Sunteți pe pagina 1din 16
Teseo, Ariadna y el Minotauro Tesco er thi tinico de Egeo, el rey de Atenas, y, sobre todo, era un gran héroe, uno de los héroes més famosos que tuvie- ron los griegos. ‘Como todos los héroes, Teseo tuvo mu- cchas aventuras y comrié terribles peligros. Mat6 gigantes, bestias salvajes y bandidos terribles y hasta, segiin se cuenta, bajé al Hades —el infieno griego— y regresé luego a vivir entre los hombres. Pero de todas las grandes aventuras de Teseo nin- guna es, tan maravillosa como la de su lucha contra el Minotaur, El asunto del Minotauro habia comenza- do unos veinte afios antes de que Teseo naciera, cuando el hijo de Minos, el rey de CCreta, fue asesinado en las montaiias cerca- nas a la ciudad de Atenas. Desesperado por Ja moerte de su hijo, enloquecido y furio- so, el rey Minos declaré una guerra sin ccuartel a los atenienses y durante aos los persiguié de todas las formas posibles con sus tropas. No habia dia en que no hubiese alguna escaramuza; los atenienses vivian aterrados y ya no podian ocuparse mas de sus culti- ‘vos ni de los astntos politicos de la ciudad. Para colmo, los propios dioses del Olimpo se habian enojado por el injusto asesinato del muchacho de Creta y colaboraban con Minos mandando sobre Atenas sequias, ‘pé- simas cosechas y toda clase de enfermeda- des. Era intolerable. La bella ciudad de ‘Atenas Tanguidecia. Los hombres caian muertos 0 heridos. Las mujeres vestian de luto. Los chicos se quejaban de hamire. Y Jos campos se achicharraban al sol. Los griegos, siempre que estaban pasan- do por momentos dificiles, iban a consultar al oréculo, El oréculo era un santuario con- sagrado a algtin dios donde, sentada en un banco de tres patas, una mujer —la pito- nnisa— hablaba directamente con los dioses y los consultaba acerca de los problemas de los mortales. El oriculo mis famoso de toda Grecia era el de la ciudad de Delfos: estaba consagrado a Apolo, el dios del sol. Los atenienses mandaron una delegacién ‘a Delfos para consultar de qué modo se podria acabar con la desolacién y la guerra La pitonisa los escuché, consulté con Apo- Io y después les comunicé lo que el dios le habia dicho: si conseguian que Minos, el rey de Creta, los perdonase, también los dioses los iban a perdonar. Entonces hubo que mandar otra delegs- cidn, esta vez a Creta, para parlamentar ccon el furioso rey Minos. Iban a decirle ‘que los atenjenses estaban cansados de esa Targa guerra y le preguntaban qué condicio- nes pondria para firmar la paz. EI rey Minos dudé un rato y luego les dijo a los embajadores que necesitaba un tiempito para reflexionar. Pasaron cinco meses. Entonces Minos mando lamar a los atenienses y les dijo que estaba dispuesto a abandonar la lucha siempre y cuando los atenienses se com- prometiesen a mandarle, cada nueve aiios, tun contingente de siete muchachos y siete muchachas, todos fuertes, sanos y her- ‘mosos. {Para qué siete muchachos y siete mu- cchachas, todos fuertes, sanos y hermosos? —preguntaron intrigados los atenienses. —Porgue el Minotauro quiere que sean siete y siete y que todos sean fuertes, sanos y : —iY se puede saber quién es el Mino- tauro? —pregunt6 un ateniense mas valien- te que otros. ne 7 Y ahi fue cuando los atenienses se ente- raron de lo que el rey Minos les tenia re- servado. Habia tardado tanto en darles una respuesta porque, durante todo ese tiempo, habia estado preparando todo lo necesario para castigar a los atenienses y vengar la muerte de su hijo. Le habia pedido a Dédalo, un gran artis- ta de la época, que le construyera un pala~ cio enorme, eno de recovecos, del que nadie pudiese volver a salir. En el centro de ese palacio viviria el Minotauro, un monstruo mitad hombre, mitad toro, feroz yy devorador, que cada nueve aiios destripa- ria con sus cuemnos a los muchachos y a las muchachas atenienses. Los atenienses sabian que Minos era im- placable, pero no habian esperado una con- dicién de paz tan monstruosa. Sin embar- £0, debian aceptar; de otro modo Atenas terminaria arrasada. Ese mismo aio, en un arco de velas negras, partieron siete mu- cchachos y siete muchachas, todos fuertes, sanos y hermosos, rumbo a la isla de Creta. Y los atenienses los lloraron en la costa. Y nueve afios después otros siete mucha- cchos y otras siete muchachas partieron en tun barco de velas negras. Y pasaron otros nueve aiios ‘Ya legaba la primavera y los atenienses sabian que en cualquier momento Hegarian desde Creta los embajadores a reclamar el tributo. Se hizo el sorteo para ver quiénes serian los desgraciados que moririan entre los cuernos del Minotauro. Siete muchachas fueron sorteadas, todas fuertes, sanas y hermosas, y sus padres, lorando desconsoladamente, comenzaron & despedirse de ellas. Cuando Ileg6 el momento de sortear a los muchachos hubo algunos atenienses que comenzaron a murmurar en contra del rey. —Egeo mos manda sortear a nuestros hijos —decian—, pero se cuida muy bien de que el suyo intervenga en el sorteo. Teseo, el hijo de Egeo, los oy6 murmu- rar y, como era tan valiente y tan dispuesto a emprender aventuras, le pidié a su padre que lo enviase a él, junto con otros seis muchachos, al palacio de Minos. —Pero, Teseo —protestd Egeo—, vos ‘80s mi tinico hijo. —Voy a volver, papi —dijo Teseo— Voy a derrotar al Minotauro. Todos Jos atenienses comentaban Ia va- entia de Teseo y se acordaban de otras aventuras que habia tenido. Un dia de cielo muy azul el barco de las velas negras zarp6 rumbo a Creta con siete muchachas Horosas, seis muchachos preocu- pados y un Teseo que, con las cejas frun- ccidas y el énimo decidido, iba a enfrentarse con el monstruo de Creta. ‘AI llegar a Creta los pobres jvenes ate- nienses comenzaron a enterarse mejor de la desgracia que los aguardaba. El palacio que habia mandado construir el rey Minos tenia un nombre: el Laberinto. EEE TEE TEESE sssss m Dédalo, su ingenioso arquitecto, lo habia disefiado de tal manera que habia una can- tidad infinita de pasillos y corredores si- ruosos, que doblaban a veces hacia la de- recha, otras hacia la izquierda, que termi- naban retrocediendo, se bifurcaban... Los que entraban al Laberinto podian pasarse dias y més dias tratando de encontrar-la salida, pero no lo lograban. De un corredor pasaban a otro, Daban vueltas en redondo, volvian a pisar sus propias huellas y se perdian irremediablemente. Y, mientras tanto, el Minotauro, sediento de sangre, los aguardaba en el centro, donde tarde o tem prano terminaban desembocando. Tan horrible era el suplicio que el propio ‘Teseo, que era tan animoso, empez6 a pen- sar que tal vez ésa fuese su dltima aventura Y tal vez lo hubiese sido de no haber estado por ahi una muchacha bella y timi- da: Ariadna. Ariadna era la hija del rey Minos y, ‘como todos Los cretenses, les tenia bastante rabia a los atenienses por lo que le habian hecho a su hermano. Sin embargo, cuando vio a esos pobres muchachos y a esas pobres chicas, que tenian més o menos su edad y que Iloraban desesperados por la suerte que les esperaba y sobre todo cuando vio a ese muchacho més alto y més grande que los demés, y tan hermoso, que no pedia perdén ni Uoraba sino que miraba de frente a los cretenses con las cejas frunci- das, Ariadna sintié que el corazén se le centibiaba con la pena y también con el amor que empezaba a sentir por Teseo, el ateniense orgulloso y valiente ‘También Teseo vio a la timida muchacha, que lo miraba con grandes ojos negros des: de la puerta de su enemigo. El rey Minos mandé que alojaran a las vvictimas en el palacio: al dia siguiente se haria el sacrificio. Esa noche, cuando 1a hind estaba alta, Asiadna, la timida y dulce Ariadna, se armé de coraje y buscé en las habitaciones del palacio de su padre hasta dar con Teseo. ‘Teseo miraba la luna desde la ventana. —Extranjero —dijo Ariadna en voz muy baja, acercéndose—. Extranjero, no quiero que te mueras. —Tampoco yo quiero morir —dijo ‘Te- seo—. Yo quiero pelear. Yo quiero matar al Minotauro..... Pero dicen que el Mino- tauro es feroz y que el Laberinto es infini- to. Dicen que nadie volvié a salir vivo de ese horrible palacio. —Es cierto —dijo Ariadna—, el Mino- tauro es feroz y el Laberinto es infinito, pero hay un modo de encontrar la salida. ‘Ariadna le mostré entonces su arma se- creta: un ovillo de hilo sedoso y fino. —Con esto podris salir del Laberinto ‘Aleanza con que ates la punta de este ovillo a tuna saliente de las paredes de roca de los infinitos pasillos. Después tenés qué ir desovillando el hilo. Para volver bastard con que vayas rehaciendo el ovillo. —Me diste el arma para derrotar al La- berinto, hermosa cretense, {con qué arma voy a derrotar al Minotauro? —pregunts Teseo. Entonces Ariadna le entreg6 una reful- gente espada. —Esta espada mataré al Minotauro —le dijo Ariadna, Tesco entonces sonrié una gran sonrisa, Se sentia seguro y con ganas de iniciar el combate Al dia siguiente, cuando apenas el sol empezaba a salir del horizonte, los atenien- ses fueron Ilevados a la entrada del Labe- Tinto. Los muchachos y las muchachas llo- taban, abrazindose unos a otros. Teseo, que no habia querido contarles nada de lo sucedido durante su entrevista secreta con Ariadna, escondia el ovillo de hilo y la espada brillante entre sus ropas. —iMinotauro! —grité el rey Minos desde Ja puerta del Laberinto—. Acé te manda- mos nuestra oftenda: siete muchachos y siete muchachas de Atenas, todos fuertes, ssanos y hermosos. Desde el fondo del Laberinto un largo y sonoro mugido le respondié Entraron al Laberinto. Cuando apenas habian avanzado unos ‘metros Tesco les pidié a sus compaiteros ue se mantuvieran juntos y que avarizaran detrés de él, que no tuvieran miedo, que iban a salvarse. Entonces aié la punta de! ovillo de Ariadna a una pequefia saliente de roca y comenzé a avanzar. Se movian en tinieblas, casi a tientas, Por corredores muy estrechos, flanqueados Por paredes'altas, hnimedas y negras, en las gue crecian algunos manchones de musgo. Habia cientos, miles de pasillos que se cru- zaban, se bifurcaban, torcian hacia un lado y hacia otro y, de pronto, terminaban en tuna pared sin salida. A lo lejos, cada vez més nitido, ritmico Y Pausado, se ofa el mugido del Minotauro. Teseo avanzaba cauteloso, sin soltar el hilo de Ariadna con su mano izquierda y aferrando con la derecha la espada brillan- te. El mugido del Minotauro hacia ret bar las paredes. Los muchachos escudri ‘ban con ojos de miedo la oscuridad: detris ‘de cada curva esperaban encontrar al mons- truo. Torcieron bruscamente hacia la izquierda y, de pronto, la penumbra del Laberinto se onvirtié en la luz muy intensa de una ma- fiana soleada. Habian Hegado al centr. De pie, baiiado por la luz del sol, estaba el Minotauro moviendo la cabeza hacia un lado y hacia otro, preparindose para em- bestir con sus temibles cuemos. Desde la punta de los pies hata el cuello era sélo un hombre grande y forido, con los misculos tensos, bafiados en sudor, pero lo que ver- daderamente espanté a los atenienses fue su gran cabeza de toro, con gruesas nari- ces, ojos crueles y diminutos, labios grue- sos, de los que manaba un hilo de baba, y tuna imponente corona de cuemnos largos y filosos como sables. JESS e ey se]5)5) Teseo se paré en seco. Los muchachos y las chicas cerraron Ios ojos para no ver esa figura monstruosa y se taparon los oidos para no oir sus mugidos de amenaza. —Quédense aqui, junto al ovillo —les dijo Teseo—. El ovillo es lo principal. Los muchachos se quedaron amontona- dos junto al iiltimo pasillo, aferrados al ovillo, y Teseo avanz6 hacia el nionstruo con Ia espada en la mano, EI Minotauro 10 miré con curiosidad. arecia intrigado por esta victima rebelde, que le hacia frente, tan diferente de los ‘muchachos que habia despedazado nueve afios atrés. Se quedaron los dos quietos, silenciosos, midiéndose con la mirada. Des- pués, los dos @ un tiempo, empezaron a desplazarse en citculo, rodedndose uno al ‘otro, buscando la oportunidad. De pronto, con un sibito impulso, el Minotauro bajé la cerviz.y embistié bestial- ‘mente. Pero Teseo vio venir el ataque y se eché rapidamente hacia un costado. Justo a tiempo: el afilado cuerno del Minotauro le arraneé un trozo de la ttinica y le dejé un fino rasguito en las costillas. El hombre- toro detuvo su carrera y mugi6, furioso: no le gustaba que se le resistiesen. Entonces gird el cuerpo, bused con los ojos al mu- chacho y, pateando con furia el suelo, vol- vida embestir. Las muchachas comenzaron a gritar de- sesperadas cuando vieron al Minotauro avan- zar con tanto impetu contra Teseo, levan- tando polvareda, y los seis muchachos se adelantaron con el deseo de socorrer al amigo en peligro. Pero esta vez Teseo lo aguardaba con la espada alzada, en punta, preparada para clavarse en el grueso cuello del monstruo, ‘Sin embargo, por un momento todo pa- recié perdido: Teseo retrocedié un paso y ‘ropez6 con una piedra. Cayd de espaldas al suelo. El Minotauro lo vio caido y atro- pellé hacia adelante, con los cuernos casi a ras del suelo, preparado para ensartar a la victima. Pero Tesco fue més répido. Tuvo tun instante para arrodillarse y alzar la es- pada. Cuando el Minotauro, ciego en su atropellada, Heg6" junto a él, ahi estaba la espada brillante, que se clavé profunda en la cerviz. EI monstruo cayo al suelo, rodando en su sangre y mugiendo sus restos de vida. CEN EO ERB Un mimuto después todo se habia aquie- tado. El polvo se habia posado nuevamente sobre el suelo y, en lugar de gritos y mu- gidos, solo habia silencio en el aire. —Volvamos —dijo Teseo luego de echar- {e una tiltima ojeada al monstruo y arran- ccando la espada sangrienta, que seguia cla- vada en su cuello. Entonces tomé el ovillo y, lenta y cuida- dosamente, lo fue ovillando de nuevo, por pasillos y corredores tenebrosos, hasta acer- ccarse a la salida del Laberinto. Cuando estuvieron a pocos metros de la salida y vieron a lo lejos la luz del dia, Teseo les mandé a todos guardar si sentarse a esperar hasta que se noche y los alrededores quedaran vi ccretenses, Sentados uno junto 2 otro, los mucha- cchos esperaron a que cayera el sol. Poco a poco la oscuridad se fue haciendo més den- say ya dejaron de oirse las voces de los cretenses, que, seguros de que los atenien- ses habian muerto entre los cuernos del toro, volvian a sus casas haciendo comen- tarios. ‘Sees JESS 5/5155] Gy ‘Cuando estuvo bien seguro de que no habia peligro, Teseo terminé de ovillar el hilo y volvié a salir al aire libre: era el primer hombre que habia podido desandar el Laberinto. Miro a su alrededor y se sobresalt6. Cer- cca de la entrada, junto al tronco de un frbol, habia una figura blanca. Alarmado, Teseo echd mano a la espada; tal vez los ‘retenses habian dejado un guardia apos- tado. Pero, en eso, se oy una vor timida —Soy yo, Teseo, Era Ariadna, —iAriadna! Te quiero mucho, Ariadna —4ijo Teseo, abrazindola y devolviéndole el ovillo de hilo, bien enrollado—. Ariad- za, ,no querés venir conmigo a Atenas? —Si que quiero —dijo Ariadna. Y sonrié tanto que la cara le brill6 como una luna. ‘Caminando en la noche luminosa de Cre- ta, los atenienses avanzaron hasta la costa, donde un barco de velas negras los estaba cesperando. 'Y asi terminé a bella historia de Teseo, Ariadna y el Minotauro.

S-ar putea să vă placă și