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televisión.
El filósofo y profesor José Antonio Marina no ha abordado todavía de manera
monográfica el tema de la televisión o, como él diría, no lo ha incluido en su
cartera de investigador privado. Sin embargo, sí aparece tangencialmente
tratado en algunos de sus libros. Traemos aquí una breve muestra —extraída
sólamente de dos de sus obras— en la que reflexiona sobre una serie de
problemas centrales en el análisis del medio y nos da una idea de lo que
podría ocurrir si la oficina de Oliver & Benji hincara el diente en este complejo
pero apasionante tema.
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Elogio y Refutación del Ingenio, José Antonio Marina, Colección
Argumentos nº 126, Anagrama, , Barcelona, 9ª ed., 1997
La inteligencia quiere zafarse de la realidad, ... pero ... le está vedado vivir en el
vacío.
...nuestra época es llamada “la edad del vacío” de manera notoriamente
impropia. Todo está lleno, pero todo está devaluado. Nuestro tiempo merece el título
de “edad de la devaluación”. ... La realidad virtual, ... proporcionaría al hombre (una
realidad convertida en) juguete.
El primer paso en esta dirección fue la información desrealizada, conseguida
mediante la televisión. La aparición de lo irreal televisivo ha sido una revolución
psicológica. Proporciona una información verdadera, tal vez en tiempo real, perceptiva
y, sin embargo, fundamentalmente desrealizada. Esta fisura entre percepción y
realidad nunca había existido. La televisión nos libera de la resistencia de lo real, sin
anular lo real por completo. Al aligerarlo, me permite que utilice lo real para divertirme
... . Cuando en la pantalla veo volar un halcón,... percibo realmente el vuelo de un
halcón que no existe. ...
... He subido a una montaña irreal que no me ha exigido esfuerzo; oigo el viento
que eriza las cárcavas, pero no siento su furia; he fragmentado el mundo, he
embutido un trozo de cielo y un ave rapaz en mi cuarto, y al mantener tan sólo las
propiedades de lo real que puedo integrar en un juego, he efectuado una devaluación
cómoda, práctica, divertida, soft, y he disfrutado con el resultado.
Esta irrealidad de nuevo cuño desactiva lo doloroso al convertirlo en
espectáculo, es decir, en verdad desrealizada. Produce un placer distinto del de la mera
fantasía. ... Hace unos años el mundo asistió en directo –mientras fumaba, comía
bombones, bebía un aperitivo- a la terrible agonía de una niña colombiana atrapada en
un lodazal, después de un terremoto. No puedo decir que los espectadores fueran
insensibles, porque era, sin duda, una cierta sensibilidad la que les hacía estar
pendientes del televisor, y me atrevo a pensar que estaban conmovidos, pero la
totalidad de la situación, el suceso, las emociones, eran irreales, estaban afectadas
por la devaluación del espectáculo. El espectador quiere mantenerse en contacto
con una realidad que divierta y emocione con levedad, sin abrumar, y confía para
ello en los profesionales de la diversión. ...
Elogio y Refutación del Ingenio, Págs. 180-183 (Las negritas son nuestras)
... en el magnífico despliegue técnico hay un elemento incordiante que no está a la altura
de las circunstancias, un trasto mal diseñado, un cuello de botella que atasca la rápida
difusión informativa: el ser humano
La cultura de la imagen
Según uno de los dogmas más confundentes de nuestra cultura, una imagen vale
más que mil palabras. En cierto sentido es irrebatible. También un olor vale más que mil
palabras y una caricia y una música y un dolor de muelas. Todo conocimiento
perceptivo sobrepasa en algo a la palabra, se mueve en otro registro. Pero gracias a la
palabra, que es un medio lento, desplegamos el significado de la percepción, que es un
medio veloz. Hacen falta mil palabras para analizar una imagen, y posiblemente más
para exponer un argumento. La imagen es una totalidad que nos seduce por la rapidez
con que la captamos. La explicación, el razonamiento, la argumentación son frutos
pausados de la palabra. Por eso desconfío de la capacidad de los medios audiovisuales
para razonar. Su poder de persuasión va por otro lado. No me extraña que los debates
televisivos se conviertan en espectáculos, es decir, en algo para ver, donde el público
aplaude por los motivos más extravagantes o más escenográficos. El lenguaje tiene que
linealizar, convertir en líneas lo que percibimos, sentimos, conocemos en bloque, y ésta
es una tarea lenta. Somos un procesador de textos muy poco veloz. Pero pretender
saltarnos esa limitación haciendo surfing es condenarnos a no entender nada, a guiarnos
por espasmos mentales, y a caer en el garlito de las consignas brillantes. La cultura de la
imagen fomenta el timo de la estampita.
Crónicas de la Ultramodernidad , pág. 127