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Nació en Tijuana, Baja California, el 26 de octubre de 1982.

Ha colaborado en la revista electrónica regiomontana Blanco


Pop. Le gusta cualquier tipo de manifestación artística que se
distinga por su originalidad. Particularmente se interesa por el
cine experimental, los cortometrajes y la música.
Su primera obra es Aquí empieza la patria, una novela
con un estilo agudo y con tintes de humor negro. A pesar de
que contiene elementos fronterizos, no es la típica novela de
frontera sino el reflejo de la realidad de los que viven en esta
zona.
.Moisés Pacheco se centra en historias comunes pero
sobresale lo extraordinario.
Actualmente es becario del Programa Jóvenes Creadores
del FONCA.
© Moisés Pachecho Gendrop, 2008
© Editorial Acero, 2008

ISBN: 978-607-00-0708-8

2ª edición en Editorial Acero: 10 de abril de 2009


1ª edición en Fábrica Literaria: 29 de septiembre de 2008

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la


cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida
en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo
del editor.

Director editorial: Rodrigo Navarro.


Edición al cuidado de: Rodrigo Navarro y Xitlally Rivero.

Diseño de forros: Fernándo Pájaro.

Impreso y hecho en México.


Moisés Pacheco Gendrop

Aquí empieza la patria

2009
Primera sesión

Public ReadOnly Property The Trial Of The Century As


French Kicks
Get
‘Gets and Plays Track01
TrialOfTheCentury = mTrialOfTheCentury
End Get
End Property

Se hace una toma de la ventana del cuarto de Moisés. La


cámara se acerca hasta atravesarla, donde se puede ver a
Moisés acostado en la cama, dormido. Se escucha sonar un
celular y empieza el escrito.

Estaba acostado en mi cama nueva. Después de catorce años


de haber estado con la misma, decidí comprar otra. Las cosas
más sagradas para mí son mi comida y mi sueño. Por otro
lado, si eres morra y no quieres pedo conmigo, no me toques
en formas muy amistosas que se puedan mal interpretar.
Así soy, qué chingados puedo hacer, ¿no? Sería alrededor de
las siete de la mañana cuando sonó el celular. Decidí dejarlo
sonar hasta que se callara solo el cabrón que me quería privar
de uno de mis dos valiosos principios. Después de sonar un
buen se calló el aparato. Aún no me había despertado pero
me estaba trayendo a la realidad ese pinche sonido de pito.
Empieza a sonar de nuevo. A huevo tiene que ser algo serio,
puede ser alguien que conozco, más te vale hijo de tu puta
madre que sea algo importante; en caso contrario no sé qué te
haría pero te haría algo culero. No soy del tipo de persona que
se la pasa peleando, de hecho me caga el tipo de mexicanos
que se quieren ver chingones con sus compas y a la hora de la
hora no hacen nada. Yo por lo general soy callado. Pero no me
cagues porque vas a obtener mi venganza en tu rutina diaria.

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Moisés Pacheco Gendrop

Como un día, un güey que me llegó a cagar. Me empecé a


juntar con él, le contaba chistes bien idiotas y no sé por qué
chingados se reía el imbécil. Creo que por eso me cagaba. Era
como de esos güeyes que nada más se ríen pero no aportan
nada a las curas, además piensan que todo lo que dices es un
chiste y se ríen, quitándole credibilidad a lo que uno dice.
Bueno, el pedo es que ya que comencé a llevarme con ese güey,
inicié mi engrane con unos compas y buscamos el baño más
culero en las gasolineras de Tijuana. Si eres mexicano, a huevo
sabes que no hay peores baños que los de las gasolineras. No
mames, me acuerdo y me sigo cagando de la risa. Agarramos
una jeringa, la llenamos del agua estancada del escusado y
la guardamos un tiempo en mi casa. Días después fui a su
casa, esperé a que se distrajera el pendejo, entré a su baño,
agarré su pasta de dientes y le inyecté todo ese pedo. Después
mezclé la pasta para distribuir el sabor de manera homogé-
nea. Durante todo un mes se lavó el hocico con mierda, pobre
güey. Dejemos de platicar pendejadas que este cabrón sigue
chingando con el teléfono. Tengo que contestar.

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Aquí empieza la patria

Public ReadOnly Property Stop as Song


Get
Stop = mStop
End Get
End Property

–Mmm, bueno, ¿qué quieres? –dije como con una hueva que
apenas y se podían distinguir las palabras.
–¡Güey, me la chingué! ¡Me chingué a Susana, no mames!
–dijo una voz quebrada, emocionada, con un putero de senti-
mientos encontrados.
–¿Y qué quieres que te diga? ¡Felicidades! ¡Chíngatela otra
vez y ya no me chingues a mí! –estuve a punto de colgar.
–¡Güey, no mames! Me la chingué, es importante, a huevo
que es importante. Es importante para mí.
–¡Vete a la fregada! Importante mi sueño, pinche güey, no
mames, ¿oquei? Habla más tarde, bai. –Alguien está queriendo
lavarse sus dientes con mierda, pensé.
–¡No! Aguanta, te lo juro que es importante. Es tan impor-
tante que me puede afectar para siempre, ¡güey!, para siempre.
Nos vemos en las puertas1 en quince minutos, ¿sale? Ven por
fa, te lo pido como amigo.
–Oquei, nos vemos en quince minutos, bai –colgué. Puse el
celular en mudo. Me dormí.
Desperté después de un rato y medio de malas. Me acordé
de que tenía que ver al pinche David. Me volteé en mi cama
para agarrar el celular y poder ver si había llamadas perdidas,
así como para tener una puta idea de qué hora era. Tenía siete
llamadas perdidas, a huevo era ese vato, pero mi apatía me
obligó a no ver de quién venían.

1 Las puertas ALYD es el negocio de la familia de David. Venden


puertas en un local que se encuentra frente al bulevar, al lado de un
supermercado cuyo nombre es una abreviación de calidad máxima.
No sé a partir de cuándo calidad máxima quiere decir mal servicio,
pero esa es otra historia. Ese güey cuenta con un negocio de puertas
así como una distribuidora de carne.

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Moisés Pacheco Gendrop

Public ReadOnly Property Olio As The Rapture


Get
‘Gets and Plays Track02
mOlio = Olio
End Get
End Property

Me levanté. Por lo general me acuesto en calzones o con la


ropa que uso la noche anterior. Nunca he logrado entender
a la gente que no puede dormir con la ropa que ha estado
todo el día. Si pudiste estar a gusto durante tu actividad
diaria con esa ropa, ¿por qué razón no es lo suficientemente
cómoda para poder dormirse en ella? Bueno, cada quien, nada
más quería hacer notar que a mí no me hace mucho pinche
sentido. Estaba en calzones, me puse los primeros pantalones
que se me atravesaron. Mis chanclas2. Las clásicas, siempre las
uso. Tomé las llaves que estaban en la canasta de la entrada.
Me subí al carro y me di cuenta de lo culeramente vestido que
iba. Nah, vale madre, me dije. Pasé antes que nada a un Oxxo
por un poco de cafethillo y unos panethillos, porque me caga
escuchar a alguien y estar pensando nada más en lo que voy
a comer cuando ese güey se calle el hocico. No había pedo, de
todas formas el Oxxo quedaba de pasada. Digo, ya iba bien
tarde, mínimo llegar con un regalito, ¿o no? Al comprar el
café en el Oxxo me topé con un güey, de esos que se prepa-
ran el café y le dejan dentro el palito para agitar con el fin de
utilizarlo como popote. Después de emputarme gracias a ese
idiota, pasé a la caja y partí en dirección al negocio de David.
Llegué a Las Puertas, como quedamos. Ahí estaba el carro de
David mal estacionado, la puerta del negocio estaba abierta

2
La historia de las chanclas es algo que tengo que contar, les tengo
mucho cariño porque las compré una vez que andaba de viaje.
Gracias al mal calculado gasto de las chanclas me quedé unos
buenos días sin comer, lo bueno es que hacía mucho calor y creo
que valió la pena.

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Aquí empieza la patria

y él sentado en la banqueta. Me vio llegar, vi en su mirada


la cara de que ya tenía una frase preparada para cagarme el
palo. Aún cuando tuviera razón para hacerlo no tenía ganas
de escucharla. Me bajé del carro.

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Public ReadOnly Property FadeOut As Boolean


Get
‘FadeOut toma un valor verdadero
FadeOut = mFadeOut
EndGet
EndProperty

–¿Qué pedo güey? Te traje café y un pan para el chat –le dije,
dándole la mano.
–¿A qué horas te dije que nos veíamos aquí, pendejo? No
mames, güey, te pido un paro y no lo haces –dijo David con
una cara de decepción y emputamiento.
–Güey, si quieres me voy a dormir. La neta no me preocupa
mucho, ya sabes, ¿quieres que me vaya o qué pedo? –me gusta
retarlo, porque siempre se echa para atrás y se enoja.
–No, güey, quiero platicar, ¡a la monda! Además ponte en
mi lugar, tú también te emputarías.
–Eso sí… pero… güey, platica pues, ¿qué quieres que te
diga? ¿Qué pasó o qué pedo?
–¿Te acuerdas de Susana?
–Simón, la morra que te pasaba bien cabrón, ¿no? Una
morenilla, chaparrilla, media enfadosa.
–No era enfadosa pero bueno, simón, ésa.
–Bueno cada quien. La neta sabes que no me cae tanto ese
tipo de morra.
–Sí, pero bueno, el pedo es que… no mames. Ya ves que ayer
te dije que iba a ir a su despedida, porque esta morra se iba a
ir seis meses a San Francisco.
–Simón, me dijiste, ¿cómo se puso esa madre, güey?
–Pues, dos tres, no creas que estuvo bien chila la fiesta. La
neta no te perdiste de mucho. La misma gente diciendo las
mismas pendejadas de siempre. El Mario bien vestido preocu-
pándose toda la noche por no verse mal. ¡Ah!, por cierto.
Adivina a quién vi.
–¿A quién?
–¡Adivina!

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–Güey, ya sabes que estos juegos nomás no van conmigo.


–¡Al Retana!
– Ah, órale –le contesté con una apatía admirable.
–¡Güey, rifa ese güey!
–Yo nunca dije que no pero bueno, cuenta de la fiesta. ¿Qué
pasó?
–Bueno, ya sabes, los güeyes que siempre se pelean ya
cuando andan bien pedos. Lo que rifó es que la morra trajo a
los tacos del Frank3.
–¿Neta? No sabía que esos güeyes iban a fiestas, pero qué
chilo, güey.
–Bueno el chiste es que no fue nada especial, fuera de los
tacos que por cierto comí como si no hubiera mañana. A…
–Entonces, ¿para qué chingados me despiertas, imbécil?
–dije interrumpiendo bruscamente a David.
–Aguanta, aguanta. Ahí viene Héctor.
–¿Quién es ese güey?, ¿y por qué está aquí a las ocho
veinte?
–Joms es el vato que trabaja aquí con nosotros, vino a dejar
unas puertas que llegaron ayer en la noche. No te preocupes:
viene, las baja y como en una hora se va. Acuérdate de que
los domingos no abrimos. Es más si se tarda no hay bronca,
nos podemos ir a mi casa –dijo David, medio decepcionado
de que no me acordara de su compañero de trabajo, lo cual me
viene valiendo madre.
–Qué tal, ¿qué hacen aquí tan temprano en un domingo?
–dijo Héctor con una cara de impresionado– ¿No fueron ayer
al palenque?
–Mmm. No, la neta no, ¿por qué?
–¡Pues porque tocó el Recodo!
–Jomi, ya sabes que esa música me caga. No sé por qué me

3
Los tacos del Frank son catalogados por mucha gente como los
mejores tacos de Tijuana. Son inmensos, con salsa buenísima, un
putero de guacamole y venden de todo tipo de tacos: de ceso, de
tripa, de asada, de adobada, etc.

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Moisés Pacheco Gendrop

preguntas, güey, la neta. Además te dije que me iba a ir a la


fiesta de Susana –contestó David extrañado por la pregunta
fuera de lo normal de éste tal Héctor.
–No, pues perdón, se me fue la onda –respondió Héctor
aparentemente aguantándose la risa.
–Güey, pues creo que ya nos vamos. Tengo que ir a arreglar
unas cosas con este güey –dijo señalándome.
–¿Cómo les fue ayer en la fiesta de la morra? –preguntó
Héctor.
Me caga cuando la gente empieza a hacer preguntas que
realmente no le importa si le contestas de manera congruente
o le contestas una pendejada. Dan ganas de decirle: “güey,
este cabrón del David me quiere contar una madre que le es
importante, y tú con tus pinches preguntas estúpidas nomás
no estás ayudando a la causa. Métete a vender puertas, líjalas,
púlelas, cógetelas por la chapa, me vale madres lo que hagas
pero vete ya, güey”.
–Estuvo bien –dije de manera cortante y el pene este capeó
que no estábamos de humor para tener conversaciones
irrelevantes.
–Bien, váyanse a arreglar su desmadre, al cabo que yo me
quedo aquí. No hay pedo. No se preocupen.
–Va, al rato regresamos –dijo David– ¿En qué carro nos
vamos? –volteó preguntándome.
–No, pues si quieres, deja paso a dejar el mío y nos vamos en
el tuyo güey –dije porque me daba hueva tener que regresar
a las puertas y arriesgarme a la posibilidad de ver al pendejo
ese y quedarnos platicando pendejadas.
–Va. Allá te alcanzo.

Me subí a mi carro, que realmente mi carro mi carro no lo


es, es de mi madre. Lo pedí prestado, ya que durante estos días
he estado yendo y viniendo a San Diego por unos papeles que
me han mandado de una empresa que igual y me contrata,
pero a ver qué pedo, porque no me quiero emocionar y que
a la hora de la hora me digan el típico no pues lamentable-

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Aquí empieza la patria

mente no tenemos plazas para la posición que buscas pero


te deseamos suerte en tu busca ya que eres una persona…
bueno, en fin. Mi madre trabaja vendiendo Avon. ¡Simón!, los
cosméticos. Esas madres que las doñas se ponen para que no
parezcan viejas. Por lo visto hay un chingo de viejas madrea-
das en el área de Tijuana porque vende a lo pendejo; claro que
estas viejas piensan que puede llegar a hacer milagros, pero el
que no nace atractivo no se va a hacer una belleza untándose
un kilo de crema en la jeta. Pero gracias a esa gente que cree
en eso, así como a la dedicación de mi madre, es que estamos
donde estamos. No quiero que parezca un pinche comercial
pero la verdad es que sí es buena marca, aunque no sea cara.
En el carro estaba escuchando a chck chck chck recordando
los tiempos de la pubertad. Algo que ya no llego a tolerar es la
radio, vale mierda; todo el tiempo es lo mismo, podrían poner
un disco y quitar al pendejo que siempre anda de buen humor
gritando ¡Buenos días bella ciudad de… ahí les va el último
éxito de...! Mejor pongo mi música, no hay anuncios y no me
pongo de mal humor.

Llegué a mi casa. Está chila. Digo eso porque es mía. Se


puede ver la ciudad desde la sala y desde mi cuarto, lo cual
me calma bastante. La casa, se podría decir, es mexicanota.
Los pisos dan la apariencia de barro, paredes blancas y techo
de madera. De vez en cuando una pared se encuentra pintada
de un color llamativo para romper con la homogeneidad del
blanco. Me bajé del carro, y como todavía no llegaba ese güey,
fui por algo de tomar. Estaba a punto de acabarme una soda,
cuando escuché el claxon del David. Cerré la casa y me subí
a su carro.
–¿Qué pedo? ¿Por qué te tardaste, güey?
–Es que tuve que pasar a mi casa a dejarle unos papeles a mi
hermana que, para variar, se le olvidaron en el carro.
–Va, pues. Bueno, ¿qué chingados con la fiesta?
–Güey, ahí te va: fui a la fiesta ayer en la noche, después
de que me hablaste. Al principio casi no había gente y estaba

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Moisés Pacheco Gendrop

platicando con Susana. Todo iba bien, la morra se veía puesta.


No estaba peda ni nada, pero emanaba sexo. Yo también
andaba de jorni, pero no se aplicaba en ese momento. Luego
llegó su compa, el güey de las patillas exageradamente largas.
¿Te acuerdas?
–¡Ah! ese cabrón cómo no rifa, güey. La neta vale verga ese
güey… ¿Y luego qué pedo? –dije dándome cuenta que no debía
interrumpir a David.
–Pues, como llegó ese güey a cagar el ambiente, entonces
mejor me fui a platicar con el Alex. Ya como a eso de la una y
media llega la morra y me dice: “vamos a la cocina”. La neta
no se me antojaba calentarme sin hacer nada, es como si tienes
un chingo de hambre, llega una vieja y te dice vamos a ver los
postres y los platillos por una ventana de un restaurante, pero
no vamos a comer, nomás a ver y... vete a la verga, pendeja. ¿Sí
me explico? –hice un gesto para darle a entender que quedó
más claro que el agua.– Entonces me quedé platicando con
ese güey, y más o menos como a las dos me despedí de todos
ya para irme, considerando la noche una derrota. Llegué a
mi casa, caliente y decepcionado por mi cero avance con una
morra que me atrae como si no hubiera mañana, mas también
aceptando el hecho de que no es como que se va para siempre
a San Francisco.
–Chilo, simón.
–Después me metí a bañar, ya ves que no tolero el olor a
cigarro. Una vez limpio me fui a dormir. Como a las cinco
tocan la puerta del depa. Después de unos cuantos golpes me
levanto para ver qué pedo y adivina quién estaba ahí.
–¡Retana! –dije en tono burlón.
–¡Güey, esto es serio! ¡Agh! No puedo creer que estés
bromeando en este momento.
–Oquei, la vieja ésta. La tal Susana.
–Simón, estaba media japi pero en sus cinco sentidos. Le
iba a preguntar que qué pedo cuando se me acerca y me besa.
En ese momento se me olvidó lo que le quería preguntar y me
la empecé a agarrar pero cabrón. Luego la vieja comienza a

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morderme la oreja, de forma leve y me dice que me la chingue


pero ya, que no se quiere ir a San Francisco sin que me la
coja.
–¿¡Neta!? No mames; nomás de escucharte ya se me está
parando. Pero a ver, aguanta, güey, ¿a dónde vamos ahorita?
¿A tu depa?
–Simón, te tengo que enseñar algo –dijo con cara de
preocupación.
Hasta ahora nunca lo había visto tan serio. David era una
de las personas más ambiguas, sin exagerar. No digo que yo
no lo sea de vez en cuando, pero este vato nomás se excede.
Es del tipo de persona con la cual, si tienes ahora una conver-
sación sobre el color de pelo de una morra, David es el güey
que diez días después de tal plática, con cero porcentaje de
trascendencia, llega contigo y te dice:
–Güey, negro, era negro.
–¿De qué hablas, güey?, que no te entiendo ni madres –le
contestas.
–Güey, negro. ¿No te acuerdas que era negro o qué?
Ese tipo de vato es David.

Llegamos a su depa, el edificio de este güey no es lujoso


pero está chilo. Es el tipo de edificio que se encuentra en el
centro de la ciudad de San Diego, un edificio de alrededor
de los mil novecientos, cuidado, sin rayones. Algo bastante
extraño porque en una ciudad como ésta, llena de pandi-
llas así como gente de todas partes del país, la limpieza de
un lugar es difícil de mantener. El edificio es de siete pisos,
este güey vive en el quinto. Se me hace que era el quinientos
catorce o quinientos trece, la neta no me acuerdo bien, no soy
bueno para recordar ese tipo de datos, pero podría llegar con
los ojos cerrados, eso sí te lo aseguro. Nos bajamos del carro.
Comenzamos a platicar en la banqueta que queda frente a su
departamento.
–Güey, ¿cómo le haces para siempre andar en chanclas? ¿No
te hartas?

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–No, ¿y qué pedo con tu pregunta pendeja? –le contesté


secamente, porque una de las cosas que me molesta es hacer
preguntas de las que ya sabes la respuesta. A huevo que la
persona que inventó las preguntas no las hizo con el objetivo
de hacerlas a lo pendejo; entonces, por mero respeto a ese
jomi que desperdició su vida inventando preguntas, hay que
usarlas de la manera adecuada.– Mejor deja de hacerme estas
preguntas tan inteligentes y ponte a contar la historia por la
cual no respetaste mi dulce sueño –no se lo pude haber dicho
de una manera más sarcástica, al menos eso es lo que creo. Se
sacó un poco de pedo pero continuó diciendo:
–Oquei, lo que pasa es que todavía no lo puedo creer, estoy
bastante nervioso.
–Déjate de pendejadas y cuenta la puta historia. La haces
más de pedo que una pinche regia fresa4.
–Oquei, oquei, ¿en qué chingados iba?
–En que te agarrabas a la vieja y ella quería que te la cogie-
ras por el ano.
–¡No dije eso, pendejo!
–Bueno que te la estabas fajando, pues.
–Simón, ya. Pues me la empecé a agarrar ahí en el pasillo.
Después pasó algo bien culero y la verdad es que bastante
pendejo de mi parte: dejé que se cerrara la pinche puerta y no
traía las llaves, güey. Estaba ahí con la vieja que me atrae como
su puta madre, los dos calientes como si no hubiera mañana y
sin lugar dónde…
–Sin lugar dónde qué –dije burlándome de su pausa según
el de suspenso.
–Ya sabes a lo que me refiero…–dijo aventándome una
mirada preventiva, como aquella que mandan las mujeres

4
Si eres mexicano y alguna vez en tu vida te has topado con una
niña fresa de Monterrey sabes que no hay mujer alguna en la faz del
planeta Tierra que te la va a hacer más de tos para que te la agarres
a camaronazos.

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cuando te quieren retar. Ya sabes cómo le hacen las hijas de la


chingada.
Ejemplo: Te encuentras en un bar con tus amigos en el cual
de pura casualidad se encuentra tu novia.
Por casualidad me refiero a cualquiera de las siguientes:
se invitó sola, te la topaste en la esquina y se invitó sola, o
estaba ella con sus amigas y después de que se fueron sus
amigas decidió invitarse sola a tu mesa. Total, después de
unos tragos deciden tus amigos ir como buenos pedos calien-
tes a ver putas bailar, y digo esto porque los amigos también
tienden a ser unos hijos de puta que quieren ver si en verdad
tienes los huevos de, una de dos, o dejar tragando mierda a tu
novia en la mesa mientras tú te vas a ver putas, o que tengas
los huevos para invitarla a ver putas contigo. Uno bien sabe
que cualquiera de las dos respuestas que esperan los amigos
son mortales, pero como ellos no tienen con quién coger esa
noche, deciden arruinarle al único del grupo que la tiene. En
ese momento cualquier mujer latina y en este aspecto sí me
atrevo a decir cualquier, avienta una mirada preventiva con la
cual te dice: “mira, pendejo, si te quieres ver bien chingón con
tus amigotes vete, pero olvídate de mí” y a la vez te suelta una
sonrisa seguida de un comentario dulce como: “vete con tus
amigos, mi amor, yo me voy a casa si quieres”. A pesar de que
todos sabemos que es una trampa y que en el instante en que
digas: “Oquei, nos vemos en un rato, mientras voy con mis
amigos”, en ese preciso momento se acaba tu relación; pues a
pesar de ello gente sigue cayendo, noviazgos se siguen destru-
yendo, largos y arduos matrimonios continúan desmoronán-
dose por el simple hecho de creer en la ilusión puesta por la
mujer. En fin, David no se aventó precisamente una mirada
así de peligrosa, pero sí bastante peligrosa considerando que
fue realizada por un hombre.
–La vieja se desesperó cuando le dije que nos quedamos
fuera, me dijo que me la cogiera ahí en las escaleras.
–¡Pinche vato, felicidades! Acaba de subir mi respeto hacia

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ti en un diez por ciento. ¡El fetish! ¡No manches, qué chilo!


–creo que yo estaba más emocionado que él.
–No, güey, no me la chingué en las escaleras.
–¡Valiste cock! Joms: ahí tenías una buena oportunidad para
salirte un poco de tu rutina. Eso es algo que le podrías haber
contado a tus nietos.
–¡Aguanta! Le dije que nos fueramos a la azotea, una vez
ahí...
–¡A huevo! –al acabar mi frase David volteó a verme con
una cara tratándome de decir que no había rifado en lo más
mínimo.
–Luego subimos las escaleras como pudimos; mis huevos
estaban a punto de explotar. Estaba tan caliente que apenas y
pude abrir la puerta. Me la seguí agarrando, le quité la camisa,
le levanté la faldita. Me la empecé a chingar ahí en el techo.
Ella estaba prensada del barandal de seguridad y me pedía
que me la cogiera más fuerte y más fuerte.
–¿No tiene una carnala la morra?
–¡Güey, esto es serio, a la monda!
–Oquei, oquei: ya cásate.
–Bueno, me la estaba cogiendo, faltaba poco para venirme,
ella seguía gimiendo, le empecé a dar más fuerte y más fuerte.
Luego no me vas a creer: ¡se venció el barandal! ¡Se cayó la
vieja siete pisos! ¡La maté, güey!
–¡No mames, güey! A ver, aguanta, ¿mataste a la morra?
¿Es esto como una de esas madres poéticas que usas cuando
tomas vino?
–Güey, la maté, no sé qué hacer, y… ¿Qué madres poéticas
digo?
–Güey, neta que no lo puedo creer. ¿Cómo le hiciste para no
caerte?
–Ah, pues es que yo me estaba agarrando de unas barillas
que salen del techo del edificio, aunque al principio sí me
estaba agarrando de la cintura.
–Qué pinche suerte, menos mal que no se mataron los dos,
aunque pensándolo bien estaría algo chistoso. Pero bueno.
¿Qué hiciste después?
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–Me la jalé en el techo.


–Aguanta, güey: ¿cuando se cayó la morra del techo lo único
en lo que pudiste pensar inmediatamente era que no te habías
venido?
–Así es.
–¿¡Qué!? Eres un pinche enfermo.
–Güey, estaba caliente, ya me tenía que venir para pensar
bien. Tú también lo hubieras hecho. No te hagas pendejo.
–Bueno igual y sí, pero no hay que discutir pendejadas,
¿dónde está la muerta?

Me señaló con su mano derecha un pasillo que había al lado


derecho del edificio, donde se encontraban varios contenedo-
res de basura. Eran los típicos contenedores verdes, medio
oxidados, oliendo a mierda y media. El espacio entre los edifi-
cios no era muy grande, pero sí lo suficiente como para que
cupiera un cadáver, contenedores y otras cosillas. Empezamos
a encaminarnos hacia los contenedores. Ahora pienso que fue
bastante estúpido de mi parte el hecho de esperar encontrarme
con dos piernas saliendo del contenedor como en las pelícu-
las gringas, que salen los pies o las manos de alguna puta
parte; además siempre hay un niño que está jugando fútbol
o básquetbol, se le va la bola y descubre el cadáver. Creo que
todos la cagamos de vez en cuando. No sabía qué decirle en
el camino al pasillo, era la primera vez que alguien conocido
se encontraba en una situación como esta. Uno, ¿cómo chinga-
dos explicarle a los jefes de la morra? Dos, ¿cómo chingados
explicarle a tus jefes? Tres, ¿cómo chingados explicarle a su
morra? Bueno técnicamente no era su morra porque estaban
en tiempo5.

5 Eso me caga: “estamos en tiempo”. Ahí va el significado de tiempo para un hombre: para un
hombre “tomar tiempo” es tener a la morra ahí en lista de espera y a la vez buscar otras viejas,
porque pues no anda con nadie. Ahora, esto es lo que piensa una mujer sobre el “tiempo”: ahí
tengo a mi bombón pensando en cómo podrá mejorar la relación; como no me está viendo
tan seguido como antes, de seguro que él ha de estar pensando en mí. Ahí les va un consejo a
todas las morras, sobre todo a las regias que cómo valen cock, si le das tiempo a tu relación es
lo mismo que darle un cupón a tu vato para que se agarre o se coja a otras viejas, incluyendo
“amigas” tuyas, ¡no seas pendeja!, no lo hagas así.

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Nos acercamos cada vez más, estaba dentro del pasillo y


sabía que en cualquier instante podía ver a la víctima de dicha
cogida. David, alias El Maricas, se quedó en la entrada del
pasillo diciéndome que no la podía ver así. Pinche güey, me
despierta y todo el pedo para culonear en el último momento,
qué huevos, ¿no? Se veía bastante estresado. Todo el tiempo
agarrándose el pelo. Ese güey tiene el pelo rizado, negro,
largo pasable normal. Llevaba puestos unos jeans clásicos,
una playera negra de Soma6 y sus Niu Balans que podrían
llegar a ser un equivalente a mis chanclas. El saquillo lo hacía
verse algo homosexual. No que tenga algo en contra de los
homosexuales, pero definitivamente no tengo nada a favor de
ellos. Como decían por ahí: lo bueno de los jotos es que no se
reproducen.
–Güey, ¿en serio te vas a quedar ahí sin ver los frutos de tus
actos salvajes? –le dije a David con tono poético, para hacerle
liviano su primer asesinato; estoy consciente de que no es
cosa fácil.
–No, no quiero tenerlo en mi mente. Ve tú si quieres.
–Aquí está –dije en tono bajo, sería muy pendejo de mi parte
andar gritando, ¡Güey! ¡Aquí está el cadáver de la vieja que
acabas de matar! Estaba ahí, frente a mí, el primer muertito,
en este caso muertita, que veía. La verdad es que sí estaba
chila la morra. A este güey debieron enseñarle otro tipo de
sexo seguro. No te tienes que reír de esto, ya sé que no rifó
para nada el chiste. Neta que la morra sí estaba chila. No soy
ningún necrófilo, pero ya para que una morra se vea bien
cuando la tiras de siete pisos, considerando que estaba media
peda y recién cogida, es que estaba buena la pinche vieja,
¿no? En Tijuana abunda el tipo de mujeres que se la pasan
arreglándose todo el día y después de haber empleado tanto

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Soma fue una empresa que fundó David, que lamentablemente fracasó
por ser administrada por una bola de pendejos. A pesar de que ellos tenían
buenas ideas y diseños diferentes, eran un asco para la administración.

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tiempo en el espejo para poder verse mejor, terminan viéndose


como un payaso en acuarela como esos que se encuentran
en los consultorios de los pediatras que, lejos de hacerte la
estancia amigable, te sacan de pedo. Me refiero a esas mujeres
que tratan de esconderse los barros con exceso de maquillaje.
Susana no era de ese tipo de mujer; ella tenía belleza natural,
no era deportiva ni extremadamente vanidosa, aún así tenía
un buen cuerpo y una cara única.
–Güey: retiro lo que dije sobre que era enfadosa, esta
buenísima la morra, digo, si te gustan las morras con el cuello
roto –le dije con tono de cura, para que olvidara su primer
crimen.
–¡Güey, respeta a la difunta, no mames!
–Qué, ¿me hablas a mí de respeto? Tú te la coges por el
ano, la tiras siete pisos en pleno orgasmo y me dices a mí
que la respete. No sé, güey, pero tienes tus principios algo
confundidos, aunque tu corazón está en el lado correcto –no
pude aguantarme la risa; perdónenme, pero nomás no pude
hacerlo, ¿oquei?
–Güey, deja eso, vámonos al depa. Tenemos que pensar qué
vamos a hacer, güey, no podemos quedarnos así.
–Simón, pero antes una cosa: no se dice vamos.
–¿Qué? No te entiendo.
–Que no se dice vamos.
–¿Cómo? No te entiendo, güey.
–Sí, que no se dice vamos a hacer, debes decir: voy a hacer.
No olvides tú eres el asesino, no yo. Yo no tengo de qué
preocuparme, tú eres el asesino. Nah, no es cierto, nomás
quería cagarte el palo un ratillo. Es que eres el primer compa
que mata a alguien y me dice. No sé cómo tomar ventaja de
esta confianza, no sé si llego a explicarme.
–Entiendo lo que me dices, pero no entiendo tu punto de
vista cagapalos. Te acabo de confiar algo sumamente impor-
tante para mí y nada más me dices pendejadas.
–¿Qué?, ¿ya vas a llorar?

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Moisés Pacheco Gendrop

–¿Ves? Es precisamente lo que te digo. No mames, Moisés,


agarra el pedo de que esto es serio.
–Güey, perdón, la neta pensé que te haría sentir mejor saber
qué tan madreado estás ahorita, por el hecho de que tienes
un cuerpo tirado al lado de tu edificio a la plena luz del día y
estás en un caso que cualquier policía por más imbécil que sea
puede solucionar.
–Gracias, amigo. Gracias por hacerme ver posibilidades que
nada más no había pensado, ahora ya me di cuenta de que
estoy, ¡hasta el puto cuello en mierda!
–¿Ya ves? El pedo nomás es ver las cosas de una manera
objetiva.
–Güey. Cállate, por favor. Cállate. Vamos a mi depa, tenemos
que pensar bien para salir de este pedo, ¡ya!

Subimos al depa. No me gustan mucho los edificios que


no tienen un elevador, no creo que te cueste mucho pinche
trabajo ponerle uno. ¿Sabes qué es lo peor del caso? Lo que me
pudre es el hecho de que, para poderlos construir, los albañi-
les ¡le ponen un puto elevador! Que después, por supuesto,
quitan. ¿Cómo pueden dejar el elevador ahí? Los elevadores
nada más te sirven en la construcción, no te sirven en la vida
diaria. ¡Chingado, ya me enojé! Como decía mi abuelo, si los
pendejos volaran, todo el puto día estaría nublado. Así que
bueno, llegamos a la puerta del depa de este güey.
–¡Pendejo!, ¿cómo vamos a entrar si no tienes las putas llaves?
Las dejaste adentro, ¿te acuerdas? –le dije medio emputado,
porque me había hecho subir las escaleras, no es cosa fácil. Por
mí no hay pedo, puedo caminar una milla para ir a la casa de
un amigo, el pedo es subir, eso me caga.
–Cálmate, no hay pedo, pasé por una copia a la casa de mi
carnala cuando fui a entregarle los papeles.
–Chilo.

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Pasamos a su departamento. Una de las cosas que me


gustan del departamento del David es la limpieza, no sé cómo
chingados le hace este güey pero siempre está limpio. No me
considero una persona sucia, el problema es que siempre que
comparto una casa o un cuarto con alguien, tengo la pinche
suerte de agarrar a un idiota que es más sucio que la chingada.
Una de las personas que vivió conmigo lavaba su ropa una vez
al semestre, ¡una vez! Al terminar de lavar su ropa la colgaba de
los abanicos para que se secara. Sus calzones siempre estaban
cagados. No me refiero a una mancha disimulada: este cabrón
prácticamente se cagaba en sus calzones. Cuando hacía pasta
aventaba la pasta a la pared para ver si se quedaba pegada, si
se caía quería decir que no estaba lista. No había problema que
hiciera eso, ¡si quitara la pasta que dejaba pegada! Ese cabrón
era tan sucio que una vez sus amigos lo corrieron de su casa
porque, al quedarse a dormir en su sofá un par de horas, se los
había dejado completamente apestoso. Era chilango el cabrón,
luego por qué los odian a los hijos de la chingada. Otra cosa
que me gusta de su departamento es el hecho de que tiene el
toque hogareño, como que ve programas de cómo mejorar tu
casa o una madre así. Nada más le hace falta tener las pinches
manualidades que se avientan las señoras menopáusicas o las
divorciadas. Por último, el hecho de que tiene alfombra y de
que la tiene limpia, eso me gusta. Nos sentamos en la sala, se
paró y fue por unas birrias.

–Güey, ahora sí tenemos que ponernos a pensar y dejarnos


de pendejadas –dijo David.
Por primera vez lo vi extremadamente serio. Nos queda-
mos un buen rato sentados en su sala. Los sillones son azul
con amarillo, bastante cómodos. Traíamos unas caras que
cualquier persona que pasara hubiera pensado que estába-
mos tratando de encontrar una ecuación para determinar el
crecimiento anual de la ballena azul. Pasaron por mi mente
una gran cantidad de ideas, como esas veces en las que están
a punto de torcerte en una mentira, que tu cerebro empieza a

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Moisés Pacheco Gendrop

soltarte frases a lo pendejo y solamente te la pasas pensando:


“sí puedo decirle eso, pero no es muy creíble”, y al rechazar una
inmediatamente te lanza otra idea tu hemisferio izquierdo.
–Oquei, esta idea suena mejor –es ahí cuando sueltas la
mentira. Estaba en ese proceso cuando me cayó el veinte.
–¡Oquei, güey, tengo una ideota!
–¿A ver? –contestó David escéptico.
–Aguántame tantito… –Me quedé pensando un rato
pasando mis ideas a través de una segunda inspección, para
asegurarme que la idea no fuera una estupidez. Después de
unos cuantos minutos le dije– Oquei, ahí te va lo que pienso,
güey. ¿Listo?
–Va, pues a ver. ¿Qué tienes?
–Ahí te va. Primero, ¿quién sabe que ella estaba aquí contigo?
¿Quién sabe que te vino a ver?
–Según yo nadie, me dijo que no se atrevía a decirme en la
fiesta sobre sus sentimientos hacia mí, pero que vino porque
ya se iba, mas no estoy seguro de que no le haya dicho a nadie,
para serte sincero.
–Chilo. Está bien, partiremos del hecho que nadie sabe o,
mejor dicho, de que nadie supo que vino a verte. No hay testi-
gos de que ella vino a verte ni de que tú la mataste.
Claro que yo mismo sabía que esto era algo que lo más
seguro es que lo haya comentado entre sus amigas o amigos
y que, por ende, gente sabe que ayer vino esta vieja a visitar
a David. Aun así, decidí aplicar la mentira que avientan los
doctores cuando un paciente se encuentra con una herida
mortal. El herido normalmente le dice al doctor algo como:
“¡No quiero morir, no quiero morir!”, y éste contesta: “… pero
qué va, hombre, si tú te encuentras mejor que yo. Ya quisiera
yo estar en tus condiciones”. El paciente, que para este enton-
ces se encuentra más pálido que Nicole Kidman, termina
por soltarle una sonrisa antes de morir y el doctor grita:
“¡Nooooooo! ¡¿Por qué?!, ¡¿por qué?!”. En fin, espero que haya
quedada clara la explicación.
–¡Güey, yo no la maté, fue un accidente!

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–¡Perfecto! Hasta yo me la estoy creyendo.


–¡Güey, a la monda es neta lo que te digo y tú lo sabes!
–Simón, no te emociones, ya te dije que te sale bien, pene.
Nada más no te emociones.
–¡Güey, a la monda contigo!
–Bueno, ¿ya acabaste de llorar? Para contarte los pasos
del plan, que lo más probable es que salga. Vas a ver, va a
rifar bien cabrón caón. Por primera puta vez voy a aplicar los
conocimientos de los libros de asesinos que he leído. ¡Rifo
barrio, güey! A huevo que pegan ciertos conocimientos aquí
en Tijuana, la ciudad más santa del mundo.
–¡Güey, que la verga que no soy asesino!
–Simón, eres inocente O.J. Ahí te va, güey, el plan es senci-
llamente complejo. Primero, ya sabemos, o se puede asumir,
que nadie supo que la puta esta vino a coger contigo. Ahora
tenemos que averiguar a qué horas se va el camión de la vieja
ésta para San Francisco. Una vez hecho esto, empacamos las
maletas de la morra. Lo difícil va a ser el realizar esto sin que
sus jefes se den cuenta.
–No hay pedo, porque sus jefes se fueron a Mexicali. Llegan
ahora en la tarde como a las cuatro para llevarla a la central
en San Diego.
–Oquei, se pone mejor el asunto, ahí te va... Güey, tráete otra
birria que te estoy tratando de salvar la vida.
–Ya voy.
–Hazla michelada que hace calorcillo.
–Va pues.
–Entonces nos tenemos que meter a la casa de la vieja,
averiguar el tiempo de partida del pinche camión; una vez
que sepamos eso es porque encontramos el boleto. Ahora,
lo que se puede hacer es empacar, pero aquí entra el pinche
detalle: tenemos que pensar como una vieja fresa. ¿Qué cosas
se llevan las morras fresas y putas? Pero no hay que preocu-
parnos porque aquí es donde nos va a explicar tu hermana
qué es lo que empacan.

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Moisés Pacheco Gendrop

–¡Ibas bien, güey!, ¿por qué chingados dices esa madre para
cagar toda la seriedad? No mames.
–Güey, no mal interpretes, pero es morra y nos puede
ayudar más, pero no sé si quieras explicarle a tu carnala cómo
está el pedo. Te puedo garantizar que por más cagapalos que
se ponga, nos va a ayudar bastante.
–Oquei, qué te cuesta decirlo así en vez de decirle puta a mi
carnala, güey.
–Bueno, déjame decirte el plan que te va a salvar el culo.
Después me dices tus sentimientos, por lo pronto no me quites
la inspiración, ¿oquei?
–Simón, sorry –dijo poniendo una cara de niño regañado.
–Va, pues una vez hecha la maleta nos vamos de su casa,
con el boleto y la maleta en mano. Lo siguiente sería dejar en
la entrada de la casa una carta que explique a sus padres que
se tuvo que ir antes, no sé por qué, pero se tuvo que ir antes,
luego pensamos en el porqué. Dejamos la pinche nota o un
recado, es más ¡ya sé! Su jefe es profesor, ¿no?
–Simón, ¿y eso qué?
–Aquí te va el secreto, mi pequeño aprendiz –ahora sí tenía
al pobre de David a mis pies, sus oídos eran míos, ya era hora
de que el cabrón se diera cuenta de quién le iba a salvar el
culo. Digo, no quería que ese güey pensara que fue un error
el haberme dicho la pendejada que hizo, todo por caliente;
pero bueno, eso nos puede pasar a todos y siempre es bueno
ayudar. Capaz de que al final de todo me firma horas de servi-
cio social.
–A ver.
–Su jefe es profesor, entonces lo más seguro es que tenga
una cuenta de correo. Lo que podemos hacer es usar la compu-
tadora de la morra ésta, ¿cómo se llamaba el cadáver que está
allá afuera?
–Güey, ¡respeta a Susana!
–Simón, usamos su computadora, nos metemos a su correo,
que no vamos a ocupar la clave porque en su messenger estará
grabada, como usualmente se hace. Una vez en su correo,

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cambiamos la clave de este pedo, nos vamos a un café inter-


net estratégico y le mandamos un correo al jefe. Si por alguna
razón rastrean el correo, llegarán al café y no sabrán si sí lo
mandó ella o fue una persona como tú. Otra cosa, una vez
en el messenger te vas a topar con amigos de ella, tenemos
que leer unos pocos correos para ver más o menos cómo se
lleva con sus compas, por si nos los topamos, chateamos con
ellos sobre lo que se supone está haciendo la morra esta, les
contamos cosas sobre los correos que nos han mandado y
así tendríamos nuestros testigos de que la vieja se fue en el
camión pero que se tuvo que ir antes. Si quieres le podemos
pedir a uno de los pendejos que esté en línea que nos haga el
paro para decirles que tuvo que irse antes por equis problema
y así el jefe revisa su correo y ahí va a estar el mensaje de su
hijita la putita explicándole todo.
–No lo puedo creer… está chingón el pinche plan. Mis
respetos.
–Aguanta, güey, que todavía no acabo. Después, nos vamos
como su puta madre de rápido a la central en San Diego, le
pagamos a una vieja, la que sea, que se suba al camión, que
use el boleto de Susana. Si por algo llegan a revisar ahí va a
estar el boleto usado. En el registro dirá que sí se presentó
la tal Susana. Te puedes aventar el engrane de hacer que la
vieja use la ropa de Susana, pero claro, esto es para prote-
gerte un poco más, por si se llegaran a meter con alguna de
las cámaras y tienes la suerte de que la vieja esté de espaldas
o algo por el estilo, y ya alguien identificaría la ropa de ella y
diría que posiblemente fuese ella y cambiarían su búsqueda
a San Francisco.
Me sentí orgulloso de mi gran plan. Hasta ahora no creo
que tenga una gran falla; claro es que no soy ningún pinche
detective, pero por lo menos no se cometerían los típicos
errores obvios que uno siempre ve en las películas estadouni-
denses, en las que el criminal fue lo suficientemente astuto
para burlarse a miles de cabrones, pero al final un pinche niño
lo tuerce porque recuerda su voz, hazme el recabrón favor.

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Moisés Pacheco Gendrop

–¿Qué te parece este pedo? –le dije con entusiasmo. Mi


entusiasmo no es el típico entusiasmo exagerado. No soy
muy expresivo; no porque crea que es algo homosexual o algo
malo: simple y sencillamente no soy así. En ciertos casos me
gustaría serlo; por ejemplo, cuando una tía o alguien me da
un regalo, la verdad no puedo ser el tipo de persona que dice:
¡Gracias, tía! ¡Esto era exactamente lo que yo quería! ¿Cómo
supiste que quería esto? Luego la tía contesta la misma pende-
jada que contestan todas las tías.
Creo que hasta tienen que leer un libro de frases típicas para
tías pendejas, porque lo más seguro es que te conteste: “Me
dijo un pajarito”. El pajarito significa lo siguiente, para todos
aquellos que son un poco lentos y a través de los años no lo
han podido descifrar: que la jefa de seguro es quien le dijo,
porque ella no tenía ni puta idea de lo que querías y tu mamá
la sacó del apuro. También puede significar pura pinche coinci-
dencia, o finalmente que el regalo que te dio te vale madre y
nomás le dijiste que te gustaba para que no se sintiera mal
de regalarte una mierda que nunca vas a usar. Una cosa: los
regalos. Cómo hay regalos que nomás valen cock, de ese tipo
de regalos que te dan ganas de decir: ¿sabes qué?, mejor no
me des nada; no hay pedo, la neta, no me emputo ni nada por
el estilo, nada más no me des mierda. Un excelente ejemplo
de esto es mi abuela. Mi abuela se ha destacado a través de
los años por ser la persona que da los regalos más culeros
posibles. No crean que te da la típica bufanda culera que ella
tejió, eso sería mucho pedir. Una vez en Navidad estábamos
ella, mi hermano, mi madre, mi padre y yo. Estábamos en el
intercambio de regalos, cuando mi abuela dice: ¡ah, yo también
les tengo un regalo a mis nenes!

Debo aclarar que después de doce años de decepciones


continuas uno deja de esperar algo bueno. Pues ese año se
pasó de vergas con el regalo más culero posible. Nos trajo el
recibo del agua pagado. ¡El Pinche Recibo del Agua! ¿Qué
quieres que haga un niño de entre doce y trece años con eso?

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Aparte de que ella vivía en un departamento que pertenecía a


nuestra casa y por obligación ella tenía que pagar gran parte
del recibo, ya que no pagaba renta. Me desvié un poco del
tema, saqué uno de mis enojos, lo que sucede cuando no se le
paga a un psicólogo para que te escuche. El psicólogo sale más
barato si uno lo convierte en una hoja y una pluma o en su
defecto en una computadora con un procesador de palabras.
El pedo es que no soy expresivo7 . Dicen que soy un robot,
pero la verdad es que cuando digo algo aunque no lo diga con
mucho sentimiento, significa bastante. Cambiando de tema o
como escriben las morras cdt, las mujeres son complicadas en
sí, pero las mujeres pendejas son peores, son más complicadas
que cualquier otra especie. La mayor parte de los hombres
cree que una mujer pendeja es más fácil de comprender. Es
más fácil en el aspecto de chingártela, con sus excepciones,
pero mentalmente son complejas. Uno se puede cuestio-
nar el porqué de esto; grandes filósofos se preguntan cómo
puede ser que una mujer pendeja sea más compleja que una
normal. La respuesta está en que la normal es compleja pero
dentro de su complejidad hay cierta lógica8 , mientras que las
pendejas actúan por razones desconocidas. Esto último se
debe a un nivel de ineptitud excesivo que ya ni entre las de
su especie puede ser descifrada. Muchas veces ni ella misma
puede comprenderse y esto es algo chistoso, porque su falta
de materia gris es tan alta que su complejidad también sube
exponencialmente y llega a tal grado de complejidad que su
idiotez nunca podrá descifrarse. En fin, nos encontrábamos
todavía en su sala, aunque ahora tratando de encontrarle
fallas al plan que acababa de idear.
–No suena mal, amigo. No suena mal.

7
No soy de las personas que tienen que enfatizar, como las regias fresas
que al vato que vean le van a decir: ¡Qué pedo, guaey! ¿Cómo estás, guaey?
Fregón. ¡Tipo que tengo mil sin verte! ¡Te quiero mil! Nunca cambies.
¿Para qué chingados quiero decirle eso a un homie que nomás vi una vez
en una peda?
8
Lógica muy estúpida desde el punto de vista masculino, pero lógica.

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–¿Qué? ¿Nomás me das un “no está mal, amigo”? Mi


entusiasmo y todas mis neuronas trabajando a más no poder
para salvarte el culo peludo y nada más me dices no está mal.
Vete a la chingada.
–Oquei, oquei. Perdón, nene, ¿quieres que te diga que me
encantó tu ideíta pechochini?
–Tí.
–Va, pues. La verdad sí me gustó, pero hay varias cosas que
se deben tomar en cuenta para que esto salga bien.
–Mientras, tenemos que esconder el cuerpo, ¿no?
–Pues sí, sería muy pendejo de nuestra parte que todo
saliera bien y, mientras, alguien encuentra el cadáver.
–Pero, ¿cómo chingados la movemos? O más bien, ¿dónde
la ponemos?
–La tenemos que meter a un contenedor –dijo David. Vaya,
hasta que aporta algo este cabrón, digo es por su propio pinche
bien, no me jodas.
–¿Y, cómo la cubrimos? ¡Ah!, pues con una sábana –todavía
soy yo el güey que aporta más.
–Va, pero tenemos que hacerlo con cuidado porque hay
depas que tienen ventanas viendo hacia los contenedores.
–¿Neta? No me di cuenta de eso, pues. ¿Cómo le vamos a
hacer entonces?
–Mmmm, son las diez y media, es una familia y siempre
por estas horas se me hace que van a misa, entonces tenemos
que esperar a que se vayan, porque van varias veces que paso
como a las doce por enfrente de la iglesia y veo el carrillo de
esos güeyes –esto realmente me impresionó de David, porque
ese güey es de los vatos que se distraen con cualquier pende-
jada; tiene un nivel de atención prácticamente nulo, se distrae
muy fácilmente. Por lo general pone atención a detalles no
trascendentales. Hay veces que el vato te está contando una
historia y de repente se queda viendo a sus pies y levanta la
cabeza, te voltea a ver y te pregunta: ¿qué me estabas diciendo?
Es al extremo al que llega el David pero, como vi una vez en
National Geographic, las especies en situaciones extraordina-

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rias realizan actividades que para sus capacidades también


son extraordinarias. No que esté comparando a ese güey con
una cebra que trata de escapar de un pinche león hambriento,
pero se nota que el pendejo quiere salvar su pellejo.
–Entonces, ¿qué hacemos, güey? ¿Vamos a esperar a que se
vayan a misa? –lo dije algo decepcionado de nuestra opción.
La neta no suena como el pinche plan del año, de hecho es uno
de los planes más pendejos que pudimos haber pensado.
–Me voy a ir al techo y me pongo listo por si salen a misa
o a alguna parte. Te puedes quedar viendo la tele un rato o
pendejeando. Voy arriba, güey; también quiero pensar las
cosas bien. No quiero hacer pendejadas.
–Va, aquí te espero. ¿Quieres que le hable al Miguel para
que vaya pensando qué pedo?
–¿Cómo? –dijo David, como si acabara de decir una de las
barbaridades más grandes.
–Sí, que si quieres que le hable a Miguel, el compa de tu
carnal, por si salen las cosas mal o te arrepientes, que ese güey
ya sepa y pueda defenderte o irte haciendo el paro, tips o algo
así. Digo, es una posibilidad, ya sabes que yo no sé de leyes y
esos pedos, pues.– Miguel, como ya les dije, es un compa del
carnal del David. Tiene como unos veinticinco años o algo así,
la neta no me llevo tanto con ese güey, pero digo, nos puede
hacer el paro. Es buen pedo el pendejo ese pero no es uno
de esos güeyes que dices ¡a la verga! Pueden pasar años y no
me mortifica el no verlo. Pero está chistoso el vato éste, son
el tipo de güeyes que aplican las pequeñas fallas de la ley
a su favor, eso es lo que me cae bien de este cabrón. Un día
en una fiesta este vato me dijo que en los Oxxos uno puede
comer gratis, porque le había hecho el comentario de que me
estaba cagando del hambre y no tenía ni un peso partido por
la mitad. ¿Por qué la gente dice que no tiene un peso partido
por la mitad? ¿Por qué no dicen no tengo ni cincuenta centa-
vos? Como ya dije, hay muchas cosas que son pendejadas y no
hacen sentido. El pedo es que este güey me explicó que si uno
va a una tienda de autoservicio o a un supermercado y abre un

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producto, y lo consume uno en su totalidad dentro del super-


mercado, los empleados no tienen el derecho de cobrártelo.
¿Por qué? Porque dice la ley que los bienes de consumo están
ahí para el consumidor. La falla es cuando un pendejo abre la
comida y no se la termina, ahí sí te pueden chingar. A partir
de saber esto, me dediqué a consumir más de lo que pagaba
en los supermercados y en las tiendas, claro que siempre con
dinero en la bolsa por si alguien la hace de pedo: le doy la feria
y adiós problema.
–Sí, dile a él, pero dile que nadie sabe más que nosotros dos
y él, ¿va?
–Va pues, tú ve y medita sobre tus próximos delitos y yo
trato de solucionar éste, jotillo.
–Ya vas a empezar, no mames.
–Es pura cura, no te agüites. Pinche vato, no aguantas
nada.

David salió del departamento, y comenzaron a escucharse


sus pasos. Se podía oír que se lo estaba llevando la chingada.
Los pasos se escuchaban como los de un asesino a quien lo
van encaminando a su celda o a su ejecución. Algo positivo
es que, si lo llegan a meter al bote, por lo menos no le dan
pena de muerte, porque en México no hay. Bueno, sí hay, pero
nada más para los militares. Prendí la televisión, hace tiempo
que no la veía. Soy del estilo de güeyes que, una vez que se
desacostumbran a algo, ya no lo extrañan. Digamos que veo
la tele como cinco horas al día, pero después me meto a traba-
jar y ya no puedo, no me afectaría en lo más mínimo. Estuve
viendo videos de música durante unos quince minutos; luego
me acordé que le tenía que hablar al cabrón del Miguel para
ver qué pensaba ese güey que debíamos hacer. Fui al cuarto
de este güey para agarrar el teléfono y hablarle al dizque
abogado. Inmediatamente surgió una duda: ¿cuál era su
pinche teléfono? Mmmm, sabía que lo tenía que tener el David,
¿pero dónde?, puede ser que lo tenga en una de las agendas
que regalan ahí en la escuela, o en su celular. Decidí buscar

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en su celular. Gracias, ahí estaba. Neta que estoy cabrón para


las deducciones, no por presumir pero no soy cualquier güey.
Marqué, no contestó. Algo que me caga es el tipo de gente
que tiene el celular y nunca los puedes encontrar, ¿para qué
chingados lo tienen? Generalmente es la gente que nunca le
pone saldo porque los pendejos le ponen doscientos pesos y se
los chingan esa misma tarde diciéndoles a todos que ya tienen
saldo y contándoles pendejadas. Pero bueno, me senté a ver
más videos y decidí darle otra oportunidad a este cabrón.
–¿Bueno? ¿Miguel?
–¿Sí? ¿Qué pasó?
–Güey, habla Moisés, el compa del David.
–¡Ah! ¿Qué pedo? ¿Cómo estamos?
–Pues, bien bien, la neta. Lo que pasa es que sucedió una
madre y pues quería preguntarte en persona sobre cómo se
puede solucionar.
–¿Es algo serio?
–Mmmm, creo que sí. Involucra a David –lo dije imagi-
nándome al David atrapado por la policía, subiéndolo a la
patrulla, de esas tomas de las películas que le agachan la
cabeza al criminal para meterlo a la parte trasera del carro.
Luego, finalmente, el criminal ve la escena del crimen con
cara de arrepentimiento como para causar cierta ternura en
el espectador.
–¿Ahora qué hizo este pendejo? –Esta expresión de Miguel
se debe a que, desde que tengo memoria, cada vez que tiene
un problema el David ha recurrido a Miguel. Un ejemplo que
viene a mi mente fue una vez que estábamos saliendo de un
concierto, al cual yo no quería ir, y había una fiesta a la que
teníamos que ir por compromiso. Estábamos en eso cuando
el David y su primo Jesús deciden ir al Gitanterías9. Entra-
mos al lugar y recibimos dos que tres llamadas de la fiesta

9
El Gitanerías no es nada más un congal, sino uno bien culero. El congal
sólo contaba con dos tipos de mujeres: las culeras y las madreadas, y aunque
uno tratara de verles el lado agradable no lo lograba.

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de gente que nos estaba esperando. Estos güeyes nomás no


se querían ir. No quiero decir que yo estaba sufriendo en el
congal, pero para ir a ver a viejas culeras quitarse la ropa...
no, gracias. Estábamos pisteando unas birrias cuando por fin
salió a bailar la única mujer decente10 del lugar. En ese instante
llegó la policía, nos sacaron a todos y nos pusieron en una
fila para ver si había menores de edad. En ese entonces los
tres éramos pinches menores, pero David tenía barba como su
puta madre, entonces no causaba sospechas a los ojos de los
policías. Uno por uno iban pasando a la gente y, señalando a
los que ellos consideraban menores. Nos señalaron a Jesús y a
mí; también a otros pendejos, no crean que fuimos los únicos
idiotas. Llega conmigo el policía y me pregunta mi edad, dije
dieciocho, me pidió identificación y saqué la de la escuela
que decía Universidad de Monterrey, porque la preparatoria
estaba afiliada a la escuela, pero qué chingados le puede saber
un policía. Se acercó después con Jesús y el pendejo saca la
precartilla, en ese instante se dio cuenta el cabrón que este
güey era un puberto y lo treparon a la patrulla junto con otros
dos cabrones, le dieron una multa al lugar y sanseacabó. El
pedo es que el Miguel recibió la llamada del David para que
le hiciera el paro en este pedo en que se había metido. Para
chingar David le dijo a sus papás que yo fui el de la idea y que
gracias a mí todo esto sucedió. A mí me valió verga y me fui
a mi casa a dormir, dejando a David y a Jesús con sus pedos.
Pendejo.
–Mejor te digo en persona, güey. ¿Dónde andas? Se escucha
bastante ruido.
–Por el Triángulo11, nos vemos ahí en veinte minutos.
–Va, pues, nos vemos.

10
Físicamente decente, sus modales nos vienen valiendo verga.
El Triángulo es una llantera que está en el bulevar de Tijuana. No digo qué
11

bulevar porque nomás hay uno y cambia de nombre cada pinches quince
metros, en fin, es una llantera.

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Decidí ir a ver qué pedo con el joto del David, no vaya a ser
que esté haciendo pendejadas como estar llorando y arrepin-
tiéndose de lo que puede hacer, y decir que se va a denunciar
a la policía. Eso es algo que siempre veo en las películas y la
gente siempre piensa que es la mejor opción, pero la verdad es
que hasta que un conocido tuyo se encuentra en este tipo de
aprietos es cuando decides hacer lo que sea para encubrirlo y
hacer que su puta libertad dure el mayor tiempo posible. Uno
sabe que lo que hizo está mal pero, ¿qué peor castigo que estar
constantemente con tu consciencia diciéndote que acabas de
matar a alguien? Digo, fue sin intención y la vieja ya está
muerta; no se puede hacer nada. No es como que si este güey
es un maníaco que se la pasa matando putas o algo por el
estilo; nomás es un pendejo con muy mala suerte, eso es todo.
No todo lo que uno ve en las películas es cierto. Subí al techo
y vi a este vato sentado abrazándose las rodillas como un niño
que acaba de robar una bolsa de dulces y es atormentado por
los recuerdos de sus actos.
–Güey, te tienes que calmar. No es normal que estés así de
estresado.
–¡Pendejo! No es como que sí lo puedo controlar. ¡Maté a
una morra, a la verga! –dijo casi llorando mariconamente.
–Ya sé, pero ahorita lo que menos necesitamos es que estés
todo alterado. Lo que se requiere es que te quedes tranquilo
y pienses bien –se lo dije de una manera bien calmada. Me
sentía como los policías que te piden que no te suicides o que
dejes el arma y a la hora de la hora te chingan.
–Sí, ya sé. Pero es que ya valí verga. Güey, no mames, ¡ya
valí verga!
–Mira, cálmate, por favor, que te estoy tratando de ayudar.
No es como que estoy aquí para hacerte las cosas más pesadas
de lo que ya son. Hablé con Miguel; me dijo que lo viera en la
llantera, voy para allá y le voy a explicar cómo está este pedo.
Mientras, agarra unas mantas para tapar al cadáver, pero que
no sean tuyas tuyas porque si por algo lo ven, te puede echar
de cabeza eso. Échales un ojo a los vecinos a ver a qué putas

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Moisés Pacheco Gendrop

horas se van, y bajas para arreglar eso. Baja con basura en tus
manos para no levantar ninguna puta sospecha, ¿oquei?
–Va, pues.
–No me lo digas como pinche niño maricón, ¡a la verga!
–Cállate, ¡pendejo!
–Así está mejor. Dame las llaves de tu carro para ir a ver a
ese güey. ¿Quieres algo de la tienda?
–Nah, gracias, güey.
–Va, sale, nos vemos al rato –Me volteé y ya estaba apunto
de bajar las escaleras.
–Güey, aguanta. Toma cien pesos, ponle gasolina al carro,
no me gusta que ande con el tanque medio vacío.
–¿Quieres de la mexicana?
–Simón, con este carro no hay pedo, güey.
–¿Seguro? –Volví a insistir, porque una vez un pariente de
David le puso gasolina mexicana a uno de sus carros y puedo
asegurar que, cerca de una hora después de que le llenaron el
tanque, el carro comenzó a fallar, y no me refiero a algo ligero
sino simplemente no aceleraba. Terminamos llevándolo a la
agencia a que le hicieran una limpia. Al final fue una hueva
porque los planes de aquella vez se cancelaron.
–Ya te dije que sí, que no hay pedo.
– Si tú dices.
Tomé el billete de cien pesos y me dirigí hacia la puerta de
la azotea.
–Va, nos vemos.
Me subí al carro de este güey. Siempre he dicho que, para
realmente darte cuenta de qué tan chaparro es alguien, te
debes de subir a su carro y manejarlo, ahí notas qué tan atrás
tienes que hacer el asiento del carro y los espejos. Este cabrón
era un pinche enano. En un ratillo, como unos siete minutos,
llegué a la llantera; ahí podía ver el carro de Miguel, que al
parecer tenía una llanta ponchada. Me vio y me saludó, pero
se veía algo ocupado con el llantero, como que estaba a punto
de pagarle. Lo esperé sentado en un bote de pintura que
contenía agua.
–¿Qué pedo?, ¿cómo estamos?
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–Bien, bien –le dije, pero en un tono poco convincente,


poniéndome de pie.
–Parece que ahora sí es algo serio; no tienes cara de que sea
una de las pendejadas con las que siempre les ayudaba –dijo
mientras se guardaba la cartera.
–Pues, la verdad es que este David hizo algo que no es fácil
de encubrir.
–Mientras no haya matado a nadie no hay pedo. A ver,
aguanta tantito –sacó su celular para contestarlo– ¿Bueno?
¿Qué pasó, mi amor? Ando ocupado, te marco como en unos
cinco minutos, ¿sale? –hizo un gesto indicando estar harto de
su mujer– Sí, te juro que te voy a marcar. Oquei, yo también te
quiero mucho –colgó y se guardó el celular en la bolsa– Ahora
sí, ¿en qué estábamos?
–Te iba a decir que…
–¡Ah! Sí, mira, te decía, mientras no haya matado a nadie
ese cabrón, no creo que haya mucho pedo.
–Mmmm –No supe ni qué chingados decir. Yo sabía que ese
cabrón estaba en pedos serios, pero hasta ahorita, sea como
sea, sí ayudaba bastante que me mantuviera algo calmado
y convincente frente a David, pero si Miguel no nos podía
ayudar en mucho, entonces mi tolerancia hacia el crimen se
iba haciendo cada vez menor y menor. Pero la verdad es que
este Miguelito era lo único con lo que contábamos que tuviese
una puta idea de lo que la ley nos permitía o no. Con la ayuda
de este güey podíamos estar un poco más seguros en el
aspecto que no todo lo que realizábamos en ese momento era
ilegal, y por si salían pequeñas sospechas sabríamos en qué
respaldarnos para que nos dejaran en paz. En fin, la verdad es
que no sabía qué era lo que nos convenía o no.
–No me digas que es cierto. ¡No, güey! Vamos a platicar a
un café o algo. Nos vemos en el Victors12.

12
Victors es una caferetía estilo Vips pero mucho más vieja en la escena
Tijuana. Es de los restaurantes en los que las tías se reunían para contarse
sobre los matrimonios de sus sobrinas y media estupidez más. Le tengo
cierto cariño a ese lugar feo.

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–Va, ahí te alcanzo. Nomás le pongo gas a esta madre y voy


para allá. Prendí el carro y me fui a la gasolinera que está
frente a la llantera. Creo que podría ser una de las primeras
de Tijuana. Desde que puedo recordar ha estado ahí. Llegué
y no había nadie atendiendo; se me hizo algo raro, porque
siempre hay un cabrón atendiéndote. Posiblemente no de la
manera más amable, pero siempre hay un cabrón atendién-
dote. Esperé como tres minutos y nada. Me bajé algo encabro-
nado y busqué al gasolinero, no sé cómo se le diga a ese oficio;
en fin, busqué a ese huevón. Pude ver que venía corriendo,
levantando sus manos con el objetivo de que lo esperara unos
segundos. Lo único que esperaba era una explicación. Me subí
al carro y lo esperé.
–Discúlpeme, pero es que tuve un pequeño problema.
–¿Algo serio? –le dije como preocupado.
–El problema es que tenemos el aire para servicio a los
clientes, el patrón ya me dijo que si no consumen algo no se
les puede dar ese servicio, por no ser clientes.
–¿Entonces?
–El problema es que siempre llega un señor en su silla de
ruedas, con las llantas un poco bajas y se pone aire. Ya le he
dicho que no se puede, pero no me hace caso.
–Hijo de su… y ¿por qué no lo persigues? –me cagan las
personas que abusan de sus discapacidades.
–Lo he tratado pero como estamos de bajada pues su silla va
mucho más rápido de lo que puedo correr.
–Mmmm. No, pues está difícil, y luego con las llantas recién
infladas pues está peor. Al menos que te pongas patines, pero
qué hueva subir con patines.
–Bueno, ¿cuánto va a querer?
–Cien pesos de la roja, porfa.
–Lo bueno es que se le cayó su gorra, lo más seguro es que
regrese ese hijo de la chingada.
–No pues, suerte y lo agarres –Le di un poco más de cien
pesos.
–Ojalá, le pido disculpas de nuevo.

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–No hay problema, gracias –lo dije de una manera extrema-


damente sincera. Arranqué el carro y me fui hacia el Victors.

Han sucedido varias cosas en ese restaurante. Un día fui a


cenar con un amigo, porque era su cumpleaños y para feste-
jarlo decidimos llevarlo al Victors. Estábamos en plena comida
cuando vimos pasar al suegro de mi amigo con otra señora,
sólo recuerdo que nos echó una mirada tratando de decirnos:
“te va a cargar la chingada si me pones dedo, cabrón”. Lo único
que pudimos hacer fue cagarnos de la risa porque ya tenía de
los huevos a su suegro.

Llegué, ya estaba ahí el carro de Miguel. Lo más seguro


estaba ya adentro tomando el café con un pan o algo. Lo
conozco al cabrón, podía apostar un huevo a que estaba así.
Entré al lugar y estaba ahí la mesera que te recibe, le dije que
ya me estaban esperando. Rifa decir eso; pareces importante
aunque sea un restaurante culero, pero te sientes bien. Lo
puedes aplicar en un pinche Mc Donald’s y te sube el autoes-
tima, creo. Ahí estaba él sentado con su café y su rebanada de
pay de manzana.
–¿Qué pasó? –dijo algo preocupado.
–Nada, hubo un pedo ahí en la gasolinera, el güey de ahí se
tardó en atenderme, es todo.
–No me refería a eso –me dijo con una cara de cómo es
posible que estes tan pendejo.
–Ah, oquei.
Llegó la mesera.
–¿Se le ofrece algo?
–Solamente una taza de café, por favor –se retiró y me
preparé para ir soltando la sopa–. Mira, básicamente, el David
se estaba cogiendo a una morra y terminó matándola –decidí
soltar lo más pesado al principio para que no pareciera tanto
una vez que se aclarara todo. Le llamo la técnica de la jeringa,
como cuando te van a inyectar y los doctores acostumbran a
darte un golpe con el objetivo de que los nervios no alcancen

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a sentir la jeringa tan fuerte. La única diferencia es que aquí


fue un madrazo.
–¡Qué!
–Sí. La morra llegó a la casa del David y este pendejo se
la empezó a agarrar. Se le cerró la puerta y se quedaron
afuera. Decidieron irse arriba al techo a hacer sus suciedades;
mientras se la chingaba por atrás la morra estaba prensada
del barandal, pero éste se venció y ella se cayó siete pisos.
– ¡No mames! ¿Estaba buena la vieja?
–Güey, te hablé para que nos ayudes con tus putos conoci-
mientos de derecho, no para que te calientes con la puta histo-
ria. Sí estaba bien buena, la neta… –no pude evitar que se me
saliera una sonrisa. Fue de esos momentos en los cuales algo
no chistoso te causa risa, como cuando a la gente le dicen que
acaba de perder todo su dinero en una apuesta y ésta comien-
zan a reír frenéticamente.
–Perdón, simón, es que es algo fuera de lo común. No sé qué
pensar, la verdad.
–Mira, deja te cuento los detalles y el plan que tenemos –le
conté realmente todo lo que había sucedido hasta ahorita,
nada más omití lo de la gasolinera. No quería tardarme mucho
porque le tenía que ayudar a David a esconder el cadáver.
Acabando de contarle la mierda y media a Miguel, sonó mi
celular. Era David.
–Güey, ¿dónde andas?
–En el Victors.
–¿Qué?
–¿Qué pasó?
–Están saliendo para misa, ya está el jefe en el carro
esperando a todos a que se suban.
–Va, en cinco minutos salgo para allá –colgué–. Güey, enton-
ces tú nos hablas en la tarde o qué pedo –le dije a Miguel.
–Sí, yo les hablo.
–Va, pues. Me tengo que ir, nos vemos –le dejé un billete de
veinte pesos para el café y me fui. Me subí al carro de David,

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en el carro cambié el CD y puse el último álbum de Robocop


Kraus13 para ponerme de buen humor. Eso era lo que necesi-
taba, un buen disco.

13
Esta es una banda que conocí en Alemania mientras viví en Nuremberg.
Son 100% vegetarianos a pesar de que los hice comer caldo de res una vez
que los invité a comer a mi casa. Tocan New Wave.

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Public ReadOnly Propert In Fact You’re just Fiction As


Robocop Kraus
Get
‘Gets and Plays Track03
InFactYoureJustFiction = mInFactYoureJustFiction
End Get
End Property

Durante el camino comencé a reflexionar sobre mi estancia


en Tijuana que, a pesar de ser mi lugar de origen, cada vez
se encuentra más lejos de mí. Desde que dejé la ciudad hace
seis años no he vuelto a vivir en ella, simplemente regreso
en las vacaciones. Cada vez que regreso la siento más y más
como una ciudad ajena. Claro que ahora es algo diferente,
ya que posiblemente consiga trabajo en San Diego. Al pasar
por la Plaza Financiera recordé ciertos acontecimientos de mi
infancia, probablemente no muy felices, pero sí muy queridos.
Cierto sentimiento de tristeza invadió a mi cuerpo. Quizás y
se deba a una falta de identidad, no lo sé. Pero así de rápido
como llegó, se fue. Al esperar en un alto, pasó por la ventana
del carro un niño vendiendo chicles; le compré dos cajas y le
pagué tres.

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Public ReadOnly Property FadeOut As Boolean


Get
‘FadeOut toma un valor verdadero
FadeOut = mFadeOut
EndGet
EndProperty

Llegué al depa del David. No lo vi. No sabía dónde se


encontraba porque no lo podía localizar por ninguna parte.
Bajé las escaleras y fui a la escena del crimen. Ahí estaba
David con una lona puesta en el piso, jalando el cadáver de
Susana. Una vez que terminó lo envolvimos en la lona. No
nos hicimos ningún tipo de comentario mientras llevábamos
a cabo el suceso, esto se debe a la seriedad con la que lo estába-
mos tomando. Empezamos a cargarla, cuando volteo hacia
un lado y estaba un viejito parado en la ventana del edificio
viéndonos. No hacía ruido alguno, estaba callado.
–¡Güey, no mames! –le dije a David, con la voz baja y
quebrada.
–¿Qué? –me preguntó de mal humor por haber interrum-
pido sus actos.
–¡Nos están viendo! ¡Un vecino tuyo! ¡Voltea! –ni aunque
quisiera gritar lo iba a poder lograr, era simplemente imposi-
ble para mí poder hablar como una persona normal. Parecía
como si me hubiesen pegado en los huevos con una ficha de
joqui.
Esto se debe a una anécdota que sucedió cuando tenía
alrededor de unos catorce años. Mi hermano, quien estaba
en la edad de nomás no me quiero juntar con mi hermanito
maricón, decidió jugar conmigo. Fui por la ficha de joqui
callejero, empezamos a jugar, él era el portero. Precisamente
cuando estábamos comenzando a conectar como hermanos,
en el que el hermano mayor piensa pues este güey no está
tan pendejo como lo creía, en ese preciso momento es en el
que se me ocurre pegarle a la ficha y que ésta se vaya volando
derechito a sus huevos. Mi hermano se tiró al piso, se me

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quedó viendo como traicionado, con una cara como la que


puso William Wallace (Brave Heart, Mel Gibson) cuando el
príncipe de Escocia lo traiciona. Esa cara que dice no manches,
¿por qué lo hiciste?, si nos estábamos llevando súper bien,
¿por qué? Después pasó a la etapa de odio, vi sus lágrimas y
la manera en que apretaba la ficha de joqui como si fuera su
única pertenencia en la vida. Hacía ruidos raros, y alcancé a
escuchar unas groserías. La verdad es que me sentí mal y con
miedo. Lo dejé tirado en el patio. Me metí a ver televisión.
Más de media hora después pasó al lado de mí y se subió a su
cuarto: la poca amistad se volvió a perder.
David volteó asustado, como si le acabara de decir que su
vida se había terminado ahora. Vio al señor y comenzó a
reírse. No entendí el porqué de esta actitud, pero segundos
después se aclaró todo. Mientras David comenzaba la plática
con el señor, noté que se salía el pelo de Susana. Su pelo
colgaba: se encontraba pegado con sangre seca. Se asomaba
por el agujero que quedó al envolverla en la lona. Metí el pelo
como pude. A la hora de meter la mano en medio del rollo de
lona pude sentir su sangre, y pude determinar que su descala-
brada fue bastante fuerte, ya que su cuero cabelludo se sentía
flojo y mocoso. Saqué mi mano; parecía que acababa de meter
los dedos en un bote de pintura. Embarré todo en la lona, los
pelos que se me quedaron pegados. Se veían sospechosos,
pero, ¿qué más sospechoso que una lona que gotea un poco de
sangre? Hacía lo que podía por disimular lo que cargábamos,
pero era evidente que se trataba de un cuerpo.
–¡Buenos días! –dijo David, fingiendo como si no hubiera
nada malo en lo que hacía, como si fuera algo de todos los días
eso de envolver un cadáver recién cogido en una lona.
–¿Cómo amaneció?
–Muy bien, se siente el calorcito del sol bastante sabroso.
– Sí, sí. –dijo David volteándome a ver con extrañeza porque
el sol no le daba a esa ventana, de hecho no le pegaba a
ninguna ventana.
–Y usted me imagino que ha de andar tirando la basura

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–dijo el señor sin alguna señal de sospecha. Este señor o estaba


pendejo o también participó en el crimen porque, ¿cómo era
posible que no viera las patas de la mujer saliendo del rollo?
Digo, también David se pasa de imbécil de vez en cuando.
Ninguno de los dos había matado a alguien o más bien no
nos habíamos encontrado en una situación por el estilo, pero
hay ciertas lógicas que se tienen que seguir para poder llevar
a cabo un buen crimen. Simplemente evita hacer estupideces.
Idiota.
–Sí, en eso ando. Bueno, señor, ya lo dejo porque tenemos
cosas que hacer, pero se me cuida y saluda a su familia de mi
parte.
–Sí, como no, y tenga un buen día joven.
–Hasta luego.
Hubo un pequeño cambio de plan: decidimos subir el
cadáver al departamento de este güey. Es mucho más seguro
que tenerlo en el contenedor de basura. Claro que, a la hora
de subirlo nos aseguramos que todo estuviera bien cubierto,
que no hubiera falla alguna en lo que se realizaba. Estábamos
a punto de realizar un crimen casi perfecto. El cuerpo de la
morra estaba algo pesado; no que yo esté extremadamente
fuerte pero uno sabe cuándo a una morra no le pasaría nada
malo si perdiera unos cuantos kilos de peso. Esta era una de
esas morras. Pero bueno, era algo tarde para ponerse a dieta,
pronto la cargada cesaría. Llegamos al piso de David; fue una
de las caminatas más prolongadas aparentemente, ya que la
distancia era bastante corta, pero el cansancio bastante fuerte.
Llegamos gracias a nuestra fuerza de voluntad: ¡somos persis-
tentes y triunfadores!

Esperaba con ansia el momento en que nos sentáramos


para poder platicar con David sobre el hombre que nos obser-
vaba a través de la ventana de su cocina: ¿Por qué no se dio
cuenta que teníamos un cadáver o por lo menos que estaba
sucediendo algo que simplemente no era común? Dejamos el
bulto de carne tirado en el piso, entre la sala y el comedor.

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Ahora es cuando se debe decidir si nos vamos a echar para


atrás en el crimen. Porque ahora sí se convertiría esto en un
crimen. No soy ningún abogado pero uno sabe cuando se está
metiendo en mierda en la que ya no será fácil el regreso a
una vida normal. Posiblemente parezca esto como algo exage-
rado, se debe a que, una vez que está uno en esta situación,
se da cuenta de lo que es realmente capaz de hacer. Antes de
que me sucediera algo como esto yo siempre me consideraba
incapaz de realizar tales hechos o encubrimientos. Considero
que hasta cierto punto es problema de la emoción que provoca
la adrenalina. Es como el hecho de estar en una batalla.
Los soldados, al principio, por lo general, son personas que
realmente no son aptas para cometer varios asesinatos, pero
en las circunstancias en las que se encuentran, es decir, en un
ambiente en el que todo se vale, pierden el juicio y cometen
todo tipo de atrocidades. Me encontraba en un estado en
el que muchas veces deseo no regresar, pero sé que en ese
momento me sentía bastante bien; la verdad es que se siente
bien el saber que puedes chingarte a varios güeyes y que tu
crimen lo veas en los periódicos. La gente hablando de lo que
tú cometiste o lo que tú ayudaste a encubrir aunque sea malo
es algo realmente sensacional. El hecho de que varias cabezas
se topen contra la pared tratando de resolver un problema que
tú les planteaste es algo verdaderamente excitador.
–¿Qué pedo con el señor que te saludó?
–¡Ah! No hay pedo con ese güey, está ciego. Es buen pedo la
neta. El don se quedó ciego por cataratas… creo.
–Oquei, gracias amigo por el pinche pedote que me sacaste,
te pasaste con el susto que me puso el don.
–Sorri, jomi, ¿nou jard filings?
–Güey, ponte a pensar que una vez que hagamos esto ya no
te puedes regresar. Te embarrarás de mierda y las manchas
no se quitarán fácilmente –le dije a David para que razonara
sobre sus futuros actos, pero deseando que dijera que se la
rifaba.

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–Pero no tengo opción, si no lo hago mi vida se va a la


basura, posiblemente no toda pero me marca14.
–Eso sí. Mira, la neta no sé, lo que no quiero es que te estés
arrepintiendo ya cuando sea muy tarde para regresar. Eso es
lo único que no quiero que pase, ¿oquei? –se lo dije en tono
serio, algo que me es muchas veces difícil poder hacer –¿Te la
rifas sí o no?
–Sí, pero ocupo tu apoyo, no me dejes caer.
–Sí, güey, nomás no vayas a mariconearme a la hora de la
hora. ¿Va?
–Va.
–Güey, ¿sabes lo que tenemos que hacer con el cuerpo?
–¿Qué?
–Es que me da un chingo de asco, pero se tiene que hacer
para poder desaparecerlo, es lo más seguro, no me sé otra
forma para poder hacer esto.
–¡Dime!
–Tenemos que forrar el piso con plástico, y comprar unos
impermeables; luego tenemos que cortarle la cabeza, las
manos y los pies.
–¡No mames! ¿Cómo le vamos a hacer?
–Güey, agárrate los huevos porque esto no es todo. La
cabeza de la morra la tenemos que desfigurar y quitarle los
ojos y los dientes.
–¿Qué? ¡No puedo!
–Mira, no te preocupes por eso. Ahorita nomás tenemos
que quitarla de aquí por si alguien llega. ¿Qué hora es?
–Son las doce y media.
–Tenemos que ir a la casa de tu pinche Susanita para poder
llevar a cabo todo el puto plan que me costó algo de ingenio.
–Simón, pero, ¿cómo le vamos a hacer para este pedo?

14
La mentalidad de los tijuanenses sigue siendo de rancho; si sale algo
malo de una familia todos hablan de ello en los cafés, restaurantes, etcétera,
lo cual me viene hasta cierto punto valiendo madre, pero la verdad es que
te excluyen, y eso está ya de la chingada.

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–Mmmmm, mira yo me meto a su casa, ¿sabes cómo meterte


a su casa?
–¿Por qué me tomas?, ni que fuera un pinche stahquer.
–Güey, me refiero a que si conoces la casa lo suficiente como
para decirme por dónde me puedo meter. Eso es lo que quiero
decir. Pendejo.
–Mmm, no. La neta no.
–Oquei, ni pedo, no hay problema, se me ocurrirá algo.
También no hay pedo si opinas de vez en cuando, ¿eh, güey?
Digo, yo no hice nada y te resuelvo casi todo.
–Sí, sí, según tú eres una riata.
–Oquei, nos vamos a la casa de la vieja, yo me bajo y tú te
vas a un café internet, cuando le cambie la clave a la vieja te la
mando por el messenger, ¿oquei?
–Simón.
–Dame una madre para poderme tapar la pinche cara o
algo.
–¿Como qué?
–No sé, ayuda también, pendejo.
–Ah, ya sé, tengo gorro negro.
–Güey, mejor así, no hay pedo, nomás dame una camisa
que ya no quieras para ponérmela y luego la tiramos, ¿oquei?
–Simón, mientras toma estos guantes.
–Chilo. Aunque son tejidos, pero hacen el paro.
–Toma esta camisa.
–Va, hay que mover el cuerpo. ¿Dónde lo ponemos?
–En la tina para que no haya pedos por la sangre o algo.
–Bien, bien.

Dentro de las películas que he visto, algo que me he dado


cuenta que no han podido dominar es el poder hacer sangre
de muerto; me di cuenta que la sangre de esta muchacha era
completamente diferente en textura a la que había visto con
anterioridad. En verdad no sé cuál sea la explicación científica
para poder llevar a cabo esto, pero lo que sí puedo asegurar
es que cambia. Pusimos el cuerpo de la mujer en la tina como

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habíamos planeado en un principio, llenamos la tina con un


poco de agua. En realidad, no sé la razón por la que decidimos
ponerla en agua, pero sentimos que nos podía ayudar en algo.
Posiblemente facilite el hecho de la mutilación de sus extremi-
dades. No era completamente necesario pero sí podía ayudar
bastante para las manchas de sangre15.
–Ya quedó. Ahora sí, vayámonos a hacer lo más difícil –dijo
el David como si lo que debíamos haber estado haciendo
hubiera sido extremadamente sencillo. Noté el cambio que
había tomado este güey. Logró en corto tiempo ponerse en sus
cinco sentidos y procurar así tomar las cosas de una manera
más objetiva. Ambos sabíamos que Susana no regresaría por
más lamentos que hubiera. Esa postura que por lo menos
logró tomar David en ese instante llegó a asombrarme. No sé
la razón, posiblemente y sí sea posible el hacer las cosas así; es
decir, cambiar de actitud fácilmente. Pero conmigo nada más
no funciona.
–Va, simón. Ahora sigue algo un poco más pesado, pero te
digo de nuevo, güey, todavía te puedes echar para atrás. ¿Estás
seguro que lo quieres hacer?
–Que sí, güey, ¡sí lo quiero hacer! –dijo como si estuviese
yo hecho un pendejo, sacó la furia que nunca ha tenido y se
desahogó conmigo. Creo que es bueno mas no precisamente
ahorita, hay personas que nomás no reconocen los momentos
para realizar las cosas. No los culpo, porque es algo que no se
enseña en las clases; es simplemente por instinto y este güey,
por lo visto, no lo tiene más que pura madre. Pero bueno.
–Quiero estar seguro que estés consciente de lo que haces.
Eso es todo. No te emputes güey.
–Sí, te entiendo, lo que pasa es que es el estrés por todo lo
que ha pasado en menos de veinticuatro horas es demasiado;
no estoy acostumbrado a ninguno de los sentimientos que
tengo ahorita.

15
Bueno, la verdad es que no teníamos siempre una puta idea de lo que nos
iba a servir y de lo que no.

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–Bueno, deja agarro las cosas y nos vamos a hacer este pedo,
hay que buscar un café internet en la sección amarilla.
–Neta, tiene que ser uno al que no vayamos o más bien
por una zona en la que no nos movamos, para que no nos
reconozcan.
–Bien, me gusta cuando usas tu cerebro, güey. Pensé que ya
se te había olvidado cómo se usaba ese pedo.
–Dame las llaves del carro y vete cambiando. Te espero en
el carro –dijo David mientras se salía de la casa–. Cierra con
llave cuando salgas. Las llaves están encima de la tele.
–Sí, mamá.

Escuché los pasos del David mientras bajaba las escale-


ras, como que el vato estaba bajándolas en chinga porque se
distorsionaba el sonido. Lo primero que hice fue ir al baño y
lavarme las manos, ya que tenían sangre, y me quité las gotas
que cayeron en mis pies. Después busqué entre la ropa de ese
güey a ver si veía algo que me pudiera servir. No encontré nada
nuevo. Lo malo cuando te llevas bastante bien con alguien es
que uno ya sabe lo que puede encontrar en su cuarto; en este
caso yo estaba de terco tratando de encontrar algo que nunca
hubiese visto en la recámara de David. Ese algo no me lo podía
imaginar, pero presentía que me facilitaría el entrar a la casa
de la morra de alguna manera. Se acabó el tiempo de fanta-
sear y llegamos al tiempo de hacer las cosas como realmente
se hacen. Me cambié de ropa, me fijé que todo siguiera en su
lugar, cerré la puerta del baño por si alguien entraba que no
se viera el cadáver a primera vista. Me aseguré otra vez que
todo estuviera bien y me salí. Cerré la puerta. Bajé las escale-
ras repasando por mi mente el plan. De lo que realmente no
tenía ni idea de cómo lo iba a hacer era meterme a la casa
de esta Susana. David se las ingeniaría para facilitarme esto,
estaba casi seguro. Él me esperaba en el carro, ya encendido;
se encontraba más ansioso que un niño cuando van a abrir la
juguetería y él espera en la entrada. Al bajar las escaleras me
di cuenta que se me olvidó cerrar la puerta con seguro, pero

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la flojera fue más fuerte y opté por no regresar a cerrar. Me


subí al carro y arrancamos, eran las doce con cuarenta y siete
minutos pm.
–Güey, ¿entonces qué pedo?, ¿por dónde vive esta morra?
-pregunté, para que se diera cuenta de que había poco tiempo
para que me explicara lo más que pudiera sobre la casa de
Susana.
–Vive por donde vive la Tatiana, en una casa gris que está
por la esquina donde chocó el güey de la moto.
–¿Cuál güey de la moto?
–El vato que iba bien pedo, perdió el control y fue a estrellarse
a una casa que tenía una fiesta de niños, ¿no te acuerdas?
–Ah, simón, que casi mata al cumpleañero. Va, y, ¿cómo me
voy a meter a la casa?
–Estuve pensando en eso cuando te fuiste a hablar con
Miguel y llegué a dos conclusiones. Te puedes saltar la barda
por atrás, porque hay un terreno baldío. Nada más ten cuidado
que no te vayan a ver los vecinos o no sé quién.
–Me imagino que la barda no está muy alta que digamos.
–Mmmm, como dos metros y medio, pero yo creo que
poniendo una piedra la haces.
–¡Neta! Pues sí, a ver si puedo saltar esa madre, porque ya
sabes que no soy el vato más atleta de Tijuana.
–Con un poco de esfuerzo la haces, no hay pedo.
–Va, y luego, ¿tú crees que tengan abierta la puerta de
atrás?
–Que yo me acuerde hay dos puertas, la del patio y tienen
un balcón, que según yo nunca lo cierran pero no me hagas
caso, igual y sí.
–Va, entonces yo me meto, hago la maleta y, mientras, tú te
vas a un café internet a hacer todo el resto.
–Simón.
–Ya mero llegamos –dije esto con los huevos en la garganta,
nunca había estado tan nervioso, ni siquiera en exámenes
finales o cualquier otra cosa que me hubiese pasado antes.
Sabía que no tenía por qué meterme en este pedo, pero lo

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hice por dos razones. Primero, no podía dejar a David valiendo


madre ahí con sus pedos y demás, ¿qué estilo de amigo sería?
Sería el tipo de amigo que me caga y que no te ayuda para
nada. Segundo, esta sería la oportunidad para poder aplicar
todo mi ingenio para chingarme a... no sé, para ver si puedo
o no puedo pensar en cosas que a la policía o a los mismos
padres de Susana nunca se les ocurriría. Hacer que pensaran
que todo fue un acontecimiento extraño sin solución. Ver en
el periódico, aunque sea El Mexicano segunda edición, cómo
se parten la cabeza tratando de encontrar alguna pista y no
poder hacerlo. Era todo un reto, por eso lo tomé. Pero me
cagaba de miedo, no tenía toda la seguridad que deseaba en
ese momento. Recuerdo una vez cuando estaba en la escuela
pensaba que nunca haría algo para encubrir un crimen y que
cuando lo hiciera no me perdonaría en lo más mínimo. Me
di cuenta que muchas veces la vida te pone pequeños trucos
o pruebas. Siento que ésta era una de esas pruebas. Lo que
pensaba en ese momento era que en realidad no había mucho
mal en lo que realizábamos, ya que la tal Suzanahoria estaba
muerta pero no porque la hayamos asesinado sino porque la
puta, por caliente y arriesgada, se mató; nosotros solamente
protegíamos su re-puta-ción; ya sé, ya ni yo me la creí, pero
bueno, la verdad es que es una buena palabra para poder
decirles a sus padres una vez que se hayan dado cuenta. Mejor
dicho si es que se dan cuenta.
–Moi, ¿qué tienes? –preguntó David con ese tono con el que
a veces preguntan las madres cuando su hijo se ve un poco
jodido.
–Mmmmm, no sé, puede ser el hecho que esté ayudándote
a encubrir una cogida que terminó en una muerte a pesar de
que yo no participé en tus jueguitos de perversión.
Hay veces que, cuando alguien ya sabe la razón de tu
comportamiento, considero bueno el hecho de que a uno le
pregunten cómo se siente para que uno saque lo que tiene de
su sistema y lo platique en una pequeña forma de desahogo.
En este momento era lo que necesitaba. Ocupaba que alguien

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me calmara durante este tiempo, ya que no sabía con certeza


si lo que realizaba era lo correcto o no. Ya sé que durante el
escrito les he contado las cosas como que si fuese muy valiente
y mis huevos fueran los más grandes de Latinoamérica, pero
la verdad, pequeño lector, es que, pues… yo soy el que cuenta
la pinche historia, y muchas veces uno le pone su propia
sazón. Está bien para que no piensen que soy un adorable
y grandioso personaje como lo es Betty, (Kung Pow!, Steve
Oedereck).
–Pues, es esa casa, la del árbol, la número ciento doce –al
terminar de decir esto, estacionó el carro como a una cuadra
de la casa, con la intención de no hacer mi llegada un poco
más escandalosa de lo que ya era.
–Bien, ¿seguro que no tienen perro en la casa de la putilla?
Se lo dije para poder cagarle el palo un poquitín y despejar
mi mente de lo que estábamos por comenzar, el plan se iba a
poner a la prueba.
–¡Ya te dije que no es puta! Es caliente, pero no puta –para
este entonces David ya estaba conciente de lo que yo hacía y
por eso realmente no se enojaba, pero sí le castraba un poco.
–Se dice: era caliente… era. Es hora de ver si planeamos
algo bien todo este pedo, espero que no la hayamos cagado
en alguna pendejada –al decir esto me bajé del carro y cerré
la puerta.
–¡Moi! !Moi! –me regresé y volví a abrir la puerta del carro.
–¿Qué pasó? –dije con esperanzas de que hubiese alguna
alternativa al plan, pidiendo que todo esto acabara pronto y
saliera bien.
–Nada más te quiero dar las gracias, la neta no creí que
hicieras tanto, que me respaldaras tanto, y pues gracias.
–Simón, ya sabes. Tengo pocos amigos pero a esos pocos los
respaldo. Ya me voy pues.
Cerré la puerta del carro. Decidí agarrarme los huevos, no
literalmente, y arrancar con el plan. A esta distancia pude
ver que había un terreno baldío al lado de la casa en la que
me iba a meter. El terreno tenía forma de L, lo que dejaba un

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espacio en la parte trasera de la casa. La barda realmente era


alta. No me gusta exagerar aunque la verdad es que estaba
mucho más grande que el ego de Sadam Hussein, o el mío.
La casa no era extravagante pero definitivamente no era
una familia que se moría de hambre. Desde las afueras se
podía observar el balcón que me había mencionado David.
El terreno baldío era como todos aquellos terrenos que hay
en el norte de México. La hierba completamente seca, todo el
terreno amarillento, hasta se podría creer que se encuentra
uno en medio de la pradera, digo, sino fuera porque el terreno
es extremadamente pequeño y se encuentra lleno de botellas
de cerveza y una que otra de aguardiente. Eso es algo que me
caga de México y de otros países tercermundistas, la menta-
lidad de la gente con respecto a la basura. ¿Cómo es posible
que tiren tanta basura y que estén dispuestos a vivir en su
propia mierda? Eso me pudre. Me pone de mal humor nada
más de pensar en ello. No puedo hacer nada, sólo poner el
ejemplo y humillar a aquellos que no lo hagan, para que por lo
menos no lo hagan tan seguido. Cuando uno es chico siempre
se entretiene en los terrenos baldíos y uno puede encontrar
todo tipo de entretenimiento en dos metros cuadrados y
perderse en la imaginación. Dejemos mis recuerdos infanti-
les y continuemos con la descripción de la casa. El balcón era
muy pequeño, pero lo importante era ver si lo podía alcanzar.
Opté por dejar de pensar barbaridades y ponerme en acción.
Primero lo primero, tenía que saltar la puta barda y llegar a
la puerta para poder comenzar a especular. Busqué durante
unos minutos una piedra que me pudiese servir como escalón
para lograr trepar la barda de la casa; lo bueno es que estas
personas no habían puesto vidrios en la parte superior, como
se suele hacer por lo menos en mi pueblo. La gente rompe
botellas y con los vidrios de éstas, combinados con un poco
de mezcla de concreto, los pegan en la parte superior de las
bardas, por si llega algún ladrón que se corte las manos o las
piernas. Lo que no sabe esta gente es que existen unas peque-
ñas cosas llamadas guantes, con las que los ladrones ya no se

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cortarían y, aunque les suene increíble, los guantes no salen


caros. Muchos de los rateros tienen el conocimiento de que
este pequeño utensilio existe. Nada más tomen esto como una
pequeña observación.

Puse la piedra y traté de trepar la barda. Temo decir que no


tuve éxito alguno; mis años de inactividad se veían presen-
tes en este momento. Qué le puede hacer uno, ¿no? Opté por
buscar algo un poco más alto para poder trepar el muro.
Dentro de las maravillas del terreno encontré un bote de
pintura vacío. Tomé el bote, lo coloqué en la debida posición,
de cabeza, aunque los botes no tienen cabeza, puse un pie en
la base del bote para ver si me iba a poder soportar. No soy la
persona más delgada que hay, eso ténganlo por seguro. No les
miento. Con la ayuda del bote de pintura blanca pude trepar
la barda de la casa de la pequeña Susana. Al caer me dolieron
las plantas de los pies como no tienen idea. No sé si alguna vez
les ha pasado esto, a mí ya me ha pasado dos que tres veces
y se siente horrible. Posiblemente es una de las consecuencias
de la falta de ejercicio. Pero bueno, estoy dispuesto a vivir con
ello. Observé durante un corto rato el jardín de la casa. No era
grande, sin embargo, aquí en Tijuana no se acostumbra mucho
tener jardines muy grandes, puede considerarse que estaba de
un tamaño decente, para la costumbre local. Vi la puerta corre-
diza a la que se refería David, era una puerta típica de vidrio
con un mosquitero corredizo. El jardín contaba con varios
tipos de flores que me llamaron la atención porque no eran las
flores madreadas que compra generalmente la gente, sino que
eran flores que realmente estaban bonitas. Después de aguan-
tarme un poco mi dolor, me paré para ver si la puerta tenía
algún tipo de seguro o algo que pudiera evitar mi entrada.
Noté que, en la parte inferior de la puerta, habían colocado
un palo de escoba para evitar que ésta corriera. Una puerta se
cierra, pensé, pero se abre una ventana. Trepé al balcón; no fue
cosa difícil, gracias a mi amiga, la mesa de jardín, la cual me
sirvió de base para poder subir. Una vez arriba me di cuenta

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que la puerta del balcón se encontraba atrancada de la misma


manera que la de abajo. En este momento me vinieron a la
mente dos cosas; la primera era que se nos fue que era obvio
que las puertas iban a estar completamente seguras. Mmm,
¿por qué? Por el simple hecho de que la familia de esta niña
se había ido de vacaciones a Mexicali; bueno, posiblemente no
de vacaciones pero el hecho es que se encontraban fuera de la
ciudad y a la hora de encontrarse fuera de la ciudad pues uno
asegura su propiedad lo mejor posible. Otra cosa que tenía
que revisar antes de entrar era si esta casita contaba con algún
sistema de alarma que se pudiera ver a simple vista, si no pues
rifármela a entrar. Este era el tipo de detalles que cuando uno
ve las películas de robos o de crímenes y ve que los ladrones
cometen errores del estilo piensa, ¿cómo es posible que se
les haya ido algo tan evidente? ¡Qué pendejos! Ahora estaba
cometiendo las mismas fallas que durante tantos años consi-
deraba obvias. La segunda era que, lo más seguro, el cuerpo
de esta Susana tenía en alguna bolsa las llaves de su casa, ni
modo que entrara tocando la puerta a las seis de la mañana, a
sabiendas de que no había nadie en la casa. Decidí hablarle a
David y comentarle la pendejada que se nos había ido.
–¡Güey! ¿Sabes qué?
–¿Qué paso güey?, ¿algún problema?
–Pues no precisamente, pero se nos fue una madre muy
importante –se lo dije en un tono medio emputado, la verdad
es que este tipo de errores son los que luego te cuestan todo
tu plan, por más elaborado que sea lo mandan a chingar a su
madre.
–¿Qué se nos fue? No entiendo.
–Güey, la verdad es que no revisamos las bolsas del cadáver,
la morra de seguro que tiene las llaves de su casa. Se nos fue
ese pequeño detalle.
–¡Neta! ¡Qué pendejos! ¿Qué quieres que haga entonces?
–¿Cómo de que, qué quiero que hagas? Güey, pues vete a
la casa y sácale las llaves al cuerpo de la morra –la verdad es
que no creía a David lo suficientemente fuerte como para ir y

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buscar las llaves en las bolsas de un cadáver que se encontraba


en la tina de su baño. Como dicen, la vida está completamente
hecha de sorpresas; si no, ¿para qué quisiéramos vivir? David
era a veces una de estas sorpresas, de vez en cuando el güey
actuaba de una manera no davidesca. Una vez nos encontrá-
bamos en un local de tortas, pedí una torta cubana16 y este
güey pidió una de milanesa. Llegó un vato a pedir tortas y le
cagó el palo a una morra que estaba sentada a nuestro lado,
David se enojó por el comportamiento de ese güey y actuó
como una persona extremadamente explosiva. Se lo agarró a
madrazos y salvó a la morra de la golpiza del fulano. Ha sido
la única pelea de David. Si me preguntas a mí, no veía muchas
probabilidades de que ganara la pelea, aún así la ganó. Desde
ese entonces le tengo bastante respeto a David, aunque la
verdad no lo demuestre pero lo cierto es que sí respeto a ese
cabrón.
–Moi, voy por las llaves pues, me encuentro ahorita en la
Revu17. Voy un poco lento porque como que hubo un accidente
en el bulevar por la Llantera Triángulo, como que atropella-
ron a alguien.
–Órale, no pues qué mal pedo por él, mientras no hayas
sido tú no hay pedo. Que nuestra preocupación permanezca
en un solo cadáver –no estaba tan preocupado, las cosas no
estaban saliendo completamente como se planearon aunque
no estaban resultando mal.
–Bueno joms, ya te dejo para dirigirme a mi casa, te aviso
cuando vaya de salida, ¿va?
–Va, espero tu llamada.

16
Las tortas cubanas son el equivalente a los Tacos el Frank, pero en tortas.
Sus tortas se pasan de vergas de grandes y tienen de todo: huevo, carne de
res, jamón, queso, jitomate, aguacate, lechuga, cebolla, etc… Es un buen
lugar para llevar a una mujer embarazada.
17
La Revu es la avenida más conocida de Tijuana. Es donde se encuentra
todo el desmadre; parte la ciudad en dos: en el lado de las putas, perdición,
drogas, crímen, etc., y en el lado que habita la gente relativamente normal.

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Aparentemente se veía bastante decidido a acercarse al


cuerpo de esta muchacha, quitarle su falda y sacarle la llave.
Mientras, yo tenía que ir pensando en, ¡qué se puede hacer
con el cuerpo de una morra que estaba chila pero muerta! La
verdad no sé si alguno de ustedes ha estado en una situación
en la que tienen que deshacerse de un cadáver. Cómo quisiera
que en este momento llegara Mr. Wolf18 y me resolviera todos
los problemas. La realidad es que ese señor no iba a llegar
nunca.

Primero tengo que pensar en las posibilidades. La primera


que me viene a la mente es una que una vez vi en una película
inglesa, en la que un grupo de jóvenes le alquilan el cuarto a
un señor y la mañana siguiente se dan cuenta que su compa-
ñero de piso amanece desnudo y muerto. Dentro del maletín
de este cuate encuentran alrededor de un millón de libras.
Deciden deshacerse del cuerpo del señor y afrentar las conse-
cuencias. Esta parte que sigue es la que nos interesa en este
momento, los ingleses, para deshacerse del cadáver, deciden
cortarle la cabeza, las manos y los pies. La cabeza la destro-
zan con un mazo asegurándose de deshacer completamente
los dientes. La cabeza se coloca en una bolsa, y cada una de las
extremidades en bolsas diferentes, después de esto se le paga
a una persona que trabaje en la morgue o en algún hospital y
tira las partes en los deshechos orgánicos. El cuerpo se puede
enterrar en algún desierto, hasta le podemos poner su cruz, así
resultaría menos sospechoso, hasta con un poco de suerte y le
dejan sus flores a la difunta. Otra opción puede ser hablar con
el guardia del cementerio y que este nos permita cavar en una
tumba. También podríamos meternos y rifárnosla cavando
una tumba… Un momento, se me ocurrió la mejor opción. No
cabe duda que hay veces que la vida está de tu lado y hay veces
que no19. Desde que me puedo acordar he tenido un amigo

18
Es un personaje de la película Pulp Fiction.
19
Como lo podría decir Susana.

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cuyo padre era embalsamador, él sabe cómo se realiza este


tipo de cosas, además estudia medicina. Tendrá alrededor de
unos veintisiete años. La verdad no estoy seguro de su edad,
creo que por ahí le tira este güey. No es como que sí nos vemos
todo el tiempo, es más bien de aquellos compas que los dejas
de ver durante un buen rato y cuando los vuelves a cotorrear
es como si no hubiese pasado el tiempo. El papá de este güey
es dueño de varias funerarias, las cuales nos podían servir
bastante. El plan es sencillo, simplemente pedirle un favor a
José. Lo difícil sería que nos hiciera el paro, porque este vato
no era de las personas que apoyan los crímenes, era capitán de
ambulancia y andaba en los rescates, no del novecientos once,
pero de los delfines, prácticamente la misma madre. El punto
es que, como buen médico, pues respeta la vida el cabrón, y
como embalsamador le da respeto a la muerte, entonces pues
estábamos algo jodidos porque este jomi respeta todo, ahí esta
el pinche pedo. Bueno, menos pendejadas y más explicación
del plan, el chiste sería decirle a José que nos hiciera el paro,
que nos avisara cuando le llegue un muertito desfigurado, de
esos en los que no se abre el ataúd. En cuanto le llegue uno
así, ahí es cuando nos aprovechamos y le ponemos el resto del
cuerpo de la morra y lo demás lo podemos deshacer. Aún no
sé cómo, pero ya saldría. De esta brillante forma nadie abrirá
el ataúd y el cuerpo estará en donde pertenece.

Ya habían pasado cerca de veinte minutos en los que estuve


divagando mentalmente. Era la una veintiocho, este güey
no iba a tardar en comenzar a joder por el celular, entonces
mejor me puse a revisar si contaba con algún tipo de alarma
este hogar. Me bajé del balcón realmente como pude, porque
resultaba bastante difícil. Estoy seguro que por lo menos no
desciendo del mono, valgo verga para trepar madres. Uno
tiene que aceptar sus debilidades. Puse un pie en la orilla de
la mesa y ésta, por el peso, se volteó con todo y el protagonista
de esta importante historia. Me metí un pinche chingadazo
de esos que te quedas tirado viendo el cielo, recapacitando la

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estupidez que acabas de hacer, como para que tu cerebro lo


almacene por si acaso se te vuelve a ocurrir hacer una barbari-
dad parecida. Aguantándote todo el dolor comienzas a reírte20
como tarado, diciéndote es obvio que me iba a caer, cómo es
posible que no lo haya visto. Me paré con todo el dolor del alma
a seguir con mi objetivo, esta piedrita no me podía detener en
lo más mínimo. David estaba contando conmigo y yo estaba
contando conmigo.

Fui a ver qué sorpresas escondía la casa por la parte frontal.


Contaba con un pequeño jardín, tenía unas rejas con bugambi-
lias enredadas, se podía ver algo hacia la calle, no mucho, pero
sí se podía notar que yo estaba ahí. Comencé a avanzar hacia
la puerta de la casa, cuando escuché a uno de los vecinos que
le gritaba desde la reja a alguien de la casa. ¡Pendejo! Cómo es
posible que no lo haya visto, pensé. Me escondí detrás de unos
arbustitos que estaban ahí, me escondí como pude, haciendo
un poco de ruido. El señor lo notó pero no pudo distinguir
bien qué fue. Comenzó a vibrar mi celular.
–¿Bueno?
–Moi, bebé. ¿Cómo estás? ¿Dónde andas?
–Ando en la calle, ¿qué pasó?
–Tu papá y yo nos vamos a ir a misa, ¿tienes llaves de la
casa? ¿No se te ofrece nada, tesoro?
–Mmm, no, gracias.
–¿Qué tienes, por qué hablas tan bajito? ¿Estás ocupado con
tu novia?
–¡No ma, no estoy haciendo nada! Mejor sí tráeme algo,
unos Ruffles21 verdes .

20
Esta es una risa que expresa dolor, no la típica risa de diversión.
21
Los Ruffles verdes son las mejores papitas que hay. Siempre me pongo de
buen humor cuando las como. Mi novia acostumbra comprármelas cuando
quiere ponerme de buenas rápido. Tiene de dos sopas cuando la caga, o me
regala papitas o cogemos. Pero la segunda opción pone de buen humor a
cualquiera.

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–Oquei, bebé, te cuidas. Me saludas a esta chica.


–¡No está aquí! –lo dije emputado pero en voz baja.
–Sí, te cuidas, bai.
–Bais –cómo friegan a veces los padres cuando uno está de
visita.
Me quedé pensando en si me habría escuchado alguien,
estaba demasiado paranoico. Opté por mandar esos pensa-
mientos mucho a la fregada. Me paré de donde estaba y
examiné lo mejor posible la casa para ver si contaba con algún
sistema de alarma. Al no encontrar nada que pareciera sospe-
choso regresé a la parte trasera de la casa a sentarme un ratito
en el jardín. Después de unos quince minutos le marqué a
David porque ya se estaba tardando demasiado.
–¿Bueno? –dijo David como algo impresionado, la verdad
no sé porqué si lo más seguro era que esperara mi llamada.
–¡Güey!
–Moi, ¿qué pasó?
–No mames, tengo esperándote aquí más de media hora,
¿qué pasó?
–Aguanta –dijo en tono bajo, sonó algo preocupado y a la
vez molesto, presentí la presencia de alguien. La verdad es
que no sabía bien quién podía ser ese alguien.
–Oquei, no hay pedo, ¿quién está ahí?
–Paloma. No sé qué es lo que quiere. Cuando llegué estaba
esperándome afuera.
–¡Qué!
Paloma es la ex-novia de David, no sé mucho de ella. David
no es de las personas que cuenta mucho sobre sus relaciones,
no digo que me parezca mamón, cada quien cuenta lo que
quiere. Sobre este personaje en particular no tengo mucho qué
aportar. Si me ponen una fila de morras la puedo identificar
sin dificultad alguna, pero si me describes su personalidad
no creo poder adivinar de quién se trata el asunto. No sabía
la razón por la que decidió ir a ver a David en ese preciso
momento, no dudaba que se tratara de algún tipo de discusión
que se quedó pendiente. El punto es que la vieja se encontraba

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en un lugar no deseado, al menos por mí, a una hora menos


deseada.
–¿Dónde está ahorita la morra? –dije pidiendo que me dijera
que se estaba yendo aunque temía que la realidad no fuera
compatible con mis deseos.
–En el… baño –estas palabras las dijo como si le estuvie-
ran moliendo los huevos lentamente; sentía el dolor de David,
toda su puta vida dependía de que esa morra no dijera nada
porque ténganlo por seguro que la vieja esta había visto el
cuerpo de la doncella Susana.
–¿Cómo? ¿La dejaste entrar al baño?
–No podía hacer nada, le dije que no entrara pero no me
hizo caso y entró. A lo mejor y no me escuchó, no sé.
Algo que no soporto es cuando la gente no hace el más
mínimo esfuerzo por ayudarse. Digo, si ya estamos en pedos
para sacar al buey de la barranca mínimo evita que nos
tuerzan de la manera más estúpida posible. Bueno ese soy yo,
probablemente haya gente que opte por la opción de David.
–Oquei, oquei, no hay que pensar lo peor. Hay que creer
que no se ha dado cuenta y que no se va a dar cuenta.
Al terminar este enunciado noté que ni yo me podía conven-
cer. Estaba tan nervioso, de esas veces que te cuesta trabajo
respirar y, comienzas a caminar en círculos, la boca se te pone
seca como cuando te levantas crudo después de una peda
con tequila. Estaba peor que eso, todo tipo de pensamientos
estaban pasando por mi cabeza, desde, ¿por qué ayudaste a este
cabrón?, hasta lo más seguro es que esta niña ni se dé cuenta
de lo que hay en la tina. Todos estos pensamientos pasaron
por mi mente en menos de un segundo. Cuando regresé a mis
sentidos escuché un grito, lo pude distinguir, era un grito de
¡Paloma! ¿Podría ser que ya hubiese visto todo? No manches,
ya valió pito todo el plan, al menos que este David hiciera algo
más idiota y decida asesinarla, lo más seguro es que yo ya no
le siguiera el juego a este güey. Con todo el temor de mi vida,
quise preguntarle a David sobre el grito. No pude, no me salía
la voz, me sentía como cuando te metes al agua que está a

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punto de congelarse y sientes cómo tus huevos se disminuyen


a una razón de un centímetro cúbico por segundo. Finalmente
me salió un ruido distinguible.
–Gg… güey, ¿qué fue ese grito? No me digas que ya se dio
cuenta.
–¡No sé!, no sé qué fue lo que pasó.
–Güey, te hablo en diez minutos, ¿va?
–Va.
En ese momento colgué y me fui a la esquina del jardín a
echar una buena meada. Uno de los mejores momentos de un
hombre, es decir, los momentos en los que puede uno pensar
y meditar sobre sus problemas es cuando uno está meando
o cagando, no hay de otra. Por eso siempre es bueno tener
revistas interesantes en el escusado porque ahí es donde
realmente se ilumina uno. Creo que en este pensamiento no
me encuentro solo. Una vez terminada la orinada me senté en
una silla. Para entretenerme comencé a arreglar un poco el
jardín, ésta es una de las cosas que se me hacen más relajan-
tes, puede parecer algo afeminado pero prefiero mil veces
tener un jardín arreglado con mil pendejadas a tener un carro
deportivo con toda la mierda que siempre, o por lo general,
quieren los hombres. Eso a mí no me llena, se me hace mejor
tener un buen lugar dónde descansar. Después de cortarles
las hojas malas a las plantas, opté por llamarle a David.
–Bueno, haló, Paloma, ¿cómo estás?
–Bien, gracias, ¿quieres que te pase a David?
–Sí, por fa.
–¿Qué gas amigo?
–¡Güey, qué pedo con el grito!
–Nada, nada, no te preocupes, fue un mal entendido, luego
te cuento todo.
–Qué bueno. ¡Güey! Acuérdate que tienes que sacar a la
morra esa de la casa para poder seguir con estos pedos, sácale
la llave a la muertita para poder entrar a la casa, si no ya te
chingaste, güey, acuérdate que no es como que tenemos todo
el tiempo del mundo que queramos. ¡Ya van a dar las dos!

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–algo que nunca pensé es que el día se te va bastante rápido


cuando tienes que esconder un cadáver.
–¡Ya voy!
–Sale pues, aquí te espero.
No tolero esperar a alguien, eso es algo que sí me molesta,
no me gusta cuando la gente queda de verse en cierto lugar a
cierta hora y llegan a la hora que se les pega su regalada gana.
Creo que es más por el hecho que el tiempo parece pasar más
lento de lo normal, y no puedes hacer nada ni tienes nada con
qué entretenerte, ya que por lo general uno se queda de ver en
lugares donde no hay una distracción. Algo peor que eso es
cuando llega la persona tarde y te cuenta una anécdota como
para que no te enojes. Lo único que logra hacer es emputarte
más. Por ejemplo, una vez nos quedamos de ver en mi casa
unos amigos y yo para cenar. Hice la cena, los compas estos
trajeron las birrias, todo estaba listo, nomás faltaba una amiga,
que siempre llegaba tarde, era de a huevo, no sé cómo chinga-
dos se las ingeniaba para llegar tarde la cabrona porque todas
las pinches veces lo hacía, ¡todas! Decidimos esperarla media
hora; para pasar el tiempo comenzamos a tomarnos unas
cervezas, pero no llegaba esta muchacha. Eventualmente se nos
acabaron las cervezas y fuimos por más. Más o menos como
a las dos horas llega esta morra y dice perdón, es que perdí
el camión, lo cual no era fácil porque los camiones pasaban
específicamente a una hora indicada, le dijimos que estaba
bien. Luego se le ocurre a esta señorita agregar que perdió el
camión ¡tres veces! Eso nunca lo pude entender. Oquei, está
bien, no viste bien la hora y perdiste el primer camión, pero
si te quedas sentada en la banca del camión, ¿cómo chingados
pierdes otros dos? Esa persona sabe de quién estoy hablando
y sabe que me encabrona eso, lo peor es que le vale madre.
En mis tiempos libres pensaba en estar tirado un rato frente
al mar y esperar nada más a que el tiempo pasara. Creo que
en ese tipo de lugares, es decir, la playa o un bosque, son los
lugares en los que podría esperar a alguien sin problema
alguno, se me hace difícil aburrirme en un lugar natural.

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Hasta eso es raro, o mejor dicho, soy raro, porque me gustan


mucho esos lugares, aunque tengo cierto tiempo límite. Por
ejemplo: no podría estar yo en un bosque con puros vatos o
con morras que nomás no me pudiera agarrar para nada por
varios días, me estreso. No quiero decir que todos los días me
agarre morras, ojalá y fuera cierto. La neta es que no. Creo que
esto se debe a que siento que si quisiera buscar a alguien nuevo
no podría hacerlo y comienza a estresarme. Una vez cuando
estaba más morro, un amigo me invitó al campo, éramos él, su
jefe y yo. Comenzó la travesía un día en la mañana, llegamos
en la tarde al lugar. Días después ya estaba hasta la madre
de ver arbolitos y a estos dos cabrones. No es por mamón,
solamente puedes aguantar cierto número de conversaciones
del jefe de un compa que no conoces bien y que generalmente
habla pura incoherencia, pero bueno. Veía mis días como
aquellos de una sentencia, los marcaba en los árboles y en las
noches pensaba lo que les diría a mis seres queridos. Un día
me levanté y noté que los días que tanto esperaba se fueron
mucho a la chingada, se habían terminado; luego de esto le
dije a Arturo22 que si ya nos íbamos, para lo que me contestó
que sí. Después tratamos de convencer a su jefe, porque su
jefe, me di cuenta en ese momento, era un loco. Estuvimos
buscando un río que no existió, la combi estaba estacionada,
estábamos en medio de la nada; cuando digo en medio de la
nada es en medio de la nada, creo que hasta un náufrago se
apiadaba de nosotros; estábamos jodidos. De repente voltea el
jefe del Arturo y nos dice:
–¡Vamos, diviértanse, está bien cabrón aquí!
Lo estuve viendo como unos dos minutos, con una cara de
no puedo creer que estés diciendo estas idioteces. Para este
entonces el señor había perdido todo tipo de respeto que podía
ofrecerle Moisés. En ese momento me dio lástima el señor, ví

22
Arturo es mi compa, su papá se la pasaba robándonos la mota cada vez
que podía el hijo de la chingada.

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cómo trataba de sacar diversión de cualquier cosa con tal de


convencernos de quedarnos unos días más. No tenía mucho
qué ofrecer el lugar, había una madre de agua estancada, cajas
rotas que decían Mikes y arbustos. El señor se bañó con el
agua estancada del lugar y seguía emocionado por estar ahí.
Uno puede llegar a comprender su afán por estar en un lugar
madreado si, y sólo si, se conoce a su mujer. Su esposa es la
señora más pinche pirata que he visto en toda mi vida, inclu-
yendo a drogadictas e internadas.
El pedo es que desde entonces no voy a un lugar apartado
de la civilización si no es que veo una ruta alterna de escape,
porque no me quiero ver en algún aprieto de ese tipo otra vez
en mi vida.

Escuché que llegaba un carro. Al asomarme por la reja


de enfrente noté que no se trataba de David, ni de alguien
conocido, era simplemente un carro que pasaba frente a la casa,
como que buscando un domicilio, sin suerte alguna. En ese
momento me empecé a cagar de la risa, me acordé de cuando
éramos morros, venía muy seguido a jugar con un güey que
vivía por esta casa. Resulta que un vecino de ese güey era un
presumido, de esos que nada más nacen para ser mamones.
La verdad es que no tengo la menor puta idea de cómo educas
a tu hijo para que sea un verdadero imbécil, pero bueno. Este
vato era judío; no por ser antisemita, la verdad es que hasta
ahora no he conocido uno que no me caiga mal. Total, este
güey es tan mamón, que creo es la única persona que en la
actualidad se pone guantes para manejar su carro. ¡Guantes!,
¡no mames! Bueno, cuando estábamos chicos este güey era
igual, nomás que a su nivel de edad; la forma de vengarnos
de mi amigo y mía era pasar por su casa caminando y hacer
la señal de Hitler23 frente a su ventana por largos períodos de
tiempo. Rifaba verlo encabronarse. Lo más chistoso es que se

23 Fue un médico, político y guerrillero argentino–cubano que formó parte


de la revolución cubana.

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ofendía y ni su padre, ni abuelos, ni él tuvieron algo que ver


con el holocausto, pinches pendejos.

Después de estar un buen rato cagándome de la risa nomás


de acordarme de ese cabrón, ahora sí pude ver claramente
pasar el carro de David. Me tiró las llaves cuando pasó y me
mandó un mensaje diciéndome que luego se comunicaba, que
no le hablara hasta que él me dijera que estaba bien. Comencé
a buscar las llaves a ver en dónde habían caído; las encontré.
No sé la razón pero todas o casi todas las mujeres que tienen
llaves, deben de tener un llavero bien pasado de lonjas de
llamativo. Siempre me había quejado de esto aunque ahora
me sirvió como nunca lo imaginé. Quiero darle las gracias
a Susana por esta ayuda, no tuviste por qué molestarte,
¡gracias!

El llavero era de una caricatura, de seguro era nueva,


de esas madres que les llaman la atención a muchas de las
morras fresas que hay, por lo menos en Tijuana. Agarré las
llaves, eran cuatro. Utilicé dos para la puerta de enfrente.
Asumí que una de las que quedaban era para la reja de la casa
y probablemente la restante fuese para una puerta trasera. No
lo supe, por lo menos en ese instante. Abrí la puerta. La puerta
era de madera con el vitral, no sé si se diga así pero bueno, con
el vidrio soplado con el objetivo que nadie pudiese ver lo que
sucedía por dentro. Entré a la casa. Para este entonces eran
ya las dos trece, no había mucho tiempo para salir de aquí,
tomando en cuenta que teníamos todavía que hacer todo el
pedo del boleto del camión y no sabíamos a qué hora salía.

Primero lo primero, tenía que buscar su computadora para


poder entrar a su correo y que David mandara los mensajes
para hacer todo eso. Comencé por revisar el piso de abajo,
pasé por la sala y la cocina. No pude ver nada que involucrara
una computadora. Subí al segundo piso, donde se encontraba
su cuarto con una computadora de escritorio, probablemente

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Moisés Pacheco Gendrop

no la mejor pero sí bastante decente. Prendí la computa-


dora, esperé a que dijera Windows XP cargando, escuché la
cancioncita y todo. Me conecté a internet e inicié el Messenger;
entré a su correo, no tenía ningún mensaje nuevo. Realicé los
cambios necesarios y puse como clave el nombre de un grupo
musical, que aparentemente le gustaba porque tenía varios
discos de ellos. Por si acaso revisan después que no saliera
algo completamente absurdo sino una clave que hubiese
ideado ella. Ya sé que me cuidaba de puras babosadas pero la
verdad es que cuando uno se encuentra en una situación algo
parecida se convierte uno en la persona más paranoica que
hay. Todavía no llegaba David al café internet, porque esta
niña tenía a David agregado en su lista de Messenger y pues
al parecer este vato estaba offline. Decidí esperar, abrí el juego
de pinball, jugué una vez y luego recordé que no tenía ni puta
madre de tiempo que perder. Fue ahí cuando decidí comenzar
a empacar, de cualquier manera podía escuchar el sonido que
hace la computadora cuando alguien entra al Messenger.

Comencé a esculcar su clóset con el mayor cuidado posible


de no distorsionar cualquier detalle que tuviese la morra esta
en su cuarto. Busqué las maletas en el closet de su mamá,
porque en el de ella no había espacio para nada más que para
su puta ropa. En el cuarto de los jefes no fue mucho trabajo
dar con las maletas, como que se estaban divorciando sus jefes
porque su papá casi no tenía ropa en el clóset, bueno, la neta
eso no me importa. Digo, no es como que sí le ha de preocupar
mucho a Susana, por lo menos ahorita no, ya que se encon-
traba relajándose en una tina con agua. Definitivamente la
jefa había escogido las maletas. Eran las maletas más culeras
que había visto en mi vida. No eran del tipo de culeradas que
en algún tiempo pudieron haber estado de moda, eran de las
que simplemente eran culeras ahora, ayer y siempre. Tenían
flores bordadas por donde sea, de color rosa y blanco, tenían
un poco de café y dorado, así de fácil. He vomitado mejores
combinaciones de colores. La verdad es que si mi mujer algún

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día me llega con maletas así, mejor empacamos en bolsas de


la Comercial Mexicana. Con razón su jefe estaba a punto de
dejar a la pendeja de su jefa. Pueden pensar que mis conclu-
siones tienen fundamentos malísimos, pues, así soy, me gusta
criticar nomás por cagar el palo, como se han dado cuenta a
lo largo del escrito. Agarré las maletas y comencé a doblar la
ropa de la difunta muchachita. Como siempre he visto que
las mujeres llevan lo más que pueden de ropa, decidí agarrar
todas las cosas que se me ocurrieran e irlas poniendo sobre
la cama para ver un bosquejo de lo que la vieja se llevaría en
sus maletas, de tal forma que no estuviesen muy pesadas ni
muy mal equipadas. Creo que parte de mi paranoia se debe
a que, durante mi infancia, la programación de televisión que
normalmente observaba constaba de programas policíacos.
Dentro de estos programas se encuentra siempre un novato,
al cual todo mundo tira de menos y recibe cagadas de palo
hasta de niños de kinder. Esto que estoy a punto de decir no
necesariamente se cumple dentro de todos los programas
policíacos, pero en verdad sí se puede casi considerar como
una característica de cierta división dentro del género. El
novato generalmente obtiene el respeto de sus colegas y de
quien sea aportando al caso en algo como:
–Capitán, Susana no pudo haber huido de su casa –lo dice
el novato con bastante seguridad.
–Sí, cómo no, oficial. El caso ya está resuelto, vete a comer
con tu mujer –le dice el capitán con un tono burlón, por poner
en duda su forma de juzgar. Luego el novato contesta con lo
algo parecido a esto:
–¿Cómo es posible que haya cargado las maletas?
–¿A qué se refiere usted, Enrique? –lo dice con un gesto
aparentemente asombrado por la observación del oficial.
Luego el novato le explica su teoría al capitán y resuelven
el caso, atrapando al verdadero criminal en los últimos cinco
minutos del programa. Gracias a ese tipo de programación
buscaba protegerme lo más posible. Probablemente ya la
cagué en varios detalles que solamente con el tiempo uno se

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irá dando cuenta de lo que debió haber evitado. El problema


radica más en la posibilidad de que uno la cague de una
forma bastante culera, ya que no habrá otra oportunidad para
encubrir un error de aquella magnitud. Aunque realmente
me he dado cuenta que en México todo es posible.

Procuré que no se me olvidara el más pequeño detalle;


agarré cotonetes, pasta de dientes, un cepillo nuevo, toalla,
etc. Escuché el sonido del chat; cuando vi la pantalla me di
cuenta que habían ya varias personas que me habían mandado
mensajes. Probablemente estaba tan metido en hacer la maleta
que ni los escuché. Había llegado la siguiente parte del plan,
convencer a sus amigos que ella partiría antes y sin compañía
por el motivo que fuera. Estaba conectado David, con su nick
de siempre: Jarri Jaler. Le di la clave del correo, también le
mencioné quiénes estaban conectados y me habían mandado
mensajes, para que él, con su debido tiempo, inventara una
historia y así convencerlos de su retirada solitaria. Una
vez aclarada la historia regresé a mi trabajo de empacador.
Acomodé todo como me ha enseñado la vida y aparentemente
había terminado. Bajé con las maletas, eran las tres con tres,
sus padres llegarían aproximadamente a las cuatro de la
tarde. Esto no dejaba mucho tiempo para burlarme de su casa,
comencé a pensar en cómo iba a realizar la salida sin verme
como un ladrón o un sospechoso.
–¡Pendejo! –me dije yo mismo. Había olvidado por completo
el boleto del camión. No tenía sentido desaparecer todo y dejar
la evidencia de que no partió como debía haber partido.
Subí las escaleras como un cabrón al que le están dispa-
rando por todas partes. Era casi evidente que el boleto estaría
en su cuarto. La pregunta seguía presente, ¿dónde? Busqué
en el escritorio, en los cajones que se me atravesaban, en los
libros, fólderes, etc. No encontré nada. Debajo de la cama me
topé con una cajita, la típica puta caja donde ponen todos
sus recuerditos y notitas de la prepa, no sé cuál es el afán de
guardar basura; bueno, su cuarto es el que se llena de mierda,

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no el mío. Es más capaz de que hasta la jefa lo convierta en


una sala de juegos cuando se entere que su hija dejó de ser.

Abrí la caja; me topé con algo bastante inesperado. No pude


contener las carcajadas, eran fotos típicas de la preparatoria,
pero aparte de eso había una gran concentración de fotos que
contenían a David, definitivamente estaba engranada con
este güey. Le castró horrible el hecho que la haya matado, no
mames, no me pude parar de reír, la ironía. La vida tiene un
humor muy cagado. En la caja estaba el boleto del camión, la
vieja ésta se iba ahora a las ocho y cuarto de la noche, lo que
nos daba el tiempo suficiente para irnos a la chingada. Bajé las
escaleras, vi que tenían grabadora y ésta tenía tres mensajes,
me puse a escucharlos.
–Hola, habla la tía Lola, nada más para recordarles que
el martes es la comida del cumpleaños de Luis. No vayan a
faltar. Adiós.
El segundo recado no era recado; habían colgado. Me caga
cuando la gente cuelga y luego al día siguiente te dicen que te
hablaron, pero te lo dicen algo enojados y, cuando les pregun-
tas por qué no dejaron recado, simplemente dicen no sé. Sonó
el típico tono aturdidor de: “tututututu”.
–Susy, ¿estás ahí? –dijo una voz de mujer que aparente-
mente estuvo llorando durante varias horas– Nada más hablo
para decirte que ni tu papá ni yo vamos a poder ir ahora a
la casa, porque tu tía se encuentra enferma. No te preocupes
esperemos que todo salga bien. Luego te cuento todo. Cuídate.
Adiós.
Por lo visto era la madre de la morra esta, por lo menos
ya estaba más calmado, sus padres no vendrían a las cuatro
como lo tenía contemplado, esto ya me daba un colchón un
poco más amplio. Creo que lo mejor era hablarle a David para
ponernos de acuerdo en lo que íbamos a hacer.
–Güey, ¿qué pedo?
–Qué ondas, joms, nomás aquí en el café mandando unos
correos –dijo con una voz bastante tranquila, algo que era

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admirable, ya que es difícil mantener la cordura cuando uno


esconde un homicidio.
–Todo listo aquí en la casa de Susana, nada más es cosa de
que vengas por mí. Me ando cagando de hambre y creo que
me he ganado una comida –se lo dije en tono como que no
me salgas con mierda, por lo menos págame una comidilla
para que mis neuronas puedan seguir trabajando durante un
período más. No le pedía la comida como algún tipo de cobro
por mis servicios sino era solamente por la simple razón que
no tenía dinero para pagármela.
–Está bien, paso por ti en un ratito.
–Va, pues te espero.
Con esto dejé el celular y luego me dirigí a la entrada,
asegurándome de haber dejado todo en su lugar. Subí otra vez
para dar una buena revisada y ver que, efectivamente, todo
se encontrara como lo había visto en un principio. La caja de
recuerdos de David se encontraba sobre la cama. Metí todo
como según yo se encontraba y lo coloqué debajo de la cama de
Susana. Me encontré con dos que tres detalles mínimos que al
final de cuentas terminé por arreglar. Estos detalles eran tan
mínimos que ni siquiera la Difunta Clara Beame24 lo hubiese
podido notar. Una vez revisados los cuartos, tomé todo aquello
que tendría que desaparecer y así salí por la puerta principal.
Cerré la puerta y procurando hacer el menor ruido me dirigí
hacia la parte trasera de la casa. Coloqué las maletas pegadas
a la pared, eran dos, bastante pesadas. Acerqué la mesa del
jardín para poderme ayudar a pasar las maletas por arriba de
la pared. Algo que no había notado antes eran los tres pinos
que se encontraban a mi lado izquierdo, los cuales ayudaban
a proteger mi salida de la casa de cualquier vecino mirón que
quisiera arruinar el plan. Aventé las dos maletas. Con todo el
esfuerzo posible creo que por poco y me sale una hernia.

24
Es una novela de Taylor Caldwell, está chila y corta.

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Una vez que las maletas se encontraban del otro lado de la


barda, llenas de tierra, fue cuando me bajé de la mesa, para
colocarla en su lugar adecuado. Esta vez no contaba con el
bote para poder saltar pero, con un poco de ayuda de mis
compas los pinos, pude lograrlo sin mucho problema.

Después del brinco me sacudí mis pantalones; gracias a mi


paranoia creciente borré las huellas que habían dejado mis
chanclas en la tierra. Cargué las maletas y me dirigí a la calle.
Aparentemente todo se encontraba bajo control.

Precisamente cuando puse el pie en la banqueta, David


se encontraba pasando por la calle, paró el carro y abrió la
cajuela. Con todo el trabajo de mis grandiosos bíceps pude
subir la ropa de Susana al carro de David. Con esto termi-
naba la otra etapa del plan. No tengo la menor idea de cuántas
partes tiene el plan, lo que sí puedo asegurar es que llevamos
varias hechas.

Nunca podría haberme imaginado que pudiéramos llegar


tan lejos en esto. Aún quedan varias cosas por realizar, en
las cuales podemos tirar todo nuestro trabajo a la basura.
Algo que noté es que David y yo hacemos un buen equipo.
Desde esto ya tiene tiempo, porque él ve las cosas desde un
punto de vista muy humanista, digamos, mientras yo veo las
cosas desde un punto frío y matemático. Puede decirse que
nos complementamos en una manera no homosexual, tengo
que aclarar, ya que siempre hay una que otra persona que se
encuentra por ahí que puede cagar el palo. Bueno, sigamos con
la historia, me imagino que lo que menos les ha de importar es
escuchar este tipo de comentarios intrascendentes en medio
de un relato que probablemente termine en una tragedia.

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Subí al carro. Puedo recordar que en ese momento tenía


un hambre de la chingada, no puedo tolerar mucho estar con
hambre durante largos períodos de tiempo porque me pongo
de mal humor25. Obviamente que, si se involucra esconder
muertas, puedo realizar una excepción y seguir de buenas,
o mejor, enfocado a lo que se tiene que hacer. Arrancamos y
pude notar que no teníamos una dirección definida para este
entonces.
–¿Qué pedo? –le dije a David para que me dijera algo
respecto a lo sucedido con Paloma.
–No, pues por lo pronto vámonos a comer, ¿no?
–Simón, me ando cagando de hambre. ¿Qué me vas a
pichar?
–No sé, algo rápido. ¿A qué hora nos tenemos que ir para
ver qué pedo con su boleto de camión?
–¡Ahh! Perdón, se me fue el pedo, la morra sale como a las
ocho.
–¿Como a las ocho o a las ocho? Porque la neta tenemos que
saber bien qué pedo para que no se nos vaya el camión.
–Watcha, aguanta, deja reviso porque ya se me olvidó a qué
hora es.
–¿Qué te parece si te llevo a…?
–¿A dónde? –lo dije volteándolo a ver como si me hubiera
preguntado algo completamente absurdo. Hice eso mientras
me esculcaba para ver dónde había dejado el boleto de
camión.
–¡Al Filippis26! –lo dijo como que si fuera mi cumpleaños
y él fuese mi padre que nada más me ve los fines de semana

25
Las tres claves para ponerme de buen humor son comer, dormir o coger.
Mucha gente piensa que me comporto de una manera primitiva y que mis
prioridades son las mismas que las de un animal salvaje.
26
El Filippis es un restaurante gringo en el centro de San Diego. Está chilo,
pero no lo considero el mejor de comida italiana.

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gracias a los arreglos del divorcio y busca tenerme contento con


cualquier cosa sin tener la menor idea de lo que me gusta.
–¡No mames! –por un momento creí que había dejado el
boleto dentro de la casa. Gracias a Dios se encontraba en mis
manos en ese instante.
–¿Qué pasó?
–Nada, lo que pasa es que pensé que había cometido
la pendejada de dejar el boleto del camión en la casa de la
difunta.
–Órale, ¿a qué hora llega la morra?
–No llega nadie, se va.
–Bueno, bueno, me entendiste, ¿no, güey?
–Tsss, perdón, no pensé que te encabronaras tan rápido de
cualquier cosa. Se va a las ocho y cuarto.
–Perdón, es que me enoja la actitud que toma Paloma a
veces.
–Aguanta, ahorita me cuentas todo. Entonces, ¿ya nos
vamos al otro lado27? –para ese entonces íbamos por la llantera
del Triángulo, al parecer el cagadero ya se había despejado.
Luego me enteraría de lo sucedido en aquél momento, por lo
pronto habían otras cosas en mi cabeza– ¿Entonces vamos al
Filippis?
–Simón, ya para estar por lo menos cerca de la central y
pues darle el boleto a alguien que esté ahí.
–Va, nomás acuérdame de decirte unas madres importantes
que pasaron ahí en la casa, o mejor dicho, que me di cuenta
mientras estaba empacando todo.
–Oquis.
–Va, pues, adelante.
–Oquei, ahí te va. Llego y está Paloma en la puerta de la
casa, estaba ya a punto de irse pero vio que llegaba, entonces
esperó a que subiera. La saludo, algo alterado porque pues ahí
está el cuerpo de Susana.
27
El otro lado, para todo tijuano, significa los Estados Unidos. No importa
el lado de la frontera en la que se encuentre uno, el otro lado es siempre el
mismo lado.

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–Simón, cómo pasan cosas cuando menos lo esperas.


–Ya sé. Bueno, como te decía, la saludo, le doy su beso en el
cachete y mi primera pregunta es: ¿qué pasó? Peor pregunta
que le pude haber hecho a la morra, si de por sí tiene un genio
de la fregada, luego se me va el pedo y le pregunto qué hace
en mi casa. Me empezó a cagar el palo la morra como si no
hubiera mañana. Entramos a la casa, ya para este momento se
me había ido el pedo que teníamos a Susana en el baño. Paloma
seguía ladre y ladre todo el tiempo, no sé por qué decide venir
a mi casa a regañarme nada más, en vez de calmarse y venir
cualquier día que no esté molesta para poder platicar bien.
–Ya sé, me caga cuando se emputan de todo y pues así son
todas, hasta la madre Teresa, pero pues qué le puede uno
hacer, ¿no?
–Total, la morra se sienta en el sofá y empieza, o más bien
continúa cagando el palo constantemente. Mi mente estaba
bloqueada. Me senté frente a ella. No escuchaba nada de lo
que decía, no porque no me importara sino porque no era el
momento para hablar de eso.
–Simón, ya sé a lo que te refieres, estabas con screen-saver
pasando tostadores volando por tu mente, mientras la vieja te
grita y tú mueves la cabeza diciendo sí, la regué, perdón.
–En ese momento se para y decide ir al baño; ya para cuando
pude reaccionar era muy tarde. Comencé a entrar en pánico,
no tenía la menor idea de lo que podría suceder, no sabía si
apestaba el cuerpo, si la podría ver saliendo del agua. Fue ahí
cuando tú me hablaste para ver qué había pasado, lograste
tranquilizarme un poco. Me tranquilicé cerca de treinta
segundos hasta que gritó la morra.
–¿Qué fue lo que pasó?
–El pedo fue que se sonó mientras estaba en el baño y vio
en el bote de basura un condón y asumió que era mío. Para la
hueva que tenía salió a cagarme el palo con eso. Logré conven-
cerla que era de Nix28 , que ese güey ya tiene morra y pues se
28
Nix es el güey con el que vive David. Es buen pedo: serio y tiene un
pinche genio de la chingada. Más no sé de él.

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la cogió. Aparte que es la neta, si yo me hubiera cogido a otra


morra ya no regresaría para nada con Paloma.
–Kajm, kajm –hice el sonido como que limpiándome la
garganta, acompañado de una mirada de esas que lanzan las
mujeres con un estilo que sólo ellas pueden realizar, una de
esas miradas que incomoda y logra hacer confesar cualquier
crimen hecho con anterioridad.
–Bueno, Susana no cuenta porque, uno, es una morra que
nunca iba a poder tener en mi vida, se dio la posibilidad y
tuve que tomarla porque nadie me asegura que regresaré con
Paloma; dos, no cuenta como cogida porque no me vine yo y
probablemente no se vino ella.
–Güey –volví a aplicar la mirada, esta vez con mayor
potencia.
–Oquei, oquei, me pasé de vergas, lo sé, pero estaba bien
buena esa morra, ¿qué querías que hiciera?
–A mí me valen los sentimientos de Paloma, lo único que
digo es que no te pongas tampoco en el papel de víctima, tú
también te pasaste, eso es todo.
–Bueno, ya sé, pero ojos que no ven corazón que no siente,
además ella fue la que a mí me mandó a la chingada con su
hay que darnos un tiempo. ¿Qué pedo con eso?
–Mira, la neta eso ya es otro gas porque nunca me cuentas
las cosas realmente cuando suceden y como son, por lo tanto
no te puedo ayudar en muchos de tus problemas. Lo que
necesito es que me cuentes qué pasó, yo hacer mi criterio sobre
la situación y darte mi opinión.
–Ya sé, lo que pasa es que siempre andas en otras cosas y no
te encuentro cuando te tengo que contar todo, luego ya se me
va el coraje o lo que sea que traía y pues ya ni modo–. El pedo
es que encontró el condón del Nix y se puso histérica. Ahí por
lo menos ya sabes que a la morra le importas bastante, sino le
hubiera valido madre y si se le antojaba se iba a coger a otro
cabrón por ahí.
–¡Neta! No lo había visto así, sí, es cierto, rifó. Je, no rifa
cuando no te das cuenta de esos detalles.

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–Ya sé, por eso es que te digo que me cuentes todo lo que te
pasa, porque muchas veces el problema es que lo estás viendo
de adentro y no alcanzas a ver las cosas en toda su magnitud.
No quiere decir que sea un genio sino simplemente me ayuda
no ser el afectado por aquella situación.
–¡No mames!, ¿ya viste la línea?
–¡Ah! ¿Empieza desde el Río29? –dije con una entonación
media achilangada; la verdad es que esto se debe a una
persona que me importa mucho pero ha llegado a contaminar
mi acento un poco.
–Ah no, el pedo es que cerraron el paso de la glorieta.
–¡Me caga que hagan eso!
La policía cierra el paso del Río a la altura de la glorieta
con el Monumento al Fierro. Creo que esa glorieta se lleva el
premio de ser la glorieta más fea e incongruente del país. La
gente dice que el monumento representa a una constructora
de México, sea como sea es una mierda de monumento. Hagan
de cuenta que ven las puntas de unas tijeras del tamaño de un
edificio. A veces cierran el paso de la glorieta no sé con qué
pinche fin. ¡Cómo la cagan los policías! Según esto es para no
provocar tráfico, aunque provocan más a la hora de la hora.
Termina uno hasta su puta madre de lejos, lo hacen pasar por
dos glorietas a vuelta de rueda, eso sí, ahí vez a los cabrones
que se sienten hechos a mano, moviendo el brazo para que
todos pasen según esto rápido, pero nada más parece que
están tocando la guitarra como los metaleros en los ochenta.
Sabía que tendríamos que ir al Palacio de Gobierno y luego
ir a la glorieta de Pueblo Amigo para regresar, escuchen
esta pendejada, ¡para regresar a la glorieta del Monumento
al Fierro! ¡Ah!, si haces ese cagadero de fila, te dejan pasar.
¡Ahora sí, señor! Se nota que usted sí tiene ganas de cruzar la

29
En Tijuana hay dos zonas muy importantes: el Río y la Revu. En ese
momento nos encontrábamos en el Río. Muchas veces desde la zona del
Río se tiene que empezar a hacer fila para pasar al otro lado.

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Aquí empieza la patria

frontera. Pinches güeyes, sé que no es su pedo, pero pues no


sé con quién enojarme.
–Lo bueno es que tenemos tiempo todavía –dijo con cierto
alivio, porque él también sabía el cagadero que teníamos que
hacer para poder cruzar a Estados Unidos.
–Güey, más vale que esté buenísimo lo que nos den en el
Filippis.
–Ya sé, me ando muriendo de hambre.
–¿Güey, te acuerdas cuando vimos a la morra rara caminando
por plaza Río?
–¿Cuál?
–Güey, acuérdate, la morra que tenía las piernas bien
largas.

Una vez cuando íbamos David y yo por unos encargos que


tenía ese güey, para variar, vimos a una morra verdaderamente
extraña. El cuerpo de ella parecía ser como de un enano, no
tenía cuello y sus brazos y piernas estaban completamente
normales; es decir, imagínense a una persona con brazos y
piernas de tamaño normal pero dorso de enano y sin cuello.
Eso fue lo que vimos aquella vez.
–¡Sí es cierto! ¡No me acordaba!
–¿Estaba bien rara, verdad?
–Sí, nunca he vuelto a ver a una morra así como ella.
–Oye, entonces, ¿qué onda? ¿Piensas regresar con ella? –en
ese momento quería continuar con el tema que habíamos
dejado inconcluso. Algo típico de David es que siempre deja
las conversaciones inconclusas, eventualmente regresa a ellas
pero el problema siempre cae en que no regresa exactamente
donde se quedó, sino parte de donde él considera adecuado.
Muchas veces hace que una conversación pierda sentido
porque cambia su enfoque a la hora de retomar el tema.
–No sé, no sé qué quiero ahorita, la verdad. Al principio
consideraba que la mejor opción era quedarme con ella, seguir
saliendo como antes. La verdad es que sí se me antoja eso.
–¿Entonces?

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–Güey, es que no es así de fácil. El pedo es que si regreso


con ella voy a esperar que las cosas sean iguales pero por más
que trate no va a ser así. La morra ya se la pasa cagando el
palo todo el tiempo, no creo que sea lo mejor regresar a esa
relación.
–No pues si ya no va a ser lo mismo, para qué chingados
seguir ahí como pendejo. La neta a veces la riega uno pensando
que las cosas volverán a ser como antes pero nunca llegan a
ponerse igual. Creo que ya tienes la respuesta, lo único es que
te cuesta trabajo aceptarla, eso es todo.
–Pues sí, a veces cuesta trabajo. El cambio.
Se me hace cagado cómo, por tan fuerte que sea el problema
que tenga una persona, siempre, y aquí sí me atrevo a decir
siempre, encuentra un momento para desconectarse de sus
problemas y presentarse como una persona en un día común
y corriente. Ahora, mientras esperábamos parados en el
tráfico, cerca del palacio municipal de Tijuana, me di cuenta
que David se encontraba en ese momento donde todo aparenta
estar normal, donde el cerebro te obliga a olvidar momentá-
neamente tus problemas como un pequeño descanso. Se me
hizo una observación curiosa y lo quise compartir con ustedes.
De nada. En ese instante sucedió lo que suele suceder cuando
uno tiene una flor o un cachorro que se ve tan indefenso y
tierno; dan ganas de destruirlo. No sé, puede sonar algo raro,
pero por lo menos a mí sí me sucede. Por ello pregunté lo que
pregunté.
–Y… ¿qué pedo con Susana? ¿Qué ha sido de ella?
–¡Gracias! ¡Güey! No sé cuál será tu pinche pedo para
siempre andar cagando el palo con eso.
–Güey, no es de siempre, es de hace unas horas nada más.
–¡Güey! ¡Es que no mames! ¡Ya estuvo! ¡Ya!
–Güey, ja, ja perdón. Es que, bueno, ya sé, la cagué. Güey, no
te agüites, te he ayudado mucho y no lo puedes negar.
–¿Sabes qué?
–¿Qué?

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–Tengo ganas de ir un fin de semana a Rosarito. Tengo ganas


de agarrarme a una gringa.
–Va, si quieres le hacemos como en la de Da güey of da
gan.
–¿Cómo?
–¿No te acuerdas? El Benicio del Toro y el Raian Filip, después
de todo el cagadero del secuestro, deciden irse a Salsipuedes.
Claro que no lo dicen así, dicen Salsieipueideis, pero bueno,
su pésimo español es otro boleto.
–Simón, el hecho es que tengo desde hace tiempo ganas de
ir al terreno a tirar la hueva en la playa. Es que no puedo creer
que vivimos a veinte minutos del mar y no lo aprovechamos.
–Ya sé.
–¿Ya te andas durmiendo otra vez?
–Sí, se me andan cerrando los ojos –al decir esto jalé la
palanca del asiento e hice el respaldo hasta atrás.
–Está bien, duérmete pinche flojo –el tono de David fue
como aquél que da un padre cuando su hija va a salir con un
hijo de la chingada, quien desde luego no es aceptado por el
señor, pero no tiene de otra más que tragarse su coraje. Así
sonó David. Supo que era algo inevitable, no podría luchar
contra mi sueño.
–Va, me avisas cuando te tenga que dar la visa.
–Sí, ya duérmete.
Desde que puedo recordar he sido un huevón. No soy de las
personas que pueden pasarse toda su vida tirando la hueva,
soy más bien de los que cuando acaban con sus obligaciones
pueden pasarse el resto del día dormido. Nunca he logrado
entender esto. Así me sucede. El sueño lo uso para muchas
cosas. Uno de los usos que le doy es de escape cuando tengo
un problema, estoy enojado, frustrado, triste, prácticamente
cualquier sentimiento excepto feliz o caliente.
Lo peor es tratar de dormir cuando está uno caliente; simple-
mente no se puede, es humanamente imposible, al menos
para mí. Recuerdo cuando me acostaba con una morra, me
costaba un huevo poder descansar cuando la tenía a un lado,

www.editorialacero.com 83
Moisés Pacheco Gendrop

por más cansado que estaba. Es lo malo de salir con alguien


que te atrae demasiado. Cuando estoy dormido puedo llegar
a hacer hasta lo más inesperado por conservar mi sueño, es
como un sistema de defensa de mi cuerpo para poder seguir
tirando la hueva; no lo entiendo, pero como no me afecta, no
hay problema. Las personas que me conocen saben que es
inútil luchar contra mi sueño, me pueden amenazar y aún así
me quedaría dormido. Al menos eso creo.
Esa vez no fue la excepción, caí en las garras del sueño.

84 www.editorialacero.com
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Public ReadOnly PropertyKing Eternal As TV On The


Radio
Get
‘Gets and Plays Track
mKingEternal = KingEternal
End Get
End Property

No tengo la menor idea de por qué se me quedó grabado


el sueño de aquel día, quizás y fue porque me encontraba un
poco tenso por la situación. No temía las consecuencias negati-
vas que me pudiera traer el hecho de ayudar a David, confiaba
en que él me sacaría del hoyo así como yo hice lo posible por
sacarlo a él. Sí temía las consecuencias que nuestros actos
pudieran traerle a David.

Les cuento el sueño y ustedes realizan sus propias conclusio-


nes del porqué lo soñé y el porqué se me ha quedado grabado.
Sé que muchas veces cuando alguien te cuenta un sueño uno
se espera algo completamente aburrido, no les garantizo que
esta no sea una de esas veces. Me encontraba en mi casa, me
desperté tal cual como lo realizaba, después de una siesta.
Me dirigí hacia la ventana de mi cuarto, la cual se encontraba
precisamente frente a mi cama, aproximadamente a unos dos
metros y medio de ella. De la ventana de mi cuarto se puede
observar, hacia abajo, la calle que lleva a la gente eventual-
mente a la casa. Me dirigí hacia aquella ventana porque sentía
que algo sucedía. En ese instante no podía saber si se trataba
de algo bueno o algo malo pero sabía que algo fuera de lo
común estaba a punto de suceder.

Llegué a la ventana, pude observar que se acercaba David


en un pick up plateado. Subía por la calle a gran velocidad;

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Moisés Pacheco Gendrop

parecía que alguien venía persiguiéndolo. Sentí una mirada,


volteé para ver si se trataba de quien temía. Observé al Ramiro30
paralizado, comenzó a verme con detenimiento. Sabía que
perdía el control de mi cuerpo con el temor que me provocaba.
Estaba tieso, sentía dolor, dejé de sentir mis latidos. Escuché
un gran golpe en la puerta principal de la casa. Quise ir a ver
de qué se trataba; el miedo, el dolor y la oscuridad no me lo
permitieron. En ese instante supe que él me había matado,
de cierta manera. Minutos después escuché balazos y gritos.
Estaban atacando a mi familia, no podía hacer nada. No temía
la muerte puesto que ya estaba muerto; temía dejar abajo a mi
familia. Temía el hecho de que ellos estuvieran sufriendo y no
pudiera hacer nada por salvarlos. Mi cuerpo no respondía. El
coraje que sale como producto del miedo lo tuve, mas no me
ayudó. Ramiro comenzó a moverse, me volteó a ver para que
lo siguiera.
Comenzó a caminar, se dirigió hacia la puerta del cuarto,
la abrió y subió las escaleras, perdiéndose de vista. En ese
entonces vi cómo el cuerpo de mi madre cayó de las escaleras;
fue la peor escena. Supe, a pesar de la oscuridad, que había
sido prácticamente masacrado. Me volteó a ver, su mirada no
expresaba nada. Me despertó David, sentí cómo palpitaba mi
corazón. Desde ese entonces estoy constantemente consciente
de mi latido. Hay ratos en los que puede llegar a estresarme.
Lo peor es sentirse vivo y no sentirse el latido del corazón.
Este ha sido de los pocos sueños que han logrado realmente
impactarme.

30
Ramiro fue un amigo que murió cuando éramos chicos. Fue mi segundo
contacto con la muerte. En su momento llegó a perturbarme demasiado.

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Public ReadOnly Property FadeOut As Boolean


Get
‘FadeOut toma un valor verdadero
FadeOut = mFadeOut
EndGet
EndProperty

Espero que no los haya aburrido.


–¡Güey! ¡Huevón! Dame tu visa –había llegado a extrañar la
voz de este inepto, aunque habían sido solamente un par de
horas, si acaso, para mí parecieron días.
–Mmhh –desperté un poco desubicado; volteé a la derecha
y a la izquierda para ubicarme después de una buena siesta.
–¡Güey!
–¿Eh? –me tallé, el ojo. Seguía en proceso de ubicación.
Levanté una nalga para sacar la cartera y darle la visa láser
a este cabrón.
–La visa, cabrón, que ya vamos a cruzar.
–Simón. Mmmhh. Aquí está –después de haberle dado la
visa a este jotillo giré mi cabeza a la derecha una vez más; ya
estábamos en la garita principal de Tijuana, a unos minutos
de cruzar por la frontera más transitada del mundo. Nos
encontrábamos al comienzo de los tubos31.

31
Para todos ustedes que no se encuentren o no hayan visitado la ciudad de
Tijuana, cuando digo los tubos me refiero a aquellos tubos que se encuentran
en los carriles a unos cincuenta metros de la garita. Cuando uno puede
ver los tubos prácticamente ya está en el otro lado. En los tubos se puede
observar un cartel con los más buscados del FBI y su respectiva recompensa.
La garita tiene alrededor de treinta entradas, así como la entrada peatonal.
Es algo verdaderamente impresionante; para ser una frontera es bastante
grande. Arriba de las oficinas estadounidenses se encuentran cámaras; ellos
dicen que son aparatos meteorológicos, la verdad es que es una pendejada
eso, lo más seguro es que sean cámaras. Dentro de la línea puede uno
encontrarse tiendas de todo tipo de artículos para estafar a los gringos o a
cualquier otra persona que se deje. Generalmente en ese tipo de tiendas se
venden alcancías de todo tipo de personajes, cobijas San Marcos, piñatas,
sombreros, estatuas inservibles y horribles, etc.

www.editorialacero.com 87
Moisés Pacheco Gendrop

Tenía varios recuerdos no necesariamente felices pero


recuerdos de la línea. Cuando estaba en la prepa teníamos
que hacer servicio social y para esto teníamos que hacer
veinte horas de servicio en tiempo real, es decir, veinte horas
contaditas o ayudar a la Cruz Roja en su colecta anual. La
colecta consistía básicamente en llenar un bote con limosnas
y cambiarlo por veinte horas de servicio. Esa era la única regla
que existía en la colecta. Había gente que vendía cosas y el
dinero lo metía en el bote de tal forma que lo llenaban bastante
rápido. A las morras bien buenas no les costaba trabajo llenarlo,
pero uno que no tenía esas gracias naturales tenía que buscar
otro tipo de apoyo. El mío no era literalmente vender, buscaba
a alguien que cooperara con, digamos, cinco pesos y luego
le decía que por cinco pesos más le daba un crucifijo, no
terminaba el enunciado cuando ya estaban buscando a ver
de dónde sacaban los otros cinco pesos. El plan B era actuar
como una persona discapacitada y el dinero caía del cielo. Al
final seguía siendo una hueva; por lo menos esta hueva se la
dedicaba a una buena causa: la Cruz Roja.

Poco a poco nos acercábamos a la garita, mientras yo trataba


de despertar y poner un poco de sentido en lo que hacía.
–Ya hace hambre, ¿no? –dije con un tono modorro todavía.
–Güey, cabrón. Creo que si me aguanto un minuto más se
me hace un hoyo en el estómago.
–Güey, deberíamos meternos a las clases de quic-bocs.
–Ya sé –se cagó de la risa David, agarrándose la panza. En
ese momento éramos los próximos para cruzar. David bajó
la ventana y le bajó el volumen a la radio; apenas me había
dado cuenta que se encontraba en la 94.9, creo que era la mejor
estación del momento, porque cuenta con una gran variedad
de música desde los 80’s para acá. Sacó la visa por la ventana
mientras se acercaba el oficial.
–Hi, ¿where are you going?
–Dauntaun –contestamos casi como en coro.

88 www.editorialacero.com
–Tu Filipis –agregó el David, algo contento ya que por fin
habría comida en su gran estómago.
–¡Nice! It’s my favorite italian place. ¿Moisés?
–Jir.
–Where’s your ID sir? –dijo dirigiéndose a David.
–American citisen.
–Could I see an ID?
–Shur –sacó su identificación de California y se la mostró
al oficial.
–Could you open your trunk?
En ese momento nos acordamos de las maletas de Susana.
¡Vergas! ¿Qué podíamos hacer? La habíamos cagado rico
y bonito, en una pendejada. Simple y sencillamente podría-
mos haber evitado este pedo con haber dicho que íbamos
de viaje o lo que fuese, pero no, la cagamos, ahora a ver con
qué chingados nos salía este cabrón. El pedo no es tanto de
haber mentido o, mejor dicho, haberle dicho una verdad a
medias, sino con el pedo de los terroristas a la orden del día
estos cabrones gringos hacen una cagada bien elaborada con
cualquier pedito que les des, eso era lo que me preocupaba.

Nosotros con el plan a medias pues éramos presa fácil. Ya


veía a David encarcelado, abusado por todos los prisioneros.

Era evidente que sería la perrita nueva en la cárcel. David


no era el tipo de persona que se pudiera defender de los asesi-
nos que normalmente se encuentran ahí. Esos diez segundos
pasaron más lentos que los de cualquier otro momento en mi
vida; gracias a esto logré tranquilizarme después de haber
entrado en un temor incontrolable. Vi que se acercaba el oficial
hacia la ventana del conductor. Si no era porque no había
comido nada en todo el día, sin contar el pan de la mañana,
me cago en ese momento.
–This doesn’t make sense, you said you were going to
downtown San Diego but here I find some luggage in the back
of your SUV.

89
Moisés Pacheco Gendrop

–Güir sorri, officer, güi mest ap, Ai dont nou guat tu sei, but
güi truli ar going tu gou to dauntaun Es.Di., da problem is dat
ferst güil stop tu liv dis cloudts tu mai frend.
–Why didn’t you say that in the beginning?
–Aim sorri it slipd mai maind, bot llu can chec if yu guant,
its llust uoumans cloutdting.
–No, it’s ok. I believe you. Just don’t lie to me again.
–Shur, sorri abaut dat.
–Enjoy your meal.
–Shur, tanks. Jav a nais dei.

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Segunda sesión

Ninguno de los dos podía creer lo que acababa de suceder;


la habíamos librado. No es el mismo mérito que escaparse
de alcatraz pero para dos cabrones que nunca han hecho
nada exageradamente mal es un avance increíble. Ninguno
de los dos quisimos hablar sobre este acontecimiento en su
momento. Arrancamos hacia el centro de San Diego, para esto
se debe tomar el freeway 5 norte. No sé de otras fronteras,
he visto la que tienen en Tamaulipas y no es como ésta, pero
aquí a la hora de cruzar automáticamente se encuentra uno en
el freeway 5 norte y puede uno desviarse inmediatamente al
805. En ese momento nos quedamos en el 5 norte. A la hora de
cruzar entra uno a la ciudad de San Ysidro, la cual no cuenta
con mucho como entretenimiento; seguida por Chulavista,
ésta mejora un poco. Después sigue National City y, final-
mente, San Diego. Todas forman parte del condado de San
Diego. Para este entonces eran las cinco y media.

Public ReadOnly PropertyThrowItAllAway As Zero 7


Get
‘Gets and Plays Track02
mThrowItAllAway = ThrowItAllAway
End Get
End Property

–Güey, te tengo que contar unas cosas importantes que


llegaron a mi mente mientras estaba en la casa tragando
rebanadas de caca.
–Ah, neta, me dijiste que te acordara, se me fue el pedo,
sorry.
–No, no hay problema. Mejor te cuento en la comida. No

www.editorialacero.com 91
Moisés Pacheco Gendrop

porque la quiera hacer mucho de pedo pero para no interrum-


pir. Creo que será mejor así.
–Cuando tienes la razón, tienes la razón.
–¿De qué te ríes pinche David?, ¿de qué te ríes, eh?
–Nada, me estaba acordando de cuando fuimos al
Kick-box.
–Ajá, ¿y luego?
–De la niña de nueve años que pelada nos partía el hocico.
–Ya sé, pinche morra sí soltaba patadas fuertes, ¿no?
–Ya sé, luego yo con mis vómitos a medio entrenamiento.
–¡Puta, sí es cierto! Te saliste a vomitar una vez y luego te
tuve que llevar a tu casa. Rifó esa vez. Fue ya cuando no aguan-
tábamos casi nada de ejercicio. Me acuerdo que al principio
decíamos nomás va a ser una hora. Luego esa pinche hora se
pasaba como su puta madre de lenta.
–Tsss, ya sé, deberíamos ponernos, como dicen las regias,
en forma.
–De ahora en adelante puro desayuno con Special K.
–Claro que ahorita nos vamos a atascar pinche lasaña con
madre y media más –dijo David mientras se reía un poco.
Cuando uno se encuentra en los Estados Unidos, come uno
más. Mucha gente no lo nota pero es cierto. Posiblemente sea
la mercadotecnia que estos güeros usan, no lo sé pero algo
que sí afirmo es el hecho que tienden a engordar a la gente
inmediatamente. Mi familia, especialmente mi madre, es del
estilo de persona que tiende a cocinar en exceso, y cuando
digo en exceso, es que es en exceso.
Cuando era chico encontró, en el Mercado Hidalgo, unos
costales de zanahoria a muy buen precio. Se trajo dos costales.
Me cocinaba zanahorias todo el puto día. Era jugo de zanaho-
ria en el desayuno, pollo con zanahoria en la tarde y zanaho-
ria al vapor en la noche. Estos platillos los llevó a cabo hasta
que un día amanecí enronchado; el doctor dijo que fue una
reacción alérgica puesto que había recibido dosis inmensas
de alguna vitamina, no recuerdo cuál, pero hasta las zanaho-
rias en exceso pueden causar daños. He notado también que

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mucha gente cambia su dieta a la hora de vivir cerca de los


gringos. Puede llegar a ser algo irreverente para ustedes, pero
como yo sí vivo en frontera es algo que verdaderamente me
molesta y me sorprende.

Después del comentario de David, nos quedamos callados


por un buen rato escuchando la radio. No había nada especial
en ese momento, simplemente sentimos que era necesario
callarnos un rato y apreciar el momento en el freeway, igual y
este güey ya no volvería a verlo en un buen rato. Esto no quiere
decir que la carretera sea algo increíblemente impresionante,
creo que simplemente era un momento para estar en nuestros
pensamientos. Una de las formas en las que uno puede darse
cuenta cuándo se tiene una buena amistad con alguien, es
cuando ambos aprecian el silencio sin sentirse incómodos.
Es fácil asumir que nosotros éramos ese tipo de amigos, pero
¡ya!, no es como sí me fuera a poner a llorar ahorita, je, je. Este
relato no tiende a ser triste o cursi o como ustedes lo quieran
ver. Bueno, de hecho agárrenlo como quieran, yo simplemente
se los cuento, ustedes escúchenlo y denle el significado que
quieran, si es que tiene uno.

Ese momento se quedó grabado en mi mente porque logré


realmente apreciar todo lo que ofrecía ese día. No tengo la
menor idea si les pase a ustedes de vez en cuando. Hay días
en los que me levanto y simplemente logro apreciar cada
momento, no en una forma empalagosa como las personas
que dicen: ¡Vive al máximo todos tus días!, eso es una pende-
jada y todos lo sabemos, simple y sencillamente no es posible.
Como ya les dije, no me refiero a ese tipo de aprecio, es otro.
Es como cuando uno se pone a pensar en todo lo que se tiene
que llevar a cabo para que uno pueda sentir que el viento
está tocando la piel de su brazo y cómo cada uno de los vellos
tienden a mandar una señal de sensación al cuerpo, el cual
a la hora de la hora reacciona de cierta forma dándote cierto
placer o escalofríos. Recuerdo bajar la ventana y ver el letrero

www.editorialacero.com 93
Moisés Pacheco Gendrop

que decía Welcome to Chulavista, saqué el brazo y sentía el


viento masajeando mi brazo derecho. El aire estaba rico, era
un buen momento como para ir a la playa, no necesariamente
a meterse al agua pero a oler el mar y disfrutar el clima.

Mi mente se fue. Comencé a pensar en lo que quedaba del


plan y en ciertas posibilidades de que todo saliera mal. Algo
que me sucede con frecuencia es que me meto en mi mente,
comienzo a crear discusiones mientras estoy pensando y sólo
trato de refutarlas. Considero que no es algo que sea de lo
más común para todos. Puedo llegar a parecer en momen-
tos como un loco al que le habla un santo o Dios. Mi novia
ha llegado a tomarlo a su favor, ya que cada vez que me ve
en esa postura comienza a crear argumentos en su defensa.
Las mujeres son cabronas, pueden llegar a cambiar cualquier
discusión en nuestra contra. Son unas hijas de la chingada,
pero qué le puede uno hacer cuando se es adicto a ellas. Hasta
este momento no había mencionado nada sobre mi relación,
la verdad es que por un momento no se las quise contar, creo
que después de varias horas de estar con ustedes puedo consi-
derarlos de confianza y contarles que, pues en ese momento,
como ya pudieron asumir, contaba con mi novia.

Ella no era la excepción de las mujeres, sabía cómo podía


destruirte. Eso lo he notado, creo que por eso es que ellas usan
todo tipo de aditamentos para poderse ver delicadas y extre-
madamente atractivas. Me había preguntado el por qué inver-
tir tantos millones de dólares en productos para la belleza; en
este preciso instante, en este preciso lugar, ha llegado todo a la
luz para el señor Moisés, y no teme compartirlo con ustedes.
La razón por la cual las mujeres usan ese tipo de productos
es para que se nos olvide lo cabronas que pueden llegar a ser.
Es como si un tigre dientes de sabre se la pasa toda su vida
haciéndose ver como un gatito curioso, va a llegar alguien y
se va a enamorar de ese gatito, lo va a cuidar, van a pasar
mucho rato juntos, etcétera. Lo que no sabe la persona es que

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ese gatito curiosito pechocho realmente es un tigre dientes de


sabre mortal que, en cualquier momento que sienta traición, va
a atacar como le ha enseñado su naturaleza. Con esto último
no quiero decir que hay que odiar a las mujeres y oprimirlas
ni nada por el estilo, trato de aclarar esto porque ya sé cómo
son de perras y luego quieren voltear las cosas. Quise expre-
sar un punto de vista con una metáfora, eso es todo. Si no
fueran así las mujeres, nosotros las acabaríamos. Deben sacar
sus garras muy a menudo para sobrevivir, pero cuando las
sacan a veces le exageran. Eso sí, hay muchos hombres que
sufren la ira de las mujeres a consecuencia de los demás y no
lo tolero. No estoy diciendo que sea uno de esos pero conozco
a unos cuantos.

Bueno, como les decía, mi relación hasta ese momento consi-


deraba que iba bien, nunca pensé que llegara a importarme
tanto una mujer mexicana32. Nuestra relación comenzó como
una amistad en la que poco a poco se fue dando una atracción
física. Antes de iniciar la relación como pareja tuvimos pedos
porque ella andaba de encimosa conmigo, pero siempre decía
que así era con sus amigos. A pesar de que yo siempre pensara:
“mis huevos que así eres con tus amigos, pinche morra”. En
fin, al poco tiempo terminó cayendo en las trampas que le
puse, y quiso tener una relación seria.

32
Mucha gente me ha dicho que soy un hijo de la chingada malinchista que
no quiere lo que produce su país y la verga. Temo decirles que he escuchado
eso varias veces y no es así como me siento, no porque no considere a
las mujeres mexicanas como mujeres atractivas, con cualidades y mucho
más. Creo que va más por el lado que no logro encontrar muchas cosas o
algunas cosas en común con la mayoría de las mexicanas, no sé cuál sea la
razón pero así es. Esta mujer obviamente que tenía varias cosas en común
conmigo aunque le moleste aceptarlo.
33
El centro de San Diego, en mi opinión, es uno de los más chilos que hay
en los Estados Unidos. Considero que la razón por la cual pienso esto es
por el hecho que uno puede estar ahí hasta la hora que uno quiera y no hay
problema alguno, es decir, no hay crimen como suele haber en los centros
de las grandes ciudades de un país, sobre todo de un país violento como
éste.

www.editorialacero.com 95
Moisés Pacheco Gendrop

En ese momento estábamos entrando al centro de San


Diego33. Llegamos a India Street. No recuerdo bien en qué
calle se encuentra el restaurante, pero está en la misma
avenida donde se ubica el consulado mexicano. El restaurante
se encuentra en Little Italy. Little Italy es una comunidad
fundada hace ya mucho tiempo compuesta generalmente de
gringos de procedencia italiana, aunque puede encontrarse
una cantina irlandesa lo más probable es que ésta haya estado
ya ahí desde hace bastante tiempo y la comunidad la rodeó.
Es una especulación, tampoco quiero que se traguen todo lo
que les digo como si fuera una ley, digo, puedo estar mal y lo
más probable es que lo esté.

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Public ReadOnly Property FadeOut As Boolean


Get
‘FadeOut toma un valor verdadero
FadeOut = mFadeOut
EndGet
EndProperty

Nos estacionamos en el estacionamiento, valga la redun-


ciancia, que se encuentra al lado derecho del lugar elegido por
David para comer. Esto es algo verdaderamente apreciable del
Filippis, ya que es extremadamente difícil encontrar estacio-
namiento en el centro en un domingo por la tarde. Gracias a
este detalle pudimos entrar directo al restaurante para ingerir
nuestros alimentos. La entrada del lugar da una pinta medio
pinchona, la neta. Lo primero que se observa al entrar al lugar
es una tienda típica italiana, puede ver uno las pastas acomo-
dadas por todo tipo de órdenes habidos y por haber. No es
grande, a lo mucho tendrá unos treinta metros cuadrados de
área, pero como estos italianos están acostumbrados a hacer
maravillas con mucho menos terreno pues sí llega a tener algo
de variedad. Hay pastas de todo tipo de colores y quesos para
todo tipo de pastas, etcétera. Creo que lo que le da el toque
italiano al lugar es el hecho de que casi no le da la luz, esto
le da como que cierto efecto de suciedad aparente, claro que
comparado con los tacos que uno come en las calles de México
esto es un quirófano.

Al lado derecho del lugar se encuentran los quesos y carnes


frescas, donde uno la pide al empleado. Éste, después de hacer
las típicas preguntas sobre peso que uno desea, entre otras
cosas, le da a uno el producto para pasar a pagar a la caja.
En el mismo pasillo del lado derecho, entre las pastas y los
refrigeradores, donde se encuentran los típicos venenos, digo
refrescos estadounidenses, si sigue uno por ese pasillo llega
uno a la caja, ubicada del lado izquierdo. Aquí es cuando uno
se encuentra en el restaurante. Antes era como una prepara-

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Moisés Pacheco Gendrop

ción para poder llegar a lo que ha esperado uno desde hace


tiempo, es como cuando uno se encuentra en esos parques de
diversión, donde la gente espera con ansias en la fila mientras
escucha los gritos de los que disfrutan el juego y ve uno el
camino decorado según sea el tema de la montaña a la que
se va a subir. Bueno, así era el asunto aquí; estos cabrones
te partían el estómago enseñándote todo tipo de comida,
como para decirte: “mira, pendejo, sí cocinamos con cosas
naturales, no creas que usamos microondas o le hablamos a
Dominos34”.

Una vez sobrevivida la hazaña italiana, puede pasar a


sentarse a la mesa que le es asignada a cada quien por un
mesero, si es que tienes suerte, si no pues te sientas donde se te
pegue tu puta gana, total, ¿cuál es el pedo? El restaurante en sí
es mucho más oscuro que la tienda y un poco más grande, éste
prácticamente se hace ver a la luz de las pequeñas y contadas
lamparitas que colocaron estos pseudoitalianos. Los mante-
les son los típicos manteles de cuadros rojos y blancos, las
paredes de madera, no sé qué madera, pero de madera barni-
zada de tal forma que le da una apariencia más oscura. No sé
que pedo con los italianos y la oscuridad pero aparentemente
les fascina a estos pendejos. La mesera, bastante atractiva, nos
llevó a la mesa donde nos tocó sentarnos. La mesa estaba del
lado izquierdo; si dividimos el lugar como un juego de gato,
se puede decir que nos ubicaron donde la primera columna y
la segunda hilera se interceptan. Hasta que nos encontramos
sentados fue cuando realmente reanudó la conversación en
nuestro ambiente.
–Hello, how are you guys?
–Fine, thanks –contesté con un poco de hueva, realmente
no me gusta mucho cuando entrenan a los empleados para
ser unos verdaderos hipócritas. No entiendo cuál es el afán de

34
Dominos viene de una raíz alemana. Significa plástico.

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que el cliente se sienta un poco halagado, la verdad es que lo


que logran hacer es que me sienta incómodo, me siento a veces
como en un comercial de los cincuenta donde todos estaban
forzados a sonreír, tratase de lo que tratase el puto anuncio.
–My name is Glenda and I’ll be your waitress for the evening.
Can I offer you something to drink before you order?
–I’ll have a Coke –dijo David.
–I’ll have mineral water –Esta cabrona seguía con sus sonri-
sas falsas, pero bueno, sabía que era el único enlace entre
Moisés y comida.
–Ok, I’ll be back in just a second –nos dio los menús, se dio
la media vuelta y se retiró a la cocina.
–¿Qué vas a pedir, eh? –le pregunté a David con el fin de
obtener un poco de ayuda. Puede parecerles un poco pendejo
pero la verdad no me gusta ir a los restaurantes con mucha
hambre si el menú no tiene fotos, por el hecho de que cuando
uno lee las descripciones del asunto uno siempre se imagina
chingonerías de platillos, mientras que cuando te lo entregan
ves que es un platillo mierda, no merece el hambre que has
guardado; esto llega a afectar a veces el transcurso de mi día
en una forma no positiva.
–Mmmm, no sé, creo que me voy a ir por el…
–¿Qué tal está la pasta con champiñones?
–No sé, nunca la he pedido, pero pues no suena mal.
–No sé qué pedir, igual y pido la lasaña, esa madre sí te
llena bien cabrón, no hay duda de ello.
–Buena elección, amigo, pero yo creo que me iré por el plato
compartido de espagueti pomodoro y lasaña.
–Hey, David, ¿no se te hace que la mesera está chila?
–Sí, te iba a decir pero la neta entre el hambre y la impresión
que me hizo esta morra terminé por quedarme callado. La
neta es que sí está bien buena y rifa cuando tienen el unifor-
mecillo de mesera.
–Ya sé, rifa la faldita negra y la camisa blanca de botones
semiabierta con sus tetas retando a cualquier persona, como
diciendo a que no te atreves a sacarme de aquí –para ese

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Moisés Pacheco Gendrop

entonces sin darme cuenta de su llegada volteé a mi derecha


y se encontraban nada más y nada menos que aquellas tetas
sobre las cuales acababa de aventarme un pequeño discurso.
–¡Hi! Here’s your mineral water and here’s your coke. Are
you guys ready to order?
–Yes, we are. I would like to have the half lasagna, half
spaguetti pomodoro plate.
–And I will have a lasagna plate, oh, and also a greek salad
for the center –La verdad es que tenía muchas ganas de probar
algo fresco, con este día bastante playero se me antojó un poco
de ensalada. Unas verduras nunca le caen mal a nadie. David
finalizó la orden con unos panes, literalmente, sí pidió panes
con ajo y mantequilla.
–Ok, so I’ll add the garlic bread to your order, that’ll be all?
–Yes, thank you –le contesté. Era tiempo de que se fuera,
aunque me doliera un poco el hecho de que estuviese buení-
sima la morra, pero pues tenía que comenzar la plática con
David. La verdad, como cualquier persona se conoce a sí
misma bastante bien, yo sabía que si no sacaba la plática en
ese preciso momento, pronto se me olvidaría todo. Eso no
debía suceder.
–Güey, ahora sí te tengo que contar todo lo que sucedió, o
mejor dicho, todo lo que se me ocurrió mientras estaba ahí
preparando toda la maleta para la partida de Susana.
–A ver, cuéntame todo –noté en ese momento que el perso-
naje David había agarrado fuerza, en ese momento no tenía
claro de dónde la había tomado este cabrón pero se mostraba
emocionalmente estable, lo cual funcionaba a nuestro favor en
ese preciso momento.
–Mira, ahí te va, cuando estaba en la casa de tu víctima noté
lo siguiente, será mucho más fácil si cuando acabemos con
todo esto le hablamos a un compa.
–¿A quién y para qué? –¡A huevo que el David de ahorita era
el David de antes!
–Le hablamos al José.
–¿A quién?

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–Mira, güey, tú te quejas de que no me acuerdo del nombre


del compa de las puertas y yo ya te he dicho de este cabrón
desde hace un putero.
–Bueno, por qué no te callas el hocico y me dices en vez de
estar cague y cague el palo.
–¿Por qué te castras, putito? Es un compa que tengo desde
hace tiempo, que es primo de la Mariana35, no sé si te suene
o no.
–¿Es el mismo homie que empezó a llevarse con la Bi?
–Simón, es ese cabrón –dije con gran emoción y aplausos;
no es tan fácil que alguien se acuerde de una persona que no
ha conocido, ni en fotos.
–Y… ¿para qué quieres hablarle a ese güey?
–Porque ese cabrón caón es el hijo del dueño de una de las
cadenas más grandes de funerarias en Tijuana.
–Es una pendejada lo que me estás diciendo, ¿quieres
darle un entierro a la morra mientras la desaparecemos? Son
chingaderas…
–Güey, uno, baja tu puto tono de voz, aunque estás en
gringoputalandia te entienden, pandejo36; segundo, ese güey
puede ser nuestro boleto a tierra segura, compa.
–No te estoy entendiendo del todo, pero creo que tienes un
buen plan por ahí escondidito, muchacho.
–Sí que lo tengo, mira, te lo voy a contar paso a paso con
posibles modificaciones pero lo esencial te lo contaré ahorita.
Llegamos a Tijuana, descuartizamos el cuerpo de esta morra,
le quitamos las extremidades y la cabeza. Le hablamos a este
güey si quieres antes de ir a tu casa, pero el pedo es que por

35
Mariana es una morra que está bien chila. Ha sido de esas mujeres con las
que siempre has querido salir y nunca se pudo por una u otra razón. Pero
sigo considerándola una diosa, a pesar de que esté rodeada por una bola de
pendejos.
36
Dije pandejo por un personaje inventado por los hermanos Cohen en la
película The Big Lebowski en la que sale John Tuturro como un jugador de
boliche llamado Jesús y su frase es: Cause nobody fucks with the Jesús!!!
Pandejo!!!

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Moisés Pacheco Gendrop

más compa que sea este cabrón la neta es que no se la va a


aventar a menos que le des un buen billete.
–¿Cómo? ¿Cuánto?
–Mira, este güey te haría el paro, la neta. Esto realmente
es un caso excepcional. Este cabrón si no se cuida también
puede ir a dar al bote algo que no se vería para nada bien en el
récord de un doctor, sino es que le quitan su licencia. Pero la
neta creo que este güey nos hace el paro nada más porque es
mi compa y creería el hecho que fue un accidente, sino fuera
por eso el cabrón ni lo pensaría en hacer. La feria es nomás
por dar algo, güey.
–Aguanta, aguanta. No te encabrones que no te ayudará de
nada. Nada más tenía curiosidad, es todo. Simón, a huevo que
le suelto un billete, pero aún no me explicas cómo lo escon-
derá este güey.
–Va, este güey tiene varias funerarias, ¿no?
–Sí, pues eso dices.
–Entonces lo que ocupamos es hablar con ese güey y
llegarle al precio. Luego lo que haremos es llevarle el cuerpo
mutilado, sin manos, pies y cabeza. Una vez que lo tenga ese
cabrón, te puedo asegurar que en esta ciudad con millones
de habitantes, a huevo que ha fallecido ahora alguien quien
haya quedado bastante fregado de la cara por algún tipo
de accidente. Simplemente lo que hacemos es forzar los dos
cuerpos en el ataúd.
–Pero, ¿cómo le hacemos si no cabe?
–Güey, a huevo que cabe, sobre todo desangrada y sin
cabeza, lo único es ver cómo hacerle para que no apeste, en
eso sí no había pensado. Lo malo es que las morras apestan
más…
–¿Qué?
–Sí, apestan más muertas que los hombres, tienen más
mierda adentro.
–¿Cómo de que tienen más mierda si van al baño cada putos
cinco minutos?
–Pero no siempre cagan, más bien mean, aparte no me refiero

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a ese tipo de mierda, me refiero a que tienen más vísceras que


nosotros no tenemos, lo que las hace apestar más, muertas.
–Mmmm, eso sí que no lo sabía, suena lógico.
–Bueno, si no cabe la cabrona o lo que queda de la cabrona,
lo de menos es romperle los huesos con un mazo y verás cómo
es moldeable la puta. Además era bailarina, ¿no? Ahí nos
daremos cuenta si le queda alguna elasticidad a la cabrona, la
puta esta nada más me ha dado problemas, ya me cansó.
–Éste está mejor que el otro plan, y las extremidades las
podemos poner a moler en la carnicería.
–Así es, te iba a decir si no había pedo, si nos podíamos
deshacer del resto de la vieja en tu carnicería. Todo queda
claro entonces, nada más es cosa de desfigurarla y dártela
para que la deshagas en la mañana junto con las vísceras de
las vacas.
–Sí. ¿Sabes qué me impresiona?
–¿Qué?
–El hecho de que todo lo que hemos estado platicando no ha
sido lo suficientemente fuerte para que yo decida perder mi
apetito. Se me hace algo pasado de vergas, pero creo que debe
uno vivir estas pendejadas para entenderlo.
–Sí, es cierto, es algo raro. Bueno para mí no tanto, porque
estoy acostumbrado a hablar de cagadas y vomitadas en la
comida, puedes ver que no soy una persona que tiene proble-
mas con el no comer.
Siempre he sido una persona con el estómago fuerte en
todos los sentidos, desde ver películas asquerosas mientras me
atasco una hamburguesa, la cual disfruto como si no hubiera
mañana, hasta tener pláticas de vómitos. Mientras estudiaba
en la universidad decidí aplicar a un trabajo, la verdad es que
apliqué para un trabajo que solamente una persona de mi
estilo podía tener. Mi trabajo era calentar cagada. Había una
investigación de una compañía para usar la cagada humana
como energía renovable. Mi trabajo era sacar las muestras de
cagada y meterlas al horno, luego sacarla y pesarla. Una vez
tras otra se hacía lo mismo, así le hice. Cuando había traba-

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Moisés Pacheco Gendrop

jado en eso ya cierto tiempo, recuerdo que hasta comíamos


mientras cambiábamos la cagada de un lugar a otro. Después
de eso creo que está cabrón que algo te dé asco.
–Güey, deja te digo ahorita que ni pienses que yo voy a hacer
la parte de la descuartizada, ¿eh? –tenía que poner esto en
claro porque sabía cómo podía llegar a ser este cabrón. Tenía
el poder de ponerme a arreglarle ciertas cosas pero no todo,
definitivamente tenía que ponerle un alto a este cabrón.
–Homie, ya sé, pero entiéndeme. ¿Cómo quieres que yo
saque las fuerzas para hacer todo lo que dices?
–Güey, es que hay cosas que ya tienes que hacer tú, así como
te valió verga cogértela en tu puto techo, te debe valer verga
destruirle la cara a esa puta. Yo no hice nada. Yo no tengo
por qué acabar con los rastros si no fui yo el que provocó la
situación.
–Güey, pero yo tampoco.
–Sabes a lo que me refiero, David, no mames, una cosa es
hacerte este tipo de paros y aconsejarte en lo que según yo
debes hacer y de lo que debes cuidarte y otra cosa es abusar
de esto. Tú sabes bien que te estás pasando con esto. No
hay pedo, yo te apoyo pero no quieras que te resuelva todo,
también tengo cierto límite.
–Va pues, yo lo hago, pero por lo menos no te vayas y me
dejes solo.
–Ok, me quedo contigo pero tú haces el trabajo sucio, no
yo, ¿va?
–Va.
No sabía qué chingados se sentiría estar ahí despedazando
parte por parte el cuerpo de una mujer que en su momento fue
bastante bella. No sabía si para este entonces apestaría algo,
si me provocaría náuseas el simple hecho de verla sin cabeza
o sin manos. El ver una mujer muerta, eso me provocaba un
poco de miedo, pero lo tenía que hacer, no podía dejar a David
bailando solo, como lo hacen en Europa, debía ayudarlo en lo
que pudiera.
–Gracias, joms.

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–Güey, no mames, si vas a zorrear a la mesera, mínimo sé


un poco más discreto. No quiero que se vaya a castrar con
nosotros por el hecho de que eres un caliente de primera.
–Cálmate –en ese momento se calló David, porque pudo ver
que se acercaba la señorita con nuestros platillos. Lo bueno de
este cabrón es que sí se cuidaba un poco de ser torcido por las
morras. Tuve un compa que era el cabrón más malo para poder
zorrear. Le decíamos la Gallina. Su apodo se debía más que
nada a su apariencia física. Sé que es un poco difícil poderse
imaginar que una persona pueda parecerse a una gallina,
sería cosa de que lo conocieran. La Gallina era la persona más
caliente de la historia de Tijuana, precisamente por eso es
por lo que sus instintos traicionaban su reputación. Llegó un
momento en el que todas las morras de la escuela, sin contar a
las que realmente nadie pela, sabían que tenían posibilidades
con ese güey. La Gallina era muy solitaria en la escena del
amor porque las mujeres que conocía se daban cuenta de lo
depravado que era el cabrón. Su hechizo se terminó cinco años
después de haber terminado la prepa al pagarle a una puta
para que tuviera sexo sucio con él. Cuidaba un poco a David
para que no cayera a tal extremo, por lo menos zorreando a
las morras. La mesera se veía mejor que hace diez minutos, ya
que traía la comida. Se veía deliciosa la lasaña, el vapor que
le salía que, junto con su aroma, hizo que mi boca se fuera
llenando rápidamente de saliva.
–Ok, here’s your lasagna –dijo la mesera, mientras me
echaba una mirada a los ojos. Esta cabrona intimidaba.
–Thanks –unas putas gracias fue todo lo que me pudo salir
de la boca, porque estaba congelado viéndola, esta era de las
morras que podría provocar accidentes al caminar por la
calle.
–… and here you go, sir –dijo la gran mesera mientras le
daba su platote de pastas al David después de haber puesto
la ensalada griega y el pan con ajo en el centro de la mesa.
David sólo produjo un sonido que pareció ser gracias– Is there
anything else you want?

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–No, thanks –después de estar un momento tratando de


deshechizarme de tal belleza pude contestar.
–Ok, if there’s anything else just let me know.
–Sure, we wont hesitate, don’t worry about that –David
mostró huevos en ese momento, debo aceptar que se dominó
bastante.
La mesera se fue. No sé dónde aprenden a caminar las
morras buenas. He notado, desde hace ya varios años, que
todas las morras bien buenas mueven el culo de una manera
increíblemente seductora. Hay hombres que han llegado a
teorías sobre ello, desde idear que existe una escuela en donde
las enseñan a mover el trasero; esta teoría se me hizo pendejí-
sima, pero bueno, el hecho es que saben mover el culo.

Pasaron diez minutos en los cuales no hablamos ni para


pedirnos la sal. La lasaña supo riquísima, la ensalada no
entraba en las diez mejores ensaladas del mundo, sin embargo
no estaba nada mal; lo mejor, aunque lleguen a pensar que fue
muy pendejo de mi parte en llegar a apreciar esa parte de la
comida, lo mejor fue el pan de ajo. La pasta del David tenía
una albóndiga pasadísima de vergas de grande.
–David, entonces ahora vamos a la central de camiones del
perro gris37.
–Simón, nomás hay que disfrutar bien la comida porque
después de esto todo lo bueno y bonito desaparecerá por un
buen rato.
–¿Sabes, güey? Llevo como unos diez días con unas ganas
de agarrarme a una gringa, pero una gringa bien.
–Puta, ¿te acuerdas de cuando fuimos al Iggys?
–Sí, güey, ¡rifó!
–Rifaron las morras que seguimos al Papas…
–¡Ah! Simón, luego todos placosos que entramos despuesito
de ellas y nos salimos exactamente cuando ellas salieron, para
meternos con ellas al Iggys.

37
Greyhound es una empresa de transporte en camiones.

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–¡Güey, pero cómo me castró cuando nos dijeron que eran


lesbianas!
–Ya sé pero pues ni pedo.
Esa vez que fuimos a Rosarito estuvo bastante divertido,
porque fuimos un martes, ¿qué se puede esperar de un martes
en Rosarito? La verdad es que en esa ciudad siempre hay algo
qué hacer en las noches porque siempre hay gringas. Ese tipo
de viejas están buenas y son fáciles, no que aquí en México
si te quieres agarrar una vieja bien buena lo más seguro es
que no sea fácil. Fuimos al Iggys porque íbamos siguiendo a
un grupo de gringas que estaban buenísimas y, pues, tenían
cara que les gustaba divertirse. Cuando las alcanzamos y
comenzamos a cotorrearlas nos dijo la más buena de la bolita
que no había problema si nos quedábamos con ellas pero que
eran lesbianas, y cuando dijo eso besó a una de sus amigas, la
cual también estaba buenísima. En ese instante decidí irme,
no porque me haya emputado o lo que sea, pero por el hecho
de que no me gusta estar frente a algo que no puedo tener y
que se me antoja bastante.

Después de haber arrasado con toda la comida que había


en la mesa llegó el nuevo informe del cerebro diciéndome que
estaba excesivamente lleno. Esto es de las peores cosas que me
puede suceder porque una vez que estoy lleno no pienso en
nada más que en dormirme. Bostezando le dije a David:
–Güey, no mames, estoy bien lleno.
–Sí, yo también, pero la neta valió la pena la comida.
–Eso sí, estuvo buena.
–¿Qué horas son?
–Son casi las seis y media –al acabar la frase se le salió un
eructo a David del tamaño de su estómago. Las mesas que
se encontraban alrededor de la nuestra suspendieron sus
pláticas para poder ver quién chingados había realizado tal
asquerosidad. David solamente volteó y les regaló una sonrisa
expresando sus disculpas.
–¡Puta! Me llegó todo el olor a pasta –el hedor a comida

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que sale del estómago de alguien es de las pocas cosas que


me provoca mucho asco. Sacudí el aire con mis manos con el
objetivo de mover un poco el aire y que se fuera el olor.
–Perdón.
–Pinche David, te pasaste de vergas con ese gas. Pide la
cuenta, cabrón.
La mesera iba pasando, David le hizo la señal de la cuenta,
ella asintió con la cabeza y con la mano nos indicó que en un
momento la traía.
–¿Qué te parece si nos vamos a tomar un café?
–Nada mejor para bajar la comida que un café y una
caminata por el centro de San Diego.
–Ya sé, vamos a Sea Port Village –al terminar esta frase se
me prendieron los ojos porque hace tiempo que no iba a ese
puerto.
–Vamos pues –en ese momento vimos que se acercaba la
mesera con la cuenta, con una sonrisa en su cara. Asumí que
su sonrisa se debía a que en unos cuantos minutos le dejaría-
mos cierta cantidad de dinero en la mesa.
–Here’s the check.
–Thanks –en este momento me dije:Moisés, eres un pendejo.
¿Por qué chingados contestas otra vez con la misma pinche
frase común y corriente? Así no lograrás impresionar a nadie.
Aunque está bien porque tienes novia y luego puedes llegar
a hacer pendejadas; olvídalo, Moisés, ¡bien hecho! Después
de esto regresé a poner atención a lo que sucedía en la mesa.
Para este entonces la mesera se había retirado, noté que David
estaba un poco sonrojado de los cachetes.
–¿Qué pasó?
–¿Cómo de qué…? ¿No viste lo que me dijo?
–No, por eso te pregunté.
–Me dijo que si no quería sal de uvas.
–¿Por?
–Por el eructo.
–Te castró horrible, güey. Ni pedo, valiste verga ya con esa
morra.

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–Nah, no es como si le iba a tirar el pedo o como si me fuera


a capear.
–Eso sí, pero ahora estás en números negativos.
–Bueno, ya, a la monda. Vámonos, ¿quieres quedarte aquí
todo el día? Pinche nene.
–Vamos a pagar pues’n.

Nos levantamos de la mesa para dirigirnos a la caja. Pude


ver que a dos mesas a la izquierda de nosotros se encontraba
una morra comiendo con una amiga. Mi corazón se alteró
un poco, porque a esa morra tenía bastante tiempo sin verla.
Su nombre es Sandra38. Físicamente es atractiva; es alta, pelo
largo y negro, piel dorada, tiene un tatuaje exactamente arriba
de la raya del culo. El problema que tuve con ella fue que me la
estuve agarrando varias veces y ya cuando estaba engranado
con ella, simplemente me puso un alto. Eso es lo peor para
mí, no me gusta que agarres viada y ya cuando piensas que
vas a coger, todo se va para abajo. Es como esperar la navidad
todo el año y que te digan el veintitrés de diciembre que Santa
Claus no existe. Estaba con una amiga, no me vieron, gracias
a Dios. Comencé a caminar un poco más rápido con el fin de
salir desapercibido del cuarto.

Pagamos la cuenta, David no me quiso decir cuánto había


sido, lo cual se me hizo un poco mamón, pero muy su pedo.
–Entonces…, ¿a dónde vamos?
Me quedé pensando un ratito para ver si realmente quería
ir a Sea Port Village y si nos alcanzaba el tiempo.
–Pues vamos a Sea Port Village, ¿no?
–Ah, ¡neta! –dijo David un poco sorprendido por su falta de
memoria a corto plazo.
–¿Nos alcanzará el tiempo? Son como veinte para las siete.
–Creo que es más que suficiente si pasamos una hora ahí.
–Simón.

38 Si alguna vez he sido adicto a una mujer no ha sido a ella.

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Nos subimos al carro, pusimos el disco de Cody Chesnut;


uno de los músicos en mi top ten del momento. Salimos del
estacionamiento y nos fuimos rumbo al centro de conven-
ciones. Sea Port Village es el puerto que está en el centro de
San Diego, es uno de los mejores lugares para ir a caminar
con tu morra. Hay un camino de concreto que te lleva por la
costa, se puede ver el puente de Coronado. El puente es una
obra arquitectónica muy importante para California porque
está construido sobre el mar y las columnas que lo sostienen
están muy separadas entre sí. Cuando se encuentra uno en
el estacionamiento del lugar se pueden escuchar las gaviotas
que pasan por la costa; del estacionamiento salen pequeños
carruajes jalados por caballos percherones, por si uno desea
tomar un paseo por el lugar. Del otro costado del camino
se encuentran tiendas, las cuales tienen forma de pequeñas
cabañas, y restaurantes de mariscos. Hay un restaurante que
sale al mar, es decir, construyeron un pequeño muelle como
base y sobre éste está el restaurante, la comida no sé cómo esté
pero la vista que tiene es muy buena. Nosotros nos dirigimos
a una de esas tienditas, a una librería que tiene una pequeña
cafetería. La librería es de dos pisos y puede uno encontrar
todo tipo de libros, desde novelas serias hasta libros que
cuentan todas las estupideces dichas por el presidente de los
Estados Unidos. El café está bueno y cuenta con unas mesitas
que están ubicadas en las ventanas del lugar.

Estacionamos el carro cerca de la librería, nos bajamos.


Seguía un poco lleno de la comida. Lo bueno fue que comí
bastante ensalada, lo que hace que me llene bastante pero
como en media hora estoy como si me hubiera echado nada
más una botana. El sol se estaba metiendo, estaba refrescando
un poco, aunque no lo suficiente como para traer suéter o
sudadera.
–Me gusta mucho que mientras te acercas va llegando poco
a poco el olor a café –dije esto mientras subía a la banqueta.

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–Sí, es cierto, no me había dado cuenta que llegaba el olor


al café.
–Lo único que hacen es antojarte, pinches cabrones.
Caminamos un poco más y entramos a la librería, nos tocó
ver un poco el atardecer. Ni me di cuenta cuándo se metió el
sol, mi mente estaba casi todo el tiempo yendo y viniendo,
dándole vueltas a todo el trabajo que teníamos por delante.
Llegando me di cuenta que hasta cierto punto tuvimos suerte
porque el lugar casi todo el tiempo está lleno, sobre todo los
domingos. Ese día hicimos cola de tres personas.
–¿Qué vas a querer? –me preguntó David.
–Un moka.
–Va pues, ve apartando una mesa, mientras pido.
–Ya estás.
Caminé un poco por el lugar y luego agarré el primer libro
que se me atravesó para ir y sentarme a leer un poco. El libro
estaba genial, el título era algo como Cómo escaparte de una
cita terrible. Le enseñaba al lector desde identificar si tu cita
es un vato hasta escaparse del restaurante mientras tu cita te
espera sentada en la mesa pensando que solamente te fuiste
al baño. Mientras me cagaba de la risa leyendo el libro llegó
David.
–¿Que pasó? –le pregunté porque lo noté un poco triste y
agobiado.
–Nada, nomás me preocupa mucho lo que tenemos que
hacer ahora en la noche.
–Ya sé, no es cosa fácil, entiendo que tengas remordimientos
pero la verdad no creo que nos podamos echar para atrás en
este momento. Desde mi punto de vista ya estamos más para
allá que para acá.
–Sí, no, ni creas que estoy pensando en dejar las cosas como
se encuentran ahorita.
–Aguanta tantito, ¿tiene azúcar?
–No, no le puse porque no sé cuánta le pones.
–No hay pedo –me paré y fui a la pequeña repisa que tienen
al lado de la cafetería, donde se encuentra el azúcar, la crema,

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la canela y todas esas chingaderas que terminan echándole al


café para quitarle su sabor natural. En el camino de regreso
observé con detenimiento a David y pude ver la gran confu-
sión que tenía. Simplemente no sabía qué chingados hacer.
Decidí continuar con la conversación –Entonces, ¿qué pedo?
–Güey es que me pongo a pensar en lo que estamos haciendo
y me siento bien culero. No es normal…
–Aguanta, baja tu voz un poco.
–No creo que sea normal que descuarticemos a la morra
por el simple hecho de que no quiero que sepa la gente que
está a mi alrededor. Me pongo a pensar en la mirada que tiene
la morra. Es que, ¡no mames, Moi! Tengo a una morra muerta
en mi tina. Qué quieres que haga con estos pensamientos. No
puedo sacarme nada de la cabeza. Tú crees que el hecho de
que tuve que cargar al cadáver de una morra que me gustaba,
viendo su cabeza descalabrada, un brazo completamente roto,
en fin, ¿tú crees que eso no me molesta o no me afecta en lo
más mínimo?
–Güey, es que…
–No todos somos como tú, no todos podemos separar las
cosas como tú lo haces, Moi. Para mí lo que está tirado en mi
tina sigue siendo Susana. Sé que tú sí puedes separar bastante
el hecho de que lo que está ahí ya no es Susana sino simple-
mente su cuerpo, pero como ya te dije, no puedo separarlo. El
hecho de que tenga que sacarla del agua y cortarle las manos,
los pies y la cabeza no me ayuda bastante. Aparte tengo que
deshacerme de las partes, desangrar el cuerpo y cargarlo al
pick–up. El hecho es que no creo poder realizar todo este tipo
de pasos en tan poco tiempo.
–Güey, mira, te tienes que poner a pensar realmente qué es
lo que quieres hacer. No te quiero decir que hagas una cosa o
la otra, porque realmente no me corresponde decirte qué es lo
que debes hacer. Hay dos caminos, uno es el de la verdad, en
el cual sufrirás las consecuencias de haber escondido eviden-
cias, la investigación de la muerte de la morra, esperar que sus
jefes no la hagan de pedo, cosa que no será nada fácil. Ahora,

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el otro camino es el camino de la mentira, pero si se hace todo


bien no tendrás ningún tipo de consecuencias excepto por
arrepentimiento.
–Pero eso no me ayuda a saber qué es lo que debo hacer.
–Ya sé, no es cosa fácil. Ponte a pensar en los pasos que
deberás hacer para que puedas descansar, si es que decides
seguir por el mismo camino. Si te quieres dar por vencido en
lo que hemos estado haciendo no quiere decir que estés mal
o que seas un pendejo, la neta bien sabes que estoy aquí para
hacerte el paro y no quiero que a la hora de la hora tomes una
mala decisión simplemente porque no querías que te cagara
el palo. Te lo digo como amigo, cualquier decisión que tomes
está bien, no creas que te echaré en cara si llegas a elegir algo
que no apruebo completamente.
–Es que me cuesta un poco de trabajo poder despejar mi
mente para analizar las cosas así como me las planteas.
–Mira, güey. Son las siete cinco, vengo en veinte minutos,
para que por lo menos puedas aclarar bien lo que quieres
hacer.
–Ok, a ver si puedo despejar un poco mi mente para
lograrlo.
–Va pues, nos vemos entonces como en veinte minutos.
–Va.
Me paré de la mesa con mi café, que estaba casi lleno, y me
salí de la tienda. Estuvo bien hacer eso porque tenía ganas de
caminar y dejar solo a David para que solucionara los pedos
que traía. Pobre cabrón. La nochecilla estaba bastante bien,
aún no se oscurecía pero el sol ya se había metido.
Caminé un poco por las tienditas que hay ahí, una tiene
un pequeño puente hecho de madera que pasa por arriba de
una lagunita donde se encuentran varios patos nadando. Al
pasar por ahí, llega uno a un camino que da la vista al mar.
Caminé un ratito por el mar hasta que llegué a una silla estilo
hamaca, la cual estaba en el porche de una tienda, y decidí
sentarme ahí un rato. Esa silla me traía dos que tres buenos
recuerdos, uno era cuando estaba con mi morra y decidimos

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sentarnos un rato en la tarde para descansar. Me quedé un


rato pensando en aquellos no tan viejos tiempos.
Me puse a pensar un poco sobre lo que habíamos hecho
para ver si estaba realmente conforme con mis principios. No
precisamente me refiero a estar de acuerdo con los principios
religiosos. No me gusta hacer cosas que luego me provoquen
inestabilidad emocional. La razón por la cual hacía esto era
por salvarle el cuello a David, el hecho de poder ver mi trabajo
en los periódicos era algo secundario. Si en el momento en el
que entrara a la librería David me decía que había decidido
echarse para atrás en todo el plan, lo apoyaría en un cien por
ciento.
Sentí un poco de comezón cerca de mi talón; los mosqui-
tos me estaban picando, no mucho pero siempre hay uno que
anda chingue, chingue y chingue. Me rasqué, pude ver que
una pequeña roncha que se estaba formando. Para este enton-
ces ya había refrescado, se me hizo piel de gallina.
Consideré que era tiempo suficiente como para que David
pudiera mantenerse estable. Me levanté y me dirigí hacia la
librería, todavía me quedaba la mitad del café. Al entrar al
lugar pude ver que ya se encontraba casi lleno. Sonreí un poco
y me dije: Tienes suerte, cabrón, si llegaban un poco más tarde
les tocaba todo este cagadero.

Ahí estaba David, tal y como lo había dejado, su vaso de


café estaba vacío y en posición horizontal. Él estaba jugando
un poco con la tapadera de plástico que tenía el vaso, mientras
observaba su reflejo por la ventana de la tienda. Me acerqué
a él y le dije:
–¿Qué pedo, güey?
–Qué ondas.
–Nada, fui a caminar un rato y me senté en la hamaca que
está cerca de la tienda de los papalotes.
–Órale, nunca he visto la hamaca pero creo que ya sé por
dónde me dices que está.
–Pero tú qué onda, ¿cómo te sientes? ¿Todo está bien?

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–Simón, he estado pensando sobre lo que me dijiste. Creo


que la mejor decisión es que siga con el plan. Ya no me queda
mucho por realizar, mejor dicho, no nos queda mucho por
realizar.
–¿Ahora sí estás seguro de ello? –le dije con un tono
amable para que se diera cuenta que realmente respetaría el
hecho de que se echara para atrás con todos los avances que
llevábamos.
–Sí, realmente he estado pensando todo detenidamente y
creo que es la decisión que más me conviene por el momento.
No estoy haciendo esto por quedar bien contigo ni con nadie,
simplemente quiero hacer las cosas porque me convienen a
mí. El hecho de que los señores no vean el cuerpo de su hija
no me afecta mucho, después de unos años les puedo mandar
una carta explicándoles lo que sucedió y para que no esperen
que su hija vaya a regresar algún día.
–¡Aguanta, güey! No les vas a contar todo lo que hagamos
ahora, ¿o sí?
–No, simplemente les escribiría con ideas generales de lo
que sucedió en estos días para que sepan por lo menos qué
sucedió con su hija y que no culpen a otra causa.
–¡Ah! Ok, eso suena bien. Creí que te referías a confesar tus
hechos a toda la familia. Te iba a cagar el palo, pues, si lo haces,
no tendría sentido nada de lo que estamos haciendo –dije esto
como que aguantándome un poco la risa, porque realmente
hubiera sido muy estúpido de su parte llegar a hacer lo que
creí que iba a cometer.
–¡Qué! A poco crees que estoy tan pendejo como para hacer
eso. Pinche Moi, a veces me decepciona tu manera de pensar.
–¡Ah! Come mierda.
–Ya vámonos porque si no se nos va a hacer tarde. La neta
qué hueva que pierda el camión esta Susana.
–Sí, tienes razón, ya es hora de irnos.

Con esto dejamos la librería en Sea Port Village, nos subimos


al carro. Eran alrededor de las siete y media, el camión salía a

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Moisés Pacheco Gendrop

las ocho y cuarto. Uno tiene que estar en la estación un poco


antes para no llegar a las carreras. El pedo aquí era más que
nada que no teníamos a nadie para darle las maletas y que se
fuera a San Francisco con el boleto de Susana. No considero
bueno ponerse presión si no hay otra opción, únicamente
podían salir bien las cosas. Definitivamente había bloqueado
la posibilidad que las cosas no salieran como las planeé en un
momento. Una vez tomé uno de esos cursos que te enseñan
a ver las cosas, según esto, de un lado positivo con el típico
comentarista que se la pasa contando chistes y diciéndote de
una manera completamente energética que cambies tu carác-
ter. Como si el hecho de ser un poco apático fuese completa-
mente negativo, así como las experiencias de gente a la cual
le ha cambiado radicalmente la vida tomar el curso y gracias
a éste han cumplido todos sus grandes y egoístas sueños. Al
final del curso terminas aprendiendo en su mayoría pura
cagada. Lo único que aprendí de ese curso y que actualmente
sigo poniendo en práctica es el hecho de que tu mentalidad
puede influir en el resultado de tu día.

La central que buscábamos según David se encontraba en


National City, era la compañía cuyo logo es un perro gris.
Llegaríamos a la central alrededor de las siete cuarenta y cinco;
consideré que fuese tiempo suficiente para poder conseguir
a alguien que quisiera viajar a San Francisco completamente
gratis. Lo único que tenía que pensar en ese momento era
el verbo que tendría que contarle a la persona que decidiera
elegir como mono para trasladar las maletas de National City
al área de San Francisco. Pensé en decirle a la persona que
llegando a la central esperara a Susana para que le diera la
ropa; en caso de que no se encontraran que no se preocupara
por ello, que nosotros la localizaríamos. Normalmente la
persona aceptaría todo, con el objetivo de vender la ropa de
Susana y obtener un poco de dinero, cosa que obviamente nos
valdría madre.

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Nos encontrábamos en National City, el tiempo se pasa muy


rápido cuando uno se da escapaditas mentales. David aparen-
temente se encontraba en uno de sus viajes mentales porque
iba viendo solamente la calle. No sentí en ese momento que
el silencio fuese incómodo, al contrario, lo encontré bastante
relajante. Él ya sabía dónde se encontraba la central. Durante la
comida me preguntó si sabía por lo menos de dónde partía el
camión, le dije que salía de tal línea que se encontraba, según
el boleto, en National City. Se quedó pensando un segundo,
luego me dijo que sabía exactamente dónde se encontraba el
lugar. Entramos al estacionamiento de la central camionera.
–Hemos llegado –dijo rompiendo el silencio que tanto
habíamos disfrutado. Después de no encontrar estaciona-
miento opté por ofrecerme como voluntario en la caza de una
persona que tomara las pertenencias de Susana.
–¿Quieres que me baje a buscar a alguien para el boleto?
–Como quieras.
–No, pues tú dime, güey.
–No. Ya encontré, mira, esta camioneta va saliendo.
–Me ahorré la hueva de buscar a la persona solo.
–Este cabrón cómo se tarda en salir. ¡No mames!
–Tranquilo, güey, no hay prisa. Estamos a tiempo, son las
siete cincuenta –no era bueno que David se bajara alterado
buscando a alguien para regalarle el boleto, simplemente no
confiarían en él.
–Sí, lo que pasa es que no puedo evitar el alterarme un poco,
se me hace difícil traer todo esto en mi cabeza mientras trato
de comportarme como si todo estuviese bien.
–Se me hace que no quedaste bien estacionado. Deja abro
la puerta para ver si no estás pisando la raya –acostumbro a
hacer esto cuando estaciono el carro en los Estados Unidos
porque los gringos te multan por estacionarte tocando una de
sus rayitas pintadas en el pavimento del estacionamiento.
Son mamones los gringos, qué le puede hacer uno.
–¿Está tocando la raya?
–Mmmmm. No, no estás tocando, no hay pedo.

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Moisés Pacheco Gendrop

–Sale pues –apagó el carro y nos bajamos decididos a


convencer a una persona en darle un buen uso al boleto que
teníamos en las manos.
–¿Estás tranquilo?
–Sí, ya logré controlarme bastante bien, gracias.
–Entonces vamos a convencer a alguien.

Hay veces que uno quiere hacer algo que se piensa va a ser
un reto, pero a la hora de la hora termina siendo completa-
mente sencillo. El conseguir a alguien consideraba que sería
una parte del plan que nos podía fallar. No pensé que fallara
por negativo, sino por el hecho de que uno no puede influir en
las decisiones de los demás. Creo que es bastante sospechoso
que lleguen dos cabrones que nunca has visto en tu vida a
ofrecerte un boleto de ida gratis a San Francisco para que les
lleves una maleta. Generalmente la gente que llega a la central
ya trae su boleto, esto no lo habíamos previsto. Al entrar al
edificio con la maletota vimos a una muchacha que estaba
sentada, se veía medio hippiosa39, traía botas, un suéter tejido
bastante madreado con colores que no combinan para nada,
una bufanda que no sé por qué si era verano, y contaba con
los típicos collares y pulseras que cargan todos los hippies; lo
único que le hacía falta era el pinche tambor enfrente.
Consideramos que, como buena hippie, no haría preguntas
y tomaría el viaje gratis a donde fuera, aunque el boleto fuese
para ciudad Juárez. Nos volteamos a ver los dos con una cara
de: ¡qué chingón, ya cayó una pendeja! La sonrisa de David
demostraba el regreso de su seguridad. Nos encaminamos
hacia la señorita, quien se encontraba sentada sobre unas
maletas, considerablemente pequeñas para poder contener
todas sus pertenencias. David decidió comenzar con la conver-

39
Los hippies son un tipo de persona que nomás no llego a digerir, son de
lo peor. No trabajan, se creen que están en contacto con la naturaleza… mas
no aportan nada a ella. Sólo nos quitan aire y espacio.

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sación, mientras yo me quedaba escuchando a este güey para


poder ver cómo aplicaba sus habilidades de convencimiento.
–¡Hi!
–¡Hi! –contestó con un tono extremadamente apático,
tratando de mandarnos a la chingada. Ni siquiera se molestó
en voltear a vernos.
–Ahm. I wanted to ask you if you would be interested in
going to San Francisco.
–I ain’t got no money. Go ask someone else –continuaba
viendo el suelo, posiblemente estaba algo drogada, no lo pude
determinar, el hecho era que se veía bastante perdida.
–I’m not trying to sell you anything. I just wanted to know
if you were interested in using this ticket.
–Huh? –ahora sí volteó la cabrona, con una expresión de
confusión, no sabía si era uno de esos programas culerísimos
como Te Caché, en donde al final le dices a la persona: ¡Era
una broma! No te preocupes, la cámara se encuentra por allá,
y a la persona no le queda de otra más que seguirte tu pinche
chistesito, sonreír a la cámara y saludar.
–Well? Are you interested or not?
–Are you telling me that you’ll give me a free ticket to San
Francisco and I don’t have to do anything?
–I didn’t say that.
–So what’s the catch then? –con cada frase que decía le
brillaban más sus ojos.
–I’ll give you this ticket but you have to promise me that
you’ll deliver this baggage.
–I don’t know, its sounds pretty suspicious to me. Doesn’t
sound right, man.
–I’m only asking for you to check in with the luggage, and
to give it to a friend of mine that’s in San Francisco. She’ll be
waiting for you at the gate, you’ll arrive tomorrow morning at
the station to pick up her things.
–So I only have to check in.
–Yes.
–That’s it?

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Moisés Pacheco Gendrop

–That’s the only thing you got to do.


–What if there’s something illegal in there –dijo señalando
la maleta que traíamos.
–Believe me, there’s nothing illegal inside –se me hace
chistoso que la palabra creer en inglés, believe, contiene entre
sus letras la palabra mentira, lie.
– I don’t know.
–If it makes you feel better, we can open the bag here. Do
you want to open it?
–Ok, sure. That’ll make me feel a lot better.
–Ok then, no problem.

David acomodó la maleta en posición horizontal y jaló el


zipper. La morra se empezó a hacer un poco para atrás como
temiendo que tuviese algún dispositivo que fuera a detonar
la maleta, acabando con todo lo que se encontrara a diez
metros a la redonda. Me caga que la gente, especialmente los
hippies, se la den de bien cabrones, que nada los espanta, que
se la pasan viajando y contando historias extraordinarias, y
cuando se les presenta una buena oportunidad de cambiar de
vida o de hacer algo que les puede ayudar se echen para atrás.
Creo que esa es la razón principal por la que no aguanto a
los hippies, me cagan, no entiendo el pedo de que quieren ser
vegetarianos para ayudar al planeta. ¿En qué puta forma estás
ayudando al planeta? Ellos se defienden diciendo que uno
debe de respetar a los animales, pobrecillos, ellos no tienen la
culpa; ok, lo entiendo, pero a mí me haría mucho más sentido
que para ayudar al planeta fueras carnívoro.
¿Por qué? Porque qué puta manera de ayudar a tu planeta
que comiéndose a los animales que se comen las plantas,
esos cabrones son los malos, los hippies defienden al planeta
comiéndose sus hierbas en vez de comerse a los que se comen
las hierbas. ¡Pendejos!
Abrió la maleta y le hizo ver a la gringa sucia que no había
nada ilegal en la puta maleta. Literalmente tuvo que sacar
toda la ropa para que la vieja viera que no se encontraba nada

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Aquí empieza la patria

que pudiera causarle algún tipo de problema a la hora de


encontrarse de viaje. Sé que en estos días es algo difícil poder
confiar en alguien que simplemente llega a ofrecerte un boleto
para salir de la ciudad pero, chingado, si te demuestra uno que
no hay razón por la cual desconfíes de lo que te está diciendo
es porque realmente no te esconde nada en absoluto.
–Ok, then I believe you guys.
–Thanks –contestó David con una cara de no mames, ya
sino me creías te agarro a madrazos, pinche morra.
–Well the bus leaves in fifteen minutes. So you better hurry
up!
–Ok let me help you pack then and sorry for the
inconvenience.
–No problem, just as long as you deliver this to the proper
person. Don’t worry, well get in touch with her and give her a
description of you to her, and she’ll find you.
–Ok.
–What was your name?
–Crista Watts.
–Ok Crista, its been nice talking to you and I hope you have
a nice trip.
–Thanks, you don’t know how much I needed this, I was
hoping to gather some cash, but I never expected to have this
much luck! Thanks again.
–Your welcome, take care, bye.
–Bye.

Se fue corriendo como pudo, cargando sus maletitas y arras-


trando la que le dimos. No podía creer que las cosas sucedie-
ran tan al chingazo. Nos quedamos en la central hasta que
saliera el camión, queríamos asegurarnos que la vieja usara el
boleto del camión, que no nos fuera a transear y chingarse la
maleta. No nos importaba que la vieja se chingara la maleta
estando ya en San Francisco pero sí que llegara la maleta
allá. La morra se subió al camión y volteó a vernos con una
sonrisa, le regresamos la sonrisa aunque la nuestra expresaba

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Moisés Pacheco Gendrop

un alivio increíble. Todavía cabía la posibilidad que la vieja se


arrepintiera y saliera del camión corriendo, y nos regresara la
maleta intacta; como bien se dice, del plato a la boca se cae la
sopa.
Dejé a David sólo por unos minutos, no soy muy bueno
para los momentos de tensión. Comencé a sentirme un poco
peor porque en cualquier segundo podía cagarse todo esto,
dependíamos de que una pendeja se quedara en el camión.
Me fui a sentar a una banca de concreto que se encontraba
cerca de donde estaba David. Sentado me puse las manos en
la cara apoyando mis codos en mis piernas. Sentía que mi
corazón se me salía de las costillas. A veces me entran ciertos
ataques de paranoia, creo que se debe a que los latidos de mi
corazón son bastante fuertes y logran incomodarme muchas
veces. He llegado a creer que me va a dar un paro cardíaco,
me altero durante diez minutos, obviamente que gracias a mis
nervios mi corazón logra alterarse, cosa que me pone aún más
nervioso. Me encontraba en ese estado, me daba vueltas la
cabeza, comencé a rogarle a Dios porque todo saliera bien, sé
que es algo bastante erróneo rogarle a Dios para que te ayude
a encubrir la muerte de una muchacha de veintitantos años
de edad. Dentro de mi mente había cierta esperanza que me
decía que igual y podía salvarme en ese momento por simple
lástima. Por lo pronto no logró calmarme del todo. Comencé a
pensar que llegaba la policía y cerraban la central y los policías
comenzaban a preguntarle a cada persona si habían visto a
una muchacha, enseñándoles una foto de Susana. Cuando
llegaron conmigo, notaron que me encontraba completamente
deshecho; se dieron cuenta que les podía otorgar información
y que de alguna manera me encontraba ligado al crimen. Sentí
una mano en mi hombro derecho, por unos segundos pensé
que todo se había vuelto realidad. Abrí mis ojos y volteé a
ver quién era, se me había olvidado por completo que estaba
esperando a David. Me echó una mirada acompañada de una
sonrisa dándome a entender que todo había salido bien. En
los siguientes diez minutos logré calmarme.

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–¿Qué horas son? –le pregunté, parecía que me acaban de


dar un putazo en el estómago, y me sacaban todo el aire te
tenía.
–Son las ocho y cuarto, salió puntual el camión.
–Entonces nos falta hablar con el José para ver qué pedo con
su funeraria.
–¿Tienes su teléfono?
–No, pero no hay pedo, lo buscamos en la sección amarilla
o capaz de que todavía lo tengo en mi celular.
–¿Qué pasó con Miguel? ¡No le hemos hablado!
–¡Neta! El cabrón me dijo que me hablaba en la tarde, ha
de haber sido más o menos cuando cruzamos la línea. Ya ni
pedo, qué chingados podemos hacer.
–Tendremos que esperarnos hasta que lleguemos al depa.
–¿Tienes herramientas en tu casa?
–No, tengo solamente un martillo.
–Mmmm. ¿Traes dinero?
–Sí, como unos cincuenta.
–¿Cincuenta qué?
–Pues dólares.
–Ok, entonces vamos al Walmart que está por la Palm
Avenue.
–Chilo. Cuántas veces nos ha salvado el hecho que está
abierta esa madre veinticuatro horas.
–Ya sé güey, sí te saca de apuros –al decir esto me di cuenta
que mi paranoia había desaparecido por completo, no pude
evitar sonreír.
–¿Qué pedo? ¿De qué te acordaste? ¿Por qué sonríes?
–Nada, nomás que todo está saliendo bien, aparentemente.
–¡Levántate!, ¿no, cabrón?, ¿o quieres seguir tirado otra
media hora?
–Ya voy, ya voy. No tienes por qué alterarte, no van a cerrar
la tienda, toma las cosas con calma.

Me paré, me sacudí las nalgas y nos fuimos de la central. Se


sentía en el ambiente que habíamos perdido la tensión con la

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Moisés Pacheco Gendrop

que cargamos la mayor parte del día. A partir de este instante


no teníamos contratiempos, si queríamos descuartizar el
cuerpo de la morra en tres horas lo podíamos hacer, si nos
queríamos meter al cine antes de regresar a Tijuana también
lo podíamos hacer. El único problema que teníamos era
convencer a José de que metiera el cuerpo de la morra junto
con otro cuerpo en el ataúd. Sabía que no iba a ser cosa fácil
pero no teníamos otra opción.
Nos subimos al carro, sin intercambiar palabras, así conti-
nuó el resto del camino hasta el glorioso Walmart. La tienda
no se encontraba lejos de la central, más o menos como a unos
diez minutos; nada más fue cosa de tomar el freeway y salirse
en Palm. Se hace más tiempo en agarrar el freeway que en
llegar a la avenida. Encontramos un lugar para estacionar el
carro exactamente frente a la tienda, no era cosa de impresio-
narnos ya que no mucha gente acostumbra a ir a ese tipo de
tiendas los domingos en la noche. Por lo general a esas horas
las familias se encuentran ya en sus casas metiendo en la
cama a sus pequeñuelos. Apagó el carro y nos bajamos, para
este entonces ya teníamos un poco de hambre combinado
con antojo. Hasta hace poco llegaron a México unas papitas
gringas que realmente saben buenas, son unas que tienen chile
y realmente pican. Mi boca se iba llenando de saliva, ya sabía
que las papitas las podía encontrar casi en cualquier tienda
en Estados Unidos, de pendejo me iba sin comprar una bolsa.
Entramos a la tienda. Era como todos los Walmart, tenía una
cafetería, la ropa de baja calidad, la comida en oferta, etcétera.
David decidió romper con el maratón de silencio.
–Güey, ¿sabes dónde se encuentran las herramientas?
–Se me hace que están por el área de Camping, pero no
estoy seguro.
–Mejor le preguntamos a alguien y nos dejamos de
pendejadas.
–Sí, sí, como quieras –no le estaba haciendo mucho caso
porque andaba buscando un anaquel que tuviera las bolsas
de papas.

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Aquí empieza la patria

David se dirigió a la sección de cámaras para preguntarle al


empleado que estaba ahí dónde se encontraban las herramien-
tas. La tienda no era muy grande pero la verdad no contába-
mos con mucha paciencia en esos momentos. Dejé que David
se fuera a preguntar mientras yo me dirigía al pasillo donde
se encontraban mis papitas favoritas.

Llegando al pasillo me di cuenta que había sabores que


nunca había probado; siempre he sido una persona que es
dominada por la curiosidad, cada vez que sale una comida
diferente me gusta probarla. Estuve a punto de agarrar otra
bolsa de papas, que simplemente decía que el sabor era salsa;
no agarré las nuevas porque temí que la noche no fuera tan
agradable y quería tener por lo menos la garantía de que
disfrutaría el sabor de las papas. Al agarrar las papas volteé
a ver si se encontraba David por ahí y vi que seguía ahí con
el empleado, esperando a que lo atendieran. Fui a las cámaras
para ver qué onda.
–¿Qué pedo? ¿Por qué no te han atendido?
–Ha estado ocupado con el chino que está aquí.
–Órale.
–Pinche Moisés, ya fuiste a agarrar otra vez esas pinches
papas. Pareces un pinche niño chiqueado.
–Cálmate, güey, que luego tú siempre andas comiendo
de mis papas, vas a ver, si no te doy vas a andar chingue y
chingue.
–Claro que no, estás bien estúpido –pude ver en su cara que
sabía que tenía razón, su pinche sonrisa demostraba algo de
culpabilidad.

El compa que estaba atendiendo al chino era un mexicano;


rifan los mexas porque le ponen bastante entusiasmo a su
trabajo, no son como la mayoría de los gringos que cuando
andan atendiendo gente muchas veces no la atienden de la
manera adecuada, no porque no puedan, creo que se debe

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Moisés Pacheco Gendrop

más que nada al hecho de que ellos consideran que merecen


un mejor trabajo. Los mexas, por el contrario, como muchas
veces no cuentan ni con documentos, están a gusto con el
trabajo que hacen y, es más, muchas veces son ellos los que
reciben los ascensos por el simple hecho de haber amado lo
que hacen. Este güey en especial se veía bastante energético,
le respondía las preguntas honestamente al oriental, contán-
dole uno que otro chiste aunque el chino aparentemente
no le hacía caso. Era alto, no como el chino, quienes tienen
fama de ser pinches chaparros, digo pinche chaparro porque
les tengo cierto rencor a los chinos. Esto se debe a que esos
cabrones llegan en barcos a la Baja. No habría problema si
llegaran a trabajar y a levantar al estado como sucede con la
mayoría de los mexicanos que van de mojados a California.
El problema es que los chinos muchas veces llegan y empie-
zan a adueñarse de terrenos frente a las playas, terrenos que
pertenecen muchas veces a mexicanos. Eso me encabrona, me
dan ganas de decirles: ¡Vete a tu pinche país amarillo hijo de
tu puta madre! Como le dicen a la china en una película: “Go
back to China. Bitch!” El chino chaparro compró su cámara y
se desapareció de nuestra vista.
–Buenas noches. ¿En qué puedo servirles?
–Buenas noches…. Pedro –dije al ver el gafete que tenía
colgado del lado derecho de su chaleco azul– Nada más
queríamos saber dónde se encuentran las herramientas.
–¡Ah! Ok, mira, te vas por este pasillo todo derecho, cuando
topes le das a la izquierda y ahí vas a poder ver el letrero
colgado que dice Tools.
–Ah, está fácil. ¡Gracias!
–Sí, cómo no, ya saben, cualquier duda aquí estoy. Se me
olvidó comentarles, ahorita hay una promoción, si compran
el estuche de herramientas de veinticuatro piezas Black and
Decker, se les hace un descuento del cuarenta por ciento en el
taladro de la misma marca. Por si tenían pensado comprar un
estuche de herramientas ya saben cuál les conviene.
–Va. ¡Muchas gracias, Pedro!

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–Sale, hasta luego –dijo levantando la mano para


despedirse.
Encontramos el lugar sin ningún problema, había todo tipo
de herramientas que nos podían servir para descuartizar a
la doncella. Llevaba en mente comprar un tipo de segueta
porque no salen caras y si se les acaba el filo le reemplazas
la lámina que contiene los dientes; unas pinzas también nos
servirían bastante para poder sacarle los dientes a la morra.
Estaba viendo las pinzas tratando de imaginarme cuál podía
ser más útil que las demás. Tenían un mazo en barata a sólo
cinco noventa y nueve, en verdad no sé cuánto lleguen a costar
los mazos pero este se veía económico y bastante resistente.
–Güey, ¿ya viste este mazo? Está de barata, sale en cinco
noventa y nueve.
–Te dije que tengo un martillo en la casa.
–¡Neta! Pero creo que éste está más grande. ¿No lo quieres?
Digo, tú eres el que va a trabajar con esa parte.
Se quedó un momento pensativo, viendo al mazo.
–Creo que sí nos conviene. Mira, lo de menos es venir luego
y cambiarlo, pero hay que llevarnos lo más que podamos.
–Tienes razón. ¡Ah! Tenemos que pasar por un poco de cloro
y toallas para limpiar.
–Simón, antes de irnos pasamos por todas esas madres, no
hay pedo joms.
–¡Vete por un carrito, güey!
–Qué hueva, al rato voy por uno.
–No manches, David, no seas huevón –hizo una de sus caras
de chinga tu madre, pero se tuvo que tragar su berrinche
porque tenía en mente que todo esto se debía a su pendejada.
No era problema mío que a este cabrón le molestara ir por un
puto carrito para facilitarnos cargar las mierdas que compra-
ríamos. Su mal humor le duró muy poco porque cuando llegó
ya tenía varios productos para enseñarle.
–¡David! Watcha este pedo –dije levantando un serrucho
de unos setenta centímetros, con mango de madera– ¿Qué te
parece? Se ve bien, ¿no?

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–A ver. Sí, no esta nada mal, los dientes se ven fuertes, ponlo
en el carrito.
–Ahorita, pero aguanta, watcha esta otra madre –le enseñé
unas pinzas bien perras, de esas herramientas que son mil
usos–. Tienen buen agarre, se ven bastante fuertes y no salen
caras, la neta.
–Ponlas en el carrito. ¿Qué otra cosa nos hará falta? –dijo
mientras echaba un vistazo a todas las herramientas que
ofrecía la tienda.
–No sé –contesté mientras ponía las cosas en el carrito.
–Piensa, a ver qué hace falta –al terminar de hablar se quedó
parado pensando con brazos cruzados y piernas abiertas.
–¡Ocupamos bolsas!
–Ok, aparte de bolsas.
–Bueno, creo que es todo, ¿no?
–Sí, espero que sea todo, por lo tanto tenemos lo más impor-
tante. No hay que preocuparnos.
–Vamos por un poco de cloro y toallas de papel.
–Las bolsas, que no se nos olviden.

Esta vez ya no preguntamos dónde se encontraban las


cosas porque David, mientras fue por el carrito, se topó con el
pasillo que contenía las madres para limpiar tu casa. Al llegar
al pasillo no hubo pedos para escoger lo que ocupábamos, ahí
sí nos fuimos por lo más barato, no había pedo. Las bolsas de
basura estaban a dos pasillos a la izquierda de las toallas, nos
castró porque solamente requeríamos de unas cuantas bolsas
pero tuvimos que comprar toda la caja de bolsas negras para
la basura. En el camino a la caja agarramos unas sodas y un
agua mineral. Íbamos decididos a no salir de su depa hasta
que la mujer quedara en seis partes y todo quedara limpio.
Nos veíamos bastante calmados, estábamos agarrando cura
mientras hacíamos fila para pagar. Nadie se podría imaginar
que uno de nosotros acababa de matar en la mañana accidental-
mente a una morra. El dinero con el que contaba David fue más
que suficiente para pagar todo lo que llevábamos. El siguiente
paso a tomar era el más esperado y más temido de todos.
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Public ReadOnly Property AndItRainedAllNight As
ThomYorke
Get
‘Gets and plays Track 12
mAndItRainedAllNigh = AndItRainedAllNigh
End Get
End Property

Subimos las cosas al carro, cerramos la cajuela y nos trepa-


mos. Ahora sí nos dirigíamos al bello Tijuana. Agarramos el
freeway 5 sur40.

Llegamos a la garita. Cuando uno cruza para México, la


revisión es nula. Hay unos semáforos que se prenden aparen-
temente al azar, la verdad no sé. La gente dice que se debe al
peso del carro, si éste pesa más de lo debido te tocará el foco
rojo y tendrás que pasar a revisión. A nosotros nos tocó el
verde, no hubo problema.

40
Desde el freeway 5 sur se puede ver cómo nuestra ciudad rompe con todo
el orden creado y cuidado por los gringos. Es un desmadre de casas, nuestro
municipio está compuesto por una cantidad idiota de casas, me da coraje, la
gente sigue llegando, invadiendo mi ciudad. Entiendo la razón por la que lo
hacen, pero también sé que muchos de ellos llegan a formar colonias bien
madreadas, donde la gente vive del robo y del crimen. Dañan la imagen
de nuestro país, esa gente que se la pasa pidiendo dinero en vez de pedir
trabajo, ¡pinches huevones de mierda! ¡Pónganse a trabajar! En Tijuana
hay alrededor de novecientas colonias, mientras que los hospitales se
pueden contar con los dedos, las estaciones de bomberos son prácticamente
nulas, los servicios pésimos. La gente sigue llegando a lo pendejo y no lo
podemos parar, lo único que van a lograr es convertir esto en otra ciudad
de México, pudrir la tierra con contaminantes, contaminar el ambiente con
mentes mediocres que no respetan donde viven por la simple razón que no
son de esta tierra que les está dando de comer. Sé que mucha gente viene a
trabajar y hace las cosas bien y con gusto, no me quejo de ellos, el problema
es que la mayor parte de la que viene llega hasta acá a cagar el palo, a rayar
nuestros edificios, a hacer pandillas pendejas, a vender drogas y chingar a
los que tratan de salir adelante. Esos cabrones pueden ir a chingar a su puta
madre, vayan a contaminar sus ciudades pedorras, con su gente cagada que
no aporta nada a la economía del país. ¡Pendejos!

129
Moisés Pacheco Gendrop

Tercera sesión

Agarramos el puente de la derecha, hacia la Revu. En un


abrir y cerrar de ojos nos encontrábamos bajando las cosas
del carro de David. Para este entonces eran las nueve y media.
Venía pensando que tenía que hablarle a Miguel y a José;
uno para ver qué pedo con lo legal y el otro para el paro de
la funeraria. Subimos las cosas al depa de este cabrón. Me
encontraba algo cansado, no me podía ganar el sueño hasta
que no quedara todo listo, teníamos que desaparecer todo a
más tardar en la mañana, por si llegaban a sospechar algo los
padres y por una u otra razón llegara algún detective a la casa
de este güey y nosotros con el cuerpo de la hija tirado en la
tina, con un mazo y un serrucho en mano.

Public ReadOnly Property FadeOut As Song


Get
mFadeOut = FadeOut
End Get
End Property

–Me cagan las escaleras de tu depa, me canso bastante, aquí


es cuando me doy cuenta que necesito hacer ejercicio.
–Ni modos, compita, te aguantas o te aguantas porque no
creo que le vayan a poner un elevador pronto
–Eso es lo peor del caso. Aparte qué pedo con el dueño que
ni siquiera se los renta barato.
–No sé, a mí se me hace que no está tan alta la renta, la neta.
Hemos llegado al palacio –sacó sus llaves de la bolsa y abrió la
puerta. Lo primero que hizo al entrar a la sala fue prender la
luz y dejar las cosas en su sofá; al entrar hice lo mismo.
–¡Mira! Se me cayeron las llaves de mi bolsa. Qué bueno
que fue aquí y no en otro lugar, porque ni en cuenta que no
las traía –las llaves de mi casa eran inconfundibles porque el

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llavero era uno que nadie tenía, era de una caricatura de los
ochenta, llamada Gumby. Creo que es el mono más fácil de
hacer en la historia del entretenimiento infantil.
–David. ¿Dónde andas, güey?
–Aquí, en la cocina.
–Ah, ok. Pensé que estabas en el baño. Me voy a aventar
un cague porque no puedo pensar cuando estoy lleno de
cagada.
–¡Adelante!

El baño olía ya algo raro, no se podía distinguir mucho pero


la verdad es que dentro de poco creo que se volvería insopor-
table el olor. No me mortificó mucho el hedor de la doncella
flotante, ya que sería mucho más intenso el que sería produ-
cido a continuación. Rifa el baño del David por la simple y
sencilla razón de que cuenta con entretenimiento masculino.
No me refiero a revistas porno sino a revistas que cuentan
todo tipo de pendejadas que te hacen tu visita al escusado
bastante agradable. De vez en cuando tiene revistas de
descubrimientos; mientras uno se avienta una obra maestra
en el escusado se puede leer sobre las teorías del origen del
universo, y está cagado por el hecho de que cuando sale uno
del baño comienza a hablar de teorías y descubrimientos. Este
día estaban dos revistas en el canasto, GQ y Maxim. Agarré la
Maxim. En la portada salía Sofía Zamolo, buenísima. Acabé
todo el negocio, me lavé las manos con agua y con jabón, como
mi amigo Pimpón, y salí a la sala.
–Le voy a hablar a Miguel para ver qué pedo.
–El teléfono está en mi cuarto.
–Sí, ya sé dónde –marqué el teléfono del tal Miguelín; estaba
ocupado. Volví a marcar su teléfono, no contestó el cabrón.
Intenté una última vez, nada, entró el buzón de voz, le dejé
un mensaje diciéndole que ya nos encontrábamos en casa de
David para que se comunicara, le dejé el teléfono de la casa
por si no lo tenía. Hablé a la casa de José cruzando los dedos
para que estuviera ese cabrón, ya que si no estaba era volver

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a pensar otra vez en un plan que pudiera funcionar igual o


mejor que éste. Me dio tono, por lo menos no tiene cortado el
teléfono, después de tres sonadas contestó.
–¿Bueno?
–¡Hey! José, ¿qué pedo, güey?, ¿cómo estás?
–¿Quién habla?
–Mmmta mano, ya no te acuerdas de mi, cabrón.
–¡Moi!, ¿qué pedo? No es mi culpa que me hables cada seis
meses. ¿Cómo quieres que te recuerde uno?
–¿Cómo estás?
–Bien, no me puedo quejar. La funeraria ahí va dos tres y
pues… ¡ah! El siguiente semestre me gradúo.
–¡Felicidades! Ya era hora.
–Sí, todavía no sé dónde me toque el servicio médico.
–¡Chilo!
–¿Qué pasó? ¿Qué quieres, güey? Se me hace muy raro que
me hables un domingo casi a las diez de la noche nomás por
nomás.
–Güey, ocupo un parote. Te vamos a pagar y te explico todo
el pedo, pero no por teléfono. Cáele a la casa de mi compa y
aquí te explico cómo está el pedo.
–Pues de qué chingados se trata o qué. Es algo ilegal ¿verdad,
cabrón?
–Ahm, mejor te explico aquí.
–No mames, güey, de qué chingados se trata este pedo. No
pienses que voy a ir hasta la casa de tu amigo nada más por
curiosidad.
–Te va a pagar doscientos pesos este güey nada más por
venir, no tienes que decir que sí ni nada. Nomás vente para
acá y te explicamos cómo está el pedo. Ya es tu decisión si
decides hacernos el paro o no, pero lánzate para acá.
–Tsss. ¿Dónde vive tu pinche amigo?

Le di la dirección de David. Antes de hacer cualquier cosa


teníamos que esperar a que llegara José. Igual y no teníamos
que descuartizarla. Nuestra esperanza en este momento se

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basaba cien por ciento en lo que decidiera este cabrón. Si el


güey nos mandaba a la chingada, no teníamos para dónde
hacernos. Había pensado en irla desmenuzando poco a poco,
e irla tirando por el escusado. Esta técnica ha sido aplicada
varias veces por asesinos en serie; les funciona para unos
cuantos cadáveres, pero en cualquier descuido puede llegar
a taparse una tubería. Esto puede causar pedos porque así
han torcido a todos los que la han aplicado; a la hora que el
plomero abre la tubería se da cuenta de que el problema es un
pedazo de hueso que se fue por el drenaje, mandan exami-
nar el hueso y sale como resultado que es un hueso humano.
Medio día después David se encuentra encarcelado. Otra
forma de deshacerse de un cuerpo era con ácido. Esta opción
era demasiado complicada, tendríamos que llenar la tina con
ácido y ver poco a poco cómo se iba deshaciendo la carne de
la mujer hasta llegar a ser un líquido espeso, el cual se puede
ir por el drenaje sin ningún problema. Este método ya ha
sido empleado por varios asesinos; a uno le falló un pequeño
detalle, que la persona que puso en la tina tenía una denta-
dura falsa, la cual quedó completamente intacta.
Al entrar a examinar su casa la policía se topó con la tina
de ácido y una dentadura en el fondo. Pocos días después fue
arrestado y condenado a muerte. Varias ideas pasaban por
mi cabeza mientras esperaba a que llegara José. Después de
haber analizado todas de una manera detenida, llegué a la
conclusión de que el plan que mejor se acoplaba a nuestras
condiciones era el que tratábamos de llevar a cabo. Muchas
veces puede llegar a creerse que para cometer un crimen hay
un estilo de fórmula que se le aplica a cualquier caso. Este
pensamiento es erróneo. Las soluciones a los crímenes se
encuentran en las enciclopedias de criminología. Cada caso
se resuelve con diferentes procedimientos. El problema cae en
que la mayoría de los criminales no son cultos. Si tan sólo se
tomaran el tiempo de leer un poco sobre sus compañeros de
trabajo podrían así aprender de los güeyes a los que les salió
mal.

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Actualmente se encuentran muchas fallas en el sistema


policiaco, el problema es que la gente inteligente no se les ha
volteado; solamente con que una persona cuerda y capaz se
dedique a cometer crímenes y la policía mexicana dejaría sus
casos sin resolver. No me refiero al caso de Ciudad Juárez, ese
caso es punto y aparte, quién sabe quién esté involucrado en
esos crímenes pero definitivamente no es una persona astuta
o educada, es una persona que tiene dinero. La educación
de la policía mexicana definitivamente debe de aumentar,
no es posible que una persona sin estudios en criminología
sea capaz de engañar a la policía de una de las ciudades más
importantes del país.

Tocaron la puerta. David estaba sentado en el sillón que se


encuentra al lado izquierdo del mío, él viendo al sur y yo al
este. Volteó a verme y se paró para abrirla.
–Buenas noches, ¿es usted David? –se escuchó la voz de
José, quien estaba debajo del marco de la puerta.
–Sí, entonces tú debes ser José.
–Ese mero.
–Pásale, estás en tu casa.
–Gracias.
–¡Moi! ¿Qué pedo? Tanto tiempo sin verte, cabrón.
–Sí, güey, hace mucho tiempo que no nos veíamos –me paré
para abrazarlo, tenía más de un año sin ver a ese cabrón.
–¿Quiéres algo de tomar? –le preguntó David, en un tono
extremadamente amable.
–Un vaso de agua, si no es mucho pedir.
–Va.
–Entonces, ¿qué era lo que me querías decir? –dijo mientras
tomaba su asiento frente al mío.
–Mira, güey –comencé a explicarle– ocupamos tu
funeraria.
–¿Para qué?
–Sucedió algo bien culero, pero esto es de confianza cien por

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ciento, neta que no se lo puedes contar a nadie. Sé que cuando


alguien dice esto normalmente uno no se puede aguantar las
ganas para llegar a contárselo a quien sea. Te pido por favor
que no cuentes lo que te voy a decir ni a un perro.
–Güey, tú sabes que, aunque no nos veamos, podemos
confiar el uno con el otro. Yo también he confiado en ti y gracias
a Dios no me has dejado abajo ni una vez. Estoy dispuesto a
ayudarte en lo que se te ofrezca.
–Mira, la neta… –en ese momento llegó David a la sala con
el vaso de agua, José lo tomó, le dio las gracias con la mirada
y continué. –…tenemos el cadáver de una morra en la tina, y
queremos deshacernos de él.
–¿Qué?
–Sí, tenemos el cuerpo de una morra en la tina y nos quere-
mos deshacer de él. Había pensado que en tu funeraria te ha
de haber llegado un cuerpo completamente deshecho. Uno
tan madreado que no vayan a abrir el ataúd.
–Sí, ¿y luego? –su cara de impacto no se la iba a poder quitar
con nada.
–Luego creí que si le corto las manos, los pies y la cabeza al
cuerpo, sería fácil que cupiera en el mismo ataúd que el señor;
como nadie abriría el cofre, no se enterarían que llevan dos
cuerpos en lugar de uno. Enterrando un ser querido y mis
problemas a la vez.
–A ver, primero que nada, ¿por qué chingados tienen a una
morra muerta en la tina?
–Esa explicación te la tiene que dar David, ahí sí que yo no
tengo nada que ver.
–Este… –en un abrir y cerrar de ojos David se volvió el
centro de atención en el cuarto– Mmmm.
–Dile, cabrón, no te va a pasar nada si le cuentas tu puta
historia de sexo.
–Es… –se esperó un momento, volteó a ver a José y al
verse acorralado, decidió continuar soltando la sopa–. Estaba
dormido, cuando me despertó el sonido de la puerta. Había
una morra a la que le pasaba que estaba buscándome para

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que me la cogiera. Vive con sus jefes pero sus jefes se fueron a
Mexicali durante el fin de semana. Ella llegó como a las cinco
de la mañana, le abrí la puerta y me la empecé a agarrar, la
morra me pidió que me la cogiera. El problema surgió cuando
se me cerró la puerta de la casa y nos quedamos afuera del
depa. Me sugirió que lo hiciéramos en las escaleras; la verdad
no me la quería rifar con los vecinos, dentro de poco tiempo
amanecería y nunca falta el cabrón que sale a las seis de la
mañana a pasear al perro.
–No necesitas contarle todos los pinches detalles, cabrón.
–Déjame, pinche Moisés, así la quiero contar, ¿cuál es tu
puto problema?
–Tienes razón –me paré y fui a la cocina por un vaso de
agua, tenía la boca seca como el algodón.
–Bueno y luego, ¿qué pasó? –le preguntó José algo intrigado
por la anécdota que le estaban contando.
–Le dije que subiéramos al techo, ahí no habría problema de
que nos vieran. Empezamos a tener relaciones, se prensó del
barandal, éste se venció y terminó cayéndose siete pisos.
–¡No mames!
–¿Por qué chingados todos se ríen de mi historia? ¡No es
chistoso que alguien se muera!
–Es que la suerte la traes de la verga. Es tan triste tu pinche
historia que le regresa a ser chistosa –comenté mientras
entraba a la sala con mi vaso de agua.
–Miren, la verdad está cabrón lo que me piden. Estoy
consciente de que ninguno de los dos es un asesino. Es más,
todavía ni me la creo. Se me hace demasiado pasado de vergas
este pedo. Tienes tan mala suerte, David, que te voy a ayudar.
No tengo por qué chingados meterme en estos pedos. Pero
con una condición.
–Lo que quieras, no hay pedo. Tengo un negocio de puertas
y otro de carnes, lo que se te ofrezca cuando sea. No hay pedo,
pídeme feria si quieres.
–Un poco de carne no estaría para nada mal, pero lo único
que te voy a pedir es que, si por algo se joden las cosas y no

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salen bien, tú llevarás todo el peso de los hechos. Tú también


Moisés, no quiero pedos de nada. También su idea suena
bastante cuerda, no le veo mucho problema meter otro cuerpo,
sería cosa de ver al cadáver. ¿Dónde está la tina?
–Es la puerta que está ahí –dijo David señalando el baño
con su dedo índice.

José dejó el vaso de agua en el piso, pegado a la parte inferior


derecha del sillón. Se paró, y nos dijo:
–¿Qué chingados no me lo van a enseñar?

Nos paramos y fuimos los tres al baño. Fui el primero en


entrar, prendí la luz y corrí las cortinas de la tina dando a
conocer el cuerpo de Susana.
–No se ve tan mal. Se metió un buen madrazo en la cabeza
–acabando de decir esto se agachó y, con una pluma que sacó
de la bolsa de su camisa, señaló la descalabrada de la morra–.
Parece que se rompió el cuello, el brazo tiene una fractura
expuesta –nos mostró todos los golpes que a simple vista
pudo ver y nos daba una breve explicación de lo fuerte que era
tal fractura. Luego se volvió a poner de pie–. Estaba bastante
buena la morra, mira que para que se vea así de buena aún
cuando está muerta, es que estaba bastante bien.
–No hay duda que eres amigo de Moisés, dicen las mismas
chingaderas.
–Lo que tienen que hacer, después de cortarle la cabeza, las
manos y los pies, es desangrarla. De preferencia córtenle la
cabeza en la tina y hagan todo ahí. Hay menos probabilidades
de que hagan un cagadero si todo lo hacen aquí. Ahora desán-
grenla, le sacan las víceras y ésas las separan. Yo solamente
les voy a recibir la carne, todo lo demás quítenselo, déjenla lo
más ligero posible. ¿Ya saben qué hacer con lo que no me voy
a llevar?
–Sí –contestó David–. Las voy a mandar a la carnicería. En
la mañana las pongo para que se muelan, hacemos mezclas
para comidas de perro. No hay pedo si lo pongo ahí, mientras

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sean cosas pequeñas, solamente es cosa de ir muy temprano


para que nadie pueda ver, como tengo las llaves de la empresa
no hay pedo, llego y arreglo todo antes de que comience a
llegar la gente.
–Perfecto, creo que ya se arregló todo. Vayan pensando en
qué vamos a sacar el cuerpo. Si se me ocurre alguna forma
para esconderla les aviso o mejor lo traigo.
–Ok, creo que es todo, güey, pero gracias por el parote, no
mames, si no nos hubieras ayudado no sé qué hubiéramos
tenido que hacer para arreglar este pedo. Gracias.
–No hay pedo, Moi, ya sabes que puedes contar conmigo
para lo que quieras –se dirigió a la puerta de la casa para irse
a descansar un rato–. ¡David! Un consejo, a la siguiente coge
en la cama, por algo siempre se coge ahí. Me hablan cuando
acaben.
–Sale, gracias José –respondió David cerrándole la puerta.
–Ahora sí, cabrón, a trabajar.
–No mames, no sé cómo le haré para desangrarla y todo lo
demás.
–Vamos por pasos, primero tráete un cuchillo de la cocina,
uno filoso.

Mientras David se iba por el cuchillo, fui al baño para ir


sacando cualquier cosa que pudiera llegar a mancharse
con sangre. Después de hacer esto le indiqué a David que
teníamos que hacer esto sin ropa, solamente en boxers, para
no manchar ropa que después pueda llegar a usarse como
evidencia en nuestra contra. Una vez que acabamos de sacar
las cosas, le pregunté a este güey la hora, eran cuarto para
las once. Acercamos las herramientas y sacamos todo de sus
empaques. Colocamos las herramientas por tamaños arriba
del lavamanos. Finalmente nos quedamos viendo al cadáver.
–¡Safos! –fue lo primero que pudo salir de mi boca.
–¿Qué?
–Güey, perdón pero la verdad yo no tengo ahorita el
estómago para poder empezar a deshacer a la morra.

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–Ok, tendré que ser el verdadero hombre y hacer las cosas


como es debido.
–No por mamón, pero pinche David, tú eres el que debe
hacer esto si no lo recuerdas. Te dije que te hacía el paro, pero
ahorita no me siento con los huevos suficientes para poder
ayudarte. Puedo ver y asesorarte pero todavía no participaré
directamente en tu festival de carnes.

David hizo un gesto, resultado de combinar la decepción


con la desesperación. No tenía alternativa, cortaba el cuerpo
ahora o al rato, con la pequeña diferencia de que apestaría
más el cadáver. Me pidió que le trajera una bolsa de plástico,
de las del supermercado. Le di la bolsa y un poco de cinta
adhesiva, se nos había ido el pedo y no compramos guantes.
Después de ayudarle a ponerse los guantes agarró el cuchillo;
ya cuando iba a penetrar el cuerpo, decidió bajar el nivel del
agua, para que fuera un poco más estable y que el bulto de
carne no estuviera tan sumergido, ya que perdería visibilidad
a la hora de contaminar el agua con sangre. Al hacer esto
estaba listo para comenzar. Su cara estaba llena de grasa y
sudor, sus ojos mostraban miedo y su mano tenía un pulso de
cirujano con Parkinson. Lo detuve antes de que comenzara.
–Güey, todavía estás a tiempo, sé que no es cosa fácil. Te
entiendo, si quieres echarte para atrás no hay problema, te lo
digo con toda sinceridad –bajó la tapadera del escusado y se
sentó. Se agarró la cabeza con ambas manos mientras con una
seguía sosteniendo el cuchillo. Agarré el cuchillo antes de que
pudiera lastimarse, en voz baja pude escuchar qué decía.
–Lo quiero hacer, nada más me tengo que hacer de la idea
de que el bulto que está en la tina ya no es una persona, es
un pedazo de carne, igual que cualquier otro –levanté del
suelo otras bolsas que había traído para evitar aventarme otra
vuelta a la cocina, y que me perdiera de un poco de acción. En
este momento sentí lo que siente una persona cuando está en
el cine viendo una película que le provoca pánico, el indivi-
duo se tapa la cara pero deja un espacio entre los dedos para

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poder seguir viendo qué sucede. Así me sentía, no quería ver


a un cuerpo mutilado, pero a la vez era tan horripilante que lo
hacía extremadamente llamativo.

Me amarré las bolsas como pude. La mente de David


abandonó la habitación. Por un lado tenía a un güey sentado en
el escusado agarrándose el pelo, murmurándose pendejadas,
quien podía ser sustituido por una estatua de bronce con una
grabadora, y por el otro lado, me encontraba cara a cara con el
cuerpo de una mujer, el cual pedía a gritos que lo penetrara
con el cuchillo que traía en mano. Había tomado la decisión
de descuartizar el cuerpo de Susana. Antes tuve que desvestir
a la muertita. La camisa fue cosa fácil de quitar, ya que se
encontraba abierta gracias al sexo llevado a cabo segundos
antes de su fallecimiento, era negra de cuello grande como
setentero y mangas de tres cuartos. El brassiere fue en lo que
batallé, no sé cómo sean otros hombres pero no soy hábil para
quitarlos, si de por sí cuando estoy con una morra viva y en
plena acción cuesta trabajo, ahora quitárselo a una muerta con
el fin de mutilarla lo hace un poco más complicado. El resto de
la ropa fue cosa fácil. Al acabar esto, David se paró y me dijo
que regresaría en un rato. Se fue a dormir. Creo.

Aún no he logrado entender por qué llegué a involucrarme


tanto en este crimen. No lo disfruté, me cambió completamente
como cuando la gente regresa de la guerra de Vietnam, por
más que traten de ser como los demás y de ver las cosas con
cierta inocencia no se puede. Con cuidado y según como Dios
me dio a entender, hice el primer corte. Coloqué el cuchillo
para cortar cebolla en medio de sus pechos; cinco centímetros
antes de que éstos comenzaran a formarse penetré la piel un
poco. Se notó la mancha de sangre que comenzó a escapar
poco a poco del cuerpo. No sangran como uno espera que
sangren. Un ser vivo sangra de manera exagerada, puesto que
el corazón está en constante bombeo, los cadáveres se compor-
tan de una manera completamente distinta. Presioné, en esta

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ocasión lo hice más fuerte, borré de mi mente el hecho de


que estaba cortando a un cuerpo humano, lo cual logró hacer
las cosas mucho más sencillas de lo que imaginé. El cuchillo
penetró el cuerpo sin resistencia alguna hasta llegar a lo que
consideré ser la columna, en ese momento me pregunté por
qué me había ido hasta el fondo.

Retiré el cuchillo del cadáver, lo dejé remojando un poco en


el agua ya no tan limpia que estaba en la tina, me levanté para
ir a verme en el espejo. No noté ningún cambio en mi persona
física. El hecho de cortar un cuerpo no me había cambiado,
continuaba siendo el mismo Moisés de ayer. Fui al cuarto de
David, ese güey estaba completamente dormido mientras yo
me hacía poco a poco adicto a… no sé si sea la adrenalina o el
hecho de hacer algo bien que consideré que se realizaría sólo
una vez en mi vida, ya que no tengo planes de adelantarle
la muerte a alguien. Desde pequeño me han enseñado a ser
perfeccionista en lo que hago, ahora no iba a ser la excepción,
si a David no le permitían sus nervios continuar con nuestra
tarea, eso no iba a ser lo suficientemente fuerte para parar mis
deseos. Regresé al baño y volví a echarme un vistazo en el
espejo. Ahora sí logré notar los cambios en mi ser físico, mis
ojos expresaban un sentimiento nuevo. Ese sentimiento me
expresaba experiencia, como cuando uno se acaba de graduar
o besa a una morra por primera vez, esa experiencia se puede
ver en los ojos de la persona. Mi teoría es que es una madurez
adquirida en tan poco tiempo que el impacto de ésta puede
hacerse ver en la mirada de una persona. Me hinqué al pie de
la tina y volví a tomar el cuchillo y lo inserté en el agujero que
había dejado hace unos cuantos minutos. Una vez que medio
cuchillo se encontraba dentro del cuerpo de Susana lo fui
deslizando poco a poco hasta llegar al ombligo, el cual estaba
perforado con un arete. Me quedé un rato pensativo, sacando
el cuchillo y limpiándolo un poco con el agua de la tina. En
ese instante me sentí como Lederfeis cuando se encuentra
descuartizando los cadáveres de los jóvenes texanos en una

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mesa de madera como si fueran cerdos. Lo quité con mucho


trabajo y cuidado, ya que no quería por descuido meter la
mano en la abertura que le había hecho. Coloqué el arete
en el lavabo, para que éste no fuera visto por alguien que la
conociera. Por más cuidado que tomara no podía evitar ir
manchando las cosas con sangre, aunque ésta estuviese ya un
poco rebajada en agua se podía ver que era sangre. Continué
el corte hasta la zona púbica.

Al terminar el corte dejé el cuchillo en el lavamanos, me


puse de pie y, con cuidado excesivo, me fui quitando las bolsas
de plástico, las dejó en la orilla de la tina a que escurrieran un
poco de sangre. Fui a la cocina, me lavé las manos por si las
dudas, busqué por todas partes para encontrar unas toallas de
papel y poder limpiar toda la sangre antes de que se secara.
Busqué algún tipo de limpiador de baños. Al fracasar, tomé la
botella del limpiador de ventanas y le eché una buena dosis
a cada toalla. Vi que David estaba por entrar al baño como
para ver de qué chingados se trataba todo lo que había estado
haciendo durante su período de ausencia. Le grité:
–¡David! No entres al baño, ¡todavía no!
Si de por sí cuando no habíamos realizado ningún corte
al cuerpo él se encontraba al borde de la locura, no quería
imaginarme qué chingados podía suceder cuando viera el
cuerpo de su morra abierto desde el pecho hasta el vientre y
el lavamanos manchado con su sangre, así como gran parte
del piso del baño. Mis gritos de advertencia llegaron muy
tarde, cuando acabé de decir el ¡Todavía no!, él se encontraba
en medio del baño viendo a sus alrededores, con una cara de
asombrado, no podía creer lo que veía. Al ver la tina produjo
un ruido extremadamente raro y comenzó a arquearse. No lo
pude creer, este cabrón iba a vomitar en el cuerpo de Susana.
Mientras yo me la pasaba matándome para poder tener todo
limpio, este pinche huevón llegaba y vomitaba todo
–¡No vomites a Susana! –fue lo único que me salió, sentí
que me salieron esas palabras del alma. David se tapó la boca

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deteniendo el vómito con su mano izquierda y lo soltó todo


alrededor del escusado, y digo alrededor porque el pendejo
no le atinó a la taza, sino que grafiteó todos sus alrededores. El
desmadre que dejó en el baño era una escena digna de verse.
Sangre tirada por gran parte del piso, gracias a las goteaderas
de mis guantes, así como a mis descuidos, un cuerpo desnudo
y abierto como si se fuese a preparar para una autopsia, pero
eso no fue suficiente para el señor David, quien tuvo que cerrar
con broche de oro y vomitar arriba de la sangre, la salsa de su
espagueti así como el rojo de los chetos le había dado un toque
final de asquerosidad suprema. El cuarto hedía a muerto, con
vómito y cagada. No soporté el olor, decidí dejar a ese cabrón
solo por un momento antes de matarlo.

Fui al balcón. Casi nunca fumo, por lo regular alrededor de


cinco cigarros al año. Casi nunca suelo ponerme pedo; lo que
evita que haga esto como un escape a mi estrés es el fumar un
cigarro de clavo muy de vez en cuando. Este era uno de esos
días. Saqué de la bolsa de mi pantalón una cigarrera, le queda-
ban dos cigarros, le pedí a Dios que David dejara de hacer
pendejadas. Regresé a la cocina en busca de unos cerillos; no
encontré nada, así que prendí el cigarro con la estufa. Volví
al balcón, disfruté el cigarro como nunca lo había hecho
antes. Siempre he considerado muy estúpido que una persona
dependa de una hierba, llámese tabaco, marihuana, o como
gustes. No puedo creer que a la hora de dejarlo, todo el día se
la pasen pensando en fumar. No soy muy abierto a las adiccio-
nes. Siempre tiene uno que dejar las cosas por algún tiempo
para demostrarse a sí mismo que realmente no se es víctima
de una adicción. Comencé a observar las calles de Tijuana,
pensando en la gente que no alcanzaría a ver el amanecer. En
una ciudad tan problemática como la mía es fácil caer en el
número de personas que dejan de ser una noche para conver-
tirse en una estadística al día siguiente. Muchos de los críme-
nes se quedan sin resolver ya que se deben al narcotráfico. He
mencionado que la mentalidad de Tijuana muchas veces es

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de rancho y creo que se debe mucho a que las cosas que debe
solucionar el gobierno se quedan a medias. La gente es la que
termina por resolver los crímenes y los acertijos que nunca
llegaron a la luz haciendo una ola gigante de chismes y malas
interpretaciones. Escuché ruidos en la cocina, era David. Salió
al balcón para hacer un poco de conversación.
–¿Qué hiciste?
–Cómo de que, ¿qué hice? –apreté mis puños, no podía
esconder el coraje que le tenía a este cabrón, iba bien el
pendejo, no sé por qué de repente cambió todo para volverse
torpe e inservible para la situación–. Estuve haciendo lo que
tú no pudiste hacer en su debido momento. Estuve haciendo
lo mismo que he estado haciendo todo el día. ¡Ayudándote!
¡Pendejo!
–Perdón. Tranquilo, sé que la cagué.
–Ah, qué chilo que te das cuenta después de que embarraste
todo de vomitada.
–Homie, tranquis. No hay por qué encabronarse.
–Quítate el pedazo de papita que tienes en la barba.
–Ah. Tsss, no me di cuenta.
–Estás hecho un asco.
No pude evitar mi sonrisa, este era definitivamente uno de
esos momentos que te cagan bien cabrón cuando sucede pero
al pasar unos minutos te das cuenta que es una pendejada,
una jalada que haya salido todo mal. Como una vez, tuve una
semana para el lado de la chingada. Todo comenzó cuando
recibí una llamada del Consulado Alemán, me dijeron que
acababa de llegar mi visa a Monterrey, para que fuera por ella
lo más pronto posible. El problema fue que yo les había dicho
que no mandaran mi visa a Monterrey sino que la dejaran en
la Ciudad de México, pero ya ves cómo son los pinches licen-
ciados de mierda, la cagan. La razón por la cual quería ir al
De Efe era sencilla, mi novia se encontraba ahí. De esta forma
mataría a dos pájaros de un tiro. Me castró horrible ya que me
iría por varios años del país y deseaba pasar unos últimos días
con ella. Cagado como la chingada fui a una agencia de viajes

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a comprar el boleto de avión para Monterrey. Le pedí de favor


a mi madre que me dejara en el aeropuerto. Ella se encon-
traba en un estado depresivo. Salimos con tiempo suficiente
para llegar a mi vuelo. El pedo fue que, como se encontraba
triste, iba extremadamente despacio, y se me hacía mamón
de mi parte decirle: “Quisiera llegar a tiempo a mi vuelo”.
En el camino nos atoramos con un poco de tráfico, cerraron
uno de los carriles de la carretera. Llegué diez minutos antes
de que despegara el avión, por supuesto que no la libré para
subirme. Llegué a que me cambiaran el boleto, era jueves. El
problema era que si no llegaba a tiempo el viernes, el consu-
lado cerraba y el regreso lo tenía programado para el sábado.
El boleto de ida me lo cambiaron por un vuelo que salió a las
dos de la mañana de Tijuana. Al llegar a hacer mi check in,
me di cuenta de que la agencia de viajes no me dio el boleto
de avión de regreso, solamente lo imprimió en el horario, pero
creí que debía tenerlo la aerolínea por algún error a la hora de
cambiar un boleto por otro. Me fui a las dos de la mañana sin
resolver el problema del boleto, llegué a las diez de la mañana
a Monterrey, sin dormir. Lo primero que hice fue ir al consu-
lado a recoger mi visa. Al recogerla fui al exdepartamento de
David, con las llaves que me dio ese güey para que pudiera
entrar. Ese güey habló con un primo que actualmente vive ahí
y le comentó sobre mi llegada. Dejé todas mis pertenencias
en la recámara de Ernesto41, porque David acababa de dejar
el departamento y su cuarto estaba completamente vacío,
así es que me sentí con la confianza de invadir su cuarto por
unos días. Al hacer esto fui al negocio de un amigo a cagar el
palo un rato, después de hacer unas llamadas le hablé a unos
compas para que pasaran por mí. Íbamos a ir a una fiesta,
pero antes quise ir al depa a darme una aseada.
Cuando llegamos al departamento noté que solo contaba
con dos llaves, pero ahora habían tres chapas cerradas con
seguro. Pensando que estaba ahí el primo de David, le toqué

41
Ernesto es un amigo que conozco desde que éramos unos pequeñuelos.

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la puerta. Una hora después seguíamos sin poder entrar. Me


di por vencido y me fui a dormir a la casa de mi compa. Traté
de localizar a David para que me diera el teléfono de su puto
primo, pero mis esfuerzos fueron en vano. Mi estrés se debía
más que nada a que era viernes en la noche y el sábado en
la tarde me iba a Tijuana. Para esto tuve que comprar otro
boleto de avión, contaba solamente con unas horas en la
mañana para poder abrir la puerta. Al día siguiente fui por
un cerrajero para que abriera y así invadir un hogar que no
era mío. Finalmente pude tomar posesión de mis cosas antes
de regresarme con las manos vacías. Antes de ir al aeropuerto
decidimos ir al cine, al acabar la película nos dimos cuenta
que ya íbamos tarde para el vuelo. Al final pude llegar a mi
vuelo, y rompí con la mala racha.
–Güey, ¿qué chingados tienes? –me dijo David un poco
preocupado.
–Nada, nomás me encabrona el hecho que no salgan las
cosas como las planea uno, ya son las doce y media, no hemos
avanzado mucho aún.
–Ya lo arreglaremos.
–Güey, no sé si te has puesto a pensar en esto pero, mientras
hablamos, tu vómito se está secando y apestando el aire del
área de trabajo.
–Ok, dame las toallas, fúmate tu cigarro mientras voy
limpiando el cagadero que hice.
–Va, de ahora en adelante tú no haces nada a menos que te
lo diga ¿Está claro? –le hice entrega de las toallas de papel.
–Como el agua –acabando de decir esto se retiró a limpiar.
–¡No vayas a vomitar otra vez! –Vi que mi cigarro se había
apagado, lo llevaba a la mitad como todo mal fumador. Me
puse a pensar en cómo cortaría el cuerpo mientras David se
encargaba de recoger. El problema que se me presentaba en
ese instante era cortar las vísceras. He escuchado las palabras
de experiencia de mi amigo José, los intestinos se encuentran
llenos de cagada y, a la hora de cortarlos, sale un hedor incom-
parable, así como de la boca del estómago salen los ácidos.

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Ocuparía una bolsa grande, definitivamente, de las negras


para la basura. Esperaba que el cuerpo se desangrara en la tina
lo suficiente para evitar manchar cualquier cosa que se encon-
trara en el camino hacia la funeraria. Después de un buen rato
de estar quemando mis neuronas para resolver el problema,
opté por dejarlo por la paz. Apagué lo que quedaba del cigarro
y fui a tirar la colilla al bote de basura que estaba a un costado
del lavaplatos del David. Me caga cuando los fumadores dejan
las colillas tiradas por donde van caminando, como pinches
conejos cagando por donde van pasando. Creo que si juntaras
todas las colillas que se encuentran en las calles podrías llenar
el basurero municipal de la Ciudad de México. Me intriga qué
chingados les pasa a esas personas que son incapaces de dar
unos cuantos pasos para tirar su basura en el debido lugar y
lo peor del caso es que todos lo hacen, no solamente la gente
que es clasificada como ignorante sino también la gente que
se identifica como intelectual42. ¡Pendejos! Esos güeyes que
por el simple hecho de saberse autores, músicos o pintores,
que la gente común y corriente no conoce, se hacen pasar
por superiores. Les tengo una noticia a todos ustedes, sus
opiniones no mueven el mundo, lo que mueve a este planeta
es la gente común y corriente. La gente que recoge la basura y
vacía nuestros botes cada semana, la que limpia los edificios
para darles buena presentación, no la gente que les dice que
lo limpien. Sé que la gente muchas veces camina sin direc-
ción, pero la verdad es que sin esa gente no seríamos lo que
somos, lo más seguro es que nuestros días fueran mucho más
complejos y hasta a veces insípidos.

42
Este tipo de persona es de las que más me estresa porque, por lo general,
no leen por querer saber sino leen por poderse sentir mejor que los demás
y por lo general este tipo de personas carece de opinión. Solamente repiten
las críticas de otras personas.

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Moisés Pacheco Gendrop

Fui a ver qué estaba haciendo David. Me quedé parado y


comencé a verlo desde la sala de su departamento, a ver cómo
realizaba su trabajo; si hacía las cosas mal lo corregiría en
un dos por tres. Al parecer se estaba esforzando por hacer
un buen jale. Comenzó por agarrar un trapeador, limpiar de
una manera no muy rigurosa todo aquello que se encontraba
de alguna forma manchado por tinta roja, llámese sangre o
vómito. Al terminar la primera fase de limpieza siguió con las
toallas de papel, todo aquello que estaba sólido, no entraré en
más detalles sobre la sustancia. No tardó mucho en limpiar el
baño, más que su rapidez de limpieza ayudó mucho el hecho
de no ser un cuarto muy grande.

Entré al baño, realmente lo había dejado impecable. El cloro


ayudó bastante a eliminar el colage de olores. Me quité mi
playera, ya que me caga manchar mi ropa, más aún cuando
se trata de sangre o vino tinto. Una noche estaba en una fiesta
de despedida de una morra que realmente no me importaba
si se iba o no, asistí a su fiesta por el hecho que unos amigos
estaban en su casa. La morra era de esas morras que quieren
foto con todos, con cualquier cabrón que se les atraviese
quieren sacarse su puta foto, se la pasan de bola en bola plati-
cando pendejadas superficiales nomás para poder decir que
estuvo en todas partes y se acordó de todos los momentos de
esa noche. Esta cabrona, en uno de sus saltos de bola en bola,
decidió que quería una foto mía y de unos amigos. Posamos
para la foto. Esa vez traía una sudadera nueva, me la había
comprado separando un poco de dinero durante ciertos días,
fui a comprarla a un supermercado. La sudadera no era de
marca pero me gustaba, era de ese tipo de ropa que desde que
la ves sabes que va a ser tu consentida durante un buen rato.
Nos abrazamos todos porque en las fotos tienes que fingir que
te la estás pasando, ¡bien chingón! De esta forma, cuando se
las enseñes a personas que no estuvieron en la fiesta, creerán
que realmente te la pasaste bien en tu despedida, mientras
tanto por dentro sabes que te estás engañando. No lo digo

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por pesimista, sino que considero que los momentos que se


deben de fotografiar no se fotografían ya que se dan cuando
uno menos se lo espera, no cuando fueron forzados. En fin,
posamos para la foto; la niña traía una cámara digital; después
de tomarla, se fijó en la pantalla para ver qué tal había salido
su fotografía. Al ver que había salido con los ojos cerrados dijo
que quería otra. Terminamos de acomodarnos cuando llegó
el clásico cabrón que, al pasar con su violín, se adhiere a la
foto aunque no conozca a una sola persona de las que están
posando para ella. Como he dicho, este caso no fue la excepción,
llegó el fulano con una copa de vino tinto. Mi sudadera sentía
el peligro inminente que esto significaba, la morra le dio la
cámara a un pendejo y éste dijo: “¡Abrácense!”. Al abrazarnos
el imbécil de la copa de vino giró su muñeca y vació la copa
entera sobre: mi hombro, la cabeza de una amiga, el hombro
de otro amigo y la espalda de otra invitada. Lo peor fue lo que
dijo el pendejote al terminar de cagar la fiesta por lo menos
para mí. Recuerdo perfectamente sus palabras: “Qué bueno
que fue vino tinto y no una substancia que les quemara la ropa
y les manchara la piel.” ¿Qué puta respuesta es ésa? ¿Esto es lo
que tu cerebro pudo articular en defensa propia? ¿Por qué no
cerraste con lo clásico? Pudiste haber dicho: “Discúlpenme, sé
que la cagué, no hay pedo, deja veo qué hago”, se puede decir
lo que sea mientras exprese algún tipo de disculpa por la falta
de cerebro. Es por demás, la gente pendeja es un misterio en
este mundo.

Dejé mi camisa en el sofá. Regresé a la tina decidido a


acabar con gran parte del problema que había surgido a las
cinco de la mañana ya del día anterior. Le pedí unas bolsas
negras a David, así como su apoyo en todo aquello que llegara
a necesitar. A estas alturas de la noche no podíamos arries-
garnos a cagarla. La gente suele decir: “Nunca es tarde para
echarse para atrás”, este definitivamente no era ese caso, el
echarnos para atrás involucraba más problemática que seguir
adelante. Comencé por ponerme otra vez las bolsas que hacían

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Moisés Pacheco Gendrop

la función de guantes, esta vez teniendo un poco de cuidado


con la cinta adhesiva. La primera vez que me los puse pegué
el tape en los pelos de mi brazo, lo que hizo muy doloroso el
quitarme los guantes. Como todo ser normal no era fanático
del dolor, por lo que me esmeré en evitarlo en ese momento.
Tomé el cuchillo, corté lo que consideré que era el estómago,
ese fue el momento en el que supe que crucé la línea donde no
hay regreso. Las náuseas me tomaron presa por unos minutos,
lo pude dominar pero aun siendo una persona mayoritaria-
mente objetiva no fue cosa fácil. El color intenso del agua
evitaba el poder observar lo que se encontraba en mis manos.
Eso evitó que perdiera cordura en esos momentos difíciles, la
vista perdida del cuerpo no ayudó mucho a la situación. Corté
la parte superior del órgano que se encontraba en mi mano así
como la parte inferior. Le pedí a David que detuviera la bolsa,
inmediatamente saqué el bulto de carne y lo metí a la bolsa
sin poder ver realmente lo que era. Simplemente supe sobre
su consistencia mas no sobre otras características. Comencé
a cortar órganos a lo idiota, nunca supe qué chingados era
qué y la verdad no me arrepiento de haberlo hecho de esta
manera. Solamente supe de los órganos que son obvios por su
ubicación, el corazón, los pulmones, los intestinos, etcétera.
Lo difícil fueron los intestinos, por el hecho de haberlos
cortado sin querer, lo que provocó una fuga de cagada en la
tina, cagada era lo que menos ocupaba en un momento como
éste. Creo que lo que le sucedió a esta morra en ese día fue lo
último que tuvo en mente que sucedería como consecuencia
de visitar a David en la madrugada de un domingo cualquiera,
aparentemente.

La cagada no la puse en la bolsa, si de por sí ya es mucho


poner carne de una puta muerta en una bolsa, ponerle sus
cerotes creo que es demasiado. Opté por ponerla en donde
pertenece todo pedazo de mierda: en la taza. Agarré el intes-
tino de la morra y comencé a exprimirlo, creo que David
pensó que me había vuelto loco en unos cuantos minutos. La

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verdad no sabría explicarles por qué lo hice, nada más les digo
que lo hice. Exprimí todo lo que pude, vaya que salió mierda,
gracias a Dios no tapé el escusado. Descuartizar un cuerpo
es como subirte a una montaña rusa, al principio no quieres
que llegue a la subida porque sabes que la bajada va a estar de
la chingada, pero cuando acaba el juego quieres subirte otra
vez. Exactamente así es este asunto, no en el sentido de tener
ansias por matar a otra persona, sino más bien cuando uno
está en esta situación lo que busca es llevar las cosas un poco
más al extremo, no quedarte en la orilla. Si vas a ir al infierno
ve al centro de él, no te quedes con la información a medias,
ve al origen del horror pero regresa a la belleza de la vida
diaria. Terminé por arrancar todo lo que consideré que fuera
órgano, a excepción de los ojos y lengua. Una vez terminada
esta tarea agarramos la bolsa negra y la colocamos dentro de
otra igual. Le hicimos un nudo y lo pusimos en la puerta de
entrada. Entre la pared y la puerta, de tal forma que, al abrirla,
la bolsa no podría ser vista por el visitante, a menos que se le
hiciera pasar y cerrara uno la puerta, cosa que no teníamos
planeado hacer en lo más mínimo.

Me había ganado un pequeño descanso de quince minutos,


fui a la cocina y agarré una cerveza. Era alrededor de la una
y cuarto, no vi el reloj pero considero que había pasado cerca
de una hora. Me tomé la birria. David me alcanzó en la cocina
mientras me limpiaba un poco la sangre que había salpicado.
No me importaba ya si me caía sangre o no, no me daba asco
o náuseas, me volví más frío de lo que ya era. Sentí que algo
murió dentro de mí, mas no sé qué parte mía falleció porque
no la he extrañado.
–¿Qué es lo que sigue ahora? –preguntó David.
–Mira, creo que lo que nos es conveniente en este momento
es quitarle el agua a la tina y enjuagar el cuerpo de la morra,
espero que ya no tenga madres dentro de su cuerpo.
–No mames, queda lo más pesado.
–Güey, mientras le corto las extremidades tú las pones en

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las bolsas. Así como también estoy contando con que destrui-
rás la cabeza de la morra con el mazo.
–Sí, te debo mínimo eso. Lo sé. No hay pedo, joms, me lo
aviento.
–¿Ya te sientes mejor?
–Simón, estoy mucho mejor que hace rato. Aún me cuesta
trabajo pensar lo que tendré que hacer pero la verdad es lo
mínimo que puedo hacer por mi propio pellejo.
–¿Güey, tienes unos lentes oscuros que ya no quieras?
–Mmmmm. Simón, ¿por qué? ¿Te molesta la luz?
–Ya verás para qué los quiero. Por lo pronto vamos a poner-
nos a trabajar, entre lo que preparo a la muerta tú consígueme
unos lentes.
–Ok, no se hable más del asunto.
Ese güey se fue a buscar los lentes, yo me puse a buscar
una cubeta para enjuagar el cuerpo. Hallé un tupper lo
suficientemente grande para hacer la función de una cubeta.
Me entró un antojo de escuchar música pero me abstuve. ¿Por
qué? Porque la música tiene un poder, hace que los detalles de
las cosas permanezcan en tu mente. Algo común al escuchar
un álbum es que haga a uno recordar ciertas anécdotas que
sucedieron mientras escuchaba uno el disco. Este no era un
momento digno de recordarse, aunque no me ha servido de
mucho el tratarlo de olvidar. En aquel momento no sabía que
permanecería ese día tan grabado en mí como si fuese tatuado
a mi memoria.

Entré al baño, me coloqué de nuevo mis guantes improvisa-


dos. Después de pelearme un rato con la cinta adhesiva logré
colocarlos en la forma deseada. David entró a la escena con los
lentes oscuros que le había pedido, los dejó sobre el tanque del
escusado. Le quité el tapón a la tina; el agua espesa y colorada
fue drenándose poco a poco, destapando el cuerpo de Susana.
La mirada de los muertos realmente es perturbante, no sé por
qué no se los cerramos cuando la levantamos, la verdad. Creí
haberlo hecho, ahora era demasiado tarde para hacerlo. Sus

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párpados endurecidos no permitirían cambiar su posición ni


a petición del presidente. Dejé que el agua fluyera hasta que
el cuerpo quedara completamente al descubierto. Algo que no
contemplé en ese momento fue el hecho de que el agua se había
metido en el cuerpo de la doncella, era una tina de agua. Me
entró cierta desesperación, le corté un buen pedazo de carne.
Una tira de unos seis centímetros de ancho que corría desde
la parte inferior de su pecho hasta su vientre. Coloqué la tira
en otra bolsa, volteé el cuerpo y dejé que se escurriera toda el
agua. La morra tenía un tatuaje en su nalga izquierda, hubiera
rifado conocerla bien viva. Algo que me atrae mucho es una
mujer con un tatuaje bien colocado. La verdad esta morra sí
era medio putona, no le dije a David porque el vato es muy
especial y es de las personas que no espera que la morra de
sus sueños sea salvaje.

Cuando estuvo drenado el cuerpo de la morra, comencé


a echarle agua para quitarle todos aquellos pedacitos de
carne que salían como resultado de la mutilada. Al termi-
nar de limpiar el cuerpo le hablé a David. El cadáver estaba
boca arriba con la mirada perdida, sabía que perturbaría a
este güey pero quise que supiera qué chingados es lo que se
estaba haciendo, tiene que estar consciente de lo que se llevó a
cabo esa noche, no solamente de lo que hizo él. Entró al baño
esperando que le pidiera algo.
–¿Qué pasó? ¿Qué se te ofrece?
–Mira, güey, mira cómo van las cosas –al echarle un vistazo
a la muertita, sus ojos se abrieron tanto como la cabeza de
Susana al estrellarse con el pavimento.
–¡No mames! ¿Qué chingados?
–La mirada está bien rara, ¿no?
–Güey, es perturbante su mirada, no mames.
–Ya sé, pero ahora mira –agarré los lentes de ese güey y se
los puse a la querida para taparle sus ojitos.
–Con razón, no sabía para qué querías ese pedo. No estuvo
mal tu idea.

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–No sabía con qué podía taparle los ojos a esta cabrona,
porque la neta si está bastante dañada su vista. Ni pedo, a
seguir trabajando. Pásame la segueta, está en la bolsa que
pusimos en el sofá.
–Ok, ahorita te la traigo.

Mientras, llené otra vez de agua la tina. En esta ocasión


no le puse tanta, más bien dejé que le llegara hasta tapar
los tobillos un poco. Me pasó la segueta este güey, le quité
las etiquetas, así como el empaque que traía la chingadera
ésta. Agarré su tobillo a una altura que consideré suficiente.
Comencé a cortar; la carne fue cosa fácil, lo difícil es cuando
uno llega al hueso. La verdad le batallé con el primer pie, el
otro fue mucho más fácil porque ya le agarra uno cierta maña
después de perrearla un tiempo. El chiste es llegar a cortar
un poco más de la mitad del hueso; luego, con el mazo, se le
dan unos buenos golpes al pie y lo va tronando poco a poco,
sin necesidad de cortarlo todo con la segueta. Luego gira uno
el pie lo suficiente para terminar de quebrar todo el hueso, al
final se le da una pasada al pedazo de carne que une la parte
trasera de la pierna y, ¡presto! Logra uno separar en un dos
por tres el pie de su querida difunta.

Dejé escurriendo un poco el pie de Susana. Mientras, seguí


engranado con el otro. Como ya mencioné, fue mucho más
rápido que el primero, esta vez corté toda la carne primero y
dejé una parte pelona, como de unos seis centímetros de ancho,
solamente el hueso para poder romperlo con mayor facilidad.
Hice unos pequeños cortes en el hueso y éste inmediatamente
se venció cuando comencé a golpearlo con el mazo. Giré el pie
como la vez pasada, separando la pieza por completo. Puse
el pie al lado del otro para que se hicieran compañía. Hacían
bonita pareja. Dejé un tiempo la segueta y le pedí una toalla a
David, para limpiarme un poco el sudor de mi frente porque
con toda la adrenalina, el verano, el encierro en el baño y no
sé qué tantas madres más provocaron que comenzara a sudar

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como su puta madre. Este güey se vio buen pedo y me trajo


un vaso de agua con hielos y me limpió el sudor, para que no
tuviera que quitarme las bolsas de plástico. Tomé el vaso de
agua como pude y me atraganté toda el agua que contenía
éste. Le di las gracias a David y continué con la mutilada.

Las manos son mucho más sencillas, el chiste en las manos


es ir cortando a la altura de la muñeca, para safarla con el
menor esfuerzo posible. La muñeca no tiene mucha carne, corté
un poco con la segueta, pero a base de ir girando la muñeca
logré separarla de su dueña. Corté la otra mano de Susana,
primero le quité su reloj y lo coloqué en el tanque de agua del
escusado. Al tener ambas manos en la tina le hablé a David y
le dije que colocara las extremidades de la morra en una bolsa
negra. Mientras se entretenía metiendo las partes a la bolsa,
yo me dedicaba a analizar un poco el cuello para ver de qué
manera podía cortarlo fácilmente. Después de pensarle un
rato, me di por vencido, y comencé por cortar la parte frontal
del cuello. Esta vez utilicé el cuchillo, dejé la segueta para los
huesos. El cuchillo pasaba por la carne como si fuese mante-
quilla. Corté todo lo que pude, lo hice con bastante cuidado ya
que no quería que los lentes de la muchacha se fueran a caer.
Al llegar a la columna el trabajo se complicó, tuve que voltear
el cadáver, hacer unos cortes en la parte trasera y con el mazo
darle unos buenos madrazos para poder safarla un poco. Al
igual que con las partes anteriores, fui girando la cabeza como
pude hasta que logré vencerla, separándola del cuerpo. La
tarea difícil se había terminado, el pedo ya era de David, no
tanto mío. Dejé las cosas y fui a descansar un poco, me senté
en el piso de la sala para no manchar las cosas de sangre, no
sabía qué tan manchado me encontraba, pero en el momento
me valía madre. Lo único que pensé fue en el hecho de llegar a
la meta del día: desaparecer a Susana. Ya podía ver la salida a
los problemas, solamente teníamos que jugarla bien. Le hablé
a David y le dije que le tocaba destrozar la cabeza así como
quitarle los dientes y los ojos. Esos los tiraríamos en cualquier

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drenaje que se nos atravesara. Le marqué a José, mientras este


vato hacía su trabajo de demoledor.
–¿Bueno?
–¡José! ¿Qué pedo? ¿Cómo estás?
–Bien, un poco cansado ¿Cómo va todo el asunto?
–Cero problemas, nada más ocupamos que nos digas qué
debemos hacer ahora.
–Aguantenme ahí. En unos minutos salgo con todo lo
necesario para resolver las dudas que puedan tener. Si todo
salió como se los pedí entonces no veo ningún problema.
–Chilo, entonces, ¿me puedo despreocupar por el
momento?
–Simón, no te preocupes. Deja acabo de comer mi rebanada
de pie de queso y voy para allá.
–Va.
–Sale pues, los veo en un ratito.
–Sale, byes.
–¡Hey! David, que este güey llega en un ratito.
–¿De quién hablas?
–Del José, nomás acaba todo. No nos tenemos que preocu-
par de nada más, él se encargará del resto. Nosotros solamente
nos deshacemos de las bolsas negras.
–Chilo, eso queda en la mañana así es que no hay pedo.
–Simón, mientras no la cagues, cabrón.
–Ya vas a empezar, déjame hacer mi parte, ¿no? Si llega a
salirme mal ya me cagarás el palo en su debido momento, por
lo tanto deja de cagar el palo, jotillo.
–Tienes razón, lo que pasa es que me cagaría ver que todo se
vaya a la basura por una pendejada. Eso es todo.
–Bien, continuaré haciendo lo que me has encargado. Al
terminar espero y este José ya haya llegado.
–Espero.

Me fui a la cocina a limpiarme un poco lo que a simple


vista pudiera echarme de cabeza como un Yac el Destripador.
Estaba limpiándome cuando tocan la puerta, fuertemente.

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David se encontraba agarrando a madrazos la cabeza, el


vato no fue lo suficientemente sutil como para evitar manchar
su propio baño. Únicamente colocó la cabeza de Susana en
el piso y comenzó a soltarle madrazos, cuando pudo haberla
colocado dentro de una bolsa para evitar las manchas de
sangre. Lo perdono porque realmente es un trabajo difícil lo
que le ha tocado y, para no haber hecho nada antes, era como
tenerle miedo a las alturas y de la nada escalar el Everest. Dejé
las toallas en el lavaplatos de la cocina y fui a abrirle a José,
¡qué bueno que había llegado ese cabrón! No quería pasar
el tiempo esperándolo con ansias, pidiendo que no le haya
pasado absolutamente nada. Abrí la puerta. En ese momento
se me vino el mundo abajo. No era José quien estaba parado
afuera.

Mi mente comenzó a soltarme cagadas de palo, ¿por qué


no te fijaste por el visor a ver quién era? ¿Por qué? ¿Qué te
costaba? Salí del departamento cerrando la puerta detrás de
mí como si fuera de salida y como coincidencia se encontraba
alguien esperando que le abriera la puerta. No sabía quién
era pero no quise arriesgarme. Era un señor de unos cuarenta
años de edad, pelón, mal rasurado, panzón, con una camisa
de ropa interior de tirantes y sus boxers azul clarito.
–Buenas noches, ¿se le ofrece algo?
–Sí, venía a quejarme.
–¿Si?
–Son las dos de la mañana y he estado escuchando mucho
ruido desde hace tiempo, no sé qué estén haciendo y la verdad
no me importa. Vengo a pedirles como favor que dejen de hacer
ruido, tengan en consideración que la gente entra a trabajar en
la mañana, si no se calman le voy a hablar a la policía.
–¡No! No hay problema, no hay razón por la cual deba
involucrarse a la policía. Solamente estamos haciendo un
escenario para una obra de teatro que se presentará próxi-
mamente en el CECUT. Estábamos pegando unas maderas, el
problema es que lo tenemos que entregar mañana, pero le doy

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mi palabra que haremos todo teniendo cuidado de no hacer


mucho ruido.
–¿Qué? ¿Están preparando un escenario para una obra? ¿Me
estás diciendo que hacen un escenario para una obra de teatro
a estas horas de la noche, en un departamento y no en un
taller?
–Sí, precisamente eso es lo que le estoy diciendo.
–¿Puedo verlo?
–No.
–Discúlpeme por ser tan metiche pero, ¿por qué no quiere
que un fanático del teatro eche un vistazo a su trabajo? Estoy
casi seguro que será algo digno de verse.
–No enseño mi trabajo, la verdad soy muy celoso de lo que
hago. Pero le diré algo, en cuanto tenga boletos para la obra le
dejaré unos a usted.
–¿En serio?
–Sí, con una sola condición.
–¿Cuál?
–Que me deje trabajar el tiempo que sea necesario, sin
quejarse.
–Lo haré, pero esperaré con ansias la invitación.
–Ok, no se preocupe que la invitación llegará en cuanto
salga la obra.
–Bien y discúlpeme por haber insultado su trabajo… es de
admirarse.
–Gracias y tenga una muy buena noche.

El señor bajó las escaleras, saboreando en su boca la nueva


obra de teatro. Le toqué la puerta a David. Me abrió. El David
era todo un personaje, definitivamente cabía en la categoría
del vecino raro. Presentábamos problemas más serios que
el de cuidar nuestra imagen de cordura por estos momen-
tos. Parecía un zombi, sólo me abrió y regresó a su labor. La
cabeza se encontraba hecha pedazos, estaba buscando dentro
de los pedazos que iban desde pelos hasta sesos y lengua.
Escombraba todo el bulto de carne en busca de los dientes y

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las muelas necesarias para formar la dentadura. Al acabar de


esculcar lo que quedaba de la cabeza, le dije:
–Güey, le debes unos boletos para la siguiente obra de teatro
a tu vecino.
–¿Eh?
–No me preguntes, luego te cuento. Pero debemos invitarlo
a la obra de teatro, que no se te vaya a olvidar, ya ves que no
me gusta quedarle mal a la gente.
–Sí. Te recordaré.
–Bien, ¿quieres que te traiga el trapeador? Para ir limpiando
todo el cagadero que quedó? –parecía una escena de una
película gore estilo Seven, ese tipo de sangre espesa disper-
sada por todo un cuarto.
–Sí, por fa.

Fui por el trapeador, le puse más agua a la cubeta y bastante


cloro para eliminar cualquier color y olor que pusiera resis-
tencia. Al acabar de preparar el líquido para limpiar tocaron
la puerta. Esta vez me cercioré que fuera José, puse mi ojo por
el visor y pude ver la pinche jeta de ese cabrón. Abrí la puerta
para dejarlo pasar.
–¿Qué pasó, muchachas? ¿Listos?
–Ya mero, solamente es cosa de limpiar el baño pero ya
quedó todo prácticamente –le contesté a este cabrón ya que
David estaba ocupado delirando en el baño.
–Bien. Aquí traigo varias cosas, la bolsa para ponerla.
–¡Chilo! Es como la de las ambulancias, ¿no?
–Sí, tengo en la casa por lo de los Delfines.
–Ah, simón, ¿sigues en lo del rescate, entonces?
–Sí, pero ya no tanto como antes.
–Bien, pues, ¿me ayudas a meterla en la bolsa?
–Simón, pero primero limpien bien el baño porque el piso
está de la chingada.
–Tienes razón –agarré el trapeador, para este entonces David
había colocado los restos de la cabeza en la misma bolsa con el
resto de las extremidades. Comencé a trapear, David se paró

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por más toallas de papel e iba recogiendo todo aquello que el


trapeador era incapaz de recoger. En un abrir y cerrar de ojos
quedó todo impecable. Parecía como si hubiésemos invitado
a Maestro Limpio para que nos hiciera el paro con el baño.
Al terminar la limpieza dejamos todos los utensilios en la
cocina. Le hablé a José para que nos hiciera el paro, el güey se
puso sus guantes de latex. Creo que son de latex. Se puso sus
guantes y me dio unos a mí, pero la verdad si esta morra tenía
una enfermedad veneria a huevo que me la habría contagiado,
después de despedazar su cuerpo y su sangre salpicándome
en la cara así como el resto de mi cuerpo. Cargamos el resto de
su cuerpo y lo metimos a la bolsa. Es increíble cómo disminuye
el peso de una persona una vez que se le quitan sus interiores,
no tienen la menor idea de qué tan ligeros somos. Me explicó
cómo debíamos meter al cuerpo en la bolsa para evitar que se
nos cayera. Una vez el cuerpo dentro de la bolsa, lo pusimos
en el piso de la sala de David. Mientras José y yo limpiábamos
la tina, el David le pasaba el trapo a la bolsa para asegurarse
que no hubiese nada de sangre por fuera.
–Bien, hemos terminado de limpiar todo lo que se tiene que
limpiar. De todas formas mañana denle otra pasada. Procu-
ren limpiar la casa completamente durante toda esta semana.
Es la única forma en la que pueden asegurarse de borrar
todas las huellas que pudieron haber dejado atrás -dijo esto
José metiéndose al cuarto de David para esculcar su clóset–.
Ocupo trajes. ¿Tienen trajes?
–David, te habla José, que si tienes trajes.
–Ah, sí, tengo dos.
–Bien, los voy a ocupar.
–¿Para qué? –me ganó la curiosidad y decidí preguntarle
directamente.
–Son para disimular un poco cuando esté bajando por
las escaleras. Así le pongo un gancho dentro a la bolsa, de
tal forma que salga el gancho como si fuese una bolsa para
guardar trajes, y llevo unos cuantos trajes por fuera para
eliminar toda sospecha.

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Aquí empieza la patria

–¿Vas a querer que te acompañemos a la funeraria? –preguntó


el David.
–No estaría nada mal, ¿no? Digo, les estoy haciendo el paro,
lo de menos es que me acompañen -contestó un poco molesto,
la verdad no lo culpo por haberse castrado con David por su
pregunta aunque entiendo a David, ya llevaba casi veinticua-
tro horas no solamente despierto sino despierto y tenso.
Hubo un momento de silencio, para ser sincero ambos
creímos que José Manuel se llevaría el cuerpo para arreglar el
resto del pedo, cosa que iba a hacer pero pidiendo de nuestra
compañía. Me castró horrible, cada vez veía mi cama un poco
más lejos.
–Ya tienes los trajes, ¿qué otra cosa hace falta? –le pregunté
a José.
–Nada, no hace falta nada. Ahora sí nos podemos ir.
–Bien –dijimos David y yo al susamen.

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Moisés Pacheco Gendrop

Public ReadOnly Property El Pico As Ratatat


Get
‘Gets and plays Track 11
mElPico = ElPico
End Get
End Property

Cogimos todas las cosas que tenían que ir con nosotros.


Cerramos la puerta y apagamos las luces, no necesariamente
en ese orden. Bajamos las escaleras, no nos topamos con
persona alguna, aún así valió la pena prevenir. Pusimos todo
en el pick up del José. Arrancamos, fuimos a la Revolución,
por unos momentos nos sentimos a salvo. Hace tiempo que no
tenía este sentimiento de tranquilidad.

Este día había sido completamente absurdo, no sabía si


quería dormirme para que todo se acabara más rápido o
simplemente disfrutar el viaje. Comenzamos a agarrar cura,
pasamos por la Zona Norte, había unos jotillos peleándose,
uno le quitó la peluca a otro y se la aventó a un charco, arrui-
nándole su peluca rosa. Se me hace cagado cómo hacen sus
berrinches. Cuando trabajaba de crono en unas canchas de
fútbol rápido los entrenadores de los equipos muchas veces
hacían berrinches. En una ocasión me tocó que el entrenador,
a la hora de firmar la hoja con el número de goles de cada
equipo, nos rayó toda la hoja.

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Aquí empieza la patria

Public ReadOnly Property FadeOut As Song


Get
mFadeOut = FadeOut
End Get
End Property

Llegamos a la funeraria de este cabrón. Para ese entonces


ya estaba cabeceando, ocupaba algo de comer para traerme
un poco a la vida. Se bajó José a abrir la funeraria y a quitarle
la alarma. No sé para qué ocupa una alarma la funeraria,
solamente les pueden robar muertos o maquillaje. Junto con
David empecé a bajar las cosas de la caja del pick up. Pasamos
a la sala de espera. Esperamos. Este güey tenía que abrir otra
puerta para pasar al cuarto donde arreglan a los muertos.
Después de dejar las cosas en el cuarto le pregunté a José que
si habían unos jot dogs por el área, me dijo que había unos a
unas dos cuadras para abajo, pero que quién sabe si se encon-
traran abiertos a estas horas. Fui al lugar donde se debería de
encontrar el puesto de los perros calientes, pidiendo que se
encontrara abierto. Nunca lo encontré. Toda el área aparen-
taba estar muerta. No los culpaba ya que era domingo, mejor
dicho lunes en la madrugada. Regresé decepcionado, no tanto
con hambre sino con sueño. Abrí la puerta de la funeraria.
Entré, busqué a José y le pregunté:
–Güey, ¿cuánto tiempo vamos a estar aquí?
–Mmmmh, creo que hasta que amanezca. Tengo que acabar
todo, dejar todo listo para que ninguno de los empleados vaya
a echarle un ojo a la caja.
–Tienes toditititita la razón –contesté. David se encontraba
parado frente a José, no se veía bien. Me recordó a Raskol-
nikov cuando comete el asesinato de la viejita así como de la
hermana y su estado anímico se vuelve enfermizo hasta que
confiesa sus crímenes. Para este punto me valía madres qué
sintiera David, me encontraba cansadísimo, prácticamente
muerto–. Ahí me avisan cuando acaben.

www.editorialacero.com 163
Moisés Pacheco Gendrop

–Sí, Mollé –contestó José, con uno de los apodos que tenía
cuando era un pequeñuelo.
–Va.

Salí del cuarto, me acosté en el sofá destinado a la espera.


Un sentimiento de tristeza invadió mi cuerpo, fue un senti-
miento que nunca había sentido con anterioridad. No podía
respirar, mas no sentía miedo, solamente tristeza a un grado
inimaginable. Comencé a llorar, no paraba de llorar, pero este
llanto disminuía mi tristeza. Me sentí agotado. Poco a poco
fui cambiando del mundo real al mundo de los sueños y la
despreocupación, hasta quedar profundamente dormido.

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Anexo 1

Public ReadOnly Property Waves As TheElected


Get
‘Gets and plays Track 11
mWaves = Waves
End Get
End Property

Invierno… un poco más de un año antes de los aconteci-


mientos descritos en las sesiones pasadas. Se ve el centro de
la ciudad desde cien metros de altura y comienza a avanzar
la vista hacia la costa de la ciudad, y se va exactamente por
encima de la frontera. Seis treinta y ocho de la tarde. La direc-
ción cambia al verse el faro de Tijuana, la vista se dirige al faro
hasta llegar a él, donde vuelve a cambiar la dirección hasta
dar a conocer el café.

165
Public ReadOnly Property FadeOut As Song
Get
mFadeOut = FadeOut
End Get
End Property

Me encontraba con David en el Café Latitud 32, por lo


general no considero a este café un lugar excepcional para ir
por el café, sino más bien es un lugar que vale la pena por el
hecho de que está frente a la playa y se encuentra bien ambien-
tado, a excepción de los domingos. Por estas fechas acababa de
regresar del viejo continente. En este momento estaba sentado
en una de las mesas que están en la parte de afuera del café ya
que, a pesar de que era diciembre, estaba un poco más caliente
de lo normal, y como llevaba cerca de año y medio sin ver
el Pacífico y quería escuchar claramente el sonido de las olas
escogí esa mesa. El mar. El mar es de las mejores cosas que he
conocido en mi vida. He pasado varias aventuras en él que me
han hecho admirarlo y respetarlo.

Volteé a ver por qué se estaba tardando este güey en traer el


café. Después vi que se encontraban tres personas frente a él
esperando ordenar. Me quedé pensando un rato en todas las
cosas que habían cambiado desde que me fui hasta mi regreso,
nunca había estado tanto tiempo fuera de mi país. Al regresar
no pude evitar sentir que era un extraño a esta cultura, no por
el hecho que haya olvidado mis raíces, sino me sentía extraño
por el hecho de que la mayoría de la gente no entendería lo
que acababa de vivir y por más que tratara de explicarlo no
lograrían comprenderlo. Esto lo digo porque me sucedió lo
mismo la primera vez que me fui de México. Solamente que
en esta ocasión el sentimiento era mucho más fuerte.
–Toma tu café.
–Gracias –contesté, y tomó el azúcar.
–Simón, no hay pedo.
–Güey.

166
–¿Qué pasó?
–No puedo creer que después de tanto tiempo esté aquí de
nuevo. ¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos aquí?
–Simón. Fue en un domingo, ¿no?
–Sí, se me hace que era domingo porque el lugar estaba lleno
y habían güeyes de esos hippies con fuego y madre y media.
–Sí es cierto y que nos quedamos un rato ahí cotorreando
–dijo señalando un terreno baldío que se encuentra cerca del
café.
–Güey pues ya pasó cerca de año y medio de eso, güey. Qué
mal pedo que no le pudo caer Gaby.
Gaby es una amiga de nosotros que realmente niña, niña
no es; me refiero en el sentido de gustos, no sexuales. Por
ejemplo, una vez le cayó de visita a mi casa en Semana Santa,
que por cierto rifaron esas vacaciones, y una noche vimos una
de mis películas favoritas. La movie es sobre un asesino en
serie, historia basada en Nueva York a finales de los ochenta.
En fin, al regresar ella a Tijuana lo primero que hizo fue
comprar la película. Claro que ninguna de sus amigas vio la
película con agrado pero eso no importa, el chiste es que ella
es la que la disfruta. Otra cosa que rifa de esta morra es que
no tienes las pinches conversaciones pendejas que tienes con
la mayoría de las morras. Con esto no quiero decir que las
mujeres sean incapaces de tener conversaciones inteligentes,
porque de hecho la mayoría de los hombres también tienen
pláticas bastante pendejas. Mi punto es que realmente es una
del grupo.
–Ya sé, güey –contestó un poco más agüitado de lo que
esperaba, probablemente y empezaba a tener sentimientos
por esta morra. Mas espero a que él lo diga antes de saltar
a conclusiones–. Bueno –continuó David–, ahora sí cuéntame
bien qué pedo con las morras porque nomás escuchaba de vez
en cuando que había una nueva o algo así.
– No, pues simón, güey, básicamente esta morra polaca de
la que te había contado ya hace rato.
–Ah, OK, entonces, ¿sí te quedaste con ella?

167
Moisés Pacheco Gendrop

–Simón. Rifó esa morra, la neta, porque tiene los pies en la


tierra. Es como de esas morras en las que realmente puedes
confiar. Que cuando tienes pedos te hace sentir como si
no hubiese problema alguno con el simple hecho de que te
escuche. No sé, güey, rifaba la morra esta.
–Órale, no, pues qué chilo, güey, porque la neta nunca creí
que tuvieras una relación que valiera la pena –Al acabar esto
volteé a verlo como para cagarle el palo pero inmediatamente
continuó con la plática con el fin de no dejarme hablar y poder
parchar lo que había dicho–. O sea me refiero a que la mayoría
de tus relaciones duran un par de meses.
–De hecho –le di un trago a mi café. Ahí sí no podía contra-
decirlo, el muchacho tenía toda la razón.
–Pero pues así es este pedo de las relaciones… digo, no es
como que yo he tenido una buena racha.
–Ya sé, güey –tú también has tenido tus buenas rachas de
valer verga en relaciones que no llegan a nada.
–Y qué pedo pues, ¿cómo conociste a esta morra?, que ya ni
me acuerdo cómo se llama.
–Aga, güey, se llama Aga –me quedé pensando un rato y me
corregí. – De hecho se llama Agniezka pero le dicen Aga.
–Orales, bueno y, ¿cómo la conociste, eh?
–En una fiesta. ¡Ah! ¿Pues te acuerdas que una vez estába-
mos cotorreando por el Messenger que yo andaba medio
ondeado por unos pedos y que había una fiesta pero no sabía
si ir o no y luego me dijiste que fuera, que no valía la pena
quedarme en mi casa valiendo madre?
–No, la neta no me acuerdo, pero simón, sigue.
–En fin, pues total que llegaron unos compas y me dijeron
que le cayera a la fiesta, que estaba bien y que había una morra
que quería pedo conmigo.
–¿Neta? ¿Qué morra?
–La ucraniana, ¿te acuerdas de ella?
–Nope –dijo dándole un trago a su café.
–Simón, acuérdate que fue una vez que fuimos a una fiesta

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Aquí empieza la patria

búlgara que estaba ahí por mi casa y había una morra alta de
pelo café que….
–Ah, simón, simón, ya sé cual. No estaba mal.
–Como dijo Bukowski, “Beautiful thoughts and beautiful
women never last”. Al principio rifaba con esa morra pero
terminó por hartarme bien cabrón.
–¿Neta?, ¿y eso?
–Güey, esta era la morra que se quería casar conmigo.
Comenzó a cagarse de la risa David ya que en un correo le
había contado bastantes cosas de esta morra pero por lo visto
no se había acordado que se trataba de la ucraniana.
–No mames, ¿esa era la vieja?
–Sí güey, esa era.
–No mames, pinche vieja. Todavía cuando me acuerdo de
las madres que me contaste me quedo pensando qué chinga-
dos estaba pensando el Moi cuando salió con esa vieja.
–Güey, pues qué querías que te dijera. La neta si llegara
esa morra sin que la conocieras y te empieza a tirar el pedo a
huevo que te la agarras o sales con ella.
–No, pues sí, pero si me doy cuenta que está loca dejo de
salir con ella.
–Güey, cállate, acuérdate de la stalker que tenías, se la pasaba
siguiéndote a todas partes y tú empeorabas cogiéndotela todo
el rato, güey, así es que no me digas… no me digas.
–Claro que no, güey. Pinche vato exagerado.
–Güey, la neta nomás dime cuántas veces te la cogiste
después de saber que estaba loca.
–No me la cogí más que una vez, güey.
–Güey, no mames, no mientas. No te voy a cagar el palo.
Nomás admítelo.
–Moisés… escucha… No me la cogí más que una vez.
–Vete a la verga, pinche mentiroso.
–OK, OK, OK, OK, me la cogí tres veces, pero en la misma
ocasión.
–Güey, a huevo que te la cogiste más veces, güey. No creas
que no se notaba.

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Moisés Pacheco Gendrop

–OK, a la verga, me la cogí seis veces y una de esas mientras


estaba dormida.
–No mames, si no se despertó es que vales verga bien
cabrón, güey.
–No seas pendejo, güey, no es como que sí me la cogí y nunca
se despertó… –durante todo este rato no podía aguantarme
la risa– a huevo que se despertó, güey, nomás que cuando
empecé la morra estaba dormidita.
–Sí, ya sé a lo que te refieres, yo también lo he hecho, no es
como que si es algo nuevo, pero rifó cagarte el palo–. En ese
instante volteé a ver mi taza de café, que en realidad es un
vaso, y noté que se encontraba vacía.
–Bueno, güey, ya ni me terminaste de contar de Aga. ¿Qué
pasó con ella?
–No pues la morra se fue a Londres a trabajar y pues yo me
vine para acá, digo no es como que puede haber más historia
entre nosotros. Pero lo que sí rifó fue haberla conocido.
–Eso que ni qué, güey.
–Pero la neta sí le tengo mucho cariño a esa morra porque
fue de las personas que en ese tiempo llegué a conocer que
realmente valen la pena. ¿Te acuerdas de cuando me rompí la
costilla?
–Ah, simón, me contó Gaby, ¿cómo pasó? ¿Qué pedo
contigo?
–Calla que…. Ah, olvídalo… El pedo es que, pon tú, esa
morra fue de las personas que me hicieron un parote cuando
andaba valiendo verga por calentura o madres por el estilo.
–No pues era tu morra.
–No me refiero a ese tipo de calentura –lo vi con una cara
diciéndole algo como te quieres pasar de listo pendejo, pero
inmediatamente me salió la sonrisa, porque pues estuvo algo
chistoso en su momento. Tenías que haber estado ahí.
–Ah, y por cierto, no me rompí la costilla como creen ustedes
sino fue diferente.
–¿Neta?
–Simón

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–A ver. Cuenta.
–No.
Se esperó cerca de quince segundos y luego contestó:
–Ándale cuéntame.
–Nel.
–Ya dime.
–Güey, déjalo. No te voy a decir. Aparte de que tus frases no
convencen para nada.
–Vales verga –David, sabía que era inútil discutir, porque
la única razón por la cual no le quería contar era porque él se
guardaba muchas cosas.
–¡Ah, güey! ¿Adivina quién fue a verme?
–¿Quién?
–Adivina.
–¿La Gato?
–Simón.
La Gato es una morra de Finlandia con la que sucedieron
madres, la verdad no me quiero meter mucho a detalle pero
el hecho fue que nos conocimos en un tren y resultó ser que
éramos vecinos y pues comenzamos a vernos. El nombre de
Gato se lo puso Gaby, no sé por qué pero la morra piensa que
parece gato; si me preguntas a mí, Gaby está mal de la cabeza
pero pues convencer a una mujer de algo a veces no es tan
fácil.
–Sí me habías contado de ella, fue como en Semana Santa,
¿no?
–Simón, pero también fue ahora antes de regresarme.
–¿Neta? ¿La morra fue otra vez? ¿Pero ni se llevan tanto,
no?
–Pues la neta no. De hecho a mí también se me hizo un
poco raro que fuera la morra. Pero pues la verdad es que se
me hace muy buen pedo que la morra me visite a pesar de que
vivimos bastante lejos. Además se me hace atractiva, no sé,
tiene algo que sí me atrae de ella, mas no rifa para nada que
es bien insegura.
–Sí, no rifan las personas inseguras, aunque pensándolo

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bien yo también soy inseguro. Pero en realidad creo que


mi nivel de inseguridad no castra tanto como el de algunas
morras que conocemos.
–No, güey, pero esta morra es bastante insegura… No sé, la
neta ya ni quiero hablar de ello.
–Pero, ¿qué le gustas a la morra o qué?
–Pues según ella dice que no hay nada pero la neta no lo
creo. Una de dos: o no se da cuenta ella, o se hace pendeja.
–¿Por qué?
–Porque se me hace raro que, siendo que no nos conocemos
casi nada, la morra decida aventarse viajes de diez horas para
verme, cosa que, ya me confesó, no hace por otras personas.
Mas no sé por qué chingados no hace nada…
–Y, ¿por qué no haces nada tú?
–Porque no le quiero hacer daño. La morra tiene dos que
tres traumas de su infancia.
–¿Pues qué le pasó?
–No sé, pero la neta se nota que tiene traumas la morra…
Como que no quiere que abusen de ella. Le toma mucho
agarrar confianza. Como que yo veo que esta morra me dice
que le llamo la atención por el simple hecho de que va a verme.
Pero ya cuando está ahí se empieza a piratear por el hecho de
que no sabe bien lo que quiere –después de un rato de silencio
contesté–. No sé, por lo menos eso es lo que creo.
–No pues si la morra tiene pedos serios, mejor ni le muevas
porque luego te enredan en todos sus problemas.
–En parte tienes razón, pero sí me gustaría ayudarla…
Aunque no sé cómo.
–Mejor hay que cambiar de tema –dijo David al notar que el
tema estaba agüitando la conversación.
–Simón.
–Ah, güey, ¿te acuerdas del Reyes?
–¿Pepe el próstatas Reyes?
Pepe el próstatas Reyes es un profesor de la preparatoria al
que le quitaron la próstata por cáncer cuando nos encontrába-
mos como en cuarto semestre de prepa. Pero no se preocupen,

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el güey no se murió, sigue ahí cagando el palo con sus clases.


Para todos aquellos que lo conozcan: no ha muerto… aún.
–Nel. El Juan Carlos, el vato de la generación.
–Ah, simón, ¿qué pedo con ese güey?
–No pues me lo topé en Plaza Río.
–Órale, y, ¿qué dice el güey?
–De hecho no mucho, la neta ni cotorreamos tanto. Nomás
estaba pagando unas películas en una tienda y el güey me vió
y me gritó. Estaba bien emocionado.
–Cállate, por qué chingados se va a emocionar ese güey si
ni siquiera se llevaban.
–No sé, pero neta el güey estaba bien emocionado.
–¿Y?
–Estaba con el Robles.
–¿Qué pedo con el Robles? ¿De qué te ríes? ¡Dime!
A este güey cuando algo le empieza a dar risa, significa
espérate cinco minutos a que se le pase la cura y pueda hablar
lo suficientemente claro como para contarte por qué se está
riendo. En ese momento me paré a comprar un chocolate
caliente, tenía antojo de un chocolate abuelita, mas no sabía
si en este café hacían el chocolate caliente con ese chocolate.
Para este entonces ya no había espera en el café y tampoco
había quién atendiera. Me esperé un rato frente a la barra
hasta que llegó una morra como de unos veinte años de edad,
flaca, morena, alta para ser mexicana y bastante atractiva.
–¿Sí tienen chocolate caliente?
–Sí –contestó la morra con una sonrisa.
–¿Y con qué chocolate lo hacen?
–Mmmmmm. No sé, déjame ver –dijo extrañada por la
pregunta poco usual y se puso a buscar detrás de la barra.
Después contestó–. Es chocolate Ibarra.
–¡Ah, chilo! Aún mejor –al terminar de decir esto volteó a
verme sonriendo y se puso a prepararlo.

Silencio.

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Moisés Pacheco Gendrop

Public ReadOnly Property I’m 9 Today As Mum


Get
‘Gets and plays Track 12
mI’m9Today = I’m9Today
End Get
End Property

Moisés voltea hacia atrás para buscar a David, pero ve que


éste se encuentra viendo el mar. Se puede observar a la cajera
mientras hace el chocolate caliente. Ella voltea a ver a Moisés, le
dice algo ininteligible a los ojos del lector y continúa haciendo
el chocolate. Empiezan los dos a platicar. La cajera no para
de sonreír, en este momento la cara de Moisés no es visible.
Comienza a alejarse lentamente la toma mostrando cómo es
el lugar… se logran escuchar ciertas conversaciones pasaje-
ras… a las dos con veinticuatro minutos se acerca a David,
solamente para seguir exactamente por el mismo recorrido
que nos trajo al café.

Public ReadOnly Property Stop as Song


Get
‘Time expressed in seconds
If Time = 198 Then
Stop = mStop
End If
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End Property

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Esta edición de Aquí empieza la patria terminó de imprimirse el 10
de abril de 2009, en los talleres de Editorial Acero, en Monterrey.

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