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LA PISTA DE ARENA
Hípica y mafiosos
Por Carmen Pulín Ferrer
Vuelve Camilleri con su comisario Montalbano, esta vez con una
historia ambientada en el mundo de la hípica. Ningún político
(español o italiano) aparece implicado y no hay fajos de billetes
envueltos en papel de periódico de por medio, pese a que ese
toque cutre y mafiosete le habría ido a la novela que ni pintado.
Qué le vamos a hacer, la historia original es de 2007 y
Camilleri, que se sepa, no tiene una bola de cristal; la realidad
supera de nuevo a la ficción.
La obra que aquí nos ocupa será, probable y merecidamente, un éxito de ventas tanto en España
como en su país de origen. Eso no significa que estemos ante una de las cumbres del género negro,
ni que, como indican los editores en la faja del libro, aparezca el comisario Montalbano "en su cénit
como detective y seductor". Se trata –y no es poco– de una novela muy entretenida, muy bien
escrita y que se lee del tirón. Ni Camilleri ni sus lectores habituales pretenden jamás otra cosa. Son
221 páginas que atrapan y se siguen con interés, pero de las que, pasados unos días, no
recordaremos los detalles; al cabo de un par de meses, el argumento tampoco nos sonará mucho, y
en un año podremos volver a leerlas como si nada. Se trata de un fenómeno muy frecuente en la
novela policíaca. Forma parte de su encanto, como suele decirse.
El argumento de esta aventura es sencillo: una mañana, Montalbano encuentra en la playa, ante su
casa, un caballo muerto a golpes. El cadáver del animal desaparece misteriosamente poco después,
pero, pese a la falta de evidencias, el comisario decide investigar. La investigación le conducirá al
mundo de las carreras de caballos, las apuestas ilegales, los ricos muy ricos (que, como buen
comunista, Camilleri ridiculiza convenientemente) y, claro está, las bandas mafiosas: eternas,
siniestras y sanguinarias, implicadas en todo negocio turbio y empeñadas en ajustar cuentas que
nunca quedan saldadas.
Pero el argumento, reconozcámoslo, es lo de menos. Lo que buscamos los fieles de este autor es
volver a Vigàta, el pueblo ficticio más auténtico de Sicilia, y reencontrarnos con nuestros viejos
conocidos: Fazio, Catarella (el policía más surrealista de la literatura y, probablemente, del mundo),
Mimí Augello, Adelina, Livia y, por supuesto, el propio Salvo Montalbano, uno de esos policías
atípicos que tan bien funcionan en una novela y que, probablemente, no durarían como detectives
ni media hora en la vida real.
En La pista de arena Camilleri recupera buena parte del sentido del humor que tanto se echaba en
falta en sus últimos títulos. En ellos, Montalbano parecía cada vez más preocupado por el paso del
tiempo y la vejez, sobre todo por la que le afecta al espíritu. El comisario aparecía a menudo
cansado e irritable de tanto pensar en su edad, y, aunque prefiriera no mencionarlo mucho, en el
infarto que sufrió en Un giro decisivo. Todo ello, unido a unos crímenes bastante truculentos, hacía
que dichas aventuras carecieran de la frescura y los golpes de humor que caracterizaban a las
primeras entregas. En esta novela, sin embargo, nuestro protagonista sigue refunfuñando por
hacerse viejo, sí, pero ello no le impide seducir –bastante torpemente, todo hay que decirlo– a una
atractiva dama algo ligera de cascos, atrapar a una peligrosa banda de mafiosos, devorar con
apetito digno de admiración un prodigioso surtido de entremeses sicilianos y, de paso, resolver
brillantemente no uno, sino dos casos bastante enrevesados. No está nada mal para un maduro
policía. Incluso él, tan negativo, se siente tan satisfecho al descubrir la clave del misterio, que la
euforia le lleva a entonar –no muy melodiosamente, me temo– el aria "Che gelida manina", para
pasmo de sus subordinados.
Considerándolo todo, el lector quedará satisfecho cuando concluya la novela: los crímenes se
resuelven, el comisario triunfa una vez más y uno pasa un rato excelente en su compañía. Casi dan
ganas de imitar a Montalbano y entonar la célebre aria de La Bohème. Casi. La euforia no llega a
tanto y, háganme caso, es mucho mejor oírsela cantar a Pavarotti.