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En la tradición del Buscón

Tiempo de alacranes
de Bernardo Fernández

Por Ángel Castel


Algo pasa con los sitios web destinados a comentar obras
literarias; no escasean las equivocaciones sobre los persona-
jes, sus acciones y, en general, el planteamiento de la anéc-
dota; esta circunstancia no es reciente, basta con investigar
títulos de años previos para toparse con reseñas y comenta-
rios irregulares; dicha situación no pasaría a mayores –lec-
turas distraídas– si no fuera por la emisión de un juicio, uno
que raya completamente en la visceralidad en vez de la re-
flexión; lo cuestionable es vender la idea de evaluación crí-
tica cuando no existe una profundidad en la lectura, cuando
lo mínimo –la búsqueda de los códigos que conforman una
novela– no se realiza; cabezas decapitadas por dedos cen-
surantes, compadrazgos y godeos denunciados sin aportar
nada relevante, sin encontrar un sentido, una interpretación
adecuada a la obra literaria. Tiempo de alacranes (2005)
de Bernardo Fernández Bef (Distrito Federal, 1972) no es
excepción de este mal.
Desde su primera edición el ciberespacio alberga tes-
timonio de posturas debatibles: la entrevista al escritor por
parte del diario La Jornada y varias reseñas que pasan de lo
extra-literario al resumen errado de la trama –mencionar
que uno de los personajes es bosnio y no de la imaginaria
nación de Latveria resulta terrible–; lo que rescato de las
referencias es el comentario aclaratorio de Alberto Chimal,
que señala la desafortunada lectura que se hace de la novela.
Después del 2007, todo es silencio para este texto mexicano.

La novela en sí

Considero que el lector crítico –o al menos el que preten-


da parecer serio– debe enfocarse en la obra en sí y dejar las
cuestiones extra-literarias fuera de las reseñas y ensayos; en
el análisis literario no importa si se ganó un premio, si el
autor vive en tal lado o si es amigo de fulano o perengano;
una obra –cualquier manifestación artística– que no puede
sustentarse por sí misma es un intento fallido; ni siquiera
las palabras del propio autor se necesitan, lo que piense de
su obra puede contradecir lo plasmado directamente en el
texto, tal como sucede en la entrevista de Carlos Paul a Ber-
nardo Fernández en La Jornada del 04 de julio de 2005; en
ella se lee que el escritor considera su creación como una
“aguda visión de la vinculación directa entre las autoridades
policiacas y militares con los narcos”; nada más alejado del
ejercicio narrativo como tal.
Cualquier escritor puede pensar y decir maravillas de su
obra, sin embargo, una vez publicada deja de pertenecerle;
por sí misma, cobra identidad bajo una serie de códigos, estos
componen su estructura y proveerán las herramientas para su
análisis y, sobre todo, su interpretación; entre más complejo
sea el manejo y el número de claves, un texto tendrá más rique-
za interpretativa que otro; independientemente que cierto
autor argumente e imparta cátedra de lo que quiso decir, la obra
muestra sus costuras, tanto sus logros como limitaciones.
Señala Edmond Cros en La sociocrítica: “El escritor dice
siempre más de lo que comprende y de lo que capta”; par-
tiendo de la sentencia, toda intencionalidad queda relegada
del análisis; en el caso de Tiempo de alacranes resulta impo-
sible de creer que en ciento treinta cuartillas se produzca
una visión sagaz del problema del narcotráfico; aunque el
autor al final de la entrevista mencione que en su novela la
delincuencia organizada no es el tema principal, el daño está
hecho, sobre todo al considerar el lugar común de: “todo lo
que yo pueda escribir de manera literaria siempre se va a
quedar corto respecto de la realidad misma.”; con el debi-
do respeto pero qué concepción tan pobre de la literatura
al tratarla inferior, corta de la realidad; la manifestación artís-
tica no debe y no puede ser un espejo fiel, milimétrico, de
la experiencia cotidiana por el simple hecho que existe la
manipulación de un autor; transcribir directamente la jerga
y acciones del cholo, del narco o del junior en determinado
texto no lo convierte en literatura por sí solo; si bien el arte
se inspira en la realidad, el primero debe generar una nueva
postura–lectura–interpretación; tiene que ser verosímil y
provocar un proceso estético, lo que no es aprehensible en
primera instancia de la vida cotidiana. Esta disertación será re-
tomada en futuras publicaciones para no desviar el camino.

Ejercicio pop

Nada es gratuito en un texto, todo elemento cumple una


función específica aunque el autor no lo haya previsto cons-
cientemente, que Tiempo de alacranes se divida en tres partes,
nombradas como “caídas” y que el primer capítulo lleve por
título: ESTE MENSAJE SE AUTODESTRUIRÁ EN TREIN-
TA SEGUNDOS, dice bastante de inicio; se establece desde
este punto un recorrido específico en la búsqueda de patro-
nes que otorguen cierto sentido a la novela; por ejemplo, la
segmentación tripartita y peculiar designación abre el deba-
te al considerar dos códigos en particular: El primero son los
desplomes de Jesucristo mas no se encuentran en la totalidad
de la obra aspectos para especular un ejercicio de similitud
entre las figuras bíblicas y los personajes de Bernardo Fer-
nández, ni siquiera alteraciones de elementos religiosos que
aporten una línea de interpretación; la segunda instancia re-
mite al espectáculo de la lucha libre por la fragmentación de
cada combate, rigurosamente tampoco se encuentran uni-
dades para suponer que la división es por ello; no obstante,
no es un factor arbitrario, reflexiono que dicho rasgo sirve
para distinguir la novela de otros textos, aquellos donde se
utiliza los términos “parte” y “capítulo”; finalizada la lectura
uno cae en cuenta que se cumple perfectamente el patrón
clásico de delimitar la obra en introducción, desarrollo y
desenlace.
En términos comparativos, “La primera caída” es de
una extensión mayor al resto, se presentan los personajes
principales, existe una mayor información con respecto de
la vida y reflexiones del Güero junto un elemento peculiar
que trataré en el siguiente apartado: tres personajes hablan-
do de su relación con el narrador-protagónico; la aparición
de Tamés y el Gordo, la adolescencia de Obrad y su trato
con Fernando y Lizzy; el resto de la novela flaquea en ritmo,
las acciones se aceleran en la tercera caída, las descripcio-
nes pierden fuerza y los recuerdos pasan a segundo plano;
si bien la trama conduce a ese desenlace, los personajes que
tardaron en desarrollarse, en que se supiera de ellos por su
pasado, salen a morir en una línea.
Retomando el título del primer capítulo se trata de una
referencia a Mission: Imposible; conforme avanza la lectura no
solo se encuentran menciones cinematográficas sino que se
alude la cultura pop en general, así aparecen los nombres
de Mickey Rourke, Tom Hanks, las películas Ben-Hur, Star
Wars y de James Bond; previamente señalada, de los cómics
se cita a Latveria, el pequeño país centroeuropeo de ficción
concebido por Stan Lee y Jack Kirby; la teoría de la cons-
piración del alunizaje, un Impala 70 negro con flamas a los
costados, Bonnie y Clyde, Al Capone, las caricaturas de Bob
Esponja y Wile E. Coyote and the Road Runner, la música de As-
hlee Simpson y “Los esmáching pomquins”; no solo se trata
de alusiones norteamericanas, de México nos topamos con
Pedro Infante, las marcas nacionales de cerveza, Chabelo, la
recomendación de ingesta de los gansitos y el tío Gamboín;
todos estos referentes están en función de distinguir la obra
de Bernardo Fernández de otras que tratan el narcotráfico,
generan una nueva lectura de los matones y la “delincuencia
organizada” al evitar e inclusive satirizar al arquetipo que
han construido diversos medios y la literatura misma; hay
que apreciarlas como un instructivo para entender la novela,
una línea de sentido particular y no como un error o flaqueza.
Alberto Chimal nombra a Tiempo de alacranes como un
“ejercicio pop lúdico” más cercano a las películas de “Quen-
tin Tarantino o Robert Rodriguez, donde los gangsters siem-
pre tienen el mismo código de honor derivativo, destilado de
miles de filmes y comics y libros policiales” que un testimo-
nio fiel de la corrupción entre autoridades y delincuentes,
un “texto político” o “una imagen del ahora”; simplemente,
la obra de Bernardo Fernández no puede y no debe leerse
como se haría con un reportaje de Proceso, una novela de Él-
mer Mendoza o un narcocorrido de Los Tigres Del Norte;
determino que tampoco debe entenderse como una novela
realista, ni siquiera la clasificación “juguetona” del mismo
Bernardo Fernández al pensar su texto dentro de un “realis-
mo mágico en drogas”; vuelvo a un punto anterior, el autor
no debería catalogar ni justificar su creación.
Tiempo de alacranes es un discurso que satiriza e ironiza la
figura del sicario, provee una revaloración del arquetipo con
elementos que no corresponden a lo establecido, en ello radi-
ca su eficacia y peculiaridad, que el matón reflexione tratan-
do de ser poético –sin lograrlo–, omita su último asesinato y
proceda al retiro, por considerar a su objetivo como buen pa-
dre y, el corazón se le haga de pollo al escuchar “perdón” por
parte de un grandulón recién madreado y “una morra larga
y flaca con el pelo azul” es la burla total, es la caricaturiza-
ción del modelo que se han forjado en otros textos; no solo
el protagonista se ve afectado por esta alteración, el resto de
los personajes muestran –o son– exageraciones, así tenemos
la imagen del gordo y el flaco, pareja emblemática del cine,
representada, valga la repetición, por Tamés y el gordo –el
primero usa traje con tenis Adidas, el segundo casi rompe en
llanto porque le dicen marrano–; siguiendo la línea del ridí-
culo, el microuniverso que plantea Bernardo Fernández se
limita a dos grados de separación: los personajes se conocen
o resultan ser parientes; lo más llamativo es que no existan
narcocorridos ni “trocas” blindadas, lo que uno esperaría del
narcotráfico; como si fuera suficiente con los elementos ante-
riores, el desenlace remite más a una comedia romántica, por
ejemplo: There’s something about Mary, al presentar a un grupo
especial de la policía –dedicada a robar bancos–, una “prin-
cesa punk”, dos cadáveres, un latveriano, un borracho y un
envejecido matón coincidiendo en la sala de un congal prepa-
rados para la masacre ante la mínima provocación, tal como
si fueran los amantes en torno a la rubia despampanante.

En la tradición del Buscón

No faltará alguna reseña que se enfoque únicamente a com-


paraciones cinematográficas, hasta cierto punto son validas
porque el texto da pie a ello al referirse a películas como Dr.
No y las antes señaladas Ben-Hur, Star Wars y la serie tele-
visiva Mission: Impossible, aunque considero que la tradición
literaria también tiene presencia en la obra de Bernardo Fer-
nández. Señalaba en el apartado anterior que en la primera
parte de la novela se encuentran por separado tres narrado-
res bajo la misma pregunta: “¿El Güero?”; se puede inferir
que existe un narratario específico, una especie de reportero
que indaga sobre la vida del protagónico; el primero en apa-
recer es Checo, con su habla característica, cambia las D por
G, posiblemente por el efecto del alcohol; como si se tratara
de un texto clásico, relata la infancia del Güero, informa so-
bre su apodo y comienza un proceso de mitificación: “pero
al único que no le picaban era a mi compagre, yo crioque sa-
bían que se podían envenenar”; continuando con el modelo
tradicional, su viejo tutor, el general Díaz Barriga –antes de
estrellarse en la sierra tarahumara– narra la adolescencia del
sicario y su cariño al identificarse con él, elemento reiterati-
vo, por ejemplo Obrad y el Güero; en dicho apartado se men-
ciona los trabajos iniciales del protagónico: recluta, chofer y
posteriormente guarura del general; dicha relación termina
cuando el Güero pasa a matón; el último en hablar es el licen-
ciado Gómez Darkseid; este a su vez contrata al sicario –por
recomendación de su vecino y padrino, curiosamente fue el
general Díaz Barriga– para formar un cuerpo de seguridad
en un centro joyero; por último, el mismo protagonista re-
nuncia para volver a su tierra y ayudar a su compadre en un
“negocio de masajes”; retomando el primer capítulo, el perso-
naje asegura que no había trabajado recientemente, expone:
“Había hecho cosillas. Guarura de un empresario en Morelia,
sacaborrachos de un téibol de Reynosa. Puras pendejadas.”
El juego de narradores sirve de falsa autobiografía, es el
otro quién lo define, otorgando una cuestionable objetivi-
dad sobre el Güero dado que se trata de voces no confiables
al igual que sucede con el propio protagonista cuando narra;
esta característica aunada a la singular cantidad de traba-
jos me remite al texto de Francisco de Quevedo: Historia del
Buscón, al pícaro en sí. La concepción canónica de la novela
picaresca posee una serie de elementos particulares: el anti-
héroe, la sátira, el determinismo, una intención moralizante
y, por supuesto las memorias del protagonista.
En un primer momento me pareció arriesgado conside-
rar a Tiempo de alacranes como heredera de la picaresca sobre
todo por el personaje principal, tenía la duda si realmente se
trataba de un pícaro; en clase de sociocrítica en el CUCSH,
Eduardo Ortiz Arámbula señaló que el Güero se trata de un
antihéroe, el personaje que en el último momento contradi-
ce su papel de sicario al no cumplir con su trabajo, con esta
perspectiva y lo antes señalado: reflexiones cuasi poéticas,
achaques atribuidos a la vejez y la renuncia a su estilo de
vida, forjan la imagen contraria al héroe prototípico.
Pablos, el buscón y el Güero son personajes que ope-
ran en la periferia de sus sociedades pero su fin es completa-
mente diferente; si en la picaresca se trataba de escalar posi-
ciones sociales a cualquier precio, el personaje de Bernardo
Fernández no busca convertirse en un capo, está conforme
con su estilo de vida aunque en fragmentos se atisben cavi-
laciones en contraposición de su actuar, por decir alguno,
cuando narra que no le gusta dormir por tanto muerto en
su consciencia mas no se arrepiente de sus acciones pasadas
o intenta remediar los daños, simplemente trata de renun-
ciar cuando se complica la trama y es tomado como rehén
por Obrad; Tamés y el gordo funcionan a la par de el Güero;
de agentes de la procuraduría a “recaderos” frustrados a se-
cuestradores incompetentes, Tamés reflexiona que debería
buscar los “trabajos” grandes pero al igual que el protagóni-
co acatan las órdenes impuestas, su condición, su papel.
El determinismo se cumple con la “muerte natural” en
esta clase de ocupaciones tal como bromea Cormac McCar-
thy en No es país para viejos, en el caso de el Güero tallando
figuras de madera en Mazatlán, surge el ridículo al tener
en cuenta un cuestionamiento anterior del sicario, qué va a
realizar un parroquiano cuando lo único que sabe hacer es
despachar cristianos o Lizzy sustituyendo a su padre nar-
cotraficante como cabeza del cartel; algo que se agradece a
Bernardo Fernández es la omisión de cualquier mensaje mo-
ralista hacia sus personajes, ni los delincuentes son la encar-
nación del mal ni los civiles son blancas palomitas, todos es-
tán metidos en el baile, hacen lo que tienen que hacer y punto.
Los modelos literarios tienden a evolucionar o perderse
en el olvido, la novela que me ocupa no debería compararse
de manera idéntica a una del Siglo de Oro español pero sí
heredera de ciertas estructuras narrativas; el mérito de Tiem-
po de alacranes, donde radica su efecto es la revaloración de la
figura del sicario mediante elementos picarescos: la carica-
turización y la sátira; el logro de Bernardo Fernández es la
composición de una trama congruente con mínimos detalles
–el ritmo, cierta discrepancia temporal entro lo manifestado
por el general Díaz Barriga y lo dicho por el licenciado Gómez
Darkseid–, se cuenta con personajes redondos, un manejo
acertado de diversas voces narrativas, frases memorables y
gratos episodios humorísticos, un texto sin más pretensión
que contar una historia tratada de manera apropiada, lúdica
y concisa; para cerrar, la novela opera una idea que sintetiza
perfectamente la trama y su planteamiento, coincidiendo cu-
riosamente con la fecha de publicación de la obra de Cormac
McCarthy: “En este negocio no hay lugar para los viejos”.

Ángel Castel
Referencias

•CROS, Edmond (2009). La sociocrítica. Madrid: Arco/Libros.


•FERNÁNDEZ, Bernardo (2006). Tiempo de alacranes. México, D.F.:
Booket.
•MCCARTHY, Cormac (2006). No es país para viejos. Barcelona:
Mondadori.
•QUEVEDO, Francisco de (2001). Historia de la vida del Buscón llama-
do don Pablos. Ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños. Madrid: Punto
de lectura.
•BIBLIOPOLIS.ORG, consultado por última vez: 02/06/2010
http://www.bibliopolis.org/quinta/quinta0008.htm
•JORNADA.UNAM.MX, consultado por última vez: 02/06/2010
http://www.jornada.unam.mx/2005/07/04/a10n2cul.php
•LASHISTORIAS.COM.MX, consultado por última vez:
02/06/2010
http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/narcsex-
punkpop-tiempo-de-alacranes/

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