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“EL CENTRO POLÍTICO”

Les había prometido unas líneas sobre el mal llamado “Centro Político” por parte
tanto de quienes se dedican a la política como a algunos teóricos de la misma que, más
que analizar el problema en cuestión, se dedican a hacerle la venia y genuflexiones a
los gerifaltes del poder político.

Permítaseme, antes, citar unos versos de Don Francisco de Quevedo, que vienen
como anillo al dedo o sucinto prolegómeno al asunto que vamos a tratar:

“No he de callar, por más que con el dedo,

Ya tocando la boca, o ya la frente,

Silencio avises, o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente? “

Pues bien, de eso se trata, de decir lo que se siente: El liberalismo siempre sostuvo
que había que interpretar los vicios privados como virtudes públicas prometiéndonos,
además, que había una mano invisible que velaría por los ciudadanos garantizando que
la suma de los intereses particulares produjera el interés general. De igual manera y en
el mismo sentido se nos dijo que la libertad de comercio produciría su propia
regulación, y, no olvidemos, que nos ha ido bastante mal en esta crisis que los
ciudadanos, que la padecemos, no hemos provocado. Tarde descubrimos que estamos
muy lejos del ideal Kantiano de ser capaces de pensar y decidir por nosotros mismos
conforme a un criterio de universalidad y de respeto a los demás como exige el
imperativo categórico, de ahí la importancia del Estado y de la actividad política bien
orientada.

Pero vamos a lo nuestro. Existe hoy, entre la ciudadanía, un grupo de personas, cada
vez más amplio, que práctica la actividad política a su manera, por fuera de los
partidos políticos y sin su tutela, es más, desconociéndolos y colgándoles algunos
adjetivos que por pudor omito. Lamentablemente tenemos que admitir que tienen la
razón, que su actitud es el resultado, desafortunado, de algunos desaprensivos que
medran de la política y de la dudosa línea fronteriza entre las diferentes ideologías.
Estos ciudadanos, a los que se les ha colgado el san Benito de “el centro político” son
los desengañados de la política, son de alguna manera los infieles de la política, los que
convencidos de la necesidad imperante de una línea ideológica creíble buscan dentro
de los programas de uno o de otro partido propuestas que les permitan conciliar su
voto con sus valores ideológicos y morales. Parece ser que dicha posibilidad nos habla
de un sector de la población que se encuentra situado entre la derecha y la izquierda.
Según esta definición, poco sustanciosa, son aquellos ciudadanos que están colocados
a la izquierda de la derecha y a la derecha de la izquierda y, si leemos entre líneas, cosa
frecuente cuando se habla de política, más dice relación a la capacidad de los partidos
políticos de colocarse en la mejor posición ideológica para ofrecerse en venta por
cuanto se estima que el ciudadano escoge entre lo mejor de las ofertas. Es decir que,
para atraer al centro, es necesario abandonar la ideología que nos identifica como
partido e ingresar, impolutos, a la sopa primigenia; abandonar nuestra identidad para
sumergirnos en el mundo amorfo que representa el centro. Pero es más, a la falta de
politización ciudadana provocada por la inercia de los partidos políticos debemos
agregar la desinformación sobre los asuntos fundamentales del estado, alentada
desde la dirección de los partidos y por los gobiernos de turno, e impulsada desde los
medios de comunicación de masas con el ánimo de imponer criterios y ejecutar
proyectos alejados de la realidad social.

Curiosamente es esta franja de ciudadanos la que últimamente está decidiendo las


elecciones. Es este grupo que viajando de un lugar a otro del espectro político provoca
cambios de mayorías y, por ende, cambios de gobiernos. La clase política,
equivocadamente, cree que esta franja de ciudadanos que vota en diversas direcciones
no tiene criterios ideológico- políticos y que se encuentran en el magma primigenio,
desorientados, en el limbo de la política, lo que han dado en llamar “El Centro
Político”. Nada más alejado de la realidad. Si algo tiene de importancia este sector es
su postura crítica ante la clase política, su creencia pragmática de saberse un sujeto
político decisorio. Está convencido, por encima de todo, que es el ciudadano, el elector
primario, el que le imprime fundamento a la soberanía de la nación y que lo que
decide unas elecciones no es la cara del candidato, ni su talante, ni su carisma, que
también, sino, y por encima de cualquier otro criterio, los programas que presente al
buen criterio de la ciudadanía dentro de los lineamientos de la ideología que dicen
comulgar.

Los partidos políticos en medio de su dogmatismo doctrinal van cayendo en el vacio sin
terminar de comprender que su proceder va en detrimento de la libertad de
pensamiento que tiene una vocación universal de un lado, y de otro, una dimensión
personal inviolable, por ello, las fronteras ideológicas entre los partidos, su filosofía, ha
de ser clara para evitar mal entendidos y engaños. Decía Albert Camus que,”en un
universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente un
extranjero. Este exilio no tiene una salida porque él esta privado de los recuerdos de
una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. El divorcio entre el
hombre y la vida, el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento del absurdo”.
El gran fracaso de la política fue proyectar en el hombre ilusiones que jamás tuvieron
cumplimiento. No comprender, a tiempo, que mantener el equilibrio dialectico entre
política y moral, entre lo colectivo y lo personal es el fundamento para hacer de la
política un acto responsable. El escepticismo que ha generado este proceder político
ha engendrado dudas, entre los electores, que los han forzado a buscar nuevos
caminos de entendimiento para tratar de salvar las brechas que se van abriendo en el
camino poniendo en peligro sus creencias alejadas de dogmatismos y prejuicios. Se
pueden compartir perjuicios con otras personas por simpatía pero jamás por
convicción. Los dogmas se comparten por convicción religiosa pero no por pertenencia
política de partido.

Cuenta Josep Ramoneda que un joven intelectual de Weimar hablando del socialismo
afirmaba: “El socialismo real era como un establo. Todos estábamos dentro cada uno
atado con su propia cadena, pero bajo techo, aunque fuera un techo miserable, con
comida que llevarnos a la boca y con la gran comodidad de tener negada toda
capacidad de tomar iniciativa o responsabilidad. Salir del establo, por maravillosa que
fuera la nueva idea, y no lo es tanto, cuesta mucho trabajo y esfuerzo”. Esta digresión
la podemos aplicar tanto a los partidos políticos como a la democracia que nos rige
hoy día sin ninguna exageración. Parapetados en el grupo, en el nosotros, en la
colectividad los partidos políticos se permiten cualquier disparate con buena
conciencia: La libertad ciudadana, individual, no puede ser coartada en aras de la
seguridad y la responsabilidad política.

Los partidos políticos, sin excepción, han creído que el centro es la panacea, la formula
de oro de la política que les permitirá llevar a efecto todas sus veleidades. Nada más
alejado de la realidad. El centro como realidad política no existe, y, para que exista, es
menester unificar las voluntades de quienes se encuentran en dicho sector, tan alejado
de la política y tan disperso ideológicamente que cualquier intento de unificación sin
una previa politización, es a simple vista, una idea descabellada, una inmensa
humareda que esconde su verdadera realidad. Los políticos, militen donde militen, no
deben olvidar que la primera vez que apareció el centro político fue en Francia, en
época de la revolución francesa, agrupados en “El Pantano”, llamados luego los
“Termidornianos” que se limitaron a observar cómo se despedazaban los verdaderos
agentes de la revolución en la tribuna y luego en el cadalso de la guillotina. El Pantano,
que hoy como ayer se identifica más con la derecha, porque mantiene inalterables sus
principios, que con la izquierda, víctimas de su propia inercia y desinformación, le
abrió las puertas a Napoleón, y luego, como hoy ocurre, fue olvidada, para volver a
sacarla del cajón de los recuerdos en la próxima elección. Los partidos de izquierda no
deben olvidar esta lección acercándose, a eso que han dado en denominar centro, con
claridad ideológica, en el entendimiento de que más vale un voto ampliamente
razonado que una adhesión fortuita, sin fundamento.

Carlos Herrera Rozo

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