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Perseo, el matador de monstruos Uno de tos eventos que es gustaba contar una y otra vez a los griegos era el de Perseo, él matador de monstruos. Perseo era hijo del mi rey de los dioses, y de Dinae, una griega muy hermosa, hija del rey de Argos. Por raro que parezca, el padre de Dénae sintié mucho miedo de ese nieto: los adivi nos le habian asegurado que el recién naci- do era un peligro porque, tarde o tempro- no, le quitaria el trono. Como a los reyes lo que menos les gusta en el mundo es que les quiten el trono, el padre de Danae corté por lo sano y metié a su hija y a su nieto en un arca y arrojé el area al mar. Pero no en vano ese bebé era hijo de Zeus. El rey de los dioses, al que nada se le escapaba, vio el arca flotando, la prote- iG de las tempestades y Ia hizo tocar tierra en Ia isla de Serifo En Serifo reinaban dos hermanos, Dictis y Polidectes. Eran generosos y tuvieron ppena de esa mujer y ese bebé abandonados. Polidectes se cas6 con Dinae y adopts a Perseo como hijo. Lo cuidé y lo crié hasta que Meg6 a muchacho y, cuando legs a muchacho, le dijo: —Perseo, ya es hora de que salgas en busca de aventuras Polidectes confiaba mucho en su hijo adoptivo y estaba convencido de que era bien capaz de llevar a cabo alguna gran hazafia, de esas que después se siguen con- tando por afios. (Y parece que tuvo razén porque nosotros, después de tantos aos, ‘nos estamos acordando de las aventuras de Perseo.) Perseo y Polidectes charlaron un buen rato acerca de cual podia resultar la aventu- ra més conveniente. —iYa sé, hijo! —dijo Polidectes de pronto—. Lo que més te conviene es ir a cortarle la cabeza a Medusa. Y Perseo estuvo de acuerdo en que cor- tarle la cabeza a Medusa podia ser una aventura muy interesante. Tal vez ustedes no sepan tanto acerca de Medusa como Perseo, asi que les cuento: Medusa era un monstruo, un horrible mons- truo. Y no les cuento més porque ya la vamos a conocer de cerca. En Grecia, cuando alguien queria ir a ‘conocer monstruos, Io mejor que podia ha- cer era ir al reino de Forcis. Forcis era el padre de un montén de monstruos. Y eso fue, precisamente, lo que hizo Perseo. Primero se encontré con las Viejas. Las Viejas eran tres brujas feisimas, de cabellos blancos y caras arrugadas, que tenfan un solo ojo y un solo diente. Pero no un solo ‘ojo y un solo diente para cada una: jun solo ojo y un solo diente para las tres!, y tenian que turnarse para usarlo. “‘Pasenme el diente, que me toca a mi”, decia una. “Bueno, pero entonces me das el ojo”, ccontestaba otra. ‘“Ah, no”, decia la terce- ra, “‘el ojo me lo quedo yo por un rato; hace més de tres horas que no lo uso”. Y asi todo el dia. Bueno, zqué creen que hizo Perseo? Les robé el ojo y el diente, y las Viejas se Pusieron como locas y gritaron y grufieron y le pidieron par todos los dioses que se jos devolviera. —Esti bien —dijo Perseo, que no era nada zonz0—. Se los doy siempre y cuando me digan cémo puedo hacer para ir a la casa de las Ninfas. Ustedes se estardn preguntando para qué hablaba Perseo de ir a la casa de las Ninfas si lo que él queria hacer eta matar a Me- dusa. Bueno, lo que sucede es que Perseo queria ir bien protegido al combate con Medusa y habia pensado que le podrian ser muy ttiles algunas posesiones de las Nin- fas: las sandalias, el casco y la mochila Con las sandalias aladas uno podia volar de un lado al otro como un pajarito; con el ccasco de piel uno se volvia invisible, y con la mochila... bueno, siempre viene bien tuna mochila cuando uno sale de viaje. Ya ven, Perseo era un muchacho inteli- gente y precavido. Las. Viejas, que apreciaban muchisimo su iinico ojo y su tinico diente, le explica- ron cuidadosamente cémo llegar a la casa de las Ninfas y Perseo encontr6 ficilmente el camino, Cuando Hlegé entré sigilosamente, se cal- 26 las sandalias, agarré el casco, s€ colg6 la mochila y se escapé volando. Hermes, el dios mensajero, que lo vio pasar por el cielo asi vestido, imaginando que iba preparado para una gran aventura Te regal6 una hermosa hoz de bronce. Y fue asi, bien equipado, como Perseo se dirigié a la morada de las Gorgonas. Las Gorgonas eran tres hermanas, hijas de Forcis, el padre de los monstruos. Dos de ellas eran inmortales; solo una, Medusa, era mortal Perseo sabia bien que eran horribles por- ue todos los griegos sabian que no habis nada més feo que una Gorgona, pero sabia bien que, mas que de ninguna otra cosa, tenia que cuidarse de mirarlas de frente. El que miraba a las Gorgonas quedaba con- vertido en piedra de inmediato. Por eso Perseo recurrié a un truco. En lugar de mirarlas miré la imagen que refle- Jaban en su escudo de bronce, que, de tan bruftido, parecia un espejo. Las Gorgonas estaban dormidas y eran feisimas. Tenian la cabeza cubierta de es- ccamias y, en lugar de cabellos, les crecian espantosas serpientes que se enroscaban y desenroscaban formando rulos inmundos. De la boca les salian enormes colmillos de Jabali. Las manos eran de hierro y grandes alas de oro les colgaban de la espalda. Perseo sabia que corria terrible peligro. Un solo paso en falso y las Gorgonas se despertarian y lo destruirian con sus colmi- los y sus garras. Una sola miradita y que- daria convertido en piedra. Silenciosa y cuidadosamente, guidndose por la imagen del escudo, mirando y vol- viendo a mirar (y también, segin se cuen- ta, con la ayuda de Atenea, la diosa de la inteligencia, que quiso darle una manito a ‘este muchacho tan astuto), Perseo identifi- 6 a Medusa, 1a Gorgona mortal. ‘Acercdndose en puntas de pie y sin dejar de mirar la imagen del escudo ni por un momento, alzé la hoz de Hermes en el aire y.... Tuvo que quedarse paralizado, con la hoz en el aire y aguantando la respiracién: uuna de las hermanas dio vuelta la cabeza en el suefio y las enruladas serpientes de su cabeza rozaron la nariz de Medusa, que dormia a su lado. Medusa entreabrié. los ojos. Con un gesto rapido Perseo se puso el casco y se volvié invisible en el acto Medusa miré a su alrededor, sacudié con su garra de hierro a la hermana que habia interrumpido con cosquillas su sueiio, las {tes gruferon y siguieron durmiendo. ‘Cuando volvieron a escucharse los ron- quidos Perseo volvié a empuiiar su hoz y, de un solo tajo, le corté la cabeza a Medusa. Parece ser que, en cuanto la cabeza cays rodando, del tronco descabezado nacieron un caballo alado y un gigante. {Cosas de los monstruos! Perseo no miré la cabeza, por supuesto, pero se la guardé en la mochila que les habia robado a las Ninfas (ya ven que una mochila siempre es stil cuando uno sale de viaje). Pensando que ahi se habia terminado la aventura se colg6 la mochila al hombro y se fue volando en direccién a Serifo: queria evarle 1a cabeza de regalo a su padre Polidectes. Entretanto, las dos Gorgonas inmortales se habian despertado y, al ver el tronco descabezado de su hermana, habian levan- tado vuelo para perseguir a Perseo. Pero no pudieron encontrarlo: Perseo era invisible Bracias al casco de las Ninfas. Dias y dias vol6 Perseo, levado de un lado a otro por los vientos. Un dia, cansado, bajé a descansar en ef reino de Atlante. Atlante era un gigantén que tenia un huerto leno de frutos de oro, ‘que cuidaba con ayuda de un dragon. —{Seria usted tan amable de dejarme pasar a descansar un rato? —pidi6. Perseo. Allante era un gruién y un egoista. —iDe ningiin modo! Todos quieren en- trar para robarme la fruta. {Si los conoceré yo! —gnuié—. jFuera! ;Fuera de aqui en- seguida! —Pero, por favor —volvié a pedir Per- seo—. Estoy tan cansado! Esta vez. Atlante ni siquiera le respondis. Perseo se puso furioso: ya veria ese rey orgulloso y cruel! —Esté bien —dijo Perseo haciéndose el que aceptaba—. Ya que no quiere dejarme entrar por lo menos acepte este regalito Y sacé la cabeza de Medusa de la mo- chila. Y sucedis Jo que ustedes ya se imaginan: en cuanto Atlante la miré qued6 convertido en piedra y, como era un tipo muy robusto y muy grandote, més que en piedra se con- virtié en montaiia. —iSe lo tenia merecido! —dijo Perseo Y, Volviendo a guardar la cabeza de Medu- sa en la mochila, se calzé las sandalias aladas, se puso el casco de volverse invisi- ble y se lanzé de nuevo al espacio, —Bueno, espero Iegar a casa cuanto antes —dijo. Pero ya se sabe que las aventuras de los. héroes nunca terminan. Cuando volaba so- bre la costa de Etiopia vio algo que le Hamé la atencién, Junto a la orilla del mar, atada a una saliente de roca, habia una muchacha hermosisima. Y, ademés de her- mosisima, seguramente era muy desdichada Porque loraba y Moraba sin parar. Perseo sintié mucha pena y se posé a su —iQué te pasa? {Por qué Moris? {Por qué te ataron a esta roca? —le pregunté. La prisionera no le contests. Parecia avergonzada y siguié lorando. —Por favor —dijo Perseo—. Quiero sa- ber lo que te pasa. En una de esas puedo ayudarte Entonces la muchacha miré a Perseo y, ‘como vio que tenia cara de muchacho bue- no, decidié contarle su historia —Yo soy Andrémeda —dijo—, la hija del rey de Etiopia. Todo andaba més 0 ‘menos bien en nuestro reino hasta el dia en que mi mamé tuvo la mala idea de decirle a alguien que se consideraba més hermosa que las nereidas, las ninfas del mar. ;Para qué! Desde ese dia todos Ios dioses del ‘mar se nos pusieron en contra y empezaron a mandamos tempestades y naufragios y hasta un monstruo enorme que devoraba a cuanta persona podia atrapar. Era espanto- 80, pero no sabiamos qué hacer para que los dioses nos perdonaran. Entonces papa consult6 a un adivino y el adivino le dijo ue el Ginico modo de que los dioses nos perdonaran era entregindome a mi, para que me comiera. A papa y a mamé no les parecié nada bien la idea (jsoy su tinica hija!), pero toda la gente empez6 a decir que si, que era lo mejor que se podia hhacer, asi se terminaba de una vez. por todas el asunto del monstruo. Ademis, to- do habia sido por culpa de mi mamé, asi que... Y bueno, aqui estoy, esperando que venga el monstruo a comerme. Andromeda terminé de contar su triste historia y empez6 a lorar de nuevo. > SEED = er CLE Perseo se dio cuenta de que se habia enamorado como loco de esa chica tan her- mosa y tan desdichada. ;Tenia que salvar- at —No tengas miedo —le dijo acaricién- dole la mejilla—. No voy a dejar que te devore el] monstruo. ‘Acabé de decir “‘monstruo” y las aguas ‘se agitaron horriblemente. Desde el fondo de las olas aparecié una figura horripilante Y tan enorme que parecia lenar toda la ‘superficie del mar. Como un barco veloz, el monstruo comenzé a avanzar hacia la orilla Perseo entonces levanté vuelo hasta las rnubes y desde alli se lanzé en picada con el pufal en a mano. {Justo a tiempo! El monstruo ya estaba a Pocos metros de Andrémeda y abria sus Bigantescas fauces. Perseo le clavé el pufial tuna y cien veces. Retrocedia hasta las nubes y volvia a lanzarse en picada para clavar su Pufial. Una sangre espesa manaba de las heridas del monstruo y el mar se iba tifen- do de rojo oscuro. Decidido a salvar a ‘Andrémeda, cansadisimo pero invencible, Perseo siguié atacando y atacando hasta que el monstruo murié. Perseo habia triunfado. Andrémeda, agradecida y feliz, lo miraba desde la orilla. Perseo se acercé y le quité las sogas que la tenian prisionera de la roca. —Gracias —dijo ella y le sonrié con una sonrisa tan hermosa que Perseo se dijo que no podria seguir viviendo si no se casaba con ella. Los padres de Andrémeda consideraron que un muchacho que sabia volar y volver- se invisible y que era capaz de derrotar monstruos podia ser un muy buen esposo para su hija, asi que estuvieron de acuerdo y celebraron la boda, que fue divertida y grandiosa, como son siempre las bodas de los reyes, Perseo parecia haber terminado por fin sus aventuras. Sin embargo, no fue asi. No habian pasado més que unos pocos dias desde el casamiento cuando se presenté en el palacio Fineo. Fineo era el tio de Andrémeda, pero también habia sido una vez su pretendien- te, mucho antes, antes de que Andromeda fuera arrojada al monstruo marino —Vengo a buscar a mi novia —dijo Fineo. —Tu novia ya esté casada —dijo el pa- dre de Andrémeda—. Se casé con Perseo, tun valiente, que no huyé como huiste vos, dejéndola abandonada en la orilla del mar. ¢Por qué no viniste cuando te necesitaba? Perseo la salvé y Perseo se casé con ella Pero Fineo no entendia razones. Queria casarse con Andromeda aunque para eso tuviese que matar a medio mundo. CUETO Se armé la pelea. Fineo y sus soldados contra Perseo y los soldados del rey. Fue tun largo combate, La tropa de Fineo era grande y estaba bien entrenada y los solda- dos del rey eran pocos; Perseo se dio cuenta muy pronto de que, si no tramaba algo, iba perder su vida y su novia. Pero ya lo conocemos a Perseo, ya vimos que siempre tiene algin recurso. Se acordé de su mochila, donde seguia guardada la horripilante cabeza de Medusa con su ca- bellera de serpientes, ‘Todos los que son mis amigos —gri- 6 Perseo— que miren hacia otro lado! Sus amigos, entonces, no miraron, pero los que no eran sus amigos siguieron mi- rando cuando Perseo levanté en el aire la cabeza de Medusa y... uno a uno queda- ron convertides en piedra. Cientos de esta- tuas de soldados quedaron petrificadas en los salones, en los pasllos y vestibulos del palacio. Desesperado, Fineo veia cémo su tropa se iba quedando dura y muerta —Ahora —dijo Perseo— tenemos un pa- lacio bien adomnado, leno de estatuas. Sin embargo, todavia falta una juna sola!— y Jo miro a Fineo. Yo no pienso mirar esa cosa —dijo Fineo y esquivd los ojos. Perseo seguia sosteniendo en el aire la cabeza de Medusa. —No voy a mirarla —repitié Fineo, pero mind de reojo. —No voy a mir... —quiso decir, pero ‘no pudo evitar que sus ojos se clavaran en Medusa. Y en ese mismo instante quedé converti- do en la més dura y quieta de las piedras. Y entonces si comenzaron para Perseo, el matador de monstruos, y para su esposa Andrémeda muchos dias felices, soleados y tranquilos.

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