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Oscar Videla
-compiladores-
CIUDAD OBLICUA
Aproximaciones a temas e intérpretes
de la entreguerra rosarina
PRESENTACIÓN ............................................................................................ 11
Élida Sonzogni
Conflictividad social en el contexto de crisis económica y política ............... 15
Laura Pasquali
En defensa del gremio docente y oposición al gobierno provincial:
el Partido Socialista en los años 1930 ............................................................ 21
Martín Müller
El Nativo de Rosario. Periódico antiimperialista, obrero, nacionalista
y radical. Los sentidos del Nacionalismo en los confines
de los años 1920 ............................................................................................... 39
Sandra Fernández
La revista como colección. Imágenes, arte y cultura en una revista
cultural ilustrada .............................................................................................. 81
La cultura visual en la década de 1920 ........................................................ 99
Lilian Diodati
Imágenes de una ciudad: espacios privados, costumbres cotidianas ........... 107
SANDRA FERNÁNDEZ
L
os años inmediatamente anteriores a la crisis de 1930 son, generalmente,
abordados por un fuerte sentido común saturado de las ideas de anteceden-
te, de interregno, de compás de espera, de transición entre la Primera Gue-
rra y el crack financiero y sus efectos. Sin embargo, este es un período cargado de
singularidades, de procesos que en su análisis nos muestran su complejidad. Este
efecto se potencia conforme nos acercamos a los años 1940, dándonos la razón al
interesarnos en este lapso de tiempo que marca más de lo que pensamos a nuestra
historia contemporánea. La definitiva declinación del proyecto oligárquico tal
como había sido concebido y proyectado a fines del siglo XIX y el fenómeno del
surgimiento del peronismo, opacan por su omnipresencia la virtud referencial de
este período cargado de hitos de cambio, a la par de una profusa continuidad.
Efectivamente, el siglo XIX no terminaba de irse pero ya estaba acabado y la
vorágine de la contemporaneidad, a pesar de la fortaleza de sus síntomas no aca-
baba de llegar a su cenit.
Así, la entreguerra se abre como un contexto fascinante, en especial si nos
detenemos en algunos tópicos que estudiados con intensidad para temporalidades
anteriores al Centenario, escasamente son transitados en los años siguientes a la
celebración de la Revolución de Mayo. La entreguerra argentina nos invita a pre-
guntarnos mucho, a hurgar respuestas que no pueden ser conseguidas bajo esque-
mas que se adecuen exclusivamente a procesos y prácticas características de los
signos decimonónicos o de las marcas propias de las vísperas de la Segunda Gue-
rra. Para interpretar este mundo y sus objetos es necesario bucear a otra profundi-
dad, y tratar de alcanzar no sólo respuestas, sino de ser capaces de formular más
y mejores cuestionamientos. Por esto, cuando a partir del año 2005 decidimos
llevar adelante un proyecto de investigación sobre la entreguerra rosarina, tuvi-
mos presente no apartarnos de estos presupuestos centrados en la originalidad del
período, superando su condición de exclusivo tránsito de un orden a otro de la
historia argentina. Interpelamos a nuestro objeto con nuevas preguntas y tratamos
de revitalizar algunos problemas, concentrándonos en una práctica historiográfica
* La investigación colectiva que ha hecho posible la edición de este libro ha sido financiada por
CONICET a través del Proyecto de Investigación Plurianual núm. 5337 (2005-2008) “Identidad,
sociabilidad y política. Esfera pública y espacios privados en la Rosario de entreguerras”.
12 Ciudad Oblicua...
ÉLIDA SONZOGNI
E
l análisis sobre problemas o procesos históricos que escapen de la centralidad
de los enfoques canonizados por la historiografía nacional provocan un
conjunto de reflexiones de distinto tenor: sorpresas, asociaciones, emer-
gencia de contradicciones, complementariedades u originalidades causadas por
un mismo contexto sociohistórico investigados o examinados desde ámbitos dife-
rentes. Desde esta perspectiva, los análisis que adoptan las variables emanadas de
un escenario micro ratifican el indudable valor histórico de las aproximaciones
regionales y locales enriqueciendo y haciendo más complejas las interpretaciones
generales. Los artículos de Laura Pasquali y Martín Müller explicitan desde el
inicio una intencionalidad afincada en las peripecias contemporáneas la que indu-
ce a cada protagonista a bucear en el pasado en procura de las claves para la
interpretación de la realidad vivencial o bien para nutrir ciertas hipótesis de traba-
jo acerca del peso diferencial, múltiple y heterogéneo de cada uno de los proble-
mas o cuestiones investigadas. En consecuencia, ambos esfuerzos contribuyen a
incorporar aquellos enfoques que hasta hace pocos lustros, permanecían en los
márgenes de esa historia oficial y muchas veces, bajo el dominio de lo anecdótico
o conmemorativo.
Si éste es el signo distintivo que genera el reconocimiento desde una pers-
pectiva meramente metodológica, la temática que ambos artículos aproximan al
interés del lector, está referida a un período particularmente rico en modificacio-
nes en el dilatado campo de la interacción social. En las tres primeras décadas del
siglo XX, se asiste a la gran controversia de los principios políticos heredados de
la filosofía liberal, se alcanza una economía que bajo los principios “ricardianos”
logra que los intercambios de bienes y servicios adquieran dimensiones planetarias;
se hace más visible una estructura social mucho más compleja y contradictoria; y
finalmente, continúa el avance –muchas veces depredador– de la acción humana
sobre la naturaleza, cuyo inmediato desenlace se ostenta en el progreso material
que provee artefactos antes desconocidos e inaugura nuevos hábitos. Todos estos
fenómenos son característicos de una modernidad palpablemente dialéctica, que
por cierto explica las motivaciones que tuvo Eric Hobsbawm al clausurarse el
siglo XX, de calificarlo como la “era de los extremos”. Similares pensamientos
fueron anticipados en el escenario local por Juan Álvarez, en las postrimerías de
16 Ciudad Oblicua...
MISAEL ESQUIVEL
LEONARDO C. SIMONETTA
HORACIO M. H. ZAPATA
E
n las últimas décadas se han sucedido una serie de estudios centrados en la
conformación y accionar de las burguesías regionales, comprendiendo el
control de los resortes de la vida política nacional, las actividades econó-
micas, la creación y afianzamiento de redes interpersonales y espacios de sociabi-
lidad propios así como las formas de representación social en el espacio público.
Partiendo desde la perspectiva regional y local,1 los investigadores han dado cuenta,
por un lado, de la diversidad de atributos constitutivos y constituyentes que liga-
ban a cada grupo burgués local con la identidad de su clase como tal y, por el otro,
ahondaron en las características propias y singulares que esta clase social fue
adquiriendo en diversos ámbitos, sean estos locales o regionales.2
No obstante, la faceta del burgués en tanto coleccionista ha sido un poco
postergada en la agenda de la historia social. El coleccionismo, los mecanismos
de adquisición de obras artísticas y la aparición y crecimiento del mercado de arte
han captado la atención de intelectuales de diversos campos dentro de las ciencias
sociales al punto de convertirse en una temática historiográfica que puede ilumi-
nar una faceta del ser y deber ser burgués. No obstante, como señala Baldasarre
(2006a:15), muchos de esos trabajos no han sido más que estudios fragmentarios,
usualmente centrados en la figura de uno u otro coleccionista o artista o, a lo
sumo, se trata de artículos que funcionan como introducciones sumarias sobre el
desarrollo del fenómeno.
Algunos ensayos, si bien no se abocan al período aquí considerado, presen-
tan aportes valiosos en tanto apuntan a reconstruir la proyección pública de una
determinada colección privada y dan cuenta del examen de las elecciones estéti-
cas de los adquisidores argentinos dentro de un marco más amplio que reconstru-
ye críticamente las particularidades del coleccionismo local en diálogo con la
extensa bibliografía historiográfica producida a nivel internacional con exhausti-
vos análisis, revisiones críticas y aparatos eruditos nuevos. Investigadores como
Laura Malosetti Costa (2003), María Isabel Baldasarre (2006a, 2006b), Roberto
58 Ciudad Oblicua...
Amigo (1998), Diana Wechsler (2000) y Talía Bermejo (2003) han propuesto
lecturas complejas en el sentido reseñado, pero reconociendo la existencia de
trabajos de las décadas de 1970 y 1980 que precedieron a sus investigaciones.
Para el caso rosarino existen contribuciones desde ámbitos no ligados a la
historia, donde el arte es un tópico más en el desarrollo de la cultura de la ciudad.3
En efecto, en estos trabajos, el coleccionismo en tanto problema histórico concre-
to no ha recibido demasiada atención, situación que se vio revertida recién en
2005 a partir de la propuesta pionera llevada adelante por Patricia Artundo, Carina
Frid4 y por una serie de artículos5 de un grupo de historiadores del ámbito local,
quienes brindaron las primeras miradas a tal problemática a partir de estudios
puntuales sobre las colecciones de ciertas figuras como Juan B. Castagnino, Odilo
Estévez Yáñez o Antonio Cafferata.
Notas
* Agradecemos a la Dra. Sandra R. Fernández por haber confiado en nuestro trabajo y a la Lic.
Analía Vanesa Dell’Aquila por su asesoramiento, ayuda desinteresada y por permitirnos trabajar
con parte de su material de investigación.
1 En relación con las perspectivas de historia regional y local, cfr. Fernández y Dalla Corte (2001).
2 Con relación a las investigaciones acerca de las burguesías regionales, cfr. Fernández (2006a).
3 Cfr. Slullitel (1971), Cano de Di Bitetti (s/d).
4 Cfr. Artundo (en prensa).
5 Cfr. Dell’Aquila (2007, en prensa) y Montini (2004).
6 Sobre estas transformaciones, cfr. Bonaudo (1999), Sonzogni et al. (1987) y Videla (2006).
7 Acerca de la política en Rosario, cfr. Bonaudo (1999), Ascolani (1993) y Megías (1996).
8 En relación con las características de la burguesía rosarina, cfr. Fernández (1999, 2006a).
9 En relación con la complejización de estas formas, cfr. Baldasarre (2006a: 97-266).
La revista como colección
Imágenes, arte y cultura en una revista cultural ilustrada
SANDRA FERNÁNDEZ
La ilustración de la forma
E
l fenómeno del surgimiento de las revistas recorre las últimas décadas del
siglo XIX, pero adquiere una marcada influencia en el mundo editorial
latinoamericano, y fundamentalmente argentino, a partir de la primera post-
guerra. Revistas de corte intelectual, artístico, político y, en especial, las ilustra-
das disputaron el espacio editorial a libros y folletines. Su forma de lectura, frag-
mentaria y plástica, permitía que accedieran a ellas un público más heterogéneo,
que no sólo aspiraba a recorrer sus páginas alrededor de un único tema o argu-
mento, sino que además buscaba diversos tópicos de interés, acompañados por
imágenes y avisos publicitarios.
Esta cualidad de las revistas se agudizó aún más en el segmento de las revis-
tas ilustradas. En los albores de la década de 1920 tales publicaciones no olvida-
ron los complejos mecanismos de diseño y composición para seducir tanto a pú-
blicos de elite como populares.
Dentro de este sector de noveles y frágiles revistas creadas en la entreguerra
argentina, merece nuestra atención la revista El Círculo surgida en el seno de una
asociación cultural del mismo nombre inaugurada en Rosario en 1912.1
La revista El Círculo aparece por primera vez en enero de 1919,2 pero su
gestación tenía años de prolegómenos. Hay que considerar que la irrupción de
esta revista tuvo que ver con la aparición de la institución cultural “El Círculo de
la Biblioteca” pero también fue uno de los emergentes de la vitalidad editorial
que en la década del Centenario conmovió a la ciudad. Todo esto en un contexto
nacional y latinoamericano que por otro lado privilegiaba las ediciones periódi-
cas de índole intelectual, cultural o política.3 La revista entonces se constituyó,
por un lado, como un órgano de difusión de la asociación y por otro, conservando
cierta autonomía, como un espacio destinado a la difusión de las artes y las letras.
Hay que considerar que la revista ilustrada como concepto editorial repre-
senta en sí misma la tensión entre letra e imagen y que, por lo tanto, abre la puerta
para pensar bajo un nuevo prisma los impresos que tienen como eje precisamente
tal dinámica. Por otro lado, por esta época estas publicaciones eran mediadoras
entre la cultura europea, latinoamericana y local. No en vano en ellas se alternan
noticias, grabados, textos, anuncios publicitarios y partituras que hablan de una
82 Ciudad Oblicua...
provecho de este nuevo invento, que se impuso como forma regular desde la se-
gunda década del siglo XIX (Haskell: 2002, 19). Así, las colecciones privadas se
articularon con las públicas; la articulación de ambas dio cuenta de las transfor-
maciones de este ideal que ahora debía sobrepasar los muros de las residencias
para convertirse en un bien que debía ser admirado por otros auditorios.
El coleccionismo en tanto forma occidental de subjetividad fue también un
cambiante conjunto de prácticas institucionales. La historia de las colecciones
(no sólo de los museos) es fundamental para entender la forma en que los grupos
sociales se han apropiado de objetos, informaciones y significados procedentes
de diferentes culturas. Por ello, la importancia del coleccionismo primero y luego
de la exposición de lo coleccionado, forma parte de un proceso de creación de la
identidad occidental en especial durante el siglo XIX (Clifford, 1993: 25-26). Los
conjuntos de artefactos expuestos en una feria de curiosidades, en la casa de un
burgués o en un museo, funcionan dentro de un “sistema de objetos” capitalistas,
en virtud del cual se genera un mundo de valor, material y simbólico, y se mantie-
ne el sentido de la exhibición y circulación de objetos (Baudrillard, 1993: 115-
117). Por otra parte, el coleccionista tiene una relación muy enigmática con la
posesión; como diría Benjamin (1987) tiene una relación con los objetos que no
pone de relieve su valor funcional –su utilidad– ni su destino práctico, sino que
los considera y los valora como la escena, como el teatro de su destino.
Desde la revista, entonces, no sólo se exploraron las posibilidades de “edu-
car” desde las imágenes “colgando” reproducciones fotográficas de “obras de
valor universal”, sino además se agregaban facsímiles de obras de pintores argen-
tinos, muchos de ellos premiados en los Salones organizados por la institución,
fotografías sacadas por amateurs miembros de la misma entidad, informes de
muestras con sus correspondientes ilustraciones, y hasta selecciones literarias
consideradas de significación con la oportuna ilustración de los colaboradores de
la revista.10 Por lo tanto, la vocación didáctica tenía doble faz. Los colaboradores
y editores de la revista, por un lado, buscaron el reconocimiento de la pátina
cultural adquirida a través de una educación de elite esmerada, y por otra, se
concentraron en resaltar los elementos que apuntaban a superar su condición ex-
clusivamente de reproductores de arte, manifestándose en tanto creadores, difusores
y gestores de experiencias artísticas.
Consideremos, tal como afirma Krzysztof Pomian (1993: 48), que las colec-
ciones son instituciones coextensivas al hombre en el tiempo y en el espacio,
producto de un comportamiento sui generis que consiste precisamente en formar
colecciones, cuyo principal papel, en el que se injertan todos los demás, es el de
vínculo entre lo visible y lo invisible, cuya connotación social se encuentra carac-
terizada en su restrictividad: las colecciones no son accesibles, en general, más
86 Ciudad Oblicua...
que a un público definido según ciertos criterios. Por otra parte, el carácter y su
contenido dependen del estatuto del coleccionista, su lugar dentro de la sociedad,
su prestigio, su educación y por sobre todo su riqueza. En tal sentido, la revista se
monta como una colección elaborando para tal dinámica su imagen de marca
(IM)11 desde la concentración de una serie de diseños, que acordes a la línea
estética e ideológica trazada por sus responsables, permitió la configuración de
su identidad editorial. Entonces su diseño proveyó de una IM, a la vez que orga-
nizó estéticamente su composición desde la noción implícita de que la publica-
ción era un objeto de arte, a la par que un “muestra” por entregas.
Por lo tanto, en tanto objeto de arte también era coleccionable, de allí la
particular atención de diseños en tapas, viñetas, ilustraciones, fotografías, repro-
ducciones, y diseños publicitarios. La forma, entonces, era tan importante como
el contenido porque ambos eran al fin objetos de colección pero, sin embargo,
existían diferencias importantes. En consecuencia, tanto las reproducciones de
obras de arte, en especial pinturas y esculturas se consideraban como exposicio-
nes de “maestros” de renombre internacional, o como muestras de autores con-
temporáneos en su mayoría argentinos que era necesario difundir; que colgadas
como en una sala de museo se presentaban a lo largo de las páginas de cada
número. Por otro, se encontraban los textos de literatura que fragmentariamente
se reproducían con fascinación de bibliófilos, coleccionistas al fin de palabras,
acompañados de sus correspondientes iconografías.
La revista, entonces, fue una colección y sus editores, coleccionistas, que
con los mismos argumentos selectivos que para sí mismos prolongaron la búsque-
da de “tesoros” ahora no para ponerlos en sus vitrinas, sino en dos dimensiones en
las páginas de su proyecto editorial. Así los sentidos u objetivos se complementa-
ron dando cuenta tanto de una producción de sentido de colección, y también
como expresión de refinamiento.
La colección y la forma
La estructura interna de la revista reflejaba un diseño singular, una identidad que
claramente se emparentaba con los usos modernos –en el sentido del cambio im-
puesto desde un punto de quiebre tecnológico que avanza sobre el arte clásico de
salón, para reinventarse desde los usos públicos del espacio social y territorial– de
los medios gráficos en su potencial y real posibilidad de transmisión de mensajes.
En principio, debemos reconocer que las publicidades poblaban las páginas
de la edición, recortando en muchos casos las notas, comentarios, brevísimos
aportes literarios, fotografías o imágenes. En ese sentido, recurrían a una estrate-
gia emparentada a la desarrollada por las revistas ilustradas del período, pero
La revista como colección... 87
tengan como fin vestir una pared vacía. La crónica de julio también deja al trasluz
la trasgresión de uno de los objetivos fundamentales de la revista cual era la pro-
moción de los artistas locales, así como los circuitos de comercialización de arte
menor que tenían también a los mercados de América Latina como una meca para
pintores mediocres en la búsqueda de subsistencia a partir de su oficio o profe-
sión.
Podríamos seguir enumerando y citando las sucesivas reseñas realizadas
por el editor de la revista encargado de las exposiciones rosarinas, pero ellas no
harían más que vigorizar la línea trazada por las crónicas realizadas en los núme-
ros del año diecinueve; esto es reforzamiento de un canon artístico del siglo XIX,
una legitimación de un arte pasatista, con funciones ornamentales, autojustificatorio
de un estilo de vida acomodado, que no rompiera con la linealidad estética busca-
da, y que por lo tanto no tuviera como objetivo la ruptura o la incomodidad como
hecho artístico.
Por otro lado, estos artículos no hacían más que fortalecer lo que de forma
invariable reproducían los salones de arte locales, en relación con las potenciali-
dades de un arte al servicio de una clase. Tales servicios se proponían tanto desde
el perfil consumista como desde la insinuación de la legitimación a partir de la
posesión del objeto y del conocimiento inherente al mismo y a su representación.
Asimismo dentro de las crónicas que desarrollaban las actividades dedica-
das a la pintura y la escultura deben citarse las distintas reseñas de los salones de
otoño, que organizados por la Asociación, representaban la posibilidad de circu-
lación y exhibición de las obras de artistas nacionales y en especial rosarinos.
Recordemos que estos salones oficiaron como el origen de la colección del futuro
Museo Municipal de Bellas Artes48 a través de los premios adquisición. En el
número de mayo de 1919, Rubén Vila Ortiz en su editorial traza el recorrido de lo
que representa el tercer Salón de Otoño: “Una de las más hermosas iniciativas de
la institución cultural ‘El Círculo’, ha sido indudablemente, la que creó en el Ro-
sario un Salón de Bellas Artes”.49
La Asociación “El Círculo” se consagra como la gran mecenas de la ciudad
desde el múltiple objetivo de construir una colección pública y a la vez de soste-
ner la tarea pedagógica de educar a través del arte. De este modo, la meta trazada
de vincular la producción de los artistas rosarinos con el espacio público y ade-
más ser el ente de regulación y articulación entre estos y el Estado municipal les
permitió un espacio de legitimación muy importante así como mostró, quizás has-
ta desembozadamente, los hilos invisibles de intereses entre los benefactores pri-
vados y el gobierno municipal.
Como bien reza el artículo, el salón generado por “El Círculo” adquiere
ciudadanía, y, por lo tanto, derechos. Entre ellos, el que de manera sistemática
La revista como colección... 93
Conclusión
Es en el tratamiento de la imagen, tanto la reproductiva como la creativa, donde la
revista adquiere fundamental relevancia. Si bien nunca se lo expresaría cabal-
mente, y quizás tampoco sus editores tuvieran una completa conciencia de ello, la
revista resulta paradigmática en la medida que transforma las formas de construc-
ción de una publicación periódica “culta”. Así, sus gestores no estaban editando
una revista ilustrada, pero tampoco una revista literaria o cultural apostando a
afirmar o vulnerar desde la palabra escrita un orden imperante; sino que lo que
estaban haciendo era construir un “objeto” de arte editorial. La revista en este
plano deja de ser una publicación de arte para convertirse en un objeto de arte en
sí.
Si bien hacer una revista de arte era mencionado por los responsables de la
edición como uno de sus objetivos centrales, nunca expresaron la voluntad de
convertir a la revista El Círculo en arte, y más aún resignificarla en la clave de los
cambios que se estaban operando en la producción editorial dentro las transfor-
maciones de la industria cultural de entreguerras. Así, desde y por las imágenes,
es posible analizar la revista desde ángulos más novedosos que el simple análisis
de la letra escrita.
Por un lado, la publicación iba a tener una faceta didáctica en el plano de
“mostrar” en imágenes el arte –pictórico, escultórico, fotográfico. Por otro, la
94 Ciudad Oblicua...
formas que ellos mismos eligieron para expresar el arte. Todas finalmente tendrán
como meta una proliferación escénica que excitaría una alteridad capaz de expan-
dirse en el espacio público, reinvestido luego por la comunicación y la informa-
ción.
Notas
1
La Asociación Cultural “El Círculo” fue creada en 1912 en la ciudad de Rosario a los efectos de
representar una instancia de promoción y difusión del arte y la cultura. Surgida por el impulso de
sectores de la burguesía ilustrada rosarina y tomando como base de sustentación la Biblioteca
Municipal recientemente creada, en sus principios llevó por nombre “El Círculo de la Biblioteca”.
Sobre el particular puede consultarse Fernández (2003, 2006a).
2 La revista El Círculo saldría durante dos bienios: 1919-1920 y 1924-1925. En el primero de ellos
tendría una periodicidad mensual; en el segundo semestral.
3 Ver Fernández (2006a), Crespo (2004), López Lenci (2004), Souza De Carvalho (2004), Girbal y
Quattrocchi (1998, 1999), Rivera (1995, 1998), Romano (1984) Lafleur, Provenzano y Alonso
(1968).
4 Sobre el particular puede verse específicamente Silva Beauregard (2006: 373-374).
5 Jürgen Kocka (2000: 35-42) bien señala que fue la cultura, entendida de modo esquemático, la que
contribuyó a la constitución de la burguesía. Por ello, la importancia dada a la formación caracte-
rizaba su visión del mundo y de sí mismos, por parte de los burgueses. Así fue como la cultura
burguesa, a pesar de que en otro sentido servía para marcar límites, consiguió ir más allá de la
propia burguesía.
6 El texto de Ramos (2003) y los clásicos de Rama (1984, 1985) y José Luis Romero (1976, 1982)
pueden citarse como referentes de estas posiciones.
7
Cabe agregar que Fritzsche habla de lo textual sobrepasando a los libros, revistas, y deteniéndose
con especial énfasis en los diarios, carteles, folletos, publicidades, normas, etc., que poblaban a la
ciudad moderna, generando un “mapa” para moverse en ella.
8 Recordemos que estas prácticas venían formando parte de la constitución de las burguesías ilustra-
das desde fines del siglo XVIII en Europa. Simplemente como referente de este tipo de análisis
puede consultarse: Kocka (2000, 1993, 1984), Haupt (2000) y Agustine (1994).
9
Fernández (2003, 2006a).
10
Los colaboradores sistemáticos de la publicación en torno de las ilustraciones fueron Alfredo Guido
y José Gerbino; en especial el primero de ellos quien recibió también asistencia de su hermano.
11 El concepto Imagen de Marca desarrollado por el sociólogo Alain Moms (1994: 9-22; 79-91) alude
al movimiento propio de la sociedad a través de la construcción de sus representaciones y las
relaciones que son particulares, en virtud de una marcada tendencia moderna a la metaforicidad de
las señales y a la incidencia cada más progresiva de la imagen en todos los dominios sociales.
Inscripta en modos simbólicos, la IM con sus diferentes soportes, establece un juego entre despla-
zamiento y condensación, en pos de su propósito cardinal, la distinción del objeto, diferenciándolo
de cualquier tipo de producción mercantil.
12 Este tipo de diseño tuvo influencia en el diseño de otras publicaciones de mayor impacto como la
ya señalada Martín Fierro que reproduce guardas o dibujos de arte en sus páginas de forma muy
similar a la implementada por la revista El Círculo.
96 Ciudad Oblicua...
13 Se consigna allí la fotografía en blanco y negro del original del Museo del Louvre y como cierre
otra fotografía del Nacimiento de Venus del Museo Nacional de Roma. Revista El Círculo, Año 1,
núm. 1, enero de 1919.
14
El Círculo, Año 1, núm. 8, agosto de 1919.
15 El Círculo, Año 1, núm. 5, mayo de 1919.
16
El Círculo, Año 1, núm. 5, mayo de 1919.
17
Nota de dos páginas, ilustrada con dos reproducciones en sepia y sus lugares de exposición: La
Asamblea de los dioses y Moisés salvado de las aguas en El Círculo, Año 1, núm. 4, abril de 1920.
En el mismo número hay además una extensísima conferencia realizada por el Pbro. Gustavo
Mingoni ilustrada con los frescos en sepia de las estancias de Rafael en el Vaticano: La disputa del
sacramento, El Parnaso, La Escuela de Atenas, Atila detenido por San León y El incendio de
Borgo.
18 Larga nota de más de cuatro páginas con reproducciones de Jacques-Luis David, Antoine-Jean
Gros, Claude Guatherot y Dominique Ingres. El Círculo, Año 2, núm. 5, mayo de 1920.
19 El Círculo, Año 1, núm. 2, febrero de 1919.
20 El Círculo, Año 1, núm. 6, junio de 1919.
21
El Círculo, Año 2, núm. 4, abril de 1920.
22 El Círculo, Año 2, núm. 1-2, enero-febrero de 1920.
23 El Círculo, Año 1, núm. 3, marzo de 1919.
24
El Círculo, Año 1, núm. 4, abril de 1919.
25 El Círculo, Año 1, núm. 6, junio de 1919.
26 El Círculo, Año 2, núm. 3, marzo de 1920.
27
El Círculo, Año 2, núm. 4, abril de 1920.
28 El Círculo, Año 1, núm. 1, enero de 1919.
29 El Círculo, Año 1, núm. 5, mayo de 1919.
30
El Círculo, Año 1, núm. 9-10, septiembre-octubre de 1919.
31 El Círculo, Año 1, núm. 10-11, noviembre-diciembre de 1919.
32 El Círculo, Año 2, núm. 6, junio de 1920.
33
El Círculo, Año 2, núm. 9-10, septiembre-octubre de 1920.
34 Por ejemplo en el número de otoño-invierno de 1924, sendas notas se detienen en el arte americano
y argentino: una extensísima crónica al Cuzco colonial con cuatro importantes fotograbados alusi-
vos y una tricromía xilográfica de Argentina realizada por Arévalo.
35
El Círculo, Año 1, núm. 1, enero de 1919.
36 El Círculo, Año 2, núm. 3, marzo de 1920.
37
El Círculo, Año 1, núm. 7, julio de 1919.
38
El Círculo, Año 1, núm. 5, mayo de 1919.
39 Es muy probable que la crónica fuera realizada por el socio y conspicuo colaborador de la revista
Emilio Ortiz Grognet.
40 El Círculo, Año 1, núm. 6, junio de 1919, p. 131.
41 El Círculo, Año 1, núm. 6, junio de 1919, p. 131.
42 El Círculo, Año 1, núm. 6, junio de 1919, p. 131.
43 El Círculo, Año 1, núm. 6, junio de 1919, pp. 131-132.
44
En estas salas de exposición eran habituales las muestras de plásticos rosarinos –Emilia Bertolé,
Alfredo Guido, Manuel Musto, Julio Vanzo, César Caggiano entre otros.
La revista como colección... 97
LILIAN DIODATI
GISELA GALASSI
ANALÍA GARCÍA
A
tendiendo a definiciones tradicionales de la palabra imagen, tal como las
podemos encontrar en cualquier diccionario, acertamos con algunas tales
como representación de un objeto en dibujo, pintura, escultura, etc.; fi-
gura de un objeto formada en un espejo, en la retina del ojo, en una placa fotográ-
fica, por acción de los rayos de luz o de otra clase; representación figurativa de un
objeto en la mente. Si bien estas breves palabras se convierten en un indicio de
cómo se constituye un concepto abierto a campos semánticos disímiles; no obs-
tante, resulta interesante adentrarnos en la procedencia de la palabra imagen. Del
latín imago, imaginis, representación, retrato, de la familia de imitari, pero tam-
bién de una observación en alemán en donde la referencia se establece con bild,
cuyo significado remite más bien a construcción o formación.1 Una multiplicidad
de significados que bien pueden encadenarse en torno a este último, ya que como
resultado de la creación humana, la imagen se relaciona tanto con capacidades
innatas del individuo como con las aprendidas socialmente. Por lo tanto, empren-
der su análisis como construcción implica un proceso donde confluyen su valor
histórico y epistémico. Construcción que significa, que expresa, que comunica, y
102 Ciudad Oblicua...
que, por tanto, debe ser interpretada. La imagen informa sobre las diferentes ma-
neras de interpretar, de observar y de reproducir la realidad circundante y está
ligada a una materialidad que no se ha ejercitado siempre como idéntica a sí
misma, sino por el contrario, se ha visto sujeta a la ley del cambio y la transforma-
ción sociocultural. Unas transformaciones que alcanzan su punto de no retorno a
mediados del siglo XIX. La imagen, su construcción y su percepción ya no son las
mismas. El mundo se observa con otra mirada. En su bagaje de progreso, la mo-
dernidad trae consigo las primeras fotografías que irrumpen en el escenario mo-
derno, instaurando un espacio, un lenguaje, una forma de observar y “contar” el
mundo, que de allí en más no hará más que perfeccionarse, convirtiéndose en uno
de los elementos más representativos de la misma. Concebida como una imagen
que posee el carácter de un objeto singular, con una intrínseca capacidad de “mos-
trar” de una manera predominantemente realista, la imagen fotográfica, analógica,
representa la cristalización del instante visual. Una visualización-visibilidad que
traspasa el limes de la tradición figurativa y avanza conforme se diferencia de su
compañera de ruta y antecesora, la imagen sintética; la que por sus características
de producción, se enfoca más que nada en una condensación de tono simbólico
que ofrece al observador. Un acervo informativo que le permite su desciframien-
to, ya que si bien un dibujo o una pintura pueden alcanzar un alto grado de fideli-
dad al modelo, siempre se necesita del ojo cómplice del observador para comple-
tarla. Mientras una inventa, la imagen fotográfica “ve”, “ve” por los ojos de su
ejecutante, el fotógrafo, unos ojos que la modernidad considera “impermeabili-
zados” gracias la privativa objetividad de la cámara.
Históricamente, el lenguaje fotográfico y su aprovechamiento –cada vez
más amplio y diverso en la vida cotidiana– implica nuevas formas de compren-
sión y percepción del mundo. Desde los primeros daguerrotipos hacia mediados
del siglo XIX, su técnica ha sido objeto de una gran cantidad de transformaciones
como medio o modo de comunicación de la sociedad moderna. Heredera de la
cámara oscura, mediante un procedimiento óptico y químico, “captura” un instan-
te de los tiempos para la eternidad.
La fotografía surge bajo el paradigma positivista que privilegia la objetivi-
dad. La fotografía viene a probar una observación, debe ser realidad contempla-
da, por fuera de la actuación del fotógrafo, su sociedad y sus intereses o intencio-
nes. Este es el carácter indicial de la imagen-foto que fundamenta los principios
del realismo fotográfico dominante hacia fines del siglo XIX y principios del
siglo XX. En este sentido, la fotografía se constituye como “espejo” de lo real. Un
período donde es preciso documentar a través de la imagen del objetivo óptico,
atribuyéndole credibilidad, un peso absolutamente real. La fotografía es percibida
como una especie de prueba, necesaria y suficiente que atestigua lo que da a ver.
Sobre la imagen... 103
como una especie de “dato de exposición”, uno que en definitiva concurre a lle-
nar un espacio, uno que implica una ciudad cuyas imágenes reflejan un diseño
construido en torno a ideas sobre lo material y lo útil. Sus imágenes se constitu-
yen en un modo narrativo particular, ya que su “reflejo” en las fotografías, habili-
ta un tránsito interpretativo no sólo dentro de los parámetros de una ciudad mo-
derna, sino que además desde esa misma imagen especular se apela a la existencia
de unos bordes que tienen que ver con su concepción del espacio ocupado, en
tanto frontera entre el pasado y el presente/futuro.
Además la cámara “ofrece” una visión que actúa como un medio para perci-
bir y reasegurar la realidad, una que se relaciona con esa posibilidad de separar lo
público de lo privado. “Reflejos” de distintos ámbitos, actúa como un elemento
transmisor con una función específica en el entramado de las relaciones sociales;
“mostrar” al individuo, dejar constancia de quién es, quién aspira a ser y qué lugar
ocupa en la sociedad. Y en este aspecto el rol del retrato es preponderante. Porque
el retrato es como un enrejado de ánimos que se cruzan y se entrelazan.
En este sentido, la sociedad burguesa rosarina consagra el uso de la técnica
fotográfica para mostrar a modo de fachada y máscara visual, tanto su accionar en
la esfera pública, como su cotidianeidad en los interiores de sus acomodados
espacios domésticos, al tiempo que “documenta” la vida en las periferias, el tra-
bajo y los rostros y los cuerpos de hombres y mujeres de los sectores menos
favorecidos.
La urbe, los espacios y sus habitantes son construidos y congelados por
estos dispositivos, intentando delimitar una territorialidad, connotada por la po-
tencialidad y la eficacia de la imagen fotográfica. En su interior, la fotografía es
una clase de objeto laminar donde no puede separarse, sin destruirlas, las dos
láminas que unen el deseo y su objeto. Es concebida a partir de la observación, el
valor expositivo ocupa un puesto central, el espacio se transforma para posar y
mostrarse en una imagen construida que se modifica por adelantado en la proyec-
ción, su estampado, posando ante el objetivo y a partir de allí, informan, repre-
sentan, sorprenden, hacen significar.
En estas imágenes es posible pensar en el detrás de la puesta en escena y del
disparo fotográfico, en quienes prepararon esos espacios y quienes encargaron
esas fotografías, en la preparación de los rituales. Detrás de la luz, se vislumbran
la memoria y las convenciones sociales que distinguen y caracterizan la imagen
social. En ella siempre existe algo representado. El lente de la cámara encuadra la
mirada ajena, en otras palabras, contiene un ingrediente público o social, de un
modo casi ontológico, el ojo social introyectado en la sensibilidad y reflejos.
Sobre la imagen... 105
Notas
1 ROCA, Lourdes “La Imagen como Fuente: una Construcción de la Investigación Social”, en Ra-
zón y Palabra, núm. 37, febrero/marzo 2004 [en línea] http://www.razonypalabra.org.mx.