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Escobar: Jake, you´re very disturbed.

You´re crazy. That´s her father. (To


the other fellows) You wanna do
your partner the biggest favor on his
life? Just get him the hell out of
here!
Duffy bear hugs the protesting Gittes
along with Walsh dragging him away
from the scene, with Gittes trying to
shake free. Trough the crowd noises,
Walsh can be heard saying, “Forget it,
Jake, it´s Chinatown”.
(Escena final de Chinatown, film de
Roman Polanski, 1974)

Desde los albores de la Humanidad, desde que nuestros ancestros se irguieron y


comenzaron a caminar sobre dos extremidades, las relaciones entre los hombres se
tiñeron del color rojo sangre en tantas, infinitas ocasiones, como razones pueda haber
para entender las causas posibles. Si para la creencia de Occidente, el primer acto de
violencia que registra la historia hubo ocurrido entre hermanos, podremos concluir con
facilidad que nuestra especie es tanto o más violenta que las otras a las que cree superar.
No cabe duda que la crueldad del hombre puede alcanzar límites incalculables:
genocidios, tormentos, bombardeos masivos, asesinatos que a lo largo de la historia
produjeron el espanto de sus contemporáneos y de generaciones posteriores. El mundo
actual aún se resiste a entender cuántas violaciones flagrantes o encubiertas a los
derechos humanos y crímenes de lesa humanidad ocurren, bajo la mirada pasiva (o
cómplice) de los distintos gobernantes y riéndose de las leyes impuestas. El crimen –
individual o colectivo –es una constante en nuestra historia, y el horror que puede
causar en los espíritus sanos no basta para detenerlo o prevenirlo.

Uno de los más logrados productos del intelecto humano, la creación literaria, reflejó
en múltiples ocasiones estos atropellos a la persona humana. Desde la ficción los
lectores se maravillaron, se horrorizaron, se sorprendieron, de historias apasionantes que
reflejaban todos los aspectos negativos del alma humana, con crímenes develados o
impunes, con víctimas y victimarios de todos los tiempos y lugares. Quizá como
ninguna otra, esta vía literaria –la policial o criminal –sirviera para ponernos en alerta
sobre los desbordes de la ambición o de la ira de nuestra especie. Una ablución que
refresque nuestra mente contra las tentaciones que causen dolor a nuestros hermanos.
Una forma de exorcismo que expulse a ese Mr. Hyde que, en mayor o menor grado,
todos llevamos dentro.

ALBORES DEL GÉNERO. Suele decirse con frecuencia que el relato de investigación
policial tuvo su origen en la célebre tragedia de Sófocles, Edipo Rey. La búsqueda de la
verdad la inicia el propio responsable, el Rey Edipo de Tebas, tras gobernar dicha
ciudad por largos veinte años y al ser sorprendido por una violenta peste que afecta a
todos sus súbditos. El oráculo confirma que ese escarnio sólo sería superado cuando se
descubriese al autor del asesinato del monarca anterior, Layo, muerto en un
enfrentamiento con un desconocido en un cruce de caminos. Edipo va acercándose a la
verdad, uniendo pistas, aún desoyendo a su consejero no vidente Tiresias; pero cuando
más cerca se halla esa verdad, más se aleja su subconsciente de reconocer en sí mismo
el responsable del crimen. El descubrimiento de la verdad en Edipo sigue el camino del
símbolo. Símbolo quiere decir signo, señal, emblema; pero también quiere decir
contraseña, encuentro reunión, articulación. Se trata de una búsqueda de mitades que se
van acoplando hasta constituir un todo en el que surgirá la verdad y se revelará su
relación con el poder. El dios Apolo, a través de su oráculo, le envía una señal, que en
forma de respuesta a la causa de la terrible peste, significa una mitad del rompecabezas
que hay que dilucidar. La otra mitad, la reveladora del verdadero asesino de Layo, la
completa Tiresias, el adivino ciego, impulsando a Edipo a incrementar las indagaciones,
buscar testimonios, llegar hasta el fondo del asunto. (1)

Mucho más reciente, en 1841, el escritor norteamericano Edgar Alan Poe publica en
la revista Graham´s Magazine lo que se consideraría el primer relato de la especie
policial: Los crímenes de la rue Morgue. Simultáneamente, se plantea el primer misterio
de “habitación cerrada” en el que se reta al lector a explicar un enigma aparentemente
insoluble: el doble crimen de dos mujeres, madre e hija, en el piso superior de una
populosa calle parisina. En este relato, que se abre con una larga disertación sobre el
tema, se combinan alternativamente el frío razonamiento inductivo con las dinámicas
escenas, aunque sólo sugeridas, de monstruosa violencia, algunas de las más terroríficas
planteadas por su autor. Hay un nítido contraste en este relato, uno de los más largos
que haya escrito Poe, constituido entre la brutalidad ciega impuesta en los asesinatos, y
su oponente dialéctico, el raciocinio. Esto último encarnado en la figura del detective
Monsieur Dupin, sin lugar a dudas, personaje inspirador en la creación posterior del
investigador privado más célebre de la ficción: Sherlock Holmes. *

Monsieur Dupin aparecerá en dos entregas más. Al año siguiente Poe publica El
misterio de Marie Roget, basado en un crimen real y no resuelto. La carta robada saldrá
en 1844, cumplimentando una trilogía que traza las pautas del relato policial, el mismo
que fuera evolucionando hasta nuestros días con las particularidades de cada época,
puntos de vista y “escuelas”. Casi veinte años más tarde sale a la venta en Francia “L
´affaire Lerouge”, de Emile Gaboriau, la primera verdadera narración larga de ese
género, por lo cual los franceses le atribuyen ser el primer autor del roman policier. En
las novelas de Gaboriau se notará aún el lastre del gusto de la época por el melodrama y
el folletín, pero apuntan al verdadero meollo de la novela detectivesca: el duelo entre el
detective y el criminal, el enfrentamiento entre el caos y la razón.

El personaje Sherlock Holmes introduce la Edad de Oro del relato de detectives, y en


su primer aparición (Estudio en escarlata, 1887) opina de Dupin, haciendo gala de su
vanidad y egocentrismo: “En mi opinión Dupin era un hombre vulgar. Su único mérito
era penetrar el pensamiento de su interlocutor, pero al cabo de un cuarto de hora de
silencio absoluto y de haber hecho ciertas observaciones. (…) Poseía evidentemente
condiciones analíticas; pero de eso a presentarlo como un fenómeno, según pretendió
Poe, hay una gran diferencia”. (2)

*Según Charles Pierce, la obtención de la verdad por medio de la razón puede darse a través de
tres vías: la deducción, la inducción y la abducción. Mientras que la deducción prueba que algo
debe ser, la inducción muestra que algo es realmente operativo; en cambio, la abducción se
limita a sugerir que algo puede ser. La abducción es el paso entre un hecho y su origen. Éste es
el método utilizado por Monsieur Dupin para desentrañar los asesinatos de la rue Morgue.
La novela de detectives en su modalidad clásica alcanzará niveles de ingenio muy
altos. Aunque por desgracia esto se conseguía en numerosos casos por un
empobrecimiento del estilo. Abundaban las pautas rígidas, los estereotipos, en
detrimento de la faceta literaria. Muchas historias acabarán siendo mecánicas
convirtiéndose en triviales y totalmente alejadas de la realidad. Nacido bajo la forma de
folletín, el género policial (más adelante género criminal) fue “una expresión del
conflicto entre irracionalismo y racionalismo, está relacionado con la divulgación
científica y con la evolución de la policía y de la administración de la justicia en las
últimas fases de la revolución industrial” (Alberto del Monte).

Quizá por su origen en forma de entregas semanales, por su llegada al público


común, comience ahí la tajante injusta separación entre los relatos policiales y “la
literatura seria”. Por eso, también, la mayoría de los críticos descartaba la significación
policial de Crimen y castigo (Fedor Dostoievski, 1866), viéndola como la expresión
atormentada de un espíritu puro, puesto en criminal por el azar y el caos mental que lo
invade; a su vez, la describen como la sagaz persecución psicológica del inspector
Porfiri sobre la incertidumbre del estudiante Raskolnikov. La sagacidad del inspector
intuye pronto la personalidad del criminal. Cuando el estudiante se presenta a su
despacho a fin de entregarse, el éxito de su juego psicológico e intelectual se traducen
en dos palabras: “¡Le esperaba!”.

La obra de Dostoievski, que influyera sobremanera en los escritores expresionistas y


nihilistas del siglo XX, incluía temas tan universales como la búsqueda de Dios, el
problema del Mal y el sufrimiento de los inocentes. Sus novelas solían presentar las
acciones comprimidas en el tiempo (transcurrían en escasos días), lo que evidenciaba
una característica dominante de la prosa realista: la corrosión de la vida humana en el
proceso del flujo del tiempo. Pero hay además en Crimen y castigo un antecedente de lo
que llamaremos “el criminal simpático”. El lector se asocia con el sufrimiento interno
del estudiante Raskolnikov, lo hace suyo y lo disculpa, pese a la horrenda forma en que
mata a la vieja usurera. El juego dialectal que se arma entre la sagacidad fría del
inspector Porfiri y el atormentado Raskolnikov va a favor de este último, poniendo de
su lado al lector sensible que se erige en juez benigno con respecto a su causa.

LA NOVELA CRIMINAL EN EL SIGLO XX. En simultáneo con la aparición de


personajes detectivescos que cobraron rápido auge –Sherlock Holmes, Mr.Lecocq, en el
siglo XIX; el Padre Brown o Hércules Poirot en el XX, -se alternan caracteres que
despiertan rápidamente el interés del gran público: criminales simpáticos o implacables,
como lo fueran los casos de Fantomas, de Allain y Souvestre, o Arsene Lupin, caballero
y ladrón, de Maurice Leblanc. El hecho de burlar a la justicia, o a su brazo ejecutor, la
policía, hace que estos representantes del “mal” cobren vuelo y vendan millares de
ejemplares. Entre tanto outlawers, criminals & gangsters –aparecidos en ediciones de
alto tiraje, magazines de centavos, pulp fictions, etc. -, un solo personaje despertaba el
odio del público lector: Fumanchú, surgido de la pluma de Sax Rohmer en 1913. La
xenofobia característica del hombre occidental (para nada un atributo de nuestros días)
hacía centro en este personaje asiático de poderes económicos inacabables, deseoso de
crear un imperio de esclavos y capaz de asesinar por los medios más horrendos a sus
víctimas.
Con la llegada de la novela negra, hay un cambio en la concepción del crimen y sus
implicancias en la sociedad. El delito en todas sus formas ya no es visto como una
anomalía que debe ser reparada para reintegrar el orden en el ámbito social, sino como
parte característica, dolorosa y lamentable, del mismo marco. Con el paso de los años,
la novela negra se torna más violenta y sus héroes más falibles, más débiles, más
humanos. Los personajes investigadores del policial “duro”, como Phillip Marlowe,
Sam Spade, Lew Archer, son más humanos, desaliñados, navegantes de un submundo
donde el crimen deja de ser algo abstracto para convertirse en algo cotidiano, cercano,
casi normal. Simultáneamente, el género va perfeccionándose, dándonos un panorama
que abarca las determinaciones sociales inscriptas en la narración; enfoques
psicológicos de los actores y sus motivaciones; en fin, una suma de aportes que la
novela policial clásica no incluía. Raymond Chandler define con claridad este ambiente:
“El autor realista de novelas policiales habla de un mundo en el que los gangsters
pueden dirigir países: un mundo en el que un juez que tiene una bodega clandestina
llena de alcohol puede enviar a la cárcel a un hombre apresado con una botella de
whisky encima. Es un mundo que no huele bien, pero es el mundo en el que usted y yo
vivimos” (3)

La novela negra intenta, entonces, sumergirnos en la mente del criminal, de explorar


sobre los motivos que mueven sus actos, de reflexionar sobre la posibilidad del mal más
allá de toda moral o racionalidad. Y muy pocas veces intenta justificarlos. El mal está
instalado aquí, ya no se habrá de ir, es una pandemia y combatirlo es una actividad más.
Tanto los detectives duros surgidos de las novelas de Chandler o Hammet, como los
policías de los relatos negros actuales, saben que en el fondo atrapar al criminal no tiene
demasiado valor. Pero, pese a ello, hay que hacerlo. Imbuyéndose del horror que nuestra
civilización le impone a lo largo de un siglo XX repleto de genocidios, masacres de
inocentes, appartheids, y toda una larga serie de escarnios que ponen en evidencia el
alto grado de irracionalidad de nuestra especie.

Avanzado el siglo, el holandés Tim Krabbé publica La desaparición (1984), donde


la fantasía de ver qué pasaría si una persona normal(4), de buena posición y renombre
social quisiera ver en la práctica si puede cometer un crimen, buscando una víctima
cualquiera como quien realiza un experimento de laboratorio, se hace carne en un
honorable profesor de química. En American Psycho(1990) de Bret Easton, la
criminalidad sin sentido ni lógica llega a su exacerbación en la persona de un “yuppie”
de excelente posición y gustos refinados, quien asesina y mutila a sus circunstanciales
amantes por los métodos más abominables.

Cuando Patricia Highsmith publica su primer novela Extraños en un tren contaba con
jóvenes veintinueve años, y nadie pensó que a partir de que Alfred Hitchcock la llevara
al cine, cobraría tanto vuelo su arte de escritora. Cinco años después, en 1955, al lanzar
El talento de Mr. Ripley, aparece su personaje-emblema, protagonista de una serie de
novelas negras que la llevarían a la cúspide entre los autores de esta modalidad: Tom
Ripley. De falsificador de poca monta a un asesino por obra de las circunstancias, Tom
reemplaza a su víctima y disfruta de un buen pasar usurpando la personalidad y fortuna
de ésta. Admiradora de Guy de Maupassant, Patricia Highsmith ofrece un estilo tan
sincrético como el del autor francés. Pero en sus novelas se muestra polémica y exhibe a
la vista de todos la hipocresía y la ambigüedad moral de la sociedad. En las siguientes
novelas de la saga, La máscara de Ripley, El juego de Ripley, etc., el procedimiento
usual de asesinato y reemplazo de las víctimas será el sello de distinción de Tom. Pero
el público lector, con toda seguridad, se pone del lado del personaje, esperando que
nunca lo alcance el brazo de la justicia. Highsmith prácticamente debió asilarse en
Inglaterra en 1963, incómodo como estaba el público norteamericano de sus relatos. En
ellos los criminales no eran seres marginales, sino comunes, con sus vidas privadas y
relaciones y sus sueños americanos. Patricia Highsmith atacaba en la médula, la parte
más sensible de la sociedad norteamericana, descubriendo el criminal escondido debajo
de cada alma. La autora definió así, en un reportaje, a su criatura: “Tom Ripley es un
hombre tan civilizado que mata cuando tiene necesariamente que hacerlo. Vive a su
manera, no es un criminal, es un arribista obligado a matar”.(5)

A partir de los setenta, el séptimo arte se alimentó con frecuencia de estos caracteres.
La tretralogía de Thomas Harris, Red Dragon, The silent of lambs, Hannibal y Hannibal
the rising, le produjo fama y dinero a su autor a partir del estreno en 1991 de la segunda
de esas obras, traducida al mundo hispanohablante como El silencio de los inocentes.
En ella, la búsqueda de un asesino serial requiere la colaboración de un peligroso
psicópata –quien es un culto profesional psiquiatra –llamado Hannibal Lecter, que
también cuenta en su haber innumerables muertes de pacientes, llevadas a cabo con
frialdad y sin sentido alguno. La infrecuente inteligencia de este personaje impacta en el
lector-espectador, quien de inmediato simpatiza con él, pese a su pasado de crímenes y
su permanente peligrosidad. El cine contribuyó con obras de valor incalculable, que
hicieron revalorizar el policial negro y, en muchos casos, lograr elevar a la categoría de
arte este género. Scripters y screenwriters lograron a través de su contribución a la
cinematografía lo que no habían llegado a conseguir en sus publicaciones de papel.
Robert Burton Towne es un ejemplo de ello. Su guión para Chinatown (1974), film
dirigido por Roman Polanski, le dio un Oscar al mejor libreto en ese año y es
considerada, por los especialistas del medio, como la tercera historia más original
llevada a la pantalla grande (ver epígrafe).

Levantar el velo de lo prohibido, vislumbrar a través de una narración lo que pasa en


un acto ominoso, terrible, cruel, nos puede espantar pero a la vez nos despierta
incesantemente la curiosidad. Debilidad morbosa y muy humana, que revela lo oscuro
de nuestro interior y sirve, tal cual a los espectadores de las antiguas tragedias, a
producir catarsis y reencontrarnos con nuestra conciencia. Si como afirma Richard
Alewyn, “leer novelas policiales nos permite deshacernos de nuestros instintos
criminales de una forma inocente y sin perjuicios” (6), esto explica nuestra solidaridad
con los más siniestros personajes de ficción. El espectáculo de la violencia nos tiene
como privilegiados partícipes sumidos en su ficción de letras y con la seguridad de
sabernos invulnerables. Resalta así la función terapéutica del escritor de relatos
criminales, que nos deja fascinarnos con un mundo tan horrendo como el que existe
alrededor nuestro, pero del cual podemos salir a voluntad con sólo cerrar las tapas de un
libro.
NOTAS
(1) Foucault, M, 1983, La verdad y las formas jurídicas, 2ª conferencia,
Barcelona, Gedisa.
(2) En 1928, el escritor S. Van Dine publicó en la Revista American Magazine un
curioso bidecálogo, donde se aconsejaban las normas para escribir un relato policial.
Entre las mismas, señalaba: “el culpable debe ser determinado por deducción lógica, no
por accidente o coincidencia, o confesión sin motivos…”, o “el método del asesinato, y
los medios para detectarlo, deben ser racionales y científicos”.
(3) Chandler, R, 1980, El simple arte de matar, Barcelona, Bruguera.
(4) El psiquiatra Kart Menninger, autor de un recordado ensayo titulado “The
human mind” , de 1930, escribió: “La exhortación a ser normal me resulta
asombrosamente repelente; no veo ni esperanza ni comodidad en hundirse hasta ese
bajo nivel. Creo que es la ignorancia lo que hace a la gente ver la anormalidad sólo con
horror y les hace permanecer impávidos ante la proximidad de lo ´normal´ a lo que es
´mediocre´. Seguramente cualquiera que consigue algo es, esencialmente, anormal.
(5) El criminólogo español Vicente Garrido escribió que los rasgos de la
psicopatía comprenden dos dimensiones fundamentales: el área emocional o
interpersonal y la que se refiere al estilo del paciente. En el área emocional encuentra
características distintivas como locuacidad y encanto personal; egocentrismo y una gran
autovaloración; falta de empatía; manipulación del otro y muestras de emociones
superficiales. En lo que hace al estilo de vida, el psicópata expone rasgos de
impulsividad, deficiente control de su conducta, necesitar una continua excitación, falta
de responsabilidad y problemas precoces de conducta.
(6) En su “Origen de la novela policíaca”, pag. 31.
BIBLIOGRAFÍA

• Alewyn R, 1982, Origen de la novela policíaca, Barcelona, Alfa.

• Boileau-Narcejac, 1968, La novela policial, Bs As,Paidós.

• Del Monte, A., 1956, Breve historia de la novela policial, Madrid,


Taurus.

• Honeyda, F., 1967, Historia de la novela policial, Madrid, Alianza.

• Mira, J.J., 1956, Biografía de la novela policíaca, Barcelona,


Amanecer.

• Vázquez de Barga, S., 1981, Los mitos de la novela criminal,


Barcelona, Planeta.

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