para vergüenza
de la humanidad que lo tolera? Leamos la historia de los Borgias; entremos en
las mazmorras de la inquisición y esos “in pace” nos señalarán con sus
penumbras, la ola de sangre y de exterminio que dejaron prendida a sus
muros, los que se dicen, sin fundamento: Ministros de Dios Nuestro Señor…en
los “oublietes” de los castillos feudales hay leyendas macabras que sangran
doloridas, y recuerdan los crímenes cometidos por confesores sombríos que,
para ocultar sus faltas de sensualismo, hundieran el puñal en el seno de la
virgen engañada tras las rejas fatales de ese cajón innoble que recoge los
pecados de los crédulos, da malicia a la joven casta y armas de ignominia al
fanático irredento.

A través de los tiempos se ha sostenido una lucha bravía entre los que
engañan a los ignorantes con rezos y consejas y los pocos hombres libres que
han tenido el valor de echarles al rostro sus infamias y de presentarlos ante el
mundo con todo el horror y la negra magnitud de sus maldades. ¿Qué ha sido
de esos apóstoles atormentados por combatir al clero? Casi todos han perecido
asesinados por la mano oculta que enarbola en la sombra el puñal ominoso;
inútil sería enumerar a los vencidos; en cualquier parte que oigáis predicar la
idea pura que redime y conforta, allí estará en acecho el espía clerical, quien
tiene la consigna de hacer callar al apóstol a golpes de cuchillo… Manes de
Rafael Uribe Uribe! Veneno de los Borgias, prédicas de Builes, obispo de Osos.

Los juglares de sotana van cantando sus himnos al parecer misericordiosos y,


en la humildad de sus rostros hipócritas, hay una beatitud envenenada, que ha
millares de años tiene emponzoñadas las fuentes de la idea. La sapiencia de
los padres de Jesús, confunde al pueblo con su necia metafísica, y con la
filosofía de Ginebra, y la juventud colombiana educada por hermanos cristianos
y por clérigos dictatoriales es una carroña despreciable… Queréis
declaraciones de lo que han hecho los hermanos cristianos con un niño? Que
se me llame a juicio, yo comprobaré toda la verdad de mis afirmaciones, y no
temáis a Dios, que Dios no oye las quejas de esos hermafroditas de sotana y
cayado…

Las aulas clericales, son reductos en los cuales bebe la infancia el tóxico fatal
de la inconsciencia, quedando impreparados para la vida, puesto que ellos, los
directores espirituales, ofuscan el espíritu del niño y lo incapacitan para el libre
análisis… Por esto, en Colombia tenemos e esa cáfila de rufianes que asaltan
los poderes y, colocados en posiciones sistemáticas, implantan la ideología
escolástica y nos abruman con discursos a Cristo Rey, mientras perece el
pueblo dentro del analfabetismo, el hambre y la miseria… Es necesario sacudir
el árbol para que caigan los frutos sazonados. Ese árbol de vida espiritual que
nos legaron unos cuantos sembradores. Pero es triste, ver cómo los buitres de
la política revolotean sobre sus ramas y picotean inmisericordes, mientras
nosotros, en una laxitud desesperante, seguimos la ruta siniestra de las
37

incomprensiones. –Contemporizar, adaptarnos, es el lema escrito en casi la


totalidad de las conciencias. Es necesario medrar. No importan los asesinatos
a la libertad del pueblo, siempre que el político consiga su pitanza…
Carlos Ordóñez Suárez, murió como puede morir cualquier soldado, y no sería
raro, que mañana sus propios asesinos lleguen a los altos poderes…

Pruebas fehacientes tenemos a granel para confundir a los asesinos. No se


trata simplemente de corresponsalías y de cartas, sino que el sumario que se
adelanta será trascendentalmente justiciero. Muchos ingenuos, entre ellos un
gobernador, hacen creer que los conservadores son las víctimas del liberalismo
rovirense, pero carece de fundamento esta versión. No podemos imaginar
cómo el Directorio Liberal, se haya hecho sordo al clamor de un grupo de
liberales afligidos, que esperan la muerte a la vuelta del camino y que tienen
sobre sus cabezas la consigna fatal del jefe del conservatismo: “Id hasta el
delito”.

En aras de una curiosidad muy propia de nuestra raza, y por un algo que me
impulsa a investigar los problemas políticos colombianos, he querido
permanecer en García Rovira hasta empaparme de los hechos delictuosos que
aquí se cometen a diario y conocer quiénes son sus autores.

Puedo garantizar que es el conservatismo el que asesina, si así no fuere, ¿Qué


hacen el panóptico los sesenta sujetos de filiación conservadora que pagan su
condena? ¿Cuáles son los sindicados liberales? No los hay; nadie puede
señalar a un liberal como asesino o cómplice de los asesinos que azotan a
García Rovira y flagelan a un liberalismo humildoso y sin garantías en la
Dirección del Partido ni en la conciencia nacional, ya que lo han desamparado
en manos de sus propios verdugos.

¿A qué filiación pertenecen los mil quinientos hombres que huyen de la justicia
y están acampados en bosques y praderas esperando las órdenes de los curas
o del jefe Herrera, para salir a los caminos a victimar al liberal que pase, o a
incendiarle su vivienda?

¡Juro que son afiliados a la horda azul y que los frailes se sirven de ellos para
consumar los delitos!

La voz de un pueblo es respetada en las naciones en que la injusticia y la


insensatez no alcanzan a las proporciones que han llegado en Colombia.

-¿Cuándo se ha negado audiencia a un cura? ¡Todas las veces se niega a los


liberales que van de García Rovira a pedir garantías y protección!

No hay pueblo en esta desdichada región en que el cura no sea el azuzador de


las masas. San Miguel es un prodigio de aldea; en ella el fraile envía a sus
cómplices para que incendien y asesinen y es inútil que demos el grito de
alarma, ya que ese grito se pierde entre los convencionalismos estúpidos que
se arremolinan en esa capital que por hospitalaria, se ha convertido en centro
de accionistas de la Compañía Colombiana de Electricidad, de Caballeros de
Colón y de socios del Rotary Club…
38

Explotemos la insensatez del pueblo; hagamos de este rebaño una ofrenda


magnífica para los Caudillos del Norte; explotemos, amigos, explotemos, que la
felicidad consiste en la seguridad del pan de cada día y la causa, la patria y las
ideas se cotizan a bajos precios en esta tierra sabia.

No quiero seguir dando ideas generales; quisiera una pluma vigorosa, pintar la
tragedia del liberalismo rovirense; pero el cuadro tiene tantos coágulos de
sangre, que se hace pesada la tarea de presentarlo ante la faz de los pueblos
civilizados de la tierra y, los libros, son caballeros del mundo, representativos
de razas y de culturas.

Una lista de liberales asesinados, nada tendría de interesante, ya que los curas
han dado en el quid, negándoles a esos cadáveres hasta el supremo anhelo de
ser envueltos en el trapo rojo, emblema de sus ideologías y orgullo de su vivir
inquieto, en esta tierra de persecuciones y cuna de la delincuencia jesuítico-
conservadora.

Los que hemos visto arder la casa del campesino, quemada por la mano de un
ignaro que olvida la caridad para seguir las consejas del canónigo odioso, no
podemos menos de gritar alto, muy alto, hasta que nos oigan y griten con
nosotros:

Algunos curas y algunos conservadores colombianos, son un hato de asesinos


infames!

Los que hemos visto caer inertes tantos liberales asesinados vilmente en
emboscadas siniestras, acribillados a puñaladas con cuchillos benditos, no
podemos hacer otra cosa que levantar el puño al cielo, pidiéndole venganza y
protección.

Dios está ahora sordo para el clamor de tantas viudas y para el llanto de los
huérfanos que deambulan pidiendo por caridad un pedazo de pan. No oye los
gritos de una raza perseguida por la barbarie, y que no tiene quien se duela de
ella, porque en nuestra patria, el conservatismo ha tomado todos los puntos
estratégicos y, ausculta en silencio, impunemente, con artera maña, el pomo de
la daga clerical y nefanda.

¡Piedad para García Rovira. Piedad para un grupo de liberales que sucumbe.
Piedad para la misma patria atormentada…!

Borremos la ola de sotanas que azota nuestros lares y hagamos que cese el
flagelo ignominioso de los levitas corrompidos.

VIII

Al hablar del conservatismo criminal, me refiero a los caciques que orientan el


delito. Los liberales también tenemos caciques que son responsables de
muchos atropellos e ignominias cometidas con las masas trabajadoras.
39

Necesitamos dirigentes políticos en ambos partidos; los mismos que no vayan


contra la conciencia libertadora, y si el cura y el jefe liberal de bayetón y palo,
continúan sus negociaciones, el pueblo será siempre un esclavo y la patria el
feudo de la burguesía imperante.

No soy sectario en mis apreciaciones. Estoy seguro, absolutamente seguro, de


que el liberalismo de García Rovira es una víctima propiciatoria; pero no son
menos desgraciados esos conservadores del pueblo, hombres de la jornada
ruda, a quienes se les inculca odio contra el hermano y se les lanza desde el
púlpito a la masacre y exterminio: ¿Qué cosa son esos entes obscuros que
obedecen? –Sangre de nuestra sangre. Vigor de la patria, vitalidad de la raza,
promesas recónditas y hermanos que sufren el mal de una ignorancia crasa y
la especulación de los levitas que digieren a Dios. Hay necesidad de salvar a
las masas conservadoras: ellas merecen, no nuestro odio, sino la compasión
de un liberalismo que abrirá sus puertas y estrechará la mano encallecida del
campesino, para brindarle garantías, educación y patria, ya que el cura los ha
convencido de que pertenecen a Roma.

MACARAVITA

No se aventure usted por esa tierra, me decía el presidente del Comité Liberal
de Capitanejo.

-¿Y cómo hacer para enterarme de cuanto ha ocurrido?

-Ahí tiene usted los datos precisos, documéntese en ellos.

-No señor, quiero cargar con las responsabilidades, después de estudiar el


terreno con mis propios ojos, y poder asegurar lo que escriba, con la fuerza de
una convicción absoluta. Iré a Macaravita, tomaré apuntes, y dentro de breves
días, si no quedo en el camino acribillado a balazos, regresaré a estrechar la
mano del liberalismo honrado de Capitanejo. Lástima que Mateo Solano no
pueda acompañarme en esta correría.

-Dice usted “liberales honrados”, porque cree que haya pícaros en nuestro
partido?

-Sí, hay liberales pícaros, tan pícaros como los conservadores que se refugian
en la hacienda “Tapias”. No vaya a creer usted que pienso en que todos son
unos ángeles de Dios; tenemos elementos que deberían arrastrar una cadena
en presidio, pero aquí en García Rovira, el noventa por ciento son hombres
honrados y trabajadores. A estos no lo azuzan los caciques; en cambio, los
conservadores son malos en un setenta por ciento, por la clara razón de que el
cura los instiga a la lucha fratricida.

Salgo para Macaravita. La mañana es clara como el alma de los


santandereanos. El camino es un interrogante. ¿Por qué interrogarán tanto al
viajero los caminos serranos? Hay murmullos de agua clara y cantos de
pájaros que se bañan en la onda cristalina del río. El coloso que guarda la
montaña hirsuta, tiene una cara carnavalesca; pero el sol, ese sol que calienta
40

hasta el fondo de las almas, está manchado de rojo. El sendero escarpado va


abrazando en un rictus doloroso los valles y las cimas: se quiebra al llegar al
agua del riachuelo y sigue anudándose a la tierra como una serpiente
voluptuosa y eterna. Los desfiladeros se precipitan y el viento acaricia las
crenchas rocallosas de esos abismos trágicos. Este es mi camino, el camino
del triunfo, escarpado y agreste como todo lo grande; en él disertaré,
cambiando de temperamento: a veces, me siento un pobre turco hambreado
que dejara los muelles de Marsella, para radicarse en Colombia. Otros ratos,
levanto las riendas del jumento, doy la cara al sol y me creo un redentor de la
humanidad que padece. ¿Por qué hay hambre? ¿Será el capital un delito?
¿Qué hacen los latifundistas con sus colonos? -¿Llegará el día en que
libertemos a Colombia de la explotación de las sotanas? Creo que Laureano
Gómez es un Fouché, listo a tenderse, como una cortesana, ante los pies de
Alfonso López y que los curas llevarán a nuestro futuro presidente, bajo vara de
palio, hacia el Capitolio Nacional… Todo esto es macabro; Alfonso López será
la revolución en marcha; fuerte como el Tolima victorioso y lleno de ideologías
que solucionen los arduos problemas de la patria. –En lo más alto de la sierra,
me planté para gritar, esperando que el eco se perdiera en lo infinito: ¡VIVA
ALFONSO LÓPEZ!

Un muchacho va adelante, llevando mi maleta y diciéndome “míster”. Un cura,


jinete en mula de a quinientos pesos (muy parecida a la burra en que Jesús
hizo su entrada triunfante a Jerusalén) me lleva la delantera; en cada rancho se
detiene para ofrecer Cristos, medallas y escapularios.

-Mira hija mía, le decía a una campesina: esta reliquia es traída de tierra santa;
el mismo papa la bendijo y estuvo treinta días en el sepulcro de Nuestro Seño;
te la voy a colocar en el pecho para que te salves… Primero el alma, hija mía,
que todos los bienes de la tierra! La mano del clérigo descorrió el corpiño de la
campesina, colgó al cuello la cinta y su mano pesada, lasciva y tarda, demoró
acariciando los senos de la muchacha tentadora. Yo me había sentado en una
banqueta de madera a mirar este espectáculo serio-jocoso. El cura me miraba
con impaciencia. Al fin, después de muchos rodeos transó con la campesina y
recibió tres pesos nuevos, que estaban guardados en el fondo de un baúl
tachonado de estoperoles. Este dinero era el fruto del trabajo de la infeliz,
haciendo empanadas, tamales y cogiendo café seis meses consecutivos. Sus
economías las invertía en la salvación del alma, y sus pechos temblaban, bajo
la caricia santificadora del levita…

Al despedirse el cura, sus labios se posaron sobre la cara de la muchacha


montañera y cristiana. Salió a paso lento, jinete en su mula negra, con el
abdomen en continuo devenir y mascullando una oración.

-¿Quién es ese padre? –pregunté a la muchacha.


-Luis, creo que llama, y no se de dónde será; parece extranjero, ¿no le notó la
manera de hablar?
-¿Tendrá dinero?
-Es tan pobre y caritativo… -dijo la muchacha sonriendo maliciosamente.
-¿Para qué quieres esa medalla tan cara?
-No oyó, míster, que con ella se gana el cielo?
41

-Te daré una docena de esas mismas medallas por diez centavos; tu pagaste
tres pesos oro.
-Usted no las ha hecho bendecir del papa y así no salvan a una…
En esto llegaron dos campesinos al rancho. Eran de distinta filiación política, o
así lo parecía por este diálogo que pude escuchar:
-No sias carajo, Pedro, esa vaina del Cuencordato nua salido tuavía…
-De questás hablando, Jelipe?
-Del Cuencordato que tenemos quiarreglar los liberales con la extranjería.
-Explicáme, yo no se desas cosas; el padre nua dicho nada en la misa…
-Es que yo tampoco se explicar esas complicaciones.
-Y pa qué te metés a político, siempre que nuentendés?
-Lo mesmo te pasa a vos. –Decíme, le entendés al cura lo que reza en ese
libro que lee ahí todo enredao?
-Que le voy a entender, hombre… Es doma de fe, pero los sermones si que los
entiendo…
-Yo estoy por asegurar que tuvites, Pedro, en Capitanejo la noche del 29; no te
parece, a vos que sos cristiano, mucho pecao asaltar a esa gente sin
defensa… Arrepentite, hombre, no sias bruto, defendé lo tuyo, quesque la
godarria te va a nombrar ministerio?
-Y a vos, los liberales que mataron a Dios en el Calvario, ¿te dan alguna
chanfaina?
-No la espero, hombre Pedro, pero sabé que los curas nos explotan. Ahí ves a
Cuncia, cómo les entrega a los frailes la plata que recoge de la postura de las
gallinas. Todos los domingos piden limosna. Esa gente vive sin trabajar…
-¡A güeno un hijo cura!, hombre Jelipe, man que sia verdá lo que decís, yo voy
a meter a ese niguatero de Julián al seminario…
Bueno, te ha dao pesar los muertos de Capitanejo?
-Pesar nues la palabra, te juro puesta cruz que no le hago más caso a los curas
pa´ fregar a los liberales, ¿no son iguales a vos y a yo?. Ahí tenés que semos
amigos y vos no miasés nada, ni liasés nada a mi Dios. Harto quias rezao
rosarios…Si los liberales jueran comuesos ladrones que salen al “Almorzadero”
y comuno quescribe contra la Religión, ve, Jelipe, te vuelvo a jurar que le meto
este cuchillo hasta lalma cuando me los incuentre…

Los dos hombres colocaron en un rincón sus herramientas de trabajo. La


muchacha les sirvió una taza de guarapo y hablaron de la cosecha.

Seguí mi ruta. Al fin, como un nido de oropéndolas se presentó a mis ojos


Macaravita; la torre de la iglesia es una imprecación y, allá abajo, pasa, raudo y
profundo, el río murmurador. El nevado de “El Cocuy” sugestiona al viajero: Su
cónica figura resplandece y un enorme dado de nieve yace a los pies del titán.
Se dijera que ese cono de nieve, ha helado el alma de los conservadores
sectarios que asaltan al viajero en las sombras.

El pueblo, risueño y patriarcal en otros tiempos, hoy está cabizbajo; los


hombres tienen frío en el alma y los ojos enrojecidos por la ira que ha inyectado
el sermón semanal del padre Jaimes. Vino la política clerical, alejando la calma
de los hogares campesinos y sembrando de cadáveres el suelo hospitalario de
García Rovira.
42

El cacique Alejandrino Herrera fue el primer agitador de Macaravita. Esto lo


dice Benito Castellanos; parece indignado y me refiere esta historia, que en
labios de un conservador, tiene marcada importancia:

-“Oiga, míster: este pueblo era deliciosamente encantador; aquí tenía el


forastero una acogida franca y cordial. Todas las elecciones pasaban
tranquilamente; tomábamos nuestro chocolate en la misma mesa de votaciones
y triunfábamos todas las veces; los liberales, que eran pocos, se abstenían del
sufragio; hacían como unos santos. Para qué ofender a Dios? –Lo malo estuvo
cuando esos zoquetes empezaron a depositar sus votos en la urna;
comunicamos esto al directorio y nos envió instrucciones de esa ciencia
conservadora que llaman “CHOCORAZO”. –Don Alejandrino y el cura,
comenzaron a asegurarnos que los rojos son enemigos de Dios y pueden
matarse como a perros, pero tuvimos cierto recelo, y nos contentamos con no
dejarlos arrimar a las urnas. Bernardo Blanco era el ídolo de este pueblo; para
que negarlo, era caritativo, abierto, cristiano y noble; tenía su lunarcito, cosa
tan natural en los humanos y consistía su debilidad en ser muy enamorado
(Dios se lo perdone y que en paz descanse); el único que le ganaba para estas
cosas de mujeres, era un cura, cuyo nombre me reservo. El reverendo se
enamoró de la Crispiniana y cosa idéntica ocurría a don Bernardo; vivían
consumidos por unos celos infernarles; amores en compañía no le convenían al
padre, y resolvió guardar a su tesoro (ya en cinta) en un colegio de hermanas
de la caridad. No pocas peleas tuvieron el fraile y don Bernardo, todas las
tardes le increpaba al cura su mala conducta, diciéndole: -Usted no dizque está
muerto para el mundo?, traiga a la Crispiniana o lo voy a denunciar al Obispo…

Blanco se conformó con perder su amor y dirigió sus ojos de viejo zorro a una
mujer casada. El cura intentó lo mismo, pero esta vez fue vencido en el torneo
amoroso por Bernardo, quien hacía sus visitas nocturnas a la patrona, a la que
el cura había nombrado presidenta de las Madres Católicas, así como la otra
era presidenta de las hijas de María. –Ya usted verá –decía recio el amigo
Benito –cual era la situación de este pueblo con los donjuanes. No teníamos
más tema para conversar, que los amores del cura y los celos de Bernardo o
viceversa… ¿Qué tiene de raro que un cura bien comido se enamore de una
muchacha soltera?

Para mi tenía un sabor campechano, ingenuo y agradable la charla de Don


Benito. Ese hombre, estilo Pedro José; hacía gala de su mordacidad y de un
abdomen adiposo que envidiara un obispo. Estaba lo bastante aburrido, quería
salir volando de ese pueblo, pero era indispensable saber por boca de un
conservador, cosas que los liberales se negarían a decir o adulterarían a
capricho. Nadie sabía cuál era mi política, me dije alemán y hablé en esa jerga
despreciable con que los sajones maltratan nuestra lengua.

-“Bien míster, ya le iba diciendo –continuó don Benito –que el señor Bernardo
resolvió entablar relaciones amorosas con una mujer casada; el asunto se
comentaba así y resulta que el marido conoció el truco y quiso quitarse de
encima a Blanco, apagándole la vela. –En esos días, ya estaba el cacique
Alejandrino agitándonos para que “apagáramos” liberales, puesto que el cura
Jaimes decía que merecía la gloria eterna quien “apagara” a un liberal. Aquí
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pocas ganas le teníamos a esa cuestión; dejábamos en paz a los tres o cuatro
rojos que había en el pueblo, que a decir verdad, eran creyentes y gente
honrada. El cura nos decía que no eran liberales sino de nombre, que los
verdaderos liberales, a los que había que “apagar” estaban en otros pueblos…

Un día apareció muerto en un camino Bernardo Blanco; ya los viejos nos


dábamos cuenta del suceso y de sus causas, pero, no tardaron en alarmar el
pueblo, diciendo que habían sido los liberales. Alejandrino se apareció con
campesinos armados a vaciar de “rojos” a Macaravita, pero regresó esa misma
noche, no se a dónde, dejando muy exaltados los ánimos. Comenzaron las
hostilidades por parte de algunos conservadores fanáticos y a los pocos meses
registramos el primer crimen, verdaderamente político, en esta localidad.

Por allá en octubre de 1931 llegaron dos viajeros; el pueblo enfurecido juraba
que eran liberales y quería matarlos; fueron vanas las súplicas, pero así se
ordenaba desde los púlpitos y había necesidad de cumplir órdenes… Mañana
le acabo de contar. Este maldito catarro me tiene fregado. Venga mañana,
míster, para acabarle este relato…

El discurso era demasiado largo, sin embargo yo quería conocer todos los
detalles del crimen por boca de don Benito. Fui a mi hotel: por las calles había
tumultos de hombres que denotaban ser agricultores; charlaban animadamente
y en todas sus palabras había ese algo de tierra que fluye de la boca de los
hombres contaminados de naturaleza. Por qué hay hombres perversos que les
llevan el odio al alma y los convierten en asesinos?

La cama nudosa del hotelucho provinciano prestó reposo a mi cuerpo; durante


el sueño, vi el puñal de Torquemada suspendido sobre mi cabeza.

Noches silenciosas de los pueblos fríos; la habitación con sus muros agrietados
dice cosas que no interpretan los viajeros; hay en el ambiente un olor indeciso,
que a veces hace la impresión de cosas muertas y de saudades lejanas y
brumosas. Ya al amanecer, se prende el farol del cielo y las sombras corren
presurosas por las paredes de la habitación. Las pisadas de la patrona, suenan
rítmicamente sobre las tablas agrietadas del piso que conduce a la calle. –En
las aldeas, nos hace la impresión de que las gentes se dan cita para levantarse
de la cama, todas a un mismo tiempo. Desde la puerta del hotel diviso la figura
abombada de don Benito y me dirijo a él con el más expresivo “buenos días
camarada”.

-Lo de los muertos, don Benito, cómo ha sucedido? –interrogo, con mi acento
de alemán criollo.

-Los asesinaron, pero con un poco de razón; el uno cayó muerto ahí, sobre esa
acera, el otro frente al cementerio. La gente de esta tierra es brava, figúrese
que despedazaron los cadáveres, y cada asesino llevaba su pedazo al hombro
como trofeo. Quien una pierna, quien un brazo y, sobre este tejado de enfrente,
quedaron partes del cuerpo de Luis Barrera. –Carlitos, el más guapo de la
plaza, cargaba ensartadas en su machete las partes nobles de uno de los
muertos y jugaba con ellas como quien tira balón… (Hurra, salvajes. Si me
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pagan los reales que me deben, me largo de aquí, por esta…) La trifulca duró
muchas horas, cuando quiso el alcalde hacer reconocer los cadáveres ya se
habían perdido muchas piezas interesantes. Piernas, brazos, ojos, dedos y
vísceras intestinales se encontraban encima de los tejados. Yo juraba –decía
Benito –no volver a hacer política de ésta, pero así lo manda el cura y ganar el
cielo es un imperativo para nosotros los cristianos.

____________

Penetro en la iglesia. Un viejo, arrodillado frente a una virgen bizca, imploraba


la curación de una úlcera vitalicia y solicitaba un hijo de su mujer. Beatas, hijas
de María, madres católicas y adoradoras del Santísimo Sacramento,
murmuraban sus jergas lastimosas e interminables. Me detengo ante los
santos: aquí, en este nicho de la derecha está san José, esposo de María… la
cara del santo es larga, macra y los ojos castos se detienen sobre la faz
límpida de María Magdalena. Este padre adoptivo del gentil vagabundo de
Galilea, hace milagros a granel. En otro nicho vestido de sotana y casulla
blanca, está Luis Gonzaga, digno representante del vicio solitario y en el púlpito
siniestro, hay pintados tres evangelistas en cuyos rostros la brocha gorda de un
aprendiz mató las líneas judaizantes. Quién creyera que el Padre Jaimes ha
ocupado esa tribuna conservadora para pronunciar discursos como éste:

“Queridos hermanos míos en Jesucristo: Ha llegado la hora en que el


liberalismo ha asaltado el poder y los herejes liberales angustian a la iglesia
Católica, nuestra madre y señora. Los cristianos verdaderos, deben pedir a la
santísima Virgen que nos libre de esa plaga, ya que el presidente es un rojo
malvado, y sus secuaces los exterminadores que en México y otros puntos de
la tierra, han combatido contra la religión de Jesucristo, y contra nosotros sus
humildes pastores que vamos curando las heridas de las almas. A la
congregación de las madres católicas, corresponde hacer el novenario, para
que nuestro señor se apiade de las necesidades de la patria, y a las hijas de
María, les encarezco rogar mucho al patriarca san José, para que nos libre de
esos malvados que persiguen la fe cristiana. En los antiguos tiempos, queridos
hermanos míos, eran colgados los herejes de ganchos de hierro y se les
caldeaba las espaldas con cauterios terribles. Muchos eran descuartizados a la
cola de potros salvajes, y esto, lo hacían los verdaderos creyentes que
deseaban acabar con la herejía de sobre la faz de la tierra. Dios premia a sus
hijos cuando velan por la santa religión, y no importa, él lo manda, proceder
como procedía Eustoquio Gómez en Venezuela, colgando los enemigos de la
Patria de ganchos que atravesados por las mandíbulas los levantaran en alto
para escarmiento. Solamente el conservatismo es el partido de la iglesia
católica, apostólica y romana, fuera de él, por lo tanto, no hay salvación.
Perseguid a esos rojos hasta que abdiquen de sus herejías, y el Espíritu Santo
esté con vosotros, queridos hermanos míos”.

Este sermón, lo dijo el padre Jaimes en su parroquia, pero cuentan que se


repitió en Macaravita.

Estoy absorto, sumido en mi mundo interior y dejando que del subconsciente


se escape todo aquello que ha almacenado y guarda relación con la fe. ¿Qué
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cosa es fe? –Creer lo que no se ha visto. ¿No ven estas beatas estrafalarias el
ojo bizco de la virgen de nogal, la cara flácida del mozalbete de Gonzaga, el
rostro hirsuto y macro del patriarca, y las alas doradas del Espíritu Santo?
Símbolos que representan la majestad de lo infinito, son esas imágenes
abigarradas de color, milagrosas y arcaicas…

El cerebro obtuso de las multitudes necesita invariablemente de los íconos y


fetiches, de la pompa de los rituales, de la música mística y de las procesiones
espectaculares, para creer en Dios. Por eso, dijo Lenin: “La religión es el opio
del pueblo”.

Regreso a Capitanejo por el mismo camino escarpado que domina el “Cocuy”.


Los transeúntes van silenciosos pensando en la tragedia de su tierra enlutada.
Una mujer amamanta a un niño y va despacio, resignada y llevando en las
pupilas pintado el martirio de una viudez prematura. Su marido murió acribillado
a puñaladas en Cachipay y le dejo el legado de un niño que cuenta tres meses.
Sin techo, sin pan y sin amigos, va desgranando su miseria errabunda por los
caminos rovirenses… Un hombre deformado se arrastra teniendo prendida a
las piernas una llanta de automóvil para que los guijarros no lastimen su piel, y
así, abalanzándose en las manos, sigue la ruta dolorosa de su triste existir.
Aquel hombre me ha partido el alma; simboliza las razas inferiores que se
arrastran sin llegar a tener el soplo vivificador de las ideas. El tullido talvez
piense en las bellezas del espíritu, pero su cuerpo contrahecho lo vuelve sobre
la materia deforme que le legara el cielo… Dios ha dado a cada quien, lo que le
corresponde: Unos son triunfadores y llevan la victoria impresa en la frente;
otros son sabios y han prendido el universo de sus almas múltiples; aquellos
sienten la fuerza rutilante de las monedas y atesoran el oro de las minas, en
rodajas fundidas, mientras sus espíritus esclavos cantan la canción obscena de
la concupiscencia y del delito… La humanidad necesita igualdad, fraternidad y
amor. El orden y la ley imperantes, son el patrimonio de la minoría, es decir, de
los privilegiados de Dios. La mayor parte de los hombres, sufren la explotación,
la cadena y una vergonzosa miseria sin que nadie reclame garantías y redima
al caído.

Arde el fuego en las chozas pajizas. La abuela aviva la lumbre matinal con las
astillas de un roble amigo, bajo cuya sombra durmieran los sembradores la
hora aciaga de la siesta serrana. Niños haraposos se asoman a las puertas
rústicas. Son hijos del arroyo que tienen en las pupilas pintado el dolor de una
raza atormentada. Vencidos de la vida, a quienes la sociedad mira con menos
cariño que los perros hambrientos. Vinieron sin saber de dónde, e ignoran su
destino; la sociedad les dará el legado que les corresponde por lógica racial: el
manicomio, el presidio, la cárcel o un asilo. Con toda seguridad que un treinta
por ciento de estos parias, ha de pagar el servicio militar obligatorio… Ya esto
es alguna cosa, al menos así regresarán llenos de vicios y enfermedades
venéreas…

El camino se alarga en una pesantez desesperante. Los hombres del campo se


entregan a sus duras faenas y labran la tierra con ahínco. Están amasando el
pan del mañana, para que el acaparador tome los productos y se haga rico
detrás de un mugriento mostrador. Mil azadas se levantan al aire y repiquetean
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sobre la tierra fértil. El panorama es magnífico, huele a trigo maduro y a


arrayanes en flor. Las mujeres van a llevar el desayuno a los trabajadores. Son
hembras duras y de caderas redondas que cantan la canción de la fecundidad.
Los senos se alzan erectos como tentaciones y el viento agita los pañuelos
multicolores que descuelgan sus puntas sobre los cuellos nítidos de las
mujeres campesinas.

Llego a Capitanejo. Hay inquietud en la población; ese mismo día se ha


presentado un espectáculo interesante: riñeron un cura católico y un ministro
protestante. El católico decía fuerte, con voz ronca de gallego:

-La iglesia católica tiene dos cabezas: una es Dios y la otra el papa.
-Mi, cagamba, no sabeg cómo vivig un animal con dos cabezas…en alemañia
no habeg ese cuestiono…
-Extranjero corrompido, exclama el cura español, has venido e explotar a este
humilde rebaño de Nuestro Señor… ¡Guarda castidad, como la guardo yo…
(¡El cura tiene nueve hijos, y es casto!; son cosas del Espíritu Santo).

Los amigos me reciben con alegría; están satisfechos, parece que el señor
Olaya Herrera no dará nombramiento de “pacificador” al cura Gómez Serrano y
ya se puede ir de paseo hasta un kilómetro, a pie, por la carretera Central, sin
peligro a que le vuelen al paseante la cabeza de un tiro.

En Soatá las cosas marchan muy mal; recibo la comunicación de que se han
conseguido un Cristo vivo para la semana santa y este Cristo ha sido el liberal
Pepe Escobar.

Diez declaraciones atestiguan este hecho delictuoso, pero allá existe el


canónigo Peñuela, hermano de Sotero y a él han de obedecer las autoridades
militares y todo el partido conservador.

SOATA. JUEVES SANTO EN CARNE VIVA

Sea este el último crimen que registren las páginas de mi libro, porque siento
repugnancia en adelantar en narraciones que son afrentosas para Colombia. A
secas, sin adjetivar, porque en la hora presente hay necesidad del sustantivo
rotundo, voy a relatar en otra página histórica un jueves santo célebre. Los
católicos de Soatá o mejor dicho, no los católicos de corazón noble, sino esa
caterva odiosa de mercaderes que trafican con Cristo, quiso darnos un
espectáculo sangriento y conmemorar la fiesta luctuosa de la iglesia, con un
crimen que no tiene perdón: Cambiaron a Cristo Redentor, por el liberal Pepe
Escobar…

Risa, infamia, denigración absurda de una raza de víboras.

Cuando en el orbe entero se prosternan los rostros en tierra para conmemorar


aquel suceso magno del Calvario que libertara al género humano, en una aldea
apartada de Colombia, los mismos que se dicen apóstoles del Salvador, llegan
a envilecer toda una apoteosis.
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¿Cómo se verificó el hecho?


Cuando el salvajismo raya en el más absurdo cinismo, la pluma trepida entre
las manos, se oprime el corazón y quisiéramos estrangular la idea. El atentado
que se registro en Soatá, no tiene anales en la historia procelosa del
conservatismo-clerical colombiano. Muchas ignominias se han cometido; han
llegado los frailes hasta envenenar a una niña de catorce años con la hostia
consagrada y han convertido los conventos en refugio de sus concubinas, pero
jamás se habían atrevido a abofetear la memoria del nazareno…

Entre copas, risas y rezos, un pueblo enardecido por la pasión católica y


conservadora, dio el espectáculo sombrío de la estulticia lleva a extremos no
imaginados. No contentos con mirar en el templo la imagen de Cristo
crucificado y quizás enardecidos por la sangre que simulara salir de sus
heridas, quisieron ellos buscar a un hombre a quien desnudar, azotarlo y
abrirle heridas para extasiarse ante ellas. La sangre no oscureció sus pupilas
de chacales, tuvieron sed y salieron en horda fratricida en busca de un liberal.

Pepe escobar fue la victima propiciatoria del conservatismo-clerical de Soatá.

De casa del doctor Francisco Gallón sacó la turba enfurecida a Escobar. Las
damas y los niños gritaban, pidiendo piedad para ese hombre. Nadie oía los
gritos siniestros salidos de mil bocas; piedad, justicia, repetían las gargantas
fatigadas, pero el populacho adelantaba con Pepe Escobar atado con gruesos
cables y dándole de latigazos. Los ultrajes se sucedían sin interrupción;
arrancaron por completo los caballeros a la víctima y la cabeza le quedó en
carne viva, sangrante, a manera de un muñón que levantado en alto, sirviera
de diversión a los caníbales de Soatá. Cada vez que la turba frenética le
quitaba un pedazo de carne, la multitud aplaudía con una alharaca
enloquecedora. Escobar era lanzado de acera a acera y contra las paredes
dejaba rastro de sangre y tiras de piel. Al fin cayó desvanecido; la turba se
disputaba ese cuerpo mutilado, y ya muy tarde, saciada la sed de una
venganza feroz, el señor Alcalde hizo conducir a la cárcel a Pepe Escobar, sin
sentido y casi agonizante.

Rafael Núñez dijo: “Cruzarán generaciones de generaciones, antes de entrar la


luz a Boyacá” y estas palabras fueron proferidas en la plaza del pueblo que
gobiernan los Peñuelas, hermanos de Sotero. Esa aldea grande con
pretensiones de ciudad, acumula en su seno toda la barbarie de tiempos
primitivos y el sectarismo religioso está arraigado al alma de esas gentes
absurdas e ignorantes.

Entró la luz a Boyacá; vino el progreso redentor a todas las ciudades, se


empapó de ciencia el pueblo otrora ignaro, evolucionaron hasta las aldeas
remotas, pero Soatá quedó petrificada, cumpliéndose en ese pueblo las
palabras de Núñez, desmentidas por el resto del Departamento próspero y
laborioso.

Hacer comentarios a tanta vileza es cosa que desprecio. ¿Cómo callar? Los
pueblos necesitan la pluma que corrija esos ímpetus salvajes. El clero, si, ese
clero que hace cuatrocientos años domina a Colombia, es el causante de la
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salvaje fanatización de las masas. A él debemos esta época de barbarie y


sectarismo en que la Patria se hunde y, vemos con ojos asustados cómo los
señores altos, influyentes y sabios, transan vergonzosamente con los
esquilmadores del pueblo colombiano, verdugos que no solamente encadenan
las conciencias, sino que estorban el proceso evolutivo de esta pobre nación.

Una república que da su ejército para que luzca escapularios por las calles,
caminando indolente detrás de un muñeco de madera, es una nación que
podemos llamar envilecida. Igual que España, tendrá Colombia que sacudir la
cadena jesuítica, si quiere entrar en el rol de los pueblos civilizados. Los que
piensan y dominan a las multitudes, jamás han predicado la idea clara que
puede salvarlas; ellos creen que la guerra es un flagelo tremendo, pero se
engañan: todo parto tiene dolor y toda emancipación ha de teñirse de púrpura.
¿Creéis que los fanáticos dejarían que sancionáramos libremente a tanto
clérigo corrompido? ¡Jamás! Para ellos el pastor es inviolable; adorarían
gustosos a Torquemada y no han visto las faltas de aquel Alejandro VI,
vergüenza de un siglo y estigma de una raza. Purifiquemos el ambiente;
hagamos que nuestro pueblo tenga una personalidad definitiva y dentro de las
libertades bien entendidas; tengamos a la religión dentro de la ley, y a los
clérigos explotadores dentro de los calabozos.

Soatá es un reducto de frailes ignorantes que han entorpecido más y más las
conciencias de esos centenares de fieras que los rodean. Si estudiamos la
causa de esa falta de humanidad, de esa encanallecida manera de proceder, la
encontraremos indiscutiblemente en la influencia del clero en la conciencia de
las multitudes. Dicen que no puede subsistir un pueblo sin religión; hasta cierto
punto es aceptable la teoría, pero no aceptaremos jamás que pueda vivir un
pueblo sin honor, por haberle entregado su conciencia a los mercaderes que se
dicen apóstoles de Jesucristo. En Colombia no se adora a Dios, sino al
Primado. No se rinde pleitesía a las imágenes de los santos, sino a la casulla y
al báculo del obispo. Nadie cree en otra cosa que en la influencia del clero en la
política y en la sociedad, e hipócritamente, de una manera baja y miserable, se
arrastra nuestra juventud colombiana, educada por jesuitas y por hermanos
cristianos.

El pueblo está encanallecido por haber bebido las primeras letras al compás de
rezos confusos y de plegarias balbucientes; se le ha confundido la ciencia
humana con la majestad divina, y ya para esas masas no hay otra cosa que
misterios irresolubles.

El crimen cometido en Soatá, cambiando a Jesucristo por un liberal para


azotarlo y escarnecerlo, nos da la idea de la inmoralidad de los pueblos
creyentes de Colombia. Esa es la masa educada por los curas; siempre la
sangre estará salpicando las sotanas, mientras haya pueblos entorpecidos que
crean en la inhabilidad del papa, y en las pláticas de los curas, que explotan
aldeas y ciudades, a caballeros de levita y a humildes artesanos.

Inútiles prédicas de apóstoles sanos han resonado afónicas en este aprisco de


esclavos. Nadie quiere escuchar, y los que piensan, los cerebrales, andan
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atareados canjeando libertad por servilismo, siempre que ese servilismo se


traduzca en bienestar corporal.

HACIA BOGOTA

En la agitación política de García Rovira, vino a prenderse la chispa de la


guerra con el Perú. Mientras los liberales hacían manifestaciones, tratando de
levantar el sentimiento patriótico de las masas, los curas y el cacique Herrera,
se afanaban por señalar al gobierno nacional como a un impostor. Los púlpitos
tronaban contra Olaya Herrera; las circulares de Builes eran leídas con fruición
en los corrillos, y en vano se trataba de levantar el espíritu de las gentes para
abocar el problema internacional.

Yo si creo en la guerra; en vano tratarán los escritores conservadores de


tergiversar la verdad de este asunto, y si Alfonso López ha procurado arreglar
amistosamente con la nación peruana, debemos tener e cuenta que esa
negociación se hace a base de patriotismo y de cumplida honorabilidad.

Salgo para la capital de la república, atontado, mohíno y desesperanzado. He


visitado dos veces a García Rovira, y siempre tengo que hacerme el hombre
fuerte, para no renunciar a la tarea de escribir las tragedias de este suelo
atormentado, que se me ha prendido al corazón como una arista sangrante y
dolorosa. El carro en que viajo es conducido por un muchacho liberal; en sus
ojos hay desconfianza y a cada diez o veinte kilómetros, examina el terreno.
Junto al volante, lleva el revólver niquelado, y encima del parabrisa, una
escopeta de dos cañones. ¡Esto es tener armas y… miedo!

-Hace muchos días que estoy estudiando la manera de sacar a Torres Galindo
de Capitanejo; lo van a matar como mataron a Pimentel, me dice el chofer con
voz lenta y calmada.

-Y cómo puedes sacarlo?, no sabes que pasando por Soatá tendrán que
resistir un combate? –A ese sujeto no le darán libertad; su suerte está echada:
o triunfa, o muere en Capitanejo.

-Sí, así mismo lo he creído, pero dentro de un cajón, acomodado en una


camioneta del gobierno, puede escapar. Ya no debe continuar en la lucha
política, su vida está pendiente de un hilo…

Junto a mi, viaja una muchacha que va a ingresar a un colegio de hermanas de


la caridad; conversamos sobre diversos tópicos, y al fin le hago el amor. El
chofer mira de soslayo y parece disgustado porque no atiendo su charla política
y su valeroso plan de libertar de la muerte al presidente del Comité Liberal de
Capitanejo. Me divierto tomando las manos a la niña que dentro de breves días
ingresará al colegio. Los senos de Luisa, así se llama la chica, son erectos y
provocativos. En el colegio les pondrán una faja elástica para matar ese par de
tentaciones, y han de tornarse flácidos, colgantes y marchitos.

En una casa pajiza, funciona una escuela rural. La maestra, una mujer macra,
ojerosa y larga, hace rezar a los niños. Da clase por la mañana a los hombres y
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el medio día restante lo dedica a las mujeres. Enseña a rezar oraciones, cuenta
vidas de santos que quizás no existan sino en la mente de la buena señora, y
cantan los muchachos con voces chillonas plegarias a María santísima y al
patriarca florecido que se llama José.

A esa escuela va un cura homosexual y acaricia a los mozalbetes, a la par que


regala medallas, cintas y escapularios. La maestra se pone su vestido de
zaraza morada, luce una balaca azul, y su reverencia, el padre Gervasio, se va
muy satisfecho de los progresos educacionistas en la infancia campesina.

Llegamos a una casa y el chofer para el carro. Un viejo sale a recibirnos.


Pedimos almuerzo a la patrona y nos sirve un trozo de lechón. Almorzando,
veo un ataúd suspenso de dos cuerdas y levantado contra el techo.

-¿Qué es esto, patrón?


-¿Qué va a ser, mi niño: me he prevenido desde en vida, para que me entierren
con vestido de palo. Eso de quedar en la pura tierra, es una vaina…
-¿Pero crees que morirás en tu casa?
-Si los rojos no me matan en una de esas revueltas, he de morir en mi cama.
-¿Y qué es eso de pelear cada rato, patrón?.
-Hombre, usted no sabe que es necesario limpiar este país de rojos
malucos…Yo le hablo clarito; usted tiene cara de seminarista…¿Dígame la -
verdad, va pal´ seminario?
-Sí, mi viejo, voy para el seminario conciliar, y está niña quedará en el colegio
de las reverendas madres de la caridad…
-Ustedes son católicos y conservadores; ahora nos vamos a librar de ese
cabecicaído de Olaya Herrera, y el muelón de López no ha de llegar a la
presidencia. Están llegando sus reverencias, los curas desterrados de México,
a ayudarnos a acabar con los liberales y con los güelcheviques. ¡Virgen de las
misericordias, como me bailan las manos y hasta las plantas de los pies! Este
García Rovira va a quedar limpiecito, como las alas del Espíritu Santo que hay
en la Concha…
-¿Te gustaría matar rojos?
-¿Qué si mia de gustar? –Allí tengo mi machete que es un verraco de
veinticuatro pulgadas, y dos rivólveres hasta lalma de tiros…Con una señita
que me haga la dirección, y al monte viejo, a matar perros…
-En el seminario, voy a rezar mucho por este patrón, le dije a la mujer que
levantaba los platos de la mesa.
-Rece mucho dotorcito, que él no ha de morir en la cama… Ya me lo han traído
herido tres veces, ¿sabe qué hizo en Cachipay?
-Cuente, patrona, cuente.
-Nada, le dieron una puñalada, por meterse en lo que no le importa y por el
güeco se le salió un pedazo de peritroneo…
-Peritoneo, le corrijo.
-Bueno, peritroneo, el caso jue que se cortó con la cuchilla el sobrante que le
caía sobre la panza, y se lo tiraron a un perro… Allí tiene a ese hombre vivo sin
esa pieza. La curación nos costó seis vacas, porquijueldiablo los médicos pa
ladrones… ¡Virgen de las misericordias! –La buena mujer se daba golpes en la
mamilla izquierda. (Señal de penitencia)
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Salimos de aquella casa. Yo pensaba qué sería de mí con cara de seminarista


y de la muchacha que nos acompañaba y tenía más deseo de matrimonio que
de disciplina claustral.

Llegué a Bogotá, a contemplar el panorama de los pingüinos filósofos.

Colombia es un país original; en Bogotá lo vemos, porque la capital, es el


recipiente obligado que capta las emotividades de provincia. ¿A qué tanta
rabia? Parece que los valores intelectuales se dan cita para blasfemar de la
única ciudad autóctona que tenemos en el país. ¿Qué es Bogotá? Esto se
preguntan millares de provincianos estultos, creyentes de que la grandeza de la
capital está radicada en el policía de “El Tiempo”. No saben que el alma
bogotana es delicada, expansiva, exquisita y hay un espíritu capaz de percibir
todas las bellezas intelectuales. -¿Y los piojos? –Otra pregunta estulta; todos
los señores de provincia, que se creen inteligentes y sabios, van a Bogotá.
¿Qué buscan? –Una personalidad; las personalidades en Colombia pueden
fabricarse con letras de molde y un retrato, en primera página, con un titular
vistoso, capaz de saciar los apetitos a cualquier provinciano, no inteligente y
letrado. El despecho, se justifica claramente, por no haber conquistado el
objetivo de las diarias preocupaciones. ¿No le parece a usted muy interesante,
hacerse retratar en Bogotá?

Los políticos van a la capital para darse aires de doctores ilustres. Regresan a
sus pueblos remedando el caminado y el habla de los santafereños, pero en el
fondo los odian hasta más no poder. He visto a varios entrerrieños ensayando
usar guantes y bastón; y la señora de un ministro, al llegar a Bogotá, se
sentaba en el suelo, sobre uno de esos tapetes que suelen llevar a la iglesia las
beatas. Me consta que Doña Chila aún no es capaz de sentarse en una butaca:
le marea la altura. Estas gentes siempre han de hablar mal de nuestra capital y
en ciertas cosas tienen razón los provincianos.

Voy al Palacio de la Carrera. Ahí no se puede entrar. En “El Tiempo” me ataja


el policía de “turno”. Voy al Capitolio y pregunto por el doctor Hoyos. Es un
viejo simpático y socarrón; me recibe muerto de risa y llama a una muchacha
para que nos traiga café. La chica es atenta y el doctor le toca los senos ajados
de tanto dejárselos manosear de las altas autoridades. Enseño los originales
de “Sangre y Sotanas” al señor sub-secretario, o secretario del Ministro de
Gobierno (yo no estoy bien enterado de esas dignidades), salta de su asiento,
se ruboriza y me llama revolucionario. Definitivamente que el doctor Hoyos no
está preparado para las grandes hazañas literarias; sobre el escritorio, pisado
con un tintero de cristal, tiene un número de “Mundo al Día” y el “Cancionero
antioqueño”. Me ofreció un empleo con setenta pesos mensuales, y comprendí
que pretendía utilizar mis habilidades…

No vi en el Capitolio sino viejos calvos y zambos chocoanos que devengan sin


trabajar. Quise enseñar mi libro a Jorge Eliécer y eché a caminar por la
séptima. Un portero almidonado me recibe con desdén, ve mi traje sucio y los
zapatos sin lustrar y dice que el doctor está muy ocupado con unos señores del
gobierno. Espero largas horas y al fin sale un mulatito simpático, peinado con
gomina, lindamente vestido y que ha olvidado el castellano en Italia.
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-Monto piacheri mio caro… para servir ao signori…

-Quería tratar un asunto importante con el doctor... Los ojos del padre del
Proletariado colombiano me miran con lástima. Examina mi figura larga, bizca y
desgarbada y echa mano de la cartera para regalarme un billete. Interrumpo
este atentado contra mi dignidad y le suelto los originales de “Sangre y
Sotanas”. Los hojea nerviosamente y toma el “Diario Nacional” que reposa
sobre su escritorio.

-Es usted Tello Mejía?


-Sí, doctor, ahí está publicado uno de mis artículos sobre García Rovira.
-“El Diario Nacional” sí se duele de la suerte de esa provincia.

Vuelve a mirarme despóticamente y al fin tengo que abandonarlo; me sentí sin


alientos para despedirme de ese líder integérrimo que ha coronado todas las
alturas y usa pantalones a rayas.

En la calle medito en la tragedia política de Colombia. Intento visitar a Luis


Cano, pero pienso con amargura que carezco de guantes, bastón y pantalón de
fantasía, adminículos que dan prestancia en la capital. Por tener varios pares
de guantes y un bastón muy grueso, fue nombrado cónsul el “Mono Primavera”.

Yo no se cómo habla Eduardo Santos, pero respeto profundamente su gran


talento, tiene tanta materia gris, que sabe cuánto vale Restrepo que es el único
financista letrado que existe en nuestra patria.

Bogotá no es para vivir largos días sin tener una indumentaria teatral. Todo lo
hace la presentación y para conseguir con el gobierno lo que se desee, basta
llevar elegantemente los disfraces y ser amigo de Nieto Caballero.

Con mis originales debajo del brazo, pasé por cafetines, parques y chicherías.
La inteligencia racial de nuestra capital está radicada en la chicha. Un hombre
que toma chicha bogotana sube al pináculo de la gloria; el padre Tejada ingiere
dos litros de este líquido y hace versos maravillosos. Quitadle la bebida chibcha
a los hombres de la capital y se tornarán en ovejas. Son leones en las jornadas
de junio, en las barras del Senado o en los circos de toros; pero todo este furor
revolucionario, está dentro de los barriles, y ahí, en esa fuente clara, se
embellece espiritualmente el pueblo bogotano.

Voy a los templos y tomo apuntes para un cronicón que tendré que publicar en
mi provincia. Las iglesias de nuestra capital son estimulantes para el espíritu.
Hay un mínimum de santos bizcos y caratosos; los ángeles tienen las alas de
cartón y las enaguas de la Verónica están adornadas con letines anchos y
pulcros. Quiero meditar y pensando en la gloria prometida hacer oración. En
esto llega un viejo, compañero de Cortés Vargas y de Eladio Paz Ledezma. Se
arrodilla, abre los brazos en cruz, se santigua repetidas veces, se da golpes de
pecho y prorrumpe en plegarias pidiendo que los liberales caigan
definitivamente del poder para la salvación de su alma. El espíritu de ese señor
es hermético como la ipecacuana. Ha sufrido la amargura de ver a sus amigos
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sin empleo y le han perdido una hija. ¡Maldito régimen!, exclama con los brazos
en cruz…

Los profesores de psico-análisis han fracasado en Bogotá. Claro que tienen


que fallar en sus cálculos. Una raza ingenua y cristiana, con hábitos similares y
una conciencia standard, nada puede dar que valga la pena de aplicar teorías
freudianas. Fijemos la atención en este hecho: Mientras el pueblo hace
manifestaciones y apedrea el consulado peruano, en Lima dicen: ¿para qué
pelear con los colombianos? Hay discrepancia entre ambas razas. La una es
ingenua, la otra no es nada. El Perú es tierra mansa y carece de valores
raciales, Bogotá, en conjunto, es lo mejor de Colombia; no se puede estudiar
por separado ninguna unidad capitalina. El valor es colectivo, lo mismo el
talento y el sentimentalismo. Los místeres que visitan a Bogotá, salen en
cabeza a la calle y entran con el sombrero puesto al Capitolio Nacional. Folsom
es el americano más juicioso e inteligente que ha llegado a nuestra patria;
compró el Catatumbo y van a civilizarlo con mujeres yanquis y negros de
Jamaica. Verdaderamente que el Catatumbo es un emporio de riquezas, a las
puertas del Capitolio Nacional, en épocas pasadas, se puso este letrero:
“Vendemos lotes de terreno a precios módicos y garantizamos la vida a los
compradores en caso que los ataquen los indios”. –Chaux-Folsom & Company.

Voy por todas partes. Conozco cronistas y saltimbanquis de la prensa diaria.


Jaime Barrera Parra es el único valor autóctono que tienen en el Altiplano,
nació en Santander y es un escritor que va triunfante por esta patria que lee
fervorosamente a Fernando González.

No encuentro una imprenta que eche a volar mi libro “Sangre y Sotanas”.nadie


quiere inmiscuirse en asunto tan delicado y se hacen los que no quieren la
cosa porque el cura puede tirarles las orejas. Mi amigo, el doctor Turbay ha
dejado de ser revolucionario y toma Brandy con el arzobispo en el club
social…Qué esperanzas pueden quedarme de dar al público esta obra
documentada?

Benjamín, el buen Benjamín de “El Diario Nacional” es liberal por atavismo. Ha


publicado un capítulo de mi libro y me ofrece las columnas de su diario; quedo
agradecido. Al fin de fines hubo un valiente capaz de relatar los crímenes de
los curas rovirenses.

Mis anteojos van por todas partes. Salieron blancos de Capitanejo y llegaron
opacos a Bogotá de tanto mirar personalidades raciales. Por Tunja se fueron
detrás de la gloria del Presidente del Directorio Liberal y enfocaron la silueta
macra del párroco agiotista, que vendió la gloria eterna, a un campesino, por
seiscientos pesos oro…

Bogotá me ha dado la impresión de que en la vida se puede llegar a ser una


conspicua personalidad. El hombre ha de evolucionar y con seis libros de
ciencias, artes y oficios, puede un escritor llegar al pináculo de la gloria.

En el hotel, convidado por un amigo sincero y noble, voy a tomar el almuerzo.


Un cura está llenando su panza. Viste de negro (no es una caso curioso) y se
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ha calado un poncho para no ensuciar la sotana. Los curas son sucios; nadie
se atreve a afirmar lo contrario. Hablamos de gentes importantes. En Colombia
la importancia estriba en ser muy seco; hablar reposadamente y tener cara
dura. Generalmente los sabios de mi tierra escriben libros de trescientas
páginas para no defraudar a los lectores. El papel vale a tres pesos la resma,
pero nadie compra una obra por el valor intelectual; generalmente cotizan la
carátula y el papel. Yo no quiero ni siquiera ser escritor. ¿Para qué? –Cualquier
hombre gordo que viaje a Buenos Aires regresa siendo ilustre; las
Enciclopedias valen de ciento a ciento ochenta pesos y en mi país venden los
libreros unas mil quinientas enciclopedias por año. Ahí está el valor de las
gentes de Colombia.

Cierro este libro (no son trescientas cincuenta páginas) y preparo otro que dirá
verdades rotundas. En qué estriba la verdad? –Los colombianos no hemos
sabido encontrarla, tanto que nos engañamos ingenuamente y protestamos de
lo que entraña nobleza y carácter. Mis afirmaciones son sustantivas y se que
tengo talento. El talento no duerme en los libros viejos, sino en esa masa
cefálica colocada en determinado lugar y que puede producir, originalmente,
algo distanciado del común.

PACIFIQUEMOS A GARCIA ROVIRA

Después de una lucha inútil por pacificar con el ejército a García Rovira, viene
diez puntos misteriosos a intrigar en la curiosidad de los políticos. Hoy sí se
pacificará esta tierra buena, los “puntos” (de fuego) son purificadores. Lo malo
estriba en que se ha perdido mucho tiempo, mucha paciencia y bastante
dinero. El ejército entregado a la molicie, solamente ha esperado que lo
ataquen los sectarios o traten de tomarse la plaza en que duermen los
soldados a pierna suelta, mientras los oficiales enamoran a las cocineras y a
las cocotas baratas.

En Colombia todo se hace un problema magno; es que no tenemos tiempo


para pensar lo nuestro, ya que vivimos embargados de snobismo ajeno y de
culturas estrambóticas. A cualquiera bagatela se le da una importancia magna,
así se venden mayormente los periódicos y el señor Ministro encargado de
resolver la cuestión, pasa por un genio innovador y prudentísimo.

En García Rovira el problema está al alcance de cualquier carretero. Basta con


capturar a los asesinos conservadores que andan por las montañas; para esto
son suficientes cien hombres fuertes, dispuestos a trabajar incansablemente
hasta dar caz a los malhechores. Capturados estos, se les llevará al panóptico
sin hacer caso del fraile que querrá sacarlos de mano de la justicia. ¡Ahí está lo
grave! El cura indiscutiblemente ha de interesarse por sus afiliados, porque en
verdad, los sacerdotes rovirenses tiene las manos sucias de sangre y temen
que sus cómplices los delaten. Tristes y dolorosa verdad es esta, pero ¿cómo
callarla?

La pacificación en manos de un Serrano Blanco, ese político que firma un


manifiesto de paz cuando ya están cumplidas sus consignas fatales, no puede
ser otra cosa que una de las tantas anomalías que ocurren a diario en este país
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de locos. Cómo se le ocurrió a Jorge Eliécer Gaitán transar con el hombre que
predica a sus huestes “el delito”? –Así creen en la pacificación esos señores
que no conocen estas tierras. García Rovira registra la más dolorosa
persecución conservadora. Al transar los dirigentes de ambos bandos, no
cesará por ello la lucha, puesto que aquí se ha vertido mucha sangre liberal y
esos muertos tienen parientes, hermanos, amigos a quienes doler, sin que
ninguna de las víctimas tenga parentesco con el Presidente del Directorio
Liberal… ¿Quién los ha asesinado? ¡El conservatismo! ¿Cuál fue el culpable
de la masacre? –Serrano Blanco al incitarlos a la lucha y los curas que les
entregaron los puñales benditos…

Pacifiquen a García Rovira en buena hora. Venga la paz y la armonía entre


ambos partidos. Pero para ello sería indispensable cambiar el clero rovirense,
desterrar a Alejandrino Herrera y a otros elementos conservadores ebrios de
sangre, capturar a los conservadores que están implicados en crímenes y no
hacer caso a los curas cuando pidan a voz en cuello la libertad de los
sindicados.

Jueces honrados tendrían que pagar quizás con la propia vida la sentencia que
dictarán, si tenemos en cuenta que los responsables intelectuales de los
sucesos de García Rovira, son clérigos y altas personalidades políticas, a
quienes alcanzaría la sanción judicial.

Bello día de justicia¡ Por primera vez veríamos a las leyes colombianas
castigando a esos santos varones que desde sus cátedras, han impulsado la
ola del exterminio. Los grilletes brillarían diáfanos al apretar la pantorrilla del
cura corrompido y del político atrabiliario. Los ojos claudicantes de tantos
jueces sin honor, alumbrarían en las celdas del presidio como ascuas rojas de
sangre.

Pacifiquemos a García Rovira, pero que esa pacificación no se vuelva en


contra de los pacificadores.

Alejandrino Herrera y Juan J. Wilches han sido absueltos por solicitud del
mismo fiscal que vio en la causa, Dios los perdone y tenga misericordia de
ellos, pobres almas descarriadas que no han hecho más que penitencia y
caridad. Par el señor Fiscal mis felicitaciones efusivas.

Medellín es el epicentro de la justicia conservadora.

FIN
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