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I
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com
“Monólogo de la Soledad”
Alfredo Milano
Toronto, Febrero 2007
He tenido una noche de semi-insomnio. Duermo y no duermo. Amanezco cansada, los pies
pesados, la cabeza me pesa tanto como los pies. ¡Quién inventaría el trabajo! ¡¡Qué
vida...!!!
Voy al baño y hago mis rutinas. La misma poceta, la misma ducha, la misma yo.
¿Debería creer que también es la misma agua?
Me miro al espejo porque tengo que arreglarme y siempre me veo bien; pero ya desconfío
de este espejo mentiroso. Los otros espejos y las fotos, no mienten. Cada vez estoy más
vieja.
Me visto con calma, porque tengo tiempo. En invierno hay que fijarse primero en el
Weather Channel; él te indica cómo debes vestirte.
A pesar de que pudiera vestirme más informal en cuanto a las combinaciones de ropa, no
lo hago. Cuestión de orgullo. Mis botas, medias, abrigo, long-johns, pantalones. Todo tiene
que estar bien combinado.
No es que yo me vista para alguien en particular, ni para el público en general. Me visto
para mí misma, para mi ego.
Salir limpia de cuerpo y bien vestida, es para mí un orgullo.
Bueno, a salir. Otro día, otro dollar. Ja... Me río para mis adentros.
El ascensor está vacío. Claro, yo salgo un poco temprano para no encontrarme con la
multitud. Ground.
“Good Morning, sir”,
le digo al Security Guard y él gruñe algo que parece “good morning”. Me doy por
satisfecha.
Vivo a 8 minutos caminando del subway. Ya la calle está bastante concurrida a pesar del
frío. A algunas personas las “conozco”, porque son mis “compañeros de horario”.
Creo que todos nos conocemos a esta hora, aunque jamás nos hablamos y sólo nos
miramos de reojo. Nunca de frente, eso no es educado, “polite” como dicen por acá.
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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol. I
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com
El subway tiene muchas ventajas. Se oyen muchas voces, pasos de gente que siempre está
corriendo, jadeos.
Tengo todavía 6 estaciones del subway y unos tres cuartos de hora de autobús para llegar a
mi trabajo. Me gusta esta hora porque estoy segura de que siempre voy a estar sentada y
poder leer tranquilamente mi libro.
A veces, cuando no tengo libro o cuando hay mucha gente, enciendo mi I-Pod y oigo
música. Me dan ganas de reír cuando veo disimuladamente a la persona que esté frente a
mi, y yo con mis anteojos oscuros y mis audífonos, haciéndome como que si estuviera en
otro mundo.
Veo a una señora y comienzo un diálogo imaginario.
“¡Hola!, tanto tiempo sin verte... ¿Cómo está Julio, tu marido? Debes tener
cuidado con él. Es un descarado, un sinvergüenza. ¡No creas todo lo que te diga!”...
Parece mentira; ya han pasado diez años y me he ido quedando aquí, haciendo lo mismo.
Aquellas esperanzas y sueños de novata se han ido convirtiendo en frustraciones y
sarcasmos.
En eso me he vuelto una especialista. No creo en nada ni en nadie.
Mi lengua se ha convertido en una larga espada que tiene que estar preparada para
defender su territorio; aunque en el fondo de mi alma sé que no vale la pena pelear, porque
esas pequeñas disputas sólo van envenenándome el alma y alejándome de esos otros seres
iguales a mi.
Ocho horas diarias, o más -cuando las necesite la empresa- que son muchas veces al año. Y
lo peor es que casi nunca las pagan.
Por un breve instante se siente una inmensa alegría por estar libre. Alegría que dura muy
poco, porque se sabe que hay que regresar mañana. Sólo los viernes puede la alegría durar
hasta el sábado por la noche.
Otra vez el subway, el libro, o el I-Pod; a veces el “Metro Today” -el diario del TTC, de
lunes a viernes,- o la revista “24 Horas”.
Otra vez el edificio donde vivo, pero no intento saludar al Security Guard de esta hora; sé
que prefiere parecer como que está ocupado, para que no lo molesten.
El apartamento está oscuro, solo y frío. Enciendo la luz y todo está en su lugar, como
siempre.
Creo que una de las cosas buenas de estar solo, es que siempre todo está en su lugar.
Saco del freezer una comida congelada y la pongo a calentar mientras me baño de nuevo.
Me arreglo para descansar.
Ceno, doy una mirada a los periódicos y me voy para el único cuarto de que dispongo.
Enciendo el televisor y veo muchos programas casi iguales, como todas las noches.
Leo un poco más de mi libro de quince días.
Me dispongo a dormir.
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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol. I
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com
¡Cómo quisiera tener a alguien que me desordenara la casa, que me hablara todo el día,
que me tocara, que me llamara por mi nombre por cualquier tontería!
Quiero oir mi nombre dicho por otra boca. Que esa boca no fuera mi boca, sino de la
persona amada.
No quiero más dormir sola en el medio de esta inmensa cama. Quiero echarme a un lado y
compartir ese otro lado. No me importa que ronque o que hable dormido. Además, yo no
sé si ronco, porque jamás he dormido con alguien que me lo diga.