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ODIO TEOLOGICO CONTRA

SARAMAGO

El artículo de 'L'Osservatore Romano' contra el fallecido Nobel portugués no despide


más que una ira furiosa y vulgaridad. Lo único que consigue es delinear un proceso
exactamente al estilo del Santo Oficio

PAOLO FLORES D'ARCAIS 22/06/2010

José Saramago ha dejado la isla de Lanzarote. Sus restos mortales han ido a Portugal, donde
serán incinerados después de la capilla ardiente. Una parte de sus cenizas regresará a la isla
para ser sepultada al pie de un olivo". Las agencias de noticias que transmitían estas
informaciones añadían otra más: el gran escritor desaparecido era objeto de un
reconocimiento extraordinario, el ataque furioso del diario de la Santa Sede, L'Osservatore
Romano, tan dominado por la pulsión del anatema que daba salida a una prosa desquiciada y
torcida. Pero ya se sabe que la caridad cristiana, en manos de la Iglesia jerárquica, puede
hacer milagros.
Es evidente que las inolvidables novelas del Nobel portugués tienen la capacidad de
absorber al lector "en cuerpo y alma", despiertan su espíritu crítico y, al mismo tiempo, las
emociones y la fantasía, incluso ante temas sobre los que la Iglesia jerárquica pretende
ejercer un monopolio vigilante, si el órgano oficial del presunto Vicario de Cristo en la
Tierra ha sentido la necesidad irrefrenable de vomitar a tambor batiente un vade retro! de
injurias incoherentes, con el cuerpo aún caliente, en vez del requiescat in pacem canónico.
Comienza con que "aunque haya fallecido a la respetable edad de 87 años, no podrá decirse
de José Saramago que el destino le mantuvo con vida a toda costa", una expresión que tal
vez pretende ser una utilización irónica de una frase de su novela Todos los nombres pero
que, por el contrario, no despide más que odio y vulgaridad.
A continuación inicia el rosario de acusaciones contra sus novelas, su contenido, su estilo,
todo: "La Historia con mayúscula en filigrana con la del pueblo" (solo faltaría, en alguien
que era novelista y no historiador), "una estructura autoritaria totalmente sometida al autor,
más que a la voz narradora" (a la "pluma" del Papa se le escapa que, independientemente de
que el relato lo conduzca la voz narradora o el autor, "Madame Bovary c'est moi", como
explicaba Flaubert y como sucede con cualquier escritor), "una técnica de diálogo
completamente deudora de la oralidad" (no se sabe cuál es el problema, porque la fusión
entre narración y oralidad es uno de los elementos estilísticos que hacen que las obras de
Saramago sean memorables), "un intento imaginativo que no se molesta en encubrir con la
fantasía la impronta ideológica de eterno marxista"; ya está, aquí estamos, eso es lo que saca
de quicio al periódico del Papa. Y sobre todo, "un tono de inevitable apocalipsis con un
presagio perturbador que pretende celebrar el fracaso de un Creador y su creación".
En resumen, la grandeza literaria es lo de menos. L'Osservatore Romano resulta patético
cuando trata de reevaluar bajo el perfil de la creatividad una obra que hizo de José
Saramago el mayor escritor vivo y lo único que consigue es delinear un proceso
exactamente al estilo del Santo Oficio. Primera imputación: "respecto a la religión, dado que
siempre tuvo la mente enganchada en una banalización desestabilizadora de lo sagrado (...),
Saramago no dejó nunca de apoyar un descorazonador simplismo teológico". En italiano, lo
primero que evoca siempre la palabra uncinata (enganchada) es la croce uncinata, la cruz
gamada, una asonancia hitleriana, un lapsus con el que se perjudican a sí mismos, porque es
un adjetivo que más valdría haber evitado en el periódico de un Papa que en su juventud
lució la enseña de las Hitlerjugend. Pero cuando se es esclavo furioso del odio teológico ya
no se controla lo que se dice.
Por otra parte, dado que la otra imagen que evoca uncinato es la de los ganchos en los que
cuelgan los cuartos de la res los carniceros, las palabras "una mente uncinata da una
banalizzazione", "una mente enganchada en una banalización", o las ha escrito un genio de
la ficción barata, o las han firmado con tinta azul en cualquier gimnasio. Y ahora viene la
pregunta: ¿el autor de la necrológica cristiana quiere decir que el cerebro de Saramago
estaba desestabilizado por la banalización de lo sagrado (es decir, que estaba loco o era un
gilipollas), o que dicha banalización, unida a su materialismo libertario, desestabilizaba la fe
de los lectores? Porque, si se trata de este último caso, eso sería un elogio.
¿Y en qué consistiría el "descorazonador simplismo teológico" de que le acusa Claudio
Toscani? En haber sostenido (la síntesis es de Carneade) que, "si Dios está en el origen de
todo, Él es la causa de todo efecto y el efecto de toda causa" y, por consiguiente, por haberse
enojado con "un Dios en el que nunca había creído, por Su omnipotencia, Su omnisciencia,
Su omnividencia". Es decir, por haber ilustrado con un talento narrativo espectacular las
antinomias de la teodicea, que los doctores de la Iglesia no han sabido nunca resolver pese a
siglos de sutilezas teológicas y de agarrarse a clavos ardiendo. Además, Toscani, en su papel
de filósofo improvisado, olvida que la característica de Dios que es incompatible con la
omnipotencia no es la omnisciencia, sino la bondad y la justicia infinitas, vistos los horrores
de los que está llena "Su" creación.
Pero la obra que hizo que las jerarquías de la Iglesia vertieran auténtica bilis, una bilis que
aún perdura 20 años después, fue, por supuesto, El Evangelio según Jesucristo, "un desafío
a las memorias del cristianismo del que no se sabe qué salvar". No lo sabe el amanuense del
Papa, porque sí lo saben muy bien los millones de lectores apasionados y los historiadores
del cristianismo primitivo, que dan por sentado que el profeta judío itinerante de Galilea
llamado Jesús no se consideró jamás el Mesías (para una minoría, como mucho, "Cristo no
sabe nada de Sí hasta cuando está a un paso de la cruz", precisamente lo que Toscani
reprocha a Saramago), y que, en efecto, "María fue para él una madre ocasional", hasta el
punto de que no sabemos nada de ella aparte de que opinaba que su hijo estaba "fuera de sí"
(Marcos, 3:21). Cuando el paladín del Evangelio según Ratzinger concluye, con la lanza en
ristre pero la prosa un poco retorcida, que "la esterilidad lógica, antes que teológica, de esos
asuntos narrativos, no produce la deconstrucción ontológica buscada, sino que se enrosca en
una parcialidad dialéctica tan evidente que es preciso negarle toda credibilidad", solo se
puede decir: "de te fabula narratur".
Por otra parte, el odio teológico impide el respeto a la lógica e incluso a los hechos: como
golpe final, L'Osservatore Romano reprocha al gran escritor que "un populista extremista
como él, que se había hecho cargo del porqué de los males del mundo, debería haber
vinculado el problema a las estructuras humanas pervertidas, desde las histórico-políticas
hasta las histórico-económicas", exactamente lo que hizo Saramago, con su empeño
inagotable "en nombre de los últimos", de los pobres, los marginados, que debería recordar
algo a quien pretende predicar el Evangelio todos los domingos. El escritor llamaba a todo
esto "comunismo", pero, como ha recordado Luis Sepúlveda, para Saramago, "ser
comunista en el confuso siglo XXI" era sencillamente "una cuestión de ética frente a la
historia", no era ideología sino entender "la solidaridad como algo unido al hecho de vivir.
Nadie se había sacrificado tanto por tantas causas justas y en tan poco tiempo".
Paolo Flores d'Arcais es filósofo y editor de la revista Micromega. Traducción de María
Luisa Rodríguez Tapia.

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