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Maestros a las aulas.

Comenzar las clases, no es más que una forma de tratar de vencer nuestra natural
ignorancia. Quienes nos dedicamos a la educación; soñamos con construir una patria
mejor. Sabemos que nuestro esfuerzo no es en vano. Pues ayudar a abrir la mente,
capacitar para el futuro y ayudar a forjar la personalidad del alumno, son tareas de un
gran impacto en la sociedad. La educación es algo vivificante y pleno. Consiste en
trasmitir nuestra experiencia y mostrar opciones de vida al que esta a nuestro lado. Es
decir, en brindarle herramientas al alumno, para que pueda crecer. El maestro debe
podar, para que el estudiante crezca con más fuerza y plenitud. No debe ser un flan
inconsistente, que le permita al alumno hacer cualquier cosa, mostrándose como su
amiguito de correrías. Es cierto que “la letra con sangre entra”; y por eso a veces hay
que saber corregir y orientar a tiempo. Por ello, tanto el rigor como el cariño, forman
parte de la tarea pedagógica.
Podemos encontrarnos con maestros con infinidad de doctorados y masters, que no
conducen hacia la verdad. Sus notables papeles y su ilustración; no los alejan de la
brutalidad humana. Se puede estar muy informado, estar “on line” con el mundo, tener
las últimas revistas científicas y navegar continuamente por Internet, pero ser un
ignorante. No es cuestión de datos e información, sino de contacto con la verdad. La
información nos da poder, si sabemos usar de ella. Podemos tener un CD con el
contenido de las bibliotecas de Hamburgo y París, ostentar estanterías con más
información que toda la biblioteca de Buenos Aires, pero de nada nos sirve si no le
sacamos el jugo a las verdades que estas informaciones contienen. Ignorante no es el
pobre que no tuvo posibilidad de ir a la escuela, sino el que no quiere ver la verdad.
Cuentan que cuando Napoleón vio crecer su ejército, nombró cinco mariscales de
campo, cuya principal condición debía ser que no hayan cursado estudios militares,
porque el estudio no les permitía ver la estrategia a seguir con claridad. Los estudios
militares más que darles claridad para actuar, habían logrado darle muchos datos que
lograron ahogar su intelecto. Hasta el viejo Rockefeler sostenía que era mejor no asistir
a la universidad. Todos hemos padecido universidades, en donde el 80% de las clases
no son más que torturas, que se deben soportar para conseguir un título. Cuántas horas
de estudios vanos e inútiles hemos soportado para obtener nuestra graduación.
Nunca voy a olvidar mis clases de pedagogía, en donde se nos enseñaban técnicas
para mirar al alumno. Se nos decía que el profesor debe mirar a cada alumno 39
segundos, para luego volver a repetir la operación una y otra vez. Todo debía ser
cronométrico y medido. No se podía caminar por el aula más de 7 minutos, mirar al
pizarrón en un ángulo de 45 grados, hacer un chiste cada 20 minutos y demás tonterías.
Tampoco me he olvidado de los profesores poco expresivos, cuyos apuntes leían ellos
mismos en la clase. Por ello, muy pocos alumnos asistían a ellas y sólo aumentaba la
concurrencia cuando en los apuntes aparecía algún chiste que podía ser escuchado en
clase. Es que cuando nada de lo escuchado tiene valor, las clases son un mero
aburrimiento. No es cuestión de técnicas o de actuación, sino de conducir al alumno
hacia la verdad, de trasmitir lo contemplado.
Si los maestros son malos y vacíos, todos los movimientos de los alumnos serán de
fobia o rechazo. Es que nadie puede estar más de dos minutos con una persona caduca.
Nadie permanece más de dos segundo ante un palo seco en medio del campo. Muy
pocas personas son capaces de hablar durante dos horas con una tostada. Si en el
maestro no hay interioridad; si no se presenta como un ejemplo y testigo de lo que
enseña, difícilmente pueda atraer al alumno. Todos tenemos ansias y deseos enormes de
progresar en nuestros conocimientos. Por eso cuando nos encontramos con alguien que

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irradia vida interior; nos detenemos y le prestamos atención. La educación se hace por
irradiación. Un maestro influye por lo que es; más que por las técnicas que domine o los
libros que haya leído.
La ignorancia consiste en no dejarse guiar por la razón, en no querer ver la realidad.
Nuestro gran maestro Emilio Komar nos enseñaba que: “No todos los bobos van a la
universidad, pero un bobo universitario, puede causar graves problemas si no se lo
controla”. Así suele suceder, que algunas empresas no se toman el tiempo necesario
para elegir a sus empleados y sospechan que un hombre con muchos doctorados y
prestigio puede serles útil. Sin embargo, estos eruditos prestigiosos, pueden causarle
algunas pérdidas. Algunos bancos y empresas, se han ido rápidamente a la bancarrota
por contratar a estos brutos librescos, que no supieron hacer uso de su información.
La relación personal “maestro–alumno” no puede ser reemplazada por ningún otro
medio. Miles de libros no pueden suplantar un verdadero maestro. Es imprescindible
encontrarnos con buenos educadores y permitirnos crecer desde su experiencia. El
verdadero discípulo siempre queda agradecido de todo lo que le brinda su maestro. No
hay forma de pagarle a un verdadero pedagogo todos los beneficios que su educación
nos brinda. No hubiéramos tenido un Platón sin un Sócrates, un Aristóteles sin un
Platón, un San Agustín sin un San Ambrosio o un Zubiri sin Ortega. La relación del
maestro con su discípulo se da en cualquier nivel del saber y rinde frutos abundantes,
cuando el discípulo, sin perder su propia identidad, reconoce y agradece la enseñanza
del maestro. Todos somos hijos intelectuales de algún maestro, que supo brindarnos su
conocimiento sin esperar nada a cambio. El que no tiene padres intelectuales no es más
que un huérfano.
En esta época de Internet, comunicaciones por doquier y saturación de información,
es cuando más se necesita de verdaderos maestros, que sepan guiarnos en medio del
inmenso mar mediático. Es enorme la cantidad de tiempo que se desperdicia en la
búsqueda de juegos inútiles o en la consultan de materiales superficiales. Es difícil
encontrar personas que nos digan, “Aquí está el dato que estás buscando” o bien, “Con
tal información podés obtener tales beneficios”. No se trata de tener muchos datos y
nociones, que ocupen lugar en nuestro pequeño intelecto, sino de ver con claridad. Es
mucho más importante penetrar en el sentido de las cosas, que poseer innumerables
datos de ellas. Así lo sostiene Edith Stein; diciendo que más que datos y elementos
superficiales, necesitamos de “Una mirada penetrante llena de amor”.
El maestro debe preocuparse por que el alumno descubra por sí solo, las verdades
que por ahora permanecen ocultas para él. La educación debe ayudar a que el alumno
vea con claridad, no tiene nada que ver con la pura erudición y acumulación datos. La
educación no es algo seco y vacío, no se reduce a la pobreza de la erudición; sino que es
vida y una apasionada búsqueda de la verdad.
Necesitamos de educadores, que más allá de la erudición sean capaces de ponernos
en contacto con lo real y concreto. Estamos ansiosos de educadores, que nos ayuden a
enfrentar la dura realidad cotidiana. El que no tiene contacto con la realidad y vive en su
paraíso libresco, en el fondo es un pobre intelectual, semejante a un fisicoculturista con
cerebro de cucaracha. De nada nos sirve conocer todas las citas de los miles de libros
que descansan en la biblioteca de Berlín; si éstos no permiten descubrir el valor de las
cosas. Y menos aún, si toda esta erudición no nos permite brindar un mundo mejor a
nuestro prójimo.
Lamentablemente, en nuestro país, la educación está aun depreciada. Muchos padres
consideran más importante un viaje a Bombay, a que su hijo conozca un poco de
historia. A menudo los maestros debemos soportar a algunos padres que nos dicen:
“Pobre mi nenito, que por culpa suya se va a quedar estudiando en diciembre y no

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podremos hacer el viaje al Caribe”. No les importa en lo más mínimo que su hijo tenga
un cerebro de alcornoque y el coeficiente intelectual de un abedul. Las vacaciones son
algo sagrado y el maestro no tiene que interferir en ellas. He visto colegios en donde los
niños hablan peor que un mandril y cometen errores de ortografía inconcebibles.
Podríamos escribir largas listas de las barbaridades que dicen nuestros alumnos o de los
pésimos errores que cometen en las diversas materias. Es preocupante que muchos
alumnos crean que Napoleón es anterior a Jesucristo, que Martín Fierro haya escrito el
Quijote, que Napoleón sea el primer organizador de los “corsos”, o que Platón y
Aristóteles sean los dos mártires cristianos más famosos.
Sin embargo, a fines de diciembre, una procesión de padres se acercan a los
colegios, pidiendo clemencia para sus vástagos. Sostienen que el nene es bueno; pero no
se dan cuenta que es un burro. Incluso algunas veces los padres suelen reunirse y
presionar para que se expulse a tal profesor del colegio, porque es muy exigente con sus
pobres niños.
Es lamentable ver que algunos profesores, deben transformarse en demagogos, en
una especie de políticos educativos, que buscan quedar bien con las autoridades, los
padres y el demonio, antes que ser fieles a sus principios. Muchos colegios piden
profesores dulzones, parecido a niñeras, que cuiden de las terribles bestias que sus
padres no pueden dominar. Pero en verdad, esos niños necesitan que se les ponga un
límite, ya que nadie se anima a hacerlo. El alumno necesita una autoridad, necesita un
maestro para crecer. Y en realidad el maestro blando, tolerante y comprensivo, en el
fondo esta diciendo que no le interesa el alumno. Sólo espera ganar unos pesitos a fin de
mes, antes que estar desocupado.
Todos solemos hablar de las deficiencias de nuestra educación y lo mal educados
que salen nuestros niños. Pero los atractivos e incentivos, que tienen los docentes para
ejercer su vocación son mínimos. Luego de soportar un grupo de cuarenta forajidos que
debe tener bajo control, debe encontrarse con sus directores que le exigen trabajar como
bestia, corregir, preparar sus clases, planificar y demás actividades similares a las de
cualquier otra profesión. La única diferencia es que cuando llega a fin de mes; ve que el
salario de todo ese esfuerzo puede llegar a ser inferior al de un cadete. Sin desmerecer la
tarea de un cadete, de un basurero o de un mucamo, el salario del maestro se acerca
mucho al de estas profesiones. Queremos que nuestros maestros enseñen como en
Harvard; pero esperamos pagarles salarios de Calcuta. Y es así, que el que tiene una
férrea vocación educativa y ve alguna oportunidad en otra actividad más rentable, se
dedica a otra cosa o emigra del país.
Y mientras el mundo avanza a pasos agigantados, nosotros permanecemos con
provincias que pierden sus ciclos lectivos o con zonas en donde los niños tienen sólo
sesenta días de clases al año. Miles de escuelas observan que las carencias económicas
son tan apremiantes, que deben reducir su función a brindar un plato de comida a sus
niños, dejando la educación para otro momento. Es de esperar que este año lectivo que
comienza, nos ayude a tomar conciencia que sólo por medio de una sana educación,
podremos alcanzar una patria mejor.

Horacio Hernández.

http://horaciohernandez.blogspot.com/

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