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Esa melodía parecía inmortal, y esta crecía en los corazones de los dos jovenes.
Pero el pecador conocimiento se asomó y descubrieron que la melodía era siempre
repetitiva. Poco a poco la melodía pareció imperceptible mientras se acostumbraron a
esta. Luego sintieron que ya la melodía había muerto y el joven sonrió y pareció
alejarse. Acciones extrañas, peticiones sin lógica alguna, el joven sólo tenia su sonrisa
coherente hacia ella.
—La música nunca muere, sólo que al acostumbrarnos a ella dejamos de oírla.
La joven abrió los ojos y lo entendió todo. El anciano ya no estaba allí pero sus
pensamientos no se detuvieron en ese hecho. Ese anciano le había enseñado que la
música estaba allí pero mayor aún que eso, que ella poseía la música. Ella misma
tenía la música que alborotaba sus emociones, la hacía reír, llorar y sonreír. Había
descubierto su propia melodía.
Esto la hizo levantarse de la orilla del río y caminar hacia el poblado. Escuchó
que el muchacho se encontraba en uno de los colmados y decidió ir a enfrentarlo. Ya
sea si este se cansó, necesitaba continuar su camino o otra mujer quería ella debía
saberlo. Estaba consciente del seguro disgusto que tendría pero ya no le temía, puesto
que su música jamás la iba a perder.
—A mis oídos habías llegado en cada paso que había dado. En las montañas, en los
senderos... Pero cuando te vi, te reconocí inmediatamente y pronto sentí que serías la
mujer que eres ahora— le contestó el muchacho.