Ludovic de Besse
capuchino
LA CIENCIA
DE LA ORACION
Traduccion selectiva por Juan Antonio Sdenz
Lopez, Vicario Episcopal de Vida Consagrada
APOSTOLADO MARIANO
ecaredo, 44
41003 - SEVILLACon licencia eclesiastica
ISBN: 84-7693-236-7
Depésito Legal: B- 43.686-92
Printed in Spain
APSSA,
ROCA UMBERT, 26
U'HOSPITALET DE LL. (Barcelona)Capitulo 1
DEFINICION DE LA ORACION
El medio infalible para orar mal es conce-
bir una idea demasiado baja de la oracion. Se
pretende, con ayuda de la oracién, forzar al
Creador a hacerse un humilde servidor de su
criatura.
Si observamos la respuesta del Sefior a los
Apostoles, cuando le preguntan respecto de la
oracién, notamos que la oracién es propia-
mente el ejercicio de las tres virtudes teologa-
les: fe, esperanza y caridad. En efecto, ha redu-
cido todo al Pater que comienza por estas peti-
ciones: «Santificado sea tu nombre: venga a
nosotros tu reino, hdgase tu voluntad en la tie-
rra como en el cielo».
La oracion es, por tanto, primeramente un
ejercicio de fe.
A continuacién es ejercicio de esperanza
santa y de pura caridad. Decimos: iVenga a
3nosotros tu reino! No se trata de un reino tem-
poral. Dios posee esencialmente ese reino so-
bre las criaturas materiales. En ese aspecto
todo es ya perfecto. El sol y los astros en el cie-
lo; el aire, el agua, el fuego, las plantas y los
animales de la tierra han observado siempre y
observaran hasta el fin de los tiempos las leyes
del Creador. En cuanto a los hombres, en pri-
mer lugar se da el gobierno temporal. Pero
Dios no quiere ejercerlo directamente aqui
abajo. Jesucristo respondio a Pilato (Jn. 18,36):
«Mi reino no es de este mundo». éAsi, pues,
cual es el reino de Dios, cuya venida hemos de
desear y pedir? Es un reino espiritual, sobre
nuestros corazones, fruto de la confianza y del
amor.
Decir a Dios: «Venga a nosotros tu reino»,
equivale a decir: Dilatad mi corazon mediante
el sentimiento de vuestra bondad y llenadlo de
confianza filial hacia Ti; hacedme apreciar en
su valor los beneficios con que me colmais... y
la gratitud desbordard de mi alma. Dignaos re-
velar vuestra belleza y perfecciones infinitas...
y pondré mis complacencias en Ti, amandote
sobre todas las criaturas. Si, establece en mi tu
reino mediante la esperanza y la caridad. Sed
el sefior de mis sentimientos.
Desde esta segunda peticion, hay que de-
sear sinceramente el establecimiento de su rei-
no en nuestro corazon. Y no se podria tener
4este deseo, si no se creyera en la posibilidad de
este reino. Hay que creer no solo en su posibi-
lidad, sino que hay que esperarlo con certeza.
Esta peticion es, pues, un acto de la virtud de
la esperanza.
Por otra parte, seria temerario el esperar
todo de la bondad de Dios. Conviene unir a
nuestra esperanza la resolucién de hacer lo
que depende de nosotros para el estableci-
miento de ese Reino. Asi, Nuestro Sefior nos
hace afiadir inmediatamente: «Hdgase tu vo-
luntad como los angeles la llevan a cabo en el
cielo». Lo cual es un acto de amor, de pura ca-
ridad.
Dios pasa a ser asi el Sefior de todas nuestras
acciones, tras haber llegado a ser el Sefior de
nuestra inteligencia y de nuestros sentimientos.
Cuando en el Carmelo se pidid a Santa Te-
resa que les ensefiara a hacer oraci6én, la Santa
respondio escribiendo un tratado delicioso, un
modelo de direccién espiritual, EL CAMINO
DE PERFECCION. Todo en ese libro desem-
boca en la explicacién del PATER. Se ora en
el cauce de las peticiones colocadas por Nues-
tro Sefior en la Oracidn dominical. No se ora o
se reza mal, si se presentan a Dios peticiones
no vinculadas a las del PATER. Por tanto,
toda oracién debe vivirse en fe, esperanza y ca-
ridad. Solamente asi puede llegar a ser una
oracion perfecta.Termino este apartado con una definicién
de oracién, debida al Doctor Angélico. La en-
contramos en San Alfonso Maria de Ligorio,
con los comentarios correspondientes. Ese pe-
quefio libro de San Alfonso se titula: SOBRE
EL GRAN MEDIO DE LA ORACION.
«El Apéstol, dice él, escribia a Timoteo:
Ante todo recomiendo que se hagan ‘‘plega-
rias”, “oraciones”, “‘suplicas” y “‘acciones de
gracias” (1 Tim. 2,1).
»El doctor angélico, Santo Tomas, explica
este texto (2.4 2ae Sent. p. 83, art. 17), diciendo
que /a oracién es una elevacion del alma hacia
Dios para obtener alguna gracia. Cuando tiene
por objeto cosas determinadas, la oracién se
llama propiamente peticidén; cuando las cosas
no son determinadas, por ejemplo, cuando de-
cimos: ‘Dios mio, ven en mi auxilio;Deum, in
adjutorium meum intende’’; es una oracién-
suplicacién. La plegaria-obsecracién es una
instancia piadosa para obtener la gracia que se
desea, como cuando decimos: Por tu Cruz y tu
Pasion, libranos, sefior. Finalmente, la accion
de gracias lo es por los beneficios recibidos,
mediante la cual, dice Santo Tomas, merece-
mos recibir otros beneficios mayores: Gratias
agentes meremur accipere potiora».
Limitémonos a estas definiciones y conti-
nuamos nuestro estudio.Capitulo 2
NECESIDAD DE LA ORACION
Hay un medio para llegar a la dicha eterna,
es cumplir el primero y mayor de los manda-
mientos: «Amards al Sefior tu Dios con todo
tu corazon, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas y con todo tu espiritu» (Lc. 10,27).
Ahora bien, este mandamiento se lleva a cabo
en la oracion y por la oracién.
Para amar a alguien, hay que conocerlo,
tratarlo... Orad a Dios y asi os acercaréis a El.
San Pablo ensefiaba a los sabios del Aréopago:
«Aunque Dios no esté lejos de nosotros, pues-
to que tenemos en El la vida, el movimiento y
el ser, sin embargo debemos buscarlo con la
esperanza de tocarlo o al menos encontrarlo»
(Hech, 17,27-28).
No podemos ver a Dios en este mundo;
pero El hace sentir su presencia a los cora-
zones rectos que lo invocan con respeto, con-
fianza y amor. Al mandarnos amarle y adorar-
le, se ha comprometido a escucharnos y aten-
dernos.
La oracién es necesaria para adquirir la
amistad con Dios, si se ha perdido la gracia
bautismal, cayendo en el pecado mortal. Si se
ha conservado esta gracia, la oracién es nece-
saria para cultivar, fortificar y desarrollar
7nuestra intimidad con Dios, mediante un ejer-
cicio frecuente de las virtudes teologales.
Finalmente es necesaria para triunfar de las
tentaciones que nos conducen al mal y que
proceden de nuestra naturaleza corrompida,
de la malicia del demonio o los escdndalos del
mundo. Abandonados a nosotros solos, somos
demasiado débiles para resistir a ello. Necesi-
tamos la ayuda de Dios y, para obtenerla, hay
que pedirla.
«Sed perfectos, como vuestro Padre celes-
tial es perfecto» (Mt. 5,48), ha dicho Jesucris-
to. El medio de agradar a Dios es tender a esta
perfeccién por amor a El. Se logra, cuando,
mediante oraciones asiduas y fervorosas, se
procura la ayuda de su gracia con abundancia.
El que ama a Dios sinceramente esta segu-
ro de vencer a sus enemigos, acudiendo a la
oracion. Si cayera, la oracidén seria su tabla de
salvacion. Le permitiria levantarse e incluso
sacar bien del mal, aprovechando su caida para
ser mas humilde, mas prudente, mas unido a
Dios por la confianza, por el amor y por un
deseo ardiente de reparar sus faltas en el ejerci-
cio de las buenas obras y de la penitencia.
Recordemos algunas sentencias del Sefior:
«Es necesario orar siempre, sin desfallecer»
(Le. 18,1). «Vigilad y orad para no caer en la
tentacién» (Mt. 26,41). «Pedid y recibiréis»
(In. 16,24).
8San Agustin ha dicho «Dios quiere darnos
sus gracias; pero se las da al que las pide» (So-
bre el Salmo 102). Y afiade: «Como nuestro
cuerpo se nutre de alimentos, el hombre inte-
rior (es decir el hombre moral, virtuoso) se nu-
tre de sus oraciones».
San Juan Criséstomo emplea el mismo len-
guaje (De Orat. D., 1.1.).
Seguin San Alfonso M. de Ligorio, se trata
aqui de una necesidad no de precepto que ad-
mite excepciones en caso de ignorancia, impo-
sibilidad, etc., sino de una necesidad de medio.
Si despreciais el orar, no iréis nunca al Parai-
so.
San Alfonso M. de Ligorio concluye en es-
tos términos: «Todos los bienaventurados, ex-
cepto los nifios, se han salvado por la oracion.
Todos los condenados se han perdido por no
haber orado. Su mayor desesperanza en el in-
fierno es y sera siempre el haber podido salvar-
se con tanta facilidad, pidiendo a Dios las gra-
cias necesarias, y no poder hacerlo ya».
Por tanto, hay que elegir: o bien os acercais
a Dios, orando; asi os haréis su amigo; os enri-
queceréis en virtudes y méritos, en proporcién
al fervor de vuestras oraciones e iréis con toda
seguridad al cielo, a gozar de la dicha eterna.
O bien, rechazais el orar, y permaneceréis lejos
de Dios. Pero estar lejos de Dios, es en la tie-
tra, una miseria moral grande, aunque se la
9cubra de bellas apariencias; y vivir lejos de
Dios tras la muerte, es el infierno.
Capitulo 3
LA ORACION ES UNA GRACIA
Hay diferentes clases de gracias. La primera
gracia actual concedida a las almas por el Es-
piritu Santo es la gracia de la oracién. Es El
quien nos hace orar. San Pablo lo ensefia ex-
plicitamente: «No sabemos pedir como convie-
ne; pero el Espiritu mismo intercede por noso-
tros con gemidos inefables» (Rom. 8,26). Y
afiade: «Habéis recibido un espiritu de hijos
adoptivos que nos hace exclamar: iAbba, Pa-
dre!» (Rom. 8,15).
Por una bondad infinita, esta gracia de la
oracion se concede a todos los hombres sin ex-
cepcion y no se les retira jamas. Esta a su dis-
posicion hasta su ultimo aliento. Cuando se ha
echado a Dios del corazén por el pecado mor-
tal «El esta a la puerta y llama» (Ap. 3,20).
Provoca en los pecadores el arrepentimiento
mediante el temor y la esperanza del perdon.
Bastaria a los pecadores entrar en ellos mismos
y escuchar la voz de su conciencia para captar
esas exhortaciones del espiritu Santo. A veces,
10Dios afiade a las solicitaciones interiores de su
gracia llamadas exteriores, empleando diversos
medios que deben forzar la atencién de las al-
mas y hacerlas orar. «La Sabiduria clama por
las calles, por las plazas alza su voz... ¢Hasta
cuando, insensatos, amaréis el mal que os hara
desgraciados? Aceptad mis correcciones y con-
vertios. Voy a derramar mi Espiritu sobre vo-
sotros. Os llamo y no queréis escucharme»
(Prov. 1,20-24).
San Alfonso M. de Ligorio termina su li-
bro: «Sobre el gran medio de la oracién», de-
mostrando largamente esta verdad, que llena
todo un capitulo titulado: «Dios da a todos los
hombres la gracia de orar, si quieren. Para orar
basta la gracia suficiente que es comun a to-
dos». Este capitulo esta dividido en tres gran-
des apartados. El primero aporta el testimonio
de los principales tedlogos que ensefian esta
doctrina. El segundo cita la autoridad de la Sa-
grada Escritura, del Concilio de Trento y de
varios Santos Padres. El tercero contiene razo-
namientos teoldgicos.
En esta demostracién aparece que incluso
los mayores criminales tienen gracias suficien-
tes para obrar su salvacién. En verdad, esta
gracia suficiente no basta para hacerles triun-
far directamente sobre sus pecados; pero basta
y es eficaz, si quieren, para hacerlos capaces de
orar y disponerse a otros actos buenos y faci-
11les, como seria el hacer una lectura piadosa.
por este medio, obtendrian una gracia mas
fuerte, con la que cumplirian los deberes mas
dificiles.
«Segiin este principio —dice San Alfonso-,
los pecadores que pretenden no tener fuerza en
absoluto para vencer sus tentaciones, no tienen
ninguna excusa; pues, si oraran, como pueden
hacerlo con la gracia ordinaria dada a todos,
obtendrian la fuerza que les falta y se salvarian
(Ib. 11.4 parte, cap. IV, 53).
San Francisco de Sales ensefia la misma
doctrina, al hablar de la perseverancia final:
«El don de la oracién y la devocién es genero-
samente concedido a todos los que, con buen
corazon, quieren consentir a las inspiraciones
celestiales. Por tanto, esté en nuestra mano el
perseverar» (Tratado del amor de Dios, lib. 3,
cap. 1).
La liberalidad divina irrumpe especialmen-
te en su facilidad en dar a las almas el don de
oracion. El Espiritu Santo es paciente con los
pecadores que le rechazan. Se mantiene sin ce-
sar junto a ellos para ayudarles a orar.
El profeta Zacarias lo habia anunciado:
«Extenderé sobre la casa de David y los habi-
tantes de Jerusalén, un espiritu de gracia y de
oracion. Entonces se volveran hacia mi, al que
han atravesado, y me contemplardn con amor»
(Zac. 12,10). Era la prediccién del milagro de
12Pentecostés. Este milagro se renueva en todas
las almas, cuando se entregan al espiritu de
oracién.
Capitulo 4
COMO AUMENTA EN LAS ALMAS LA
GRACIA DE LA ORACION
Tenemos un medio para tocar el corazon
de Dios y sacar a manos llenas el tesoro de sus
gracias. Es hacer lo contrario del fariseo; es
orar, no queriendo hacer valer nuestros méri-
tos, sino confesando nuestra indignidad e invo-
cando la misericordia infinita del Senior.
El hombre profundamente humilde encan-
ta a Dios por su honradez. Cuanto mas se aba-
ja, mas gana su confianza.
La humildad de corazon sera incompleta si
no se traduce sin cesar en peticiones dirigidas a
Dios con una confianza firme y en amor filial.
Ensefidndonos a orar. Nuestro Sefior ha queri-
do que nuestra primera palabra fuera, diciendo
a Dios: Padre nuestro, Pater noster.
El medio infalible de atraer sobre nosotros
gracias abundantes, es ir a Dios con un cora-
zon humilde y confiado.
Cuando hayamos comprendido bien estas
13verdades, tendremos en el coraz6n el deseo de
adquirir la humildad y la confianza. Este de-
seo, Si es sincero, se traducird en peticiones fer-
vientes y no nos faltara el solicitar con insis-
tencia el don de oracién. Lo obtendremos cier-
tamente, y llegaremos poco a poco a la unién
con Dios, mediante una oracion continua.
Capitulo 5
LA GRACIA DE LA ORACION
NO SE COMUNICA A LAS ALMAS
DEL MISMO MODO
Los autores espirituales enumeran tres cla-
ses de oraciones ordinarias completamente di-
ferentes. A saber: la oracién discursiva Ilama-
da comunmente meditacion, la oracién afecti-
va y la oracién de fe o contemplacién oscura.
En los tres casos, hay influjo de la gracia. El
Espiritu Santo estd alli y atrae al alma hacia Si
y la hace orar; pero emplea procedimientos
que varian con las diversas oraciones.
Durante la meditacién, el Espiritu Santo
ejercita su influencia sobre nuestras facultades
intelectuales. Despierta en la memoria recuer-
dos piadosos. Los hace vivos y los embellece
mediante el trabajo de la imaginacion. Nos lle-
14va a profundizar en las verdades religiosas me-
diante el razonamiento. Ademas, se sirve de
nuestras reflexiones para tocar nuestro cora-
zon. Suscita santos deseos, adecuados a los
pensamientos que nos ha dado, y asi concluye
nuestra oracién. Los deseos se transforman en
peticiones. Adoramos, amamos, damos gra-
cias, etc. Asi es la oracion discursiva.
En la oracion afectiva, el Espiritu Santo de-
tiene en la inteligencia la necesidad de razonar
y deja alli solamente una luz sencilla que actiia
directamente sobre las facultades sensibles.
hace nacer asi en el alma sentimientos muy vi-
vos de temor de sus juicios, de dolor de nues-
tros pecados, de esperanza en su misericordia,
de amor, de confianza filial y de reconocimien-
to. A veces, la emocion, extremadamente pro-
funda, se traduce en suspiros, gemidos y lagri-
mas abundantes.
Todo ello desaparece en la oracion de fe o
de recogimiento espiritual. El Espiritu Santo
entonces no da nada a las facultades intelec-
tuales, ni a la sensibilidad. Y como, sin el au-
xilio de su gracia, esas facultades son incapaces
de producir actos sobrenaturales, permanecen,
de algun modo paralizadas y en la impotencia
de ayudar al alma para la oracidn. No se tiene
en la cabeza ningun buen pensamiento. El es-
piritu se encuentra en el vacio y las tinieblas.
El corazén de carne no sirve para nada. Esta
15completamente seco, Frecuentemente se expe-
rimenta desagrado y aburrimiento. Pero al
- mismo tiempo, se necesita a Dios; se le busca
con angustia, la voluntad esta atraida por una
fuerza dulce y suave.
Evidentemente una atraccién de este tipo
es obra del Espiritu Santo, que esta alli como
en las dos oraciones precedentes. Se nota su
accion de modo extrafio al que el alma no es-
taba acostumbrada. En lugar de pasar por las
facultades intelectuales y sensibles para llegar
a la voluntad, acttia directamente sobre ella.
En efecto, en el lugar de las ideas particulares,
pone sencillamente en el espiritu la fe en su
presencia, fe oscura que lleva a creer que Dios
esta alli sin dejarse ver. El coraz6n de carne no
esta emocionado; pero el corazon espiritual
que es la voluntad siente muy bien la presencia
divina. Tiene la certeza de ello y, si quiere
prestarse a esta accion del Espiritu Santo, ex-
perimenta inmediatamente una paz profunda.
Tiene una gran facilidad para amar a Dios y
adorarlo, mirdndolo en silencio en medio de
las tinieblas interiores.
Hablando de estas tres clases de oracion,
los autores espirituales dicen que responden a
tres estados del alma. la meditacion es la ora-
cién de la vida purgativa, durante la cual el
alma se purifica de sus pecados y se corrige de
sus defectos. La oracion afectiva corresponde a
16la vida iluminativa. Es un tiempo durante el
cual el alma se ilumina mediante la adquisi-
cién cada vez mas completa de la Sabiduria di-
vina y mediante la practica de las virtudes. La
oracién de fe seria la de las almas santas que
viven habitualmente en la presencia de Dios y
estan unidas con Dios en ardiente amor.
Esta correlacion es exacta. Pero lleva consi-
go muchas excepciones. El P. José du Trem-
blay lo observa justamente. Seguin él, no existe
una linea divisoria infranqueable entre la vida
purgativa, la iluminativa y la unitiva, ni entre
las oraciones correspondientes. No se practica
estas vidas ni estas oraciones sucesivamente,
en épocas diferentes, tras un cierto periodo de
afios. Frecuentemente se las practica todas a la
vez, casi al mismo tiempo, segun la accion de
la gracia. Solamente, que segun el estado en
que uno se encuentra, se da mas tiempo a la
oracién que le corresponde especialmente. Asi
se medita mas en la vida purgativa y menos en
la vida unitiva (Método de oracién 11, cap. 13.
El P. José du Tramblay, capuchino, fund6 la
Orden de las Calvarienses y publicd tratados
misticos de mucho valor).
A veces, en el ferrocarril, se colocan trenes
considerablemente largos entre dos locomoto-
ras, una a la cabeza y otra en la cola. Es preci-
so regular con armonia y acuerdo perfectos la
direccion y la velocidad de esas maquinas. Si
17estas maquinas tiran en sentido inverso, su
fuerza se neutraliza y el tren no se mueve, a
menos que las cadenas se rompan, separando
el tren en dos, de suerte que cada una de las
partes siga a su locomotora. Por el contrario, si
las dos maquinas marchan una contra otra, el
tren acabara rompiéndose.
Ese es el estado de ciertas almas, Ilenas de
ardor para ir a Dios, pero que no saben discer-
nir las inspiraciones de la gracia y se resisten al
Espiritu Santo. Esas almas se obstinan, por
ejemplo en ascender a la perfeccion, entregan-
dose a las practicas exteriores de penitencia,
cuando Dios las solicita para buscar la perfec-
cidén en el desprecio de ellas mismas y en su
abajamiento interior en la presencia de Dios.
Esas almas se esfuerza por experimentar una
devocion sensible, discurren lo indecible por
tener pensamientos hermosos;... pero el Espiri-
tu Santo las lleva al silencio interior y a la paz
del abandono filial, en la oscuridad de la fe y
en la sequedad del corazon. Esas almas se ven
asi torturadas. No llegan a ningun sitio y a ve-
ces caen en un profundo desanimo.
Todo cambiaria como por encanto si hu-
bieran estudiado la ciencia de la oracién. De
verdad, esas almas nos dan mucha pena y para
ellas escribimos este librito.
18Capitulo 6
SOBRE LA ORACION
DE MEDITACION
En primer lugar, hay que tener ideas justas
sobre este tema y no confundir la meditacién
con la oracion, ni creer que ambas son de igual
necesidad.
Meditar es reflexionar. Ahi se da un trabajo
de cabeza. Hacer oracién, es rezar, es decir, es
levantar nuestro corazén hacia Dios para ofre-
cerle nuestra adoracion, nuestro amor, y diri-
girle nuestras peticiones.
Orar, hacer oraci6n, es necesario absoluta-
mente. Meditar, reflexionar sobre las verdades
religiosas es también necesario. Con todo, esta
necesidad es puramente relativa y permanece
subordinada a los derechos de la oracién. Al
darnos sus gracias actuales, el fin del Espiritu
Santo es tocar nuestro corazén y ganarlo para
su amor. Pero para llegar a nuestro corazon,
necesita, al menos en los comienzos, iluminar
nuestra inteligencia, a fin de que nuestro amor
sea libre, reflexivo, digno de El y de nosotros.
De ahi viene la necesidad de la meditacion.
Es el medio mediante el cual Dios nos conduce
a la oracion. El fin que hay que alcanzar es la
oracion, fruto del amor.
En esta linea, David ha dicho esta hermosa
19palabra: «In meditatione mea exardescet ignis.
La meditacién iluminard en mi corazén un
Juego ardiente de amor de Dios» (Salmo 38,4).
Estamos obligados a amar a Dios con todo
el corazon. Es el primer mandamiento, el
mayor de todos los mandamientos.
El espiritu en la meditacidn, hace lo nece-
sario, a fin de que el corazon se impregne de
amor de Dios.
San Buenaventura dice que la verdadera sa-
biduria consiste en saber mas para amar mejor
(Prologo a las sentencias).
Por su parte, santa Teresa escribe que el
progreso del alma en la-perfeccién no consiste
en pensar mucho, sino en amar mucho».
Capitulo 7
LOS PELIGROS DEL ESPiRITU
EN LA MEDITACION
El breviario trae una formula de oracién
para recitarla antes del oficio: «Sefior, abrid mi
boca para ayudarme a bendecir tu santo nom-
bre, y purificad mi corazén de todos los pensa-
mientos vanos, malos y extrafos». De entre es-
tas tres clases de pensamientos nocivos para la
oracion, los mas peligrosos ciertamente son los
pensamientos vanos.
20En efecto, su unico defecto es el ser vanos,
es decir, inutiles. No proporcionan ningun
amor al corazon; divierten al espiritu y hacen
perder el tiempo. Entre los pensamientos va-
nos, los hay de varias clases.
Los primeros son reflexiones sobre uno
mismo, hechas.con el pretexto de examinarse
uno. San Francisco de Sales hace una descrip-
cién humoristica de esos pensamientos para
mostrar su ridiculez. «Son —dice él- los replie-
gues o auto-miradas perpetuas sobre nosotros
mismos, mediante las cuales queremos pensar
cudles son nuestros pensamientos, considerar
cuales son nuestras consideraciones, ver nues-
tros puntos de vista, discernir nuestros discer-
nimientos, lo cual echa al alma en un laberinto
y embrollo que quita toda la buena orientacion
a nuestras acciones y seca toda la savia de la
piedad. La oracion de esa gente es confusion y
turbacion en la misma oracién, a la que privan
de sus dulces movimientos para poder ver
cémo se conducen ellos mismos: si estan muy
contentos, si su tranquilidad esta muy tranqui-
la, su quietud suficientemente aquietada; ja-
mas se ocupan de Dios, sino que estan siempre
atentos a sus propios sentimientos». (Tratado
del amor de Dios, VI, 20-X).
Bossuet completa esta descripcién: «Hay
una diferencia grande entre las reflexiones san-
tas, inspiradas por el amor de Dios, y los re-
21pliegues sobre uno mismo, inspirados por el
amor propio».
Por tanto, si queremos conocer perfecta-
mente nuestras miserias y librarnos de ellas, en
vez de mirarnos a nosotros mismos, contem-
plemos a Dios y supliquémosle que haga El
solo un trabajo para el que somos incapaces.
Lo hard, ayudandonos a perdernos cada vez
mas en su amor. Esas miserias son las mil fi-
bras del amor propio; ahora bien, el amor pro-
pio se entierra en un amor a Dios, Ilevado has-
ta el olvido completo de uno mismo.
La segunda clase de pensamientos vanos
consiste en las reflexiones curiosas, que tienen
por objeto el penetrar los misterios, bajo el
pretexto de admirarlos. Esta curiosidad exalta
el orgullo del espiritu y seca el corazon. Es, al
menos, una pérdida de tiempo. En ese camino,
la meditacién se cambia en estudio y se deja de
orar. Es la tentacion de los predicadores, pro-
fesores de teologia, superiores religiosos, hom-
bres y mujeres que tienen la misién de dar
conferencias espirituales. Creen que asi se pre-
paran mejor para instruir a los demas. Se pre-
paran para interesarlos, divertirlos y se despre-
cia el acumular, mediante la oracién, los teso-
ros de amor, con los que tocarian los corazo-
nes.
Finalmente, el peligro de los pensamientos
vanos es sobre todo considerable cuando las al-
22mas consideran que son instruidas directamen-
te por Dios, durante sus meditaciones, ya que
Dios les habla y les confia sus ensefianzas,
consejos e incluso sus érdenes. Terminan por
querer someter sus superiores y confesores a
esas pretendidas voluntades divinas que les son
comunicadas en la oracién.
En nuestra relacidn con Dios necesitamos
mucha humildad y sencillez de espiritu. Nues-
tro Sefior, ensefiando a los apéstoles a orar, les
hacia esta recomendaci6n: «Al orar, no char-
Iéis mucho, como los gentiles que se figuran
que por su palabreria van a ser escuchados. No
sedis, pues, como ellos, porque vuestro Padre
sabe lo que necesitais antes de pedirselo». (Mt.
6,7-8). No tenéis nada que ensefiarle; sino que
lo que debéis es tocar su corazon mediante
vuestra confianza y humildad.
Capitulo 8
SOBRE LA ORACION AFECTIVA
El Espiritu Santo, para atraernos y unirnos
libremente a El por un amor ardiente de nues-
tra voluntad, ejerce su influencia sobre todas
nuestras facultades naturales. Se dirige prime-
ramente a nuestra inteligencia. No podemos
23amar sin conocerle, y si queremos conocer sus
perfecciones y sus obras, debemos darnos la
pena de estudiarlas. El trabajo del espiritu es,
por tanto, una preparacion necesaria para la
oracion.
Pero este trabajo del espiritu es peligroso.
Es preciso moderarlo. Por otra parte, si ha-
biendo puesto en practica la regla fundamental
de la meditacién, un alma ha reflexionado
para amar, su amor de Dios se ha desarrollado
poco a poco. Ha tomado fuerzas. Cuando se
comienza a entregarse a la oracion, se necesita
reflexionar mucho para llegar a conocer las
bondades de Dios y para decidirse a amarle ti-
midamente; pero, avanzando en ese conoci-
miento, la timidez se disipa, y se llega a amar
mas, al mismo tiempo que se da un tiempo
mucho mas corto a las reflexiones.
Asi se opera insensiblemente el paso de la
meditacion a la oracién afectiva. En lugar de
hacer razonamientos largos y numerosos sobre
una verdad religiosa, se la considera de modo
general. Este recuerdo basta para tocar el cora-
zon e impregnarlo de amor. Se realiza asi el
progreso sefialado por Santa Teresa: «No con-
siste en pensar mucho, sino en amar mucho».
Gracias a la oracion afectiva, se entra en esta
via: se piensa cada vez menos y se ama cada
vez mas.
Claro que Dios puede quemar etapas; pue-
24de hacerlo sin inconveniente alguno e incluso
con gran provecho para las almas a las que
concede este favor. Asi actua ordinariamente
con la gente sencilla del campo, cuya fe per-
manece simple y que no siente la necesidad de
razonar al modo de los tedlogos. Cuando esas
personas pasan a ser piadosas, hacen inmedia-
tamente oracion afectiva.
Entre las personas instruidas, aquellas cuyo
corazon es sensible y que no tienen gusto por
las especulaciones teoldgicas, son conducidas
pronto a hacer oracion afectiva. Muchas muje-
res se encuentran en ese caso.
El Espiritu Santo se acomoda a la naturale-
za de cada uno de nosotros. Asi nos permite
corresponder mas facilmente a las operaciones
de su gracia.
Esta oracion afectiva lleva a cabo un autén-
tico progreso respecto de la meditacién. Con
todo, se esta lejos aun de la oracion perfecta.
Aqui existen igualmente escollos que no se
sabe evitar. De ellos, vamos a sefialar los prin-
cipales.
El primero y mas peligroso consiste en exa-
gerar las emociones sensibles y hacer consistir
la perfeccién de la oracién en la vivacidad de
esos sentimientos, La verdad esta en todo lo
contrario.
Dios prefiere a las emociones de nuestros
sentidos, los ardores espirituales de nuestra vo-
25luntad; es la adoracién en espiritu. Y cuando
esos ardores prueban su sinceridad, traducién-
dose en actos de virtud, se da la adoracién en
verdad.
También se puede chocar contra otro esco-
Ilo que no es menos peligroso. Se trata de creer
que se ha hecho bastante en la oracion afecti-
va, porque se han experimentado sentimientos
grandes de amor. Si uno se limita a eso, esa
oracién tiene poco valor en tanto que oracion,
ya que esos sentimientos no constituyen en si
mismo una peticién formal, y orar es pedir.
Hay que hacerlo humildemente, revistiendo la
peticién de diversas condiciones necesarias
para su eficacia. Es el unico medio para obte-
ner de Dios las gracias que necesitamos para
practicar la virtud y adecuar la conducta a los
sentimientos experimentados durante la ora-
cién. Ya se trate de la meditacidn, ya de la
oracién afectiva, hay que llegar siempre a las
peticiones, so pena de haber hecho un trabajo
incompleto.
Hablando de las reflexiones hechas en la
meditacién sobre los mandamientos de Dios,
sobre los vicios y las virtudes, san Alfonso Ma-
ria de Ligorio dice: «De qué sirve conocer
nuestras obligaciones y no cumplirlas, si no es
para hacernos mds culpables ante Dios. Lea-
mos y meditemos lo que queramos, que no
cumpliremos nunca con nuestras obligaciones,
26si no pedimos a Dios la gracia de cumplirlas».
El comentario de San Agustin es: «Melius est
orare quam legere. Mejor es orar que leer y
meditar.».
La misma reflexion se ha de hacer sobre los
sentimientos experimentados en la oracion
afectiva. San Alfonso insiste en ello, apoyando
asi al P. Segnery, quien decia de si mismo: «Al
principio, en la meditacion, me empefiaba mas
en producir afectos que en orar... Pero, poste-
riormente, habiendo reconocido la necesidad y
la inmensa utilidad de la oracién, he empleado
la mayor parte del tiempo de mis oraciones
mentales en oram.
Santa Teresa ensefiaba la misma doctrina,
escribiendo a su hermano Lorenzo: «Una cosa
es desear la devocidn y otra distinta el pedir-
la».
Capitulo 9
SOBRE LA ORACION DE FE
La meditacién bien hecha conduce a la
oracion afectiva. Esta, por su parte, cuando se
evitan los escollos, conduce a la oracién de fe.
Es el término en que culmina generalmente la
gracia de la oracién. Entonces la oracién llega
27a su grado de perfeccién comun. Mas alla se
encuentran las oraciones extraordinarias que
participan del milagro. Necesitamos hablar de
la oracién de fe algo largamente, y sobre todo
con claridad extrema. En efecto, la mayor par-
te de los autores ascéticos no dicen nada de
ello; y entre los que hablan de ello, muchos lo
hacen en términos inexactos, a veces de modo
totalmente erréneo, con gran detrimento de las
almas Ilamadas a ese género de oracion.
Comencemos por explicar la naturaleza de
esa oracion. La gracia de la oracién se comuni-
ca primeramente a la inteligencia, para des-
cender a continuacion a la sensibilidad y ter-
minar por arrastrar la voluntad hacia Dios. Es
la meditacion.
En la oracion, afectiva, esta gracia apenas
toca la inteligencia. Actua directamente sobre
las facultades sensibles. Excita en ellas emocio-
nes muy vivas que arrastran la voluntad hacia
Dios y la impregnan de un amor ardiente de
caridad.
Pero cuando el Espiritu Santo atrae el alma
a la oracion de fe, el Espiritu Santo no pone
ninguna idea particular en las facultades inte-
lectuales, no excita ninguna emocion en las fa-
cultades sensibles. Va directamente a la volun-
tad y la alcanza, revelando al alma su presen-
cia mediante una luz de fe que se dirige ha-
cia la cima de la inteligencia, sin despertar la
28imaginacion ni las otras facultades inferiores.
Al sentirse cerca de Dios, de este modo, la vo-
luntad experimenta la necesidad de amar a
Dios y de darse a El sin reserva.
Tres cosas acontecen con esta oracion. Pri-
mero, el espiritu es golpeado bruscamente con
una especie de pardlisis; se encuentra en la im-
posibilidad de pararse en las cosas de Dios, de
saborearlas. Antes de orar, se tenia gran fuerza
intelectual. las verdades religiosas eran estu-
diadas con placer. éPero, se quiere orar? Ya no
se tiene ninguna idea en la cabeza. Como Da-
vid, se siente la obligacién de decir: Ut jumen-
tum factus sum apud te. - Sefior, soy ante ti,
como una bestia de carga (Salmo 62,3).
En segundo lugar, el mismo fendmeno se
produce en la sensibilidad. El corazon esta
seco. Lejos de experimentar emociones dulces
y suaves que le llevan a Dios, experimenta mas
bien alejamiento y disgusto.
Pero, por el contrario, la voluntad esta
fuertemente asida a Dios. Necesita de Dios:
tiene paz vinculandose a Dios, descansando en
El.
Cuando se encuentran reunidas estas tres
sefales, no se puede dudar. El Espiritu Santo
esta ahi. Da al alma la gracia de la oracién,
pero no conforme a los esquemas precedentes.
Si el alma, desviada por ensefianzas engafiado-
ras, quiere echar marcha atrds, cueste lo que
29cueste, desprecia la gracia que se le ofrece, se
cansa en vano buscando algun pensamiento
bueno o tratando de excitar en su corazon al-
gun sentimiento piadoso. San Pablo lo ha di-
cho: «No que por nosotros mismos seamos ca-
paces de atribuirnos cosa alguna, como propia
nuestra, sino que nuestra capacidad viene de
Dios» (2 Cor. 3,5). Siendo la oracidn el efecto
de una gracia actual, cuando el Espiritu Santo
la da directamente a la voluntad, es absurdo ir
a buscarla por otros derroteros. Anteriormen-
te, El ofrecia esta gracia a nuestras facultades
intelectuales y sensibles, y convenia recibirla,
haciendo actuar estas facultades. Pero si en
adelante no quiere darles mas, hay que dejarlas
en paz, y contentarse haciendo actuar la vo-
luntad, que se ve favorecida con esta gracia.
Alser el Espiritu Santo el duefio, hemos de
obedecerle. Nos pide nuestra voluntad desnu-
da, sin los adornos de pensamientos hermosos
o devocién sensible; démosle nuestra voluntad.
Undmonos a El, en esa oscuridad de la fe en
su presencia, mediante una mirada llena de
amor, de docilidad y abandono. Quedemos en
paz en ese estado. Es una excelente oracion.
A la luz de la ensefianza de San Juan de la
Cruz, notamos que ese modo de oracién es el
contacto de sustancia a sustancia. Asi escribe
en el Cdntico Espiritual, sobre la cancién 19,
verso 2.°:
30«y mira con tu haz a las montatias»
«En esto pide el alma todo lo que puede
pedir, porque no anda ya contentandose en co-
nocimiento y comunicacién de Dios por las es-
paldas, como hizo con Moisés (Ex. 33,23), que
es conocerle por sus efectos y obras, sino con
la haz de Dios, que es comunicacién esencial
de la divinidad sin otro algin medio en el
alma, por cierto contacto de ella ‘en lla ‘Divini-
dad; lo cual es cosa ajena de itodo sentido y ac-
cidentes, por cuanto es toque de sustancias
desnudas, esa ‘saber, del alma y Divinidad».
La accion de Dios sobre el alma se produce
por el contacto inmediato de sustancia :a sus-
tancia.
Esos contactos pueden variar entre ellos
hasta el infinito. los hay extremadamente lige-
TOs que proporcionan al alma un amor de Dios
débil. Otros, en cambio, son muy profundos.
Producen en el alma, segin el llenguaje de San
Juan de la Cruz, una laga grande de amor, un
cauterio inmenso. Eso es ilo que !llevé a decir a
San Francisco: «El amor me ‘ha puesto en el
fuego, el amor me ha puesto en el fuego».
—Entre esos contactos extremos, hay diferencia
de grado, de imtensidad, no thay diferencia
esencial.
31Capitulo 10
DIVERSOS NOMBRES
DE LA ORACION DE FE
La oracion de fe ha tenido la buena o mala
fortuna de ser designada con un gran numero
de nombres diferentes. Ello depende de su na-
turaleza misteriosa. En primer lugar, no es
muy facil entender en qué consiste. Por su par-
te los santos, para dar una idea justa de ella,
han buscado el nombre mas adecuado a su
sensibilidad y a las disposiciones de sus disci-
pulos.
De donde se origina una variedad grande
de palabras para decir, en el fondo, la misma
cosa. Lo cual desorienta a los espiritus superfi-
ciales. Pero los espiritus serios, reflexivos, en-
cuentran en esa variedad una ayuda poderosa
para llegar mds répidamente a entender ese
tema tan delicado. Vamos a enumerar esas di-
versas denominaciones de la misma cosa, ha-
ciendo seguir a cada una de ellas breves expli-
caciones.
Es inutil afiadir algo a la expresion oracidn
de fe. A la luz de lo que precede, se comprende
que se toma la palabra fe en un sentido gene-
ral. Se trata de la fe en Dios presente en todas
las verdades que se hallan en El o en una ver-
dad considerada en su conjunto, sin reflexion
32especial. Dice Bossuet: «Es una simple mirada
0 atencidn amorosa hacia algtin objeto divi-
no... El alma, abandonando el razonamiento,
se sirve de una contemplacién dulce que la
mantiene atenta, en paz, acogiendo las opera-
ciones e impresiones divinas que el Espiritu
Santo le comunica: el alma hace poco; su tra-
bajo es dulce, pero mas fructifero: y como se
acerca a la fuente de toda luz, de toda gracia y
de toda virtud, se le concede también en mds
abundancia» (Manera corta y facil. 111).
Tras la denominacidn de oracidn de fe, el
nombre mas empleado generalmente es el de
contemplacién, al que se afiade frecuentemente
la palabra «oscura». Se dice contemplar por
oposicion a razonar, analizar, reflexionar, etc.
En vez de mirar un objeto en detalle, se fija la
mirada en su conjunto, y se mantiene esa mi-
rada fija, sin moverla, en un sentimiento de
admiracion. Asi, en la contemplacién, no se
lleva a cabo reflexién alguna particular, ni ra-
zonamiento, ya sea sobre Dios, ya sobre Jesu-
cristo, 0 sobre otro objeto religioso. Dios esta
ahi; y se tiene el sentido y sentimiento de ello,
la certeza de su presencia; lo mira en la oscuri-
dad de la fe. Lo cual basta para la inteligencia.
El corazon hace el resto del trabajo.
Se habla de contemplacién «oscura» preci-
samente porque no se busca la luz. Se trata
con Dios frecuentemente mediante una simple
33mirada, llena de respeto y amor: «Trinidad
santa, Padre, Hijo y Espiritu Santo, estas pre-
sente a mi alma. No pretendo verte, creo en
Ti. Me veis y me escuchais; eso me basta. Per-
mite a mi corazon que te ame, que Te adore,
etc.». La oracién continua de este modo, nor-
malmente sin formular frase alguna, en movi-
mientos tranquilos del corazén, que se entrega
y vuelve a entregarse a su Dios sin cesar.
Si el objeto de la contemplacién es Jesu-
cristo, la Santisima Virgen, etc., el procedi-
miento es el mismo. Se mira a Jesucristo en
cruz, en el pesebre, en la Eucaristia... Se mira
a Maria en Dios 0 a Dios en Maria... Pero la
mirada es sencilla, sin curiosidad; no busca de-
talle alguno. Es un acto de fe en la presencia
del que arrobaré nuestro corazon. Poco impor-
ta la oscuridad en que se encuentre. no se pre-
tende el instruirse, sino el amar. Ahora bien,
las tinieblas de la noche son mas favorables
para el amor que la luz molesta del sol.
La oracion de fe es llamada con propiedad
«contemplacion oscura». Se la llama también
oracién «de atencién amorosa hacia Dios pre-
sente».
Aqui la atencién ha de entenderse confor-
me a las explicaciones precedentes. No se ve a
Dios, pero se tiene el sentimiento intimo de su
presencia, y se une a El, no con una atencién
curiosa del espiritu, sino con una atencién
34amorosa del corazon. Cuando se abraza a un
amigo, si se le quiere de verdad, se le retiene
largamente en los brazos. Asi actuamos con
Dios, multiplicando los apretones de nuestro
amor hacia El.
La oracién de fe lleva también el nombre
de oracién de «recogimiento». No se trata del
recogimiento exterior, necesario para toda cla-
se de oracién, incluso para la meditacién. Se
trata de un recogimiento interior. Santa Teresa
describe esta oracién profusamente en el Ca-
mino de Perfeccién y dice: «El alma recoge to-
das sus potencias». Si el sentimiento de la pre-
sencia divina alcanza al mismo tiempo a la vo-
luntad, al corazon y al espiritu, el recogimien-
to es entonces completo y extremadamente
suave. Todas las abejas, es decir, todas nues-
tras facultades, han regresado a la colmena
donde se alimentan de miel. El alma, separada
de las criaturas y perdida en Dios, saborea en
El una dicha extremada. Pero en la contem-
placion ordinaria, no esta en nuestra mano el
poder dar a las facultades de ese modo esa cal-
ma y ese recogimiento. La voluntad sola tiene
la fuerza de desinteresarse de lo que pasa en la
naturaleza sensible y en la inteligencia. La vo-
luntad se retira, se oculta en el seno de Dios y
ascendiendo hacia la parte superior del alma,
sobre la cima del espiritu, permanece alli con
El en una soledad profunda. Con todo el re-
35cogimiento, tal y como es descrito por Santa
Teresa, es frecuentemente sdlo una oracién
afectiva.
Bajo el nombre de «reposo» 0 «quietud», se
entiende también la oracién de fe. Como en el
recogimiento, se puede sefialar aqui un reposo
general de todas nuestras facultades, una quie-
tud completa de nuestra alma, impregnada to-
talmente de amor de Dios. Llegada a este gra-
do, si la quietud dura mucho tiempo, nos acer-
camos al milagro; hablaremos de ello mas tar-
de. pero hay una oracién de quietud ordinaria,
en que el reposo del alma es parcial. Existe so-
lamente en la voluntad. Las otras facultades
quedan abandonadas a su estado natural y
pueden verse entregadas a tentaciones muy pe-
nosas. En efecto, cuando la voluntad acoge do-
cilmente la gracia que el Espiritu Santo le ofre-
ce, se llena rapidamente de un gran sentimien-
to de paz. «Paz a los hombres de buena volun-
tad» (Le. 2,14), cantaron los angeles al nacer
Nuestro Sefior. Por el contrario, Job decia:
«Quién ha gozado de la paz, habiendo resisti-
do a Dios?« (Job, 9,4). El secreto de la paz del
alma esta en obedecer a Dios, dejarse conducir
por El en todas las cosas con docilidad de
nifio. Por tanto, cuando la voluntad, durante
la contemplacién oscura, se entrega a Dios por
amor, enteramente, sin reserva alguna, no es
solamente buena, sino perfecta. Asi entra in-
36mediatamente en un profundo reposo, y esta
quietud subsiste, incluso cuando el espiritu se
viera acosado por las distracciones mas peno-
sas, e incluso cuando la sensibilidad hubiera de
hacer frente a sequedades y disgustos.
Santa Juana Francisca Chantal, explicando
la oracion de las de la Visitacién, decia: «Se
trata de una oracién de presencia de Dios de
unidad muy simple y de sencillez unica, me-
diante un abandono integro de ellas mismas a
la voluntad de Dios y al cuidado de la Provi-
dencia divina».
La oracion de fe es todo ello. Hay en ella
una mirada sencilla de fe, fijada unicamente en
Dios presente al alma, en abandono completo
a El, mediante un amor sin reserva y una con-
fianza filial.
Capitulo 11
EXPLICACIONES NECESARIAS
Segun un axioma de filosofia, toda volun-
tad se ve precedida por un conocimiento. «Nil
volitum nisi praecognitum». Ahora bien, di-
versas clases de conocimientos ejercen su in-
fluencia en esa facultad. Las primeras y menos
nobles son las que proceden de los sentidos.
37Antes del uso de la raz6n, los nifios estan limi-
tados a esa clase de conocimientos. Los nifios
quieren coger cuanto encandila a sus ojos;
quieren comer todo lo que atrae su glotoneria.
Ese conocimiento no difiere mucho del instin-
to de los animales. Los actos que produce, fal-
tos de razon, no son todavia actos humanos.
Hablaremos sin embargo de ello, puesto que
los sentidos continian dandonos conocimien-
tos tras el desarrollo de la razon. Los sentidos
excitan en nosotros apetitos que, demasiado
frecuentemente, arrastran la voluntad, aunque
no sean razonables.
Entre los conocimientos producidos por los
sentidos y los conocimientos puramente intelec-
tuales, hay los que vienen de la imaginaci6n.
Esta facultad es al mismo tiempo del cuerpo y
del espiritu. Combinando imagenes y otras im-
presiones sensibles de la naturaleza, se esfuerza
en arrastrar la voluntad, ofreciéndole mil repre-
sentaciones interiores hechas para seducirla. Es
una fuente inagotable de ilusiones y de pecados.
Por encima de la imaginacién tenemos la
razon. Esta facultad examina las ideas, profun-
diza en ellas, las coordina, sacando conclusio-
nes y formando el razonamiento. Es ella la que
debiera ajustar los actos de la voluntad confor-
me a la ley de Dios. Desgraciadamente, sin ce-
sar, se deja cegar por pasiones criminales y
empuja la voluntad a hacer el mal.
38La fe viene en ayuda de la razon, aportan-
dole luces superiores, reveladas por Dios, que
enderezan sus juicios. Pero estas luces pueden
ser alteradas por las reflexiones que sugieren
los deseos de la carne y las desviaciones de la
imaginacion.
Finalmente, por encima de los sentidos y
de la razén que permiten al alma enriquecerse
con conocimientos particulares, hay una inte-
ligencia superior, llamada la cima del espiritu.
Esta contempla las ideas en su simplicidad y
pureza, sin someterlas al andlisis. Las conside-
ra integras y globalmente de una sola mirada.
Si son buenas, las admira y excita la voluntad
a amarlas.
Este es, en resumidas cuentas, el mecanis-
mo de los actos humanos. Esas son las relacio-
nes entre la inteligencia y la voluntad. Para
instruirse, el alma cuenta con tres facultades
intelectuales, que se pueden llamar superiores
o cima del espiritu que es la misma inteligen-
cia. la voluntad avanza por el camino sefialado
por las luces que le llegan por una de esas cua-
tro puertas.
Tras esta exposicién, volvamos al misticis-
mo. Qué hace Dios para atraernos hacia EI?
A la puerta de nuestra alma, llama «Ecce
sto ad ostium et pulso». Si le abrimos, nos esti-
mula para pensar en El, amarle, someterle
nuestra voluntad, para que nos conduzca a
39nuestra dicha eterna. Ese estimulo y excitacio-
nes constituyen la gracia de la oracién. La mi-
sericordia infinita de Dios ofrece liberal y fiel-
mente esa gracia a todos los hombres. Muchos
se resisten a la llamada de Dios. Se niegan a
abrir la puerta de su corazon. No pretendemos
ocuparnos aqui de esas almas. otras almas,
afortunadamente, reciben con docilidad esa
gracia, y entonces, Qué acontece?
Otro axioma de filosofia dice: «Quidquid
recipitur, ad modum recipientis recipitur»; es
decir, el contenido toma la forma del que con-
tiene o contenedor. El agua derramada en un
jarron, si ese jarrén es redondo o cuadrado,
toma una de esas dos formas. Ahora bien, en-
tre los hombres que corresponden a la gracia
de la oracién, muchos viven de sentidos. Su
voluntad esta, por asi decirlo, encadenada a las
emociones sensibles de su naturaleza. Para
esos, la Iglesia, conducida por el Espiritu San-
to, ha establecido las pompas del culto exte-
rior. La Iglesia multiplica las ceremonias, los
cantos, todas las maravillas de la escultura y
de la arquitectura, cuyo efecto es elevar los es-
piritus y los corazones sensibles a ese género
de impresiones hacia Dios.
Ahi tenemos una primera manera de orar.
Cuando las almas le toman el gusto a esa ma-
nera de orar y adquieren ese hdbito, Dios las
mueve a una oracién superior. Dios se ha en-
40carnado para hacérsenos visible y llegar asi a
ser nuestro modelo. Debemos fijar nuestra
atencion en El, para imitarlo, a ejemplo de San
Pablo que decia: «Sed imitadores mios, como
lo soy de Jesucristo» (1 Cor. 4,16). Aqui los
sentidos ceden su puesto a la imaginacién,
que, reproduciendo en nosotros los ejemplos
de Dios hecho hombre, siguiéndole desde el
Pesebre de Belén hasta la Ascensién, logra ha-
cérnoslo admirar, amar y vincularnos en su
servicio.
A continuacion le toca la vez a la razén.
Jesucristo no se ha contentado con darnos y
dejarnos ejemplos. A ellos, ha unido sus ense-
fianzas. El Evangelio esta lleno de palabras su-
blimes propuestas a nuestras reflexiones. Es
necesario profundizar en ellas para llegar a co-
nocerlas bien. Es el mismo Jesucristo quien lo
exige, al decir: «Si permanecéis en mi palabra,
conoceréis la verdad y la verdad os hard libres»
(Jn. 8,31-32). Cuando las almas se muestran
mas y mas déciles a las llamadas de la gracia,
llegan a esa tercera manera de orar. Es la me-
ditacion propiamente dicha.
Es superior a las dos oraciones precedentes,
en el sentido de que se eleva el alma cada vez
mas por encima de las cosas corporales. El
alma avanza mas por el ambito de la verdad
pura, de la sabiduria celeste que debe condu-
cirla hasta Dios. En esta ascension hasta el cie-
41lo, el alma sube al primer grado, apoyandose
en el sentido; franquea el segundo grado, em-
pleando la imaginacion. Ahora la razon lleva
al alma hasta el seno de las verdades que bro-
tan de la boca de Jesucristo como otros tantos
rayos luminosos. Pero la razén no seria capaz
de elevarse mas. Pues, por encima de esos
rayos, esta el mismo Dios que «habita en una
luz inaccesible» (1 Tim. 6,16).
éDebera el alma detenerse alli donde la ra-
zon lo hace?
Si alguna gracia no nos ayuda a proseguir
la ascensién, seremos incapaces de ello. Dios
lo hace con toda seguridad, segiin el testimonio
de los misticos. Cuando un alma ha buscado a
Dios con perseverancia, por la via de la medi-
tacion, si, perdiendo la posibilidad de meditar,
sin embargo, se siente a pesar de todo atraida
cada vez mas hacia la oracién, el alma no tar-
dara en llegar a ser contemplativa. El alma se
pone a amar a Dios en las tinieblas de la fe.
Ora de un modo secreto, misterioso, mistico.
Esa es la contemplacién oscura u oracién de
fe, de que acabamos de hablar.
San Juan de la Cruz, a lo largo de todas sus
obras, no cesa de atribuir la unién divina a la
fe, a la esperanza y a la caridad. pero no habla
de la fe que medita el detalle de las verdades
de la revelacion habla de la fe general y oscura
que contempla a Dios en Si mismo. La fe que
42medita hace al alma enormes servicios. Sin
embargo, en vez de elevarla hasta la union di-
vina, podria ser un obstdculo para esa union.
De suerte que San Juan de la cruz ensefia que
hay que prohibir el meditar a las almas que
son atraidas hacia la contemplacién (Llama de
Amor, estrofa 3,5).
Al leer al gran mistico espafiol, hay que ha-
cer la misma observacion y distincion en refe-
rencia con la esperanza y la caridad. La espe-
ranza une nuestra alma a Dios, no cuando nos
hace esperar algun bien en particular, aunque
se tratara de una virtud; sino cuando nos hace
suspirar por Dios, con la esperanza de poseer-
lo. La caridad por su parte comienza a unirnos
de verdad con Dios cada vez que conformamos
nuestra voluntad a la suya, por la observancia
de sus mandamientos. Con todo, la unidén divi-
na completa exige un movimiento de nuestro
coraz6n que nos eleva directamente hasta Dios
para amarle y descansar en El. Es asi como en-
contramos la paz interior, con una conformi-
dad perfecta de nuestra voluntad a la voluntad
divina.
Esta es la significacién especial dada por
San Juan de la Cruz a las tres virtudes teologa-
les. Si olvidamos este punto capital, nos expo-
nemos a leer las obras del santo sin compren-
der lo mds minimo. Pero, si cuando habla el
santo de la fe, entendemos la fe general y oscu-
43ra que contempla a Dios presente en nuestra
alma; si se da la misma significacién general a
las palabras esperanza y caridad, entonces la
doctrina del santo se capta bien. Se puede ad-
mirar, saborear esa doctrina y ponerla en prac-
tica.
Para evitar a nuestros lectores confusiones,
vamos a precisar el sentido de diversas expre-
siones que brotan frecuentemente de nuestra
pluma.
Una de ellas, por ejemplo: «En la oracién
de fe, Dios no da nada a las facultades intelec-
tuales y sensibles. Dios ofrece unicamente la
gracia de la oracién a la voluntad».
Nos equivocariamos gravemente si, segun
esta proposicion, se nos hiciera decir que la
voluntad, en la contemplaci6n, acttia sin con-
curso alguno de la inteligencia. la voluntad
esté privada del concurso de las facultades in-
Jeriores; ora sin pedir conocimiento alguno a
los sentidos, a la imaginaci6n, y ni siquiera a la
razon. Pero la voluntad conserva el uso de la
inteligencia superior o cima del espiritu. Ahi
se produce el acto de la fe oscura de la pre-
sencia intima de Dios; y ahi culminan los co-
nocimientos experimentales de las perfeccio-
nes divinas, producidos por el amor, en el que
la voluntad esta abrazada.
Expliquemos esto mediante una compara-
cidn. Os encontrdis, por la noche, en medio de
44las tinieblas mas espesas, en un sitio en el que
esta rigurosamente prohibido hablar. De pron-
to, un amigo, acercandose a vosotros sin ruido,
os abraza tiernamente y os dice a la oreja:
«Soy yo». -La caricia de ese amigo produce in-
mediatamente en vuestro espiritu la certeza de
su presencia y llena vuestro corazon de senti-
mientos afectuosos. Pero eso es todo. No abri-
réis los ojos para verlo, porque estdis en tinie-
blas. No iniciaréis una convyersacién con él,
puesto que estd preceptuado el silencio. Os
contentaréis con corresponderle a sus abrazos
con los vuestros. A ello se limitaran los actos
de vuestra inteligencia y de vuestra voluntad.
En la oracion de fe. Dios hace sentir su pre-
sencia a nuestra alma de la misma manera. Se-
gun San Juan de la Cruz, se lleva a cabo me-
diante un contacto de sustancias, sin imagenes.
Como el abrazo del amigo, un contacto pareci-
do da al espiritu la certeza de la presencia divi-
na e inflama la voluntad de amor. Nuestras
otras facultades no son tocadas por la gracia de
Dios. Permanecen en tinieblas y en el vacio.
Al no recibir nada, no cooperan para la ora-
cién. Solo la voluntad es excitada para la ora-
cién mediante un toque divino.
Es falso, por tanto, considerar la contem-
placién oscura como oracion pasiva. Pasa a ser
pasiva cuando se transforma en rapto. Pero en
tanto que no llega a ese nivel, permanece acti-
45va.. La actividad! del! alma: se desplaza sencilla-
mente: Se concentra em las alturas: del espiritu
y de la voluntad:. Durante ese tiempo, las: fa-
cultades: infériores: del alma no estan em estado
pasivo;. puesto que la graciai de Dios no pone
nada: ahi. Esas: facultades inferiores quedan
abandonadas: a sw estado natural. Si um alma
ha practicado biem la mortificacién interior,
esas: facultades: podraém permanecer en calma
durante la contemplacién,, que: pasard a ser en-
tonces: muy facil! y muy dulce. Si, por el con-
trario, no se ha sido mortificado, las facultades
inferiores. experimentarin una agitacién que
molestara a la oraciém de fe, haciéndola drida
y penosa, sobre todo cuando el demomio viene
a agitar um poco mds esas facultades inferiores.
En cuanto) a la inteligencia superior y la vo-
luntad,, tampoco estim em estado pasivo. La
gracia: de la: oraciém les es: dada com modera-
cién, como les es dada a las facultades inferio-
res, cuando Dios nos invita a meditar. Para co-
rresponder a esta gracia, durante la contempla-
ciém oscura, la cima del espiritw debe renovar
de vez em cuando el acto de fe em la presencia
de Dios, y la voluntad! debe mantenerse en el
amor, mediante actos; muy espirituales de los
que hablaremos; mas; adelante. No hay, por
tanto,, nada de pasivo,, sino que hay una activi-
dad espiritual’ de sencillez extremada que no se
parece: en nada a las facultades intelectuales y
46sensibles, de las que se practican en la medita-
cidn y en Ia oraci6n afectiva.
Frecuentemente, a causa de la rapidez del
discurso, los misticos designan con una sola
palabra, los actos de la contemplacién, atri-
buyéndolos ya sea a la voluntad, ya sea al espi-
ritu. Pero, contentandose con nombrar una
sola facultad, sobrentienden siempre los misti-
cos aquella facultad de la que no hablan. Co-
tresponde al lector el acordarse si no quiere
confundirse en esas ensefianzas.
Debemos aclararnos también en torno al
sentido de las palabras natural, comuin, ordi-
nario, que empleamos frecuentemente, al ha-
blar de Ia oracién de fe.
En el lenguaje teoldgico, se toma la palabra
natural por oposicién a sobrenatural. Significa
lo que no va mas alld de las fuerzas de la natu-
raleza. Los actos ejecutados con espiritu de fe,
con el auxilio de la gracia, son por el contrario
sobrenaturales. Como somos Ilamados a llevar
una vida de fe, una vida sobrenatural, hemos
recibido a ese respecto, con la gracia santifi-
cante, las virtudes infusas y los dones del Espi-
ritu Santo. Dios nos da ademés la gracia actual
que nos ayuda, ya sea a orar, ya sea a hacer ac-
tos de virtud. Pero recibimos las virtudes infu-
sas y los dones del Espiritu santo en estado de
gérmenes delicados. Tienen necesidad de ser
fortalecidos y desarrollados por el ejercicio.
47Cuando un alma generosa practica frecuente-
mente los actos de las virtudes infusas, adquie-
re una facilidad grande para producirlos. el
alma coge ese habito y termina por realizarlos
sin esfuerzo, sin tener necesidad de prepararse
para ello mediante la reflexion. El habito,
como se sabe, es una segunda naturaleza. Con-
siguientemente, se puede decir de esa alma que
lleva a cabo naturalmente actos sobrenatura-
les. No habiendo ninguna contradiccién en ese
modo de hablar. Ya que la palabra natural-
mente significa en ese caso facilmente.
Luego veremos que, segun San Juan de la
Cruz, cuando un alma ha adquirido el habito
de la contemplacién oscura, la hace a su gusto.
Al principio, necesitaba atencién para no
equivocarse sobre la naturaleza de sus impre-
siones interiores, para discernir con certeza las
que procedian del Espiritu Santo. El alma ne-
cesitaba también animo para dejarse arrastrar
por una gracia totalmente nueva, que le causa-
ba admiracién. Poco a poco, el habito suprime
esas dudas y esos esfuerzos. Puesto que el habi-
to es una segunda naturaleza, cuando se ha ad-
quirido el habito de la contemplacion, esa ora-
cién se hace, por asi decirlo, natural. El alma,
Ilegada a ese estado, contempla a su gusto, del
mismo modo que practica naturalmente actos
de humildad, dulzura y de toda otra virtud so-
brenatural.
48Donde se ve cémo se equivocan los que es-
tablecen una diferencia entre la contemplacién
adquirida y la infusa. Las dos hacen una, que
es infusa del lado de Dios y adquirida del lado
del alma, en tanto que ella ha adquirido el ha-
bito de corresponder décilmente a la gracia
que atrae.
Esta terminologia: adquirida e infusa es
desconocida para los autores de la Edad Me-
dia.
Para encontrar una distincién real entre la
contemplacién adquirida y la infusa, es preciso
llegar hasta las contemplaciones que presentan
el caracter del milagro, como los raptos y los
éxtasis. Entonces la oracién es verdaderamente
infusa y pasiva; no es adquirida. Pero si no se
encuentra nada de milagroso en la contempla-
cién oscura, ésta sigue siendo una oracién or-
dinaria y comun. Se lleva a cabo mediante la
actividad del alma, combinada con la gracia de
Dios, como sucede en la meditacién yen la
oracion afectiva.
Acabamos de pronunciar la palabra ordi-
naria. Cuando decimos de la contemplaci6n,
considerada en si misma, en su esencia, que es
una oracién ordinaria, es para subrayar su di-
ferencia respecto de las oraciones milagrosas,
las cuales solas son verdaderamente extraordi-
narias.
Si en vez de enfocar la contemplaci6n en su
49naturaleza, consideramos las personas que
practican la contemplacion, nos vemos forza-
dos a reconocer que el numero de los contem-
plativos es exiguo. Con todo, la contemplacion
sigue siendo ordinaria y comun del lado de
Dios que concede facilmente esta gracia a las
almas de buena voluntad. Si la contemplacién
es, no una gracia extraordinaria, sino un hecho
extraordinario, ello es debido al aspecto huma-
no, al lado de los hombres, que, desgraciada-
mente responden raramente a las llamadas de
la bondad divina. Acontece con la contempla-
cion como con la Eucaristia. En las regiones en
que poca gente comulga, se debe no a Dios que
ordena que todos comulguen, sino a los cristia-
nos que se resisten a las invitaciones y a las or-
denes de Dios.
Afiadamos una ultima explicacion sobre las
palabras: «priére y oracién». «Priére» = ora-
cion, es palabra genérica. Significa toda clase
de elevacién del alma hacia Dios, ya sea inte-
rior, ya exterior, corta o larga, oral 0 mental,
privada o publica, etc. «Oraison» = oracion,
indica solamente la oracién mental de una
cierta entidad y dimension, minimamente lar-
ga, mas bien larga. Si la oracion es muy corta y
expresa solamente un rapido movimiento de
nuestra alma hacia Dios, se denomina jacula-
toria. La oracién —«oraison» se divide ademas
en diversas clases que toman una denomina-
50cion particular: meditacién, oracién afectiva y
contemplacién. Llamamos al libro «LA
CIENCIA DE LA ORACION» porque expo-
nemos diversas reglas que se aplican a todas
las maneras de orar.
Capitulo 12
LA ORACION DE FE
Y LA TEOLOGIA MISTICA
La palabra griega teologta significa ciencia
de Dios. Nuestra razon conoce a Dios por sus
propias luces y contemplando las maravillas
de la creacién. Se trata de una teologia o cien-
cia natural de Dios. A Dios lo conocemos me-
jor estudiando el conjunto de las verdades re-
veladas; se trata entonces de la teologia propia-
mente dicha, conteniendo la exposicién de los
dogmas catdlicos.
Estas dos teologias pueden iluminar nues-
tros espiritus sin producir en nosotros ningun
amor de Dios. Los demonios conocen ambas
teologias y los desgraciados son incapaces de
amar. Muchos pecadores también las han estu-
diado sin llegar a amar a Dios. No sucede lo
mismo con la teologia mistica, o ciencia inti-
ma de Dios. Esta llega al espiritu a través del
31corazon. Es fruto del amor de Dios practicado
en la contemplacion.
A diferencia de las dos primeras teologias,
que enriquecen el espiritu con conocimientos
precisos, la teologia mistica ilumina al espiritu
de una manera secreta, misteriosa. Es el senti-
do de la palabra mistica. Se aprende a conocer
a Dios, no por la via del razonamiento, sino de
un modo experimental, mediante el vivo senti-
miento de su bondad, de su grandeza, de sus
infinitas perfecciones.
Esto supuesto, vamos a mostrar como la
oracién de fe procura al espiritu conocimien-
tos verdaderos; los mas preciosos de todos,
pues ayudan al alma eficazmente a hacer pro-
gresos en la virtud. Lo cual no se puede decir
de los conocimientos distintos de la teologia
natural y de la teologia revelada. Con demasia-
da frecuencia ambas aprovechan principal-
mente al amor propio.
Lo que afirmamos es la ensefianza de toda
la tradicién catélica, Vamos a probarlo invo-
cando el testimonio de los santos. Durante
mucho tiempo, la misma palabra teologia se
veia reservada para designar unicamente los
conocimientos de Dios adquiridos en la ora-
cién. Junto a ellos, poco valian los otros que
parecian desdefiables.
Habia muchas verdades reveladas que no
eran ensefiadas a los fieles hasta después del
52bautismo. Permanecian ocultas para los cate-
cumenos. Era la ley del secreto que existia in-
cluso entre los fildsofos. Se Ilegaba a ser tedlo-
go cuando se conocia a Dios de una manera
intima y secreta mediante la practica de la
contemplacion. Lo cual resulta claro a partir
de la afirmaci6n categérica de los santos.
El primero, San Diadoco (s. VI), define al
tedlogo en los términos siguientes: «Theologus,
id est rerum divinarum contemplatos». -— «El
tedlogo es el que contempla lo divino»,
San Juan Climaco dice por su parte: «Han
merecido el nombre de tedlogos los que, en su
oracion, estan penetrados por un fuego sagrado
y divino». éCémo ilumina la oracién de fe ala
inteligencia? Diversos santos nos lo ensefian.
Primeramente, San Alberto Magno: «La cien-
cia que procede de los datos de la razon, pone
en relieve las verdades que deduce sin embar-
80, esa ciencia mistica no procede de los datos
de la raz6n, sino mas bien de wna cierta luz di-
vina que no es la afirmacién precisa de una
verdad. El objeto captado por el alma (Dios
mismo) acttia tan fuertemente sobre la inteli-
gencia que el alma desea unirse a El cueste lo
que cueste. Al estar ese objeto por encima del
alcance de la inteligencia, no se deja conocer
claramente, apoyandose la inteligencia en algo
que no es determinado» (In Libr. De myst.
theol.).
53Escuchemos ahora a San Juan de la Cruz y
admiremos la precision de su ensefianza. En el
«Céntico Espiritualy, en el comentario a la
cancion 27, sobre el verso: «alli me ensend
ciencia muy sabrosa», n. 5: «La ciencia sabro-
sa que dice aqui que la ensefid, es la TEOLO-
GIA MISTICA, que es ciencia secreta de Dios,
que Ilaman los espirituales contemplacion, la
cual es muy sabrosa, porque es ciencia por
amor, el cual es el maestro de ella y el que
todo lo hace sabroso. Y, por cuanto Dios le
comunica esta ciencia e inteligencia en el amor
con que se comunica al alma, esle sabrosa para
el entendimiento, pues es ciencia que pertene-
ce a él; y esle también sabrosa a la voluntad,
pues es en amor, el cual pertenece a la vo-
luntad».
En el mismo CAntico, vuelve el santo sobre
este tema, en la estrofa 39, comentando el ver-
so «en la noche serena», n. 12: «Esta noche es
la contemplacién en que el alma desea _ver es-
tas cosas. Llamala noche, porque la contem-
placién es oscura, que por eso jlama por otro
nombre, MISTICA TEOLOGIA, que quiere
decir sabidurta de Dios secreta o escondida, en
la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de al-
gun sentido corporal ni espiritual, como en si-
lencio y quietud, a oscuras de todo lo sensitivo
y natural, ensefia Dios ocultisima y secretisi-
mamente al alma sin ella saber cdmo; lo cual
54algunos espirituales llaman entender no enten-
dido. Porque esto no se hace en el entendi-
miento que llaman los fildsofos activo, cuya
obra es en las formas y fantasias y aprehensio-
nes de las potencias corporales; mas hacese en
el entendimiento, en cuanto posible y pasivo el
cual sin recibir las tales formas, etc., sdlo pasi-
vamente recibe inteligencia desnuda de ima-
gen, la cual le es dada sin ninguna obra ni ofi-
cio suyo activo.»
Afiadamos inmediatamente a ese testimo-
nio el de Santa Teresa, con los comentarios de
Bossuet.
«En esta oracion, dice ella, se oye sin oir y
se ve sin ver. En efecto, al salir de alli, se en-
cuentra todo como si se hubiera visto y oido.
éPor qué? Porque Dios nos ha revestido alli de
los efectos de su palabra... Ha infundido en el
alma todas las luces y todos los sentimientos
que ha tenido a bien, como se imprime toda
una hoja de papel de una sola vez». Del mis-
mo modo, afiade la santa: «En la oscuridad y
en el silencio profundo de esa escuela divina»,
se aprende mas en el tiempo de un Credo, que
lo que se aprenderia en diez afios en la escuela
de los sabios». (Citado por el P. de Caussade,
«Instructions spirituelles sur Voraison d’aprés
Bossuet». Primera parte, didlogo 8).
Aunque las palabras de la santa se aplican
sobre todo a la quietud sobrenatural y milagro-
55sa, también son verdad si se refieren a la quie-
tud ordinaria, guardando la debida propor-
cién. Pues esas dos oraciones misticas son de
la misma naturaleza. Difieren sdlo por su gra-
do de union con Dios, siendo mucho mayor la
union en la quietud extraordinaria.
Ya hemos citado otras palabras de San
Juan de la Cruz y de Santa Teresa afirmando
que la contemplaci6én oscura ilumina al alma y
la enriquece con una verdadera ciencia. He-
mos reafirmado su autoridad con la de varios
santos que han escrito sobre la teologia mistica
y han impartido la misma ensefianza. Nos falta
espacio para reproducir todos esos textos. Per-
mitasenos terminar con una cita de San Bue-
naventura; escribe en su «/tinerarium mentis
ad Deum»:
«Para captar bien las cosas interiores de la
espiritualidad, o ciencia mistica, hay que ir al
deseo, no al entendimiento; al gemido, no a la
lectura; a Dios, no al hombre: a Jesus esposo,
no a los doctores; a las tinieblas misticas, no a
la luz; al fuego que quema y no a la luz que
ciega».
De este modo, todos los misticos han reco-
nocido a la oracién de fe el don de enriquecer
al alma con verdaderos conocimientos sobre
Dios. Incluso han adoptado al respecto un
axioma, diciendo: «Se conoce a Dios mucho
mejor por la via negativa que por la afirmati-
56va». Se busca el conocer a Dios por via afirma-
tiva, cuando se afirma sobre El alguna verdad
clara, precisa, sobre sus perfecciones o sus
obras. Se entra en la via negativa, si se va mas
alla de esas verdades particulares, exclamando:
«Dios esta infinitamente por encima de todo lo
que acabo de ver»; y nos arrojamos a las tinie-
blas de la fe general, para llegar a conocer me-
jor a Dios.
San Juan de la Cruz nos ha dejado un her-
moso comentario sobre este axioma de la teo-
logia mistica, en el comentario al Cantico Es-
piritual, al comienzo, explicando el verso:
«cAdonde te escondiste,
Amado,...?
Dice el santo doctor, en el n. 12 del comen-
tario a la primera cancién: «Muy bien haces,
ioh alma!, en buscarle siempre escondido, por-
que mucho ensalzas a Dios y mucho te Ilegas a
él teniéndole por mas alto y profundo que todo
cuanto puedes alcanzar. Y, por tanto, no repa-
res en parte ni en todo lo que tus potencias
pueden comprender. Quiero decir que nunca
te quieras satisfacer en lo que entendieres de
Dios, sino en lo que no entendieres de El; y
nunca pares en amar y deléitate en lo que no
puedes entender y sentir de El; que eso es,
como hemos dicho, buscarle en fe. Que, pues
es Dios inaccesible y escondido, como también
hemos dicho, aunque mas te parezca que le
57hallas y le sientes y le entiendes, siempre le has
de tener por escondido y le has de servir escon-
dido en escondido. Y no seas como muchos in-
cipientes, que piensan bajamente de Dios, en-
tendiendo que, cuando no le entienden o le
gustan o sienten, esta Dios mas lejos y mas es-
condido; siendo mas verdad lo contrario, que
cuanto menos distintamente le entienden, mas
se Ilegan a El pues como dice el profeta David:
Puso su escondrijo en las tinieblas (Salmo
17,12). Asi, llegando cerca de El, por fuerza
has de sentir tinieblas en la flaqueza de tu
ojo».
«Gustate et videte quoniam suavis est Do-
minus». — «Gustad y ved qué suave es el Se-
fiom. Se ha hecho Eucaristia para ser nuestro
alimento, para ser comido por nosotros. Tene-
mos que hacer esta experiencia, si queremos
conocer bien al Sefior. Ahora bien, se hace
esta experiencia en la oracién, principalmente
en la contemplacién, que da calidad espiritual
y afina al paladar, sin el cual no podriamos sa-
borear el pan eucaristico. Cuanto mas se desa-
rrolla ese gusto sobrenatural y se aumenta,
mas crece en el alma la ciencia experimental
de Dios.
58Capitulo 13
LA ORACION DE FE_
ES UNA GRACIA COMUN
Con la oracidn de fe es mucho mas facil lle-
gar a Orar sin interrupcidn, que con la medita-
cidn o con la oracion afectiva. Estas dos ulti-
mas exigen una aplicacién del espiritu y de la
sensibilidad, absolutamente imposible en la
vida presente, en la que mil deberes nos obli-
gan a pensar en otras cosas y a polarizar en
ellas nuestro ardor. Por el contrario, la oracién
de fe, ejercitandose en la sola voluntad y de-
jando libres nuestras otras facultades, no es
imposible conservar nuestra voluntad abraza-
da al amor de Dios, en medio de ocupaciones
y distracciones de todo tipo.
Casiano y San Clemente de Alejandria ha-
blan frecuentemente de la oracién continua
que produce el habito de la oracién de fe.
Pero esto exige una mortificacién animosa
que haya desapegado y desafectado completa-
mente a la voluntad del amor a las criaturas,
para unir a la voluntad enteramente con solo
Dios. El alma entonces llega al estado de
union divina y su oraci6n no se detiene, por
asi decirlo, nunca. Esto exige el habito de to-
das las virtudes. Lo cual hace que esta oracién
sea mucho mas rara.
59Por ello, hablamos sdlo del ejercicio de esta
oracién; ejercicio Ilevado a cabo de vez en
cuando, a veces tras largos intervalos. Personas
muy imperfectas, que caen facilmente en el pe-
cado, a veces incluso en el pecado mortal del
que se levantan raépidamente, tienen el habito
feliz de consagrar cada dia algunas horas a la
oracion, por ejemplo, asistiendo a la Misa to-
dos los dias. Seran capaces esas personas de
hacer oracion de fe? éSeran dignas? 2No les
basta aplicarse a la meditacién, 0, como maxi-
mo, a la oracion afectiva? Si la contemplacion
oscura, practicada de vez en cuando, consti-
tuyera la santidad, la respuesta no se haria du-
dar. Puesto que se supone que se trata de per-
sonas que no son santas, que incluso son muy
imperfectas, diriamos resueltamente que se
equivocan; su oracién no es la contemplacion.
Pero la oracién de fe, cuando no es habi-
tual, no es de ningtin modo fruto ni signo de
una vida perfecta. Como las dos oraciones pre-
cedentes, constituye un medio de elevarse a la
santidad. Es sélo un medio, y es preciso ver
como nos servimos de él. Se obtienen resulta-
dos proporcionados seguin se use mds 0 menos,
mejor o peor. Esto supuesto, la cuestién se
simplifica. Se trata de conocer las reglas con-
forme a las cuales el Espiritu Santo ofrece a las
almas un modo de orar concreto. De suyo, la
gracia de la oracién no es una recompensa; los
60infieles y pecadores se verian privados de ella.
Ahora bien, Alfonso Maria de Ligorio lo ha
demostrado:
«La misericordia infinita de Dios deja esta
gracia a la disposicién de todos los hombres,
éSe conduciria de otro modo respecto de esta
manera de orar o la otra? Dios es igualmente
liberal a este Tespecto, teniendo en cuenta
nuestras necesidades y aptitudes, mas que
nuestros méritos».
Hablamos del acto de la contemplacién y
no.del habito. Aunque ese acto sea un don de
Dios, no es un acto extraordinario, fuera de
nuestro alcance. La gracia de la contempla-
cidn se concede con generosidad divina a las
almas generosas que quieren aplicarse a la ora-
cion.
En cuanto al habito de la contemplacion,
hay que hablar de otro modo. Exige una co-
rrespondencia fiel y larga a la gracia, un traba-
jo animoso y perseverante que quita los obs-
taculos que se oponen a ese hdbito, Los santos
animan vivamente a desear la contemplacién,
a pedirla y a prepararse para ella. Para que se
haga un hdbito nuestro, nos aconsejan incluso
intentar esta manera de orar, cuantas veces se
presente la ocasién para ello. Asi, durante la
meditacion, la lectura o el oficio, cuando nues-
tro corazon se siente cogido por algun senti-
miento de amor de Dios, nos impulsan a pa-
61rarnos y a hacer pausas pequefias, aplicando-
nos a amar, sin razonar.
Si la contemplacién fuera algo extraordina-
rio acercandose al milagro, los santos no hu-
bieran dado consejos de este tipo. Al contrario,
nos hubieran disuadido de ello, como disuaden
de los éxtasis y las revelaciones.
En el orden natural, todos actuamos de la
misma manera. Asi, ningin hombre sensato
aconsejaria caminar sobre las aguas, arrojarse
desde un sexto piso para aprender a volar, ira
acostarse dentro de un horno que arde, para
dormir alli con calor. pero se aconsejara mon-
tar a caballo, ir en bicicleta, y subir a las mon-
tafias mas altas. Todo consejo de hacer algo
supone, pues, la posibilidad de ello y se situa
en el nivel de las cosas ordinarias.
La experiencia de las almas de oracion
aporta una prueba mas en apoyo de nuestra te-
sis. Si la gracia de la contemplacion fuera un
don sobrenatural extraordinario reservado a
privilegiados, la mayor parte de los que hubie-
ran intentado esta oracién hubieran desembo-
cado en humillantes fracasos 0 en ilusiones de-
plorables. Pero no es ése el caso. Las personas
que han seguido en esa materia la ensefianza
de los santos, han tenido éxito. Daremos la
prueba de ello.
Nos encontramos aqui sobre un terreno de
hechos, que pasan a ser ciertos cuando descan-
62san en testimonios numerosos de valor excep-
cional. Citamos algunos de ellos.
Todavia en vida de Santa Teresa, las car-
melitas eran generalmente monjas fervorosas.
Pero no todas eran canonizables. Pues, bien,
en el libro de las Fundaciones, cap. V, su ma-
dre habla en estos términos: «A penas se en-
cuentra en cada casa una monja a la cual el
Maestro Divino conduzca por el camino de la
meditacién. Todas las demds son elevadas a la
contemplacion perfecta. Algunas, ademas, se
ven favorecidas con éxtasis».
Observemos que la Santa, colocando la
contemplacion perfecta entre la meditacién y
los éxtasis, muestra claramente que habla de
una contemplacién que no es milagrosa, es de-
cir, trata de la contemplacién ordinaria. Podra
ser mds 0 menos perfecta segun el mayor o
menor fervor de las personas que la practican.
Pero, no llega, en ese momento, al milagro,
sino que permanece en el nivel de la contem.
placion ordinaria.
Cuando Dios otorga esta gracia, no la retira
nunca, pues sus dones son irrevocables dice
San Pablo (Rom. 11,29). Cuando se correspon-
de a esta gracia fielmente o no, su misericordia
nos la deja, asi como deja a otros la gracia de
la meditacién o la de la oracion afectiva. Suce-
de con este don lo que acontece con la gracia
santificante y los méritos adquiridos mediante
63‘la practica de la virtud. Se pierde la gracia y
los méritos por el pecado mortal. Pero se los
recupera mediante la absolucién o la contric-
cién perfecta. Devolviéndonos la gracia santifi-
cante, Dios nos devuelve generosamente todos
los méritos adquiridos antes del pecado. Otro
tanto hace en cuanto al don de la contempla-
cion.
Capitulo 14
LA IGNORANCIA DE LA VERDAD
EXPUESTA EN EL CAPITULO
PRECEDENTE ES MUY DANOSA
La mayor parte de los autores espirituales
no dicen nada sobre la contemplaci6n oscura u
oracion de fe.
El paso de la meditacion a la oracion afec-
tiva se hace de una manera totalmente natural.
Cuando se ha meditado cien veces el mismo
tema, la curiosidad el espiritu se desvia instin-
tivamente para buscar en otros pasos algo nue-
vo. Entonces, si el corazon ha tomado confian-
za en Dios, se dilata y enternece. El alma do-
mina las agitaciones del espiritu. En lugar de
pensar, el alma se pone a amar. Es el momen-
to de la oracion afectiva. Pero la sensibilidad
64por su parte se embota. Las emociones vivas
cansan. El alma termina por encontrarse pri-
vada de las ayudas del espiritu y de las del
corazon. Le queda solamente la buena volun-
tad de orar. Dios no le abandona en esta hora
critica. Lejos de violentar nuestra naturaleza,
se pone al alcance de nuestras necesidades.
Ofrece al alma la gracia de la oracio6n, comuni-
candosela directamente a la voluntad. Le hace
sentir su presencia en la oscuridad de la fe yle
invita a un amor espiritual, silencioso, en cal-
ma.
La manera como se realiza este paso de la
oracion afectiva a la contemplacion termina
por desorientar a las almas. Pues Dios evita el
violentarnos. No nos transporta con brusque-
dad y forzadamente de un estado a otro. Proce-
de lentamente. Varia la accion de su gracia,
que se ejerce adecuadamente sobre el espiritu,
el corazon y la voluntad. Nos Ileva asi poco a
poco a abandonar nuestra antigua manera de
orar para asumir otra nueva. estas variaciones
duran hasta que la contemplacion se hace ha-
bitual.
Entonces es necesario iluminar las almas
sobre la accién del Espiritu Santo, para impe-
dirles que se resistan a El. A falta de luces, las
almas caen en la tristeza y el desdnimo. Si esta
situacién sé prolonga, aguantan un verdadero
martirio. No sélo las personas poco instruidas.
65Al contrario, la gente sencilla sale mas facil-
mente, sin ayuda, de esta prueba. Hay que la-
mentar mas a las personas instruidas que han
sido formadas erréneamente sobre este tema
en las lecturas desafortunadas. Los presbiteros,
tedlogos, no suelen escapar a este suplicio. Re-
cuerdo uno de éstos muy inteligente, autor de
obras importantes, que se encontraba en esta
situacion y me oyo en una conferencia sobre la
oracion de fe. Me dijo que le habia devuelto la
vida. La imposibilidad de meditar lo habia su-
mido en el desanimo mas profundo y no sabia
como orar. Ahora veia cémo orar con facili-
dad. Hubo en él una transformacion inmedia-
ta.
Se necesita mucho animo para conservar la
voluntad de orar cuando, sometido por Dios a
la prueba del atontamiento del espiritu, a la
prueba de la sequedad del corazon, para llegar
por ese camino a la contemplacion, no se com-
prende la accidn de la gracia y no se decide a
seguirla. Las voluntades débiles sucumben ra-
pidamente bajo el peso de esta cruz. Habiendo
intentado con frecuencia meditar, tener afec-
tos, sin lograr nada, a no ser cansarse excesiva-
mente, terminan por rendirse totalmente al de-
sanimo y renuncian a hacer oracion. Si, por vi-
vir en comunidad, se ven forzadas a la practica
de la oracién, van a ella con un aburrimiento
inaguantable y, renunciando a esfuerzos reco-
66nocidamente inutiles, se entregan sin modera-
cidn a las distracciones de su imaginacion, o se
duermen.
6Qué hacer para devolver a esas almas el
gusto de la oracién?
Es preciso sacarles de su ignorancia, expo-
niéndoles la sana doctrina sobre la contempla-
cién. Es posible orar a Dios en silencio; se le
puede adorar y amar contentandonos con mi-
rar a Dios. Se trata de una oracion excelente,
ordinaria y comin, a la que podemos entregar-
nos sin orgullo y sin peligro. Si se persevera en
dar estas ensefianzas, hasta que se vean libres
de sus dudas y temores, no tardaran en alcan-
zar el habito de la contemplacién. Entonces su
propia experiencia les confirmara, viendo en
ello, con claridad, la doctrina de los santos,
que aceptaran con fe gozosa.
En la contemplaci6n se toca a Dios, lo sa-
boreamos, adquirimos sobre El una ciencia ex-
perimental. En cuanto a este género de conoci-
mientos, nada substituye a la experiencia. San
Juan de la Cruz lo dice en términos claros:
«Esto creo no lo acabara bien de entender el
que no lo hubiere experimentado, pero el alma
que lo experimenta, como ve que se le queda
por entender aquello de que altamente siente,
llamalo un no se qué: porque asi como no se
entiende, asi tampoco se sabe decir, aunque,
como he dicho se sabe sentim». (Cantico Espiri-
67tual, cancion 7.*, p. 10, verso: «un no se qué
que quedan balbuciendo»).
Capitulo 15
OBJECION Y RESPUESTA
Las razones y hechos expuestos en los dos
capitulos precedentes no lograran convencer a
todo el mundo. Algunos lectores no faltaran de
decir: «En realidad, los contemplativos son
muy raros. Cémo puede ser la oracion de fe
una gracia ordinaria ofrecida comunmente a
las almas de buena voluntad?
Sin embargo, examinemos las almas que se
aplican desde hace algun tiempo a la oracion,
en los conventos o en el mundo. Interrogadlas.
Decidles: «i Tenéis siempre gusto en meditar?»
Si proponeis esta cuestion a 100 personas, 99
os responderan probablemente: «En otro tiem-
po lo tenia. Desgraciadamente la meditacion
ha pasado a ser para mi una fatiga. No en-
cuentro ninguna persona que me toque y me
de un poco de amor de Dios. Me veo obligado
a tener siempre un libro en la mano. Si me im-
pacta un pensamiento, me detengo, lo cual
dura unos segundos. En seguida, las distraccio-
nes vuelven y tengo que retomar la lectura, si
quiero:liberarme de esas distracciones».
68Proseguid el interrogatorio y preguntadles:
«éPodéis, al menos, amar a Dios con ternura y
hacer oracién, ofreciéndole los sentimientos de
vuestro corazon?» —Os responderdn que su co-
razon esta seco y temen decir a Dios que le
aman, por estar su coraz6n frio e indiferente.
«Como ora, si continua haciendo oracién?».
Cuando, Ilegados a este momento critico,
se tiene la dicha de encontrarse en el Carmelo
0 en la Visitacién: iluminados por las ensefian-
zas de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, de
San Francisco de Sales y Santa Juana Francis-
ca de Chantal, en seguida pasan a ser contem-
plativos.
Con toda seguridad, veriamos multiplicarse
las almas contemplativas entre las personas
instruidas y fieles a la oracion, si se les impar-
tiera en el tiempo oportuno la ensefianza nece-
saria. No se les rehusa en absoluto la gracia de
la contemplacién. Lo que les falta es la luz in-
dispensable para corresponder a esta gracia.
En cuanto se les presenta y ofrece esta luz, co-
mienzan a hacer oracién de fe dichosamente.
69Capitulo 16
SEGURIDAD DE LA ORACION
DE FE
Vamos a examinar los pretendidos peligros
de la contemplacion, uno tras otro.
Primeramente, el peligro de la inteligencia.
EI misticismo, pretenden algunos, es peligroso
para el cerebro. Conduce directamente a ilu-
siones e incluso, a veces, a la locura, ete.
Ahora bien, precisamente la oracién misti-
ca no hace trabajar al cerebro. En la medita-
cién el espiritu se entrega a numerosas refle-
xiones, pudiéndose desviar. Por el contrario, la
oracién de fe supone la imposibilidad momen-
tanea de detenerse en una idea particular.
Todo se pasa en la cima del espiritu. Habién-
dose producido el acto de fe en la presencia di-
vina, solo la voluntad se pone a trabajar,
uniéndose con Dios mediante actos de amor.
O mejor todavia: esta oracién debe excluir los
conocimientos particulares que llegan hasta
nosotros por via sobrenatural, como las visio-
nes y las revelaciones.
San Juan de la Cruz ha consagrado todo el
libro segundo de LA SUBIDA AL MONTE
CARMELO a mostrar como estos conoci-
mientos particulares no pueden unirnos con
Dios Es preciso despojarnos de ellos, renunciar
70a ellos generosamente para encerrarse en las ti-
nieblas de la fe oscura, sola ella capaz de llevar
a cabo esta unién. Escribe a este respecto 32
capitulos, en los que demuestra hasta la evi-
dencia esta necesidad.
El segundo peligro se referiria a la salud.
Seguin este punto de vista, las oraciones misti-
cas serian demasiado absorbentes. Podrian Ile-
var a la enfermedad, etc.
También aqui la acusacién se equivoca de
direccion. Como maximo, se podria decir esto
respecto del exceso de meditacién o de oracién
afectiva, en las que se emplean facultades que
se fatigan en seguida. Si no hay moderacién,
puede haber peligro. Asi, largas meditaciones
producen dolores de cabeza. En la oracién
afectiva, las emociones demasiado vivas, perju-
dican el sistema nervioso y pueden causar en-
fermedades.
Nada de esto es de temer en la oracién de
fe, puesto que ni se emplea la sensibilidad, ni
las facultades intelectuales. Por supuesto, si se
deseara ejercitar la oracién de fe dia y noche,
sin tomarse el tiempo debido para comer y
dormir, se caeria enfermo. Pero la enfermedad
vendria de la falta de alimento y suefio, no de
la oracién. De suyo, esta manera de oracién
mas bien reposa. Cuando San Francisco de
Asis, en casa de Bernardo de Quintavalle, pasé
la noche repitiendo: Deus meus et omnia - Mi
71Dios y mi todo; quiza se cansd, al no tomarse
el tiempo adecuado para dormir; pero no se
provocd dolores de cabeza por reflexionar,
puesto que no reflexionaba. Tampoco agoto
las fuerzas de la sensibilidad, puesto que ese
grito de amor dimanaba de su voluntad, sin
arrancar lagrimas o gemidos, como en las ora-
ciones sobre la Pasion.
Como nuestra voluntad se despliega en un
cuerpo sometido a _necesidades imperiosas,
como la de alimentacion y suefio, esto se ha de
respetar. Pero, cuando se tiene esto en cuenta,
la voluntad vuelve a ser libre y si se pone a
amar, puede hacerlo durante bastantes horas
seguidas, sin esfuerzo, ni sufrimiento, sabo-
reando una dulzura cada vez mds suave.
A ciertas personas les cuesta repetir a
Nuestro sefior: «Te amo; te amo». Temen no
ser sinceros. Confunden el amor sensible con
el espiritual. No se es sincero si se hace una
declaracién de amor a una persona antipatica,
puesto que se trata entonces de amor de natu-
raleza. Pero se es sincero cuando, en la ora-
cidn de fe, se dice a Dios: Te amo, puesto que
Dios entonces nos pide amor de voluntad.
Repetid lealmente a Dios: «Te amo». Asi,
podéis alargar indefinidamente vuestra ora-
cién. Alargando este ejercicio de amor, se llega
a veces a la quietud perfecta.
Otro peligro: el de encontrar desagrado en
72la vida comun, cayendo en singularidades, en
actos extrafios que llegan a escandalizar al pro-
jimo. Con frecuencia se reprocha esto a las
personas de oracién. Pero no se merecen esto
las que se entregan a la contemplacion.
En esta manera de orar, se evitan los deseos
particulares, contentandose con el deseo gene-
ral de estar unido con Dios, mediante un amor
décil a todas sus voluntades. No se formulan
peticiones especiales excepto las del Pater, u
otras andlogas. Se ama, como en el cielo, y se
dispone a testimoniar este amor, prepardndose
a obedecerle en todo. En cuanto al detalle de
este amor, no se piensa en ello. Dios lo concre-
tara, mediante la voluntad de los superiores,
los acontecimientos de cada dia, etc. Fuera de
la oracién se pensard en esos detalles, y se
aceptardn las manifestaciones de la voluntad
divina. Si se da alguna singularidad, no proce-
dera, por tanto, de la oracién.
Capitulo 17
LOS ACTOS EN LA ORACION
DE LA FE
En los comienzos, las almas atraidas por el
Espiritu Santo hacia la contemplacién oscura,
73se encuentran desorientadas por el silencio
profundo que se hace en su interior. Estaban
esas almas acostumbradas a barajar muchos y
buenos pensamientos para encontrar en ellos
el medio de elevarse a Dios. Excitaban en su
corazon muchos sentimientos afectuosos,
transformados en deseos y peticiones. Todo
eso se acabd. Solamente la voluntad se experi-
menta atraida por Dios.
Despojandose de los sentidos, los actos del
alma se hacen simples. Es una primera dificul-
tad para constatar su existencia. Ademas, en la
contemplacién, esos actos son directos. parten
del corazon para ir directamente a Dios, sin
transformarse en frases 0 discursos. El espiritu,
como no ha cooperado en su formacion, tam-
poco los observa. Todo ello inquieta a los
principiantes, inclinandoles a pensar que no
hacen nada en la presencia de Dios.
Supongamos una madre que, sentada junto
a la cuna de su nifio, lo mira dormir. Por mie-
do a despertarlo, no hace movimiento, ni rui-
do alguno; incluso retiene su respiracién. Lle-
na de amor hacia ese fruto de sus entrafias,
lo devora con sus ojos. Permanece asi horas.
4En qué piensa? GQué experimenta en el fondo
de su coraz6n? Si le interrogdis mas tarde a
este respecto, la pondréis en un aprieto. Quiza
no sepa responder. Dird: «He estado amando a
mi nino, y eso es todo».
74Cuando un alma hace la oracién de la aten-
cién amorosa a Dios presente, se comporta del
mismo modo. Ama a Dios simplemente y en
silencio. Eso es lo que sabe.
Esa impotencia del espiritu, que procede
del silencio al que ha sido condenado durante
la contemplacién, no prueba en absoluto que
la voluntad no haya hecho nada y que haya
perdido el tiempo. Como la madre de que aca-
bamos de hablar. Los actos de la voluntad son
muy reales. Frecuentemente, incluso, hay va-
rios actos reunidos en un mismo movimiento
del corazén, y se hace mas dificil el analizarlos
y conocerlos en detalle.
Sin embargo, los actos de la contemplacién
no son totalmente imperceptibles. Cuando se
adquiere el hdbito de esta oracion, se llega mas
facilmente a discernirlos. Vamos a examinar
algunos de ellos, a causa de su importancia
particular.
Capitulo 18
EL PRIMER ACTO DE LA
ORACION DE FE
Como su nombre indica, el primer acto de
esta oracion, por el que hay que empezar nece-
75sariamente, es un acto de fe. No se trata de
una fe respecto de alguna verdad particular de
la revelacién, sino de una fe general en Dios,
en su presencia en nuestra alma, en sus perfec-
ciones infinitas.
Cuando el Espiritu Santo quiere elevar un
alma a la contemplacion, le quita la posibili-
dad de meditar durante ese ejercicio. Cada vez
que le impulsa a la oracién, hace un vacio de
buenos pensamientos en su inteligencia. Le
provoca un desagrado insuperable hacia las re-
flexiones y razonamientos que anteriormente
le hacian tanto bien; le lleva a contentarse con
esa fe general y oscura, mediante la cual le
hace creer en su presencia y le atrae a su amor.
San Juan de la Cruz, ensefiando a las al-
mas, en la SUBIDA DEL MONTE CARME-
LO, sobre los medios para llegar a la union di-
vina, establece, como fundamento necesario,
un desasimiento completo de la voluntad, no
solo de los bienes naturales, sino incluso de los
bienes sobrenaturales, en tanto en cuanto que
el amor propio pudiera apegarnos a ellos.
Las verdades reveladas son bienes sobrena-
turales. Tenemos necesidad de creerlas con fe
firme e inquebrantable. Tenemos que meditar-
las. Son deberes imperiosos. Pero esos deberes
no nos dan el derecho de atarnos a esas verda-
des por amor propio de hacer nuestras esas
verdades, sirviéndonos de esas verdades para
76nuestro provecho, para la satisfaccion de nues-
tra vanidad, de nuestro orgullo o de otro senti-
miento interesado.
Todos los hombres, si correspondieran fiel-
mente a la gracia de la oracion, llegarian poco
a poco a esa fe perfecta. En su misericordia in-
finita, el sefior concede a todos la gracia de
poder orar. Paganos, judios, musulmanes, he-
rejes y cismaticos, todos la reciben. El primer
efecto de la correspondencia a esta gracia debe
ser el pedir luz. Como San Pablo, derribado en
el camino de Damasco, el que pide con cora-
zon sincero, dird: «Qué quieres, Sefior, que
haga?» —Si persevera en esta peticién, oira una
respuesta equivalente a la que Jesus hizo a San
Pablo, cuando le dijo: «Levantate; entra en la
ciudad; alli, se te dira lo que debes hacer» (He-
chos 9,7).
Capitulo 19
OTROS ACTOS DE LA ORACION
DE FE
Los adversarios sistematicos de la oracién
de fe le reprochan la negligencia de la practica
de las virtudes. Es una calumnia. En la con-
templacién oscura, se contentan los que la
Dhejercitan, con situar las virtudes en su sitio, su-
bordinandolas todas ellas a la caridad perfecta
y pura que es su reina. Las virtudes valen
poco, si no sirven para glorificar a Dios.
En la oracion de fe, no se polariza la aten-
cion en particular en el detalle de las pequefias
virtudes aunque, fuera de la oracién, no se des-
precia su practica; pero el amor de Dios, al
que se aplica el sujeto de la vida espiritual
constantemente con ardor, practica, durante
este ejercicio, ciertas virtudes generales que
cooperan, con la caridad, a hacernos perfectos.
La primera de esas virtudes es la obedien-
cia. El que toma la resolucién de obedecer
siempre, de corazén y con alegria, no despre-
cia ninguna virtud. Se prepara a practicarlas al
hilo de los acontecimientos. Lo hard con ani-
mo y perfeccién. Ahora bien, en la oracién de
fe, se ejercita constantemente esta obediencia.
Al someter nuestra alma a los mandamien-
tos de Dios, la obediencia quita los obstaculos
para la practica de las virtudes. Lo cual no
basta para adquirirlas. Precisamos la ayuda de
la gracia divina, sin la cual no podemos reali-
zar acto alguno sobrenatural, digno de las re-
compensas del cielo. Ahora bien, es la humil-
dad lo que atrae la gracia.
La paciencia es igualmente una virtud ge-
neral que nos hace adquirir todas las virtudes.
iSe necesita paciencia para perseverar en una
78oracién tan crucificante! Muchas almas aban-
donan su prdactica, porque no tienen animo
para sufrir y aburrirse en la compafiia de Dios.
Es un hecho de experiencia constatado por
muchos santos y abundantes directores.
La contemplacion oscura es un ejercicio ge-
neroso de fe, de sumisién a la voluntad de
Dios, de humildad, de paciencia.
Capitulo 20
LA CARIDAD EN LA ORACION
DE FE
La contemplacién comienza por la fe; con-
tinua por la caridad. Es un camino largo que
exige animo y generosidad. Se le llama tam-
bién a esta oracién: Oracién de atencién amo-
rosa a Dios presente.
La oraci6n de fe introduce en el camino del
amor verdadero y puro, del que nos pide Dios,
y nos ayuda a adquirirlo, a fortalecerlo, a Ile-
varlo a la perfeccién mas alta.
Las reglas de este amor se encuentran en
las tres primeras peticiones del Pater. El espiri-
tu aporta un juicio exacto sobre la grandeza de
Dios. Lo ve en una altura infinita, por encima
de las criaturas, y la voluntad le ofrece enton-
79ces un amor de alabanza, diciendo: «Sanctifi-
cetur nomen tuum».
Dios no sdlo es grande; es hermoso, ama-
ble; tiene los encantos que resultan de todas las
perfecciones reunidas. Sobre todo es bueno y
misericordioso para con sus criaturas. Por lo
tanto, merece reinar sobre nuestros corazones
por el amor. El amor de complacencia se ex-
presa diciendo: «Adveniat regnum tuum».
Finalmente, Dios es todo poderoso. Es el
Sefior, maestro absoluto de todas sus criatu-
ras. ninguna de ellas tiene la capacidad de re-
sistirsele con éxito. El amor de obediencia se
expresa diciendo: «Fiat voluntas tua, sicut in
coelo et in terra». La voluntad se somete a la
autoridad soberana de Dios, llena de santo res-
peto.
En tanto que nuestra voluntad permanezca
esclava de las pasiones que se agitan en la car-
ne y de los pensamientos que la vista de las
criaturas arroja en el espiritu, no puede levan-
tarse a las alturas. Por ello, Dios le presta un
servicio inmenso, concediéndole la gracia de la
contemplacién. De este modo, le arranca de
las desviaciones de la imaginacién y de las de-
bilidades de la sensibilidad. Dios independiza
la voluntad del cuerpo. En medio de las tinie-
blas del espiritu y de la aridez del corazon, la
voluntad aprende a hacerse sefiora de si mis-
ma. En adelante, tomara sus decisiones a la luz
80pura de una razon iluminada por la sabiduria
divina que llenara el amor de Dios.
Conocemos la respuesta de santo Tomas de
Aquino a su hermana, cuando le preguntaba,
qué hacer para ser santo. «Hay que quererlo».
Ante la insistencia de la hermana, el Santo re-
pitid hasta tres veces: «Querer ser santo». Esa
es la clave para llegar a la santidad.
Muchos van a la deriva, como restos de un
naufragio, llevados por las olas, sin llegar nun-
ca a puerto. Otros lo logran a base de una vo-
luntad enérgica. Desgraciadamente su volun-
tad esta ciega por una pasion ardiente, de
amor al dinero, ambicion, vanidad, etc, Para
llegar a Dios, hay que tener voluntad, pero
una voluntad desasida de todo y entregada to-
talmente a los ardores del amor divino. Esta
voluntad se obtiene mediante la oracion de fe,
y si se persevera en el habito de esta oraci6n,
poco a poco el alma avanza por el camino de
la perfeccién.
San Juan de la Cruz, habiendo narrado, en
el CANTICO ESPIRITUAL, los progresos del
alma contemplativa, termina describiendo su
estado, cuando esta preparada para recibir la
recompensa de sus méritos.
Asi escribe en la «declaracion y anotacién»
de la cancién 40, redaccién B, n. 1: «Cono-
ciendo, pues, aqui la esposa que ya el apetito
de su voluntad esta desasido de todas las cosas
81y arrimado a su Dios con estrechisimo amor; y
que la parte sensitiva del alma, con todas sus
fuerzas, potencias y apetitos, esta conformada
con el espiritu, acabadas ya y sujetadas sus re-
beldias; y que el demonio, por el vario y largo
ejercicio y lucha espiritual esta ya vencido y
apartado muy lejos; y que su alma esta unida y
transformada con abundancia de riquezas y
dones celestiales; y que, seglin esto, esta ya
bien dispuesta y aparejada y fuerte, arrimada
en su Esposo (Cant. 8,5), para subir por el de-
sierto de la muerte, abundando en deleites, a
los asientos y sillas gloriosas de su Esposo».
Este amor de Dios no seria sincero si no se
manifestara al exterior por un puro y perfecto
amor al prdjimo. Aqui, también, el obstaculo
viene de nuestro espiritu y nuestro cuerpo. Vi-
vimos en medio de criaturas, cuyo contacto y
cuya vista producen en nosotros las impresio-
nes mas vivas y opuestas. A veces, simpatias
ardientes nos arrastran tras si; otras veces, la
antipatia, el odio, etc. nos alejan. (C6mo amar
a unos y otros en amor de caridad?
éSabemos en qué consiste ese amor? Impo-
sible el practicarlo, sin conocer su naturaleza.
Ante todo, es preciso tener las ideas precisas.
De otro modo, con la mejor fe del mundo, po-
driamos entregarnos a obras en las que la cari-
dad no tuviera el minimo sitio, aunque pare-
ciera inspirarlas.
82Nuestro Sefior no ha querido dejarnos en la
ignorancia sobre un tema tan importante. An-
tes de El, se habia escrito: «Amaras a tu proji-
mo como a ti mismo». iPero los hombres se
aman de tantas maneras!
Para zanjar el asunto, Jesucristo ha dicho a
sus discipulos: «Os doy un mandamiento nue-
vo. Sera el distintivo en el que os conocerdn
que sois mis discipulos: Amaos unos a otros,
como Yo os he amado». (Jn. 8,34-35).
En adelante, la regla es unica. Es clara. Je-
sucristo, obedeciendo a ese amor, se ha sacrifi-
cado totalmente. Nos ha dado su sangre y su
vida, y continua dandonoslas hasta el fin del
mundo en su Iglesia y en los sacramentos.
éComo obtener la inteligencia de ese amor,
para que nos sirva de regla de nuestra conduc-
ta? Mediante la meditacién, sin duda. iPero
cuanto mds eficaz es la contemplacién para
conducirnos a ese fin!
Por ejemplo, pocas personas Ilegan por el
camino de la meditacién a captar bien ya
practicar el gran deber de perdonar las injurias
y amar a los enemigos.
La contemplacién viene a ayudar a los que
tienen esos resentimientos o esas debilidades.
Les da el animo para olvidarlo todo. Los lanza
al interior del Corazén de Jestis, y les hace ad-
mirar la altura, la profundidad, la anchura de
su caridad inmensa hacia el projimo. Asi pier-
83den la posibilidad de pensar en si mismos, y,
olvidados de todo interés personal, se entregan
aamar a los demas, como Jesus les ha amado.
Capitulo 21
LA PRACTICA DE LA ORACION
DE FE
Santa Teresa de Jestis exhorta a no desani-
marse, si Dios no concede en absoluto la gra-
cia de la contemplacién. Basta, manteniéndose
en la via de la meditacion, atenerse a lo esen-
cial, que es reflexionar sobre las verdades reli-
giosas, no para ser mas sabio, sino para amar
mas, y tener mas dnimo en el servicio de Dios.
En ese estadio, no se esta exento de seque-
dad. Es una prueba transitoria; Dios ejercita
asi en humildad y paciencia; para dar, a conti-
nuaci6n, las alegrias espirituales de la medita-
cién. No es lo mismo respecto de los llamados
a la oracion de fe. Se reconoce esta llamada en
tres sefiales. San Juan de la Cruz las describe
con precisidn en los capitulos 13 y 14 del libro
2.° de LA SUBIDA DEL MONTE CARME-
LO y en los capitulos 9 y 10 del libro 1° de LA
NOCHE OSCURA.
1. La pardlisis de las facultades intelectua-
84les y sensibles se produce regularmente desde
que se quiere hacer oracién. Esas potencias no
proporcionan ya nada al corazén para ayudar-
le a amar a Dios. Por mds que se esfuerce por
despertarlas, no lo logra.
2. Ese estado de paralisis se limita al tiem-
po de la oracion. Si durara siempre, seria un
signo de enfermedad. Pero, fuera del tiempo
dedicado a la oracién, se vuelve a encontrar la
libertad para pensar y sentir. Se puede entre-
gar, con gusto, al estudio de las verdades reli-
giosas; gusto que desaparece solamente cuando
se quiere poner a orar.
3. En medio de este embotamiento de la
inteligencia y la sensibilidad, la voluntad per-
manece viva; experimenta profundamente la
necesidad de Dios, se siente fuertemente atrai-
da hacia El, con la conviccién de que El esta
ahi y que se le puede adorar y amar, mirando-
lo en silencio.
Esta ultima sefial es la mas importante. Las
otras dos primeras no bastan para indicar la
llamada a la oracién de la fe.
Cuando a las dos primeras sefiales se afiade
la tercera, la llamada a la contemplacién se
hace manifiesta. La necesidad de amar a Dios
sentida por la voluntad, al no salir ni de las
operaciones del espiritu, ni de las emociones
del corazon, es producida evidentemente por
el Espiritu Santo, mediante la fe en su presen-
85cia. Esta fe alcanza directamente la voluntad y
la impulsa a orar. En adelante ya no es posible
la duda. Se concede la gracia de la oracion al
alma de una forma nueva. Y para orar util-
mente, hemos de cooperar a la gracia y acoger-
la como Dios lo disponga. Cuando estas tres
sefiales se encuentran reunidas, hay que ejerci-
tar con resolucién la oracién de fe.
Este paso de una oracion a otra es delica-
do e interesa mucho no equivocarse, en rela-
cin con los signos que indican el momento
oportuno. San Juan de la Cruz nos aconseja
esta prudencia.
En definitiva todo descansa en el gran man-
damiento de la caridad. Si no podéis amar a
Dios sin reflexionar, reflexionad sobre la ver-
dad religiosa que corresponda, y ella abrirad e
inflamara vuestro corazon. Pero si podéis amar
sin razonar, dejad los razonamientos, por muy
hermosos que os parezcan.
Una vez ya en la contemplacién, observan-
do las reglas de prudencia obvias, hay que per-
severar, a pesar del sufrimiento que le causen,
el vacio de su espiritu y la aridez de su cora-
zon. Es un estado muy penoso.
86Capitulo 22
LOS PROGRESOS DE LA ORACION
DE FE
Si se deseara progresar en la contempla-
cién, hay que reunir unas condiciones impor-
tantes.
La primera es llevar a cabo cada dia este
piadoso ejercicio. Empleando una compara
cién de Santa Teresa, hay que imitar la con-
ducta de los que se encuentran en fase de no-
viazgo. Se preparan para el matrimonio me-
diante entrevistas diarias. Vivid vuestras. entre-
vistas con Jesucristo, y sed fieles a ellas.
Santa Teresa en los capitulos 21 y 22 del
CAMINO DE PERFECCION, aconseja a este
respecto tomar una resolucion inquebrantable.
Hay que prolongar la duracién de esas en-
trevistas, tanto cuanto sea posible, para que las
entrevistas sean cada vez mas provechosas.
Esas entrevistas deben producir la unién
divina, la transformacién en Dios por el amor.
Esta transformacion es imposible sin un de-
sasimiento de la voluntad que vacie el corazon
de sus antiguas afecciones y deja a Dios solo el
lugar que ocupaban anteriormente.
San Juan de la Cruz, describiendo el estado
de la esposa que se ha hecho digna del matri-
87monio espiritual, pone en sus labios las pala-
bras siguientes:
«Lo cual es como si dijera: Mi alma esta ya
desnuda, desasida, sola y ajena de todas las co-
sas criadas de arriba y de abajo, y tan adentro
entrada en el interior recogimiento contigo,
que ninguna de ellas alcanza ya de vista el inti-
mo deleite que en ti poseo, es a saber, a mover
mi alma a gusto con su suavidad, ni a disgusto
y molestia con su miseria y bajeza». (CANTI-
CO ESPIRITUAL, cancion 40, n. 2, comen-
tando el verso: «Que nadie lo miraba»).
Dios no nos pide, para unirse a nosotros, la
renuncia del uso de los bienes de este mundo.
Ese uso nos es necesario para vivir. Dios se
contenta con las disposiciones de nuestra vo-
luntad. Si ésta conserva su independencia en
medio de las emociones del cuerpo o del espi-
ritu; si, segtin la expresidn de San Pablo, usa
de las cosas como si no usara, si ninguna im-
presion de alegria o dolor, esperanza o temor,
puede arrastrarle al olvido de sus deberes, Dios
se complace.
Otro es el caso cuando la voluntad esta es-
clava de sus impresiones naturales. San Juan
de la Cruz, indicando el camino que conduce a
la union divina, pone como puerta de entrada,
la necesidad absoluta de mortificar, sin piedad,
las cuatro pasiones de alegria y dolor, de espe-
ranza y temor que sin cesar despiertan en el
88alma sus contactos perpetuos con los bienes y
males de este mundo. Si la voluntad no hace
esfuerzos perseverantes para purificarse de es-
tas pasiones y dominarlas, se parara en el ca-
mino. El santo escribe al respecto capitulos
impactantes. Muestra las pasiones haciendo
destrozos en el alma, que esclavizan. La tortu-
ra; ciegan su juicio; la cubren de manchas; de-
bilitan sus fuerzas y la vuelven anémica. Final-
mente, la sujetan encadenada, lejos de Dios.
Asi, para llegar a ser sefior de si mismo,
para conservar la paz del coraz6n y la sereni-
dad del espiritu, en medio de todas las vicisitu-
des de la vida presente, es preciso practicar
con animo la mortificacion interior de las pa-
siones. En el momento en que éstas se despier-
tan, la voluntad, mediante un esfuerzo enérgi-
co, debe levantarse hacia Dios debe sostener
este esfuerzo, perseverando en el silencio y la
oracion, hasta que la calma vuelva a las facul-
tades intelectuales e incluso a los sentidos.
Cuando se habla de mortificacién, muchas
personas, incluso muy piadosas, piensan en las
austeridades corporales unicamente. Al no ser
siempre pecado la alegria y la tristeza, la espe-
ranza y el temor, se los cultiva sin escripulo y
sin remordimiento. Como brotan con cual-
quier ocasi6n, el espiritu y el coraz6n de cier-
tas personas parecen frecuentemente un mar
en tempestad. Se ven asaltadas dia y noche por
89mil pensamientos y sentimientos que les impi-
den toda paz interior. Y es en este estado lasti-
moso como se presentan a hacer oracidn.
Por lo demas, incluso con la mejor volun-
tad del mundo, es extremadamente dificil, ob-
tener sobre estas pasiones una victoria comple-
ta. San Juan de la Cruz, en el primer libro de
la NOCHE OSCURA, aporta una prueba cu-
riosa sobre ello. Hace el examen de conciencia
de las personas fervorosas, pasando revista a
los siete pecados capitales que pueden come-
ter, no en el orden natural, sino en el orden es-
piritual. Enumera, por ejemplo, ciertos peca-
dos de avaricia espiritual, glotoneria espiritual,
lujuria espiritual, etc. A este respecto hace des-
cripciones de grande y doloroso realismo.
Ahora bien, ninguna mortificacién activa pue-
de librar a las almas completamente de todo
ello. Maxime cuando frecuentemente no tie-
nen conciencia de esas faltas. A veces, incluso,
se las toma por virtudes.
Una conclusién se impone. La necesidad
de la intervencién de Dios para suplir nuestra
impotencia. Viene en nuestro auxilio, introdu-
ciéndonos en la noche de los sentidos, median-
te la contemplacion oscura. Ese es el motivo
principal que hace a oracion de fe tan util para
nuestros progresos espirituales. El lector lo
sabe: durante esta oracion, Dios paraliza las
facultades intelectuales y sensibles para desen-
90cadenar la accién de la voluntad sola. En ese
momento, si la voluntad acepta ese sufrimien-
to, si se acostumbra a las operaciones de la
cima de la espiritualidad, toma fuerza, se puri-
fica de sus culpas y adquiere poco a poco las
disposiciones necesarias para la unién divina.
Se hace necesario prolongar la contempla-
cion para hacerla rentable. Una oracién corta
no lograria transformarnos, unimos a Dios, si,
sobre todo nos falta Animo para practicar la
mortificacién interior.
Nos queda una condicién indispensable
para asegurar nuestros progresos. Es el aportar
un gran fervor a la oracion de fe.
Por tanto, nos hemos de persuadir ce que
la contemplacién oscura es una oracién ordi-
naria y hay que trabajar activamente en ella,
como en la meditacién y en la oracién afecti-
va. La diferencia entre esas tres oraciones ordi-
narias viene del numero y de la naturaleza de
las facultades que se aplican al trabajo de la
oracion. En la meditacion, el trabajo lo hace
principalmente el espiritu que arrastra y lleva
poco a poco el coraz6n y la voluntad a la ora-
cién. En la oracién afectiva, el papel principal
lo desempefia la sensibilidad. En la contempla-
cién, la voluntad se entrega integramente a
amar. Pero en cada una de esas oraciones es
preciso trabajar, y los éxitos son proporciona-
les a la energia de nuestro trabajo.
91Adentrémonos por la via abierta por los
santos. Oremos con su fervor. Hagamoslo fiel-
mente cada dia empleado en ello todo nuestro
tiempo disponible, y seremos escuchados.
Capitulo 23
LA ORACION DE FE
Y LOS PECADOS
Los progresos de la oracion se traducen en
progresos de las virtudes. Con todo, la contem-
placién, aunque sea habitual, no nos hace im-
pecables. Es imposible que un alma de oracion
viva con el habito del pecado mortal. Pero no
esta al abrigo de las faltas aisladas, incluso de
las graves. Una negligencia, una sorpresa, un
momento de temeridad durante el cual se ex-
pone, bajo falsos pretextos, a ocasiones peli-
grosas, una fuerte tentacién del demonio, pue-
den causar a veces caidas lamentables.
Pero hay un hecho consolador que deberia
bastar para vincularnos a la oracién y no
abandonarla nunca. Si la oracién no nos impi-
de el caer, nos ayuda a levantarnos rapidamen-
te. Asi detiene las consecuencias de nuestras
caidas. Y por muy malignos que sean los peca-
dos en si mismos, lo son mas todavia en sus
92consecuencias, cuando producen la tristeza, el
desdnimo y a veces la desesperanza. Asi un pe-
cado grave conduce a otros muchos.
Pero los que se entregan a la oracion se ven
preservados de esa triste desgracia. Tienen el
habito de corresponder fielmente a la gracia de
la oracién. Dios no retira esta gracia a los que
caen en pecado. Asi, pues, cuando después de
su caida, el alma vuelve en si, se siente inclina-
da a orar, y conforme a su habito, al mostrarse
docil a la inspiracién de Dios, se levanta rapi-
damente por la contricién. Se apresura a con-
fesarse y a veces saca bien del mal, y transfor-
ma el veneno en remedio.
Pues la causa principal de nuestros jpecados
es nuestro orgullo. Nos fiamos demasiado de
nosotros mismos y poco de Dios. Esto nos
pierde. Para acabar con el orgullo hay que
aceptar las humillaciones, sin murmurar, con-
fesando que se han merecido. De entre todas
las humillaciones, las mas crueles para el amor
propio son los pecados. Asi se experirnentara
lo que escribe San Pablo: «En todas las cosas
interviene Dios para el bien de los que le
aman» (Rom. 8,28). S. Agustin aflade: «Todo,
incluso los pecados coopera al bien de los ele-
gidos».
Tratemos ahora una cuestion mas delicada,
la de las mil pequefias faltas, cometidas por la
debilidad de nuestra naturaleza, sin ninguna
93malicia de la voluntad. Se deplora esas faltas y
se daria lo que fuera por evitarlas. Cientos de
veces se hacen propésitos al respecto, pero se
vuelve a caer sin cesar.
Muchas personas, poco instruidas en los te-
mas de oracién y vida interior, se desorientan
y desaniman en exceso por esas faltas. El error
esta en exagerar su importancia y querer com-
batir esas debilidades como se debe combatir
los verdaderos pecados. El método que hay
que seguir es diferente. Ante actos importan-
tes, visibles y palpables, hay que tomar resolu-
ciones precisas, determinadas.
Pero la situacion no es la misma en faltas
minimas de las cuales hablamos. Santo Tomas
de Aquino compara esas faltas veniales a las
gotas de la Iluvia. Os volvéis a la izquierda
para evitar las gotas de agua que caen a la de-
recha; pero durante ese tiempo se es alcanzado
por las gotas que caen a la izquierda.
Creed en la omnipotencia de Dios; creed en
su misericordia infinita.
Capitulo 24
LA ORACION DE FE Y LA UNION
CON DIOS
ZEs posible Ilegara la unién divina median-
94te la oracion de fe, sin éxtasis u otras oraciones
milagrosas tan frecuentes en la vida de los san-
tos?
La cuestién no ofrece duda. Vamos a pro-
barlo.
Expliquemos primeramente lo que enten-
demos por uni6n divina. Es un estado interior
en el que el alma permanece completamente
sometida a la accién del Espiritu Santo. El
alma conserva la actividad de las potencias de
su cuerpo y su espiritu. En multitud de peque-
fos movimientos, de pequefios actos irreflexi-
vos, esas potencias conservan su espontanei-
dad. Pero en los actos reflexivos que pueden
originar mérito o demérito, el alma ha tomado
tal hdbito de solicitar el auxilio de la gracia y
de adecuarse décilmente a los impulsos del Es-
piritu Santo, que termina por obrar en colabo-
raci6n permanente con Dios. Asi puede decir
con San Pablo: «Vivo, pero no yo, sino que es
Cristo quien vive en mi»c (Gal. 2,20).
Este estado es la perfeccién a que se puede
llegar en este mundo. En lo interior, la perfec-
cidn es completa. Dice Santo Tomés que la
perfeccién consiste en que el corazon del hom-
bre esté totalmente vinculado, unido a Dios
(2.2. Sent. q. 86, atr. 1. in c.).
éQuién ha realizado esta unién? El amor;
no un amor pasajero, sino permanente. Por
muy ardiente que sea el amor de los extaticos,
95si no dura tras el éxtasis cesa de producirse la
union. Los éxtasis pasan pronto, por tanto es
necesario adquirir la union divina permanente,
mediante otra clase de oracioén que no pase.
Pues bien, solamente la contemplacién oscura
puede llegar a ser habitual y perseverar, en es-
tado latente, incluso después de haber cesado
de entregarse enteramente a su ejercicio.
No siempre es posible meditar. El espiritu
se agotaria en ese trabajo, y ademas ha de pen-
sar en mil cosas que le mantienen alejado de
Dios. Andlogamente, la oracion afectiva no
puede durar siempre. La sensibilidad se cansa
antes que el cerebro. Nos queda, pues, la vo-
luntad, iluminada por la cima del espiritu, es
decir la potencia espiritual con la que hacemos
la oracién de fe. Si, mediante la perseverancia
en hacer esta oracion, mediante nuestro 4nimo
para retirar nuestra voluntad de toda afeccion
natural hacia las criaturas, mediante nuestro
fervor en entregar la voluntad a Dios para que
la abrace en su amor, obtenemos el ser escu-
chados; lo hemos logrado: hemos Ilegado a la
union divina. Pues el alma, una vez abrazada
en el amor, no cesa ya de amar. El alma lleva
su amor en ella en toda las ocupaciones de la
vida y, como Dios le devuelve amor por amor,
de ahi se sigue que el Espiritu Santo no la
abandona y la dirige en toda su conducta.
Dios dijo un dia al patriarca Abraham:
96«Anda en mi presencia y se perfecto» (Gen.
17,1). Se concluye de esta palabra que la per-
feccién es el fruto de la presencia continua de
Dios en nosotros. El unico medio para vivir
constantemente en esta presencia, es e| amor.
Si es imposible pensar siempre en Dios, no lo
es el amarlo con tal fervor que el corazén no se
aparte jamds de El. Asi el ejercicio de la pre-
sencia de Dios nos lleva al amor de voluntad, y
éste a la contemplacién oscura. Por ello, no
nos extrafiamos, si los santos atribuyen igual-
mente la unidn divina y la perfeccién, ya sea al
ejercicio de la presencia de Dios, ya a la ora-
cion continua. La contemplacién nos abraza
en el amor y el amor nos mantiene unidos a
Dios mediante una oracién continua. Hay un
texto de San Buenaventura sobre la unién de
la oracién y las virtudes, citado enteramente
por San Pedro de Alcantara y reproducido por
muchos autores. Dice asi: «Si queréis soportar
con paciencia las adversidades y miserias de
esta vida, sed hombres de oracién. Si queréis
lograr el dnimo y la fuerza para vencer las ten-
taciones del enemigo, sed hombres de oracién.
Si queréis mortificar vuestra propia voluntad,
con todas sus inclinaciones, y discernir las as-
tucias y engafios de Satands, vivir en la alegria
y avanzar sin fatiga por los caminos de la peni-
tencia, alejando las moscas importunas de los
vanos pensamientos y preocupaciones, sed
97hombres de oracién. Si queréis fortalecer y
reafirmar vuestro 4nimo en los caminos de
Dios, sed hombres de oracién. En la oracién se
recibe la union y la gracia del Espiritu Santo
que ensefia todas las cosas. Aun mas, si queréis
ascender a la altura de la contemplacion... He-
mos visto y vemos cada dia un gran numero de
personas sencillas que han obtenido todos los
bienes que hemos enumerado y otros mayores
por medio de la oracién».
San Juan de la Cruz por su parte ensefia:
«El alma enamorada es alma blanda, mansa,
humilde y paciente. El alma dura en su amor
propio se endurece. Si tu en tu amor, ioh buen
Jesus!, no suavizas el alma, siempre persevera-
ra en su natural dureza». (Dichos de luz y
amor, 33-35).
Capitulo 25
LAS ORACIONES MILAGROSAS
Habiendo escogido Nuestro Sefior a Santa
Teresa para reformar el Carmelo, la singulari-
z6 ante la opinion publica, enriqueciéndola
con arrobamientos y éxtasis. Mas tarde, hacia
el final de su vida, tras haberla elevado hasta el
98matrimonio espiritual, recibiendo interiormen-
te los dones mds sublimes, desaparecieron
poco a poco sus éxtasis. Extrafidndose la San-
ta, al pedir una explicacién, el Sefior le dijo:
«Al principio, necesitabas credibilidad. Te la
he dado mediante los éxtasis, Hoy tu credibili-
dad esta asegurada, y ese medio es intitil».
Indicaci6n valiosa.
Una segunda argumentacién, tomada de
San Juan de la Cruz, nos ensefia a terner mu-
cho ese tipo de favores. Comencemos por si-
tuar esas gracias en dos categorias diferentes:
1.- Las oraciones milagrosas que pueden
permanecer misticas. Aqui el alma contintia la
contemplacion oscura de modo sobrenatural.
A veces, estas oraciones sacan al alma de las
tinieblas del misticismo y la transportan a la
claridad de las luces celestes existentes en algu-
nas verdades particulares. Es el caso de las re-
velaciones y visiones. Si la oracién permanece
mistica, no presenta peligro en si. Guarda las
ventajas inestimables de la contemplacién os-
cura. Incluso las posee en grado superior, pues
pasa de ser activa a pasiva. La accidn del espi-
ritu santo sustituye completamente a la accion
del alma, que recibe, de modo secreto y miste-
rioso, un alto conocimiento de Dios, mientras
que su corazon queda abrazado en amor.
El peligro de esta clase de oracién viene de
la manifestacion del arrobamiento a los ojos de
99los demas. No faltaran quienes acepten y vivan
impresiones profundas en ese espectaculo.
Unos se Ilenarian de admiracion, otros quiza
de envidia y mostrandose incrédulos, formula-
rian criticas malévolas o sospechas injuriosas,
etc. En el primer caso, se veria tentado de va-
nidad y de amor propio; en el segundo, se ve-
ria sometido a sufrimientos crueles. Mejor es
no verse expuesto a tales pruebas.
2.- Si la oracién milagrosa deja de ser mis-
tica, entonces se vuelve peligrosa.
San Juan de la Cruz, midiendo la gravedad
de este peligro, sabiendo las ilusiones que des-
vian a muchas almas en este punto, no duda
en tratar largamente este tema. Establece el
principio de que nunca hay que desear las vi-
siones ni las revelaciones. Va mas lejos: ensefa
la necesidad de resistirse enérgicamente ante
esa clase de favores. Si se ha tenido que acep-
tarlos, no hay que tener en cuenta lo que se ha
oido o visto. Es preciso esforzarse por olvidar,
tras haberlo contado con sencillez a un direc-
tor prudente. No se tema el ofender a Dios con
esas resistencias y olvidos, atin teniendo la cer-
teza del cardcter divino de esas visiones y reve-
laciones. Actuando asi, se agrada a Dios me-
diante una prdactica generosa de las virtudes
de la prudencia y la humildad. Teniendo la
posibilidad de reproducir nuestra imaginacion
cosas vistas u oidas, las almas cautivadas por
100las visiones y revelaciones, se exponen a equi-
vocarse por el trabajo de su memoria. habien-
do tenido verdaderamente una visién sobrena-
tural, tienen, o mejor creen tener, otras, que
son la misma, acomodada a los diversos modos
de su fantasia.
Capitulo 26
LA ORACION DE FE Y EL CULTO
A LOS SANTOS
La oracion de fe o la contemplacién oscura
no obstaculiza en nada la devocién a la Santi-
sima Virgen Maria 0 a los santos. Por el con-
trario, sirve mucho para fortalecer y desarro-
llar esas devociones importantes.
Como nos recuerda Bossuet, «los misticos
ensefian que todo objeto de fe puede ser objeto
de contemplacidn». Consiguientemente, se
puede hacer la oracidn de fe, contemplado a
Maria o los santos, Ilegando asi a amarlos y
honrarlos mejor, segtin la voluntad de Dios.
Por ejemplo, el saludo del arcangel Gabriel a
Maria,, Ilamdndola /lena de gracia. Lo cual
significa: llena de Dios; Ilena del Padre, del
Hijo y del Espiritu Santo. iPlenitud maravillo-
sa!
101Capitulo 27
éiCUAL ES LA MEJOR
DE LAS ORACIONES?
Para responder adecuadamente a esta pre-
gunta, necesitamos distinguir algunos puntos
importantes:
Primeramente, podemos considerar las ora-
ciones en si mismas, prescindiendo de la per-
sona que ora. Considerando asi las distintas
clases de oraciones, éstas se ordenan en diver-
sas categorias. Las hay publicas y privadas; vo-
cales y mentales; ordinarias y extraordinarias 0
milagrosas. Cada una de estas especies tiene su
valor intrinseco, y si las comparamos unas con
otras, veremos que su valor no es el mismo.
Pero sea cual sea el valor objetivo de una
oracién, hay que considerar practicamente la
persona que ora, ya que solo entonces la ora-
cién adquiere todo su valor real, aumentado o
disminuido por las buenas o malas disposicio-
nes de la persona que ora.
Comencemos por examinar el valor de las
oraciones consideradas éstas en si mismas.
En el primer puesto hemos de colocar las
oraciones publicas, es decir, la Misa, el Oficio
y las otras solemnidades religiosas. La Misa: El
Hijo de Dios desempefia en ella el papel prin-
cipal. Renueva de manera misteriosa y pacifica
102el sacrificio sangriento que ha ofrecido en la
cruz por la redencién del mundo. Ese mismo
sacrificio lo ofrece perpetuamente en el cielo,
en la asamblea de los angeles y los saritos, pre-
sentando al padre sus llagas sagradas. Cada
Misa es una parte de ese inmenso concierto
que se ejecuta, al mismo tiempo, en /a iglesia
triunfante y en la militante, para la gloria del
Altisimo y el bien, ya sea de las almas del pur-
gatorio, ya de los fieles que viven en la tierra.
No es posible imaginar una oracién mas bella,
sublime y eficaz. Todos los instrumentistas
cooperan a la belleza de un concierto. Cada
uno tiene su parte cooperando al culto publi-
co, y esa parte, generalmente supera el mérito
de las oraciones privadas. En consecuencia,
nada es comparable a la celebracién de la Misa
0 a la asistencia piadosa a ese augusto sacrifi-
cio.
Y guardando la debida proporcién, se ha
de decir otro tanto del Oficio.
Descendiendo algunos grados, Ilegamos las
oraciones vocales privadas, como las letanias
de los santos y de la Santisima Virgen, el rosa-
rio y las otras formulas piadosas, tan conocidas
Por los fieles. El origen de estas férmulas, debi-
das generalmente a los santos, los sentimientos
hermosos que expresan, y, sobre todo la apro-
bacidn de la Iglesia, les dan un valor singular,
que no se puede desdefiar.
103Sin embargo, por un lado, toda oracién vo-
cal es inferior a la oracién mental, porque se
pueden recitar formulas con la exterioridad de
los labios, de pura rutina, sin participacion al-
guna del espiritu y el corazon. Entonces la ora-
cién vocal pierde todo su mérito. San Agustin
compara a los ladridos de los perros las oracio-
nes de los que rezan o cantan el oficio, sin jun-
tar a su culto exterior, algun acto interior de
religion.
éCual es el valor respectivo de las oraciones
mentales, comparadas entre si, prescindiendo
del fervor de los que hacen esas oraciones? El
mérito de esas oraciones se evalua en relacion
con el mayor o menor amor de Dios que llena
nuestra alma. Ahora bien, en la meditacion se
pasa el tiempo frecuentemente en reflexionar.
Poco o nada de tiempo queda para amar. Ade-
mas, el alma se mantiene demasiado lejos de
Dios. Ama a Dios a distancia, a través de las
imagenes, de los razonamientos de su espiritu,
lo cual favorece poco el ardor de un santo
amor. En la oracion afectiva, el tiempo se con-
sagra enteramente a amar, aunque con toda la
debilidad y defectos de la sensibilidad. Por el
contrario, en la oracién de fe, el amor se hace
espiritual. La voluntad, ella sola vive y actua
en actos de adoracion, humildad, obediencia, y
abandono filial, con toda el alma. Asi, consi-
derada objetivamente, la meditacién es inferior
104que la oracion afectiva y ésta que la contem-
placion.
Continuando el examen del valor objetivo
de las oraciones mentales, nos queda por tratar
el de las oraciones sobrenaturales y milagrosas.
estas ultimas preceden a todas las otras y no
dependen de nosotros. En efecto, en toda ora-
cion se da la parte del Espiritu Santo y la nues-
tra. Evidentemente la parte del Espiritu Santo
es la mejor. La nuestra aumenta o disminuye
en mérito, segun la mayor o menor docilidad
de nuestra sintonia a los impulsos de la gracia.
Ahora bien, en las oraciones ordinarias, tene-
mos total libertad para resistir al Espiritu San-
to y de esa libertad abusamos con frecuencia.
No sucede lo mismo con las oraciones extraor-
dinarias. En ello esté precisamente su cardcter
milagroso. La accién de Dios, por encima de la
nuestra, logra el consentimiento de nuestra vo-
luntad, haciendo imposibles nuestras resisten-
cias.
éDonde comienzan las oraciones milagro-
sas? Por un lado, se podria situar a la entrada
del milagro, a la quietud completa, detenién-
dose ahi, sin llegar al rapto. En la contempla-
cién ordinaria, Dios no toca la voluntad. La
atrae hacia Si, dejando, en su estado natural, a
las facultades inferiores. Las almas muy morti-
ficadas conservan ordinariamente estas faculta-
des en paz. La contemplacién les procura, por
105tanto, facilmente una quietud completa, sin la
ayuda de una gracia extraordinaria. Sin embar-
go, sucede a estas almas, que el demonio esco-
ge el momento de sus plegarias para agitarlas y
molestarlas con recuerdos inoportunos y con
impresiones penosas 0 incluso malas. En cuan-
to a las almas no mortificadas, éstas llegan a la
oracién con las divagaciones del espiritu y las
arideces del corazon causadas por sus faltas ve-
niales. En estos dos casos, de la intervencion
del demonio o de la falta de mortificacion de
un alma, es preciso para tener una quietud
completa, una gracia que se acerca al milagro.
En efecto, Dios ayuda al alma, mediante un
acto de su misericordia infinita. Se digna
proyectar su influencia sobre las facultades in-
telectuales y sensibles, echando al demonio y
procurando para el alma una paz profunda
que ella no hubiera merecido. Dios no hace re-
flexionar al espiritu; no excita emociones vivas
en la sensibilidad. La impide solamente, man-
teniéndolas en calma, de molestar al trabajo de
amor hecho por la voluntad. La contempla-
cién se vuelve asi muy dulce y suave.
San Francisco de Sales, en el capitulo un-
décimo del libro sexto del TRATADO DEL
AMOR DE DIOS, enumera y describe diver-
sas oraciones de quietud de grado cada vez
mas elevado, que acercan al alma al éxtasis y
al rapto, sin quitarle el uso de sus facultades. la
106palabra milagro es demasiado fuerte para cali-
ficar estas oraciones de quietud. En la contem-
placién oscura, el alma conserva la posesion
de si misma, la conciencia de su estado interior
y la libertad para detenerse, dejando de hacer
oracion; por ello, dificilmente se puede em-
plear la palabra milagro. Con todo esas oracio-
nes de quietud son muy superiores a la con-
templacion ordinaria. El Espiritu Santo trabaja
ahi mds que nosotros, y, de hecho, raramente
no sucede el acortar esas oraciones, sin motivo
serio, ni el disminuir el fervor mediante resis-
tencias.
La oracion pasa a ser totalmente milagrosa,
cuando el alma no es capaz de comenzar la
oracion, ni de terminarla segun su voluntad.
Dios hace ahi casi todo, dejando al alma uni-
camente la libertad para consentir con amor a
sus operaciones sobrenaturales. El alma recibe
asi tesoros de santidad, sacando todo e] prove-
cho, sin perder el mérito de su oracion.
Nos queda por mencionar al menos las ora-
ciones ordinarias vocales y mentales, intenta-
das por la persona que las hace.
Ahora todo depende de nuestra buena vo-
luntad. La oracién mental mas perfecta, si se
hace con pereza, no vale lo que una pequefia
oracién vocal, recitada con mucho fervor.
Como nuestra buena voluntad se manifiesta en
la correspondencia a la gracia del Espiritu San-
107to, es inutil e incluso imprudente escoger una
oracion mental seguin su valor intrinseco. Por
ejemplo, no se debe decir quiero hacer la ora-
cion de fe, pues es la mas fructuosa. Ejercitarse
en esa oracién sin la llamada de la gracia es
cansarse inutilmente. Hay que ajustar siempre
la accién de nuestra alma al ritmo de la accién
del Espiritu Santo. Seguin ese impulso, debe-
mos meditar, hacer oracién afectiva, 0 con-
templar, sin tener en cuenta el valor respectivo
de esas oraciones. Es el unico modo de hacer
nuestras oraciones eficaces.
No sucede lo mismo con las oraciones vo-
cales, sobre todo con las oraciones publicas.
Podemos escogerlas perfectamente, conside-
rando su valor intrinseco e inclinarnos prefe-
rentemente por la mejor, la Santa Misa. Pero
no olvidemos que nuestras disposiciones per-
sonales deben contemplar el valor de esas ora-
ciones. Decir, oir Misa, sin devocidn, tenien-
do el espiritu y el corazon polarizados por
asuntos profanos, no nos aporta provecho al-
guno. Incluso nos podemos hacer muy culpa-
bles, al faltar al respeto a ese sacrificio adora-
ble.
Al contrario, una pequefia oracién vocal,
recitada con atencién y mucho amor de Dios
nos procurara gracias grandes, incluso gracias
de contemplacion. Santa Teresa nos aporta un
ejemplo de ello: «hacéis mucho mas con una
108palabra de cuando en cuando del Paternoster
que con decirle muchas veces apriesa» (CAMI-
NO DE PERFECCION, cap. 53, n. 9).
Capitulo 28
LAS ORACIONES IMPERFECTAS
La oracion es imperfecta cuando, alin sien-
do buena en si misma, no reune todas las con-
diciones requeridas para que sea eficaz. Los
autores, en la linea de San Basilio y Santo To-
mas, han enumerado esas condiciones. Las
principales son la humildad y la confianza.
Otra condicién muy importante es la elec-
cién juiciosa de las peticiones. Hay que dirigir-
las a Dios en el nombre de Jesucristo. Ahora
bien, como observa San Agustin, no se puede
pedir, en el nombre del Salvador, algo contra-
rio a nuestra salvaci6n (IN EVANG. JO. V,
102).
En la contemplacion, generalmente, el
orante se abstiene de formular peticiones parti-
culares. El alma suspira por Dios; aspira a es-
tar unida con Dios por el amor. Al poseer a
Dios, esta segura de poseer todos los bienes.
Por ello, no necesita especificarlos. A lo sumo,
se permite pronunciar las peticiones del Pater,
en su generalidad.
109Pero sucede a las almas contemplativas el
dirigir a Dios peticiones, fuera de sus horas de
oracion. En ese caso, han de cuidar mucho la
perfecta pureza de intencion. Si necesitan algo,
ya sea para si, ya para otras personas, han de
solicitarlo con la maxima sumisién respetuosa
al juicio de Dios. Nunca sabemos si los bienes
temporales seran utiles o dafiosos para nuestra
salvacion. En este ultimo caso, mejor es no ob-
tenerlos. Seria impertinente exigirlos de Dios,
apelando a sus promesas. El ha prometido ha-
cernos bien, pero un bien real que nos conduz-
ca al cielo.
Por ejemplo, San Pablo pide tres veces ver-
se libre de una tentacién vergonzosa. Nuestro
Sefior le responderd: «Mi gracia te basta, que
mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza»
(2 Cor. 12,9). En efecto, Jesucristo no habia di-
cho: «Orad para veros libres de la tentacion...,
sino para no caer en la tentacién» (Mc. 14,38).
Otras dos condiciones para la eficacia son
el favor del deseo y su perseverancia. Y se ne-
cesitan especialmente cuando se formula la pe-
ticién de modo absoluto, sin reserva alguna. Es
el caso de las tres primeras peticiones del Pater
e incluso de las siguientes, si no se altera su
pureza, descendiendo a detalles muy particula-
res. Antes de concedernos esas gracias, Dios
quiere hacérnoslas apreciar en su justo valor.
Si las recibiéramos demasiado aprisa, tendria-
110mos el riesgo de apreciarlas poco. Esa es la
causa de tardar en escucharnos.
La manera de reunir todas esas condiciones
de éxito, es prepararse para la oracion. El Es-
piritu Santo nos lo recomienda. El Eclesidstico
dice: «Preparad vuestra alma antes de poneros
a hacer oracién, para que no sedis como el
hombre que tienta a Dios».
Capitulo 29
LAS ORACIONES FALSAS
La oracion es falsa cuando, en lugar de
apoyarse sobre la verdad, brota de un error re-
ligioso, de una supersticién.
La oracion es falsa:
1.° Cuando se dirige a falsos dioses, en vez
de dirigirse al Dios verdadero. Lucifer trans-
portdé a Jesucristo a la cumbre de una monta-
fia, y mostrandole todos los reinos de la tierra,
se atrevié a decirle: «Te daré todo eso, si pos-
trandote ante mi, me adoras» (Mt. 4,9). Ha lo-
grado alcanzar adoraciones de multitud de
pueblos. Ahi radica la idolatria. Mediante el
miedo y la mentira, Satands doblega a los
hombres bajo su imperio.
2.° Cuando, dirigiéndose al verdadero
111Dios, se le formulan peticiones inconvenientes.
Si se quieren obtener de Dios bienes que El no
ha prometido, o que ha prometido de otro
modo, la oracién desagrada a Dios y se vue've
inutil.
Esta de moda hoy alabar la oracion de los
budistas y exaltar su moral por encima de la
oracién de la moral evangélica. Ahora bien,
los budistas oran a la manera de los quietistas.
Anhelan el reposo de la nada, se esfuerzan por
entrar en el Nirvana, es decir en la cesacién de
toda clase de actividad. 2Dénde quedan aqui el
amor de Dios y el trabajo de la voluntad para
servirle, 0 para parecerse a El y para merecer
el unirnos un dia con El?
Fuera del cristianismo, por ninguna parte
aparece la oracién siguiendo a Santa Teresa,
como «tratar de amistad, esperando muchas
veces a solas con quien sabemos nos ama» (LI-
BRO DE LA VIDA, cap. VIII).
112Capitulo 30
EL MEDIO MAS EFICAZ DE GANAR
PARA DIOS A LAS ALMAS QUE NO
TIENEN FE, ES LLEVARLAS A ORAR
EN LA SENCILLEZ DEL ESPIRITU
QUE CARACTERIZA A LA ORACION
DE FE
Podemos clasificar las personas que care-
cen de fe en dos clases diferentes: Las que nun-
ca la tuvieron y las que la han perdido. éQué
hacer para ganar esas almas para Dios?
La fe es indispensable para agradar a Dios.
Esto y el obtener las misericordias de Dios se
reduce a dos verdades. Primero, su existencia.
Segundo, su bondad.
En un alma completamente ignorante de
toda revelacién, pero tocada por el sentimien-
to de la existencia de Dios y de su bondad, de-
seando escucharlo, decidida a creer, hay un
acto que contiene un comienzo de fe verdade-
ra; aunque privada todavia del conocimiento
de las verdades reveladas. Pero las acepta en
bloque, antes de asumirlas en detalle. Las
acepta por la autoridad de Dios en quien espe-
ra.
éQué oracién podra hacer un infiel reduci-
do a ese estado de espiritu? Por supuesto, su
oracion estard muy lejos de la contemplacién
113del catdlico, que obtiene una fuerza grande
para amar a Dios en el recuerdo general de las
verdades reveladas. Sin embargo, se puede de-
cir que se trata de una contemplacién oscura
de la bondad de Dios.
Habra quien se extrafie de que llamemos
contemplacion a esa oracién de un infiel. Pero
no intentamos ponerla al nivel de la contem-
placion del catolico. Existe una distancia infi-
nita entre las dos. la primera es rudimentaria y
uniforme; la segunda es perfecta. mediante la
primera, el infiel llega a la fe y se prepara para
creer humildemente las verdades reveladas,
cuando le sean ensefiadas. En la segunda, se
captan todas esas verdades de modo eminente;
se las admira en su conjunto, saboredndolas.
Tras haber sido instruido en la revelacién, el
infiel abandonara su oracién de fe inicial para
meditar las verdades reveladas; en tanto que el
catdlico, por el contrario, se eleva desde la me-
ditacion de esas verdades hasta la contempla-
cién oscura. Consiguientemente, el infiel no es
un contemplativo. Mientras no salga de las ti-
nieblas de la infidelidad, su oracion no consti-
tuye un estado mistico para elevarse a la union
divina.
A pesar de todas esas diferencias, la manera
de orar del infiel no es una meditacién, sino
una contemplacion oscura de Dios, considera-
do en su existencia y su bondad. Entre esas dos
114contemplaciones del catdlico y el infiel, tan
distantes la una de la otra, existen algunos ca-
racteres comunes, la ausencia de razonamien-
tos, ausencia de reflexiones particulares; la ad-
hesion del espiritu y del corazén a las verdades
divinas, aceptadas en su conjunto, de modo ge-
neral y oscuro. Esta adhesion, en el infiel, se
produce por la gracia de la oracién, concedida
directamente por Dios a la pureza del corazon
de ese hombre.
Nuestro Sefior dice a sus discipulos: «Si no
os hacéis como nifios, no entraréis en el Reino
de los Cielos» (Mt. 18,3). A Nicodemo le de-
cia: «El que no nazca de lo alto, no puede ver
el Reino de Dios» (Jn. 3,3).
Por la oracion de la fe, incluso si es inicial,
imperfecta y rudimentaria, como la pueden in-
tentar hacer los infieles e incrédulos, el cora-
zon se ve llevado a esa sencillez de los nifios.
Se cumple el consejo del Espiritu Santo para
los que viven lejos de Dios y sienten la necesi-
dad de volver a El: «Pensad rectamente del Se-
fior y buscadle con sencillez de corazén. Por-
que se deja hallar por los que no le tientan, se
manifiesta a los que no desconfian de El» (Sa-
biduria, 1,1-3).
Asi, nuestro gran enemigo es el orgullo de
nuestro espiritu. Seamos humildes como los
pequefiuelos.
Asi se llega a orar con sencillez. La senci-
115llez de esta oracidn fortalece la fe del cristiano
y puede hacer recuperarla a los que la habian
perdido.
Capitulo 31
EPI{LOGO.
LA ORACION ES UNA CIENCIA
Veamos lo que San Juan de la Cruz nos en-
sefia sobre la obligacién de conocer la ciencia
de la oracion y sobre las pesadas consecuencias
de ignorar una materia tan grave: «Es lastima
ver muchas almas a quien Dios da talento y fa-
vor para pasar adelante, que, si ellas quisiesen
animarse, llegarian a este alto estado, y qué-
danse en un bajo modo de trato con Dios, por
no querer, o no saber, 0 no las encamina y en-
sefia a desasirse de aquellos principios. Y ya
que, en fin, Nuestro Sefior las favorezca tanto,
que sin eso y sin esotro las haga pasar, llegan
muy tarde y con mas trabajo, y con menos me-
recimiento, por no haber acomodadose ellas a
Dios, dejandose poner libremente en el puro y
cierto camino de la union... Hay almas que en
vez de dejarse a Dios y ayudarse, antes estor-
ban a Dios por su indiscreto obrar 0 repugnas»
(SUBIDA DEL MONTE CARMELO, prolo-
116go, n. 3). «Hay otras (almas) que es lastima que
trabajan y se fatigan mucho, y vuelven atras, y
ponen el fruto del aprovechar en lo que no
aprovecha, sino antes estorba, y otras que son
descanso y quietud van aprovechando raucho.
Hay otras que, con los mismos regalos y mer-
cedes que Dios les hace para caminar adelante,
se embarazan y estorban y no van adelante»
(Ib., n. 7).
éDénde buscar la ciencia de la oracién?
Evidentemente, en la escuela de los santos.
Ellos saben perfectamente lo que dicen, por
haberlo practicado.
En los escritos de los santos hay un calor
comunicativo que caldea las almas y las abraza
en el deseo de la santidad. Es un hecho de ex-
periencia que se observa facilmente.
Entre las obras misticas, las mas importan-
tes son las de San Juan de la Cruz. Captando
bien la doctrina expuesta por San Juan de la
Cruz, se sabe lo esencial. Se leera, por supues-
to, con provecho las obras espirituales de otros
santos. Pero si no se dispusiera de tiempo, ni
de medios, bastaria con San Juan de la Cruz,
sin graves inconvenientes.
Para concluir, digamos que la lista de los
buenos autores es providencialmente muy lar-
ga.
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, 6Cap.
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SYror FS
INDICE
Definicidn de la oracién .........
Necesidad de la oracion..........
La oraciOn es una gracia .........
Como aumenta en las almas la gra-
cia de la oraciOn ................
La gracia de la oracidén no se co-
munica a las almas del mismo
MOD lisse ces leeele di gawliews
Sobre la oracién de meditacion ...
Los peligros del espiritu en la me-
ditacidm i..ss sce ka ebb velndty. ok
Sobre la oracién afectiva
Sobre la oracién de fe ...........
Diversos nombres de la oracién de
FE i vttoweeicran nen ob LL Ee
Explicaciones necesarias .........
La oracion de fe y la teologia misti-
3
7
10
13
14
1931.
120
La oracién de fe es una gracia co-
TUN ceisavesanns eeaeens ceRens
La ignorancia de la verdad expues-
ta en el capitulo precedente es muy
PANOBR oi saxcicearcceanewasvseue
Objecion y respuesta ............
Seguridad de la oracion de fe .....
Los actos en la oracion de fe......
El primer acto de la oracion de fe .
Otros actos de la oracion de fe ....
La caridad en la oracion de fe ....
La practica de la oracion de fe ....
Los progresos de la oracion de fe . .
La oracion de fe y los pecados ....
La oracién de fe y la union con
DOS.) pitti oaie gis GL 2 aleve bE
Las oraciones milagrosas .........
La oracién de fe y el culto a los
BANOS) hs. wins bltie BAe on a oats ers
éCual es la mejor de las oraciones?
Las oraciones imperfectas ........
Las oraciones falsas».............
El medio mas eficaz de ganar para
Dios a las almas que no tienen fe,
es llevarlas a orar en la sencillez
del espiritu que caracteriza a la
oracion de fe ..............2.00.
Epilogo. La oracidn es una ciencia
111