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Cuatro vueltas en bicicleta alrededor de la

misma manzana

o el diferendo domínico-haitiano es un problema dominicano


Miguel Ángel Fornerín | La corrupción es para el poder como la sangre para el vampiro. Esa
corrupción hace resbalar lo político. Su filosofía es la pragmática

(Una mañana calurosa de este inclemente verano, me encontré con


Napoleón Rodríguez que por la boca echa rayos y centellas luego de leer
un escrito en el que se afirmaba que los intelectuales dominicanos no
habían aplicado a Foucault en sus análisis sociológicos. Parece que el
buen amigo se había tragado en la noche un diccionario conceptual del
autor de Las palabras y las cosas, juntos analizamos el problema
dominico-haitiano, lo que sigue aquí es un resumen de la charla; perdone
el amable lector, las constantes repeticiones y laberintos de un post-
moderno dominicano)
Es un dispositivo operatorio. En la medida que parte de un conjunto de discursos
más o menos homogéneos, que refuerzan la existencia de instituciones, leyes y
normas. Del problema se habla y se legisla. El asunto motiva cierta normativa
constitucional. Se va del juris sanguinis al juris soli. Los abogados hablan del

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asunto y crean una episteme legal. Lo mismo ocurre en la academia. El problema
necesita legitimarse en un relato. El relato del pasado. La memoria sólo hace
visible ciertos signos.

El significado queda omitido. Se pierde en la propaganda. La Historia tiene que


remitir a las batallas y sus ampliaciones, a una épica que le da vida. De ahí que no
sea posible renovar la filosofía ni la teoría de la Historia. La repetición marca la
episteme. Lo que se dice desde la academia está tan anquilosado como en tiempo
de Trujillo: cuando el pasado
fue asaltado definitivamente
por el autoritarismo. De lo que
se trata es mantener operando
una maquinaria guerrerista.

El pretexto es Haití, en un
tiempo era contrainsurgencia;
ahora es la emigración, las
drogas. Así el poder se
refuerza. La fuerza del poder
es armada. Es una fuerza de
cuerpos. Los cuerpos
producen energías, pero
piensan, para que esos cuerpos
tengan alguna forma es
importante modelarlos a
través de normas y
concienciarlos a través de una
falsa conciencia, que se queda
en su operatividad.

La corrupción es para el poder


como la sangre para el
vampiro. Esa corrupción hace resbalar lo político. Su filosofía es la pragmática. Su
discurso para el país es más aprovechable cuando crea una brecha y llama a la
unidad, por eso apela a la identidad, la nación, la soberanía, la pureza, al
comunitarismo. No hay que perder de vista que el poder se multiplica y despliega
sus discursos, porque en el discurso opera. Sus representaciones simbólicas son
muchas, se encuentra en las relaciones; en el macuteo, en las amistades poderosas.
En el silencio de los intelectuales.

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Balaguer es el artífice de otro episodio domínico-haitiano. Su discurso en La Isla
al revés es ambivalente. Una ambivalencia sabia. Es una especie de comodín. Pues
el discurso antihaitiano es fluido y peligroso. Busca siempre una forma de
enmascararse, pues el mismo es una máscara. Balaguer lo retoma del último Peña
Batlle, quien se lo presta a Trujillo. Las fuerzas armadas de Trujillo ajustaron
cuenta con los haitianos. Expoliaron cuantos bienes tenían los occidentales en la
frontera, como hoy siguen viviendo de tráfico espurio en la frontera (Quirino et
alii). Pues Balaguer recrea el discurso antihaitiano para fortalecer las fuerzas
armadas. Más dinero en defensa que en educación. La corrupción en compras
militares no es nueva. Así llega Trujillo a María Martínez.

No creo que por ahora se resuelva el problema domínico-haitiano. Él es la


base, un dispositivo que conforma una serie de relaciones en la que el Estado existe
como fuerza. Es el otro; la política de la otredad no es eliminar al otro, es vivir de
su insuficiencia, de la forma en que el otro da energía al problema. Crea una
espisteme. La academia lo lleva al nivel científico. Le da legitimidad, desde el
relato histórico de batallas y gestas poco claras, pero ensalzadas en el discurso
deben servir para crear la idea de un pasado épico recuperable, en el que el
dispositivo se haga operativo.

Miguel Ángel Fornerín en


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