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CRISIS Y ESTADO PROPIO

Hipótesis sobre la intervención estatal en la economía de Nafarroa Osoa

Arratsalde on denoi! Mis ganas de aportar ideas me han llevado de nuevo,


pecando de cierta inconsciencia, a aceptar la invitación de la sociedad Iturralde
para hablar en este foro de asuntos relacionados con la economía y la nación
en la que vivimos. Debo precisar antes de nada que, lejos de ser un experto en
estos temas, tan sólo me considero un aficionado. Por lo tanto, me limitaré a
desgranar algunas ideas básicas en torno a la crisis económica y la manera en
la que un Estado propio podría afrontarla. Es un escenario a futuro, pero parece
evidente que si queremos que algún día se haga realidad, debemos empezar a
pensar en el camino a recorrer hacia esa realidad estatal. Vamos con ello.

La crisis económica que estamos padeciendo estos últimos meses en los países
occidentales y que probablemente continuará durante todo este año y el
próximo 2010, ha llegado a ser calificada de sistémica por algunos expertos en
catástrofes económicas, aunque más bien parece que se trata de una crisis
cíclica, a las que el capitalismo nos tiene acostumbrados cada cierto tiempo. Es
verdad que en esta ocasión el periodo de crecimiento previo ha sido más largo
que el habitual, rondando los catorce años, pero en todo caso resulta
homologable dentro de esa lectura. Ahora bien, en esta ocasión, las causas que
la han generado han sido diferentes de las que originaron algunas crisis
precedentes de similar alcance, como la de los primeros años setenta,
motivada originariamente por el alza repentina de los precios del petróleo
derivada de los conflictos bélicos ocurridos en Oriente Medio.

En esta ocasión, la principal causa se puede cifrar en la avaricia desmedida


protagonizada por las elites capitalistas estadounidenses y europeas que, en su
afán de multiplicar sus fortunas, han sobrepasado todas las barreras existentes
y han convertido en activos financieros, extendidos por todos los mercados,
productos bajo sospecha como es el caso más conocido de las llamadas
hipotecas basura. Pero ese afán desmedido de ganancias ha podido

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desarrollarse gracias a la falta de control de los mercados y de las empresas
financieras que se ha producido, especialmente en los ochos años de
presidencia de George W. Bush. Los apóstoles del neoliberalismo más extremo
han conseguido situarse en los puestos clave de las instituciones económicas
encargadas, en teoría, de vigilar las prácticas de riesgo y los fraudes y estafas.
Pero su propia ideología, unida a las amistades peligrosas que disfrutaban con
esas elites de Wall Street, especialmente con los gestores de los llamados
bancos de inversión, les han conducido a hacer la vista gorda y a permitir la
comisión de toda clase de fechorías. Al final, el Estado, o lo que queda de él, ha
tenido que intervenir, pero no para ayudar a las víctimas de esas políticas
neocon, sino más bien para salvar de una bancarrota generalizada a las
instituciones bancarias y de crédito del capitalismo, o sea, a la columna
vertebral del sistema económico dominante.

Con ello han caído en la mayor de las contradicciones. Quienes han seguido
durante estos años al pie de la letra la doctrina neoliberal de los padres
fundadores, el austriaco Friedricht A. von Hayek y el estadounidense Milton
Friedman, ponen ahora en marcha los resortes del Estado para salvar a sus
propios amigos. Pero sobre esta contradicción hablaremos más adelante,
cuando veamos el papel del Estado ante una crisis económica global.

Y es que en estos últimos meses hemos visto como han caído como castillos de
naipes fortalezas financieras estadounidenses como Lehman Brothers o Bear
Stearns, aseguradoras como AIG o agencias inmobiliarias seudopúblicas como
Fannie Mae y Fredie Mac y en el caso de Europa a bancos como Fortis o
Northern Rock, por citar a algunos de los más conocidos. Las cifras millonarias
en inyecciones de dinero público son ya incalculables, pero las decisiones
estratégicas se hacen esperar. La pretensión grandilocuente del presidente
francés, Nicolas Sarkozy, de “refundar el capitalismo”, se ha quedado en un
mero eslogan populista, y la denominada cumbre de Washington de los países
más poderosos ha concluido con una declaración de buenas intenciones y una
promesa de reforma de las instituciones financieras mundiales que habrá que
ver en qué queda. La reforma del FMI, dotándole de más competencias, parece

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ser el primer objetivo a conseguir.

Dicho esto, conviene situar la crisis en el contexto en el que se ha producido.


Un contexto dominado por la llamada economía financiera, es decir, por la
especulación pura y dura. Un contexto en el que los empresarios tradicionales,
preocupados por la producción de bienes y servicios, han sido sustituidos por
inversores en busca del mayor beneficio en el menor tiempo posible. Ahí
tenemos el caso de la sociedad Zabalgarbi de Bilbao, cuyo director aprobó una
inversión especulativa de la mano de la inversora Optimal del Banco de
Santander y de Bernard Madoff con parte de su capital, que ha dado como
resultado la pérdida de casi cuatro millones de euros. ¿Cómo es posible que la
sociedad que explota una incineradora de residuos urbanos cometa semejante
frivolidad? Pues lo es porque la cultura dominante así lo determina.

Figuras como la del industrial o incluso el banquero que se preocupaba por la


marcha de su negocio y no arriesgaba su dinero en asuntos no relacionados
con el mismo, ha pasado a la historia. Quedarán todavía algunos, pero la
inmensa mayoría de empresarios y ejecutivos se sienten atraídos por ese
capitalismo especulativo que ha traído ahora la crisis de la que estamos
hablando.

Es cierto que se han levantado algunas voces autorizadas, que se mueven en


la ideología capitalista, para advertir de esos peligros y que han aconsejado la
vuelta a un capitalismo más tradicional, basado no tanto en la creación de
expectativas sino en la fabricación de cosas reales. Un capitalismo en el que
las empresas se conformen con tasas de beneficio más realistas, y algunos
años, en una cuenta de pérdidas y ganancias equilibrada e incluso con algunos
números rojos. No pasa nada por ello. Sin embargo, las voces que se han oído
no son las de la mayoría capitalista, sino la de unos pocos sensatos, y por
tanto, no es de esperar que se produzca a corto plazo un giro en la dirección
indicada.

Situación en Nafarroa Osoa

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Si nos aproximamos a la realidad de nuestro país, nos encontramos que, como
ha ocurrido en el Estado español, ha sido el sector de la construcción uno de
los más afectados, con la suspensión de pagos o concurso de acreedores de
varias compañías, como es el caso Urazca, o la salvación a última hora de
Iurbenor, gracias a intervención de La Caixa y BBK. Asimismo otros sectores
económicos, como los relacionados con la automoción, atraviesan dificultades
importantes, incluidas algunas cooperativas del grupo Mondragon, derivadas
de la crisis global del sector automovilístico, como atestigua la propia
Mercedes. No obstante, parece que VW-Navarra no sufre esas dificultades y
aumenta su producción de automóviles. Pero la crisis no tiene fronteras y
afecta también a los electrodomésticos, la industria auxiliar de la construcción
o los componentes electrónicos, como ha sido el caso de Cegasa.

Ahora bien, también es cierto que bajo el paraguas protector de la crisis global,
algunas compañías están aprovechando la coyuntura para llevar adelante
planes de ajuste que ya tenían más o menos diseñados, pero que se han visto
acelerados. Empresas como Muebles Xey, Heineken, Comansa o Cegasa son
algunos ejemplos de esa práctica, que puede traducirse en prejubilaciones,
bajas incentivadas y en el peor de los casos, cierre de las instalaciones, como
es el caso de la cervecera de Arano. Por lo tanto, hay que constatar que la
crisis está haciendo mella en nuestro tejido industrial, y probablemente lo siga
haciendo en los próximos meses. Cuestión aparte es que aún no hay una
derivada clara de esa situación en los hábitos sociales y en el consumo. Las
últimas fechas navideñas han mostrado un comportamiento social muy similar
al de años precedentes y aunque las cifras de ventas hayan sido algo menores,
lo cierto es que es muy bajo el porcentaje de la población que verdaderamente
ha renunciado al consumismo masivo en esas fechas.

A esa sensación ambigua han contribuido dos fenómenos asociados a la propia


crisis, como son la bajada de tipos de interés propiciada por el Banco Central
Europeo y las propias transacciones interbancarias que generan el índice
euribor y por otro lado la bajada continua del precio de los combustibles, que

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ha conseguido disfrazar de algún modo los efectos más llamativos de la crisis.
Con el petróleo a menos de 50 dólares el barril, tras haber estado medio año
antes rozando los 150, la sensación de alivio en el consumidor de combustible,
que es la inmensa mayoría de la población, es notable. A ello se añade que
quienes deben de renovar sus préstamos hipotecarios van a verse beneficiados
por sensibles rebajas en sus cuotas mensuales, debido al descenso del índice
de referencia. En resumen, que la situación económica no es blanca o negra,
sino que se dibuja en una escala de grises, como otras muchas cuestiones.

En resumen, que nos encontramos dentro de una crisis cíclica, que comporta
un importante aumento del desempleo, quiebras y suspensiones de pagos de
empresas, y según parecen indicar los últimos datos, una clara recesión o
disminución del PIB. En general, se da una sensación de pesimismo y de
pérdida de confianza de la población en las posibilidades de mejorar o
simplemente mantener sus condiciones económicas vitales. Es este un hecho
comprobable que afecta directamente en la propia marcha de la economía,
basada en un buen porcentaje en el consumo, que va seguir cayendo en los
próximos meses. La constatación de que las cosas van a peor, ya que la crisis
toca cada día más de cerca a un vecino, a un familiar o a uno mismo, está
logrando que se ralentice el consumo y se paralice la inversión en bienes como
la vivienda o el automóvil. Al estrangulamiento de la situación está
contribuyendo de forma decisiva la actitud miedosa de la banca, que ha
cerrado el grifo de los préstamos, denegando muchos y encareciendo y
dificultando los que concede con cuentagotas. El terror a un aumento aún
mayor de la morosidad es el argumento esgrimido por el sector, que no
obstante ha recibido importantes ayudas estatales para facilitar su nivel de
liquidez.

No se trata, de todos modos, de la agonía del capitalismo, como algunos


analistas y expertos en catástrofes se han apresurado a vaticinar, pero
tampoco es un simple catarro invernal. El capitalismo está mostrando sus
debilidades, que no son pocas, pero tiene la inmensa fortuna de que la crisis le
ha sobrevenido en un periodo de extravío de las izquierdas, incluidas las

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socialdemócratas, que se están mostrando incapaces de detectar los graves
problemas presentes y posicionarse como una alternativa creíble, bien sea
para gestionar el capitalismo con un enfoque más justo y social o, en su caso,
para impulsar programas de transición a un modelo de tintes socialistas.
Después de tantos años realizando vaticinios sobre las debilidades del
capitalismo, cuando llega una crisis profunda a éste, resulta que no hay
alternativa creíble para sustituirlo.

Esa debilidad estructural de las izquierdas puede acarrear, de no subsanarse


en breve, una salida de la crisis que suponga un reforzamiento del propio
capitalismo, maquillado con algunas pequeñas reformas superficiales que
transmitan a la mayoría de la población la sensación de que los capitalistas
saben reconocer sus errores y aprender de ellos y que en un momento
determinado, saben limar en algún grado las diferencias sociales que separan a
las clases dominantes del resto de la ciudadanía, como apunta el programa
social del nuevo presidente estadounidense Barack Obama.

La necesidad del Estado propio

En este debate ideológico entre derecha e izquierda, resulta determinante el


papel que se guarda al Estado a la hora de abordar la economía de un país.
Aunque trazar diferencias es un ejercicio arriesgado, dado los múltiples matices
que defienden las variadas ofertas políticas en el marco europeo, para no
distraernos demasiado, en general podemos decir que la derecha gobernante
suele apostar por una menor intervención del Estado, mientras que la izquierda
ha venido a defender históricamente la planificación económica por parte del
Estado. Es cierto que en un punto geo-ideológico, que algunos llaman centro,
hay derechas que se sienten a gusto con un Estado más intervencionista e
izquierdas que, por el contrario, rechazan esa opción como si fuera la peste,
como ha sido el caso paradigmático de Tony Blair en Gran Bretaña.

En lo que respecta a Euskal Herria, como paso previo a esa discusión, se


encuentra la que concierne a la necesidad o no de re-construir un Estado

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propio (o en su caso de crearlo ex novo). Lo cierto es que partidos,
asociaciones y foros independentistas coinciden en señalar esa necesidad,
entendiendo que la conquista de la soberanía para nuestro pueblo es sinónimo
de creación de un Estado propio. Ahora bien, quienes defienden esa idea,
desde postulados conservadores, socialdemócratas e incluso comunistas, no
parece que se hayan detenido demasiado en especificar cual sería la
estructura de ese Estado, ni que funciones albergarían sus instituciones.

Lejos de mi intención entrar hoy en ese proceloso asunto. Sería materia, no de


otra charla, sino de todo un curso universitario. Pero al menos podremos
apuntar más adelante algunas ideas básicas al respecto. No obstante, quería
decir que hasta el momento presente, quienes reivindican ese Estado propio lo
hacen más como mero símbolo político que como un proyecto concreto de
estatalización nacional. No se habla tanto de las herramientas que ese teórico
Estado podría utilizar para este o aquel cometido, sino de la necesidad misma
de tener un Estado.

Se trata pues, de una reivindicación de mínimos, muy simplista a mí entender,


ya que intenta concretar la utopía soberanista en la constitución de ese Estado.
Pero cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de política sabrá que hay
múltiples tipos de Estado. Desde el minúsculo, que no pobre, Estado vaticano,
hasta los gigantescos Estados chino o ruso, pasando por los miniestados que
surcan diversos archipiélagos oceánicos o Andorra. Pero no sólo existen
diferencias de tamaño, sino de estructura, ya que los hay centralistas o
federalistas, de concepción, ya que los hay monárquicos o republicanos, e
incluso de talante, ya que pueden ser autoritarios o democráticos. En el amplio
concepto de Estado entran tanto la República de Corea como la monarquía
japonesa, la Cuba socialista o el Reino de Holanda.

Por lo tanto, la estructura interna de un Estado puede estar compuesta de una


tupida red de instituciones y organismos entrecruzados o bien, en algunos de
los casos citados, de una estructura similar a la de un ayuntamiento de 10.000
habitantes. Y digo más, un Estado puede ser básicamente decente o corrupto,

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en fin, puede adoptar un sinfín de formas. Hablar de Estado sin especificar
nada sobre él, es una generalización que no debería continuar entre nosotros
por mucho más tiempo. Aunque me temo, todo hay que decirlo, que en un país
al que no somos capaces de ponerle un nombre que satisfaga a todos,
difícilmente vamos a acordar un modelo de Estado común.

Es más, se puede afirmar con plena consciencia que la constitución de un


Estado bascón no debe en ningún caso equipararse a la liberación definitiva del
pueblo citado, ya que si en el periodo de constitución y posterior asentamiento
se cometen algunos errores, puede ponerse en cuestión el propio futuro de
ese Estado y por tanto de los ciudadanos que con él se sientan identificados.

Creo que ya es el momento de explicar que siendo totalmente consciente de la


contradicción que para mí personalmente representa, dados mis antecedentes
libertarios, el apoyo a la creación o reconstrucción de un Estado navarro resulta
ineludible en el camino hacia la soberanía de lo que entendemos por Euskal
Herria o Baskonia. Por lo tanto partimos del entendimiento de que apostamos
por ese Estado propio y que ese Estado deberá hacer algo en el amplio campo
de la economía. Ya sabemos que frente a la actual crisis poco podemos hacer al
carecer de Estado, pero bien estará que discutamos que se podría haber
hecho, y en todo caso, que se podrá hacer cuando nos sobrevenga otra crisis y
estemos disfrutando de Estado propio.

Más o menos Estado

Comentaba al principio de la charla la contradicción que representa para un


neoliberal aplicar políticas de intervención en la economía. Es en momentos de
crisis cuando salta por los aires el supuesto armazón ideológico de esta
corriente política ultraconservadora. Y digo esto, porque en realidad la
contradicción la llevan dentro, haya o no crisis. Me explico. Si un neoliberal
extremo, que abraza formulaciones políticas próximas o insertas en el
denominado anarco-capitalismo, aboga de forma incansable por la jibarización
del Estado y sus instrumentos, tan sólo lo propugna en las áreas que a él le

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interesa, especialmente en las que corresponde a la economía (aunque
también lo suelen hacer en temas religiosos), pero se cuidan muy bien de
proponer esa misma disminución del Estado en otras esferas, como son las
fuerzas policiales o el mismo ejército.

En pura lógica, si uno defiende que debe ser la sociedad, leáse los accionistas
de las sociedades anónimas, quienes gobiernen con sus decisiones soberanas
la marcha de la economía, debería también hacer lo mismo en cuanto a la
seguridad pública o las relaciones internacionales. Sin embargo, en estos
campos, estos sujetos apoyan la represión policial contra ladrones,
delincuentes varios y en general con quienes no piensan como ellos, y además
utilizan a sus ejércitos para imponer sus planes internacionales, por ejemplo
para asegurarse el suministro del crudo iraquí.

Por lo tanto, a la hora de estructurar o constituir un Estado propio, rechazo de


forma tajante las posiciones de estas corrientes políticas herederas de von
Hayek, Friedman y Margaret Thatcher, entre otros visionarios del
neoliberalismo rampante.

Es así que estimo que es necesario plantear la estructura y las funciones de


ese Estado propio que coincidimos en reclamar. Un Estado que no sólo puede,
sino que debe intervenir en la economía nacional, pertrechado para ello en su
propia legitimidad democrática.

Un Estado que según mi parecer debería contar con poderes centrales amplios,
dado el tamaño de la república a constituir y que estaría estructurado en
comarcas y municipios, con una muy amplia autonomía de ambos en todo lo
concerniente a las políticas locales. Un Estado bascón en el que desaparecerían
las provincias actuales, germen de divisiones bizantinas y obstáculo para la
conformación de una verdadera nación.

Un Estado que diseñaría la ordenación de su territorio desde un prisma


nacional, huyendo de los particularismos y equilibrando los servicios a lo largo

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de su extensión geográfica, sin centralismos en lo económico o en lo cultural.
Un Estado que en la cuestión territorial fomentaría las relaciones económicas y
culturales y el consiguiente intercambio con todas aquellas regiones y ciudades
que a lo largo de la historia han pertenecido o tenido lazos con Baskonia o el
Estado navarro, tanto al norte como al sur de los Pirineos. Todo ello sin caer en
tentaciones anexionistas, pero contemplando la unión al proyecto de quien así
lo decidiera de forma democrática y soberana.

Las cuatro fases

En el camino hacia ese objetivo de Estado propio como herramienta de


intervención en la economía, planteo cuatro grandes fases, que a su vez
podrían subdividirse en algunas más.

La primera fase, para mí la más complicada, es la que contiene la


constitución del propio Estado. A partir de las realidades cuasiestatales que en
este momento disponemos, o seáse, el Gobierno Vasco de Gasteiz, la
Diputación de Navarra, los ayuntamientos, las mancomunidades, y, en fin,
todas las instituciones más o menos propias, se erigiría ese nuevo Estado
soberano. Es una fase absolutamente política, cuya primera piedra debiera ser
la formación de un bloque popular independentista de amplio espectro, que
impulsara como programa máximo la constitución del Estado bascón. No me
alargo más, porque es cuestión que seguramente expondrán otros
conferenciantes con mayor acierto.

La segunda fase consistiría en la estructuración de dicho Estado. Debe de


haber un poder ejecutivo, un legislativo y un judicial, órganos de control de
todos ellos, y en resumen, toda una malla institucional que permita al Estado
desarrollarse con toda su potencialidad. Como ya he apuntado anteriormente,
las instituciones centrales serían de una importancia crucial en esta fase de
estructuración y asentamiento. No podemos olvidar que aún logrando ese
Estado, los países vecinos intentarían desestabilizarlo, para al menos retrasar
su desarrollo, creándole dificultades en su consolidación. No hace falta decir

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que Iruñea sería la capital en la que residirían las principales instituciones
basconas.

La tercera fase que vislumbro entraría ya en harina económica, con la


nacionalización de los sectores básicos de la economía. Ahí incluyo
instituciones financieras, empresas energéticas, transportes y en general,
todos aquellos sectores que se consideren estratégicos. El Estado debe hacerse
con las herramientas imprescindibles para llevar adelante una política
económica coherente, que a su vez sea compatible con un sistema político
estrictamente democrático, sostenido en la ley de mayorías y minorías, y
respetando con escrupuloso mimo a estas últimas.

Sería esta una fase de transición hacia la definitiva configuración del proyecto
de Estado bascón. Es decir, algunas de las empresas nacionalizadas pudieran
más adelante ser privatizadas, una vez consolidado el sistema económico
nacional.

La cuarta fase, por tanto, trataría de establecer las reglas de juego definitivas
de la economía del país. Ya sabemos que tras la caída del Muro de Berlín, las
izquierdas han intentado, con poco éxito por cierto, reconstruir un modelo
socialista compatible con las democracias europeas y alejadas tanto del
leninismo original que abogaba por la dictadura del proletariado, como de los
modelos burocráticos que albergaba el llamado “socialismo real”. Coincidiendo
en lo básico con esos intentos, creo que tampoco hay que tener remilgos a la
hora de defender un sector público amplio y saneado, que impulse la economía
nacional, sin caer ni en burocratismos trasnochados ni en paternalismos
caducos. El sector público debe funcionar basado en la eficiencia y en
competencia directa con el privado. Una democracia no es más perfecta por
carecer de empresas públicas. Quienes mentan al franquismo para descalificar
la existencia de un sector público industrial y financiero, ejercitan la demagogia
más rastrera. La clave en este terreno es lograr un equilibrio en el tejido
económico, para que no haya un encorsetamiento del sector público, ni
tampoco una reducción del mismo hasta mínimos insostenibles.

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Por lo tanto, esa cuarta fase sería la de constitución de un sistema de
economía mixta, en la que conviviera un sector estatal con banca pública,
industria tractora, medios de transporte e infraestructuras públicas, junto a un
sector privado con libertad de actuación, pero dentro de unas reglas claras que
impidiesen los abusos que hemos conocido en estos últimos meses,
especialmente en el caso de Estados Unidos.

Un Estado bien pertrechado

En ese cuarto estadio, nos encontraríamos con un Estado capaz de tomar


medidas efectivas frente a una crisis financiera de la magnitud de la que ha
estallado en 2008. Un Estado que lejos de cifrar sus objetivos en la
determinación que el mercado realice, se dedique a poner en marcha las
actuaciones debidas para conseguir que la avaricia no acabe por romper el
saco.

Si partimos de que el Gobierno de ese Estado contaría con una serie de


instrumentos económicos propios, veríamos que el camino a seguir es mucho
más factible que el que tienen que recorrer ahora los actuales Estados, presos
de la corriente neoliberal impulsada en su día por el tándem Reagan-Thatcher.
El primero de ellos sería un banco central, que estaría en condiciones de
supervisar las actuaciones de todas las instituciones financieras públicas y
privadas, incluidas cajas de ahorros, compañías de seguros, financieras,
agencias hipotecarias, entidades de previsión social, y en fin, todas aquellos
agentes que se mueven en ese terreno. Asimismo, ese banco dispondría de los
mecanismos de control adecuados para detectar irregularidades como las que
se han cometido en el origen de la actual crisis. Evitaría así que la sangría se
extendiese a toda la economía nacional.

Es cierto que el citado banco central no dispondría de capacidad para emitir


moneda ni para fijar los tipos de interés, ya que se supone que nuestro Estado
formaría parte de la eurozona. Sin embargo, para establecer líneas de

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intervención prioritarias se contaría con un banco público capaz de intervenir
con su propia política crediticia, tanto para las pequeñas y medianas empresas
como para las familias y particulares. Un banco que presionaría a la baja el
precio de las hipotecas, por poner un ejemplo, obligando a la banca privada a
ajustar sus precios en ese campo. Ese banco público impulsaría determinadas
políticas en sectores tan diversos como la industria, la energía, la
agroalimentación, las infraestructuras o la vivienda, dinamizando inversiones
en las áreas que el Gobierno de turno estimase oportunas. Sería la pieza
principal del sistema financiero propio, en el que también podrían participar la
Caja de Ahorros Unida y el Instituto de Crédito Oficial.

Otra herramienta paralela a las anteriores sería un Comité de Supervisión de la


actividad bursátil, similar a la SEC estadounidense, que se encargase de velar
por la transparencia de los mercados y de impedir la comisión de delitos y de
diferentes abusos, como los ocurridos en Wall Street. Un comité que debe
poseer la suficiente autonomía de funcionamiento para quedar lejos de la
influencia de los lobbys económicos de turno, que existen en todo el mundo,
también en nuestro país. Ese comité debería propugnar en los fotos
internacionales la eliminación de una de la causas de la actual crisis, como es
la existencia de paraísos fiscales, lugares en los que se producen muchas de
las operaciones más dañinas contra el sistema financiero global.

Pero no queda ahí el recorrido financiero del Estado propio, ya que el Gobierno
dispondría de capacidad fiscal, la cual le permitiría, por ejemplo, gravar las
inversiones en productos derivados, sean éstos de índole hipotecaria, materias
primas o alimentos básicos. Una política fiscal que además tiene capacidad
para repartir la riqueza de un modo más ajustado, obligando a quienes más
tienen a aportar más a las arcas públicas y limitando las aportaciones fiscales
de quienes menos poseen. Asimismo, el Gobierno estaría en condiciones de
poner límites salariales a los ejecutivos de empresas incluidas en los planes de
ayuda en tiempos de crisis, como es el caso de la banca privada o las
empresas automovilísticas.

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Además, el Gobierno de ese hipotético Estado tendría la posibilidad, mediante
un instrumento como los Presupuestos, de incentivar las inversiones públicas
para contrarrestar la previsible caída del empleo. Se trata de un mecanismo
tradicional utilizado por toda clase de Gobiernos, sean de la ideología que
fueren, y permite lograr respuestas rápidas en épocas de recesión o peligro
inminente de caer en ella. Como es obvio, la planificación de las inversiones
debiera estar bajo un estricto control parlamentario que impidiese tropelías en
la ordenación y el respeto a nuestro territorio, un bien cada vez más limitado y
en peligro de agotamiento.

Pero es más, al contar con su propio sector industrial público, el Estado


contaría con la palanca que supone la activación de esas empresas como
motores tractores sobre la economía del país. Imaginemos una empresa
energética estatal (petróleo, gas, electricidad), capaz de intervenir
directamente en los mercados internacionales de materias primas como el
petróleo y el gas, sin estar pendiente de las políticas especulativas de las
empresas privadas del sector, como ocurre hoy en día. El aprovechamiento de
los escasos recursos energéticos que poseemos, como el aire, el agua o el sol,
debiera ser abordado desde una empresa pública estatal.

Más allá de la política frente a la crisis actual, el futuro Estado tendría la


capacidad de ordenar el territorio en base a las premisas más adecuadas en
torno a la activación de las economías basadas en la estructura socio-
económica propia. Una herramienta de importancia capital a la hora de dar
coherencia al propio Estado, alejándose de las imposiciones que hemos
padecido al depender de las decisiones de ordenación realizadas en Madrid y
París, que como es lógico, han ignorado durante siglos nuestras necesidades
nacionales.

Por último, y por resumir, el Estado navarro contaría con presencia en todos los
organismos y foros internacionales de naturaleza política y económica,
donde podría defender sus posiciones de forma soberana, ejerciendo su
influencia, aunque fuese pequeña, en el apoyo a los intereses generales del

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país sin depender de terceros como hasta ahora. Se trata en este caso de una
ventaja cualitativa enorme, ya que durante demasiados siglos hemos visto
silenciada nuestra voz como nación soberana, en la escena internacional, y
nuestros intereses han sido defendidos por otros, o simplemente no han sido
tenidos en cuenta.

Conclusiones

Como podéis comprobar, todo lo relatado no es sino un sencillo esbozo de las


grandes posibilidades que se nos abrirían como pueblo reconocido que
dispusiera de Estado propio. Empeñados en observar el día a día de los
acontecimientos, tenemos el evidente peligro de olvidar la perspectiva
histórica y el planeamiento de futuro. Son estos tiempos de convulsión y
aturdimiento en el seno de las fuerzas y agrupaciones que aspiran a la
soberanía nacional. Las energías independentistas que guarda una buena
parte de la ciudadanía bascona se mantienen en estado latente, a falta de la
chispa que las despierte y las ponga en marcha.

Conviene adelantar que sin un gran acuerdo de las fuerzas soberanistas no hay
posibilidad de alcanzar un estadio superior, al contrario, corremos el riesgo de
retroceder, víctimas de nuestras divisiones y de estrategias equivocadas. Pero
al margen de que ese acuerdo debe pasar por alto detalles, en aras al logro del
mismo, también considero que es necesario un mínimo consenso a la hora de
establecer las pautas que debería seguir el futuro Estado propio, aunque fuera
sin entrar en grandes elucubraciones.

Si queremos recorrer un largo camino juntos, no podemos dejar para el día


después el establecimiento de unos mínimos acuerdos que nos doten de la
suficiente capacidad de respuesta para satisfacer las demandas de la mayoría
social que debe sustentar esa apuesta. Es cierto que sería contraproducente
dividirnos entre partidarios de un socialismo de Estado y defensores de un
capitalismo de mercado. Ahora bien, establecer que el futuro Estado propio
debe tener una estructura adecuada a las necesidades, que no debe ser tan

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sólo un mecanismo de representación nacional, sino una valiosa herramienta
para nuestro desarrollo socio-económico, debería ser una de las premisas
fundacionales a la hora de abordar ese pacto soberanista. Tiempo habría
después, una vez conseguido el objetivo superior, para establecer mediante las
estrictas reglas del juego democrático, las características de detalle del Estado
propio.

Pero a fin de cuentas, se trata en este caso de una simple opinión personal. Por
lo tanto, reivindicando una vez más la necesidad de esa unión política
soberanista, que nos acerque al objetivo deseado, doy por concluida mi
intervención, para dar paso a las preguntas, si las hubiere. Esker mila.

Joxerra Bustillo Kastrexana

[Conferencia pronunciada en Iruñea, en el Centro Social Jus la Rotxa de


Errotxapea, el 20 de febrero de 2009]

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