Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Carlos Yusti
En 1929 Mitchell dejó su pueblo para irse a Nueva York y convertirse en periodista.
Veintiún años y todo ese caudal de sueños llenando los bolsillos de su alma. Llegó un
día después del desplome de la bolsa, que es el punto de partida de lo que
históricamente se conoce como la Gran Depresión. A pesar de este mal augurio
consiguió empleo en el diario "The World". Se inició como aprendiz de sucesos. Durante
ocho años hizo de todo en algunos otros periódicos. Luego le ofrecieron un puesto
mejor en el "New Yorker", donde permaneció hasta su muerte a la edad de 86 años.
A diferencia del profesor Gaviota, Joseph Mitchell si escribió varias buenas crónicas y
reportajes. Su libro "El secreto de Joe Gould" recopila la historia de este insólito
escritor del no. Compuesto por dos reportajes escritos en épocas distintas el libro nos
acerca una personalidad literaria extraña, mitomanía y vital.
Joe Gould no era un sobresaliente en nada. Su vida era tan desabrida y gris como su
sitio natal Norwood, en Massachusettes. Cursó estudios en Harvard. Después de
graduarse comunicó a su madre su disposición de pasear y meditar. Así paso tres años
dando largos paseos sumido en sus pensamientos, en un rancho de un pariente en
Canadá. Luego fundó una organización para recolectar fondos en pro de la
independencia de Albania. Al poco tiempo se interesó por la eugenesia y decidió
especializarse en indios. Se fue a Dakota del Norte y midió las cabezas de un millar de
indios Chippewas. Como no logra conseguir nuevos fondos para continuar sus
investigaciones se va a Nueva York y consigue empleo en un diario como ayudante de
reportero en la jefatura de policía (los paralelismos con Mitchell son pasmosamente
coincidentes). Llevaba un año redactando crónicas intrascendentes cuando una
mañana, tratando de sobrevivir a una resaca, un fogonazo de inspiración le iluminó la
mirada. Decide dejar todo y convertirse en vagabundo con la idea de escribir la historia
oral de Norteamérica.
El escenario ideal para su debut, en su nuevo rol de historiador itinerante, fue la zona
del Greenwich Village lleno de artistas, cafeterías, bares y tugurios. Con el correr de los
años Joe Gould se convierte en un personaje imprescindible de todo aquel tinglado
cultural y bohemio. En el ambiente se le conoce como profesor gaviota, mangosta o el
chico de Bellevue.
A pesar de esto Mitchell no quiso poner en evidencia a Gould. Desde cierta perspectiva
creía comprenderlo y por ese motivo escribe: "El mecanismo me era fácil de entender,
porque me recordaba que una vez yo había pensado escribir una novela. Por entonces
tenía veinticuatro años y acababa de caer bajo el hechizo del Ulises de Joyce. Mi novela
iba a ser «sobre» Nueva York. También iba a tratar de un día y una noche en la vida de
un joven reportero neoyorquino.(...) Está enamorado de una chica escandinava que ha
conocido en la ciudad, y es tan diferente de las muchachas que ha conocido en el Sur
que le resulta misteriosa, como misteriosa le resulta la ciudad; en su mente la chica y
la ciudad se mezclan por completo." La novela de Mitchell no salió jamás de su cabeza,
pero en sus ensoñaciones juveniles la había terminado e incluso veía la cubierta verde
con letras doradas. Gould y Mitchell en ciertos aspectos fueron espíritus afines.
La historia de Gould y Mitchell demuestra que la literatura es una extraña red que
interconecta a los seres más disimiles y que posee sus reglas mágicas, sus
malabarismos inquietantes donde los escritores ( o los que tienen la firme pretensión
de serlo) se ven entrampados como moscas. Gould lo intuyó siempre y estuvo de
vagabundo huyendo. Aparentar escribir un libro durante cuarenta años es más difícil
que escribir un libro en un año o dos. Y en eso Gould fue un genio consumado. Al final
a Mitchell le pasa como a Sancho Panza, o sea el biógrafo se traspapeló con Gould y
descubrió que se escribe para dejar constancia de nuestras carencias, de nuestra
incompetencia al trabajar con las palabras y la imaginación. Se escribe para dejar en
claro que la vida, a fin de cuentas, es la verdadera literatura y que esta es en muchos
casos un eneblinado espejo, su incompetente remedo.
carlosyust@cantv.net