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LA MAR DE CUENTOS LS.B.N.: 987-503-293-X, © De esta edciénEditorial La Pagina S.A. © Odo S.R.L. Gramon-Colihue Libros [ESET To fae Ge we lng TR 3 wT] jamanete onl sna roids eta separa o ctl ema de comeriizacién Ms cuentos de la Mitologia Griega ORFEO, EL QUE VOLVIO DEL INFIERNO Relatos de GRACIELA MONT! Dibujos de LILIANA MENENDEZ, SALAINFOAITL Pagina/12 Cuando tos griegos pensaban en un poe- ta, en un cantor, en alguien capaz de con- mover con la misica y las palabras, decian “Orfeo”. Aseguraban que, cuando Orfeo cantaba, el mundo entero contenfa el alien- to y se acercaba para escuchar mejor. Que los pdjaros hacfan silencio y los arboles segufan el vaivén de la miisica con el fo- Ilaje. Que los ciervos y los osos se echa- ban a los pies del cantor y apoyaban la ca- beza en sus rodillas. Que los peces asoma- ban la cabeza fuera del rio y que la propia agua del rfo se quedaba muda y quieta como un espejo. Decian (aunque tal vez exageraran un poco) que, cuando Orfeo cantaba, hasta las piedras venfan rodando desde lejos para escuchar su canto. Nadie canté mejor que Orfeo, ésa ¢s la verdad. Tampoco hubo nadie que haya vis- to los horrores que él vio, nadie que haya vivido tan de cerca los misterios. Sin embargo, esta historia que a los grie- gos les gustaba tanto contar no comienzacon horrores sino con mucha alegria, miisica y canciones. En casa de Orfeo, cantar y contar y tafir {nstrumentos era lo més natural del mundo. EI padre, Eagro, rey de Tracia, era también un dios-rio y solia cantar viejas canciones de pescadores, con una bella voz, profunda como el murmullo del agua entre las pie~ dras. Y Calfope, Ia madre, era una musa nada menos, una de las nueve hijas de Zeus y Mnemosyne. Contaba maravillosas his- torias de héroes y aventuras, historias tan bien contadas que los que las escuchaban crefan estar viviéndolas ellos mismos. Y estaban todas las tas-musas ademés, que andaban siempre por ahf cerca. Algunas bailaban, otras tocaban Ia flauta, otras se disfrazaban y representaban obras de tea- tro. Es dificil imaginar un hogar més feliz que el de Orfeo, Cuando Orfeo cumplié quince afios, el dios Apolo le regal6 una lira. Una bella lira de oro. El poeta nunca més se separ6 de ella Con su lira en la mano salié a recorrer el mundo. Sentado bajo la sombra de un érbol, © andando por los caminos, o de pie en me- dio de las plazas de las ciudades, pulsaba las cuerdas y ensayaba la voz. Buscaba los sonidos mds puros y las palabras que se Ile~ varan mejor con esos sonidos, y que dijeran mejor lo que vefa, 10 que sentia y 10 que querfa cantar, Tanta devocién dio sus frutos. Orfeo aprendié a cantar mejor que nadie. Cuando cantaba la Cancién de la Rosa, que fue una de las primeras que invent6, los que lo ofan venteaban el aire para aspirar el perfume, y muchos sentfan el roce de los pétalos 0 la punta aguda de las espinas en Ia yema de los dedos. Era como si Orfeo, con su canto, hiciese que las rosas de veras existieran. Entonces se hizo famoso. Y no sélo en ‘Tracia sino en toda Grecia. Jason lo mand6 Hamar cuando estaba organizando la expe- dicién de los argonautas en Ja costa de Tesalia. Querfa que el poeta los acompafiara enel viaje y se cuenta que fue gracias a los cantos de Orfeo que los remeros soportaron el miedo y sortearon los tremendos peligros a que el barco, el famoso “Argos”, estuvo sometido, En esos afios, el canto era todo para Orfeo. Hasta que un dia se enamor6, Y entonces sf que le cambi la historia. Parece ser que sucedié en un bosque. Se- guramente era un bosque de sauces y estaba muy cerca del agua porque de quien Orfeo se enamoré fue de una néyade y las ndyades son, de entre todas las ninfas, las que mas ‘cerca andan siempre del agua. El poeta no habia ido a ese bosque a ena- ‘morarse sino a cantar. Pero la cancién que Te andaba dando vueltas en la cabeza era una cancién de amor, casualmente, Hablaba de ‘emo el sol y la sombra se buscan entre el follaje al mediodta Sentado en el suelo, con la espalda apo- yada en el tronco de un gran sauce, Orfeo pulsé una cuerda, Una sola. Porque hubo algo que lo distrajo, Tal vez fue un velo, tal vez un mech6n de cabellos (en las néyades, las ropas y los cabellos se parecen, y caen suaves y luminosos como hilos de agua). ‘Orfeo interrumpié su canto, levanté los ‘ojos de las cuerdas y vio que, por entre las ra- mas del sauce, que también parecfan hilos de agua, se asomaban dos ojos de color vio- Teta y una boca sonriente. Entonces volvié a tomar la lira y cant6. Easta vez Ia cancién que cant6 fue una ‘canci6n de amor tan hermosa, y tan ardien- te, que no sélo enamoré a la néyade sino que, segtin dicen, seria capaz de enamorar a cualquiera, si acaso alguien tuviese la dicha de recordarla, En todo caso esa ndyade, que se Iamaba Eurfdice, se enamoré sin remedio.Y como nada impedia ese amor, los enamorados pi- dieron a Himeneo que los casara. Fue una boda feliz. El padre de Orfeo, co- ‘mo dios-rfo que era, estaba encantado de que su hijo hubiese buscado una esposa tan acud- tica como ésa. Y Calfope y las tfas-musas sonrefan ab ver qué Euridice parecia capaz de inspirarle a Orfeo sus mejores cantos. Pero llegé la desgracia. Un dia un pastor (dicen que se lamaba Aristeo), se acercé con sus ovejas al bos- quecito de sauces y vio a Euridice barindo- se en el arroyo y jugando con sus hermanas las néyades. ‘Como ninguna era tan bella ni tan vivaz y encantadora, ni tenia esos ojos asombrosos de mirar profundo, fue ella la que sofié ‘Aristeo tener entre sus brazos. Comenzé a perseguirla. 2 La dulce escena se alborot6. Las néyades huyeron. Abandonaron el agua y corrieron desnudas hacia el interior del bosque. at 3 Fue en medio de esa huida que sucedié la desgracia. Euridice pisé donde no habria de- bido pisar y la picé una vibora. Una vibora que nadie vefa, porque era verde como la hierba. Una vibora casi invisible, pero ca paz. de matar. {Me muero, hermanas! ~grité Eurfdice al sentirel veneno trepindole por el cuerpo. Las néyades la recogieron en sus brazos. Me muero, hermanas —volvi6 a decir Euridice, pero ahora apenas en un susurro-, yy no quiero morir sin antes besarlo a Orfeo. Las hermanas corrieron a través del bos- que con Eurfdice en brazos, Gritaban su dolor de tal manera que el propio Aristeo emprendié la huida, asustado por lo que ha- bia sucedido. ~iEvohé, evohé! ~aullaban las néyades—. Se nos muere la mejor, la mas hermosa, Orfeo cuid6 de su amada esposa durante tes dias, sin separarse de ella un momen- to, cantindole al ofdo, besindola dulce- mente. Pero el veneno de la vibora era fatal y Euridice murié sin remedio. Entonces Orfeo, que durante tres dfas ha~ bia s6lo acariciado y amado, lanz6 un grito feroz, ¢ hizo estallar las cuerdas de la lira “ ‘A partir de ese dfa no entoné sino cancio- nes de dolor. Lamentos tan tristes que des- zgarraban el pecho del que los ofa. Mi amada ha muerto —cantaba- y ahora, vida, gyo qué haré? Las néyades Horaban con él, haciéndole coro, y los animales, los drboles y las pie- dras los acompafiaban con gemidos. Hasta que-un dfa Orfeo tom6 la decision de ir a buscar a su esposa al reino de los muertos. Fue una decisién inusitada. Nunca nadie habfa ofdo hablar de que un vivo hubiese sido capaz.de rescatar a un muerto, ¥ el pri- ‘mero que lo intenté fue Orfeo, el poeta. De inmediato se puso en marcha. Le habian contado que en una gruta de Tracia, detrds de un olivo, estaba la entrada al reino de los muertos, y hacia esa gruta se encaminé. Era un socavén oscuro y profundo.como tuna boca de tinieblas. Nada se vefa, Nada se adivinaba siquiera de lo que podia haber abt adentro. Pero Orfeo no titubes, y se interné por él. Fue avanzar cinco pasos y sentir que lo envolvian la noche y el silen 2 pasos més allé comenz6 a escuchar- se el murmullo del agua que manaba de las piedras. Orfeo siguié avanzando. Caminaba sin dejar de pulsar su lira y entonando sus be- Ilas canciones triste. Después de media hora de caminata en esa oscuridad sonora lleg6 a una especie de pra- do. Stibitamente Ia roca se ensanchaba en tun inmenso espacio y un agudo aroma a li- rios Hlenaba el aire, No podia decirse que hubiese luz alguna hf adentro y, sin embargo, las flores, extra- fiamente quietas, se recortaban con nitidez en medio de lo oscuro. Orfeo distinguié también muchas figuras de hombres y mujeres, viejos y viejas, j6ve- nes y también niffos, que se abrian paso por ese mar de flores. Algunos marchaban de- tds de Hécate, la bruja, otros vagaban entre Ios lirios, titubeantes como recién llegados. Un poco mis allé e! murmullo del agua se hizo mis intenso y luego atronador. La voz de Orfeo y el sonido de su lira dejaron de ofrse. Un instante después el terreno descendié en una brusca barranca y Orfeo sintié en la 7 punta de los pies el frescor turbulento del agua, “Habfa legado al limite. Si cruzabaese rio, el Aqueronte, entraria al Trtaro, el territo- rio mas profundo de la ultratumba, el reino de Hades el Oscuro y de su esposa, la bella Perséfone, Orfeo no sabja cusiles serfan las condi nes de ahi abajo. Sélo conocfa lo que im ‘ginaban de ese sitio los poetas. Pero no dud6: cruzaria el rio. Pocos segundos después vio que se acer- caba una barca a la orilla, Al igual que los lirios, era muy visible en medio de la negru- ra, Orfeo distinguié muy bien al barquero, un hombre viejo y taciturno, y al perro de tres cabezas que, sentado en el otro extre- ‘mo, lo acompaiiaba. Orfeo hizo seftas de que queria eruzar y ‘mostré que tenfa una moneda con que pa- gar el servicio. Entonces el barquero remé Tentamente hasta la costa y, sin decir una sola palabra, le permitié trepar al bote Sentado en el banco de popa, Orfeo con- templaba el extraiio paisaje. Elterreno estaba surcado por muchos rios y riachos que flufan unos en otros, pero nin- guno tan profundo ni tan ancho como el ‘Aqueronte. Las tinieblas dibujaban en las orillas formas desconocidas, que, un mo- ‘mento después, se convertian en otras. El barquero nunca habl6 ni Orfeo se atre- vié a hablarle. Ambos, el barquero y el pe- ro, parecfan sélo concentrados en hacer su trabajo. Cuando llegaron alla otra orilla, Orfeo des- embarcé y avanzé algunos pasos por una especie de valle que segufa descendiendo ‘més y més hacia el fondo de la Tierra. Se habia alejado un buen trecho del sitio ‘cuando oy6, a sus espaldas, primero los gru- fiidos y luego los ladridos agudos y des- acompasados del perro de tres gargantas. El terreno comenzé a escarparse, Pero las rocas, los cetros y las hondona- das que Orfeo iba distinguiendo estaban hechos de tinieblas. Tinieblas més 0 menos densas, més o menos turbulentas, que dibu- jaban un paisaje extrafio por el que Orfeo se iba abriendo paso con dificultad, apartando Ja oscuridad con la mano como quien aparta una cortina de terciopelo negro. De pronto, en un recodo, se distinguen 20 itidas las puertas del Tértaro. Inmensas, de bronce, brillantes. Al acercarse Orfeo hasta ellas, las dos ppesadas hojas se abren y lo dejan pasar. La habitaciGn es inmensa y est4 repleta de gente. Hay pequefias escenas desarrollén- dose en distintos puntos. Muchos trabajan, otros sélo se quejan. Un griego viejo, que Orfeo reconoce en- seguida como Sfsifo, estd ocupado en em- pujar una gran mole de piedra hacia lo alto de una montafia, con empefio pero sin espe- ranza, sabiendo que, en cuanto Hegue a la cima, la verd rodar de nuevo hasta el pie, una y otra vez, sin remedio, a Otro griego esté sumergido en una lagu- na, Tiene los labios resecos, pero, en cuanto se inclina para beber, el agua se retira, con- dendndolo a la sed eterna. Orfeo se pre- ‘gunta si serd Téntalo, el burlador de los dio- ses. Tres diosas voladoras, las Erinias, pasan por encima de la cabeza de Orfeo, agitin- dole los cabellos. Orfeo no se detiene. Avanza. Pero ahora avanza como un cantor, como tn poeta, pul- sando las cuerdas de su lira y entonando su bella Cancién de la Rosa De pronto se hace silencio en el atareado Tartaro. Las Erinias se posan para escuchar el can- to. Sisifo interrumpe su trabajo, Téntalo ol- vida su sed, y todos y cada uno de los que estaban ahi adentro se acuerdan de la rosa. Orfeo sigue avanzando, y, como todos le abren paso al canto, llega muy pronto al trono de los reyes del Tértaro: Hades y Perséfone. Ese es el momento de su gran triunfo por- que, al levantar los ojos hacia los reyes, ve que la bella Perséfone se ha conmovido, le tiemblan los labios. Es la primera en dirigirle la palabra. n 23 {4Qué viniste a buscar aquf abajo, poe- ta? le pregunta. 2Y por qué recordarme la rosa, que aqui adentro no puedo ver? Entonces Orfeo pide su gracia, que le de- vuelvan a Euridice. Ya se dijo que era un pedido insélito, ex- tremado. Pero se cuenta que Orfeo Io pi de tal manera, con palabras tan justas y emo- cién tan grande, que Perséfone intercedié por él ante su severisimo esposo. Entonces se produjo el milagro, lo que nadie nunca habia conseguido: Ia devolu- cién a la vida de un muerto. ry Brotada de las tinieblas, vestida con su traje funerario, con sus cabellos suaves como hilos de agua ondulando suavemente apare- cié Euridice, Pélida y con los ojos cerrados, moviéndose con una solemnidad rara, may diferente de su andar de siempre, seguia pa- reciendo una muerta. El poeta dejé de pulsar las cuerdas para contemplarla, Aqui esté tu Euridice, Orfeo dijo Per- séfone-. Te damos permiso para que te la eves. Te lo ganaste con tu bello canto, ~Pero por tnica vez ~rugié Hades, inte- mumpiendo con brusquedad a su esposa-. iY con ciertas condiciones! El rey del infiemo se vefa de mal humor, parecfa celoso, Orfeo busc6 aplacarlo. Dijo que harfa lo que fuera, que obedeceria todas las condi- ciones que le impusieran. —Volveras al mundo tal como has venido ~sentencié Hades-. Eurfdice te seguiré, no tengas miedo. Pero jguay con dar vuelta hhacia atrés la cabeza! No podris buscarla ni con la mano ni con los ojos hasta que no haya concluido el viaje. ‘A Orfeo no le parecié dificil cumplir con la empresa Ech6 a andar y Euridice detrés de él, como su sombra, Sin mirar atrds, atraves6 las puertas de bronce, recorrié el paisaje turbulento, des- hizo las tinieblas con los brazos. Sin mirar atrés Hamé al barquero y subié al bote, Mientras cruzaba el Aqueronte trataba de sentir el peso del cuerpo de Euridice, 0 es- cuchar algtin grufido, algdin gemido del pe- ro que le indicase que ahf iba un espectro. Luego, cuando desembareé y comenz6 a trepar el terreno, aguzaba el ofdo para adi- vinar al menos el roce de los vestidos de Euridice, 0 algiin suspiro o algtin chasquido que le aseguraran que ahi estaba, fiel, a sus espaldas. 26 ‘Al atravesar el prado de los lirios temié ‘que se le perdiera entre las sombras que va- gaban de un lado al otro desorientadas. Se detuvo de repente, esperando que el cuerpo de Euridice chocara con el suyo. Pero nada sucedi ‘Si Buridice estaba ahi, asus espaldas, era tan silenciosa, liviana y cauta como una sombra. 28 Entonces Orfeo miré por enci hombro, una sola vez. Le alcanz6 para ver a Euridice. Un instante apenas pudo verla, con sus ojos ahora bien abiertos y su bella sonri- sa, porque en el instante siguiente Buridice volvia a morir, Morfa por segunda vez. Cafa de nuevo en las tinieblas. Los dioses son severos, y no ponen en vano sus condiciones. 29 Orfeo regresé sobre sus pasos. ~iEuridice, esposa mfa! ~la amaba. Pero ella se desvanecia en lo hondbo. Quiso volver a cruzar el rio y le hizo se- fias al barquero. Pero el barquero no se acer- €6.a la orilla Desde su puesto en el bote el perro guar- din de los infiemnos grafifa ferozmente y le rmostraba sus tres fauces negras y sus dien- tes de un rojo reluciente. Orfeo, sentado a la orilla del r/o, Horaba como un nifio. Llor6 y rogé durante siete dias y siete noches hasta que perdis la espe- ranza 30 Se dice que, cuando Orfeo salié de la gru- ta, ya no parecfa el mismo (nadie puede ser el mismo después de haber visitado el In- fierno), Se dice que el cabello negro se le puso blanco, y que no volvié a tener trato con hu- manos. Que vagaba solo por el bosquecito de sauces, cantando canciones que hablaban de Euridice y de lo inmortal que era su amor. En cuanto a cémo terminé todo, los grie- ‘gos no se ponen de acuerdo. Algunos dicen que las sacerdotisas del dios Didnisos, las bacantes, trataron de enamorarlo de mil ma- neras y que, al no conseguirlo, se vengaron de €1 maténdolo y cortando su cuerpo en pedazos que repartieron luego por toda Gre- cia (tal vez.eso explique que en Grecia haya habido tantos y tan buenos artistas). Otros dicen que no fue asi, que Orfeo ‘murié en su bosque dulcemente. Pero todos coinciden en que un amor tan grande tuvo que ser recompensado a la lar- a, y aseguran que Orfeo volvié a reunitse con su amada en el Infierno y que lego los dioses les permitieron emigrar de ese lugar oscuro a la Isla de la Bienaventuranza, don- de siguen viviendo por siempre los que me- recen seguir viviendo. a

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