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ISSN 0121-3687
INTERREGNO
Revista de poesía Año XIX No 20
C 2010, INTERREGNO
Revista de poesía
Edición de 500 ejemplares
Hacen posible este número 20 de Interregno: Luz Marley Cano Rojas, Carlos Carabeto, Floriano
Martins, Marta Spagnuolo, Gloria Posada, Marta Quiñónez, Mario Angel Quintero, Néstor López
Ilustración de carátula
Mario Ángel Quintero
Colaboración solicitada
Impreso y hecho en Colombia por Editorial Lealon, para Ediciones otras palabras, en Medellín del
Aburrá, junio de 2010
ISSN 0121-3687
3
Omar Castillo
4
Carlos Carabeto
De Estación de corresponsabilidades
Salvo
un candado y un caballo de palo de escoba –tendido–
eco ninguno de quienes allí vivían. De quienes
cruzaron: letreros en las paredes –paredes
acribilladas–
y, camuflada en la maleza,
la osamenta de un perro con un resto de cabuya.
Hiedra en el sendero empedrado,
en el corredor y patio íntimos. Moho
en los zócalos y en la tierra apisonada
más un surtido de tragaluces
y el reguero de trozos de teja.
Donde
antiguo es el lapso de la herida profunda,
nuestra… raigambre.
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I
Ruedan mendrugos. Acuden,
De la luz y de la oscuridad, bocas.
Esta letanía
Hermano País.
II
Con cada rama acerados destellos
y, a la sordina, estremecimiento
con cada lluvia de hojas. Eco…,
alaridos que tajan el día a día
y sangres
que acaban por colmatar
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estos amaneceres.
Tiempo, el de tantos,
que páginas como esta
recoge para darle arraigo
a anónimas semillas, País,
desperdigadas
en la ventura
de tus vientos...
III
Sin cabezas
ni manos ni pies. Sí
sus sombreros, los corotos,
el calzado...
...................
...................
...................
...................
Próximo a ellos
aleteos de paloma,
y otros picos.
(“Tendremos,
para este fin de semana,
tiempo despejado”)
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ESTACIÓN DE CORRESPONSABILIDADES
I
No es la muerte, que es de todos.
II
Podrán ir en cabeza
seguidos –digamos–
de las investidas Igualdad, Fraternidad y Orden
(y de alias Justicia). En lo alto
de las astas que arropan a los caudillos
exhibir los sellos flamantes
de la que responde al santo y seña “Paz”. Y
aupar sus efemérides
mientras, tras bambalinas, otros
son los desfiles.
Sí, por sobre las muchedumbres abrirse paso. Y
al compás de himnos y salves resonar,
y de vítores
en medio de un aire que da
…tajada. Arriba
surcar los cielos revistas multicolor. Embozados
9
Desde
que érase que se era,
no hemos parado de echar cuento, y contar
con levadura que saca pecho, que bate trapos. Y
siempre, tomando cuerpo –cuerpos–
desde las paredes primeras
del adoctrinar.
En los idearios
fracción ninguna
sin su común denominador: crematística esta
con cuyos dictados
aprendemos las artes del esterilizar, mismas
del campear . . . . .
. . . . . . .
. . . . . . .
. . . . . . .
. . . . . . .
. . . . . . .
. . . . . . .
Pero
no necesitan aparecer más
y encabezar marchas. Con todo y fasto
han inventado
cómo mimetizarse en vigilia y sueño. Mimetizarse
mientras justifican e implementan su Progreso
con un ambidextro
aparato de robines y burócratas.
Sí, más eficaz su accionar. Y
al compás de lo mediático
–entre hurras y pataletas– nuevas viejas prédicas
y más slogans
10
Movilizando supuestos
se hace borrón. Borrón individual
y colectivo. En espacios
abiertos y cerrados. Espacios
desde donde continuamos, acompañados
de nuestro Olvido-de-Sí,
III
Ah, mi querido Guasón, ¡elemental, elemental!
No es sino pasar a engrosar ciertos procesos,
dejarse echar sogas al cuello, obsecuentes
comer cuento y calificar para levante por lo menos
o... para ceba. Global el redil.
Pero...
Guasón querido
hete ahí... henos aquí
con ella... con ella
¿...en desobediencia?
IV
De anónimo a anónimo
de tantos otros a uno
el haber éste.
Nacencias
no sólo en el propio cuerpo: con el
de los del Ahora, para el
de los del Luego.
Nuestra individual
industria, estación
de corresponsabilidades.
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Floriano Martins
De Novos poemas
MANJARES DE LO INVISIBLE
IGUARIAS DO INVISÍVEL
LA ILUSIÓN REHECHA
A ILUSÃO REFEITA
LA PARÁBOLA EXTENUADA*
Gloria Posada
De Lugares
TRANSFIGURACIÓN
Convertir
Ceniza en cuerpo
Sangre en luz
Bosque talado en campo florecido
Encrucijada en confluencia de respuestas
Hoja seca en hierba nueva
Polvo en pan
Erupción ardiente en río
Calle sin salida en jardín detrás del muro
Oscuridad en alumbramiento
Hambre renovada en piel
Erosión de montaña en simiente
Caída en aprendizaje del vuelo
Dureza en profundidad translúcida
Colisión en crecimiento de Tierra
Herida en legado
Aislamiento en puentes que unen
Desamor en devoción que siempre regresa
Campo de batalla en huerto
Incendio en faro que ilumina agua oscura
Dolor en belleza prometida
Omisión en acto
Aridez en nacimiento de manantiales
Casa derribada en albergue de sueños
Ofensa en fulgor de olvido
Moneda de cambio en creación
Ansiedad en mar sereno
Separación en encuentro de rutas
Extinción en cosmogonía
Ceguera en memoria del mundo
Agonía en aliento de resurrección
Hueso en fruto
Exilio en arribo a patria prometida
Huracán en cielo despejado
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Convertir
Escasez en abundancia de deseo
Aprender
embriaguez en lluvia
Y de la fiesta
saber como el Hebreo
que agua es vino
19
DERIVA
Tierras se mezclan
hierbas persisten bajo pasos
que se alejan y regresan
Todo se une en caminos
Inhalar exhalar
torrentes de bosque y ciudad
¿cómo entrar o salir?
beber en ciénagas de calles y lluvias
respirar con floresta
recibir sol en patio
jardín o selva
Hombres y árboles
Raíces de sed
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NOMADISMOS
Viajes
son encuentros y despedidas
En travesías
alguien llega o se pierde
Senderos en círculos o líneas
sacian hambre y sed
que sol ilumina
Marta Quiñónez
De El rostro del pan
V
Tengo temor
camino sobre los escombros
de una ciudad derruida
pisan los pies
una geografía de montañas invisibles
de valles minados
de bosques prohibidos
renace la sed
el agua aparece
en sobre sellado
con vitaminas
minerales
fecha de vencimiento
dentro del follaje caído
VIII
Entre el pan y la grieta
se interpone el abismo
sostenido en una exclamación
las salivas
van al estómago
regresan a su origen
la batalla se libra
entre el pan que no llega
y la boca que se abre
XI
El día de la prudencia
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se acerca
el día de la horca
a las gentiles cabezas
se acerca
llegó
la hora del hambre
XIII
Pan dispuesto
en los canastos de la incuria
pan mohoso
en la cueva de un hombre desdentado
abismo que se abre como la noche
y amortigua la dureza del pan
que muelen las encías
ciudad pan
urbe vacía
dispuesta a tragarnos
ciudad glotona
XIV
Del pan que se guarda
tengo hambre
tengo un hambre
que calcina las convulsiones
de la tierra
un hambre
que no me busca
que busco y nada sacia
no tengo sed
el desierto vive en mí
tengo hambre
en medio de una naturaleza muerta
XVI
Escribo el encuentro
que le promete
el pan al hambre
un hombre parado
frente a los gruesos vidrios
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ve su imagen
devorando un pan de miel
XVII
Estoy ebria
de ver la ciudad
con hambre
hambre
cabeza-tronco
manos-piernas
con necesidades fisiológicas
con olor a orines viejos
hambres de siglos
de pan
de negación
¡dios dónde nos cabe tanta hambre!
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Omar Castillo
EN LA ESCRITURA DE OTROS
I
En la tradición clásica china los autores más que estilistas de un nuevo texto, ejercían como
comentadores de los ya existentes, en estos encontraban las raíces del conocimiento y las enseñanzas
necesarias para comprender, en su presente, cuanto ellos mismos intentaban comunicar. Con sus
comentarios hacían que el cuerpo canónico de su tradición escrita creciera sin las rivalidades dadas
cuando se pretende ser original, ser el dueño de la primera huella impresa. Esto permitía una higiene
intelectual que hacía propicio el estudio, la reflexión y el mantenerse alerta para lo inaudito del
conocimiento en la amplitud de sus avenencias y desavenencias, ya en la idealización de dichos
conocimientos, ya en el impacto de estos en la cotidianidad. El conocimiento como un fresco que se va
realizando en la superficie de la realidad, de la cual todo lo existente hace parte, ante todo, la otredad
como raíz de esa realidad creciendo, renovándose en sus huellas y arbitrio. Fresco dibujado y coloreado
una y otra vez hasta producir una tradición, una cultura. Aún con sus grandes hitos, la vastedad
clásica china hunde sus fundamentos en lo anónimo, rasgo que la convierte en centro de reflexión
posible para asimilar y confrontar las prácticas que se pretenden imponer en el mundo de hoy, mundo
globalizado y sometido a las patentes de propiedad, no sólo de la biodiversidad necesaria para la
sobrevivencia de todos, sino también del conocimiento y sus usos.
Con la eclosión del Imperio Romano se hace tradición en Occidente que las naciones poderosas
quieran ejercer control sobre el conocimiento y la cultura de sus dominados. A lo largo y ancho de estos
más de dos mil años esta práctica ha sido revestida de muchas formas y maneras, hasta llegar a la
actual concepción del mundo como aldea global en la cual sus habitantes son masas para la producción
y el consumo, y para quienes no apliquen, el orden discrimina sus recovecos punitivos, imponiendo la
prisión como sinónimo de marginalidad. Empero, lo más sobrecogedor es la forma como las actuales
naciones poderosas han usurpado la biodiversidad del planeta, patentando sobre ésta su exclusiva
propiedad, el control sobre la producción agrícola, los insumos para la elaboración de medicamentos y
su poder de decisión sobre vastas regiones del mundo óptimas para la siembra y ricas en potencial
hídrico. Y más reciente el intento de patentar el conocimiento y la cultura de todas las naciones
periféricas en un afán sin precedentes por borrarles la memoria de sus tradiciones agrarias
fundamentales para la sobrevivencia, y con la usurpación de sus conocimientos culturales, extirpar
todo vestigio de su razón de ser, de existir. La otredad, tal como está concebido el mundo de hoy, hunde
sus raíces en el pecado original y la realidad sólo es posible si cada quien paga su redención con el
sudor de su frente. Las naciones centrales cada vez imponen una cultura del entretenimiento y un
conocimiento mediático, mientras el sumidero arrastra.
Es necesario conocer los discursos ejercidos a través de las realidades producidas e idealizadas
desde el siglo XIX hasta estos inicios del XXI, los sistemas teóricos donde los organismos de poder
figuraron diferenciarse hasta conseguir polarizar geopolíticamente el planeta. Y los matices y
contrastes donde hoy se fusionan para elaborar el discurso que les permite fundar y poner en práctica
los principios geoeconómicos que rigen la aldea global. Estudios así son necesarios para contextualizar
asuntos como el descubrimiento y desarrollo de tecnologías, casi de ficción, que posibilitan al ser
humano mejorar su bienestar y ampliar sus conocimientos y concepción del mundo y del universo. De
otro lado el oscurantismo y la miseria en la que existen inmensas franjas de la humanidad, no sólo en
las naciones periféricas, también en capas sociales de las naciones centrales. La dinámica de estos
contrastes argumenta órdenes de comportamiento tanto en quienes configuran los sistemas de poder,
como en quienes son gobernados o dejados al margen de las estrategias rentables de este ejercicio
“civilista”. En la escena global una muestra del abrupto ejercicio del poder plantado por el discurso
hegemónico, son las distintas manifestaciones violentas que se ejercen desde lo paraestatal, como
desde lo contraestatal. Cada vez son más visibles los grupos armados de orden privado imponiendo la
voluntad de quienes los financian y orientan. En la aldea global el discurso es desarrollado para darle
ficción de unidad metafísica al dibujo escénico mediático, también para acentuar los eslogan de la
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trama y conseguir la catarsis de los espectadores, sus ovaciones o su rechazo, pues ambas posiciones
son precisas para mantener el predominio de los intereses geoeconómicos.
En la logística dada por el canon de la aldea global la cultura resulta un eslabón idóneo para el
establecimiento de su orden mediático, orden fundado en el marketing de la inclusión social, en el cual
la cultura, entendida como creación artística, debe ser cancelada u orientada al trabajo recreativo con
la comunidad. Así la creación artística pasa a convertirse en un hazmerreír lúdico, y los creadores en
recreacionistas asalariados. Cualquier reflexión o estado de alerta que propicien las creaciones
artísticas es desalojado. En cuestiones como estas es preciso recordar las palabras del artista plástico
Christo cuando rememora las experiencias que, por allá en 1955 en su Bulgaria natal, le permitieron
adentrarse en el conocimiento del arte como encubrimiento, entonces refiere los montajes que él y otros
estudiantes de arte instalaban cerca de las líneas por donde pasaban los trenes de la Orient Express,
montajes donde se fingían aldeas al pie de grandes cultivos, potente maquinaria agrícola y campesinos
rozagantes plantados como ejemplo de los beneficios propiciados por el partido que en ese momento
tenía el poder. El arte como coartada al servicio de una pretendida ideología, así en los días de la
guerra fría. Hoy el encubrimiento está al servicio de la aldea global, donde las fronteras son un
espejismo que permite arrasar con la memoria cultural y el pensamiento de vastas regiones en aras de
una economía y una noción única, una noción aplicada al mercado de la usura y para la cual ensaya
diferentes fórmulas de esclavitud asalariada.
Tal como se presenta y desarrolla el mundo, no es posible concebir la creación artística al margen
de cualquiera de estos eventos, máxime cuando estos mismos quieren desconocer la activa
participación del arte en la condición de la existencia humana, por lo que buscan reducirlo a inofensiva
alhaja de museo, lo más, a pieza arqueológica en las agendas de estudios avanzados. Por ello el rigor y
la disciplina para la creación artística que dé cuenta, al tiempo que devele el encubrimiento ejercido
sobre la realidad, es indispensable para quienes sean coherentes con su proceder artístico. La
atmósfera “cultural” ha sido cargada de esnobismo y a quienes actúan en ella se les retribuye
engordando su ego, permitiéndoles participación en los titulares de la actualidad. Al punto, para
muchos artistas se ha vuelto más indispensable participar de estos esperpentos que estudiar las raíces
de su arte y las posibilidades para el desarrollo de su capacidad creativa. Así las cosas, para la
conciencia del artista de hoy es prioritario develar las manchas de la realidad donde se confrontan la
marginalidad indispensable para la creación, y la obediencia al sometimiento propuesto por el sistema
cuando ejerce su poder e impone sus condiciones. De no hacerlo corre el riesgo de quedar entrampado
en los recovecos de la actualidad noticiosa donde las coartadas y la complicidad se estilan como
máximas en pompas de jabón.
En el mundo globalizado al amparo de la geoeconomía, el artista no debe permitirse ser usado en
máximas para el entretenimiento y el regocijo tras los cuales se encubre la indignidad a la que es
sometida la condición humana y el mundo. El arte de hoy debe confrontar e indisponer, tanto a ese
abstracto donde es englobada toda trabazón social, como a los individuos o la masa que se dice la
componen. Confrontar e indisponer porque su intención es escrutar las estructuras en las cuales ha
sido forjada la actual condición, lo depredador y usurero de su proceder. Sacudir tal condición, hasta
hacerla cuestionarse en la médula de su ser encubierto, es uno de los objetivos del arte. De ahí lo
marginal de su quehacer. Aquí marginal no significa que el artista se sustraiga de la realidad para
refugiarse en torres de marfil, significa que se sustrae de los engranajes distractores de los cuales se
sirve el poder para mantener sus nociones hegemónicas. Así el artista consigue el estado de alerta
necesario para el estudio y la reflexión en el instante de la creación que le permite confrontar la
indignidad propuesta para el mundo. Tampoco es un arte para la salvación ideológica o religiosa, es un
arte para la rebelación. Desobedecer las concepciones y prácticas que han traído al ser humano y al
mundo hasta este sumidero debe hacer parte de la ética y de la estética del arte de hoy.
Si se reflexiona en cómo el devenir humano y sus procesos culturales han sido acomodados para la
historia oficial, entonces es necesario pensar con quienes cuestionan el tejido de dicha historia y ven
cómo la misma la afirman quienes detentan el poder y se han impuesto en las guerras. De ahí la forma
por capítulos como ésta es establecida y argumentada para asegurar la línea continua de la tradición,
según la cual el mundo es un museo por donde los imperios van y vienen acumulando su potestad. Más
29
II
Si se hace caso de lo dicho por Pedro Henríquez Ureña en su libro Las corrientes literarias en la
América Hispánica, la escritura producida durante el periodo de la Colonia, tanto por quienes llegaron
desde España a este extremo del orbe, como por quienes fueron fundiéndose en el crisol étnico que hizo
realidad el vario perfil e idiosincrasias que actualmente integra los habitantes de las naciones de la
región, cabe establecer que tal escritura permitió agregarle a la tradición literaria española nuevas
imágenes, ya desde los significados y usos de palabras hasta entonces no existentes en el vocabulario
español, como desde la geografía de donde era originaria la nueva vegetación con sus frutas, plantas
curativas, aves de colorido impactantes y capaces de reproducir voces y sonidos en medio de una
luminosidad tropical nunca antes vivida. También por las costumbres de los nativos y, ante todo, por
la perturbación que producía la desnudez de sus cuerpos, desnudez que por instantes les hizo creer
habían desembarcado en el idealizado edén labrado en sus mentes apostólicas y romanas. Y qué decir
del efecto producido por la concha del espacio donde se revelaban estrellas no relacionadas en las
cartas de navegación existentes, enjambres de estrellas en proyección de otras nociones del mundo y
del universo. Todo esto extraño y fascinante, abismal por lo recóndito de lo invisible en lo visible de su
novedad, hizo necesaria la escritura de palabras e imágenes hasta entonces no usadas por la literatura
española, por esos años sumida en uno de sus momentos de furor creativo, y por extensión a las demás
lenguas y literaturas de las otras naciones de la Europa de entonces.
Durante la Colonia fueron extraídas palabras e imágenes que pasaron a ser propiedad de la
corona, recursos para imponer su dominio. Hoy se podría agregar que, por lo mismo, estas
“contribuciones” no deben confundir, ni hacer argumentar sobre ese periodo como el inicio de la
escritura literaria de Hispanoamérica, pues ese es sólo un episodio más del expansionismo colonial
español. Y debe ser asociado a ese cúmulo de bienes obtenidos igual que las especias, el oro y la plata.
Antes del movimiento Modernista las naciones de Hispanoamérica escasamente habían producido una
literatura, ni siquiera después de los años de las guerras por la independencia de España, se dio un
atisbo épico donde se narraran los ideales y hazañas fundacionales de la nueva institucionalidad. Una
esperpéntica noción romántica importada desde Europa permitió borronear una escritura literaria
donde quedaron representados los inicios de unos rasgos y unas prácticas casi siempre mezquinas,
disputándose la posesión de las tierras y su explotación. Entonces en todas las naciones de
Hispanoamérica se escribieron cuadros de costumbres describiendo el surgimiento del prototipo del
macho regional. Fue largo el periodo propiciado por ese romanticismo, y si en él surgieron
“humanistas” de cuño gramatical que mientras anotaban artículos para la constitución de sus naciones
sacaban tiempo para jugar a ser perfectos aedas metafísicos en metros y rimas memorizados en la
tradición de los colonizadores, también fueron los años de las constituciones nerviosas vueltas
metáforas enraizándose en un idioma de huesos y carnes que se sumaban para ser dueños de su propia
noción del mundo. Cuota iniciática por un idioma que poco después permitiría el surgimiento del
movimiento Modernista.
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Hispanoamérica debe a España, además de la envidia más aberrante y destructiva, el ser una de
las periferias del mundo, territorios para la arbitrariedad y el pillaje civilizado. A la revolución
francesa impuesta por Napoleón la ficción metafísica de independencia, el fresco de una liberación
bocetada en el aura de un romanticismo degenerativo. Y a Inglaterra el endeudarla para después
adoptarla como la trastienda que más tarde heredará su hijo del norte. Empero, en Hispanoamérica,
desde las últimas cuatro décadas del siglo XIX, empiezan a mostrarse los perfiles de una identidad
fundada en los desgarrados orígenes y forzadas mezclas que la componen. Entonces, en medio de las
guerras civiles y el desorden institucional imperante en la región, aparecen los primeros textos de los
escritores que darán cuerpo al Modernismo, movimiento desde el cual Hispanoamérica supo que por
fin había poseído la lengua dejada por España, una lengua para nombrar sus realidades y sus ideales,
lo propio y lo foráneo. El característico exotismo Modernista, sus ficciones atrapadas por el humo del
artificio, su patético esnobismo, son el resultado de la necesidad por apropiarse de las historias del
mundo. Hispanoamérica necesitaba devorar y digerir esas historias, de ahí el manierismo en la
expresión de la mayoría de sus representantes. En su momento el Modernismo fue vilipendiado,
tergiversado, utilizado por la oficialidad que buscó desactivarlo usándolo como cartilla escolar. Empero
el Modernismo, su amplia estela literaria, sigue siendo fuente de reflexión para quienes pretenden
formarse en el conocimiento del ser hispanoamericano. El insólito atrevimiento desarrollado por las
vanguardias Hispanoamericanas está solventado en lo mejor del Modernismo, José Juan Tablada,
Vicente Huidobro y César Vallejo, entre otros, no negaron su ascendencia. Existe abundante literatura
donde se da cuenta de este movimiento, sus orígenes e implicaciones. Los ensayos de Gutiérrez
Girardot, como los de Saúl Yurkievich son claves para la comprensión del fenómeno Modernista, tanto
en lo literario, como en su contexto histórico mundial e hispanoamericano y, ni más faltaba, en su
cabal oxigenación al exhausto idioma en la misma España posimperial.
A trompicones Hispanoamérica escasamente ha conseguido el reconocimiento a su identidad
cultural y el derecho a su desarrollo. Desde los diarios escritos por Cristóbal Colón y demás textos
existentes donde los europeos dan cuenta del descubrimiento de este extremo del orbe, es marcado el
encono del exotismo con el que su mirada, y desde ella su trato, entorpeció cualquier atisbo visionario,
llevándolos a afincar sus intereses en el usufructo y el proteccionismo a mansalva como justificación de
su ser colonial. Este efecto aún persiste y permea las relaciones de la región con las naciones centrales.
En el campo de la creación artística las relaciones no han sido distintas. De la región se espera acepte
el borrón al que es sometida su identidad e importe las directrices marcadas por la geoeconomía
global. Resulta perturbadora la docilidad con la cual son asumidas estas imposiciones y establecidas
como normas para impartir educación y distorsionar el carácter creativo cultural.
Desde los archivos históricos donde se adoban los condicionantes humanos se vienen imponiendo
leyes que someten caracteres y fraguan destinos. Una de ellas concede el privilegio de pensar, de
desarrollar el pensamiento y ponerlo en práctica. Según esta ley ni España, ni las naciones de
Hispanoamérica han desarrollado capacidad de pensar, su idioma no es idóneo para las ideas, por lo
mismo deben ser subsidiarias de las naciones cuyas lenguas son óptimas para el pensamiento. El
recurrente atributo adjudicado al idioma español es el de servir para el colorido folclórico y la ficción
literaria. Quizás la concepción establecida por estos archivos permita sostener argumentos como el
anterior, empero se olvida cómo la existencia humana y su devenir no ha sido, ni es, lineal. Tampoco lo
recogido en estos archivos es la total realidad de dicho devenir, por lo que también pueden ser otras las
maneras y formas de asumir la razón del pensamiento, de poder interpretar la realidad en el
inagotable suceder de sus eventos. Ante la unilateral y avasallante visión de la historia aprobada, es
impostergable no permitirse ser presas de las trampas que usurpan el pensamiento para imponer las
estrategias y nociones amañadas de la historia.
En Hispanoamérica, en las academias dedicadas al estudio de las literaturas y el arte de la región,
se da un sometimiento a los sistemas de interpretación ejercida por las academias europeas y
norteamericana. Para estos sistemas las literaturas de esta región son calco de las tradiciones
representadas por ellos. Así no es posible establecer estudios propios para la comprensión de los
fenómenos de cada idiosincrasia literaria y artística. Es preciso un intercambio como el que se
presenta entre las interpretaciones de académicos franceses con sus similares norteamericanos o
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alemanes, donde los estudios de sus literaturas y tendencias artísticas son realizados sin desmedro de
sus idiosincrasias. De lo contrario se estaría canonizando una sumisión interpretativa y negando la
capacidad de reconocer las razones, aciertos y carencias de un carácter en su diversidad regional.
Modelos como este apuntan al fortalecimiento de tradiciones extranjeras, no a un encuentro de raíces
en zonas de reconocimiento mutuo. ¿Cómo ignorar las deudas contraídas por las literaturas europeas
con la cultura griega y romana?, ¿cuánto se deben las literaturas europeas entre sí?, ¿cuánto las
enriqueció el teatro y la novela de España? Y, ¿la participación de todas ellas en las literaturas y el
arte desarrollado en Hispanoamérica, en Norteamérica y en Brasil? ¿Se pueden ignorar las
contribuciones del continente americano a la concepción cultural del mundo?
Los estudios académicos no pueden olvidar que los diálogos entre culturas no significan el
sometimiento de una de las partes. Cómo no contextualizar el hecho de que la primera edición de Azul
de Rubén Darío se publicó en Valparaíso en 1888, año clave para el movimiento Modernista
hispanoamericano y español. Azul aparece tres años después del nacimiento de Ezra Pound, quien será
la cabeza más visible, en las primeras décadas del siglo XX, del Modernismo en Norteamérica e
Inglaterra. Y en 1893 nace en Chile Vicente Huidobro, personalidad solventada en los fenómenos más
desconcertantes y estimulantes del siglo XX. Su obra es el resultado de una escritura asumida como
experiencia radical en el hacer poético de su tiempo, de ahí las ofuscadas impresiones en su contra, las
cuales han entorpecido su reconocimiento y por ende su natural influencia. Con Huidobro se renueva
la imagen en la escritura del poema, la noción de su dibujo poético expone la metáfora donde se hace el
poema. Su aventura se funda en la otredad del lenguaje como raíz de la realidad, no como espectro
metafísico sujetando el poema a interpretaciones idealizadas por lo religioso o por lo filosófico. Su
poema no suplanta la realidad, la encara, la asume en la contrariedad de sus aristas, en la dimensión
de su simultaneidad. La imagen igual a la metáfora que desde la otredad hace la raíz de la realidad
para el poema. Y si en 1922 es publicado The waste land (La tierra baldía) de T. S. Eliot, ese mismo
año también se publica Trilce de César Vallejo, libros donde se evidencian los impactos acumulados en
las realidades y visiones del ser humano, irremediablemente vuelto hacia el abismo de su ser
ontológico. Y por paradójico que pueda resultar, al mismo tiempo ambos poetas dejaban evidencia de
las capacidades de sus respectivos idiomas para renovarse en medio de la eclosión producida por la
primera guerra terminada en 1918. Contextualizaciones así también son posibles, para el mismo
periodo, con literaturas como la alemana y la francesa.
Es un hecho verificable. La literatura y el arte de Hispanoamérica han producido obras que hoy
permiten hablar de una tradición. Una tradición cuyas raíces se fundan en su geografía y brota desde
su diversidad étnica. Y sin pudor se nutre de las tradiciones del resto del mundo, lo cual le permite un
arte amplio en sus recursos y expresiones. Arte donde las voces y contenidos de la humanidad toda, en
un tiempo que pareciera el de todos los tiempos, se amalgama en sus ritmos, gestos y colorido.
Siguiendo las huellas atiborradas por Lezama Lima, se puede argumentar que la literatura en las
naciones hispanoamericanas se funda en la escritura de otros. Antropofagia que hace posible las
espirales para el pensamiento donde se sostiene la conciencia de la humanidad. Lo evidencian, entre
muchos otros, León de Greiff, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez,
Mario Vargas Llosa, Marosa di Giorgio cuando esculcan en la escritura de otros, acto que los hace
originales, si se entiende por originalidad nombrar la realidad sin el prurito de ser el primero y el
único. Y ante todo, sin ser deudores del monopolio impuesto por las patentes de propiedad expedidas
en nombre de la aldea global. Patentes para usurpar el pensamiento, socavar las culturas, anular la
creación y al cabo homologar la humanidad al rasero de la producción y el consumo.
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La ciudad se narra, se poetiza y se escenifica sola. No se trata de un material sin forma que uno
moldea y así se expresa. Más bien lo que se manifiesta como fenómeno ciudad es una serie de formas,
de ritmos, de conflictos formales, que se desarrollan como la suma de una voluntad masiva, ciega, y
sorda al encontrarse con elementos naturales destilados por el azar.
La ciudad impone sus formas. Quizás lo más fascinante de esta imposición es que la ciudad suelta
tantas formas que, dado el espacio y el tiempo limitado, estas formas se ven obligadas a
sobreimponerse, creando híbridos, mutaciones en los puntos de contacto urbano.
Es en estos puntos de contacto, de creación vuelta comunicación, donde se define cuál momento
califica como evento y en qué punto termina una historia. La bulla sintética en que vivimos nos lleva a
silbar nuevas melodías, gaguear nuevos ritmos, y entenderlos como algo nuestro. Lo que tiene en juego
el espectador define el momento cómico o trágico.
La ciudad como instancia incesante de transformación de formas es, más que gigantesca, más allá
de la escala humana. Por eso hablar de ciudad es necesariamente hablar de un mito, es un acto de
imaginación. Esto no significa que la ciudad no existe. Al contrario, significa que tanta ciudad existe
que es como hablar del Mar, o de la Guerra, siempre una aproximación a algo que queda más allá de
nuestra habilidad de entender su totalidad.
Así que representar la ciudad, sea en prosa, poesía, o en el escenario es un acto visionario que
convoca nuestras sensibilidades a un nuevo entender. Ciudad es el sueño donde ocurre encuentro y
comunión. Ese sueño hay que crearlo.
Si la ciudad es una visión que hay que crear, yo pediría un mínimo de verosimilitud. Nuestra tarea
es parecida al mapa en una novela de Lewis Carroll, que es de escala uno a uno. El mapa es tan
detallado que al abrirlo se tapa toda la ciudad, así que para los habitantes de la ciudad es mucho más
cómodo no abrirlo, y utilizar la ciudad como su propio mapa.
Cuando hablo de verosimilitud me refiero a varios retos. El primero es que nuestra Ciudad
imaginada sea amplia. La Creación a nuestros alrededores no fue, no es, y no seguirá siendo escueta.
El segundo reto es que nuestra Ciudad sea compleja, diversa, y detalladamente laberíntica. Lo mismo
se podría decir del árbol más común. Finalmente, nuestra visión de Ciudad necesita un doliente. No un
testigo y no una víctima, un doliente cuya relación con la ciudad sea activa.
Yo creo que nuestra relación con esta Ciudad imaginada ha pasado más allá de observar. Observar
un horror en una obra de arte es comerse un confite, o pedirle a alguien más que se lo coma. Ya el
tiempo de golosinas cubiertas con el azúcar del miedo ha terminado. La visión que tenemos de Ciudad
tiene que ser lo suficientemente amplia para incluir el no-horror. Si somos responsables de nuestras
propias visiones, no basta con encontrar la herida, hay que empezar a sanarla desde la imaginación.
Pero al explorar al doliente en busca de su herida, encontramos todo un universo. La reducción del
ciudadano a su voluntad es señal de una voluntad hegemónica que se intenta imponer en términos
simplificados. Reducir un miembro de una comunidad a lo que quiere es utilitarista pero no finalmente
útil. Imaginemos un líder político que en vez de preguntarle a la gente qué quiere le pregunta: “¿Dónde
has estado? ¿Con quiénes y con qué elementos de la ciudad tienes contacto cada día? Por favor,
descríbeme particularidades de ese contacto”.
Al intentar este experimento, quizás se vería por un instante la combinación de filtros que pueden
influenciar cualquier acontecimiento urbano. La simultaneidad de nuestra realidad hace que nuestro
conocimiento de la experiencia sea necesariamente fragmentario. Nuestros eventos están tan
sobreescritos que sólo se leen sílabas aisladas. ¿Qué hacer con toda la bulla entre estos fragmentos de
lucidez? Quizás nuestro instrumento auditivo, para seguir la analogía, o en este caso cognitivo necesita
evolucionar. ¿Cuáles son las nuevas armonías de ternura cuando el brazo que extiendo para
acariciarte está tatuado con caracteres japoneses que yo mismo no entiendo, y las yemas de mis dedos
están anaranjadas de polvo de cheeto?
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Néstor López
MEDELLÍN, SU SECTOR CULTURAL, CONQUISTA DE CIUDAD, RETOS DE
CIUDADANÍA
En nuestra memoria todavía están los recuerdos de foros hechos a principios de la década de los
años 90 del siglo pasado en donde la ciudad de Medellín se preguntaba o, mejor, se respondió que la
Cultura era una manera de construir ciudadanía. Esa “respuesta” se dio luego de la oscura y triste
época que vivimos a fines de los 80 y de los análisis de expertos, intelectuales, artistas y políticos que
nos indicaban que una de las razones de ese tiempo de oscuridad había sido la pérdida de sentidos de
vida. Así, ante un modelo que soportaba el desarrollo de las personas en su poder adquisitivo, se
requería un nuevo relato de desarrollo de la subjetividad que priorizara más la felicidad en sociedad
que el mero éxito individual y efímero económico.
Fue entonces cuando la ciudad enfocó su esperanza en prácticas y en sujetos individuales y
colectivos que tenían relatos de vida diferentes al predominante del éxito y el rentismo. Allí conocimos
y reconocimos procesos y actores sociales que nos mostraban que era posible la solidaridad, el
compromiso social, la construcción de ciudadanía y el desarrollo desde historias de lo común.
En tiempos donde todos contra todos (saludos Fito), hubo quienes no cerraron las puertas de sus
casas ni se encerraron en sus cuartos a sobrevivir. Por el contrario, salieron a la plaza y abrieron sus
sedes culturales para generar encuentros en época de desencuentros, se tomaron las calles de la
muerte para exigir el derecho a la vida, escribieron con dolor su testimonio ante una ciudad vuelta
campo de batalla y, algo ahora un poco olvidado pero valioso, se quedaron en la ciudad dando la batalla
por construirla mientras algunos (hoy de regreso) partieron de ella, fueron vencidos por su
desesperanza.
Para entender este momento, baste citar un poema de José Manuel Arango que sintetiza lo que era
el concepto de ciudad en ese momento:
Ciudad
La sombra del soldado
Se alarga sobre los adoquines
Con sinceridad, creo que muy pocos de mi generación sabíamos lo que realmente pasaba con
Medellín a finales de los 80 aparte de creer que éramos la ciudad más peligrosa del mundo y capital
del mundo de la mafia. Cosas que, incluso, en algunas ocasiones hasta aceptábamos con cierto orgullo
“antiimperialista” según el cual ya era hora de que nosotros ganáramos algo del dinero de los gringos
que siempre nos habían explotado. Sí, hubo momentos en que pareciera que la ciudad se sintió
orgullosa de “poner en jaque” al imperio. Hasta allá llegó la capacidad persuasora del ideario de la
mafia. Sin embargo, esto no duró y menos cuando tuvimos que ver y pagar con nuestro propio dolor el
resultado de esas “apuestas” de ciudad.
Se dice, creo que es cierto, que ninguno de los habitantes de la ciudad ha estado exento de ser
tocado por la violencia de esa época. Sea de manera directa o indirecta, con sangre aprendimos que ese
no era el camino y se requería repensar Medellín.
Y fue así como esta ciudad por primera vez en su historia tuvo que buscar en lugares diferentes al
dinero su propuesta de futuro. En ese momento en que nos preguntamos “cuál es el Medellín que yo
quiero” muchas personas e instituciones miraron también como posibilidad el mundo de la cultura. Sí,
en ese momento además del Atlético Nacional nos enorgullecíamos de Fernando Botero, de Gonzalo
Arango, de Amílcar Osorio, de José Manuel Arango, de Kraken…
Así, ante modelos de juventud como proveedora de la muerte, en un programa de televisión
llamado “Muchachos a lo bien” se visibilizaron historias de jóvenes que construían ciudad desde el
arte, desde la participación, desde la filantropía social… Ante una ciudad enrejada entre unidades
residenciales y apagones, hubo quienes hacían conferencias de arquitectura en librerías del centro,
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presentaron obras de teatro en tiempo de toque de queda o defendieron su derecho al espacio público
tomándose la avenida La Playa –saludos La Arteria– como lugar para la tertulia en tiempos en que
nadie hablaba ni decía nada. Sí, sólo abrir un teatro al que poca gente iba, hacer una conferencia
aunque a nadie le importara o sentarse a conversar fueron formas de resistencia de quienes
arriesgaron ser ciudadanos, de quienes no permitieron que el miedo se impusiera a su vida cotidiana.
En términos de construcción de tejido social, estas anécdotas son útiles para afirmar que, aún en
los peores momentos, Medellín tuvo individuos, instituciones y propuestas que apostaron por la ciudad
de la vida. No es gratuito entonces que luego de los acontecimientos del terror, cuando se indagó acerca
de por qué valdría la pena apostar, inmediatamente contestamos que, por ejemplo, por una ciudad en
donde el espacio público no fuera sólo el escenario de la violencia sino del encuentro; donde la vida
cotidiana estuviera atravesada por la cultura y los propios proyectos de vida podrían ser en la periferia
de la lógica perversa y alienante social de ser o productor o ser consumidor. Se podía ser ciudadano y
valía la pena jugársela por ello.
Esto de apostar por ser ciudadanos, por ocuparse de lo colectivo en un entorno de leviatán, en una
sociedad donde todos pensaban sólo en sí mismos, pareció cosa de locos utopistas. Y la verdad, muchos
de los procesos de planeación estratégica hechos a mediados de los 90, muchas de las fundaciones de
organizaciones sociales, políticas y culturales que ocurrieron en ese momento parecían ser efímeros
acontecimientos de optimismo romántico y no, como hoy podemos atestiguar, el germen, el caldo de
cultivo de una profunda transformación de la forma como se concibe, se proyecta y se materializa la
ciudad.
Lo anterior permite afirmar que es necesario que la reflexión sobre la cultura en la ciudad de hoy
detenga un momento su veloz furor y embriaguez de éxito, para recordar que este presente es el
resultado de procesos que se concibieron y construyeron en estas dos últimas décadas en donde se
sumaron voluntades de civilidad, ganas de construir en colectivo, empoderamiento social y sentido de
resistencia ante las dificultades. Lo imposible era y fue posible.
En nuestro museo de la fama de la ciudad de hoy tendrían que estar nombres como Pequeño
Teatro –una de las primeras sedes de teatro independiente de la ciudad–, Asencultura –primera
asociación de entidades culturales de la ciudad y vital en la construcción de reflexión de políticas
públicas en estas dos décadas–; Atrae –primer proceso de asociación de los trabajadores de las artes
escénicas y vital en el posicionamiento de este sector en la ciudad y generación de pensamiento en el
mismo sector–; Corporación Región –organización que promovió la participación ciudadana, política,
de los líderes y movimientos sociales en la democracia de la ciudad–, Proantioquia –líder en los
procesos de planeación y veeduría de la gestión urbana– y la Consejería Presidencial para Medellín –
Programa que permitió generar soportes de visibilidad, legitimidad y apoyo económico a la iniciativa
comunitaria de construcción de tejido social en las comunas más deprimidas de Medellín.
Cada uno de esos proyectos y organizaciones generó una reacción en cadena de confianza y reto en
otros que, casi inmediatamente, se atrevieron también a crear entidades, proyectos, organizaciones y
propuestas que aparecieron como un relato nuevo de ciudad posible. Es de resaltar especialmente el
trabajo de la Consejería Presidencial que hoy, más de 15 años después, puede mostrar cómo gracias a
su labor de apoyo técnico y financiero proyectos como la Corporación Cultural Nuestra Gente pudo
tener su sede de trabajo y pasar de ser un proyecto de jóvenes voluntariosos a convertirse en un gran
modelo de empoderamiento social de desarrollo gracias a la permanente compañía del Estado que ha
permitido durante todos estos años consolidar sus impactos.
También es bueno recordar que adicionalmente a este entorno de ciudad, nuestro país vivía el
nacimiento de una nueva constitución política democrática y participativa en su espíritu, que reconoció
a la cultura como fundamento de la nacionalidad y le dio al Estado la obligación de promoverla. Este
hecho es fundamental porque a partir de ese 1991, la cultura y su institucionalidad tuvieron escenario
en la política pública para su desarrollo. Hubo esperanza para un sector que estaba al margen de la
atención del Estado.
Por otro lado, la apertura económica determinada en los inicios de los 90 sumió a nuestras
ciudades en una gran crisis económica. Poco empleo, pocas oportunidades había para los profesionales
y muchos jóvenes ante la realidad de no tener empleo o emplearse mal, tuvieron la “oportunidad” de
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escoger la cultura –que igual mal paga en dinero pero mucho en espíritu– como su alternativa para
desarrollarse personalmente.
En nuestras sociedades estamos acostumbrados a que la gente aplace sus sueños personales en
aras de lograr estabilidad económica. Así, muchos al jubilarse dicen que ahora sí se van a dedicar a lo
que querían. Algunos deciden entrar nuevamente a la universidad a hacer carrera de filósofo, otros
empiezan a estudiar música y artes o a tratar de ser escritores, etcétera. En los 90, creo que ante la
realidad de algunos jóvenes profesionales que vieron como única posibilidad un trabajo con mal salario
sin promesa real de jubilación –saludos ley 100– y la política como escenario de corrupción, prefirieron,
preferimos, no esperar más y dedicarnos, desde el principio, a lo que queríamos, la cultura o el trabajo
en la construcción de sociedad a través de organizaciones independientes. Apuesta arriesgada pero
mejor que la otra, segura, del aburrimiento.
A finales de los 90 la ciudad tenía una institucionalidad cultural independiente fuerte, con
proyectos de alto impacto, con alta sostenibilidad social y con un gran crecimiento en la legitimidad
ante el estado local y nacional que permitió generar mínimos niveles de subsistencia. De hecho, la
crisis de fines de los 90 no afectó tan gravemente estos proyectos y a principios de esta década incluso
pudimos atestiguar que la institucionalidad cultural tenía mayor fortaleza que la institucionalidad
pública de la cultura de la ciudad. A tal punto que en 1999 el primer Consejo Municipal de Cultura fue
creado gracias al tesón de un líder venido de estas entidades y “prestado” a la institucionalidad local
de la Secretaría de Educación –en ese momento responsable de la política pública de cultura.
El empoderamiento social del sector cultural independiente de la ciudad se dio primero en los
espacios de participación. Vimos entre 1995 y 1997 a muchos actores e instituciones participar en la
discusión y respaldo de la Ley General de Cultura y la creación del Ministerio de Cultura que se logró
en 1997. Participando en las discusiones sobre lo que posteriormente fue promulgado como el Plan
Decenal de Cultura 2001-2010 para una ciudadanía democrática y cultural. Adicionalmente en las
discusiones del Plan Estratégico para Medellín 1994-1996, Visión Antioquia Siglo XXI y el Plan de
Desarrollo de Medellín 2001-2003. Todo esto visibilizó al sector cultural como un actor más de los
procesos de planeación local y nacional, a sus líderes como actores comprometidos con el desarrollo de
la ciudad y el país y esta experiencia consolidó procesos de trabajo en red para la defensa y promoción
de intereses del sector.
Esta primera década del siglo XXI inicia entonces con un sector cultural en Medellín como
ciudadano activo participante de la definición de los planes estratégicos, con liderazgos reconocidos
socialmente, consciente de sus derechos y con empoderamiento político para exigirlos. El futuro
estaba a la vuelta.
Aunque la comunidad cultural ya estaba “preparada” para tomar las riendas de su destino, los
líderes políticos aún no insertaron en sus planes las reflexiones que el sector proponía para la cultura.
La tiranía de los expertos, en el mejor de los casos, o las prácticas de clientelismo, despotismo,
amiguismos y dirigismo estatal de la cultura se mantenían y se mantuvieron hasta 2004, incluso
después de creada la Secretaría de Cultura Ciudadana –2002– como gran conquista del proceso
cultural de Medellín.
Sí, en esos años a pesar de que el sector cultural de la ciudad era un actor ciudadano activo, la
toma de decisiones acerca de las políticas culturales estaba muy lejos de articular estos procesos de
participación. De hecho sirva recordar que la instalación del primer Consejo Municipal de Cultura de
Medellín creado a través de un proceso de convocatorias en 1999 no contó con la presencia del alcalde
de la ciudad, hecho que demostró el poco interés del gobierno local en esta instancia de la participación
de la sociedad civil cultural.
Este Consejo, uno de los primeros conformados en el país luego de la promulgación de la Ley
General de Cultura, fue producto más del voluntarismo de Juan Luis Mejía Arango en su paso como
secretario de Educación de Medellín en 1998.
Igual ocurrió en el gobierno local siguiente en donde, a pesar de que se creó la Secretaría de
Cultura Ciudadana y se tomaron decisiones en favor de diversas entidades culturales apoyando
económicamente el mejoramiento de sus infraestructuras, entregando bienes en comodato, dando
generosos apoyos a organizaciones reconocidas, etcétera. Estas decisiones estaban justificadas más por
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la voluntad del funcionario que en la existencia real de políticas culturales claras. Ni qué decir,
concertadas con el órgano de participación, el Consejo Municipal de Cultura, existente en ese momento
sólo en el papel.
Se puede considerar entonces que esta asimetría entre un sector cultural empoderado en su ser de
ciudadano versus un estado que no le escuchaba fue lo que motivó a algunos actores culturales a dar el
“siguiente paso” hacia un ejercicio directo de participación política desde la cultura en los procesos de
debate electoral. Existe una frase muy conocida del anterior alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, que
dice que “o haces la política o la padeces”. En su caso, sirvió para invitar a muchos actores sociales a
participar en la toma de decisiones de la ciudad. En el caso de la cultura, hizo posible que, por primera
vez en la historia reciente de Medellín, algunos líderes del sector cultural de manera desarticulada,
con liderazgos múltiples y desde diversos pensamientos se vincularan con la propuesta política
electoral de Sergio Fajardo con la esperanza de tener un proyecto cultural que leyera el proceso que la
ciudad había construido en los últimos años.
La llegada de Sergio Fajardo a la Alcaldía de Medellín permitió poner en la escena general unos
procesos, entre ellos el cultural, que venían tejiendo un futuro posible y que ahora se convertirían en el
relato del futuro que hoy llaman el tiempo de la esperanza.
Esta conjunción entre una nueva forma de hacer política y administración ciudadana respaldada
por un potente proceso de participación y maduración del sector cultural para la definición y
priorización de las políticas esenciales para su desarrollo, fue lo que hizo posible que, rápidamente, se
establecieran acciones, prácticas, proyectos y programas que hoy por hoy constituyen el tejido de la
transformación que, también en cultura, la ciudad muestra orgullosamente.
Desde 2004 a 2008 la administración municipal mantuvo una dinámica permanente de diálogo con
el sector a través del Consejo Municipal de Cultura, e incluso vinculó de manera directa a muchos
actores del sector cultural independiente como asesores, funcionarios o consejeros de la política pública
con todo lo bueno y malo que ello implica.
Esa conjunción entre la administración de la ciudad con el sector permitió de manera casi
inmediata crear todo un sistema de estímulos a la creación, a eventos culturales de ciudad, a salas de
teatro y apoyo a museos que el sector había solicitado por más de una década a partir de la
metodología exitosa aplicada desde el nacimiento del Ministerio de Cultura.
Por otro lado, en la administración local, por fin se priorizaron inversiones en infraestructuras
culturales públicas (parques bibliotecas) planeadas años atrás y que a partir de ese momento –2004–
vivieron su materialización.
Estos cambios que inmediatamente fueron reconocidos como avances sustanciales, se explican
también por una razón que es y será fundamental a la hora de evaluar una política cultural: la
escogencia del secretario de cultura. Así, es innegable que el nuevo momento de la cultura se debe
también a Juan Diego Mejía, primer secretario en el gobierno Fajardo y a Jorge Melguizo quien logró
situar la cultura como una de las dimensiones protagónicas de la propuesta de estas dos últimas
administraciones al lograr aumentar el presupuesto de la Secretaría que estaba en 40 mil millones en
2005 a 88 mil millones en 2009; además, con su ejercicio permanente de diálogo, debate y concertación
de sus decisiones se ganó el respaldo, respeto y admiración de un sector acostumbrado a sospechar de
los políticos metidos en el mundo de la cultura. Estas razones explican también, entre otros muchos
indicadores, la sensación de unidad de criterios entre el sector y el Estado y de “bonanza” que vivió la
ciudad en materia de actividad artística-cultural.
Es aquí donde hay que hacer un pare necesario para decir que, todo lo anterior, no sólo demuestra
que el sector cultural de la ciudad ha construido tejido social cultural sino que su mismo proceso como
sector es una demostración de cómo se construye tejido y qué produce cuando esto sucede. Produce
participación, empoderamiento, poder y legitimidad de la intervención estatal en favor de las prácticas
culturales sociales.
No es extraño, pues, que para quienes no atestiguaran este proceso, para quienes no estaban en la
ciudad cuando ella apostaba por su futuro, para quienes vienen como nuevos habitantes o funcionarios
culturales luego de haberse retirado de esta apuesta, lo que sucedió entre 2004 y 2008 fuera una
“explosión de cultura” o algo parecido. Era obvio, la ciudad nunca había dirigido su foco de atención a
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ese maravilloso movimiento y jamás le había dado la oportunidad de visibilizar estas prácticas que a
diario se llevaban a cabo como resistencia, como propuesta de civilidad. Al situar el foco de atención en
ellas, lo que se vio fue “explosión” de inclusión de un relato que, hoy, es el relato del orgullo, del futuro
posible que se defiende.
Es cierto que también en Medellín, como en muchas otras ciudades, el sector cultural respondió
con grandeza al reto de ser estrategia de renovación social de la vida cotidiana y eso es lo que hoy
todos celebramos, de lo que nos sentimos orgullosos.
Ahora, en tiempos de esperanza, les comparto lo que veo.
Veo que algunos actores sociales, tanto individuales como institucionales, consideran que fue la
política y algunos políticos los que cambiaron la ciudad, no acciones de ciudadanos en y desde la
cultura. Considero que esto responde a un complejo de inferioridad que preocupa porque invita a
personalizar este momento, a erigir caudillos en donde lo que hubo fue movimiento cívico ciudadano.
Preocupante es esta lectura de lo sucedido porque cuando consideramos que el actor principal del
cambio es un político que luego de ganar elecciones se convierte en funcionario al que le damos la
autoridad de hacer la ciudad cultural… hemos elegido al dios sabio de Platón.
Por el contrario, si consideramos, como creo, que el actor principal es el proceso de
empoderamiento social de múltiples ciudadanos y del sector cultural como protagonista de su
desarrollo, la política es allí escenario de la materialización de los propósitos comunes y los
funcionarios los delegados para llevarlos a cabo. Los encargados que tienen responsabilidades, que no
pueden hacer lo que a bien quieran.
Así, en el primer modelo interpretativo –muy entronizado hoy entre algunos– de la política como
centro, el tejido social puede ser destruido por un despotismo ilustrado contemporáneo. El funcionario
autoerigido en medida de la cultura. O también se puede caer en la dictadura de los tecnócratas,
cortesanos de los funcionarios o los peligrosos “expertos” que, fundamentalmente, respaldan al
funcionario a cambio de ser respaldados en sus intereses específicos.
En el segundo modelo, de la política y el gobierno como escenario de materialización de los
propósitos comunes no exclusivistas, el tejido social es construido gracias al permanente ejercicio
dialéctico del pensar, dialogar y pactar que, al decir de Ferrán Mascarell, es la mejor manera de
escribir permanentemente el contrato social de la ciudad contemporánea.
Sí, hay que repetirlo, la Medellín cultural de hoy es un resultado de un proceso colectivo que invita
a seguir siendo configurado entre todos. Si no lo entendemos y actuamos en coherencia con esta
realidad y dejamos que alguien o algunos hábilmente se apropien de esta conquista ciudadana que
tanto nos enorgullece, el futuro de la ciudad se diluirá entre la soberbia y las ansias de perpetuación
burocrática a las que hoy asistimos.
Aquí los gestores culturales tenemos el gran reto de consolidar este espacio de empoderamiento del
desarrollo de nuestro propio sector y de la ciudad como producto de lo que hacemos y como
legitimadora de los sentidos comunes.
También es bueno resaltar unas tensiones del momento presente de la gestión cultural hoy en la
ciudad de Medellín.
Tal como se dice en apartes anteriores, el cambio de Medellín se explica, entre otras cosas, por su
cambio de sentido, porque priorizó el desarrollo humano, cultural, en vez de lo simplemente urbano, de
lo simplemente económico-rentista. Adicionalmente es fundamental insistir en que la ciudad es de
todos y su futuro es responsabilidad de todos, también en lo cultural.
Pero alerto cantos de sirena peligrosos que debemos afrontar:
1. Hemos avanzado en participación y reconocimiento del sector cultural como actor del desarrollo
de la ciudad, en la existencia de equipamientos públicos para la cultura, en la participación de los
ciudadanos en los hechos culturales, en el fortalecimiento de procesos, eventos e instituciones
culturales pero falta todavía mucho por hacer. En primer lugar, la ciudad aún no tiene un plan de
cultura. No se ha definido un contrato social cultural y ello está hoy fortaleciendo las miradas sólo
sectoriales, el aislacionismo y el voluntarismo elevado a política pública. Una ciudad cultural así, va
hacia la dispersión y puede caer en perversiones propias de las ausencias de políticas culturales claras,
concertadas y legitimadas por todos los actores. Adicionalmente, no tenemos responsabilidad social
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empresarial con líneas fuertes de acción en la cultura. Aún nuestros actores culturales desarrollan sus
proyectos con grandes dificultades de sostenibilidad económica o gran dependencia de recursos
públicos que hace muy frágil su viabilidad futura. Las industrias culturales son oportunidad en la
ciudad, pero su realidad es precaria. También se destaca el incipiente desarrollo de los procesos
culturales relacionados con la tecnología y los nuevos medios que constituyen gran oportunidad para el
desarrollo del sector cultural de la ciudad. En todos estos aspectos, la ciudad tiene mucho por hacer.
2. Medellín debe reconocerse en su memoria de tejido cultural independiente. Es urgente
consolidar el tejido Estado-sector cultural como herramienta esencial del proyecto cultural presente y
riqueza futura. Esta relación es la que permitirá mantener políticas culturales incluyentes, que
asuman su ser de sostenibilidad a la vez de permitir la innovación que se da en el ámbito de la acción
cultural cotidiana de las organizaciones. También es vital para evitar tentaciones como el dirigismo y
perversiones como la construcción de relatos de cultura oficial que hoy se viven.
3. Es importante analizar críticamente la tentación de institucionalizar la oferta cultural porque
una ciudad como Medellín, con una facultad de artes de 30 años de existencia, con más de 100
organizaciones con gran experiencia en todos los campos de trabajo cultural, con eventos y procesos
culturales comunitarios consolidados, debe aprovechar este tejido para potenciar su oferta, no para
hacer, desde el estado, competencia profesional a esta infraestructura cultural y capital humano
profesional existente. Esto, en el largo plazo podría destruir el tejido social independiente existente,
burocratizar el hacer de la cultura y, lo que es peor, convertir en despilfarro el dinero invertido al
hacerlo replicando desde el Estado procesos independientes.
4. Si bien se reconoce la necesidad de facilitar el acceso de los ciudadanos menos favorecidos a los
hechos culturales, esto no puede quedarse sólo en la asistencia a eventos porque garantizar el derecho
a la cultura no es sólo permitir el acceso gratuito a eventos. Es importante promover su participación
en procesos culturales que también construyan sentidos, vida cotidiana de cohesión social.
5. La evidencia masiva de ciudadanos como creadores de sentidos desde la cultura y el arte es una
oportunidad que, en Medellín, se está dando a través de la priorización de procesos culturales que las
comunidades hacen en asambleas barriales y comunales. Este posicionamiento de la cultura como una
necesidad reconocida por nuestras comunidades es una gran oportunidad a la que debe articularse el
sector con el propósito de satisfacer estas demandas de la mejor manera, además de aprovechar un
nuevo espacio social para lograr la misión de hacer de la ciudad un escenario para la vida cotidiana en
la cultura y las artes.
6. Hay que consolidar la participación ciudadana como la herramienta central que permitirá
mantener lo logrado. Si estamos construyendo ciudad, se hace con una pluralidad de voces, de actores,
de ciudadanos activos, vinculados a la construcción de sentido. Aquí hay que recordar nuevamente a
Mascarell que nos invita a democratizar la política, a evitar su especialización entre algunos pocos
líderes. Esto es de gran valor debido a que una ciudad en donde la participación política se democratice
podrá tener muchos ciudadanos haciendo y respaldando el proyecto de ciudad, no algunos. La defensa,
entonces, de lo logrado está más en el empoderamiento, democratización de la política en la mente y la
acción diaria de todos los ciudadanos.
7. No sobra advertir que las acciones para defender “lo ganado” pueden llevar y están de hecho
generando fundamentalismos, divisiones, estigmatización de la crítica y persecución del contradictor.
En síntesis, estamos destruyendo el tejido social cultural del que hoy nos enorgullecemos. El Consejo
Municipal de Cultura, protagonista central de estos últimos 6 años, ahora ve amenazado su papel por
algunos pensamientos que están tratando de limitar sus logros de años en donde se convirtió en un
espacio de diálogo, debate y concertación de la política y las decisiones que se tomaban en asuntos de
cultura. Retornar a un Consejo que habla para no ser escuchado es una tentación en la que no puede
caer este proceso. También aquí se requiere que ciertos funcionarios que dirigen la política pública de
cultura se articulen a los nuevos momentos de empoderamiento real, activo y deliberante del sector.
8. Quien ganó este presente de ciudad fue una gestión de sentidos desde la cultura. Creo que es
grave error caer en la invitación de la cultura como mercancía de la experiencia. Mero
entretenimiento. La empresa posible y necesaria para la cultura en Medellín es la gestión de sentido y
ciudadanía. El arte de hacer hombres y mujeres conscientes de su ser, responsables de su presente y
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COLABORADORES
Carlos Carabeto ha publicado los libros de poesía Contante y sonante (2005) y Puerto Ulises y otros poemas
(2007). La revista Interregno le ha publicado poemas inéditos y versiones de Dylan Thomas, así como algunos de
sus ensayos. Nació en Medellín en 1952.
Floriano Martins: poeta, ensayista, traductor, artista plástico y editor. Dirige el Proyecto Editorial Banda
Hispánica. Es coordinador de la colección Ponte Velha, de autores de lengua portuguesa, de Escrituras Editora
(San Pablo, Brasil). Curador de la Bienal Internacional del Libro del Ceará (2008). Profesor invitado de la
Universidad de Cincinatti (Ohio, Estados Unidos). Codirige la Revista TriploV de Artes, Religiones y Ciencias
(Lisboa, Portugal). Autor de libros como Fuego en las Cartas (poesía, España), A inocência de pensar (ensayos,
Brasil) y A alma desfeita em corpo (poesia, Portugal), todos publicados en 2009. Nació en Brasil en 1957.
Marta Quiñónez: Psicóloga Social C. de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia. Estudiante de Letras:
Filología Hispánica de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los libros de poesía: Continente mohíno (1996),
Noctívago (1998), Acantilado (1999), Abecedario de eximición (2000), Eva (2001), Kartalá (2003) y Arcanos (2006
y 2007). Nació en Apartadó, Antioquia en 1970.
Omar Castillo ha publicado los libros de poesía: Divagaciones (1978), Vestuario (1979), Garra de gorrión
(1980), Limaduras del sol (1983 y 1986), Fundación y rupturas (1985), Relatos del mundo o la mariposa
incendiada (1985), Informe (1987), Relatos de Axofalas (1991), Leyendo a don Luis de Góngora (1995). En 1998
reúne su obra poética publicada desde 1983 bajo el título Relatos del mundo, en donde incluye además
Fragmentos y Sonetos para la infancia que habita la piedra. Después publica: Abra, el libro de los amigos (2003),
Poema de New York, con traducción al inglés por G. Leogena (2007), Los años iniciales en el vacío, 2001-2008
(2008). Y el libro de ensayos: Asedios, nueve poetas colombianos & Crónicas (2005). Ha sido incluido en
antologías de poesía colombiana e hispanoamericana. De 1984 a 1988 dirigió la revista de poesía, cuento y
ensayo Otras palabras, de la que se publicaron 12 números. Actualmente dirige Ediciones otras palabras activa
desde 1985, empresa en la que se han publicado más de 30 títulos entre poesía, ensayo, teatro y narrativa. Dirige
la revista de poesía Interregno desde 1991. Nació en Medellín en 1958.
Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California, donde vive sus primeros 30 años. Estudia
literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford.
Publica poemas, prosas y ensayos en revistas literarias estadounidenses, y dos libros en inglés: Globo (1993) y
The Fifth Season (1996). Desde 1995 reside en Medellín donde publica los libros de poesía Mapa de lo claro
(1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006) y El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009). También el
libro de teatro Cómo morir en un solar ajeno y otras dramaturgias (2009). Director y dramaturgo del grupo
Párpado Teatro.
Néstor López. Comunicador Social y Gestor Cultural. Escritos suyos han sido publicados en diversas revistas
y suplementos literarios. Actualmente dirige la Corporación Ateneo Porfirio Barba Jacob de Medellín. Nació en
1968.
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