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Desde el inicio de su pontificado, siguiendo el


llamamiento de su predecesor Pablo VI, el Papa
Juan Pablo II estuvo empeñado en unir las fuerzas
de todos los hijos de la Iglesia para lanzarlos a la
gran tarea de una nueva evangelización, «nueva en
su ‘  , en sus , en su  
».

«Si a partir de la ‘ 

  
‘ 
-decía él- se
repite la expresión ‘ ‘ 
‘
, eso es
solamente en el sentido de los   que el
mundo contemporáneo plantea a la misión de la
Iglesia» Afirmaba asimismo que «hay que estudiar a
fondo en qué consiste esta Nueva Evangelización,
ver su alcance, su contenido doctrinal e
implicaciones pastorales; determinar los "métodos" más apropiados para los
tiempos en que vivimos; buscar una "expresión" que la acerque más a la vida y a
las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su
autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia».

El Papa Juan Pablo II tenía una profunda convicción del lugar primordial que
toca a todos los fieles cristianos en esa tarea. Nadie puede sentirse excluido,
nadie puede pensar que el apostolado es tarea exclusiva de los sacerdotes,
consagrados o misioneros. El deseo de alentar a esta participación común de
todos los bautizados en el apostolado de la Iglesia quedó plasmado en su
encíclica 


‘



En este mismo sentido el Papa Wojtyla alentó el desarrollo de los diversos


movimientos eclesiales surgidos en el seno de la Iglesia, y que él con la mirada
penetrante de la fe veía que eran fruto de la presencia y acción fecunda del
Espíritu: «Uno de los dones del Espíritu a nuestro tiempo es, ciertamente, el
florecimiento de los 

 
‘, que desde el inicio de mi pontificado
he señalado y sigo señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y para los
hombres».

Mas S.S. Juan Pablo II no entendía la Nueva Evangelización solamente como una
"misión hacia afuera": la misión hacia adentro, es decir, la reconciliación vivida
en el ámbito interno de la misma Iglesia, fue destacada también por el Santo
Padre como una urgente necesidad y tarea, siendo esta cohesión y unidad interna
de los hijos de la Iglesia un esencial signo de credibilidad para el mundo entero.
u   u

El Santo Padre, como Cristo el Señor dos mil años atrás, elevó también al Padre
esta ferviente súplica: «¡Ut unum sint!», «¡Que todos sean uno« para que el
mundo crea!». Como incansable artesano de la reconciliación, el actual Sucesor
de Pedro tendió innumerables puentes desde el inicio de su pontificado para
alcanzar nuevamente la unidad y reconciliación de todos los cristianos entre sí,
sin claudicar de modo alguno a la Verdad: «El diálogo -dijo Su Santidad a los
Obispos austriacos en 1998-, a diferencia de una conversación superficial, tiene
como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento común de la verdad« La
fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa el fundamento del diálogo
para todas las partes. Quien abandona esta base común elimina de todo diálogo
en la Iglesia la posibilidad de convertirse en diálogo de salvación« nadie puede
desempeñar sinceramente un papel en un proceso de diálogo si no está dispuesto
a exponerse a la verdad y a crecer en ella».

  


Desde que asumió su pontificado, el Santo Padre mantuvo las ³catequesis de los
miércoles´ iniciadas por su predecesor Pablo VI. Estos encuentros semanales
fueron ocasión para ofrecer a los cristianos de todo el mundo, y a tantas personas
de buena voluntad que se acercaban a escuchar al Pontífice, iluminadoras
reflexiones acerca de la fe. Las secuencias temáticas elegidas por el Papa
incluyeron reflexiones sobre el Credo, sobre los diversos temas de moral y en los
últimos meses de su pontificado sobre los salmos e himnos cristianos.

Por otro lado, la Exhortación Apostólica ‘


  ‘ era un intento, ya
desde el inicio de su pontificado, de dar un nuevo impulso a la labor pastoral de
la ‘
, y la Encíclica  


 tenía el objeto de ser, después de
la ‘ 

  
‘ 
de su predecesor el Papa Pablo VI, «una nueva síntesis de
la enseñanza sobre la evangelización del mundo contemporáneo».

Como parte de este mismo esfuerzo por sistematizar y transmitir la misma fe de


siempre de un modo adecuado y con un lenguaje comprensible para los hombres
y mujeres de este tiempo, se encuentra el ‘
‘
‘‘ 
‘,
mandado a preparar y aprobado finalmente en 1992 por el Sumo Pontífice. Este
‘
 era, en sus palabras, «el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus
Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que se trataba de un
«valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la
doctrina que la Iglesia ha de enseñar».

¦    
Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes
apostólicos que ha realizado el Santo Padre durante sus 26 años de pontificado:
104 fuera de Italia y146 dentro de Italia.

Él mismo explicaba en su Encíclica  




 ese impulso interior que
lo llevó a recorrer tantos kilómetros como si hubiese ido a la luna tres veces: «En
nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san
Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien
un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el
comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos
confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y
precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha
convencido aún más de la urgencia de tal actividad».

Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la
experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar
personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un deber
exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial. Veinte
años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas
parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más
vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a
Cristo». He allí la razón última de todos sus viajes: construir y fortalecer a la
Iglesia de Cristo, buscando que las diversas comunidades de fieles en el mundo
entero se adhiriesen más firmemente al Señor Jesús, fortaleciendo asimismo la
unidad de la Iglesia toda, el Cuerpo de Cristo.

Pero demos ahora una respuesta más apropiada para los niños que todavía no
entienden largas explicaciones: cuando una mañana de enero de 1980 un niño de
11 años le preguntó a S.S. Juan Pablo II en una parroquia romana «¿por qué está
siempre viajando por el mundo?», una tan pronta como sencilla respuesta: «el
Papa viaja tanto, porque no todo el mundo está aquí (en Roma)». Sí, él hizo lo
posible para mostrar esa paternal cercanía para con todos sus hijos esparcidos por
todo el mundo, para estar cerca de cada una de las ovejas que Cristo le había
confiado: «¿Me amas?... Apacienta mis ovejas« ». Sin duda su presencia física,
más allá de que muchos solo lograsen ver ³un puntito blanco´ a lo lejos, o verlo
pasar raudo en su ³Papamóvil´, fue muy importante para tantos. Esa cercanía del
Papa sería tantas veces correspondida con lemas coreados por las multitudes
como: ³Juan Pablo / segundo / te quiere todo el mundo´.

Pero el Papa peregrino no sólo buscaba a sus hijos e hijas. También buscó al
hombre, y buscó hablar al hombre de cualquier cultura, para ayudarlo a elevar la
mirada a Dios, para invitarlo a abrir las realidades humanas a la luz que brota del
Evangelio de Jesucristo. Con su mensaje se presentó dos veces ante la comunidad
internacional ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, fue el primer
Papa en ser recibido en la Casa Blanca, en el Parlamento Europeo, en la Catedral
de Canterbury y en la UNESCO.

Visitó también la Sinagoga de Roma y la Mezquita de Damasco. Desde el monte


Nebo pudo contemplar la tierra prometida «con los ojos de Moisés». Por dos
veces fue acogido en el estadio Maracaná de Río, en el Santiago Bernabéu o en el
Nou Camp. Siempre su presencia fue acogida con profundo respeto y sus
palabras conmovieron multitudes.

     

Los jóvenes estuvieron siempre en el corazón del Papa Juan Pablo II. En sus
diversos viajes apostólicos no dejó de dedicarles un lugar especial a quienes son
el futuro de la Iglesia y de la sociedad. «El día de la inauguración del pontificado,
el 22 de octubre de 1978, después de la conclusión de la liturgia, dije a los
jóvenes en la plaza de San Pedro: "Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del
mundo. Vosotros sois mi esperanza"».

En sus discursos les dirigió las más ardientes palabras para invitarlos a una
generosa respuesta al llamado de Cristo. Y en 1985 el Santo Padre dio impulso a
las © ‘‘ 
‘‘© , encuentros impresionantes realizados en
distintas ciudades del mundo que congregaron a millones de jóvenes que de
diversas partes del mundo acudían a encontrarse con el Papa y escuchar su voz,
su llamado a seguir de cerca al Señor Jesús sin dejarse vencer por el miedo.
Nunca les ocultó las exigencias de la vida cristiana, al contrario, tal como lo hizo
el Señor Jesús con sus discípulos, les invitó a abrazarse a la cruz de Cristo sin
miedo, con la audacia de la fe. De allí que como signo les dejó una cruz, que los
jóvenes hacían peregrinar por todo el mundo, llevándola siempre a cada jornada
mundial de la juventud. El Papa sabía tocar las fibras más profundas de los
jóvenes corazones, conocía sus preocupaciones, y daba una respuesta auténtica y
coherente a sus inquietudes: «Queridos jóvenes ±exclamaba en el 2003±, sólo
Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos más profundos« Nadie fuera de
Cristo podrá daros la verdadera felicidad. Siguiendo el ejemplo de María, sabed
decirle a Cristo vuestro ³sí´ incondicional« la humanidad tiene necesidad
imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a caminar
contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la propia fe en Dios,
Señor y Salvador». Fueron asimismo tradicionales sus Mensajes para esas
ocasiones.
Sorprende aún hoy que las mayores concentraciones de jóvenes producidas en
Oriente y Occidente hayan tenido como protagonista al Papa Wojtyla: en enero
de 1995, en Manila, Filipinas, único país de mayoría católica de Asia, 4 millones
de jóvenes se reunieron con él, y en agosto del 2000 Roma cobró vida y
entusiasmo cuando la ciudad fue ³invadida´ por 2 millones y medio de jóvenes.
Por algo Juan Pablo II será recordado siempre como ³el Papa de los jóvenes´.

Débil y frágil, viendo ya cercana ya la hora de su muerte, el Papa Juan Pablo II


pronunció con suma dificultad sus últimas palabras, al tener noticia de que
muchísimos jóvenes se habían congregado en la Plaza San Pedro para acompañar
al ³Papa amigo´ en su tránsito a la casa del Padre: ³estamos contigo´. A ellos se
refería cuando quienes lo escuchaban pudieron reconstruir la siguiente frase,
pronunciada difícilmente por el Papa: «Os he buscado. Ahora vosotros habéis
venido a verme. Y os doy las gracias».

è   
  

El Santo Padre notó con paternal preocupación


como el hombre "ha cambiado la verdad por la
mentira". Consecuencia de este triste "cambio" es
que el hombre ha visto ofuscada su capacidad para
conocer la verdad y para vivir de acuerdo a esa
verdad, en orden a encontrar su felicidad en la
plena realización como persona humana. La
publicación de la Encíclica ’
‘
  
constituye la plasmación de un testimonio ante el
mundo del esplendor de la Verdad. En ella se
descubren las enseñanzas de quien en la
Universidad Católica de Lublín se había
desempeñado como un notable profesor de ética, y
que luego, ya como Pastor Universal y Maestro de
un verdadero humanismo, salía al encuentro del
fuerte relativismo moral por el que muchísimos se dejan arrastrar. Afirmaba el
Papa en su encíclica: «Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales:
¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta sólo es
posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu
humano« La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro
de Jesucristo« Él es "el Camino, la Verdad y la Vida". Por esto la respuesta
decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus interrogantes
religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio
Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo: "Realmente, el
misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado"». A lo
largo de toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa
de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre el
hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al designio
divino.


       

A los veinte años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo II -como
un incansable Maestro de la Verdad- dio a conocer al mundo entero su
decimotercera encíclica: ±
 ‘
, fe y razón. En ella levanta su voz en
defensa de la razón del ser humano, presentando en forma positiva la búsqueda
de la verdad que nace de la naturaleza profunda del ser humano. Sale al paso de
múltiples errores que a fines del siglo XX e inicios del XXI obstaculizan
gravemente el acceso a la verdad, y más aún, a la Verdad última sobre Dios y
sobre el hombre, que como don gratuito Dios mismo ha ofrecido a la humanidad
entera a través de la revelación. La verdad, la posibilidad de conocerla, la
relación entre razón y fe, entre filosofía y teología son temas que va tocando en
respuesta a la situación de enorme confusión, de relativismo y subjetivismo en la
que se encuentra inmersa nuestra cultura de hoy.

     

   
 


El Santo Padre fue un incansable artesano que trabajó, a lo largo de los veintiséis
años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización y consolidación de
los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu Santo en el segundo Concilio
Vaticano. Al respecto dijo él mismo: «Es indispensable este trabajo de la Iglesia
orientado a la verificación y consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu,
otorgados en el Concilio. A este respecto conviene saber "discernirlos"
atentamente de todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo del
"príncipe de este mundo". Este discernimiento es tanto más necesario en la
realización de la obra del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al mundo
actual, como aparece claramente en las importantes Constituciones conciliares
'‘
  y   
».

Escribió también en su ‘ , el año 2000: «Al estar en el umbral del tercer
milenio, ³in medio Ecclesiae´, deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu
Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, al que junto con toda la Iglesia, y
sobre todo con todo el episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que
durante mucho tiempo se les concederá a las nuevas generaciones recurrir a las
riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha ofrecido. Como obispo que
participó en el acontecimiento conciliar desde el primero hasta el último día,
deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a
realizarlo. Por mi parte, doy gracias al eterno Pastor que me ha permitido estar al
servicio de esta grandísima causa en el transcurso de todos los años de mi
pontificado».

´
  
  

Al asumir su pontificado el Papa Juan Pablo II lo hacía con la conciencia de tener


ante sí una importante misión, una tarea que se presentaba ante él: «Cuando en el
día 16 de octubre de 1978 ±escribió en su testamento± el cónclave de los
cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, el cardenal Stefan
Wyszynski, me dijo: ³La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia
en el Tercer Milenio´».

Para llevar a cabo esta fundamental misión de su pontificado, publicó en 1994 su


Carta apostólica  


‘
 , invitando a toda la cristiandad a
prepararse espiritualmente para entrar en el tercer milenio de la fe. Para ello
dispuso dedicar tres años a la reflexión y profundización en torno a cada una de
las Personas divinas: en 1997 la reflexión se centraría en torno a la Persona del
Hijo, en 1998 en torno a la Persona del Espíritu Santo y en 1999 en torno a la
Persona del Padre. Finalmente, el año 2000, la Iglesia celebraría con un gran
Jubileo los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno del Padre,
encarnado de María Virgen por obra del Espíritu Santo.

Del Señor Jesús y del cristianismo escribía en aquella Carta el Papa: «Estos (los
profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios« Los libros de la
Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta pedagogía divina. En
Cristo esta pedagogía alcanza su meta: Él no se limita a hablar "en nombre de
Dios" como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo eterno
hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se
diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la
búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la
Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que
es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino
por el cual es posible alcanzarlo« El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento
del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es
obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana».

Este acontecimiento histórico central para la humanidad, acontecimiento por el


que Dios que se hace hombre para decir «la palabra definitiva sobre el hombre y
sobre la historia», es lo que la Iglesia se preparó entonces a celebrar con un gran
Jubileo, que marcaba al mismo tiempo este paso a un nuevo milenio lleno de
esperanzas.
  
  

Al finalizar las celebraciones del gran Jubileo por el bimilenario del nacimiento
de Jesucristo, Salvador y Reconciliador de los hombres, el Papa Juan Pablo hizo
suyas las palabras del Señor para alentar y exhortar a todos los hijos e hijas de la
Iglesia a colaborar en la gran tarea de la nueva evangelización. En su Carta
Apostólica 


 , escribía: «Al comienzo del nuevo milenio«
resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de
haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a
³remar mar adentro´ para pescar: ³Duc in altum´ ( 5,4)».

Era una invitación a recoger los abundantes frutos producidos durante el año
2000, más las palabras de este Pastor deben resonar fuertes aún hoy en las mentes
y corazones de todos los fieles cristianos: «¡Caminemos con esperanza! Un
nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que
aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó
hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de
aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos
nosotros mismos en sus instrumentos« El Cristo contemplado y amado ahora
nos invita una vez más a ponernos en camino: ³Id pues y haced discípulos a todas
las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´
(Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio
invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros
tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue
enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza
³que no defrauda´ (Rm 5,5)» (NMI, 58).

c    

Aquél hombre que al iniciar su pontificado mostraba un porte fuerte y atlético, no


fue ajeno al deterioro físico. El atentado de 1981, las diversas operaciones a las
que fue sometido, las enfermedades que lo aquejaron y sobre todo el Parkinson
que lo acompañó durante la última década de su vida, fueron factores que
influyeron en un visible deterioro de la fortaleza física del Santo Padre. Ya en
1995, al verlo cada vez más frágil, muchos se preguntaban si llegaría al 2000.
Ante los ojos del mundo aparecía un Papa cada vez más viejo, encorvado y
cansado, limitado para moverse y para hablar, con una mano que temblaba sin
poder controlarla. Cuentan que en una ocasión dijo el Papa jovialmente a sus
colaboradores: ³cuando el Santo Padre quiere enterarse de su salud, lee los
periódicos´. La prensa no se cansaba de mostrar a un Papa cada vez más
³incapacitado´ para cumplir su tarea. Siempre que la salud del pontífice se
deterioraba, muchos aprovechaban para poner una y otra vez sobre el tapete el
tema de la dimisión papal. ³¿Por qué no renuncia un Papa ya viejo, cansado y
enfermo?´ Cuando algún periodista logró preguntarle a él mismo si pensaba
dimitir, respondió con simpleza, dando a entender su propósito: ³¿bajó Cristo de
la Cruz?´ Juan Pablo II fue siempre un hombre abrazado a la Cruz de su Señor, y
como tal, un fuerte 
   ‘

ante un mundo incapaz de
comprender y aceptar muchas realidades espirituales. El Papa vivía inmerso en
esta esfera profundamente espiritual, y por eso mismo, era también un hombre
profundamente humano.

Así, pues, el Santo Padre, como fidelísimo discípulo y seguidor de Cristo, jamás
apartó de sí la cada vez más pesada cruz que Dios le pedía cargar por nosotros:
"¿Cómo me presentaré yo ahora a los potentes del mundo y a todo el pueblo de
Dios? Me presentaré con lo que tengo y puedo ofrecer: con el sufrimiento. He
comprendido ±decía el mismo en una alocución dominical -Ángelus-
pronunciada desde su habitación del hospital Gemelli- que debo conducir a la
Iglesia de Cristo hacia el tercer milenio, con la oración, con múltiples iniciativas;
pero he visto que esto no basta: necesito llevarla también con el sufrimiento".
Como su Señor, Juan Pablo II supo también beber del cáliz amargo del
sufrimiento que el Padre misericordioso le pidió beber para bien de toda la
humanidad, introduciendo así a la Iglesia al nuevo milenio. ¿Cuánto fruto
producirá esa generosa entrega y sufrimiento del Vicario de su Hijo, ofrecido por
el bien de toda la Iglesia y de la humanidad? Eso jamás podrán verlo ni
comprenderlo los hombres de este mundo.

S.S. Juan Pablo II, en la etapa final del segundo milenio, supo ser la guía segura
para atravesar el "umbral de la esperanza" que introdujo a la Iglesia y a la
humanidad entera en el tercer milenio de la evangelización. Apareciendo en las
celebraciones litúrgicas, en las audiencias, en los viajes apostólicos, en todas sus
actividades como un icono vivo del sufrimiento ante los ojos del mundo entero,
dejando tras de sí un testimonio formidable de cómo vive, sufre pacientemente y
muere un cristiano. Él se ha constituido en un vivo ejemplo de cómo el
sufrimiento de aquellos a los que el mundo considera ³inútiles´, asociado a la
cruz de Cristo, se torna inmensamente fecundo, de cómo el dolor del que todos
quieren desprenderse por ver en él un signo de maldición, cuando se asocia a la
cruz de Cristo, se vuelve salvífico, inmensamente fecundo.

  !       

Ya el año 2000 el Papa había escrito en su testamento: «A medida que avanza el


Año Jubilar 2000, va quedando día a día a nuestras espaldas el siglo XX y se abre
el siglo XXI. Según los designios de la Providencia, se me ha concedido vivir en
el difícil siglo que está quedando en el pasado y ahora, en el año en que mi vida
alcanza los ochenta años, es necesario preguntarse si no ha llegado la hora de
repetir con el bíblico Simeón: ³nunc dimittis´». Lejos de lo que algunos medios
por vender más o acaso por malicia interpretaron como ³el Papa consideró la
posibilidad de dimitir´, Juan Pablo, de cara a la muerte, se ponía plenamente en
manos de la divina Providencia, para cuando Dios lo dispusiera. Como Simeón,
pensaba sin duda que ya había cumplido el principal cometido de su Pontificado:
introducir con esperanza la barca de Pedro al amplio mar del tercer milenio de la
fe. Sin embargo, en esta espera del día señalado por el Señor, el Papa Juan Pablo
seguiría remando mar adentro, viajando, evangelizando con su palabra y con su
ejemplo, trabajando por un mundo mas reconciliado, cargando su cruz con
ejemplar firmeza de espíritu, ofreciendo sus sufrimientos por el bien de toda la
Iglesia.

Ese día de su partida llegaría el 2 de abril del 2005. Semanas antes había sido
internado en la clínica Gemelli en dos ocasiones, por las complicaciones
respiratorias que le produjo una gripe. Una traqueotomía para poder respirar
mejor le dejó ya casi sin poder hablar. Su gran sufrimiento y última estación de
su propio vía crucis fue no poder participar en las celebraciones de aquella
Semana Santa, por su salud. Cuando el Domingo de Resurrección se asomó por
la ventana de su balcón para dar a Roma y al mundo entero su bendición ³urbi et
orbi´, no pudo pronunciar las palabras de bendición a pesar de su tremendo y
visible esfuerzo. En silencio hizo varias veces la señal de la cruz.

Pocos días después le sobrevino una septicemia imposible de revertir a su edad.

    

Desde su lecho de muerte, sabiendo que su hora había llegado, quiso dejar a los
sacerdotes y religiosas que lo habían atendido en los últimos tiempos, así como
también a los fieles cristianos del mundo entero, este sencillo y testimonial
mensaje, escrito antes de entrar en estado de inconciencia: ³¡Soy feliz, sedlo
también vosotros!´

Pero, ¿cómo puede un hombre ser feliz, cuando ha sufrido tanto, cuando está
totalmente consumido, cuando se encuentra ya en el umbral de la tan temida
muerte? La clave está en la enseñanza recogida y expresada por los Padres
conciliares -es sabido que Karol Wojtyla tuvo una importante participación en la
elaboración de esta Constitución- en la Constitución '‘
 : ³El
hombre, que es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma, no
puede encontrarse plenamente a sí mismo sino por la sincera entrega de sí
mismo´ (n. 24).
Juan Pablo II supo vivir intensamente esta verdad. Su vida no fue otra cosa que
una continua y sincera entrega de sí mismo a los demás, desde el amor de Cristo,
por ello la felicidad experimentada por él en el lecho de muerte es una felicidad
honda, profunda, que sólo la experimentan quienes por el don de sí mismos en el
fiel cumplimiento del Plan de Dios se encuentran verdaderamente a sí mismos.
En esto no hace sino verificarse la enseñanza del mismo Señor: «quien quiera
salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará» (
9,24)

En efecto, más allá del natural desgaste físico producido por los años y
enfermedades, lo que más le llevó a este hombre de Dios a consumirse totalmente
fue su incansable entrega a los demás, un continuo don de sí mismo llevado hasta
el extremo. Cuántas veces le aconsejaron dejar de viajar por su avanzada edad,
más el corazón de este Pastor le impulsaba a seguir buscando a sus ovejas
dispersadas por el mundo entero. Sólo la muerte pudo impedirle seguir viajando.
Es con su generosa y total donación de sí mismo como Juan Pablo II supo hacer
vida aquello que san Pablo escribía a los cristianos de la comunidad de Corinto:
«Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras
almas. Amándoos más ¿seré yo menos amado?» (  12,15).

¿No era ese el secreto de la felicidad que experimentaba? Y al invitarnos a todos


a ser felices como él, ¿no nos alentaba con el testimonio de su propia vida a
seguir su mismo camino, es decir, el don de nosotros mismos a Dios y a los
demás, en el pleno cumplimiento del Plan que Dios en su inmenso amor ha
previsto para cada uno de nosotros?

¦  

          ¦
" ·

La reacción mundial de tristeza y dolor ante la muerte del Santo Padre fue
sencillamente impresionante. La obra de Juan Pablo II literalmente conmovió los
cimientos del mundo entero.

Tras la muerte del querido Papa, Roma se convirtió en meta de peregrinación de


unos 4 millones de fieles, deseosos de dar su último adiós al Santo Padre y de
participar en los ritos de sus exequias entre el lunes y el viernes. Cientos de miles
eran jóvenes. Mientras duró la exposición pública de su cuerpo,
aproximadamente un millón y medio de fieles lograron pasar a su lado para
rezarle y poder verlo por última vez. Una gruesa y larguísima fila iba desde San
Pedro por toda la Vía de la Conciliación cruzando el puente Vittorio Emmanuele
y extendiéndose a lo largo de una avenida que bordea el río Tiber. Algunas
personas hicieron cola más de 10 horas para poder "despedirse" del amado
Pontífice. Fatigas, cansancio, frío, todo estaban dispuestos a soportarlo ³por el
Papa´, que todo lo dio por sus ovejas.

Asimismo, jefes de Estado y representantes de unos doscientos países se


dirigieron a Roma para rendir sus honores y rezar ante el cuerpo sin vida del
Papa Wojtyla. Entre los más significativos líderes políticos se encontraba George
Bush, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, así como el secretario
general de las Naciones Unidas, Kofi Annan. También estuvieron presentes
representantes de todas las religiones, que siguieron la celebración eucarística a
pocos metros del sencillo ataúd de madera en el que había sido depositado el
cuerpo sin vida de Karol Wojtyla.

uuu Su Magisterio pontificio


Es verdaderamente abundante la enseñanza que ha
salido de su pluma, o más bien, del espíritu de Su
Santidad, quien, nutrido de la palabra de la
Escritura que permanece viva en el corazón de la
Iglesia, nutrido de la bimilenaria tradición de la
Iglesia y llevando el sello del Concilio Vaticano II,
nutrido también del aporte de tantos hermanos
suyos en el episcopado, ha sabido ponerse a la
escucha de las mociones del Espíritu Santo para
volcar una vasta enseñanza en su prolífico
magisterio.

Todo este legado escrito, en el que se revela un


hondo conocimiento del corazón humano, es sin
duda un testimonio que por sí mismo habla de la
gran preocupación paternal y pastoral de aquél a quien no pocos llaman ya ³Juan
Pablo Magno (El Grande)´, y quieren ver pronto elevado a los altares.

Encíclicas

  

 (1979), anuncia su "programa pontificio", pero sobre todo,
trata de Jesucristo, "centro del universo y de la historia", y del hombre, "camino
primero y fundamental de la Iglesia";

!



 
‘ (1980), sobre la misericordia divina;

‘"    (1981), sobre el trabajo humano;


‘ ‘ 
(1985), en memoria de la obra evangelizadora de los santos
Cirilo y Metodio;

!
’


‘  (1986), sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y
del mundo;

 
‘ (1987), sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de
la Iglesia peregrina;



 

‘
 (1987), en el XX aniversario de la #    
,
sobre el desarrollo de los hombres y de la sociedad;

 


 (1990), sobre la permanente validez del mandato misionero;

 
‘  (1991), en el centenario de la   ‘ , sobre la
doctrina social de la Iglesia;

’
‘
   (1993), sobre algunas cuestiones fundamentales de la
enseñanza moral de la Iglesia;

‘ 

‘ (1995), sobre el valor y el carácter inviolable de la vida
humana;

$ 
 (1995), sobre el empeño ecuménico;

±
 ‘
 (1998), sobre las relaciones entre fe y razón;


‘ ‘

‘(2003), sobre la Eucaristía y su relación con la Iglesia;

Exhortaciones apostólicas

‘
 ‘ ‘ (1979), sobre la catequesis en nuestro tiempo;

±‘

‘
  
 (1981), sobre la misión de la familia cristiana en el mundo
actual;

 

‘
 ‘
 
‘ (1984), sobre la reconciliación y la penitencia en la
misión de la Iglesia hoy;

 

  (1984), sobre la consagración (religiosa), a la luz del
misterio de la redención;



‘

(1988), sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y
en el mundo;

#‘ ‘""
 (1992), sobre la formación de los sacerdotes en la situación
actual;

’
‘  ‘‘ (1996), sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el
mundo;

0lgunas de sus Cartas apostólicas:

!

‘ ‘ (1980), sobre la festividad del Jueves santo;

‘



 (1984), sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano;

Carta Apostólica de S.S. Juan Pablo II ‘%  &‘‘%   del mundo


con ocasión del Año Internacional de la Juventud (31/3/1985)

'
(
   (1986), sobre San Agustín;





‘ (1988), sobre la dignidad y la vocación de la mujer;

Carta apostólica de S.S. Juan Pablo II con ocasión del )*+‘


 ‘


 ‘' ‘ 
‘ (27/8/1989)

 
 (1989), sobre la figura y la misión de San José en la vida de
Cristo y de la Iglesia;

 


‘
  (1994), "como preparación del jubileo del año 2000";

!
!

(1998), sobre la santificación del Domingo;



  (6/1/2001), al concluir al Gran jubileo del Año 2000.

‘
’


‘
‘(16/10/2002), sobre el Santo Rosario.

Cartas

‘ ‘‘‘‘

‘ (1994)
Entre los escritos del Papa Juan Pablo II se cuentan también cuatro libros y un
poemario:

 ‘ " ‘‘  ‘ ‘(1994), libro-entrevista cuyas páginas nos


dan a conocer la mente y el corazón del Vicario de Cristo, tratándose de una
directa revelación de su universo religioso e intelectual y, por lo mismo, de una
importante herramienta para la lectura e interpretación de todo su magisterio y
pontificado.

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, 
‘
‘
 ‘

  ‘
‘ ‘
(1996), libro autobiográfico por el que expresa su pública gratitud a todos
aquellos que le ayudaron de diversos modos a acoger el llamado del Señor y a
responderle con fidelidad. Su jubileo sacerdotal y el libro son, a la vez, una
ocasión para compartir una profunda y hermosa reflexión sobre el "Don y
Misterio" que significa la vocación al sacerdocio.

-‘ ‘.-’‘. (2004)


‘ 
‘,  ‘
 ‘


 (2005), libro que
tiene su origen en unos coloquios sostenidos el año 1993 con dos filósofos
polacos. En este libro el Papa presenta sus experiencias y reflexiones sobre las
diversas formas del mal surgidas en el siglo XX, así como también las diversas
manifestaciones del bien. El Papa mantiene siempre una visión esperanzada
sobre el futuro, sobre el triunfo del bien sobre el mal. Buscando ir siempre a las
raíces, reflexiona sobre los fenómenos del tiempo presente a la luz del pasado.
Entiende que la ³memoria´ es fundamental para comprender la propia
³identidad´ y vivir de acuerdo a ella.

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  (2003)

ca nueva evangelización a inicios del


tercer milenio
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Ciudad del Vaticano, 5 diciembre 2005.

Queridos hermanos en el ministerio episcopal:

Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros. Con alegría


acojo al segundo grupo de obispos polacos llegados con motivo de
la visita «ad limina apostolorum».

[!" 
  
Durante su primera peregrinación a Polonia, Juan Pablo II
dijo: «Con la cruz de Nowa Huta comenzó la nueva
evangelización: la evangelización del segundo milenio. Esta Iglesia
lo testimonia y lo confirma. Surgió de una fe viva y consciente y es
necesario que siga sirviendo a la fe. La evangelización del nuevo
milenio debe tener por referencia la doctrina del Concilio Vaticano
II. Tiene que ser, como enseña ese Concilio, "obra común" de los
obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los laicos, obra de
los padres de familia y de los jóvenes» (9 de junio de 1979).

Era la primera o una de las primeras intervenciones de mi


gran predecesor sobre el tema de la nueva evangelización. Hablaba
del segundo milenio, pero no hay dudad de que estaba pensando ya
en el tercero. Bajo su guía hemos entrado en este nuevo milenio del
cristianismo, tomando conciencia de la constante actualidad de su
exhortación a una nueva evangelización. Con estas breves palabras,
establecía el objetivo: despertar una fe «viva, consciente y
responsable». Más tarde, afirmó que debía ser una obra común de
los obispos, de los sacerdotes, de los consagrados y de los laicos.

Hoy quisiera detenerme junto a vosotros, queridos hermanos,


en este tema. Sabemos bien que el primer responsable de la obra de
evangelización es el obispo, sobre cuyas espaldas recaen los
«tria munera» [tres ministerios, ndt.]: profético, sacerdotal,
pastoral. En su libro, «¡Levantaos! ¡Vamos!» (Plaza y Janés,
2004), especialmente en los capítulos: «Pastor», «Conozco mis
ovejas» y «La administración de los sacramentos», Juan Pablo II,
remontándose a su propia experiencia, trazó el proyecto del camino
del ministerio episcopal para que dé frutos fecundos. No es
necesario mencionar aquí los pasajes de sus reflexiones. Todos
podemos recurrir al patrimonio que nos ha dejado, y sacar
lecciones abundantes de su testimonio. Que para nosotros sea
modelo y estímulo su sentido de responsabilidad por la Iglesia y
por los creyentes confiados a la solicitud del obispo.

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Los primeros colaboradores del obispo en la realización de
sus tareas son los presbíteros; a ellos, antes que a todos los demás,
debería dirigirse la solicitud del obispo. Juan Pablo II escribió:
«Con su manera de vivir el obispo muestra que "el modelo de
Cristo" no está superado; también en las actuales condiciones sigue
siendo muy actual. Se puede decir que una diócesis refleja el modo
de ser de su obispo. Sus virtudes --la castidad, la práctica de la
pobreza, el espíritu de oración, la sencillez, la finura de conciencia-
- se graban en cierto sentido en los corazones de los sacerdotes.
Éstos, a su vez, transmiten estos valores a sus fieles y así los
jóvenes se sienten atraídos a responder generosamente a la llamada
de Cristo» («¡Levantaos! ¡Vamos!», p. 118).

El ejemplo del obispo es sumamente importante: no se trata


sólo de un estilo de vida irreprochable, sino también de una
delicada atención para que las virtudes cristianas de las que
escribió Juan Pablo II penetren profundamente en el alma de los
sacerdotes en su diócesis. Por este motivo, el obispo debería prestar
particular atención a la calidad de la formación del seminario. Es
necesario tener presente no sólo la preparación intelectual de los
futuros sacerdotes para sus futuras tareas, sino también su
formación espiritual y emotiva. Durante el Sínodo de 1991 los
obispos pidieron un mayor número de padres espirituales en los
seminarios, bien preparados para desempeñar la exigente tarea de
formar el espíritu y verificar la disponibilidad afectiva de los
seminaristas para asumir los compromisos sacerdotales. Vale la
pena volver a tener en cuenta esta petición. Recientemente se ha
publicado el documento de la Congregación para la Educación
Católica sobre la admisión de los candidatos a las órdenes
sagradas. Os pido que apliquéis lo que indica.

Es importante que el proceso de formación intelectual y


espiritual no termine con el seminario. Es necesaria una formación
sacerdotal constante. Sé que en las diócesis polacas se atribuye a
esto una gran importancia. Se organizan cursos, días de retiro,
ejercicios espirituales y otros encuentros, en los que los sacerdotes
pueden compartir sus problemas y sus éxitos pastorales,
confirmándose mutuamente en la fe y en el entusiasmo pastoral. Os
pido que continuéis con esta práctica.

El obispo, por su parte, como pastor, está llamado a rodear a


sus sacerdotes con cuidados paternos. Debería organizar sus
propios compromisos para poder tener tiempo para los presbíteros,
para escucharles atentamente y para ayudarles en las dificultades.
En caso de crisis vocacional, en la que pueden caer los sacerdotes,
el obispo debería hacer lo posible para apoyarles y devolverles el
empuje original y el amor por Cristo y por la Iglesia. Incluso
cuando es necesaria una advertencia, no debe faltar el amor
paterno.

Doy gracias a Dios porque sigue dando a Polonia la gracia de


numerosas vocaciones. De manera particular, la región que
vosotros representáis, queridos hermanos, desde este punto de vista
es rica. Teniendo presentes las enormes necesidades de la Iglesia,
os pido que alentéis a vuestros sacerdotes a emprender el servicio
misionero o el compromiso pastoral en los países en los que hay
escasez de clero. Parece que hoy es una tarea particular y en cierto
sentido incluso un deber de la Iglesia en Polonia. Al enviar
sacerdotes al extranjero, especialmente a las misiones, aseguradles
el apoyo espiritual y la suficiente ayuda material.

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Juan Pablo II escribió: «Las órdenes religiosas nunca me han
hecho la vida difícil. Con todas tuve buenas relaciones,
reconociendo en ellas una gran ayuda en la misión del obispo.
Pienso también en la gran reserva de energía espiritual que son las
órdenes contemplativas» («¡Levantaos! ¡Vamos!», pp. 111-112).
La diversidad de los carismas y servicios que realizan los religiosos
y las religiosas, o los miembros de los institutos laicos de vida
consagrada, es una gran riqueza de la Iglesia. El obispo puede y
debe alentarles a integrarse en el programa diocesano de
evangelización y a asumir las tareas pastorales, según su carisma,
en colaboración con los sacerdotes y con las comunidades de
laicos. Las comunidades religiosas y los miembros consagrados, si
bien están sometidos según el derecho a sus propios superiores,
«en aquello que se refiere a la cura de almas, al ejercicio público
del culto divino y a otras obras de apostolado» «están sujetos a la
potestad de los obispos», como afirma el Código de Derecho
Canónico (canon 678 § 1). Además, el Código pide que los obispos
diocesanos y los superiores religiosos «intercambien pareceres al
dirigir las obras de apostolado de los religiosos» (canon 678 § 3).

Os aliento mucho, hermanos, a rodear con vuestra solicitud a


las comunidades religiosas femeninas, que se encuentran en
vuestras diócesis. Las religiosas que asumen diversificados
servicios en la Iglesia merecen el máximo respeto, y su trabajo
debe ser oportunamente reconocido y apreciado. No se les debe
privar del adecuado apoyo espiritual y de posibilidades de
desarrollo intelectual y de crecimiento en la fe.

En particular, os pido que os preocupéis por las órdenes


contemplativas. Que su presencia en la diócesis, su oración y sus
renuncias sean siempre para vosotros motivo de apoyo y ayuda.
Por vuestra parte, tratad de salir al paso de sus necesidades, incluso
materiales.

En los años recientes, por desgracia, se observa una


disminución de vocaciones religiosas, particularmente femeninas.
Es necesario, por tanto, reflexionar junto a los superiores
religiosos, en las causas de esta situación y pensar en cómo es
posible despertar y apoyar nuevas vocaciones femeninas.

*!$  
En la reflexión sobre el papel de los laicos en la obra de
evangelización nos introducen las palabras de mi gran predecesor:
«Los laicos pueden realizar su vocación en el mundo y alcanzar la
santidad no solamente comprometiéndose activamente a favor de
los pobres y los necesitados, sino también animando con espíritu
cristiano la sociedad mediante el cumplimiento de sus deberes
profesionales y con el testimonio de una vida familiar ejemplar»
(«¡Levantaos! ¡Vamos!», p. 107).

En tiempos en los que, como escribió Juan Pablo II, «la


cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por
parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no
existiera» («Ecclesia in Europa»), la Iglesia no deja de anunciar al
mundo que Jesucristo es su esperanza. En esta obra, el papel de los
laicos es insustituible. Su testimonio en la fe es particularmente
elocuente y eficaz, pues tiene lugar en la vida cotidiana, en ámbitos
en los que el sacerdote puede llegar con dificultad.

Uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es


la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial,
parcial e inmediata. Debería caracterizarse por una profunda
transformación del «ethos» de los hombres, es decir, por una
adecuada jerarquía de valores que conforme las actitudes.

La participación en la vida pública y en la política es tarea


específica del laicado. En la exhortación apostólica «Christifideles
laici», Juan Pablo II recordó que «todos y cada uno tienen el
derecho y el deber de participar en la política» (n. 42). La Iglesia
no se identifica con ningún partido, con ninguna comunidad
política, ni con un sistema político, más bien recuerda siempre que
los laicos comprometidos en la vida política tienen que dar un
testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que deben
ser afirmados y defendidos en caso de que sean amenazados.
Tienen que hacerlo públicamente ya sea en los debates de carácter
político como en los medios de comunicación. Una de las tareas
importantes, que se deriva de proceso de integración europea, es la
valiente solicitud por conservar la identidad católica y nacional de
los polacos. El diálogo promovido por los laicos católicos sobre
cuestiones políticas será eficaz y servirá al bien común, si tiene por
fundamento: el amor por la verdad, el espíritu de servicio y la
solidaridad en el compromiso a favor del bien común. Os exhorto,
queridos hermanos, a apoyar este servicio del laicado, en el respeto
de una justa autonomía política.

No he hecho más que enumerar algunas formas de


compromiso del laicado en la obra de a evangelización. Las demás,
como la pastoral familiar, la pastoral de los jóvenes o la actividad
caritativa, serán el tema de una ulterior reflexión durante el
encuentro con el tercer grupo de obispos polacos. Ahora os deseo
que una armoniosa colaboración entre todos los estados de vida en
la Iglesia, bajo vuestra guía iluminada, trasforme el mundo con el
espíritu del Evangelio de Cristo.

Al confiar a la Virgen vuestro ministerio episcopal, os


bendigo con afecto a todos. ¡Sea alabado Jesucristo!
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