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05-05-2010
EDUQUEM JUNTS María Fernanda Arana
Conclusión
EDUQUEM JUNTS
María Fernanda Arana
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EDUQUEM JUNTS
María Fernanda Arana
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EL APRENDIZAJE
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Este desarrollo es especialmente notorio durante el primer año de vida. El peso del
cerebro de un recién nacido se estima en unos cuatrocientos gramos. Al finalizar el
primer año ya ha alcanzado el kilo, lo cual es muy significativo en cuanto a velocidad de
desarrollo, porque en lo que le queda por evolucionar hasta convertirse en un cerebro
adulto, no pasará casi nunca del kilo y medio. Y que este proceso de formación esté en
parte condicionado por la información aprendida, sitúa a la educación y el conocimiento
de la psicología del niño en una posición de indiscutible privilegio en cuanto al desarrollo
del individuo.
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El desarrollo del cerebro humano comienza poco después de que el esperma haya
penetrado en el óvulo. El cigoto empieza a dividirse- dos, cuatro, ocho, dieciséis- hasta
que hay cientos de células. Para el decimocuarto día, la minúscula bola de células
empieza a plegarse sobre sí misma.
A partir de aquí comienza un viaje en el que las neuronas deberán ir ocupando el lugar que
les corresponde para ejecutar la función que desempeñarán.
De hecho, alrededor del octavo mes de embarazo, el cerebro del niño tiene el doble de
neuronas que un cerebro adulto. A medida que el cerebro envejece, las neuronas
demasiado débiles o que no se usan serán sacrificadas para dejar conexiones más
eficientes. Una estimulación intelectual en el niño será importantísima desde las primeras
etapas para que este sacrificio neuronal esté bien orientado y no suponga una perdida de
capacidades cognitivas con el tiempo. Cuantas más veces se use una conexión más fuerte
será esa ruta. Lo que hacemos continuamente está, en gran medida, determinado por
nuestras conexiones neuronales, pero con nuestras acciones influimos en cómo esa red
se teje a sí misma. De aquí surge nuestra libertad frente al determinismo genético, nada
más y nada menos que de la plasticidad y permeabilidad de nuestro cerebro hacia
nuestras experiencias. Además, el cerebro, al igual que la especie humana, es social:
donde no hay conexión no hay vida.
Ya hemos visto que el cerebro es un órgano flexible. Y lo es especialmente en las
primeras etapas del desarrollo del niño. La actividad cerebral en estas etapas en las que
toda información es nueva para el individuo supone, además, un consumo nutritivo
especial. Los cerebros de los niños de tres a diez años consumen el doble de glucosa que
un cerebro adulto, porque todavía son menos eficientes y están atareados formando un
gran número de conexiones. Como el cerebro elimina las conexiones débiles, las señales
medioambientales que un niño reciba durante los primeros años serán decisivas para su
desarrollo posterior. Parece comprobado que niños educados en ambientes donde la
comunicación verbal entre los padres es habitual, mejoran sus capacidades lingüísticas en
el futuro, tendrán un mayor vocabulario y mayor facilidad para aprender un idioma. Como
decíamos antes, el cerebro es social.
Fisiológicas
Explorar y jugar
EL VÍNCULO
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Desde la concepción, las necesidades del niño van ligadas al instinto de conservación:
cubrir las necesidades fisiológicas que le permiten sobrevivir y las necesidades
emocionales que le permiten desarrollarse.
De aquí, surgirán las bases de su sentimiento de seguridad y de su futura capacidad de
amar; sólo será capaz de amar desinteresadamente, si él también se ha sentido amado,
y no sólo cuidado.
Es lo que se llama vinculación.
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Como ser social que es, desde que nace, el humano necesita establecer un vínculo
afectivo estable cuya finalidad es garantizar su supervivencia, tanto física como
emocional. Este vínculo, al que llamamos apego, responde a la necesidad primaria (no
aprendida) de sentirse seguro, protegido y próximo a la figura con la que se establece el
apego.
Aunque normalmente la primera figura de apego suele ser la madre, no necesariamente
ha de ser una única persona, sino que también se establecen relaciones de apego con el
padre, los abuelos, los cuidadores habituales o los padres adoptivos en su caso, es decir
con la persona o personas que atienden al bebé de forma prolongada y solícita,
aportándole seguridad y confianza.
Si bien la posibilidad de crear vínculos afectivos permanece a lo largo de toda la vida, el
primer vínculo sienta un precedente para los siguientes. En función de la calidad y
solidez de ese primer vínculo, el niño deposita en sus figuras de apego un cierto grado
de confianza, lo cual le hará reaccionar de diferente manera en situaciones
amenazantes, según haya establecido un apego seguro o inseguro.
El apego seguro, establecido gracias a la habilidad del adulto para responder de forma
adecuada a las señales y demandas del bebé, permitirá que éste alcance un desarrollo
afectivo, emocional y social sano, determinando en parte las relaciones que pueda
establecer a lo largo de su vida.
A pesar de lo que se creía en un inicio, las relaciones de apego se mantienen, se
enriquecen y cambian a lo largo del tiempo, evolucionando y adaptándose a las
situaciones que pueda vivir el niño.
En el caso de niños institucionalizados, podemos ver cómo son capaces de establecer
un vínculo seguro en la figura del educador (apego de transición), para más tarde
recuperar el vínculo con su madre o crear uno nuevo con la familia de adopción, según el
caso.
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Aumenta la autonomía
EXPLORACIÓN + LÍMITES
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Además de las necesidades de la etapa anterior, ahora el niño tiene otras necesidades:
la de valerse por sí mismo.
Es importante que conozca qué puede tocar y qué no. Conviene seguirlo un paso por
detrás, sin interferir en su actividad de exploración, pero a la vez ofreciéndole cortas y
amables explicaciones sobre lo que no puede tocar o no puede coger, guiando su
atención hacia los objetos o las personas que tiene que tener en cuenta en ese momento
para entender las razones de lo que se le está explicando.
MODELAJE
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El niño todavía tiene un sistema perceptivo incompleto. Si la persona que está con él no
comparte el juego (porque no sabe cómo hacerlo, o simplemente porque está cansada),
él lo interpreta como que no es querido o que es abandonado.
Esto también puede ocurrir cuando nace un nuevo hermano y la atención se desplaza
hacia éste.
Lo importante no es la cantidad de tiempo que se dedica al niño, sino la calidad de éste.
A partir del año de vida se inicia la época de mayor sensibilidad del niño por aprender de
lo que captan sus sentidos, porque está más dotado para descubrir el resto del mundo y
es más susceptible de adquirir modelos. Lo que le rodea es una aventura que querrá
experimentar, pero a la vez es un manual a partir del cual, de manera rápida e
imperceptible, aprenderá cómo ser, cómo sentirse y cómo hacer. Es lo que se llama
modelaje.
El modelaje se inicia en esta etapa, pero tiene su momento álgido alrededor de los 3
años.
Emociones y actitudes
Capta el ambiente
VULNERABILIDAD
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El niño imitará lo que ve y oye, pero también las emociones y las actitudes. Capta si hay
malestar, miedo, o tranquilidad y seguridad en sus padres ante un hecho concreto.
A partir de aquí se construye la vulnerabilidad del niño: copiará las reacciones de sus
figuras de modelaje ante cada situación y, en función de su reacción, será más o menos
vulnerable.
Aparece la observación
Comienza la socialización
Una primera fase del juego en esta etapa (hasta los 2 años) es el desmontaje de los
juguetes para conocerlos: “todo lo que toca lo rompe”.
Una segunda fase (a partir de los 2 años) consiste en montar, combinar y crear. Se inicia
así el juego simbólico. Esto implica un desarrollo intelectual importante: el uso de la
fantasía. Para algunos padres es difícil recuperar su propia fantasía, ya que se sienten
ridículos. Es importante compartir el juego con él para que se sienta aceptado,
reconocido y querido. Es una gran ocasión para compartir y para aprender a respetarse
mutuamente.
A partir de los 2 años, el niño y la niña empiezan a sentir curiosidad por su cuerpo y por
el del otro sexo. Es una manera de reconocerse y reafirmarse. Se empieza a ver al padre
y a la madre como modelos de hombre y mujer.
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A esta edad empieza a necesitar situarse dentro del grupo familiar y empiezan las
preguntas sobre los miembros de éste. Esto va unido a la necesidad de aprobación y
aceptación. El niño quiere participar activamente en las cosas de casa o en las
conversaciones de los adultos. También puede verse reflejado en la demanda de
abrazos y besos.
La necesidad de comunicación que había aparecido en la etapa anterior, ahora se
desarrolla con la necesidad de autoafirmarse y de pertenencia. Necesita explicar cosas:
a los adultos y a sus coetáneos. De aquí su necesidad de ser escuchado y de aprender a
escuchar.
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Después de todas las experiencias vividas desde la gestación hasta los 5 años, el niño
ha llegado a tener un concepto de sí mismo y un sentimiento hacia sí mismo fruto de
esas vivencias.
Las vivencias reiteradas provocan una emoción que se convierte en un sentimiento hacia
sí mismo que puede ser positivo o negativo en función de la emoción que los hayan
provocado.
No soy válido
SENTIMIENTO No soy importante
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NoMaríasoy
Fernandacapaz
Arana
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En cambio, si las vivencias negativas son reiteradas, la emoción que se producirá será
negativa y, por tanto, el sentimiento hacia sí mismo y hacia el mundo también será
negativo… y el niño actuará en consecuencia.
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Enriquecimiento de la comunicación
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Estrategias:
La decisión pautada
Normas acordadas
Pequeños encargos
Ir solo a la escuela
Quedarse solo en casa un rato
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Despedida de la infancia
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Este estado lo llevará a una gran actividad reflexiva centrada en si mismo, en cómo es,
qué le gusta, qué puede hacer... Empieza a analizar los hechos y es capaz de ver todas
las posibilidades, cosa que antes no era posible. Esto implica un nivel de reflexión mucho
más avanzado, con razonamientos en ocasiones retorcidos y complejos, lo que aún
puede complicar más el entendimiento.
Este pensamiento rebuscado le llevará a cuestionarse todo lo que tiene que ver con él:
su personalidad, su educación, sus valores, los de sus padres, los del mundo, su propia
sexualidad, la muerte...
Toda esta inseguridad personal le llevará a utilizar la reafirmación para poder superarla.
Pero la paradoja es que vuelve a utilizar el mismo sistema que utilizaba a los 2 años: la
oposición y la negación del otro:
• La crítica sistemática y descualificadora
• La oposición continua
• La defensa del amor propio
Son herramientas que en el adulto consiguen el efecto contrario: su manera de
comportarse puede parecer orgullo, pero no lo es, se trata simplemente de proteger su
mundo emocional y de pedir lo que necesita.
Esta actitud “en contra” de los padres, por un lado es necesaria y le satisface, pero por
otro le hace sentirse mal: quiere a sus padres, pero ya no es lo mismo. Los recuerdos de
tiempos felices con sus padres los ve como algo muy lejano y a lo que no puede volver.
Estrategias
Ayudarlo a soportar la frustración
Utilizar el razonamiento
Ayudarlo a entender que todo no es blanco o negro
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En esta etapa se produce una revisión de la decisión emocional que hizo a los 5 años y
es ahora cuando decidirá continuarla o cambiarla.
Esta etapa tiene una edad de inicio, pero no tiene una edad de final: puede durar unos
años o toda la vida. Las preguntas que el muchacho se haga a partir de ahora serán las
mismas que se haga cualquier adulto en cualquier momento de revisión de su vida.
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El adolescente se hará preguntas sobre sí mismo, sobre los demás, sobre la vida, sobre
el mundo... y lo hará identificándose con el grupo de amigos, cambiará su estética, la
música, la manera de actuar...
El adulto se hará estas mismas preguntas a lo largo de su vida, pero lo resolverá de otra
manera: yéndose a recorrer el mundo, cambiando de pareja, teniendo un hijo,
divorciándose...
Tiene que decidir qué hará el resto de su vida, a qué se dedicará. Para él puede ser muy
angustiante, ya que, por un lado, ya tiene todas las facultades biológicas, intelectuales,
afectivas y sociales de un adulto, lo que le confiere una gran libertad, pero por otro, tiene
que decidir él mismo, que está lleno de inseguridades. Siente que es el momento de
pasar de la dependencia familiar a la confianza en si mismo y en sus propias
capacidades.
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