De Salónica a Caracas Moisés Barzilay Ezratty Por Samuel Akinin
Hoy me toca hablar de mi familia, de mi gente, se me ha pedido que
reviva mi pasado. Voy a tratar de tomar fuerzas para no flaquear en el camino. Esas experiencias de nuestra infancia que para muchos son motivo de orgullo, de celebración, de fiesta, para nosotros, los que quedamos vivos, pero que nos mataron a nuestros hermanos, tíos, sobrinos, abuelos y que nos convirtieron a muy temprana edad en huérfanos de padre y madre son siempre un recuerdo doloroso y muy triste. Muchas veces he querido recordar los detalles, muchas he querido olvidar algunas cosas; mi presente lucha con mi pasado, es una pelea dentro de mi que no termina y que supongo existe en la mayoría de los que sobrevivimos y que perdimos a la mayor parte de nuestra familia. Me llamo Moisés, nací en la ciudad de Salónica al igual que mis padres y mis otros cuatro hermanos. El mayor Jack nació en 1909, Richard en 1911 Rachele en 1915, Matilde en 1922 y yo el menor en el año de 1924. Mis padres: Nathan y Flor. Mi padre era un abogado de renombre en la ciudad, se codeaba con políticos y gente importante, ésto a la larga como veremos más adelante sirvió para mi supervivencia y la de mi sobrino. Recuerdo que de pequeño mi padre me llevaba al micdash, ésta era una escuela en la cual nos enseñaban el hebreo, la religión, nuestras costumbres y a su vez era el sitio donde mi padre rezaba. Vivíamos en la calle Santo Demetrio con la esquina Dejnión. Era famosa por varios motivos, en la casa de al lado nuestro, nació quien después fue el presidente de Turquía Kemal Atatu, éste logró efectuar cambios muy importantes dentro del gobierno turco, entre ellos, él fue el que permitió que las mujeres de Turquía eliminaran el velo que tenían sobre sus rostros, él en su país aplicó muchas de las cosas que había aprendido en Salónica. Durante La Primera Guerra Mundial los franceses estaban ayudando a los turcos, ya que en ese tiempo Salónica formaba parte del Imperio Otomano; viendo que estaban perdiendo la ciudad y para que ésta no cayera en las manos de los alemanes, la quemaron. Mi padre en ese entonces era el dueño de la casi totalidad de esa manzana, reunió una noche a varios oficiales turcos, a capitanes y generales franceses, les preparó una gran fiesta, los halago, hizo con ellos buenas migas y logró que estos no quemaran su casa, después fue el sitio a donde muchos de los refugiados judíos vinieron a guarecerse. Apenas termina la guerra la primera esposa de mi padre, Matilde madre de mis tres primeros hermanos murió, la escasez de medicamentos fue la causa. Mi padre como buen judío siguiendo nuestras costumbres, se volvió a casar, esta vez con su cuñada, se acostumbraba a desposar en segundas nupcias con una de las hermanas de la difunta, la explicación es muy simple; se dice que nadie puede querer a un hijo como su propia madre, la única que no sentiría celos y sería capaz de amar y cuidar con la misma vehemencia es por lógica la hermana, de eso soy testigo, mi madre nunca hizo diferencias, todos éramos iguales, a todos nos quería apasionadamente. En la reconstrucción de Salónica nuestra avenida la ampliaron, nuestra casa fue destruida porque la mitad de nuestra propiedad fue expropiada. Mi padre renuente a alejarse de ese sitio volvió a construir otra casa en lo que antes eran nuestros jardines. Paradójicamente lo que en tiempos de guerra mi padre pudo salvar, en los de paz no. El gobierno la tumbó para permitir el paso a una nueva y más grande avenida. Después de que los turcos fueron obligados a salir de Salónica, los griegos se hicieron cargo. Mi padre quien dominaba el turco estuvo años trabajando como traductor oficial para la municipalidad de manera voluntaria, transcribía los documentos que acreditaban a los judíos como propietarios de sus tierras, ya que todos estaban redactados en turco. Esa fue la época dorada de Salónica, el comercio florecía, las exportaciones de tabaco eran conocidas a nivel mundial, al igual que las aceitunas, aceites vegetales, cigarrillos, dulces, la pesca, algodones y muchas otras cosas. A la salida de los turcos, la mayoría de los pobladores éramos judíos a excepción de los pocos griegos que manejaban la parte gubernamental, Dos sinagogas se destacaban; la de los que venían provenientes de una ciudad yugoslava llamada Monastir y la otra hecha por una familia judía de origen italiano, éstos eran muy ricos provenientes de Modiano Italia y la llamaron la sinagoga de la Señora Faquima levantada en honor de la mamá del señor Jacob Modiano, Los viernes a mediodía los judíos pasaban por la plaza principal, donde se hacia el mercado de la semana, recuerdo que mi madre compraba los huevos ya cocinados, éstos eran de un color marrón oscuro; el mercado era algo así como una feria, un gran alboroto, la clásica discusión para llegar al final siempre al acuerdo amistoso sobre el precio. Describir ese mercado es recordar cosas alegres, más de cinco mil hombres o mujeres acudían todos los viernes a él. El aroma que producían las pipas, las castañas, almendras y otras pepitas al ser tostadas aún las recuerdo. En este mercado principal (Plaza), vendían carne, huevos, pescado y otros productos. Cada uno de los compradores, tenía a su disposición a un judío que era llamado jamal, éste cargaba unas cestas grandes de mimbre con las que acompañaba al comprador y le transportaba los alimentos hasta la casa. Ellos en retribución además de la propina todos los viernes recibían pita con caraotas y carne o pollo, era algo de lo que nos habíamos acostumbrados, los viernes en la tarde uno o dos jamales comían dentro de nuestra cocina lo que mi madre había especialmente preparado para ellos. En Salónica vivíamos rodeados de gran parte de mi familia, dos hermanas de mi mamá, con sus hijos, la abuela Falcona, el abuelo Jacob, de muchos primos y en especial de amigos de mi papá. En las tardes a mi salida del colegio, iba al bufete de mi padre a terminar mis tareas, él personalmente se ocupaba de hacerme la revisión. Luego alguno de sus amigos lo visitaban y salíamos a la avenida principal donde se encontraban muchos cafés tipo europeo, ellos tomaban su Arak y a mi me tocaban las tapas, los pasapalos; las anchoas, las sardinitas fritas, las ricas aceitunas, el sabroso pan con queso griego y tantas otras cosas. En Salónica el mar no era figurativo, estaba siempre presente, las playas eran cristalinas. la gente se bañaba en ellas todos los días. Había un paseo a la orilla del mar llamado el Molo a donde iba a caminar acompañando a mi padre y a sus amigos. Muchos fueron los temas que tocaban, muchas las incógnitas que se me planteaban, este roce con los mayores, es algo que recomiendo, Pensamos a veces que los niños no están a la altura de los temas de los mayores, nos equivocamos, nada mejor que una buena enciclopedia para un niño y ni que decir si ésta es hablada. Con mi padre aprendí muchas palabras ajenas al vocabulario infantil, pero lo que considero más importante al repasar mis recuerdos es que muchos de sus buenos consejos dados en ese tiempo a sus amigos al haberlos grabado en ese entonces sin intención alguna, en ocasiones me han servido en la toma de muchas decisiones. Volviendo a mi familia les diré que mi hermano mayor Jack vivía en Atenas, que para ese entonces estaba controlada por los italianos. Mi hermano Richard había estudiado en Francia, se había graduado de arquitecto y en tiempo de guerra se encontraba trabajando en Israel. Mis dos hermanas se habían casado, tenían hijos. Mi casa era una especie de hotel, mi padre era un hombre de grandes relaciones públicas, siempre traía gente a comer. De uno de sus amigos guardo gratos recuerdos se llamaba Jacob Pelusof, era soltero, él era uno de los que asiduamente comía en casa. Jacob el mejor amigo de mi padre tenía una finca como a unos veinte minutos de la ciudad; los domingos nos preparábamos la familia en pleno, nos montábamos en una carroza tirada por caballos y nos íbamos a la finca. El tenía ganado, oveja, gallina, toda una gama de animales, eran los momentos más placenteros que tenía mi madre, ella disfrutaba el campo, la compañía de sus hijos y nietos. Al pobre de Jacob, haciéndole honor a su memoria debo de decirles que lo deportaron y murió en Auschwitz. En el año de 1940 los italianos declaran la guerra a Grecia, mi hermano Jack se inscribe en el ejército con los griegos para detener la invasión. Los griegos demostraron que estaban capacitados en aquel tiempo para luchar. Ellos lograron no sólo detener a los italianos sino que además los empujan hasta sacarlos de Albania. Contra el ejercito italiano los griegos fueron superiores, pero no estaban a la altura del ejercito alemán, esto nos puede dar una idea clara de contra quiénes teníamos que luchar los judíos, el alemán en ese momento era el ejercito más poderoso y organizado. Ellos vinieron y ocuparon Grecia por el norte, desde Yugoslavia, comenzaron la invasión el día 6 de abril de 1941. Lo triste fue que a finales de ese mes el ejército alemán tenía bajo el yugo de su tiranía a más de 145.000 judíos; 70.000 judíos yugoslavos y 75.000 judíos griegos. A los cuatro meses de haber conquistado Yugoslavia en el mes de agosto de 1941 sacaron a tres mil judíos de sus casas, los llevaron al campo de concentración de Tasmajdan cerca del río Danubio pasando frente a Belgrado y a otro campo llamado Sajmiste. La rutina era que llevaban todos los días a grupos de judíos y los fusilaban. De la región llamada Banat el día 20 de agosto de 1941 los alemanes declararon que ya no quedaba judío alguno. La cultura los conocimientos, las costumbres y la historia de más de treinta pequeñas comunidades había sido destruida, todo había desaparecido para siempre. Hablamos del 6 de abril de 1941 el día que los alemanes invadieron Grecia. Por casi dos años ellos estuvieron haciendo diferentes tipos de censos, pero sin meterse con nosotros los judíos, recuerdo que mi padre creía que ellos nos necesitaban, que no corríamos peligro, porque utilizaban la mano de obra y la experiencia de los judíos para manejar sus exportaciones vía marítima. Cuán equivocados estábamos!. El catorce de marzo comenzaron a decirnos que iban a movilizar algunos judíos, que éstos serían ubicados en Polonia, donde existían más posibilidades de trabajo y el alimento no escaseaba tanto. La primera deportación de judíos de Salónica fue el día 15 de marzo de 1943. 2.800 de nuestros judíos fueron llevados en la primera evacuación directamente a su destino final Auschwitz. De 56.000 judíos establecidos en Salónica 43.850 fueron gaseados en Auschwitz. Lo increíble, lo inaudito era la precisión de su trabajo, la metodología empleada únicamente ante el afán de destruir logró que el 7 de agosto de 1943 día que salió el último tren de Salónica en algo menos de cinco meses dejaron a la ciudad vacía, con un solo judío. Al comienzo como dije anteriormente, mi padre estaba convencido al igual que la gran mayoría de los judíos, que los alemanes no nos tocarían. En ese entonces a él se le ocurrió, hablando con su gran amigo no judío Johani Stathakis quien era diputado, hombre de bien y con muchas conexiones, que teniendo Grecia tantas cientos de pequeñas islitas, los alemanes podrían mandar a todos los judíos a una de ellas, la idea era de que se quedaran con todas las propiedades, las pertenencias pero que no los sacaran del país. Muchos días vi a mi padre convencido de que los alemanes nos irían a permitir ese sueño. En parte se influenció, con el amigo de mi padre, que creía fielmente que esta situación sería posible. Los alemanes comenzaron a establecer en Salónica unos ocho ghettos, el primero nos permitió que nos quedáramos en nuestra casa, al poco tiempo vino la primera mudanza a otro ghetto, después una segunda mudanza, en la medida que las deportaciones cumplían sus metas, el círculo se iba achicando. Fueron días y semanas muy duros, mis dos hermanos mayores como dije anteriormente no estaban con nosotros, Jack desde Atenas que aún no había sido ocupada por los alemanes, nos llamaba para que nos mudáramos, decía que el tiempo se nos terminaba, que nos estaba esperando. Mi padre, hombre probo, no podía ni quería dejar abandonada a su comunidad, a su gente, ni a su familia, él sabiendo que mis abuelos eran mayores, no quiso ni dejarlos solos en Salónica ni correr el riesgo de llevarlos y que en el camino murieran. Pero las angustias cuando vienen, no llegan solas. Mi hermana Matilde dio a luz un varón, a los ocho días estando en el último de los ghettos, mi padre logró que le hicieran el Brit Milá (la circuncisión) esto pasó el mismo día que nos avisaron para que recogiéramos todas nuestras pertenencias, ya que a la mañana siguiente saldríamos deportados en el último convoy. Hoy recuerdo el coraje de mi padre, hoy envidio su tesón, hoy miro al pasado como si lo estuviera viviendo y siento un ahogo en mi garganta, hablo, pienso, recuerdo y lloro. Mi padre consciente de lo que les deparaban los nazis, le quitó el hijo a mi hermana, ella lloraba desconsoladamente, no quería apartarse del recién nacido. El le hacía ver que si en verdad lo quería, su única salida era la de dejármelo a mí y que lo escondiera en la casa de su amigo de toda la vida. Ver a mí hermana llorando, a mi cuñado y a mi madre, me rompía el corazón, yo no quería apartarme de los míos, no era posible lo que me pedía mi padre, que los abandonara. Me preguntaba qué sería de mí sin ellos, cómo podría vivir, sin saber lo que les iba a suceder, no me quería apartar de mi madre, ella era para mí algo muy especial. Mi padre como buen abogado convenció a mi hermana de que por el bien de su hijo, para que sobreviviera, no lo podía llevar en un viaje en tren donde todo era incomodidades, donde el trayecto era de varios días, la gente apretujada no tendría cuidado de la criatura y la falta de comida y de oxígeno, acabarían con cualquier posibilidad de vida. Mi padre tenía razón, ninguno de ellos logró sobrevivir. Luego de convencer a mi hermana y a mi cuñado mi padre me dio una orden: despídete de tu madre, de todos, e inmediatamente coge al niño y vete con mucho cuidado. Mis hermanas me decían sin parar “cuida a David”, “cuida a David”, una sola era la petición, David era mi completa responsabilidad. Mi padre siguió dando instrucciones, “trata de que los alemanes no te sorprendan”, “ve con mucho cuidado”, “fíjate en las esquinas antes de entrar si hay vigilantes o no”, “no corras riesgos”. Primero ve a la casa de mi amigo Johani le dejas a David, así se llama mi sobrino y te escondes en la casa de Georges Uchaglisi, otro de los amigos de mi padre. Ya no pude meditar, mi cuerpo y mi mente acostumbrados a obedecer las decisiones de los mayores siguieron órdenes. Unos escasos minutos duró la despedida. Mi madre tomó todas las joyas de la familia y me las escondió en distintas partes de mi cuerpo, en las medias, en las mangas de la camisa y dentro de los interiores. Los imágenes junto con mis pensamientos se movían a un velocidad vertiginosa, tuve muchas preguntas que hacer, muchas interrogantes, mucho miedo, pero ya no fui capaz, las palabras no me salían. Comenzaron los abrazos silenciosos que nos transmitían la fuerza del amor, una gran esperanza, pero sobre todo un miedo agónico que se podía palpar. Aunque no fui yo quien decidió, siento que fue la decisión tomada más grande de mi vida, supongo que mi padre murió tranquilo con su conciencia al habernos dado una oportunidad de vida tanto a mí como a mi sobrino. Eran aproximadamente las once de la noche cuando cargando bien envuelto a mi sobrinito, salí corriendo del ghetto, él estaba dormido pero existía la posibilidad de que despertase y al llorar los alemanes nos descubriesen. Me sentí investido de una responsabilidad muy superior a mis fuerzas. Los alemanes tenían guardias fijos por toda la ciudad, pienso que a cada doscientos metros habría uno, pero el temor que sentía me hacía ver uno a cada paso. El camino a recorrer era de unos diez minutos, tardé más de dos horas, estaba exhausto, tembloroso, asustado y sobre todo muy triste. Por fin logré divisar la casa de nuestro amigo, debía de llegar sin que nadie se diera cuenta, ya que dentro de su casa se habían instalado unos oficiales alemanes. Esta era su costumbre, de haber una casa grande y cómoda. ellos o la tomaban toda para sus requerimientos o simplemente disponían de las habitaciones sobrantes para su uso. David en su inocencia, ayudó al éxito de nuestra misión, ni una lágrima, ni un suspiro, esto hizo que lográramos romper el cerco de vigilancia. Dentro de nuestra desesperación pienso que algo o alguien nos estuvo ayudando. El amigo de mi papa estaba despierto, supongo que también pasó lo suyo, ya era de madrugada pero ahí estaba esperándonos, tomó al niño y me dijo que corriera a esconderme en la casa del otro amigo de papá. Me fui a la casa del amigo Georges Uchaglisi, también me estaba esperando, esa noche no pude dormir, la excitación fue tan grande que los latidos de mi corazón en forma desbocada daban la impresión de que sucumbiría de un momento a otro. Sabía que era el único judío suelto que andaba por las calles de Salónica, pero mi juventud y mis nervios, no me dejaban tranquilo, quería saber algo de mis padres, de mi familia, de alguna manera mi inconsciente deseaba que los alemanes me descubrieran y me enviaran con mis padres. En la mañana fui camino al ghetto vi la fila de camiones, no pude ver a los míos, pero si los sentí en ese momento. Hubiera deseado que ellos me descubriesen para que me llevaran con ellos luego pensé en mi sobrino, no sería justo perjudicar a nuestros amigos. no lo podía permitir, con una angustia y un gran dolor lloré y retorné a mi escondite. Aquí cabe una reflexión, si mi padre no hubiera tenido a esos dos amigos incondicionales y dispuestos a arriesgar no sólo su vida sino la de los demás miembros de su familia, ésta historia yo no la podría estar contando. Stathakis tuvo al niño dos meses en su casa, lo cuidó como si fuera propio, pero al llegar el mes de mayo, cuando el niño empezó a crecer, había el peligro que lo descubrieran. la esposa de Johani Stathakis que formaba parte de la directiva de un asilo para niños desafortunados, lo llevó diciendo que lo había encontrado en su casa, que ella estaba dispuesta en adoptarlo, pero que lo haría luego de que los alemanes desocuparan su casa. Casi tres años pasó mi sobrino en el asilo, durante ese tiempo estuvo bien atendido gracias al cuidado que personalmente esta pareja le prodigó. George se había graduado de abogado, mi padre había ayudado en su educación y luego lo había introducido dentro de la sociedad, sé que él estaría dispuesto en dar su vida por mi padre. George fue para mi como un padre, su atención y dedicación me hizo volver a creer en la gente, en tener fe, en saber que aunque el mundo a veces se ve vestido de maldad, debajo del disfraz existen seres con sentimientos, llenos de bondad y dispuestos a dar y a ceder aún a costa de exponer lo más preciado, la vida. Cinco meses estuve en su casa escondido. Las primeras dos semanas estuve sin salir de la casa, pasado este tiempo, George quien era amigo de muchos policías, me dijo que lo acompañara una noche, que él iba a cenar y que al estar junto a él nadie me molestaría, así fue, muchas veces salí a pasear, a cenar, a ver. Es increíble, ningún judío quedaba en toda Salónica, la ciudad entristecida lloraba a sus habitantes, parecía un pueblo de fantasmas, me sentía como si viniera de otro mundo, las casas y las cosas eran iguales, pero en nada se parecían a las de antes, me di cuenta que la gente es la parte más importante de nuestra memoria, sin ella, todo era extraño e incoloro. Pasados los primeros cinco meses, hice intentos por escaparme, por huir a Atenas ciudad que aún estaba en manos de los italianos y en la que vivía mi hermano Jack. Fui a hablar con los partisanos a ver si me podían ayudar a pasar la frontera, todo fue en vano, estaba preso, solo y veía que en algún momento me descubrirían los nazis. George me trataba de tranquilizar, me decía que no corría peligro, trataba de eliminar mi miedo, decía que estando con él nadie se metería conmigo. Pero cuando entendió mi angustia, comenzó a buscar salidas. Un día me dijo que iba a ir a una fiesta que celebraba su vecino, éste era inspector de vías del tren. Le iba a hacer una proposición. En mi nacieron nuevas esperanzas. George esa noche vino con un plan. Me disfrazaría de mecánico y me iría con el tren en la parte delantera como cargador de carbón. Para esto George convino en pagarles un precio que se haría efectivo cuando de regreso de Atenas el recibiera una contraseña firmada por mi como señal de que había llegado vivo al otro lado de la frontera dominada por los italianos. El escape se llevó a cabo como fue planeado, lo único que pasó fuera de lo calculado, fue que en un momento determinado del trayecto, fuimos detenidos por un comando alemán, estos soldados estaban acompañados de perros amaestrados, cuando los vi acercándose a mi, sentí miedo, un miedo imaginado por años, pero sentido en una total dimensión como nunca antes. Estuve tentado de hablar, de llorar, el miedo hacía que mis dientes sonaran cual cascabeles, mi boca babeaba y mi lengua estaba sumamente pesada. Afortunadamente para mi, los alemanes en ese momento no andaban a la caza de judíos, ya que ellos estaban conscientes de que no existían, en su misión perseguían el contrabando, en esa época era el pan nuestro de cada día. Luego de la revisión dieron la orden de seguir. Libertad, bella libertad, apenas pasamos la frontera y nos acercarnos a la toma de agua bajamos, me hicieron firmar la contraseña y me despidieron deseándome suerte. Era de noche, cuando me acerque a un puesto vigilado por centinelas italianos; ellos asustados me hablaban, yo sin entenderlos gemía, fue mi forma de expresarles que no me temieran, que el desvalido era yo y no ellos. Pasamos un rato no nos pudimos comunicar, hasta que uno de ellos supuso que tenía hambre y me dio parte de su pan. Lo comí y me esforcé en decirles de que era judío y que necesitaba llegar a Atenas. Por señas, con chistes y risas al final me di a entender, me dirigieron a un sitio para que durmiera y en la mañana a escondidas me enviaron a Atenas dentro de un camión militar. De nuevo gente desconocida, gente ajena se ocupó de ayudarme. Por la tarde llegue a Atenas, busque la casa de mi hermano, que conocía por haber estado anteriormente. Al llegar, él no estaba se había mudado estaba escondido en un hotel. Vinieron los besos y abrazos, para él yo estaba muerto, alguien le había contado todo lo que pasó y le habían dicho que nadie se había logrado escapar. Para él fue el encuentro con un sueño imposible. Para finalizar quiero abreviar en esta parte. Estuve con mi hermano unas semanas, me ocupe de sacar documentos falsos con el nombre de Basilius Basiliais, imitando al mío propio con la idea de no equivocarme. Me incorporé en el mercado como vendedor de castañas y en cuanto pude me uní a los partisanos del Rey; en esa época habían dos tipos de comandos dentro de los partisanos los del Rey y los comunistas. Más de un año estuve en las montañas, aprendí a atacar y a defenderme, a sobrevivir. Cuando terminó la guerra, fui a Salónica en busca de mi sobrino, todos los días iba al tren con la esperanza de encontrar a alguno de los míos, ninguno había sobrevivido. De los pocos que regresaron me fui enterando que los habían llevado directamente a Auschwitz, que a los pequeños los habían gaseado el mismo día, pero que a mis hermanas las dejaron hasta casi el final. Lleno de dolor y tristeza cogí a mi sobrino y lo traje conmigo a Atenas, estaba enfermo, la comunidad judía se tuvo que ocupar de él con médicos, enfermeras y medicamentos, mientras tanto deseaba visitar a mi hermano en Israel, supe de un grupo que iba a irse en un pequeño y anticuado barco. Como sabrán, los ingleses no permitían la inmigración a los judíos. Durante la travesía de tres días el barco se descompuso, duramos trece, llegamos casi muertos, enfermos porque el agua que teníamos no era potable. En la playa nos estaban esperando, nos cuidaron y a las semanas pude en forma clandestina visitar a mi hermano Richard en Jerusalén. Muchas cosas nos pasaron juntos, guerras, trabajos, enfermedades, el reencuentro con mi sobrino que con tres añitos estaba retenido en la isla de Chipre y sólo cuando nuestra Golda Meyer acudió en persona fue que le permitieron que sacara a los niños de la isla, entre ellos estaba mi sobrinito. Mi sobrino fue adoptado por mi hermano Richard, por eso el lleva hoy nuestro apellido y solamente cuando cumplió los veintiún años supo de boca de mi hermano lo que les sucedió a sus verdaderos padres. El estudió en Manchester y Durante la guerra de los seis días en Israel, sin consultar fue y se inscribió como voluntario. Mi hermano Richard había estudiado la carrera de arquitectura en Francia, entre su grupo de compañeros y amigos estaba el General Carlos Delgado Chalbaud, éste cuando llegó a ser Presidente de Venezuela y a sabiendas de su estado y sufrimientos, lo mandó a llamar. Una amistad nacida en la universidad nos demostraba que era capaz de atravesar fronteras de todo tipo y de mantenerse incólume. A nuestra llegada a este país, su amigo el Presidente le encomendó a mi hermano que construyera la Universidad del Zulia. De esa forma, de nuevo mi familia y yo conocemos una nueva frontera, un nuevo país, lleno de luz esperanzas, de futuro, un país que me dio la oportunidad de conocer a Mercedes Levy mi esposa y con quien en pago a mi fidelidad he echado raíces firmes profundas con mis tres hijos nacidos en Venezuela Natán, Harry y Richard.