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1. Tomar una sátira de cada libro.

Relacionarlas tomando como eje la


ironía.

Como el “burro hablando de orejas”, Horacio, en la segunda sátira del


libro primero, se refiere a los hombres que intentan apartarse de ciertos
vicios, pero que siempre terminan por caer en el vicio contrario al que
precisamente evitan.
Y es que él mismo, no es excepción a esta regla. Mientras hace
referencia a la insaciable glotonería de un hombre que se gasta una fortuna
para sí, hasta endeudarse; su esclavo, Davo, más adelante, en la sátira siete
del segundo libro, nos revela la gula de Horacio, además uno que otro dato
interesante.
¿Somos glotones, por no ser avaros? Vivimos en una sociedad glotona,
consumista, en la que a las orillas de la calle se mendiga, y en los grandes
centros comerciales, se derrocha. Si bien no somos “agarrados” con nuestras
familias o con nosotros mismos, nadie quiere ser “tildado de pródigo”, por
eso no ayudamos a quien si lo necesita. Solo compramos el Ticobingo, por
que me puedo ganar un carro.
Creo que Horacio no se equivoco al expresar lo de caer en el vicio
contrario; bien parece que lo dice por experiencia propia. Su gula lo ha
llevado a vender su propia hacienda, y es el primero en aceptar una
invitación a cenar, y despreciar las legumbres que tiene en su mesa. Y es
que le resulta muy fácil encubrir sus vicios, sus faltas, o incluso su gordura,
con bonitas palabras.
Como invocando a Príapo, Horacio dice que nadie guarda la mesura, (ni
siquiera él) y es que si de necios se trata, nuevamente, Horacio defiende con
flaqueza los principios que proclama. Según él, no vale la pena, perseguir
mujeres casadas, pues se puede “perder el dinero o las nalgas, o en todo
caso, la reputación”, lo que nos muestra cuales son sus prioridades.
Además, comenta acerca de algunos que por evitar a las mujeres de
otros, se ven rodeados de putas y rameras, lo que también afecta no solo su
fama sino también su fortuna. Horacio, discreta y elegantemente nos
muestra su preferencia por lo más fácil; comparando el deseo sexual con el
hambre o la sed, dice conformarse con una sierva o con una cortesana, antes
de exponerse a perderlo todo copulando con una matrona. Para él de todas
formas no hay diferencia entre ellas, incluso prefiere a las primeras pues así,
como dice él, puede medirles el talle con sus propios ojos. Horacio dice
calmar su sed con cualquier copa, o comer lo que sea con tal de saciar su
hambre, después de todo, puede ponerle el nombre que quiera, una vez que
ese plato sea suyo.
Sin embargo Davo, quien si prefiere una mujerzuela para satisfacer su
apetito, nos revela a modo de chisme, el adulterio de Horacio. ¿Quién es
realmente lo que parece?, Horacio anda a escondidas y con miedo de ser
atrapado in fraganti, pues como el mismo sabe esto es una desgracia para
un hombre como él. Puede decirse que Davo, practica mejor la segunda
sátira del primer libro que el mismo Horacio.
Y es que hoy en día ya no se puede creer en lo que predican los
demás; un sacerdote en la cárcel acusado de homicidio, políticos corruptos, y
personajes públicos que pierden no solo las nalgas, y no precisamente por
adulterio. ¿Quién se lo hubiese imaginado…?

2. Buscar dos elementos evidentemente platónicos en nuestra lectura


de Horacio y retrospectivamente, dos elementos horacianos en
nuestra lectura de Platón.

Horacio siempre se hincha a sí mismo, se considera hombre de amplios


conocimientos, culto y sabio. Si bien ya sabemos que “no todo lo que brilla es
Horacio”, éste, en muchas ocasiones, con gran ironía y una impecable
elegancia pretende hacerse pasar por ignorante, y no precisamente por
humildad. De la misma manera que en El banquete, Sócrates, después de
haber escuchado el discurso del joven Agatón, insinúa encontrarse en un
aprieto, pues le corresponde a él hablar posteriormente de un discurso tan
bello y teme que se ese orador “arroje la cabeza de Gorgias” sobre sus
palabras.
Como en una serie cómica de televisión, nos parece escuchar risas al
fondo de las palabras de Horacio, cuando se refiere a su persona como falto
de sabiduría, e incluso suplica a sus amigos que con indulgencia perdonen
sus errores; igualmente Sócrates se retracta ante los demás comensales, por
haber dicho que él era experto en cuestiones amorosas, cuando según él, no
sabe nada acerca del asunto.
Otro aspecto platónico se refleja en la segunda sátira del segundo
libro, cuando Horacio explica que la teoría de “vivir con frugalidad” no es de
él, si no del rústico Ofelo, un hombre sucio, del campo, sin finura ni modales.
Sócrates hace lo mismo en su propio discurso, cuando pone en boca de
Diotima (una mujer extranjera) su explicación de Eros. Ambos, Horacio y
Platón (o Sócrates), colocan en otros, aquellas palabras de las que tal ves no
están del todo seguros, o que quizás temen puedan ser objetadas por los
demás. De esta forma pueden de ante mano salvar su propio pellejo. Y es que
algo que tienen en común estos, es su facilidad para evitar líos en cuanto a
sus palabras.
Por otra parte, este personaje, Ofelo, nos recuerda al mismo Sócrates,
no solo por carente de finura o de aseo personal, si no por su sabiduría fuera
de las fórmulas.
Ahora bien, si pudiéramos hacer una lectura del Banquete, suponiendo
que Platón hubiese podido leer las sátiras de Horacio, podemos especular que
luego de haber hablado Agatón, Sócrates hace referencia a la tercera sátira
del libro primero de Horacio, cuando dice que “la manera correcta de alabar
cualquier cosa (y en este caso alabar a Eros) es, atribuir al objeto las mayores
y más bellas cualidades posibles, ya sea cierto o no.”
Horacio en ésta sátira comenta, que una conducta que nos ayuda a
hacer amigos y conservarlos, es la de ser indulgente con las faltas de los
amigos, como un padre con las faltas de sus hijos. Y de esta manera llama al
hombre que vive con estrechez, íntegro; y al otro que es torpe para hablar y a
la vez demasiado hablador, le llama, franco y valiente.
Puede decirse, que Sócrates intenta dar a entender con esto que
Agatón solo pretende quedar bien ante el dios, ser su amigo, o como decimos
nosotros “lavarle el coco” a Eros.
Horacio es experto en escribir acerca de alguien, sus defectos, sus
vicios, y sus errores, sin que este se entere siquiera; puede decir algo bello y
sensato de cualquiera, y estar pensando todo contrario, hacer parecer un
insulto, una alabanza. Tal es el caso de la sátira uno del segundo libro, donde
Horacio señala a Lucilio, como un poeta con un estilo que a él le encanta
imitar, que incluso dice ser mejor que él; pero vemos, en la sátira anterior
(sátira 10, libro 1) la manera como Horacio ha criticado, la excesiva rapidez
de los versos y el desaliñado ritmo de la poesía de Lucilio.
Esto también lo podemos descubrir en El banquete, cuando Alcibíades
se propone a hablar, pues dice que intentará alabar a Sócrates, quien lo único
que interpreta de éste intento, es que va a ser ridiculizado. Pareciera que en
esta escena, los personajes ya están advertidos por Horacio, de que no
siempre las cosas son lo que parecen…
Incluso se puede ver con claridad la influencia de Horacio, cuando
Alcibíades pregunta a Erixímaco si lo convencen las palabras del discurso de
Sócrates, pues para él, Sócrates ya ha leído las sátiras de Horacio, y todo lo
que dice, expresa completamente lo contrario.

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