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EMMANUEL MOUNIER LA REVOLUCION PERSONALISTA Traduccién de Edgar Ruffo e EDITORIAL LOS ANDES Titulo de la obra en francés: QUEST QUE C’EST LE PERSONALISME? Disefié la tapa: Luis F. Benedit ro © by EDITORIAL LOS ANDES S.R.L. Buenos Aires. Queda hecho el depésito que previene la ley n? 11.723, PRESENTACION En octubre de 1932 aparecié el primer numero de la revista “Esprit”, que tanta importancia tendria para la difusién del pensamiento de Emmanuel Mounier. Los colaboradores de la revista fueron reclutados principalmente entre dos grupos. Los catdélicos que luchaban contra un espiritualismo ineficiente y abs- tracto, aislado de los desafios concretos de la realidad. Los socialistas disconformes con las concepciones deterministas del marxismo. Mientras los primeros descubrian —en la realidad— la incidencia de lo econémico-social sobre los proble- mas humanos, a los segundos los atrata la dimension humana de la crisis econémica, y la necesidad de re- formular la revolucién social en términos mas abiertos que los del marzismo ortodoxo. Cristianos y no cristianos, aparecen compartiendo un rasgo comin, que, junto a la idea de “compromiso”’, van a ser dos constantes de “Esprit”: la aceptacion de la primacia de los valores espirituales en la vida del hombre. Este punto de arranque significaria un replanteo critico de las ideas generalmente aceptadas en la éno- ca, haciendo del hombre: principal actor, destinatario y responsable directo de los sistemas politicos que bis- can solucionar sus problemas. Un cuarto de siglo des- pués de la muerte de Mounier (1950), el personalismo continta siendo una de las respuestas mds completas a ese desafio. La critica social y politica a la sociedad, originada por el personalismo, levd a sus hombres a rechazar el sistema capitalista, por considerarlo incompatible con la moral cristiana. Mounier se declaré asimismo adverso a todo tipo de totalitarismo: los de derecha expr xpresados en ese momento por el fascismo y el nacio- nal-socialismo l ircui smo, y los de izquierda reflej f . eja - lox regimenes comunistas europeos Flejados por los E . : Rurope yok nee personalista se difundid por toda o del mundo. Muchos tid iti cos de inspiracién. cristi n al personeliomo ‘ton cristiana adoptaron el i nos ¢ / | personalismo moma Punto de referencia para sus principios doctri- , SUS programas y plataformas. tod istomat na gunier fue siempre la de rechazar pensamiento no era Un csquema aout gee que fi. fs,¢ neonmoeie, eno una base de “iden vvion. > locer que el ho A Namado a tomo teomstante e indefinidamente 6 one supuestamente universalos o) degintnn on ideas Mucl i i a score ne gain noth que es posible alcanzar auemMa. o de ideas aplicables j ne . les a cualowier c a tancia concreta. Algunos creen haber leaado ae oi Bs posible lograr en esta linea de pen samiento . clerto avance en la histori ied low oem a hi ay en la sociedad. nero F Los esquemas ideoldgicos im ird s 8 ‘ yicos impedirén cre i mas. La prédica d i i + sobre ca de Mounier tiende i t a advertir sob ese neliaro. Evitar mite. on LOro. que el hombre se autolimi sus posibilidndes de d i : en cn ] | escubrir nuevas eta 1 peregrinar por el mundo. pasen su Hay si moni haeanas que pueden tender social 4 econdédmica. pent A ct x Justicia, pero que también pueden co- aan mbre —al que dicen servir— las posihil:. gades e una realizacién integral. Lo importante e« suier rin oi y su vocacién trascendente. Cual. ( olitico, por mds justo e i itari olitico, sto e igualitario a econ ; que re ; Bre aoe oprimirle, sino ponerse a su servicio. ¥ el om. un ente estdti i inuo | cintento, statico, sino en continuo cre. Mounier se encarga, asimismo, de evitar que se coi- funda al personalismo con el individualismo. La socie- dad injusta que él critica estd fundada en el egoismo personal y sectorial, que avasalla por lo tanto al bien comin. El hombre no es el simple engranaje de una mdqut- na, en el que lo convierten los totalitarismos. Pero tampoco es una célula aislada de sus semejantes, como pretende el individualismo. En el ser humano hay dos dimensiones fundamentales: la social y la per- sonal. Ninguna debe excluir a la otra. Hay quienes pueden ver en esto una nueva forma de idealismo desarraigado de la realidad. Esta reali- dad concreta del mundo con sus crisis, sus injusticias. sus sistemas inhumanos de vida, su falta de libertad. El personalismo no representa en modo alguno una evasion “espiritualista”, sino un Uamado al compro- miso desinteresado, por construir una sociedad justa, integrada por hombres libres y plenos. LOS EDITORES PROLOGO El Manifiesto al servicio del personalismo aparecié en Francia en 1936. Al releerlo. transcurridos diez anos car- gados de acontecimientos, el autor no renieaa de una linea, en. cuanto al fondo. Pero seria anormal (e inauietante ) que diez afios de exneriencia u de reflexion pasaran. sobre una mente sin modificar narcialmente su vision, sin enri- quecerla con nuevos panoramas. De todas las objecitones con que se arma el ioven al iniciarse en la vida. algunas se afirman con el tiempo. otras —aue fueron titiles como punto de partida— dejan lugar a bisquedas mds compren- sivas. Respondemos a ciertos deseos haciendo —-hoy, como hace diez aos— un alto en nuestra marcha. El lector de estas pdginas me permitira subrauar, wna rez més. el esniritu con el cual desearia fueran letdas. El “nersonalismo”. mientras de mi dependa, no sera jamas un sistema ni una mdauina politica. Empleamos este tér- mino para designar una cierta persnectiva de los vroble- mas humanos u vara acentuar, en la solucién de la crisis del siglo xx. ciertas exigencias a las que no siempre se les confiere valor. No se hace uno personalista abando- nando sus fidelidades anteriores o los nuntos de vista nrdcticos escogidos vara Ia solucién de nroblemas vracti- cos. Se puede ser cristiano u personalista, socialista u per- sonalista uw —spor aué no?-— comunista u nersonalista. st se es comunista de una manera que no contradiga los va- lores fundamentales aaut destacados. Rechazo de ante- mano toda tentativa de utilizar “el personalismo” para la pereza histérica. para la defensa de las formas de civiliza- cién aue la historia condena. Rechazo la tentacion. muy fuerte nara almnos, de llamar “nersonalismo” a la inca- nacidad para soportar una prolonaada disciplina de accidn. Anhelo aue estas pdainas ayuden a pensar y a crear YU no a escudarse de los Ilamados del mundo. La mejor suerte que podria tocar al personalismo seria Ia de que, luego 9 10 de haber despertado en muchos hombres el sentido total el hombre, desapareciera sin dejar rastros, de tanto con- fundirse con el cotidiano transcurrir del tiempo. E. M. Conocemos todos los inconvenientes que aceptamos al dejar que se aplique una etiqueta como la de “persona- lismo” a un conjunto de inquisiciones v de voluntades que desea permanecer abierto y, al mismo tiempo, vi- soroso. Aqui la palabra no hace nada. Desde que existen nalabras, hay batalles de palabras, verbalismo, confusion. -Prescindiremos por ello de hablar y de nombrar? Nin- cuna palabra esta intacta ni es sincera. E] marxismo abar- ea, a la vez, a los materialismos arcaicos v a un esfuerzo vara pensar Ja realidad humana global mas préxima. Exis- ‘encialismo designa provisionalmente en Francia a una moda de la desesperacién de la existencia y deserta de esa larga tradicién que. de Pascal a Scheler, afirma la ple- nitud de la existencia. Por qué “personalismo” no se prestaria. éste también, a las confusiones y a las explota- ciones habituales? Algunos ya procuran refugiar en él sus temores o sus avaricias. Otros, hacer de 6] una ma- euina contra la revolucién socialista. Aun cuando no acep- itramos darle un nombre nuevo, se encontrarian voces cue interpretarian este silencio como complicidad. Conser- vemos, pues, la denominacién a que nos han ligado va al- “mos trabajos. algunos combates vy. del Mosa al Oder, los muertos no disfrazados por ninguna ambigiiedad. Esta palabra es una respuesta a la expansién de la erupeién totalitaria. ha nacido de ella, contra ella v acen- ‘ia la defensa de la persona contra la opresidn de esos sistemas. Desde este Angulo. corre el riesgo de arrastrar eonsiga a las viejas reacciones individualistas. gozosas le atribuirse un nuevo blasén: asi también lo tenemos nosotros asociado desde un principio a “eomunitario”. Pe- ‘Ne ima insignia no es una filiacién completa. Y cuando ha- vamos presentes las Hneas fundamentales de nuestra fi- losofia de] hombre. veremos que la persona no es un ceélula, ni aun social, sino una cima de donde salen todos los ca- minos del mundo. 11 Rechazamos totalmente que se coloque bajo la eti- queta del personalismo un sistema cerrado. Si es verdad que marxismo, existencialismo y personalismo se repar- ten actualmente la filosofia de la revolucion en Occidente, es capital que no se encierren estas tres troupes moviles, aun mas moviles que los partidos politicos; pues escla- recen, en diferentes direcciones, grandes provincias de un mismo pais, y se traicionarfa el futuro del hombre si se pretendiera transformar esa concurrencia fecunda en un combate totalitario, persiguiendo la eliminacién reciproca. Por nuestra parte, velamos, al mismo tiempo que por asegurar nuestro eje, por no dejar que se an- quilosen nuestras fronteras. El personalismo, sobre todo, como doctrina inserta en la historia, no es un esquema intelectual que atra- viesa la historia. Combina la fidelidad a un cierto abso- luto humano con una experiencia histérica progresiva. Lo comprenderemos mejor destacando las etapas sucesi- vas de esta experiencia todavia adolescente mas que sim- plificandolo en una imagen prematuramente estatica. Tam- poco hay que inmovilizar esas etapas progresivas, como si : la preocupacién dominante en una debiera quedar excluida ; de las perspectivas de la siguiente. Asistimos mas bien, a | las primeras sinuosidades de una marcha ciclica en la que | las exploraciones realizadas a lo largo de su camino hasta | el fin son abandonadas solo para reencontrarlas, después y mas lejos, enriquecidas por este olvido y por los descu- brimientos que han despejado ese camino. 12 CAPITULO I EL PERSONALISMO DE LA PUREZA El movimiento personalista nacié de la crisis iniciada en 1929 con los cracks de Wall Street, y que se prolonga bajo nuestros ojos, mas alla del paroxismo de la segunda guerra mundial. Se expresO mediante la creacion de la revista Esprit, en 1932. Durante algunos anos, el Ordre Nouveau que hubiera tomado una importancia de primer plano de no haber muerto Arnaud Dandieu— reunlo por su par te, juntamente con los personalistas, a ingenieros que a teenocracia no siempre ha guiado desde entonces por los mejores caminos. - a ,De qué necesidad interior surgio nuestra afirmacion? Ante la crisis, de la que muchos ocultaban la gravedad, se proponian dos explicaciones. 7 Los marxistas decian: crisis econémica clasica, crisis de estructura. Operad sobre la economia, el enfermo se res- tablecera. 7 Los moralistas oponian: crisis del hombre, crisis de costumbres, crisis de valores. Cambiad al hombre, y las so- ciedades sanaran. No estabamos satisfechos ni con unos ni con otros. Nos parecia que espiritualistas y materialistas participaban de 13 mismo error moderno, ej cual, prolongando el cartesianis- “alma”, el pensaniento’y Ia aeele al once eee” Yel 8 el , el homo faber y el! mo sapiens. De nuestra parte, afirmabamos: la crisis | es, a la ‘vez, una crisis economica y una crisis espiritual : una crisis de estructuras y una crisis del hombre. No solo 2 rePetiamos el dicho de Feguy: “La Revolucién sera mo- alo no sera nada”. Nosotros precisabamos: “La Revolu- cion moral sera econémica o no sera. lua Kevolucion eco- | nomica sera ‘moral’ o no sera nada”. e Nos volvimos, pues, hacia los marxistas y les dijimos: or mas sutil que sea vuestro materialismo, por mas dia- léctico y por mas alejado del materialismo vulgar, del cual : os defenaeis, mientras quede un materialismo —ése que emis se mutila al hombre y se compromete la revo. Heron. Sea, pero eque es el materialismo? £Una doctrina q irma la primacia de la materia sobre el espiritu? F'rase ininteligible, pues ya nadie sabe qué es la materia, que se desvanace bajo los dedos y aun bajo el ensa- miento; en cuanto a nosotros, de ninguna manera’ reco. nocemos un “espiritu” impersonal. Ya no llamaremos m . terialismo a una filosotia historica que sostiene la rie macia actual de las soluciones econdmico estructurales en una sociedad moderna, porque creemos también en esta primacia de urgencia y en esta importancia actualmente desmesurada. Designamos como materialismo a una filo- sofia que, al mismo tiempo que insiste justicieramente en un humanismo del trabajo y de la funcion fabricante, con- sidera como ilusorias otras dimensiones no menos ‘esen- ciales del hombre, especialmente la interioridad y la trascendencia. Y como semimaterialista, a una filosofi que tiende a desvalorizar las segundas respecto de las ri. meras. En esto, por lo menos hasta hoy —nos reservamnos ou futuro, el marxismo jamas ha negado ser un materia- 14 Nos volvimos simultaneamente hacia los espiritualis- tas tradicionales y les dijimos: Habéis dejado confundir el destino del hombre con las charlas del espiritu acerca del espiritu y desviar la misma fuerza del espiritu hacia los paraisos artificales al servicio de todas las bajas ac- ciones. Y de ello no os habéis dado cuenta, y esto es, justamente, lo que os condena. Por vuestros escrupulos, las fuerzas revolucionarias se han vuelto, a traves de puestro “espiritu”, contra los valores del espiritu, y si un dia ellos las liberan, los errores y los estragos intermedios os seran ampliamente imputables. Comenzamos por destruir toda solidaridad con este “espiritu” esclavo o ciego. Sentiamos el abismo que separa la buena palabra de las buenas palabras, y sentiamos que solo podriamos anunciar sin fariseismo los caminos del espiritu cuando todos tuvieran condiciones de existencia aceptables, que les permitieran la disposicion interior para introducirse en aquéllos. Nuestra conviccion, desde en- tonces, estaba definida: el primer paso de la “revolucion espiritual” es Ja revolucién economica y politica, que le abre un camino hasta sus destinos, demasiado ofuscados todavia por las necesidades elementales de la defensa vital. Sin embargo, no nos impusimos por eso —-como al- gunos hubieran querido—, una especie de abstinencia virtuosa para todo cuanto sobrepasara las preocupaciones del ingeniero politico. Esta sabiduria estrecha constituye otra forma de fariseismo. Un gran nimero de militantes revolucionarios, si trabajan para los oprimidos, no lo estan tanto como para que puedan dejar irresponsable- mente el destino espiritual del hombre librado al azar de las cosas, mientras toman tanto cuidado para asegurar los caminos de la revolucién politica y social. Esos militantes revolucionariog estén en condiciones, mejor que otros, de formar y de hacer resplandecer una plena imagen del 15 hombre: los mas desheredados les daran a veces el ejem)- plo. La “Revolucion material antes que nada” como la “Revolucion moral antes que nada” pueden cubrir una fuga individual ante la exigencia global de una revolu- cién del hombre todo. Nadie prefiere ahorcarse para evi- tar una muerte por asfixia. Es dificil para el historiador, aun para el historiador de su propia historia, estar seguro de que no proyecta las posteriores perspectivas de los hechos sobre su primer di- seno. Creo, no obstante, que tal fue, aproximadamente, nuestra actitud de partida. Su fuerza misma implicaba un peligro. Entonces esta- bamos animados por un deseo de absoluto y por una rebe- lion contra los desérdenes espirituales, mas que por la ne- cesidad imperiosa de una politica a seguir contra el avan- ce concreto de esos desordenes y de sus astucias para el combate. En este espiritu, una cierta preocupacién de pureza tendia a ser el sentimiento rector de nuestra acti- tud: pureza de valores, pureza de medios. Nuestra forma- cion de intelectuales nos llevaba a buscar esta purifica- cion en primer lugar en una purificacidén de conceptos, y el individualismo de la época, contra el cual nos alista- mos, no dejaba de influir en nosotros, desviandonos de esta revision doctrinal hacia la preocupacién demasiado exclusiva por nuestros comportamientos individuales. Se conoce el proceso de desarrollo que imprimimos a esta idea conductora. La critica del organismo histérico en el cual viviamos nos condujo a actitudes revoluciona- rlas contra el aparato capitalista, la democracia formal e instituciones anexas. Entonces (hacia 1932), resultaba ori- ginal ser revolucionario sin pertenecer a un partido mar- xista. Desde entonces, esta originalidad se transformé en banalidad, y no siempre de buena ley. Nuestra voluntad revolucionaria era, sin embargo, profunda y auténtica. Pero estaba orientada menos hacia los medios de la revolu- 16 ian que hacia la purificacion de la revolucion misma. Bus- . . ws ) “sbamos una “técnica de medios espirituales”, y aunque ieenica” destacaba cl aspecto realista de esta preocupa~- -ion, quiza hubiéramos dicho entonces que mejor era no acer la revolucién que dejar que se hiciera por ciertos -oedios, De esta manera, nuestro primer trabajo fue sobre todo _urifiear los valores. Habfamos advertido que no se trataba - un compromiso entre “valores espirituales” intactos vy aa realidad corruptora de la que hubiera bastado diso- carlos, sino que arrastraba valores ya alterados por amal- simas que éstos habfan formado en el ambiente. Estuvimos cucho tiempo aplicados a este delicado trabajo de diso- eion: ruptura entre el orden cristiano yv el desorden -stablecido, revision de nuestras fuentes de cultura, doc- -vinas del trabajo, de la propiedad, de la autoridad, ete. ©: la época de los grandes nimeros especiales de Esprit, poco pesados, pero perdurables. Algunos consideran esta preocupacion por la_pureza sovolueionaria como una especie de sentimiento infantil. ‘renen razon si se refieren a las formas primitivas y ob -csivas que al respecto ofrecen los medios anarquistas, 0 los productos de cierta educacion cristiana platonizante aio viola el espiritu mismo del cristianismo. Pero por haber “-imilado mejor desde entonces e] valor —espiritual este mismo de eficacia, no renegaremos de esa preocupacion vor do Absoluto que constituye la columna basica de nues- ‘iy aceién. Si la misma historia del hombre es “un movi- ‘ento para ir siempre més lejos”. la historia no se hace no se entiende sin un principio de no satisfaccién perma- hente w de un rebotar perpetuo. El error consiste en -aeyer realizar lo ahsoluto en lo relativo. nunca en pensar 1. pelativo sobre el fondo de lo absoluto. a fin de que lo rclativo conserve una grandeza aue cede infaliblemente al Guedar abandonado a si mismo. La historia no es una rela- 1T tividad que nace a cada instante, que muere a cada instante, sino el semblante siempre nuevo, siempre fiel, de un abso- luto que, al mismo tiempo, esclarece desde lo alto el rio de Heraclito y mezcla su luz con sus aguas movedizas. Sin embargo, este absoluto (y aqui nos reunimos con la gran tradicién que liga a Dionisio el Aeropagita con San i Juan de la Cruz. Pascal, Kierkegaard v Kafka) es un i absoluto oculto. Es inconmensurable para el mundo, tal co- mo esta. Lo atraeremos hacia nosotros por el esfuerzo que hacemos hacia é]1 mas que por las representaciones que de él nos damos, siempre imperfectas, a veces grotescas. Un sistema conceptual puede definir con precisi6n lo cue no es, pero explica sdlo mediocremente lo que es. Aquello que es cierto en el nlano de Ja ontologia es mas cierto todavia cuando nos deslizamos al plano de Ja historia. Como decia Kierkegaard, sdlo el Juicio Final juzga la historia. lo que puede exnresarse. en términos menos teoldégicos. diciendo aue solo una conciencia de la totalidad acabada de la his- toria podra dar e] sentido de cada uno de los acontecimien- | tos historicos. La historia no se hace sin la voluntad del hombre v. sin embargo. consigue otros efectos que Jos que | él mismo ha previsto. En materia histérica, el servir a lo absoluto es una manera de ser mas oue un sistema ne varietur de principios o de soluciones. En esta casi ininte- ligible vertical de la historia, no podemos guiar nuestra nave bajo un cielo fijo; antes bien. los paises favorables u hostiles cue atravesamos nos son revelados. al mismo tiem- “9 cue nor constelaciones Jentamente moviles, por la lumi- nocidad del aire. por el juego de los vientos, por los refleios del agua, por un bienestar o un malestar vital que expe- rimentamos. Seria necesario analizar aqui la preocupacién por la pureza con mayor amplitud de la que vodemos permitir- nos. La psicologia y la patologia individuales nos traerian claridad. E] delirio de pureza absoluta, la mania de per- 18 feccién, e] idealismo desesperado, son frecuentes en los asilos y entre los simples neuroticos. No distinguen a suje- tos elegidos sino a psiquismo en degeneracion. No Nevan la personalidad —como piensan los que en ellos se agitan— hacia una perfeccién plena sino hacia una verdadera per- dicién. Se les encuentran entre sujetos cuyo comporta- miento rector es una fuga de la realidad. Rechazan todo lo que podrian realizar como necesariamente humilde, imper- fecto, finito, y sobre el eje de esta negacion, pasan de la negacién a la condena, que justifica su fuga ante sus pro- pios ojos; en fin, sumando estas evasiones en un mito de pureza abstracta, terminan por enmascarar su desercidn, idealizandola. Todas las sectas de “puros”, como tantas que ha conocido la historia, han nacido de este estado espi- ritual de impotentes para la accién cotidiana. Esta muy difundido entre hombres que pasan por normales que esta pureza con la que se cubren sea de alta o de baja calidad, una aspiracién religiosa inconsolable o la minucia Impe- cable de una vida bien ordenada. Los directores de con- ciencias —un San Francisco de Sales, por ejemplo— se han anticipado a Marx y a los freudianos al denunciar en esas actitudes una alienacioén y una astucia de la mala conciencia, Relacionemos estas reflexiones con nuestros propositos. El sentimiento obsesivo de pureza en materia de teoria y de accion no es siempre extrafio a estas aberraciones psiqui- cas. Ya porque se ha desarrollado a causa de una educa- cion cristiana dirigida, en contrasentido, hacia el esert- pulo vy la evasién en lugar de desarrollarse hacia la deci- sion y el compromiso; ya porque sigue a alguna herida afectiva profunda, recibida en las primeras escaramuzas de la aecién, y simula un progreso dialéctico cuando, en realidad, constituye una fuga. Se encuentran al respecto tanto formas laicas como formas religiosas. La gran tenta- cion de la preocupacién auténtica del absoluto y del es- 19 fuerzo vivo hacia la perfeccion se desliza hacia esta ospecie de dogmatismo estéril. Ne pienso aue havames catdo en cello. Un organismo uevo tiende a aislarse v a protegerse para tomar plena eenciencia de si v salvosuardar su fragilidad primera. Ast durante veinticinco anos --como era normal v sano—, hemos negado todo, exigida tade. Pere el personalismo que afirmahamos, vo aue roneretabamos noes a soca, eonstituia el mejor exorcismo centra e} demonio de la pureza. La pureza abstracta va siempre a lo general. al principio cons- truido, a la situacion ensomada, a esas bienes incorpéreos aque no son nada ni de nodic. La aecién personal, por lo contrario, es afirmacién « insercién concreta. responsabill- dad aspmida en un munéo de situaciones. Al auedar demasiado eyclusivamente inclinados hacia esta preocupacidn. rozamos, sin embarre, ciertos peligros RL primere de todos ere el de caer en Ja nutenfa v, en consecuencia, en la inefieacia histériea. No solo utopia de los sistemas v de Tas sociedades irreales. Hay utopia en cuanto la proeveeciin histariea cue dumina la ‘accion es el producto de una construceian puramente coneeptual, en cambio de camponer las evigencias suprahistaricas eon las gituaciones histaricas de hecho donde aqueéllas deben inser- tarse. Er este sentido. hav heeta utapias de Ja modera- cidn: se las encuentra en esas noliticeas de justo. centro que necen de uns ceferminacion casi soométrica entre ex- fremismes imavinarios Ton hiuseavoda de una Srovolucion pura” por via de la Himoptezn ideolécica podia. tanta como un clerto morslismoa oalitien, conducirnas al tmnasse de las buenas iptenciones desarmadas, A tel preocunacian por la pureza ha de referirse In infantil actitud anolitiea de muchos hombres de calidad verdadera v Ja completa tor- peza aque manifiestan cuando desean salir de ello para in- certarse en lo real. 20 A lo sumo, la preocupacién por la pureza no es tnica- saente preocupacioén por una limpieza abstracta de esen- -iag © por una perfeccion ideal de la historia, sino una preocupacion por cierta delicadeza de actitudes ante el ratundo y en la accion, Una vez mas, esta preocupacion es “1 componente esencial de la accion. Pero sdlo resulta na composicion viril cuando se combina con una preocu- ceidn por la aplicacion y la eficacia. De otro modo, crea -ovazones de un metal quiza quimicamente puro pero fra- ‘|. EL hombre, complejo por definicion, sdlo es sélido -» aleaciones. En Vichy, al Jado de los cinicos, hormiguea- wan estos “purus” que se dejaron dominar como ninos y ue han revelado una radical debilidad de caracter en el syomento de las decisiones. Ks necesario agregar que, en la atmosfera de nuestra _poca, la preocupacion por Ja pureza esta apresada, quiéra- © no, en un contexto bastante estrechamente individua- sata. Aqui tambien hay que estar atento a las indicaciones .. la psicologia individual. La preocupacién por la pureza vy es, a menudo, mas que una proyeccion en el ambiente a la preoeupacion por mt pureza. Y esta preocupacioén por ai pureza individual, si a veces se vineula, en sus formas iuperiosas, al impulso hacia la perfeccién, mucho mas fre- onentemente se vincula, en sus formas banales, a dos instintos primitivos: la preocupacién por mi integridad ma- v-rial, variante del instinto de conservacién (que nada en ii se altere, es decir, que nada cambie, que ninguna aven- sara me desconcierte), y el complejo de inocencia, estado cnétrico —-demasiado desconocido— del complejo de cul- vabilidad, el deseo de mantenerse irreprochable con el menor riesgo posible. Estos dos instintos son conserva- dores y egocéntricos, Bajo nobles pretextos, tienden a ase- ‘avar la tranquilidad moral del individuo, en el olvido de ls desérdenes o de los tumultos que se agitan en torno de oF n _ hombre, nuestra reaccidn no puede ser purame g tiva, . ; Una nota pascaliana nos Meva a ello. Asi como el ma- terialismo, bajo todas sus formas --cientifica, econdmica psicologica—. ha barrido con éxito la estéril retérica pin tualista, antes. de pntroduelr a su alrededor un nuevo verbalismo, as filosofias de la nada son, en el fondo, un ay ; . pele antidote contra los Stimmungen del pensamiento gues, contra su tonto optimismo, su idealismo engafioso , el aplastante positiviemo de lo real. El vértigo de la nada re su nada, constituve una buena fuga espiritual para el eatete Tresiade Teno fe si. Al desfondar su universo . Heidegger v sus iscIpulos podria ‘ humanismo racionalista v bursués una mate de la funciona Heac ora cue cumplieron San Juan de La Cruz v Gali- leo para el humanismo aristotélico-feudal, San Pabl : pseudo Dionisio nara la sabiduria oreco-im erial. wn embargo. Ta dramatica eristiana v Ja dramétion revolueio- mea Menen adi una respuesta a dar v un porvenit a eee a donde el nihilismo rehusa Ja respuesta v des- ate aan a emesa: Pere aauellas se encuentran mas a ' pneionarios ae mreawa edifican cake ae sanidnrla se riessos, sobre jas sin fi 4 licenc ve acion re economias sin fin v sobre una infeligencia neg nsiderada desde ofrn punto de vista. la dislocacién del aay bre clasico parece muy comparable 2 Ja dislocacion de las persnectivas euclid ineresnaci De ) s euchideanas por los hineres i He as Py S € los hineresnacins. D tes Stele de hahites mentales cierran el norvenir del rombre. Creemns eter 1 an Y : efernoas Tong hyoares enmt j 1 gares comunes de cin - vernon. universales Ins nrejiticins de una casi jeln, Per a i are TCINS © a Sl isla, Fero vee ano no en e. no transmitira la vida. Fl estallido de 2stra imacen del hombre ; iré sin du 1 he nas conducira sin dud “6 neralizar” nuestra repr id la naturalera humana 1uestra representacién de Ja 1 | 1 acion de Ja naturaleza h como las ceometrias 1 j valizado” el s ce sno euclideanas han “ j , ve é Danas he seneralizado” el pacio del sentide camin. Todo In eoncerniente al hom pre acl se desarrolla por crisis. donde la negacién debe se , . . . . para que el renacimiento sea mAs sorprendente 46 ién del hombre hasta la destruecién del nacer bajo nuestros ojos muy significative que | materia v No aueda excluide que un dia la negac por el hombre Heve e! frenesi iambre por el hombre. Vemos i instrumentos nosibles. Parece wale el sislo xix hava sohadoe Ja sintesis de la coe el siglo XX venga a turbar su sueno al inventar justa- raonte la desintegracion industrial del atomo. El hombre eontemporaneo se cree absurdo: v quiza no es mas que “iwengato. Odio a ese loco que cree que, enfrentado el eahio con el beton de la prosperidad universal v con cl hoion de Ja explosion atémica integral, la sola virtud cien- Hiea Jo conduciva a presionar el bhotén salvador en cam- |... del que ordena la muerte. Ya no creemos en la razon smanente, en Ia bondad natural v en la organizaci6n -jomatiea. La inminencia de la suprema Jocura, bordean- hy en adelante nuestra sabiduria como la muerte en la fornatia mas dificil nuestra sabidurta. a la Rentiblica sonriente de decia Saint-Just en el alba sunbra de la vida. Fe todo easo, ha puesto fin ©. profesores. El hienestar. ta époea liberal, es una idea nueva en Europa. La an- tia Jo reemplaza en el cielo de los pueblos. La angustia es mas que una idea flotante en los corazones ociosos. cho carne o, sin duda, acero. Se ha svertido en la companera del hombre por los mismos cos por los que se jactaba desembarazarse de él. e esta crisis. debemos coadyuvar a la 4 de] hombre vy a su mutacion, Entre savor nihilista, la voluntad revolucionaria y el sentido ins tradiciones vivientes corren secretas comunieacic- oponen conjuntamente al espiriiu Jo! eonservadorismo. La revolucion del siglo XX debe do- al hombre contemporaneo cde un instrumento técnico “sonal v de una organizacion social justa. Pero tiene tam- Ta angustia se ha he Rn el corazon d Ses ala permanenci © -: las mismas que los bien la funeion de devolverle una razon para vivir y mori \. per lo tanto, una consistencia, 47 CAPITULO V LAS DOS ENAJENACIONES Marx y Pascal, existencialismo y personalismo se reinen en la primera mirada que arrojamos sobre este hombre del siglo xx; hombre profundamente enajenado, a quien hay que devolver a si mismo y a su destino. Debemos rechazar en seguida un contrasentido previo, que renace perpetuamente, sobre el personalismo. El perso- nalismo no se nutre del individualismo. Por lo contrario, la conducta rectora de la vida personal y la conducta ini- Clal del individualismo son antitéticos. El individualismo foma el yo como una realidad aislada, separada original- mente del mundo y de los demas yo. O bien exalta esta se- paracion, fija como tarea preciosa el cultivar nuestras diferencias y nuestra autonomia —milagros fragiles sobre un océeano de barbaros— y postula la incomunicabilidad mas o menos rigida de las conciencias y las pone unas frente a otras, en una actitud fundamental de soledad o de reivindicacion; o bien ensaya salir de esta conciencia Solitaria, pero como primeramente se encerré en ella, nin- Suna dialéctica llega a forzar esos limites. Se reniega del Personalismo desde el momento en que uno se coloca en Solitario cogito, aunque fuera tratando de salir hacia el mundo y los hombres. 49 ze Hay una afirmacion comin a todas las filosofias perso- nalistas que reclamamos —filosofias cristianas, como las de Kierkegaard, Scheler, Gabriel Marcel, Berdiaeff; pensa- mientos agnssticos. eomo el de Jaspers—, y es la de que la conducta esencial de un mundo de personas no es la per- cepcién aislada de si (cogito) ni la preocupacion egocén- trica por si mismo. sino la comunicacién de las conciencias (la “reeiprocidad de las conciencias”. diio Maurice Né- doncelle en una tesis reciente) vy. meior dicho, la comuni- cacién de las existencias, Ja existencia con el prdiimo, la coexistencia (Mitsein). La versona no se epone al nosotros, que le fundamenta v Ja nutre. sino al se irresponsable y tiranico. No sélo no se define por la incomunicabilidad v el replegarse, sino que. de tadas las realidades del uni- verso, es le tmica que es prepiamente comunicable, que es baci el ordjimo v ann en el pratima. hacia el mundo y en el mundo, en cambio de ser en sf. El adulto, como el nifio, se realiza ~-en su relacian con el prdiimo v enn las cosas— en el trabsio v la camaraderia. en la amistad. el amor, la aecion., Ja lueha. vy ne en el en-cvanto-a-st. Pevan ecid este hecho primitivo respecte de nuestra relacion cen el mundo y los existencialistas contempors de nuestra relacién con el pro- iime. Este heebo, & cablerna soberana- Y ~ hasta sus Ul- Toatna da Bier - ; Maine de Bivan escl in vator inefable, persenalss orcs La opone al individualismo contemoor nes, arohibe serviy denivs de cusleuler for- de liberalismo. El hombre personal no es clo, es un hombre rodeado. atrafdo, Hamado. El eran pecadoa de Orcidente es haberse alejado peligrosa- mente de esta verdad primera. La persona no se apreliende sino como ya situada y comunicada en esta insercion criginal. No debe imaginarse en términos de un contenido, de una identidad abstracta; no se define, sino que surge, se expone y afronta. La roa contingente un hombre aisia 20 persona no es una sustancia dada después de los fené- menos, un mundo que viene detras, sino una existencia cv adora de existencia en y por el fenédmeno. No se des- em haraza del fendmeno replegandose, sino por una cuarta divensién de trascendencia. No se afirma fuera del mun- ds separada del projime, sino contra el mundo impersonal di se, el mundo de Ia irresponsabilidad, de la fuga, del si oo vital, del divertissement, de la ideologia, de la char- la «1 e] mundo de la afirmacidén, de la responsabilidad, de la jvesencia. del esfuerzo, de la plenitud. Asif, no sélo no fg al hombre a la evasidn v al aislamiento, sino gue, bin por lo contrario, Jo conduce a una viva lucha yaun sc: vicio activo. _a conciencia, funcidn de tregua v garantia de lucidez, Hess en esta actividad un papel indiscutible. Pero en nues- ‘ro perspectiva, toda conciencia es conciencia de un ex- fers. movimiento hacia afuera v no repliegue egocéntrico. Ms onees, esta conciencia expuesta se describe de manera i cistinta de la conciencia limitada a sf. Lanzada sobre e! jeto. y por ello olvidada de si, tiende a perderse o, hie .t, a desvanecerse en una hiperconciencia. Es un he- ch. conocido que el creador se distrae en su obra hasta el Cs" sis. Asi, el amante en su amor, el mistico en su aban- deco La mas alta vida personal nos descubre un movi- ms s.o hacia un mode de vida que, realizandonos en ple- ni, deshorda la experiencia del por si y de la autono- ne. Esta revelacién hard que fijemos nuestra atencién en ci vs transformaciones que surgen bajo nuestros ojos. ‘Aas demasiado pronto aue “la persona” esta amena- mor nuevas formas de vida v por relaciones humanas fectan la naturaleza individualista de nuestra sensi- vi. A través de indiscutibles peligros, muchos nos ini- sin duda, en maneras nuevas, mas amplias, de vida » _ val. Tendremos cuidado de no confundir los procesos ‘ospersonalizacién con los procesos de transpersonali- dl zacion que constituyen una etapa dialéctica del proceso de personalizacion, cuyos rudimentos apenas conoce todavia Ja humanidad. Si la situacion fundamental del hombre es el estar rodeado y solicitado, he aqui, en el corazon de mi senti- miento del mundo, una cierta alegria existencial que niega Ja desesperacion absoluta del alma contemporanea. Pero esta reconciliacién con la vida y con el hombre no nos arrastra a faciles optimismos. Es imposible negar, sin caer en la ilusién, que este mundo esta resquebrajado y oscure- cido, que parece aliarse contra la razon a medida que la razon lo penetra, que las significaciones ultimas de este proceso se nos escapan, que la union entre los hombres ha desaparecido, que se ha acentuado Ja pendiente que nos conduce a nosotros mismos, que el hombre se esclaviza con sus propios gestos de liberacion, que se ata con todos sus anhelos, se oscurece con sus propias luces, que podriamos titubear al definir si el retroceso o el progreso es la ley de la historia. En todo esto que somos, en todo esto que hacemos, Ja angustia se amalgama con la alegria, la mali- cia. con Ja buena voluntad, la nada, con el ser. Este sentido dramatico de la condicién humana nos aleja a la vez de las soluciones totalitarias, que conducen hacia una desespera- cian absoluta —desembocando en un desprecio esencial del hombre—. v del otro extremo de las utopias idealistas. Fse sentimiento es el resorte del mas rico de los tempere mentos revolucionarios: el que se presta generosamente al hombre para que éste sea generoso, el aue nutre Ia desesperacion para no pedir demasiado a la bondad auto matica de las cosas v de los gestos, y que leva un sent miento demasiado vivo de la destreza comun y de las dif cultades comunes como para no ceder al fanatismo. Asi, desde que pronunciamos esta palabra: persona, @ lugar de aislarnos, nos hemos janzado de golpe en une filosofia de la naturaleza y de la colectividad. o2 _ La evolucién biolégica y el movimiento de la historia siguen dos direcciones convergentes que solo se oponen dialécticamente, en una sucesiOn indefinida de crisis. Una tiende a la formacion de personas autonomas, do- tudas de un poder de seleccién, revestidas de la “dignidad de la causalidad”. La vida personal es la mas alta flor de lu vida, pero ya trasciende la vida y supera todas las for- mas de impulso o de suefio vital, mas o menos impersonali- zados, que la amenazan. La otra tiende a la universalizacién progresiva de los grupos humanos en comunidades cada vez mas vastas, que preparan la comunidad total de los hombres; tiende, al mismo tiempo, al desvanecimiento progresivo de las per- scnas en un mundo cada dia mas dirigido, que prepara la urganizacién general de las cosas. Estos dos movimientos, de expansion y de interioridad constituyen las dos pulsaciones no disociables de la vida personal, Solo se oponen por la manera en que se refractan en nuestra imaginacion, hecha mas para encuadrar la materia que para expresar la persona. Toda exclusién de uno por otro introduce un desequilibrio radical en Ja situa- clon de los individuos y de las colectividades. Ein fin, el hombre esta hecho para ser sobrepasado. Se encuentra ante un camino abierto, mas alla de la adap- tacion, mas alla de la muerte individual, mas alla de lo adyuirido y de lo cumplido. Diferentes tradiciones perso- nalistas pueden concebir de distinta manera esta supera- Gon. Algunas la abren sobre la trascendencia de un Abso- luto, otras la refieren solamente a un poderoso movimiento donde el espfritu se deja reconocer en sus signos inme- diatos: interioridad, libertad, generosidad. Esta tendencia mt cada vez mas lejos, que arroja al hombre fuera de si citandolo a su constante revision, es la fuerza cohesiva ae recrea perpetuamente el equilibrio dialéctico de la Xpansion y de la interiorizacién. Vemos, pues, como se situan las dos alienaciones en las que el hombre roza perpetuamente su perdicion. Una ha tomado especial valor en la tradicidn marxista, en un mundo —el del siglo xtx— donde se acentuaba mas y mas la disociacién entre el desarrollo de grandes técnicas de expansion —de las cuales dependian cada dia mas es- trechamente las elementales condiciones de los destinos individuales— y una especie de sutileza de la vida subjetiva que, bajo pretextc de espiritualidad, la debilitaba progre- sivamente. Es ia alienacién idealista. La denominacién es un poco estrecha, En efecto, esa alienacién se manifiesta en el plano de la reflexidn por una suerte de primacia decadente de la idea desencarnada sobre el pensamiento comprometido y la experiencia decisiva, por un desarrollo canceroso de lo intelectual, de dialécticas sin apoyo, de pensamientos gratuitos y de ideales ineficaces. Pero la afectividad prolifera en el vacio de la misma manera: la inflacion sentimental del romanticismo se solidariza con la inflacién ideolézgica; el] remanticisrno filoséfico aleman hace encarnar el uno en el otro. En fin, un espiritualismo desvitalizado ha logrado eonfundir tan bien —-mediante la idea de “vida interior’— la interioridad esencial de la vida bersonal con el repliegue del individuo hacia sus con- flictos Intimos. con la complacencia decadente en si —fru- to del lujo v de la ociosidad—-. que para algunos ha com- prometido definitivamente la vida espiritual con el ocio burgués. Todas las palabras Jlevan hov a la falsedad. Cuan- to mas se evocaba el misterio, mas se carcomian los verdaderos misterios del hombre por medio del mito gro- sero; cuanto mas se hablaba de sinceridad, mas crecian las modificaciones interiores; cuanto mas se enervaba la cultura que pretendia defenderse. mas se debilitaba la persona que queria salverse. Tal es la aberracién rec- tora de la cultura y de la espiritualidad occidentales en los ultimos dos siglos. Al negarla. se ha restringido toda reac- cién saludable a una afirmacién en el resentimiento y 1a 54 provocacion, a un anquilosarse en materialismos inevita- hylemente sumarios, en virtud de la dureza de la lucha. Se ha orofundizado el vacio que Nama a esas tormentas espiri- tuales y sociologicas: los fascismos, y que desencadenara iodavia otras coleras. El mérito del marxismo teérico y practico es el de haberse constituido en la mas poderosa reaccién moderna contra esta decadencia. Muchas de las filosofias de la persona y de la existencia evocadas precedentemente la han enunciado en una perspectiva mas completa sobre -! hombre. Pero les ha faltado sorprenderla en pleno ambiente socioldgico, en el nivel de los desérdenes que in- viden sobre la vida de cada uno, y unir asi la precisién del pensamiento a una fuerza eficaz de transformacidén. El trabajo de esta generacién deberia consistir en retomar esta eritica “materialista” y en librarla de las simplifica- ciones que le impusieron los primeros combates y de la supervivencia de un positivismo superado por la ciencia y la erfitica, De tal manera, se renovaria una vieja tradicion realista que ha perdido su fuerza solo por no haber en- contrado su punto de inserci6n en las realidades de la eooca y por haber dejado desvanecer de la espiritualidad crmtemporanea lo que Nietzsche denominaba, de modo tan pleno, el sentido de la tierra. Todavia desfallece nuestra civilizaci6n por anemia idea- lista, y hela aqui ya amenazada de todos lados por la alie- nacién simétrica. Se quiere remediar el ensuefio mediante la solidez de las cosas; pero cuando el hombre que se di- suelve en sus suefos pierde la familiaridad con las cosas, se ve invadido, en medio de las cosas, por nuevos potencias del suefo. Los materialistas han olvidado sdélo una cosa: la ambivalencia de la vida material. Nosotros hemos reco- nocido la de la vida del espiritu, que puede ser —segun nuestra decision— plena presencia en el mundo o fuga an- te éste. De igual forma, nuestra vida entre Jas cosas, en la 99 fabricacion, el manipuleo y el uso, y nuestra vida en medio de los hombres, en la propaganda, la organizacién, la con- versacion y la colaboracién, pueden ser o bien vigilancia e iniciativa, o bien indolencia en la comodidad, en la agitacién sin sentido, en el automatismo técnico, en la impersona- lidad de los engranajes, de las charlas y del comadreo. Narciso esta roido por dentro por el mal del alma hermosa, se disuelve bajo su propia mirada. Pero Hércules es devo- rado desde afuera por su Ultima conquista, consumido hasta los huesos por el producto de su victoria mundana. Asif, la organizacién es un progreso hacia el orden, pero hasta el punto en que el hombre se convierte en una funci6n. La colectivizacién es una conquista espiritual, pero hasta el momento en que la iniciativa desaparece en los mecanismos y el espiritu fuerte en el espiritu conforme. El trabajo, la preocupacion politica y la vida publica constituyen un feliz correctivo para las amenazas de proliferacién subjetiva y aislamiento egocéntrico, pero se convierten en instrumen- tos de deshumanizacion cuando pretenden rechazar y des- considerar el recogimiento, el silencio, el reposo y, al lado de éstos, el drama interior, la inquietud metafisica, la ela- boracion espiritual, la protesta de la conciencia y la per- petua interiorizacioén del orden recibido. Estos peligros no se vinculan a tal partido o a tal movi- miento social. Se los ha referido al socialismo o al comunis- mo, porque el socialismo y el comunismo, al plantear el primer andlisis penetrante del mundo moderno, los traen consigo. Pero esos peligros van implicitos en el movimien- to mismo de las cosas, en el desenvolvimiento creciente de un poderio técnico no asimilado todavia. La utilizacién de las técnicas, la vida en las masas, no son necesariamen- te despersonalizantes, y no lo son hasta que, por pereza de lograr una sintesis laboriosa, el hombre renuncia a la vo- luntad de vivir personalmente y a estimar esta manera de vivir. Ahora —pero solamente ahora—, un orden demasia- 56 do rigido de la produccién o de la vida publica introdu- cira tanto desorden, desde el punto de vista del hombre, como el de la anarquia individualista de ayer. Por ello no debemos ni destruir las maquinas ni suspirar por las utopias preindustriales, bajo pretexto de “proudhonizar”. En el seno de la revolucién por el orden técnico y social --que es urgente, que debe ser radical y, en cierto sentido, implacable—, debernos promover una segunda revolucion encubierta, la que, ademas de una situacién econdémica y colectiva, nos devolvera al mismo tiempo esa virtud inte- rior que da autoridad, independencia y libertad respecto de las cosas. En los asilos hay enfermos que mucho instruyen. Han roto con el mundo de la manera mas radical con que un hombre puede hacerlo. Ya no ven, ya no entienden lo que acontece alrededor de ellos. Un vacio frio los envuelve. Vi- ver en el aislamiento absoluto de los suenhos sin objeto. Puede creerse que de golpe su intimidad se enriquece con todo lo que ha perdido de vida de relacién? De ninguna manera. No viven ya exteriormente, no viven tampoco in- teriormente. Hablan de ellos mismos en tercera persona, como el nifo cuando aun no esta bien plantado en las co- sus. No experimentan ni siquiera la duracion: sienten que es necesario impulsar cada momento de la vida para con- citar el siguiente, como la aguja de un reloj detenido. Sus ideas son terriblemente pobres, sus suefhos se desarrollan sobre algunas vagas imagenes estereotipadas. Ellos llegan a negar, a veces, que existen. Asi, al mismo tiempo y con el mismo movimiento, el hombre se desliga aqui de la reali- dad exterior y se vacia de vida personal. Otros enfermos, al contrario de estos primeros, se ven arrastrados por el torbellino aturdidor de sus sensaciones, constantemente y por entero fuera de si mismos. Arden en un fuego deslumbrante de ingeniosidades, de palabras, de excitacién. Pero este resplandor, que parece una riqueza, 57 es un resplandor de la personalidad. No son ya mas qué limaduras atraidas por un iman. Terriblemente afanosos, perdidos en gestos, no hacen nada, no tocan nada, no aman nada. Han perdido el mundo consigo mismos. Tales son, puestas en relieve por imagenes un tanto vivas, las dos maneras de perdernos que ofrece el fluir de las cosas y de nosotros mismos. Ninguna de las dos es fatal. No es la vida interior en si, ni la vida exterior en si, la que nos arrastra al abismo, sino una cierta manera de dejarnos desbordar por una o por otra, o de disociarlas. El] personalismo no puede aceptar que se lo bloquee ya sea por el subjetivismo, ya por el materialismo. Quiere intentar, por debajo de sus exclusivismos, la reconciliacion del hombre total contra las dos enajenaciones contempo- raneas. 58 CAPITULO VI EN EL CORAZON DEL MATERIALISMO, DEL COLECTIVISMO Y DEL ESPIRITUALISMO Ahora conocemos una perspectiva que nos permite atra- esar los combates vanos y aplicarnos a una tarea precisa. io se trata de darnos altura por una superacion verbal. ‘ioy se abusa del “superar”. Uno se consuela asi de no ‘evar a nada. Tusién de espiritus ligeros que confian en segurarse una realidad negando toda participacién am- ‘ente y mofandose de todo lo que les atahe intimamente. uiperar no sera, para nosctros, esquivar, escamotear, sino facar en su centro y sacudir las mismas fuerzas a sobre- vasar. Hay una experiencia materialista, auténtica, en el ioambre contemporaneo; él lleva en si una pasion colecti- ista de la cual no se desembarazara con vagos anatemas ‘re las masas; también guarda fijada en si —hasta cuan- vo la niega— una necesidad espiritual inalienable. No lo convoquemos mids alld del materialismo, del colectivismo o “a! espiritualismo. Si no nos ha visto compartir sus difi- cultades, estimara nuestro llamado incompetente, con jus- i: razon. Es en el corazén de! materialismo, del colecti- \'smo, del espiritualismo que iremos a buscar, bajo las }stabras demasiado usadas, bajo las ideas demasiado su- marias, bajo las construcciones y los sentimientos parasitos, 59 la experiencia auténtica y la intencién saludable que ex- presan estas doctrinas. No es en la suficiencia solitaria de una “intelligentzia” amputada de su tiempo que realiza- remos esta exploracion profunda, sino como hombres en medio de hombres, con la experiencia y el pensamiento espontaneo de quienes hacen el mundo, Asi encontraremos entonces el sentido de la afirmacién materialista, tan poderosa en el pensamiento obrero y so- cialista. Su rasgo provocativo se explica por las divagacio- nes subjetivistas, tanto mas sensibles al hombre del pueblo cuanto que participa menos de ésas que de otras y que se le aparecen como ligadas a las mismas clases cuya opre- sion sufren, La afirmacion materialista encierra una gran verdad, aplicable a todo tiempo, y especialmente urgente para el nuestro. La lucha del hombre con lo real, y especialmente con las resistencias de la materia (comenzando por las de su cuerpo), no constituye solamente un combate utili- tario, sino un elemento esencial de su equilibrio y de su cultura. El] materialismo moderno no sabe que se encuen- tra aqui singularmente préximo de la tradicién cristiana. Todos los autores espirituales de la cristiandad han denun- ciado el amor propio y la complacencia subjetiva como la principal desviacion de la vida espiritual. Para la teologia medieval, es necesario hacer el camino del conocimiento y la practica de la materia para llegar no solo al conocimien- to del espiritu, sino a la vida interior y al conocimiento de Dios. No olvidemos que esta teologia es una conquista contra el idealismo plastico, bajo el efecto de la conmocién producida por la asimilacién de Aristételes, y que este fi- lésofo venido de afuera fue considerado en la época como muy “materialista”. No olvidemos que los oficios y los trabajos de los hombres formaron cortejo, bajo los pérti- cos de las catedrales, a los grandes cuadros de la historia divina, El dominio del cuerpo —en e] que se puede ver 60 a—, ha frecuentado una teo- logia que se ha preocupado siempre demasiado poco por la primera rama de la industri complicaciones psicologicas y qe mE Sono mode c lamaba concupiscencla es nae Ta complacencia sensual; de acuerdo On St ee cuerpo ya no se limita hoy al Te esta 'az0s ¥ sstras piernas, sino que § a el We ato del aparato técnico. Ciertamente, todo el Ca a late. medieval y posmedieval esta Lia anand n nA ' lanza el anatema sobre el 0 } como tales. Pero esta es una tradicion recibida de Ta baja antigiiedad. mas platénica vy plotiniana que cristian yo 1 ‘uvo un relativo éxito sdlo como necesidad dea emp a rudeza barbara. Jamas recibié consagracion teo One n° en la Reforma. Ya la “carne” que condena San apne cl oscurecimiento de la luz espiritual por todas lat pot encras retrosradas, que provienen del “cuerpo. de mun se del “espiritu”. Todos los grandes moralistas as 1 ran formales a este respecto. Si no han insisti o so eas evasiones y sobre las mistificaciones idealistas, es po que hasta una época relativamente reciente no conociae. sie an desarrollo secundario. A partir de la Contrary " na, . sobre todo de Rousseau, de] romanticismo v de i “a s ° ‘ilogofieo, la sensibilidad religiosa se enateno en © ae ietivismo. al punto de aparecer autorizando 8 eee va sus discipulos en su identificacion de religion y rae nacion. Para la sensibilidad religiosa este fenomen® rayo una desvitalizacion que, por ser mas intima, resulto 18 amenaza mas grande de la que significaron las ween bAarbaras. A decir verdad. se trata de una nueva ar are una harbarie de civilizados. Y la “barbarie violen am nte necadora de Jas masas obreras contiene una poderosa fu za de civilizacion v de espiritualidad. a Sj insistimos sobre la situacion del cristianism? an respecto es porque ha sido senalado por 108 na eens contemporaneos como su principal adversario, mu 61 serio que la inteligencia liberal o el estatismo burgués. Lue- go, todo lo que aquéllos reprochan precisamente aqui a un gran sector del cristianismo histérico actual jie ha Ile. gado.de afuera, de un ambiente que contamind todas las fuerzas historicas, hasta la del socialismo. Pero Ja esencia del cristianismo ofrece un dialogo mas abierto a los mate- rialismos contemporaneos que a los sutiles y evasivos idea- lismos. Podemos abordar la intencién materialista por vias mas directas. El] hombre es ser-en-el-mundo. No puede conside- rarse su condicion sino como condicién encarnada e inserta. Asi como la persona no existe ni vive independiente de las demas, no existe ni vive independiente de la naturaleza, La persona debe realizarse tanto por el cuerpo a cuerpo como por la vida interior. No hay un gesto espiritual que ho se apoye en un movimiento y que no se exprese por un movimiento. No hay una creaciin que no sea también pro-duc-cidn. No hav. pues. para cl hombre. vida del alma separada de la vida del cuerpo, ni reforma moral sin una adaptaciGn técnica, ni —en tiempo de ecrisis— revolucioén espiritual sin revolucién material. El gran mérito del mar- xismo es haber puesto en evidencia esta solidaridad v ha- berla analizado en la realidad moderna. Todo problema de destino —asi lo ha destacado— comienza vor un problema de acondicionamiento. Es verdad que. desde este punto de vista, es necesario desespiritualizar, desmoralizar, des- abstraer los problemas planteados por los espiritus de for- macién espiritualista: no “elevar” las cuestiones, sino empezar por envilecerlas. Nos sentimos frecuentemente de acuerdo con el mar- xismo en esta exigencia de método. En un mundo donde la repentina erupcion de las técnicas rige las alternativas de todos nuestros problemas hasta los menos importantes, no hay menos razdn para insistir en la importancia de las estructuras econdémico-sociales. En estas afirmaciones, no 62 i “ ialista” el estricto sen- ‘av nada necesariamente “materialista”, en | : raven tito de la palabra. La materia v el cuerpo no consttusen solamente prolongamientos de la actividad espiritua a m vsedio de accion extringeco del que podrian prescindirse, ner lo contrario, son una sola cosa con esta, z signitican “1 expresion inmediata, su aspecto sensible. or oo dad alta tan abusivo hablar de una primacta de a caus Hee -eonémica como de un primado de la causalidad espir . Entre estas dos abstracciones. el cuerpo y el Ce -siste causalidad lineal; son la una por la otra, oO mas a in una en la otra. Si, ineludiblemente, hubiera que ey Je causalidad. habria que hablar mas bien de cane i A --reular o, como dicen a veces los mismos marxis as. -ousalidad dialéetica: mas que causada y causante. realid 1 material y realidad esniritual son las. expresiones rere cas de una realidad escalonada. El nico problema corse ° no en saber cual inicia un momento historico sino we g -l juego combinada, si la autoridad del hambre rea oro '; Inercia de la materia. Y la decisién depende del hombre. No es el hombre, en la naturaleza, un soberano poe ‘nia. que pueda dirigirla a su capricho. De su situacion. le “ienen restrieciones rigurosas. Sin embargo, si algunas -on ineluctables. muchas otras aue el hombre cree sufrir sc “a5 ha creado subterraneamente él mismo. Atribuir a la «turaleza un determinismo inflexible tanto como un an ipo fundamental, son des maneras de renunclar a a rea de] hombre, que es constituir humanamente la natu- eleza, El marxismo debe darse cuenta —va lo confiesa a ~enudo en sus actitudes practicas-—— que una filosofia dk / aecién no puede relacionarse sin contradiccion con una ‘yadicién tan eminentemente conservadora. El determinis- “a es la deserincién de lo acabado. Aun mas, eS la elec- “sn de lo acabado: no hay realizacién definitivamente vealizada, en tanto aue una iniciativa humana del pasado exija todavia una significacién vy un desarrollo nuevos. 63 También un determinismo riguroso es incompatible con una concepcion dialéctica del conocimiento y de la accion, Aqui, un marxismo a la vez dialéctico y revolucionario de- be encontrar con un realismo personalista el camino de una interpretation comin de las relaciones del hombre y la na- turaleza. La atencion siempre enlazada a las estrechas con- diciones de nuestra accion no excluye el crédito siempre abierto a la libertad creadora. Aunque destaquemos la materia de la desconsideracién en que algunos la tienen, no le acordamos una especie de delegacion de soberania, de la soberania perdida por el individuo todopoderoso del liberalismo. Apreciamos la ma- teria sdlo como util para el hombre; no existe un punto de vista exterior desde el cual podamos mirar a éste y a aqueé- Na en un aislamiento abstracto. La ligadura vital de la accion humanista no es ni el hombre subjetivo ni la mate- ria, sino la ligazén humana del hombre con la materia, la hegemonia que el hombre ejerce sobre la materia como sobre si mismo. Y el secreto de esta hegemonia no surge automaticamente del uso de las téenicas. Estas tienen la virtud de reunir los anarquicos poderes del individuo, de trabar su ligereza constitucional, de desembarazarlo de sus complicaciones barrocas. Pero esas técnicas contribuyen en la medida en que el hombre haya decidido previa- mente integrarse v simplificarse. Libradas a su inercia, tienden mas bien a adormecer (el confort), a aplastar (la centralizacion), a disociar (la especializacién), a compli- car (la civilizacion), y finalmente a enajenarnos. La or- ganizacion misma de la materia depende pues, en su es- piritu y en un sistema, de una eleccién previa. Seguin cual fuere esta eleccidn, el desarrollo del universo téc- nico fundara un humanismo —tal o cual humanismo—, 0 tal o cual inhumanidad. ;Como preparar esta eleccién sino en el hombre que dehe elegir en medio de tantas fuerzas perturbadoras? 64 Desgraciadamente, debe mencionarse que la Segunda exigencia revolucionaria, que ahora debemos abordar y qu sin duda es la primera en importancia, se presenta a mu- chos de nuestros contemporaneos, aun a los revolucionarios, sélo como un simple ruido de palabras. La miran con una piedad despreciativa, como una supervivencia de los tiem- pos en que la conciencia, el escrupulo moral, la compasion por el hombre, todo ese sentimentalismo infantil y la- grimeante estorbaba a la unica grandeza viril adulta: la tranquila afirmacién de poderio al servicio de un engranaje de precision. Esta suficiencia se encuentra hoy extendida desde la extrema derecha a la extrema izquierda. Ultimo delirio de cierta Europa que va el mundo empieza a juzgar. No vaya- ios a buscarlo unicamente en los fascismos difuntos. Los teenderatas de todos los partidos nos preparan un fascis- mo atemperado, sin el valor pagano del otro, un barbars- mo limpio v ordenado. una locura lucida e impalpa e, a la cual deberfamos mirar ahora en cambio de satisfa- cernos con invectivas sobre un cadaver. Decia Kierkegaard: existe la locura de quienes toman el mundo por un suefio, v la locura de quienes consideran al hombre interior como al viento. El segundo de estos locos es apenas menos fre- cuente que el primero. Sin embargo. mientras a éste se lo encierra en asilos, el otro establece su reinado en medio de los hombres, que olvidan qué es ser hombre. El perso- nalismo puede vacilar en la eleccién de sus caminos, pero en todo caso sabe que si hav una razén de ser que lo jus- tifique a través de los posibles errores es la de obstruir &t camino a este loco. ‘Hombre. despierta! El viejo llamado socratico, siem- bre actual, es nuestro grito de alarma en un mundo que se adormece en sus estructuras, en sus miserias, en su ‘rabajo y su ocio, en sus guerras, en su paz, en su orgullo * su abandono. Bien sefialaban los materialistas que el 65 hombre debe lanzarse fuera de si, en un cuerpo a cuerpo con la naturaleza, para encontrar su situacién de hombre. La importancia vital de lo que Freud Hamo el “principio de realidad” --el poder reductor de la realidad exterior y de la pro-duecién de todo tino sobre las evasivas interio- res— era. en efecto, la leccién que el siglo xx debia dar a los herederos del romanticismo v del idealismo. ;Pero volvamos, volvamos. amigos mios. la historia se renite! Bien pronto esta verdad se ha convertido en una verdad de reta- suardia. Realidad. si, pero sédlo hav un camino hacia la realidad. Uno nos eva a ea nor fuera, e] otro pasa por el corazon de nosotros mismos. Y el primero engana tanto como el segundo: nuedo valverme hacia el afwera sin vol- verme hacia lo real. como el utovista, el persesuido médr- hido. el mitomano. e] asitado. cue estan por entero fuera de st mismos v sin embaroo sdlo tienden los hrazos a sus suenhos. a sus fiebres. Dehemons volver siempre a este gran vostulado de la estaticn v la dinamica humanas: e? hambre interior sélo se mantiene derecho con el anouo del hombre exterior. el hombre erteriay sdla se mantiene derecha por Ia fuerza del hombre interior. Fs faleo. vues. reducir el “narincipin de realidad” a nuestra marcha bacta la materia en Ta nrodueciin o en la orvanivacion, Ne hav reatismn com- njeto sin iim “nrinetnign are inferinrizarian”, verdad acaza- nada en el fondo de Tas esnirituatiecmos No nas oncta esta nalahra, “Renirifiialicma” ect definiftivamente leado a todo un deshardamientoa verbal sentimental o moratliza- dor, Veoona desnierta neda on al earavdn de nadie. Pero dehemos nenetrar. eamoa nara el “materialismo”. en las exidencias nue recubre. ‘Oné es. pues. Ta interioridad? Sobre todo. ne es esa de oue nrecisamente la acusan nuestros Toros Inieidas, Na es ina fuga de ln real, de la ae- cian 9 de la resnoansehilidad. T.a interioridad supone. es verdad. un replietcue metddico (en el sentido en que 66 Descartes hablaba de una duda metdédica) ante Ia agita- ‘ion de los actos y la dispersidn de las cosas; mas que 1 vepliegue, un retorno a si mismo vy a su camino. Este rstorno se mezela frecuentemente en los movimientos de risa de lo real, como un grupo de civiles en fuga puede nezclarse al repliegue de las tropas que buscan sus posi- ciones de contraataque. De estos resultan numerosas am- 'ivalencias euva seleccién corresponde a la lucidez inte- ior, Pero las marchas hacia una fuga de lo real presentan hes earacteres del rechazo v del miedo y empobrecen y des- seman Ja responsabilidad. El recogimiento, aunque co- nence por una desadaptacién o por un fracaso, no busca us refugid, sino un remanso de las fuerzas para un compro- “iso mejor. No buscar el silencio por el silencio 0 la sole- iad por la soledad, sino el silencio porque alli se prepara | vida v la soledad. porque alli se reencuentra al hombre. La interioridad no es va una complacencia de sf. Aun s. esta complacencia es su enemigo intimo, el objeto de “: constante vigilancia. Es. mas bien, renovacién del actor, sor 61, de la aecidn. El loco licide es un hombre seguro, ““uro de si, seguro de su derecho, seguro de sus funciones ‘4 qué hablar de sus deberes: tiene la mirada empafiada ‘in inquietud del funcionario satisfecho), El hombre ‘terior no combate jamds sino en combate dudoso: en él do esta en riesgo por Ja dialéctica de los acontecimientos, “omo bien Io ve el marxismo. nero también todo esta arries- “do por su reflexién v por su decisién responsables. Las “eas ¥ las mismas obras del hombre tienden conjuntamente ' congelar como congela el hielo. v a congelar al hombre “Su vrigidez glacial: el hombre también tiende a conge- “ree en la inercia de sus gestos v del suefio vital. Le atafe *

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