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--Mi respuesta será muy simple. El analista no puede ser ubicado entre los
profesionales porque el analista no es un profesional. No existe en el mundo un
solo Estado donde se considere que un analista es un profesional.
--Sin embargo...
--Sí, sí, sí, ya sé que va a decir que desde un punto de vista social y
especialmente cultural el psicoanálisis aparece como una profesión, pero en los
hechos no hay ninguna disposición que determine los derechos y los deberes
de los psicoanalistas. Hay disposiciones que legislan las actividades de los
psiquiatras, de los psicólogos, de los profesores de psicología. Sobre los
analistas, nada. Puede buscar, no hay nada.
--Yo tengo una hipótesis. Creo que la lógica del Estado de bienestar social no
puede entender la necesidad, la finalidad del trabajo del analista. Y como de
cualquier manera el analista no es un peligro social las cosas quedan así. En
cada país ellos existen a su manera. Y para ir a su pregunta, el hecho de que los
estados no consideren al analista como profesional hace muy difícil hablar del
analista como se habla de los médicos o de los ingenieros.
--Sí.
--Cuando tiene pacientes. Se trata de una decisión práctica del analista. Hay un
chiste en Francia. Un joven médico pregunta a un médico viejo cuándo los
médicos con años de ejercicio empezarán a mandarle pacientes. El viejo
responde: "Cuando tengas pacientes". Esto que es un chiste para los médicos,
es una realidad para los analistas. Hay un tiempo, al inicio, en que es necesario
"dárselas de psicoanalista" para empezar a recibir pacientes.
--¿Usted quiere decir que no se trata de poder hacer algo sino de hacerlo?
--Sí, algo así. No se trata de capacidad para ejercer sino concretamente ejercer.
--Tal vez eso sea lo único que se podría decir frente a la aplicación
concreta de cualquier conocimiento: "veremos". De cualquier modo
¿cuáles son en general los conocimientos del analista cuando éste se decide
a ejercer? ¿Lo corriente sería años de análisis y estudios?
--Y pasando a mi pregunta sobre las condiciones para que alguien pueda
ser considerado analista. Usted dijo para saber eso hay que ver. Yo le digo
entonces ¿qué hay que ver?, ¿hacia dónde hay que dirigir la mirada?
--No, ese blanco puede ser, muy probablemente es, el blanco del paciente, no
del analista. Si él quiere alcanzar la felicidad, allá él. El puede pensar que
lograr tal cosa es lograr la felicidad. Claro que eso muy a menudo no es
verdad. Por otra parte, a veces al comienzo la figura de la felicidad es una, pero
después de cierto trabajo ya no es aquélla sino otra porque la figura cambió
durante el tratamiento. Pero no porque hubiera sido el blanco del analista. O,
incluso, del paciente.
--Qué son estos seres, hombres y mujeres, que tienen que arreglárselas con este
hecho de hablar. Si hablamos, se puede mentir.
--Esto es algo que cada niño descubre. Muy importante porque si no se pudiera
mentir no se podría hablar. Mentir forma parte de la naturaleza humana.
--Es fantástico.
Guy Le Gaufey suelta una sonora carcajada. Es un hombre en cuyo rostro hay,
casi constantemente, sobrevolando, una sonrisa. Un hombre que parece estar
siempre jugando, aunque al mismo tiempo, --¿quién podría decir por qué?-- el
interlocutor tiene la sensación clara de que habla muy en serio, que cree en lo
que dice y que su intención no es desorientarlo o deslumbrarlo con respuestas
inesperadas sino tratar de ayudarlo a tocar ese centro de verdad que él siente
haber tocado.
--No, no, está bien su pregunta. El arte del psicoanálisis es el arte de la mentira.
Para tocar, a veces, la verdad. Hay que buscar la falsedad porque en esa
búsqueda se puede, de pronto, tocar la verdad. Si, en cambio, se busca la
verdad con frecuencia, no pasa nada.
--Es una manera de hablar. Lo que quiero expresar es que no debemos temer la
mentira. O mejor, el engaño. La transferencia en Lacan puede acercarnos a
entender la riqueza del engaño psicoanalítico.
--Sí, con lo que él propone, con su deseo de alcanzar tal o cual blanco.
--Sólo significa "vamos a trabajar así, con las reglas fundamentales de la sesión
de psicoanálisis y no de otra manera". Cuando el analista dice "sí" está
aludiendo a un método.
--El no lo sabe.
--¿Cuál es su preocupación?
--Dijimos también que el analista no tiene una meta definida, que su meta
es aplicar el método. Esto no resulta demasiado claro. No sé si esa
dificultad no está vinculada con nuestra incapacidad de explicar nada de
lo que hacemos sin pensar en el "para qué".
--Creo que será más claro si decimos que lo que no sabe el analista es a dónde
va este método con este paciente. Porque no hay un destino que pueda preverse
para los obsesivos o los histéricos o los fóbicos. Hay una recomendación de
Freud, "el analista debe olvidar, en cada caso, lo que él sabe de su práctica
anterior".
--¿Con esto querría decir que todos los seres humanos somos
profundamente diferentes?
--Es bien conocido que al inicio de este siglo el descubrimiento de Freud sobre
la sexualidad infantil -–hoy algo banal-- produjo un cambio.
--Benéfico...
--Yo me arriesgaría a decir que sí. (Lo dice con una risa tan contagiosa que
ambos reímos por un rato.)
--Ah, eso... No me parece una felicidad ver cada día en la televisión a las
parejas haciendo el amor. Esa vulgarización del sexo... Pero es un tema éste -–
junto con el de la violencia-- muy complejo, que exigiría un entrecruce de
opiniones, desde diferentes campos, el del sociólogo, por ejemplo, sería
imprescindible. Hay realidades, a veces, en que aun siendo protagonista el ser
humano, el psicólogo puede decir poco. Piense por ejemplo en esto. Durante
las guerras no hay suicidios. Lo dijo Durkheim quien descubrió que en esta
situación el número de suicidios caía a cero.
--No lo estaría.
--Sería interesante saber qué piensa usted, de esa resistencia que muestran
las sociedades a no llamar conocimiento al que no proviene de las ciencias.
Usted en la conferencia bromeó varias veces con este hecho, llamando
charlatanes a usted mismo y a sus colegas.
--Sí, claro, aun cuando está callado la mayor parte del tiempo. Pero el hecho de
no ser una ciencia da permiso a la sociedad para ponerle el rótulo de
charlatanismo.
--En la experiencia científica es una regla que puede cambiar el observador sin
que los resultados cambien.
--El observador no sólo puede cambiar sino que debe cambiar. Si sólo existe
un observador para registrar una experiencia y ésta depende únicamente de él,
no podremos hablar de experiencia científica. La experiencia sólo es científica
cuando se puede repetir con otro observador. ¿Y qué pasa en el análisis? ¿Se
puede cambiar el paciente o el analista?
--Claro, cambiarían los resultados. Esto nos impide decir que es una ciencia.
Pero, y a pesar de que no es una ciencia, podemos decir que se trata de un
conocimiento racional. Hay un esfuerzo que pesa para que el saber analítico
sea racional.
--Ir tres, cuatro veces por semana a hablar de no se sabe qué parece algo
absolutamente loco. "Paga ¿para qué?". Se preguntan muchos, "¿para hablar?".
Yo pienso que socialmente se dan dos sentimientos. Cierto prestigio cultural a
partir de algunas películas, --de Hitchcock por ejemplo--, y odio por otro lado.
Verdadero odio. Pasaba ya en la época de Freud. Odio al que se puede sumar
miedo. "¿Qué va a pasar con la conciencia de este individuo?".
--Creo que lo que dijo primero, "pagar para hablar", es lo que más
despierta odio.
--Sí, sí. También yo lo creo. "Derrochar tanto dinero y tanto tiempo sólo para
hablar". Hay un desprecio por la palabra.
--El único. No hay medicamentos, no hay cirugías. No hay otra cosa más que
hablar, hablar y hablar. Y callarse. Porque en el callarse está el secreto mismo
de la palabra. La palabra vale en tanto quien la dice también calla.
POSDATA
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