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40 LA MODERACION den laa estataas de los ioses” (x, 19). En otra parte explica esto sis a fondo: “La libertad misma les ha parecido insoportable a pue~ bblos que no estaban acostumbracios a gozar de ella. Es lo mismo que ‘ocurre cuando tn aire puro a veces resulta nocivo a quienes hen vi= ‘vido en los palses pantanosos” (x1x, 2). Se observer que Montes- quiew no dice: no hay diferencia entre tirafa y Ubertad, entre el aire puro y el de las cignegas; infeamente dice que en clertas citcunstan= cias se 8 insensible a estas diferencias y, en consecuencia, es preciso temperar los absolutes. De otra manera, las medidas neutras, o in- cluso buenas, van a ser peccibidas como nocivas o ticfnicss, “cuan~ do quienes gobiernan establecen cosas que chocan con la manera de pensar de tna nacién” (xix, 3). Esta postura, que consiste en rechazar la simplicidad de los siste~ ‘mas monoliticos, ha suscitado, por su misma dificeltad, el mayor ni- mero de reticencias, Los contemporineos de Montesquieu no apte- iaron su libro; los nuestros, no lo han lefdo. Por lo demés, él no se hacia ilusionés en cuanto al juicio de sus lectores: “He corrido la suerte de todas las personas moderadas”, escribia en una catta (al mar gués de Stainville, del 27 de marzo de 1750), y me enctentro en la situacién de las personas nestras que el gran Cosme de Médicis com- paraba con las que viven en el segundo piso de los edificios y a quie~ nes incomoda el muido de arriba y el humo que viene de abzjo."” Tz VETAU ToaoRoy NosoTha y Los oréos - Refieviowes sages Os ethos: LA pivERgsi dad BUMAWS A vivees b4p NUMAN Retico, Soha eer, 1994 UN HUMANISMO BIEN TEMPERADO Detengo aqui Is lectura de los otros y tomo, a mi ver, la palabra. No es que hasta ahora me heya callado: 2 todo lo largo de este libro he tratado de debatic cuestiones que han sacado a zeluci otros, en fa vor, 0 en conta de ellos, segin el caso. He querido saber no sola~ rente Jo que afirmaban, sino igualmente si estas afirmaciones eran jjustas; en consecuencis, constantemente he tenido que tomar una pos- tura. Y, sin embargo, mi lector quizé haya experimentado alguna iri- tacién (6 cansancio) ante mi reticencia a exponer de manera sisterns- ‘ica mis opiniones sobre los ssuntos que sc han abordado, No podia hacerlo, en primer lugar, porque no los conocia todos de antemano, ni mucho menos: Jos he descubierto durante mi busqueda de la ver~ dad, con y contra mis autores; cierto es que soy yo quien ha hecho este libro; pero, en otro sentido de la-palabra, es él el que me ha he- cho a mi. Otra de las razones es que yo prefiero la bisqueda de la verdad antes que la posesién de ella, y que deseo que mi lector parti- cipe de esta preferencia; estimo, por demés, toda opinién que se sus- cita a medida que transcutre el didlogo. Este libro entero estéahf para ilustrar est idea. Si bien en este momento ‘‘tomo la palabra” unila- teraliente, no es porque haya cambiado de idea a este respecto} es porque he llegado al final de una trayectoria (que ha durado vatios, ios) y éxpetimento una especie de deber en el sentido de decitle al lector dénde me encuentro y qué es lo que pienso de mi viaje. An= tes que de conclusiones definitivas, se trata de un final provisional de mi investigaci6n, de una simple declaracién sobre el lugar en. que ‘me encuentro, Tengo la esperanza de que otros puedan sacar, de este mismo recortido, contlusiones que por el momento se me escapan. Regresemos, pues, tomando ahora un poco de distancia respecto de la historia del pensamiento, alas grandes cuestiones que se deba- ten en este libro, Noses y los otros, deca yo: yeémo puede, cémo debe uno comportarse respecto de aquellos que no pertenecen ala ‘misma comunidad que nosotros? La primera leccién aprendida con- siste en la renuncia a fandar nuestros razonamientos sobre una dis tincién como ésa. Y sin embargo, los seres humanos lo han hecho desde siempre, cambiendo solamente el objeto de su elogio. Siguiendo fa “regla de Herodoto”, se han juzgado come los mejores del mun- [631] do, y han estimado que los otros son buenos o malos, segtin se ha- len més 0 menos alejados de ellos. Y a la inversa, sirvigndose de la “regla de Homero”, han llegado a la conclusion de que los pueblos rs alejados son los mas flices y admirables, en tanto que entre sf mismos no han visto més que la decadencia, Pero en ambos casos se trata de un espejismo, de una ilusién de éptica: “nosotros” no so- mos necesariamente buenos, y los “‘otros” tampoco: Io tinico que se puede decir a este respecto es que la apertura hacia los otros, la negativa a rechazarlos sin un examen previo es, en todo ser hums- no, una cualidad, La separacién que cuenta, sugerfa Chateaubriand, es la que hay entre los buenos y los malvados, y no la que existe entre nosotros y los otros; por lo que toca a las sociedades pasticula~ res, en éstas se shezclan el bien y el mal (certo, en proporciones que ro son iguales). En lugar del juicio ficil, fandado en la distinei6n puramente relativa entre aquellos que pertenecen a mi grupo y aque- los que no forman parte de #1, debe advenir un juicio que se funda mente en principios éticos. Esta primera conclusiGn hace salir a relucir, a su ver, dos grandes problemas: zeudl es el significado de nuestra pertenencia a una cO- munidad? y, zc6mo legitimar nuestros juicios? 1. Los seres humanos no son solamente individuos que pertenecen 11a misma especie; forman tambign parte de colectividades especiti- cas y diversas, en el seno de las cuales nacen y actian. La colectivi- dad més poderosa de nuestros dias es la que se denomina una na- ign, es decir, la coincidencia mis o menos perfecta (pero nunca total) centre un Estado y una cultura, Pertenecer a la humanidad no es lo mismo que pertenecer a una nacién el hombre no ¢s el ciudadano, decfa Rousseau— e, incluso entre estos dos espectos hay un conflic- to latente que puede llegar a hacerse abierto el dfa en que nos vea- mos obligados a elegir entre los valores de la primera-y los de la se~ gunda. E] hombre, en este sentido de la palabrs, es juzgado a partir de principios éticos; en cambio, el comportamiento del ciudadano proviene de una perspectiva politica. No se puede eliminar ninguno de estos dos aspectos de la vida humana, de la misma manera que no se puede reducir el uno al otro: més vale estar consciente de esta, Gualidad que a veges resulta trégica. Al mismo’ tiempo, su separa cin radicals connamiento + exferas que jamfa se cormanieen cae tre si, puede ser igualmente desastroso: testimonio de ello lo es Toc queville que predica la motal en sus obras flos6ficas y eruditas y preconiza el extérminio de los indigenas en sus discursos politicos. UN HUMANISMO BIEN TEMPERADO: 433 La ética no es la politica, pero Ia primera puede elevar barreras que Ja politica no va a tener el derecho de franquear; pertenecer a la hu- manidad no nos dispensa del hecho de pertenecer' una nacién, Jo tino no puede sustitur 210 otro, pero los sentimientos humanos deben poder contener a la razén de Estado. ero también se dice con frecuencia: yo amo més a mis hijos que ‘2 los de mi vecino; he ahi un sentimiento bien natural y por el cual no hay ninguna razén de avergonzarse. JNo es entonces igualmente natural prefetir a mis compatriotas antes que a los extranjeros, re~ servatles un tratamiento preferencial? {No es natural someter el hom= bre al ciudadano, y la ética a la politica? Un razonamiento de esta indole descansa en una doble confusién, La primera es de orden psi- colégico: consiste en transférir, por analogés, las propiedades de la familia a la nacién, Ahora bien, entre estas dos entidades hay una solugién de continuidad, La familia asegura la interaccién inmediata con otros seres hurnanos; su principio se puede extender, en el limi- te, al conjunto de las personas que conocemes, pero no mis all, La nacién es uns abstraccién, ‘de Ia cual se tlene tan poca experiencia inmediate como respecto de la humanidad. La segunda confusion es de orden ético: no es a catisa de que una cosa sea, que debe ser. Por o demés, el individuo hace muy bien la correccién por cuenta pro- ‘pia, y no confunde él amor con la justicia: ama a su hijo més que al del vecino, pero cuando ambos se encuentran en su casa les da partes iguales del pastel. ¥, después de todo, la piedad no es menos natural que el egofsmo. Es propio del sex humano ver més allé de su interés, 'y e5.2 causa de ello que existe el sentimiento ético; la ética cristina, al igual que la republicans, no hacen més que precisar y ordenar sis- teméticamente este sentimiento. La “preferencia nacional” no se fan- damenta més en los hechos que en los valores. Pero, entonces, gqué es una nacién? A esta pregunta se han dado rumerosas tespucstas que se pueden dividir en dos grandes grupos. Por un lado, se construye la idea-de naci6n segtin el modelo de la raza: es una comunidad de ‘sangre”, es decir, uma entidad biol6gica sobre le cual el individuo no ejerce ninguna influencia, Se nace fran és, aleman 0 ruso, y se sigue siéndolo hasta el fin de la vida de uno. En consecuendia, son los muertos quienes deciden por los vivos, como ~ lo decfan Barés y Le Bon, y el presente del individu queda deter minado por el pasado del grupo. Las naciones son bloques imper~ eables el pensamiento, los juicios, los sentimientos, todos ellos son istintos en una nacign y en otra, Por otro lado, la pertenencia a una nacién es pensada segiin el modelo del contrato. Algunos individuos, 4 LaMopERACION decfa Siey’s deciden un dio Sundar wna nacton: y se juega una mala pasado, De rmacera ms seria, se arma que pertonccer una nacién 5, ante rodo, wn aeta de volunted, es susceibirse al cempromiso de ‘vit junto con ottos adoprenda neglas comanes y, por ende, pen~ sando en un future comén, Todo opone a estos dos canceptes de nacién come raza y nacion ‘como contrato: [a uma es sica y Ia otts moral fa uma ratural, Je otra artificial; una vuelve fa vista ha ia otra hacia el porve~ nr; una ¢scletermrinismo, ls oes libertad, Alora bien, no es fic ex coger: todo cl mundo puede ver intuitivamente que tanto una como tea contienen cierta verdad y numerosos clvides, Peto coéme re- conciliat dos conerarios? B] intents mis famoso por hacerlo, que es cl de Renan, resulta un fracasor uno no se paede contyntar con, tar dos “criterios", une a continuacién del otro, cuando el segundo anula st primero, ‘Sin embargo, Ia antinomia de las dos “‘naciones” puede ser supe~ ‘ada si aceptamos pensar en la nacién como cultura. Del mismo modo que In “raza”, Ja cultura es anterior. preexiste, al individuo, y no se puede cambiar de cultura de un dia pare otro (a la manera que se cambia de ciudadania mediante un acto de naturalizacién). Pero la cultura tiene también rasgos comunes con el contrato: no ¢s innata, sino adquirida; y. por mis que esta adquisicién sea lenta, a fin de cuentas depende de Ia voluntad del individuo y puede provenir de Ia educacién, En qué consiste su aprendizaje? En un dominio de la lengua, ante todo: en familiarizarse com la historia del pafs, con sus. paisajes, con las costumbres de su poblaciGn nativa regidas por mil cédigos invisibles (evidentemente, no hay que identifica a a calta- 12 con [6 que se encuentra en los libros). Un aprendizaje de esta n= dole lleva largos afios, y el niimero de culturas que se pueden cono- cer a fondo es muy restringido; pero no hay necesidad de haber nacido en ellas para hacerlo: nada significa la sangre, tampoco significen nada los genes. Por lo,demis, no todos aquellos que tiener. a ciudadanta pot nacimiento posgen obligadamente ls cultura de su pais: se puede fer francés de pura cepa y, sin embargo, no participaren la comuni~ dad culeural La interpretaci6n de la nacién como cultura (que dene su origen ‘en Montesquieu) permite presorvat los granos de verdad g ptesentes en el concepto de nacién como contrato ¢ como (en tanto que estas tilkimas concepciones son posteticres a Montes- quien). Permite, al mismo tiempo, soslayar la antinomia del hombre y el ciudadano: aqui, no hay otro camino hacia lo universal, més que LUN HUMANIGMO BIEN TEMPERADO 435 el que pasa por lo particulary, solamente aque! que domina upa eal= tura especitica tiene oportunided de ser entendido por el mundo en tero. Hay que precisar, sin embargo, que la cultura no es necesaris~ mente.nacional (incluso, no lo es mis que excepcionalmente): para empezar, 5 lo propio de la regién o inchiso de entidades gcografi~ cas menores; también puede pertenecer a una caps de la poblacién, con exclusién de los demés grapos del mismo pats; y también puede incluir a un grupo de paises. Una cosa es cierta: el dominio de uns cultura, porlo menos, es indispensable para el lorecimiento de todo individuo; Ia aculturacién es posible, y con frecuencia benéfica; pero J desculeuracién es una amenaza. De la misma manera que no hay que avergonzarse de amar mas a los de uno que a los otros, sin que esto lleve a practicar Ia injusticia, tampoco hay que tener vergiienza de tenerle apego a una lengus, a un paisa, « una costumbre: es en esto en Ib que se es humano. 4H. gQué sucede entorices con la legitimidad de muestros juicios, y cémo zanjar el conflico entre lo universal y lo particular? Seria c6= modo partir aqui de una cierta opinién, comin en nuestros dias, y que se podria resumir asf. Con cl transcurso de los afios, se ha visto que la pretensién universalista no es mas que la mascara que se pone el etnocentrismo, Por esta razén, la ideologie tniversalista es res- ponsable de acontecimientos que figuran entre los mas negros de la historia europea reciente, a saber, las conquistas coloniales. Bajo el ptetexto de extender “la” civilizaciOn (valor universal, silo hay), al- {gunos pafses de Europa occidental se apoderaron de las riquevas de todos los demas y explotaron 2 numerosos pueblos lejanos, para su provecho. El universalismo es el imperialismo. Pero no solo es all, a fin de cuentas, donde se pueden observat los estragos causados por esta ideologfa: en el interior mismo de los estados se ha aplastado laheterogencidad en nombre de estos mismos ideales (Seudo)univet- sales. Por ello, ya es hora de olvidar las pretensiones universales'y de reconocer que todos los juicios son relativos: a una época, 2 uh lugar, a un contexto. No hay necesidad de confundic este relativis- mo con el nihilismo, ni con el cinismo (el rechazo de todo valod); agus, los valores son tecomocidos, pero su extensin es limitada, El bien de hoy no es el de ayer, y cada quien es bérbaro a los ojos de su vecino: sepamos sacar las conclusiones que se imponcn a partir de estas evidencias. Este discurso familiar, que tiene variantes inés especificas, contie~ nne una serie de aproximaciones, de simplificaciones y de inexactitu- 436 LA MODERACION des que pueden llevar, con las mejores intenciones del mundo, a con- clusiones inaceptables. Asi, pues, si se quiere llegar a una panorémica ris satisfacoria (sin por ello renunciar a la condena del colonialis~ mao), es pretiso desenmarafiar, uno por uno, estos alegatos. ara empezar, es inadmisible afirmar que el universalismo es necesa- rlemente un emocentrismo —de la misma forma que ¢ra inadmisible representat a los seres humanos como incapaces de elevarse jamés por encima de su interés personal. Una tal afirmacién uleradecermi- nista, que implica la imposibilidad de distinguir entreo que es y lo {que debe ser, conduce al absurdo. Pero es igualmente falso, en un plano histérico y ya no te6rico, que el imperialismo colonial estéin- trinsecamente vinculado con la ideologla universalista. Ya se ha vis to en las paginas precedentes: la politica colonial esti dispuesta 3 ha~ cet fuego con todo tipo de lefa, se sieve indiferentemente de todas Jas ideologias que se presentan, tanto del universalismo como del re~ lativismo, ora del cristianismo y ora del anticlericalismo, del nacio- nalismo 0 del racismo; en este plano, las ideologias no nos din el miévil de las acciones, sino justificaciones agregadas a pasterior, dis cursos de autolegitimaci6n que no hay que tomar al pie de la letra. Sila ideologia universalista se encontrase con mis frecuencia que les otras, esto no serfa mas que testimonio de una cose, 2 saber, que su prestigio ha sido mayor que el de las dems. La ideologia como m6- vil (y ya no como mascara, como adorno que se agreg6 « posterior!) «es, como se ha visto, una cosa dishinta sc trata del nacionalismo, que, por lo dems, ¢s el responsable de las ottas guerras que se llevaron 2 cibo en ess misma épocs, entre los propios pafses eutopeos. En segundo lugar, no os cierto que la perversiGn etnocentrsta sea la tinica y, ni siquiera, la més peligrosa de las perversiones del uni versalismo. Como se ha podido comprobar, el proyecto universal corre el riesgo de suftir dos tipos de desviaci6n, la una “aubjetiva”, y la otra “objetiva”. Dentro del etnocentrismo, el sujeto identifica, ingenua o pérfidamenté, sus valores propios con los valores; proyec- ta las caracterfsticas propias de su grupo, sobre un instrumento de tinado a la universalidad, Dentro del cientificisimo, por el contrario, encontramos los valores fuera de nosotros, en el mundo objetivo 0, iis bien, confiamos a la ciencia la tarea de encontrarlos, El afin cien- tificista no produce necesariamente resultados etnocéntricos; muy al contrario, habitualmente se pone en marcha para restringir el avan~ ce de la sociedad, incluso de aquella donde tiene lugar. Ahora'bien, cl cientificismo, hoy, es mis peligroso que el etnocentrismo, aunque no sea més que por Ia razén de que nadie, o casi nadie, tiene a orgu- [UN HUMANISMO BIEN TEMPERADO 47 lo lamnarse etncentrista (podemos imaginar el desewmascaramiento de tun etnocentrista), en tanto que recurrir ala ciencia equivale 2 apo- yyarse en uno de los valores mis seguros que existen en nuestra so= ‘iedad. Para ver que este peligro no es meramente potencial, baste con recordar que los dos regimenes mis mortiferos de la historia re- ciente, el de Stalin y el de Hitler, se han apoyado, ambos, en una ideologia cientifica, y se han justificado por recurrir a una ciencia (a historia o la Biologia). En tercer lugar, el relativismo, que se presenta como una sohi= ci6n milagrosa para nuestros problemas, en reslidad no lo es; ahora bien, gde qué sitve evitar a Caribdis, si es para caer en la boca de Escila? No es necesario encerrarse en und alternativa tan estéril: et= nocentrismo e relativismo. Esta tltima doctrina es tan indefendible ‘en el plano de la coherencia l6gica como en el de los contenidos. Bl relativista se ve constantemente inducido a contradecirse, puesto que presenta su docttina como una verdad absoluta y, eg consecuencia, ‘cause de su mismo gesto, niega lo que esté en proceso de afirmar. Ademés, y esto es mis grave, el relativismo conspcuente renunicia 4 la unidad de la especie humana, lo cual es un péstulado aiin més peligroso que el etnocentrismo ingenuo de algunos colonizadores. La ausencia de unidad permite la exclusién, la cual puede llevar al exterminio, Por afadidura el relativsta, incluso e! moderado, no pue~ de denunciar ninguna injusticia, ningune violencia, por temor a que éstas formen parte de una tradiciOn cualquiera, distintaa le suya: ni la excisibn, ni los sucrificios humanos, merecen ser reprobados; por Jo tanto, se podria decir que los propios campos de concentracién pertenecen, en un momento dado de la historia rusa o alemana, a la tradicién nacional. La situacién no es mucho mejor en el caso de ‘esas formas particulates de relativismo que son el nacionalismo y el exotismo. La opinién comin concerniente a los juicios universales y relati~ ‘vos, no es, pues, satisfactoria. Pero, zcon qué la debemos remplazar? {Cémo podemos alejar, simulténeamente los peligros del universa- lismo pervertido (del etnocentrismo, al igual que del cientificismo) y los del relativismo? No podremos hacerlo més que si logramos dar tun nuevo sentido a la exigencia universalista. Es posible defender tun nuevo humanismo siempre y cuando se tome la precaucién de evitar las trampas en las que a veces cay6 Is doctrina del mismo nom- bre en.el curso de los sigios pasados. Podria resultar itil hablar, a ‘este respecto, y para marcar bien Is diferencia, de un humanism crt, El primer aspecto sobre el cual es preciso insistir es que este hu- 28 LA MODERACION ‘manismo no s¢ presenta como una nueva hipétesis sobre Ia “natura leza humana”, y atin menos como un proyecto de unificacién det Bro umao en o interior, de un slo Estado. Me he visto ob gado a cmplear, a pfopésito de Lévi-Strauss, Ia expresign “univer- salismo de trayectoria”, refiriéndome con ela, no al contenido fijo de una teorfa del Rombre, sino a la necesidad de postular un hori zonte comin 4 Jos intelocutores en un debate, si se quiere que este ‘ltimo sirva para algo. Los rasgos tniversales, en eftcto, provienen, 1no del. mundo empirico, objeto de la observacién, sino del avance snismo del espititu humano, Esta es la raz6n por la cual se equivo- can, tanto aquellos que, como Buffon, erigen los raigos de una cul- tara en norma universal (on salvajes porque se pintan las cejas de azul), como quienes, ala manera de Montaigne, rechazan tods uni~ vversalidad presentando ejemplos contradiczorios. Cuando Rousseau propone que se considere la piedad como el fundamento natural de las vireudes sociales, no ignora que existen hombres inmisericordes. La universalidad es un instrumento de andlisis, un principio regula~ dor que permite le conftontacién fecunda de las diferencias y su con tenido no se puede Gjar: siempre esté syjeta a revision. Lo propiamente humano, uo es, evidentemente, tal 0 cual rasgo de la cultura. Los seres hmmanos se ven influids por el contexto den- txo del cual vienen al mundo, y este contexto varia en el tiempo y en el espacio, Lo que todo ser humano tiene en comin con todos los dems es la capacidad de rechazar estas detezminaciones; en tér- minos més solemnes, se ditd que la libertad es el rasgo distintivo de la especie humana, Cierto es que mi medio me empuja a reproducit los comportamientos que en él se valoran; pero existe también la po- sibilidad de que me separe de €l, y esto es lo esencial. Y¥ que no se ‘me diga que, al rechazar una dererminacion (al negatmac a proceder conforme al gusto de mi medio, por elemple), eaigo necesatiamente bajo el azote de otra (me someto alas ideas recibidas de otro medio). suponiendo, incluso, que esto sea cierto, el gesto de la sepatacién conserva todo su sentido, Esto es lo que querfan decir Montesquieu, quien veia la especificidad del-género humano en a hecho de que los hotnbtes:no siempre obedecen sus leyes, y Rousseau, para quien la perfectbilidad exa la caracteristica primordial de Ia condicién hu- mana: no tal o cual cualidad, pues, sino la capacidad de adquirirlas todas, La lengua francesa no es universal, por ms que le pese a Ri- varol; pero sf lo es la aptitud para aprender idiomas, Si se entiende la universalidad de esta manera, st prohfbe todo deslizamiento del universalismo hacia el emnocentrismo o el cientifi~ { UN HUMANISM BIEN TEMDERATION 139 cismo (puesto que se rechaza erigir en norma wn contenu cualguie 12), sin por ello caer en los defectos del relacivismo que renuncis 2 103 juicios, 0, en todo caso, 2 los jucios transculeueales. Es, en efo 10, le propia universalidad, fa que nos permite ol acceso absolutes, Lo quc ¢s universal es mvestea pertenenicia a la misma e pecids esto és poco, pero busta paea poder fundamentar nuestros jui~ ‘ios. Un deseo es legitimo si se puede convertir en el de todos, decta Montesquieu; y Rousseau lo expresuba asi: wi interés es canco an cequitativo, cuanto mas general; la justia no es mis que otro de los nombres que se dan esta manera de tomar en consideracién af gé- nero humano por entero, Bste principio fandudor de la étics va completado por el gran principio politieo, segin percibis igualmen ‘Montesquieu: la unidad del género humana tiene que ser reconoci~ da, pero también tiene que scrlo Ia heteroyencidad del cuerpo social Entonges resulta posible emitir juicios de valor que ttasciendan las fronteras del pafs Conde se ha nacido: a tizaniay el totalitarisrmo som alos en todas aaccunstancias, al igual que lo es Jz eselavited de los hombres 0 de las mujeres. Esto no significa gue a una culeara se le declare a prior! superior a las otras, encarnacién diniea de lo unk sal; sino que se pueden comparar las culeueas existentes, y encontsar mds que alabar agus, y mas gue censuro all ii, Finalmente, hay que sbordar otra cvestign, que tiene muis que ver con la materia histérica que se examing en este libro, se forma con las contributiones hechas en Francia, desde hac cientos cinewenta afios y mis, al debate sobre ramos y fy otis. Entse se ha pasido revista, algunas pacecea haber de- sempefiado un papel preponderante. Le del sacismo, secundada por su hermano mayor, el cientificismo; aqui, Benest Renan puede sexvic de figara emblemética. La del nacionalisme “republican” el de Mi- shelet, de Tocqueville, de Péguy. La del egocentrismo, figura prip cipal del exotismo moderno que inauguré Chateeubriand y que han seguido Loti y los dems "impresionistas” (en tanto, el exotismo an ‘iguo consist mis bien en hacer um wso aleySrico de los otros), Cien- tificismo, nacionalismo, egocentrismo: orros rantos fenémenos a Ins que doy denominaciones y definiciones abscractas, peta que corres ponden a formacionés historicas parviculacss, y que ningtin sistema deductive me hubiera permicidy prever de antemano (lo cual no es «1 caso con el etnocentrismo).

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