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Sin duda, es igualmente alentador que Diconsa, como responsable del “Programa de Abasto Rural”
no haya realizado importaciones de maíz, así nos lo informó el Ciudadano Presidente de la
República, pero es preocupante que en los anexos de su propio informe, se registre que a la fecha
del informe existan 378 tiendas menos que las registradas a diciembre del 2002, sin soslayar el
hecho de que la desaparición de las mismas han ocurrido en localidades de alta y muy alta
marginación. Sea dicho de paso que en el término de 2 años y medio se han registrado cuatro
directores de esta empresa, acéfala hasta hace unos días.
Estos son algunos ejemplos de los claroscuros del tercer informe de gobierno que hoy se glosa, en
los que contrasta la voluntad declarativa del primer mandatario, con la que nadie puede estar en
desacuerdo, con la magritud del balance de avances y resultados, con la que nadie puede estar
satisfecho.
El mensaje político presidencial tiene una alta razón de estado, cuando nos convoca a emprender
juntos un ejercicio de creatividad jurídica para encausar nuevas realidades. Para dar sentido y
rumbo a estos afanes, se debe concretar el procesamiento de una Ley de Desarrollo Social y
porque en la próxima aprobación de la Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos, se
establezcan recursos irreductibles y crecientes a programas sociales, en defensa de las
instituciones sociales de los tres órdenes de gobierno y en beneficio del tejido social que ha sufrido
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en los últimos lustros los embates de un modelo económicamente insensible y ajeno al drama
social, de la pobreza y de la marginación.
La sociedad nos exige a todos los ciudadanos ejercer, cada cual, su función con sentido crítico,
pero también con ánimo constructivo, para contribuir a los consensos y acuerdos necesarios a
favor de la sociedad civil y, sin duda, de todos los asuntos en curso, el de la política social, es el
que demanda y merece nuestra mayor atención.
Ya hemos destacado los efectos de una dinámica demográfica cuyas tendencias proyectadas para
el año 2020, preanuncian una población de 120 millones de habitantes, estos procesos están
acompasados con cambios radicales en la estructura poblacional y por rangos de edad, sexo e
ingreso; hemos empezado a enfrentar algunos de los efectos mas destacados de estas nuevas
realidades: presión explosiva en materia de empleo; demanda creciente de educación media
superior y superior, e incremento substancial de la demanda asistencial y de seguridad social para
la tercera edad.
Una vez más, las cifras son reveladoras. En el más reciente informe sobre la situación demográfica
del país, se reporta que en México, de 13.6 millones de habitantes a principios del siglo XX, hemos
arribado al nuevo milenio con una cifra cercana a los 100 millones; en ese lapso, la población
urbana paso a representar del 28% en la primera década del siglo, al 65% en la última.
La dinámica poblacional nos exige actuar sin demora. Si se toma en consideración que durante el
presente año se esperan cerca de 2 millones de nacimientos, podríamos concluir que en los
próximos 6 años, el crecimiento demográfico de México, es equivalente a la población total de
países como Chile o Grecia; para la gran mayoría de esos nuevos mexicanos, su futuro está
hipotecado, porque la pobreza tiene una regeneración exponencial, en un circuito vicioso, en el que
se concentran las mas altas tasas de natalidad, precisamente en los hogares marginados del
medio rural y urbano.
Esta alta dispersión poblacional, esta asociada a las condiciones precarias de vivienda, educación,
salud y servicios básicos; así como a la falta de vías de comunicación y de circuitos eficientes de
producción consumo.
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Se encuentra en proceso acelerado la transformación de mano de obra, de una orientada a la
industria y los servicios, a otra de alta especialización tecnológica en el manejo de información y
procesos robotizados, lo que aumentará las brechas entre la capacitación y educación tradicional,
con la especialización modular y versátil en el sector moderno de la economía.
En el centro de estos grandes cambios se encuentra el reto de alentar una política generadora de
empleos productivos, dignos y justamente remunerados.
(Agradezco al Diputado Luis Maldonado sus textos y comentarios)