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En todas las librerias La Mar de Cuentos Un viaje.a los mundos imaginarios ‘mds espléndidos de la humanidad CCumsros ne La seroLocta enue (Rett de Grail Mone Dione Lins Mende) ‘Mis cuevros ne La mtrovocta exinca ‘Cumros pes Ma ¥ Ura Nous laos de Gail Mowe. its Lilian Mentndex) Hisrontas ve LA Buia (Retaos de Gada Motes Dios de Oscar Ross) (Canatseos ELA Misa RONDA (Retnor de Gach Monies. Dior de Ora Ros) Los cumros oe Peneaut (Racca de Gals Mone Dias de Sa) ANaNzas os JUAN EL ZORRO (Reltos de Hoc leben, Doo de Tas) Los vues oe Guuven (adap de Rope C. Paredes. Dito de St) Fouts pe Esoro (esa de Heber Cade. Dios de Mar Gite) oe RL. Desir xu Econ Cao Da Veer 5126, (405) ‘eens Are, een Tei 903191161 Mas cuentos de la Mitologia Griega CIRCE, LA HECHICERA LA MAR DE CUENTOS Ms cuentos de la Mitologia Griega CIRCE, LA HECHICERA LS.B.N.: 987-503-293-X © De esta edeiénEditorial La Pagina S.A. © Odo S.R.L. Gramon-Colihue Libros Relatos de GRACIELA MONTES | Dibujos de LILIANA MENENDEZ Fe TST Fae IN PE TRY aT Pagina/12 jn conf mea. Pride su venta separa 9 xg rma de comerilzacion Cuenta Homero, el poeta, que Ulises y sus hombres pasaron por todo tipo de peripe- cias en su regreso a Itaca luego del fin de la guerra de Troya. Que tuvieron que vérselas ‘con gigantes de un solo ojo, con vientos des- atados y con dioses adversos. Esta es la historia de lo que les sucedié cuando Hegaron a una isla perdida en algtin punto del Mar Egeo. La isla se Iamaba Eea, pero ellos no sa- bfan e6mo se lamaba cuando la descubrie- ron, y tampoco sabfan qué clase de isla era porque, de haberlo sabido, jamas habrian desembarcado. Para ese entonces ya no le quedaba a Ulises més que una nave. Las dems habfan sucumbido a las tempestades 0 habfan sido destrozadas por el feroz. pueblo de los lestrigones. Decenas de hombres habfan muerto, y los que habfan sobrevivido, can- sados y bastante més viejos, con las barbas endurecidas por la sal, las ropas desgarra- das y las corazas abolladas, s6lo sofiaban con ‘encontrar por fin el camino de regreso acasa. 5 Divisaron Ia isla de Bea una noche de mar calmo y luna creciente y clara. No era de- ‘masiado grande pero llamaba la atenci6n por lo frondosa: el bosque de robles llegaba has- tala playa misma, Los héroes se habrian sor- prendido mucho si alguien les hubiese con- tado que se trataba de la misma isla donde habfan llegado a pedir refugio Jasén, Medea y los argonautas, en su huida de Célquida con el vellocino de oro. Ulises mands fondear el barco muy cerca de la costa y un grupo de hombres bajé a explorar el territorio. Habfa que conseguir comida y llenar los odres de agua fresca. El que iba al mando del grupo era Euriloquio, un griego desconfiado, de quien los demas solfan burlarse por su exceso de prudencia, Se internaron en el bosque. Los érboles eran inmensos y crecfan tan entrelazados unos con otros que la oscuridad era casi cor pleta. Sélo de tanto en tanto se abria un hue- co en el follaje y penetraba la luna ‘Tal vez. por miedo a la oscuridad los ex- ploradores evitaban el silencio, e iban ha- cigndose bromas, jugando a asustarse y can- turreando canciones lenas de picardia. De pronto se escuché un rugido. Todos enmudecieron. A una sefial de Euriloquio, desenvainaron sus espadas y se formaron en circulo, espalda contra espalda para protegerse. Otro rugido més. Y un tercero. Luego un aullido larguisimo que los llené de espanto, Més silencio. Un quebrarse de ramas y, por fin, el suave murmullo de pasos sobre la ho- jarasca, Tres leones asomaron sus melenas. Otro ids, trepado a una horqueta, hamacaba la cola por encima de sus cabezas mientras manoteaba el aire con la zarpa. En el espa~ cio de negrura que haba entre Ios troncos dedos robles inmensos se dibujaron los ojos rojos de un lobo. Euriloguio estuvo a punto de ordenar el staque. Pero hubo algo en la mirada del leén que tenfa més cerca que le hizo pensar que no habja amenaza, Me mira con suefio, como mi gato-dijo. Y era verdad, ellen entrecerraba los ojos con una mezcla de pereza y mimo. Luego se acereé con su andar armonioso y comen- 26 a frotar el cogote contra la piemna de Buriloquio, que temblaba. Cuando Euriloguio (que segufa pensando en su gato de Itaca, sin duda) le raseé la ca- beza, justo detrds de las orejas, el ledn se eché al suelo panza arriba y comenz6 a ron- ronear suavemente (todo lo suavemente que pueden ronronear los leones). 10 Laamistad qued6 sellada. Al rato yaesta- ban todos los demés animales —lobos, leo- nes, tigres— dindose topetazos contra los flancos de los sorprendidos griegos, hus- meéndolos y lamiéndoles con devocién la cara, Acompafiados por esa rara comitiva, Euriloquio y sus hombres siguieron avan. zando por el bosque, hasta que el bosque termin6 y, en un gran claro, se dibujé la si- Iueta de un palacio de mérmol rosado con bellas columnas blancas. En las escalinatas que levaban al pérti- co, recostados junto a las columnas 0 be- biendo agua de un estanque cercano, habia mansos grupos de animales que aceptaban Ia llegada de los hombres con naturalidad y gesto amistoso. Euriloguio y los: suyos subieron Jos peldafios. Al llegar al tiltimo, se encontraron frente a frente con la duefia del palacio. Era bellisima yel rostro se le abria en la més hospitalaria de las sonrisas. Me llamo Circe Aes dijo. Un rato después se enterarfan de que era hija del sol (lo que, segtin Euriloquio, ex. plicaba sus extrafios ojos amarillos). En cam. bio, nadie les cont6 jamés que era, ademés, tfa de Medea, esa enamorada de Jasén que Tuego enloquecié de celos, y hechicera de profesisn. Nadie les cont6 nada ni ellos habrfan que- ido que les contaran. Los griegos no tenian ganas de pensar ese dfa. Sélo estaban inte- resados en el olor excitante que habia en esa casa, Era evidente que algo delicioso se co- cinaba ahi adentro. ;Hacfa tanto que los po- bres no comian comida casera que sintieron que el coraz6n les daba un vuelco! Circe parecié adivinarles el deseo porque dijo como al pasar: ~Estaba cocinando pastelitos, Y, como para corroborar lo que decfa, sa- cudi6 los restos de harina que habfa en su } peplo rojo. Los griegos sonrieron y la siguieron ha- cia el interior del palacio con devocié ‘como perritos a los que se les promete un hhueso. Se acomodaron en la sala y felices, tendi- dos sobre tapices, reclinados en almohado- nes, miraron a Circe amasar. “ Circe mezcl6 la harina con la manteca y con los huevos, las almendras con las pasas de uva, el vino dulce con la crema espesa, y luego rocié la pasta con algunas gotas de una esencia exética y penetrante. ‘Atmedida que los pastelitos tomaban for- ma, se horneaban y echaban aroma, el sa- 16n se iba poblando de mujeres, todas j6- venes y bellas. Diez iban y venfan con ja- ras de vino y con abanicos de plumas que aliviaban el calor de los viajeros. Otras diez tatifari instrumentos. Y diez més bailaban para ellos, encanténdolos por completo con sus cuerpos. Circe en persona se ocup6 de ofrecer los pastelitos a sus invitados. Sélo Euriloquio se rehusé a comer y a beber. Dando crédito a su fama de descon- fiado, se quedé algo apartado de los demés, y luego se escabullé fuera del palacio para ilar desde alli los acontecimientos. Ha- bia algo en los ojos dorados de esa hija del sol que le hacfa pensar que podtfa tratarse de una bruja. Euriloguio era un hombre pru- dente: consideraba que se podia confiar en un gato de ojos amarillos, pero que era im- prudente confiar en tna mujer de ojos ama- rillos como los de wna gata. Desde el pértico, confundido entre los mu- chos animales, Euriloquio, el prudente, fue testigo de un acontecimiento extraordinaio, A Polites ~uno de sus compafieros y un bravo luchador, que habia tenido una actua- cién tan brillante en el asalto definitivo a ‘Troya,—lanariz le crecié de repente. Le cre- cid y se le resping6 extraordinariamente: los agujeros, antes sepultados en el bigote, se volvieron muy evidentes. El bigote mismo desapareci6, igual que la barba y los pelos de Ia cabeza. Se achicaron los ojos. Engord6 el cuello. Se acortaron las piernas. Las ropas inttiles cayeron en jirones al suelo. Y Polites, al parecer muy satisfecho con su ‘nuevo cuerpo, comenz6 a trotar y a gruftir y a revolcarse entre los platos del festin. Sus grandes jamones, montados sobre pezufias, se bamboleaban de un lado al otro y hacfan vibrar el rabo, que era corto, rizado y un poco ridiculo, Euriloquio pudo ver cémo, unos antes y otros después, todos sus compafieros aban- donaban la forma humana y adoptaban 1a de cerdos. Al rato todos grufifan, El banquete se ha- bia convertido en chiquero, y el grupo de gtiegos, en una piara chillona, que las mu- jeres ahuyentaban fuera del palacio con sus abanicos de plumas. Los que antes habfan sido héroes y ahora eran ruidosos cerdos, pasaron trotando por entre los leones, los lobos y los tigres, y estuvieron a punto de chocar contra el pro- pio Euriloquio, que, desolado, los vio ale- jarse rumbo al lodazal que se habia forma- do junto al estanque. “Esto es cosa de brujas -se decfa Burilo- quio mientras corrfa hacia la costa. Enel camino se encontré con Ulises, que habia salido a buscarlos, alarmado por la tardanza—;Y tus compafieros, Euriloquio? le pregunté Ulises. =En el chiquero, sefior. ~{Encontraron cerdos? ~dijo Ulises, en un, tono bastante esperanzado (jhacia tanto que no comfa un cerdito asado!) “Se convirtieron en cerdos més bien ~dijo Euriloguio-. En unos lindos cerdos griegos. Y le cont6 a Ulises la extraiia metamorfo- sis que habia presenciado, —Esa mujer es muy peligrosa. Lo trata a uno tan bien, le da a uno tan bien de co- mer... Lo entretiene, lo abanica, lo encanta ¥... jlo convierte a uno en un cerdo! O en le6n, 0 en lobo... Ulises decidié que él mismo irfa a resca- tar a sus hombres (si es que lograba hacer- les recordar que eran hombres y no cerdos y aceptaban que se los rescatara). Fue solo. Ulises se sentfa un poco viejo y estaba can- sado de tantas aventuras, pero segufa sien- do un héroe. Solo atraves6 la playa y solo se interné en el bosque. Fue una suerte que los dioses lo hayan estado siguiendo con la vista desde el Olim- po. Al fin de cuentas un hombte, por heroi- 0 y astuto que sea, nada puede contra el hechizo de una hija del sol y, ademés, tan buena cocinera, Hermes, el mensajero, bajé a prestarle ayuda. 2 (Alto! ;Un momentito! ~dijo el dios, ate- rrizando sibitamente y planténdose frente a Ulises. Ulises ya estaba acostumbrado a la inter- ferencia de los dioses, que se la habfan pa- sado entrando y saliendo de la guerra de Troya todo el tiempo. De todas formas se sobresalt6 un poco. Pero al bajar la mirada vio los pies alados del dios y lo reconocié, 2 jado al ver que se trataba de un dios amigo y no de uno de esos dioses enojados con él, como Hera o Poseidén, que Ie hacfan la vida imposible. -Si, soy yo dijo Hermes (le gustaba la popularidad, que lo reconocieran)-. Te trai- go algo que te va a proteger de esa mujer hechicera. Y le entregé a Ulises una ramita oscura, casi negra, con siete florcitas blancas. Se llama moly ~le dijo. ~iMoly? -repitid Ulises~ {Qué nombre taro! Primera vez que lo oigo... Ulises se interesaba mucho por las pala- bras. A veces, para no olvidarlas, las anota- ba en una tablita que se colgaba al cuello. Pero Hermes no queria perder tiempo. Dijo: “Circe es una excelente cocinera, Ulises, ya te habrén contado, la mejor... ;Pero no ‘quieras saber los sortilegios que es capaz de preparar en sus homos y en sus calderos! El moly es el mejor antfdoto, un antfdoto infa- lible. Esto tiltimo lo dijo con alguna impacien- cia. Las alitas de los pies le vibraban ya, era evidente que queria levantar vuelo, 2B ~Gracias, Hermes —dijo U voy a separar de ella, Con la ramita en la mano Ileg6 al palacio, Se encontré con los leones, los tigres y los lobos. Vio a los cerdos revolcdndose en el lodo. Y avanz6 hacia el pértico, donde una mujer espléndida, de cabellera cobriza y grandes ojos dorados, le daba la bienvenida on los brazos abiertos. eS, NO me Era encantadora, sin duda. Ulises se afe- 16 al moly y endurecié el gesto para resistir su encanto. Tal como habla sucedido antes con sus ‘compaiieros, subié los peldaiios del pértico y entré en la sala, Igual que antes, Circe comenz6 a amasar, yal momento comenzaron a circularlas ban~ ‘dejas, las jarras de vino, los abanicos, las danzas y las canciones. Pero, aunque Ulises aceptaba un bocado que otro cada tanto, nada parecia indicar que su forma cambia- rfa, Seguia siendo el robusto y barbado mo- reno, un poco canoso ya, que todos los grie- g0s conocfan, el hombre astuto, el de los buenos consejos, el que habia inventado el ardid del caballo de madera relleno de sol- dados. Laramita de moly surtfa efecto, sin duda De pronto Ulises se puso de pie, clavé sus, ojos oscuros en los amarillos de Citce y al ‘mismo tiempo desenvain6 su espada, Entonces la hechicera bajé la cabeza y 4ijo; ~Gané el griego. Y yo me doy por ven- cida. Ulises le orden6 que mandara traer a sus compaiieros y que les devolviera Ia forma humana. Volvié la a. Circe movi6 en el aire su ‘mano y, uno a uno, los cerdos volvieron a ponerse en dos pies, perdieron el rabo, re- cuperaron las barbas, las formas de sus na- rices, sus ademanes y sus viejos gestos. Pero se los vefa desconcertados, como recién nacidos. ~{.Quién soy? ,Quién soy? ~se decfan, Ulises, pacientemente, tuvo que ir nom- bréndolos a todos, uno por uno. Y ni aun asi parecfan del todo convencidos. 2 Ahora —dijo Ulises volviendo a fijar sus ‘ojos en los ojos dorados de la hechicera~ ‘quiero que les devuelvas su forma a los lo- ’bos, Ios leones, los tigres... Que vuelvan a ser humanos. Pero Circe se neg6. ~jSerfa una tonterfa! Mis animales son . {Qué harfan si vuelven a Ja forma humana? Nadie aquf puede nom- brarlos, y ellos yano recuerdan quiénes son, ni quiénes fueron. Ulises comprendié, Esta mujer no es ninguna tonta—se dijo, y se felicit6 en secreto por haberla derro- tado. Parece ser que Circe, derrotada pero no por eso menos hospitalaria, los invit6 a to- dos a pasar una temporada de descanso en cl palacio. Y se dice que los griegos aceptaron. YY que durante todo un afio la hechicera Jos trat6 tan bien, les cociné tales guisos, ‘masas tan delicadas y pasteles tan sublimes que, aunque los hombres ya no eran cerdos, se vefan algo achanchados. Echados en el suelo, bajo un arbol o en los peldafios de la gran escalinata de mérmol, empujaban las Jargas comilonas con largufsimas siestas. A 28 veces se dormfan con sus cabezas pegadas a lade un le6n, un tigre o un lobo que, alguna vez, tal vez, habfa sido un hombre como 30 Se dice que, durante todo ese afio, la vida fue, para Ulises y sus hombres, feliz y facil. Hasta que un dia todos amanecieron pen- sando en su pafs. Y volvieron a sentir ese violento deseo de volver a casa que, tarde 0 temprano, todos los viajeros sienten. 3

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