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5. Comienza la primera parte con el planteamiento de que el término “amor” se ha
convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y recuerda el basto campo
semántico de la palabra “amor” (2). Acto seguido plantea la primera cuestión:
¿todas estas formas de amor se unifican al final o se trata más bien de una
misma palabra para indicar realidades totalmente diferentes? Y comienza a
exponer la diferencia y unidad entre eros (es ímpetu amoroso entre el hombre y la
mujer), ágape( amor de donación al otro) y filia (amor de amistad). El amor se da en
la persona que espíritu encarnado “es una única realidad, si bien con diversos
dimensiones; según los casos, una u otra puede destacar más” (8). En estos primeros
número va respondiendo a varias acusaciones que se le hace los cristianos: 1ª que “la
Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más
hermoso de la vida”(3). 2ª que el cristianismo “ha sido adversario de la corporeidad”
(5), 3ª el mensaje de “la Biblia y la Tradición de la Iglesia tiene algo que ver con la
común experiencia humana del amor, o más bien se opone a ella”(7). La síntesis de
los ocho primeros números sería: el amor humano en sus diversos rostros aspira a ser
exclusivo y para siempre y tiende a la eternidad. Eso tiene el sello de lo divino.
7. Pero surge una segunda cuestión ¿cómo es posible amar a Dios aunque no se le
vea? (15) Para ello va a desarrollar la inseparabilidad entre amor a Dios y amor al
prójimo. “Dios no es del todo invisible para nosotros, no ha quedado fuera de nuestro
alcance”(16). Dios se ha hecho visible en Jesucristo y en Él se nos revela quién es
Dios, pero a la vez Él nos enseña quién es nuestro prójimo. Porque Dios nos ha
amado primero, es mediante el contacto asiduo con Él cómo descubrimos el
verdadero amor. Por ello dirá: “si en mi vida falta completamente el contacto con
Dios, podré ver siempre en el prójimo al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen
divina…el amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante
este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras
divisiones y nos convierte en una sola cosa” (18).
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actuar cristiano sea motivado por las mociones del Espíritu divino: “nos urge la
caridad de Cristo”, dirá San Pablo. Si el Dios de los cristianos “es Amor, predica
Amor y envía Amor” que diría San Juan de Ávila, la tarea del Cuerpo ha de ser
misma que la Cabeza, por ello “el amor al prójimo enraizado en el amor a Dios” (20),
es tarea de todo bautizado y de toda la comunidad eclesial. Inmediatamente comienza
a desarrollar partiendo de los Hechos de los Apóstoles lo que significaba la
“comunión (koinonia) para la comunidad primitiva: “la Iglesia no puede descuidar el
servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra” (22).Así,
hace un breve recorrido sobre la caridad en los Padres de la Iglesia, deteniéndose en
la figura del emperador Juliano el Apóstata (+363) que intento dotar a un nuevo
paganismo de un sistema paralelo al de la caridad de la Iglesia. Ante esto surge una
pregunta: ¿no se da hoy algo parecido en la concepción de los servicios sociales de
muchas instituciones políticas y administrativas? Pero a lo que nos viene a decir
cómo “la caridad es una característica determinante de la comunidad cristiana” (24),
que es “manifestación irrenunciable de su propia esencia” (25) y que por lo tanto no
es una actividad social más que la pudiera realizar otros. Por ello, la caridad en la
Iglesia tiene que mirar tanto a los de adentro como a los de fuera “mientras tengamos
oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la
fe” (Gal 6,10).
1º. Los pobres, según el pensamiento marxista, no necesitan obras de caridad sino
justicia, a esto responde Benedicto XVI, de que esa “argumentación hay algo de
verdad, pero también bastantes errores…Es cierto que una norma fundamental del
Estado debe ser perseguir la Justicia y el objetivo de un orden social justo es
garantizar a cada uno, respetando el principio de subsidiaridad, su parte de los bienes
comunes” (26). Pero reconoce que los “representantes de la Iglesia percibieron
lentamente” el problema obrero de la revolución industrial, sin embargo no faltaron
testigos que se aproximaron a esas situaciones de carencia. Desde 1891 también la
causa de la cuestión social entrará en el Magisterio Pontificio.
Con respecto a la relación de política e Iglesia, dirá que el orden justo de las sociedad
y del Estado es una tarea principal de la política no de la Iglesia, ésta no debe sustituir
al Estado, “pero tampoco puede no debe quedarse al margen en la lucha por la
justicia” (28). La contribución de la Iglesia en esa lucha se sitúa en dos vertientes: la
purificación del corazón, y reavivar las fuerzas morales.
2º.El amor y la caridad siempre serán necesarios, incluso en la sociedad más justa:
“siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda…la afirmación según la
cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una
concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive sólo de pan,
es una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más
específicamente humano” (28b). El hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá
siempre necesidad de amor. Nuestras entidades eclesiales dedicas a la caridad han de
brillar por la transparencia en la gestión y por su espíritu de colaboración con otras
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entidades con el fin de una mayor eficacia a favor de los pobres, pero la identidad de
nuestras instituciones no se pueden diluir en “todo vale con tal de conseguir el fin”.
4º. “Nos apremia el amor de Cristo” (2Cor 5,14) tanto a los pastores como a los fieles
de tal manera que seamos testigos creíbles de Cristo (cf. nnº 32-35). Los responsables
de la acción caritativa de la Iglesia “hará con humildad lo que le es posible y, con
humildad, confiará el resto al Señor. Quién gobierna el mundo es Dios, no nosotros.
Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé
fuerzas” (35).
10. La encíclica termina haciendo una llamada a la unidad que tiene que haber entre
la vida de oración y la caridad, poniendo claro la dimensión social que tiene la vida
de piedad: “quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una
situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la
lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo” (36). “Ha llegado el momento de
reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos
cristianos comprometidos en el servicio caritativo” (37). Modelos de esta unidad es la
vida de los santos y de las misma Virgen María (cf. nnº 40-42). Ellos son un ejemplo
claro de cómo el amor es la luz que “ilumina constantemente a un mundo oscuro y
nos da la fuerza para vivir y actuar” (39).