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-Mara -dijo Camus-, tengo algo muy importante que
decirte.
Mara estaba tecleando en un computador y mene
apenas la cabeza, con cierto fastidio. Un fastidio casi
imperceptible. Pero Camus lo not. La vida que llevaban
juntos desde haca dieciocho aos estaba llena de minucias
de este tipo. Gestos microscpicos, expresiones casi
transparentes que iban configurando una urdimbre
cotidiana de implcitos, elipsis, ligeras recriminaciones,
batallas soterradas, una telaraa en la que se saban
atrapados. Camus se haba aparecido en la puerta de su
escritorio, jadeando tras subir las escaleras, y a dos
metros Mara poda percibir su olor a whisky, a tabaco
negro. Le habl sin mirarlo y sin quitar los dedos del
teclado.
-Todava no han llamado?
-No. Nada -replic Camus. Tena la voz cascada,
enronquecida hasta el exceso; se hubiera dicho una mquina
trituradora de caf-. Los cabrones. No dan signos de vida.
Durante un rato ninguno dijo nada. Camus se limit a
mirarla trabajar, apoyado en la puerta, con un cigarrillo
quemado hasta la mitad que l pareca no darse cuenta de
que le colgaba de los labios. Cada tanto las cenizas caan al
suelo. En una oreja tena un audfono conectado a una
-Nada, supongo.
-Vamos.
-No s, estaba pensando en Esenin, sabes?
-Ah? Esenin?
Lo estaba pensando el da de su muerte, en el hotel
Anglaterre de Leningrado. Veintiocho de diciembre, 1925.
Estaba pensando en la frase de su ltimo poema, te
acuerdas?: En esta vida no es nuevo morir, pero vivir
tampoco es nada nuevo -hizo una pausa-. Pienso en Esenin,
en esos momentos, como un espritu devastado. Te das
cuenta? Qu estara pensando l en esas horas previas al
ahorcamiento? Qu haca? Qu podra haber?
-Qu tiene que ver? -cort Mara- Qu coos te
pasa, Camus?
-No lo s, Mara. Te juro que no lo s -Camus la abraz
otra vez con fuerza. Ahora le temblaba todo el cuerpo. Ella
lo not pero no dijo nada. Se limit otra vez a llenar los
vasos, que tambin tragaron con rapidez.
-Realmente no lo sabes?
-Supongo que ser que voy a cumplir 60 aos. Ser que
he bebido demasiado. Ser que odio los otoos. Ser que de
pronto he mirado este lugar, este escritorio, estos libros,
el maldito castillo en la ventana, y te visto a ti, Mara. Y te
he visto sola. Mierda. Tan sola.
Cuando se instalaron en Espaa -decisin en la que haba
incidido la voluntad de Camus de recuperar la suciedad del
idioma-, l crea tener casi a punto un nuevo libro, en el que
haba trabajado quince meses. Lo crea: tard otros
dieciocho aos en ponerle punto final. Nada menos.