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Y7urk Leopoldo Lugones Prélogo Jorge Luis Borges Ilustraciones Ravil Soldi Y7uR PROLOGO No es aventurado afirmar que Yzur es el primer cuento fantastico, no sélo cronolégicamente, lo cual es de escasa importancia, sino también estéticamente, de la literatura argentina. Este juicio puede llevar a la polémica y no a la conviccion; digamos que es uno de los dos mejores cuentos y dejemos al discreto lector la eleccién del otro, o de los otros. Descendamos ahora a las cireunstancias histéricas. Las fuerzas extra- fas aparecieron en Buenos Aires en 1906. Alguien ha observado que Lugones tuvo diversos y sucesivos maestros y que no hay libro suyo en el que no percibamos inequivocamente a éste 0 aquél. Albert Samain preside Los crepisculos del jardin; Jules Laforgue, el Lunario sentimental; Hugo esta en todas partes. Jovis omnia plena. Cabria notar que, para Leopoldo Lugones, la lectura de un texto y el descubrimiento de un escritor no fueron experiencias menos intimas y esenciales que las desventuras 0 los dones de una pasion. {Qué raz6n puede haber para no admitir que un literato sea sensible a la literatura? Emerson ha escrito que la poesia nace de la poesia. Las fuerzas extranas fueron sofiadas y redactadas bajo el influjo de Poe, de Wells y, menos probablemente, de su contemporaneo Papini. Esos autores estaban al alcance de todos, pero sélo Lugones escri- bio Las fuerzas extranas. En ese volumen se incluyen cuatro breves obras maestras. Una, indis- cutible, es La Uuvia de fuego. Su estimulo fue el versieulo 24 del capitulo 19 del Génesis, que se lee asi en la clasica versién espafiola de Casiodoro de Reina: “Entonces llovié Jehov sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Jehova desde los cielos”, Ese texto lacénico fue un punto de partida para la imaginacién de Lugones, que lo amplié con rasgos circuns- tanciales y con la personalidad del narrador, que, desde luego, tiene menos de hebreo que de griego. Otro, La estatua de sal, procede del versiculo 26 del mismo libro: “Entonces la mujer de Lot miré atras, a espaldas de él, y se volvié estatua de sal”. Se atribuye a Pitagoras el dictamen de que no se debe mirar atras en las despedidas; esto puede interpretarse de un modo magico o, esencial- mente, de un modo psicolégico. La mujer de Lot se transforma en estatua de sal porque ha visto una cosa que esta vedada a los ojos humanos. Asi lo afirman las tltimas palabras del cuento, cuyo protagonista no es la mujer sino el anacoreta Sosistrato. Este relato que se deriva del anterior, es inferior al anterior por su evidente falta de unidad. Sus patéticas paginas abundan en frases memora- bles, dignas de su autor y de Hugo. Casi al azar citemos: “A los ojos del solitario aparecié wna mujer, vieja como la eternidad, envuelta en andrajos terribles, de una lividez de ceniza, flaca y temblorosa, lena de siglos,” El més famoso de los sonetos de Heredia es el llamado Fuite de centaures. Heredia empieza con centauros y concluye con Hércules; Lugo- nes, en Los caballos de Abdera nos da un relato de cardcter histérico y bruscamente asciende a lo mitolégico. El soneto, cuyo tema es un episodio del cuarto trabajo de Héreules, vale harto menos que el relato sugerido por él. He aqui el verso final: “L’horreur gigantescue de Vombre herculéene” Comparémoslo con el fin del texto de Lugones: “Bajo la cabeza del felino, irradiaba luz superior el rostro de wn numen; y mezclados soberbiamente con la flava piel, resaltaban su pecho marméreo, sus bra- 208 de encina, sus muslos estupendos. Y un grito, un solo grito de libertad, de reconoci- miento, de orgullo, lend la tarde: —jHeércules, es Hércules que Wega!” De los diversos y admirables relatos de Las fuerzas extrafias, hemos elegido, para esté libro inaugural de la serie, el titulado Yzur. En el primer decenio de nuestro siglo, el castellano escrito vacilaba entre los remedos académicos, el desenfado de lo que Paul Groussae apodaba “prosa de sobremesa” y el dulce estilo nuevo, a la vez musical y visual, de los modernistas. Lugones, que era modernista, no lo fue en este euento, Yzur est narrado en primera persona; esa persona corresponde a un investiga- dor, circunstancia feliz que obligd a su autor a elegir un modo severo y a rechazar las tentaciones de un estilo decorative. Ensayar en esta pagina liminar el examen de la fabula de que gozard enseguida el lector podria llevarnos a estropear las hermosas sorpresas de su leetura. Cabe adelan- tar, sin embargo, que su ultima pagina, como la de ciertas narraciones de Henry James, es voluntaria y sabiamente ambigua. No sabremos nunca si corresponde a una gradual locura del mono o a una gradual locura del hombre solitario y obseso. La insegura etimologia de la palabra Yzur da verosimilitud al relato, ya que la realidad no es dudosa pero su conocimiento lo es. La extrafia idea de que el silencio de los simios es voluntario, 0 lo fue en el pasado, ha sido sugerida por Descartes. El comienzo es deliberadamente prosaico; lo fan- tastico y lo poético van creciendo a lo largo de la lectura. Jorge Luis Borges Buenos Aires, nueve de junio de 1982 Y7uk Leopoldo Lugones Ilustraciones Ravil Soldi EDICIONES DE ARTE GAGLIANONE habia quebrado. La primera vez que se me ocurrié tentar la expe- ee riencia a cuyo relato estan dedicadas estas lineas ’. fue una tarde, leyendo no sé donde que los natura- les de Java atribuian la falta de lenguaje articu- lado en los monos a la abstencién, no a la incapacidad. “No hablan, decian, para que no los hagan trabajar.” Semejante idea, nada profunda al principio, acabé por preo- cuparme hasta convertirse en este postulado antropologico: los monos fueron hombres que por una u otra razon dejaron de hablar. El hecho produjo la atrofia de sus érganos de fonacién y de los centros cerebrales del lenguaje; debilité casi hasta suprimirla la relacion entre unos y otros, el idioma de la especie en el grito inarticulado, y el humano primitivo descen- dio a ser animal '. Claro esta que si llegara a demostrarse esto quedarian explicadas desde luego todas las anomalias que hacen del mono un ser tan singular; pero ello no tendria sino una demostracion posible: volver el mono al lenguaje. Entre tanto habia corrido el mundo con el mio, vinculan- dolo cada vez mas por medio de peripecias y aventuras. En Europa llamé la atencién, y, de haberlo querido, llegé a darle la celebridad de un Cénsul *; pero mi seriedad de hombre de negocios mal se avenia con tales payasadas. Trabajado por mi idea fija del lenguaje de los monos, agoté toda la bibliografia concerniente al problema, sin ningun resul- tado apreciable. Sabia wnicamente, con entera seguridad, que no hay ninguna razon cientifica para que el mono no hable. Esto llevaba cinco anos de meditaciones. Yzur (nombre cuyo origen nunca pude descubrir, pues lo ee Compré el mono en el remate de un circo que ‘Es la teoria regresiva, que invierte el proceso de la que sostiene que el hombre proviene del mono. Para la regresiva, el mono es un hombre degenerado, degradado. 2 Cénsul: nombre de un mono eélebre hacia comienzos del siglo. Dario lo vio trabajar en un musie-hall de Paris, donde se presentaba vestido a la moda con un perro y un negrito como sirviente. 11 ») ignoraba igualmente su anterior patrén), Yzur era ciertamente un animal notable. La educacién del circo, bien que reducida casi enteramente al mimetismo, habia desarrollado mucho sus facultades; y esto era lo que me incitaba mds a ensayar sobre él mi en apariencia disparatada teoria. Por otra parte, sabese que el chimpancé (Yzur lo era) es entre los monos el mejor provisto de cerebro y uno de los mas déciles, lo cual aumentaba mis probabilidades. Cada vez que lo veia avanzar en dos pies, con las manos a la espalda para conservar el equilibrio, y su aspecto de marinero borracho, la conviccion de su humanidad detenida se vigorizaba en mi. No hay a la verdad razon alguna para que el mono no articule absolutamente. Su lenguaje natural, es decir el con- junto de gritos con que se comunica a sus semejantes, es asaz variado; su laringe, por mas distinta que resulte de la humana, nunca lo es tanto como la del loro, que habla, sin embargo; y en cuanto a su cerebro, fuera de que la comparacién con el de este ultimo animal desvanece toda duda, basta recordar que el del idiota es también rudimentario, a pesar de lo cual hay cretinos que pronuncian algunas palabras. Por lo que hace a la circunvolucién de Broca*, depende, es claro, del desarrollo total del cerebro; fuera de que no esta probado que ella sea fatalmente el sitio de localizacién del lenguaje. Si es el caso de localizaci6n mejor establecido en anatomia, los hechos contra- dictorios son desde luego incontestables. Felizmente, los monos tienen, entre sus muchas malas con- diciones, el gusto por aprender, como lo demuestra su tenden- cia imitativa; la memoria feliz, la reflexion que llega hasta una profunda facultad de disimulo, y la atencién comparativamente mas desarrollada que en el nifio. Es, pues, un sujeto pedagé- gico de los mas favorables. El mio era joven ademas, y es sabido que la juventud constituye la época mas intelectual del mono, parecido en esto * Cireunvolucién de Broca: situada en el lébulo frontal izquierdo del cerebro: en ella se localiza el centro del lenguaje articulado, 14 al negro. La dificultad estribaba solamente en el método que emplearia para comunicarle la palabra. : Conoeia todas las infructuosas tentativas de mis antecesores; y esta de mas decir que, ante la com- SS. petencia de algunos de ellos y la nulidad de todos sus esfuerzos, mis propésitos fallaron mas de una vez; cuando el tanto pensar sobre aquel tema fue llevandome a esta conclusion: Lo primero consiste en desarrollar el aparato de fonacion del mono. Asi es, en efecto, como se procede con los sordomudos antes de llevarlos a la articulaci6n; y no bien hube reflexionado sobre esto, cuando las analogias entre el sordomudo y el mono se agolparon en mi espiritu. Primero de todo, su extraordinaria movilidad mimica que compensa al lenguaje articulado, demostrando que no por dejar de hablar se deja de pensar, asi haya disminucién de esta facultad por la paralizacion de aquélla. Después, otros caracte- res mas peculiares por ser mas especificos: la diligencia en el trabajo, la fidelidad, el coraje, aumentados hasta la certidum- bre por esta dos condiciones cuya comunidad es verdadera- mente reveladora: la facilidad para los ejercicios de equilibrio y la resistencia al mareo. Decidi, entonces, empezar mi obra con una verdadera gim- nasia de los labios y de la lengua de mi mono, tratandolo en esto como a un sordomudo. En lo restante, me favoreceria el oido para establecer comunicaciones directas de palabra, sin necesi- dad de apelar al tacto. El lector vera que en esta parte prejuzgada con demasiado optimismo. Felizmente, el chimpancé es de todos los grandes monos el que tiene labios mas movibles; y en el caso particular, habiendo padecido Yzur de anginas, sabia abrir la boca para que se la examinaran. La primera inspeccién confirmé en parte mis sospechas. La lengua permanecia en el fondo de su boca, como una masa 15 inerte, sin otros movimientos que los de la deglucién. La gimnasia produjo luego su efecto, pues a los dos meses ya sabia sacar la lengua para burlar. Esta fue la primera relacion que conocié entre el movimiento de su lengua y una idea; una relacién perfectamente acorde con su naturaleza, por otra parte. Los labios dieron mas trabajo, pues hasta hubo que estirar- selos con pinzas; pero apreciaba —quiza por mi expresién— la importancia de aquella tarea anémala y la acometia con viveza. Mientras yo practicaba los movimientos labiales que debia imitar, permanecia sentado, rascandose la grupa con su brazo vuelto hacia atras y guifando en una concentraci6n dubitativa, o alisandose las patillas con todo el aire de un hombre que armoniza sus ideas por medio de ademanes ritmicos. Al fin aprendié a mover los labios. Pero el ejercicio del lenguaje es un arte dificil, como lo prueban los largos balbuceos del nifio, que lo llevan, paralela- mente con su desarrollo intelectual, a la adquisicién del habito. Esta demostrado, en efecto, que el centro propio de las iner- vaciones vocales se halla asociado con el de la palabra en forma tal, que el desarrollo normal de ambos depende de su ejercicio armonico; y esto ya lo habia presentido en 1785 Hei- nicke, el inventor del método oral para la ensenanza de los sordomudos, como una consecuencia filos6fica. Hablaba de una “concatenacion dinamica de las ideas’, frase cuya profunda claridad honraria a mas de un psicdlogo contemporaneo. Yzur se encontraba, respecto al lenguaje, en la misma situacién del nifio que antes de hablar entiende ya muchas palabras; pero era mucho mas apto para asociar los juicios que debia poseer sobre las cosas, por su mayor experiencia de la vida. Estos juicios, que no debian ser sdlo de impresién, sino también inquisitivos y disquisitivos, a juzgar por el caracter diferencial que asumian, lo cual supone un raciocinio abstracto, le daban un grado superior de inteligencia muy favorable por cierto a mi propdsito. 16 con reflexionar que el silogismo, o sea, el argu- mento logico fundamental, no es extrano a la mente SS de muchos animales. Como que el silogismo es ‘+ originariamente una comparacién entre dos sensa- ciones. Si no, por qué los animales que conocen al hombre huyen de él, y no aquellos que nunca lo conocieron. . .? Comencé, entonces, la educacién fonética de Yzur. Tratabase de ensefiarle primero la palabra mecanica, para llevarlo progresivamente a la palabra sensata. Poseyendo el mono la voz, es decir, llevando esto de ventaja al sordomudo, con més ciertas articulaciones rudimentarias, tratabase de ensenarle las modificaciones de aquélla, que cons- tituyen los fonemas y su articulacién, llamada por los maestros estatica o dindmica, segtin que se refiera a las vocales 0 a las consonantes. Dada la glotoneria del mono, y siguiendo en esto un método empleado por Heinicke con los sordomudos, decidi asociar cada vocal con una golosina: a con papa; e con leche; i con vino; 0 con coco; u con azticar, haciendo de modo que la vocal estuviese contenida en el nombre de la golosina, ora con dominio tinico y repetido como en papa, coco, leche, ora reuniendo los dos acentos, tonico y prosddico, es decir, como sonido fundamental: vino, aziicar. Todo anduvo bien mientras se traté de las vocales, o sea, los sonidos que se forman con la boca abierta. Yzur los aprendié en quince dias. La wu fue lo que mas le costé pronunciar. Las consonantes diéronme un trabajo endemoniado; y a poco hube de comprender que nunca llegaria a pronunciar aquellas en cuya formacién entran los dientes y las encias. Sus largos colmillos le estorbaban enteramente. El vocabulario quedaba reducido, entonces, a las cinco voca- les; la b, la k, la m, la g, la fy la c, es decir, todas aquellas consonantes en cuya formacion no intervienen sino el paladar y la lengua. 3 Si mis teorias parecen demasiado audaces, basta 17 Aun para esto no me basté el oido. Hube de recurrir al tacto como con un sordomudo, apoyando su mano en mi pecho y luego en el suyo para que sintiera las vibraciones del sonido. Y pasaron tres afios sin conseguir que formara palabra alguna. Tendia a dar a las cosas, como nombre propio, el de la letra cuyo sonido predominaba en ellas. Esto era todo. En el circo habia aprendido a ladrar, como los perros, sus companeros de tareas; y cuando me veia desesperar ante las vanas tentativas para arrancarle la palabra, ladraba fuerte- mente como dandome todo lo que sabia. Pronunciaba aislada- mente las vocales y consonantes, pero no podia asociarlas. Cuando mas, acertaba con una repeticién vertiginosa de pes y de emes. Por despacio que fuera, se habia operado un gran cambio en su caracter. Tenia menos movilidad en las facciones, la mirada mas profunda, y adoptaba posturas meditabundas. Ha- bia adquirido, por ejemplo, la costumbre de contemplar las estrellas. Su sensibilidad se desarrollaba igualmente; ibasele notando una gran facilidad de lagrimas. Las lecciones continuaban con inquebrantable tesén, aun- que sin mayor éxito. Aquello habia llegado a convertirse en una obsesion dolorosa, y poco a poco sentiame inclinado a emplear la fuerza. Mi caracter iba agridndose con el fracaso, hasta asumir una sorda animosidad contra Yzur. Este se inte- lectualizaba mas, en el fondo de su mutismo rebelde, y empe- zaba a convencerme de que nunca lo sacaria de alli, cuando supe de golpe que no hablaba porque no queria. El cocinero, horrorizado, vino a decirme una noche que habia sorprendido al mono “hablando verdaderas palabras”. Estaba, segun su narracién, acurrucado junto a una higuera de la huerta; pero el terror le impedia recordar lo esencial de esto, es decir, las palabras. Sdlo creia retener dos: cama y pipa. Casi le doy de puntapiés por su imbecilidad. No necesito decir que pasé la noche poseido de una gran emocion; y lo que en tres anos no habia cometido, el error que 18 todo lo eché a perder, provino del enervamiento de = aquel desvelo, tanto como de mi excesiva curiosidad. En vez de dejar que el mono llegara naturalmente 9 a la manifestacion del lenguaje, llamélo al dia si- ) guiente y procuré imponérsela por obediencia. No consegui sino las pes y las emes con que me tenia harto, las guifiadas hipocritas y —Dios me perdone— una cierta vislumbre de ironia en la azogada ubicuidad de sus muecas *. Me encolericé, y sin consideracion alguna le di de azotes. Lo unico que logré fue su llanto y un silencio absoluto que excluia hasta los gemidos. A los tres dias cayé enfermo, en una especie de sombria demencia complicada con sintomas de meningitis. Sanguijuelas, afusiones frias, purgantes, revulsivos cutaneos, alcoholaturo de briona, bromuro: toda la terapéutica del espantoso mal le fue aplicada. Luché con desesperado brio, a impulsos de un remor- dimiento y de un temor. Aquél por creer a la bestia una victima de mi crueldad; éste por la suerte del secreto que quiza se levaba a la tumba. Mejoré al cabo de mucho tiempo, quedando, no obstante, tan débil, que no podia moverse de la cama. La proximidad de la muerte habialo ennoblecido y humanizado. Sus ojos, llenos de gratitud, no se separaban de mi, siguiéndome por toda la habitacién como dos bolas giratorias, aunque estuviese detras de él; su mano buscaba las mias en una intimidad de convalecen- cia. En mi gran soledad, iba adquiriendo rapidamente la impor- tancia de una persona. El demonio del analisis, que no es sino una forma del espiritu de perversidad, impulsdbame, sin embargo, a renovar mis experiencias. En realidad, el mono habia hablado. Aquello no podia quedar asi. Comencé muy despacio, pidiéndole las letras que sabia pro- nunciar. jNada! Dejélo solo durante horas, espiandolo por un * Azogarse: contraer la enfermedad producida por los vapores de azogue, que genera un temblor continuado. En sentido figurado, turbarse y agitarse mucho; aqui, referido a las muecas incesantes del simio. 19 agujerillo del tabique. ;Nada! Habléle con oraciones breves, procurando tocar su fidelidad o su glotoneria. jNada! Cuando aquéllas eran patéticas, los ojos se le hinchaban de Ilanto. Cuando le decia una frase habitual, como el “yo soy tu amo” con que empezaba todas mis lecciones, o el “tu eres mi mono” con que completaba mi anterior afirmacién, para llevar a su espiritu la certidumbre de una verdad total, él asentia ce- rrando los parpados; pero no producia un sonido, ni siquiera llegaba a mover los labios. Habia vuelto a la gesticulacién como tnico medio de comu- nicarse conmigo; y este detalle, unido a sus analogias con los sordomudos, redoblaba mis precauciones, pues nadie ignora la gran predisposicion de estos ultimos a las enfermedades men- tales. Por momentos deseaba que se volviera loco, a ver si el delirio rompia al fin su silencio. Su convalecencia seguia estacionaria. La misma flacura, la misma tristeza. Era evidente que estaba enfermo de inteligen- cia y de dolor. Su unidad organica habiase roto al impulso de una cerebracién anormal, y dia mas, dia menos, aquel era caso perdido. Mas, a pesar de la mansedumbre que el progreso de la enfermedad aumentaba en él, su silencio, aquel desesperante silencio provocado por mi exasperacién, no cedia. Desde un oscuro fondo de tradici6n petrificada en instinto, la raza impo- nia su milenario mutismo al animal, fortaleciéndose de volun- tad atavica en las raices mismas de su ser. Los antiguos hombres de la selva, que forzé al silencio, es decir, al suicidio intelectual, quién sabe qué barbara injusticia, mantenian su secreto formado por misterios de bosque y abismos de prehis- toria, en aquella decision ya inconsciente, pero formidable con la inmensidad de su tiempo. Infortunios del antropoide retrasado en la evolucién cuya delantera tomaba el humano con un despotismo de sombria barbarie, habian, sin duda, destronado a las grandes familias cuadrumanas del dominio arbéreo de sus primitivos edenes, 20 organizar la esclavitud desde el propio vientre ma- terno, hasta infundir a su impotencia de vencidas el rs acto de dignidad mortal que las llevaba a romper con ’« el enemigo el vinculo superior también, pero in- fausto de la palabra, refugidndose como salvacion suprema en la noche de la animalidad. Y qué horrores, qué estupendas sevicias * no habrian come- tido los vencedores con la semibestia en trance de evolucién, para que ésta, después de haber gustado el encanto intelectual que es el fruto paradisiaco de las biblias, se resignara a aquella claudica- cién de su estirpe en la degradante igualdad de los inferiores; a aquel retroceso que cristalizaba por siempre su inteligencia en los gestos de un automatismo de acrébata; a aquella gran cobardia de la vida que encorvaria eternamente, como en distin- tivo bestial, sus espaldas de dominado, imprimiéndole ese melan- colico azoramiento que permanece en el fondo de su caricatura. He aqui lo que al borde mismo del éxito habia despertado mi malhumor en el fondo del limbo atavico. A través del millon de anos, la palabra, con su conjuro, removia la antigua alma simiana; pero contra esa tentaci6n que iba a violar las tinieblas de la animalidad protectora, la memoria ancestral, difundida en la especie bajo un instintivo horror, oponia también edad sobre edad como una muralla. Yzur entré en agonia sin perder el conocimiento. Una dulce agonia a ojos cerrados, con respiracién débil, pulso vago, quietud absoluta, que sdlo interrumpia para volver de cuando en cuando hacia mi, con una desgarradora expresién de eternidad, su cara de viejo mulato triste. Y la ultima tarde, la tarde de su muerte, fue cuando ocurrié la cosa extraordinaria que me ha decidido a emprender esta narracién. Habiame dormitado a su cabecera, vencido por el calor y la quietud del creptisculo que empezaba, cuando senti de pronto que me asian por la mufieca. RD raleando sus filas, cautivando sus hembras para ® Sevieia: crueldad excesiva. 21 Desperté sobresaltado. El mono, con los ojos muy abiertos, se moria definitivamente aquella vez, y su expresion era tan humana, que me infundi6 horror; pero su mano, sus ojos, me atraian con tanta elocuencia hacia él, que hube de inclinarme inmediato a su rostro; y entonces, con su ultimo suspiro, el ultimo suspiro que coronaba y desvanecia a la vez mi espe- ranza, brotaron —estoy seguro— brotaron en un murmullo (gcdmo explicar el tono de una voz que ha permanecido sin hablar diez mil siglos?) estas palabras cuya humanidad reconci- liaba las especies: —AMO, AGUA. AMO, MI AMO... Titulos de proxima edicion La primera noche de cementerio de Eduardo Wilde Ilustraciones Ratil Alonso La inundacion de Ezequiel Martinez Estrada Ilustraciones Ana Maria Moncalvo Esta primera edicién de 10.000 ejemplares se terminé de imprimir el 20 de agosto de 1982 en Gaglianone Bstableci- miento Gréfico S.A., Chilavert 1136 (1437) Buenos Aires, Argentina.

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