Cornelius Castoriadis. La institución imaginaria de la sociedad. (1983).
TUSQUETS, Buenos Aires, 2007. Fragmento
Es imposible comprender lo que fue, lo que es la historia humana, prescindiendo
de la categoría de lo imaginario. Ninguna otra permite reflexionar sobre las siguientes preguntas: ¿qué es lo que fija la finalidad, sin la cual la funcionalidad de las instituciones y de los procesos sociales seguiría siendo indeterminada?, ¿qué es lo que, en la infinidad de las estructuras simbólicas posibles, especifica un sistema simbólico, establece las relaciones canónicas prevalentes, orienta hacia una de las incontables direcciones posibles todas las metáforas y las metonimias abstractamente concebibles? Lo imaginario no es a partir de la imagen en el espejo o en la mirada del otro. Más bien el espejo mismo y su posibilidad, y el otro como espejo, son obras de lo imaginario, que es creación ex-nihilo. Lo imaginario de lo que hablo no es imagen de. Es creación incesante y esencialmente indeterminada de figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales solamente puede tratarse de alguna cosa. Lo que llamamos realidad y racionalidad son obra de ello. Creación es la capacidad de hacer surgir lo que no está dado, ni es derivable, combinatoriamente o de otra forma, a partir de lo dado. En seguida, pensamos que esta capacidad corresponde al sentido profundo de los términos imaginación e imaginario cuando abandonamos sus usos superficiales. La imaginación no es simplemente la capacidad de combinar elementos ya dados para producir otra variante de una forma ya dada; la imaginación es la capacidad de presentar nuevas formas. Ciertamente, esta nueva forma utiliza elementos que ya están allí; pero la forma como tal es nueva. Más radicalmente aún, la imaginación es aquello que nos permite crearnos un mundo, o sea que nos permite presentarnos algo de lo cual, sin la imaginación, no sabríamos nada ni podríamos decir nada. No tenemos, pues, que “explicar” cómo ni por qué lo imaginario, las significaciones sociales imaginarias y las instituciones que las encarnan, se autonomizan. ¿Cómo podrían no autonomizarse, puesto que son lo que siempre estuvo ahí, “al comienzo”, lo que, en cierto modo, siempre está ahí “al comienzo”? A decir verdad, la expresión misma “autonomizarse” es visiblemente inadecuada en este sentido; no tenemos que tratar con un elemento que, subordinado primero, “se desprenda” y llegue a ser, después, autónomo, sino con el elemento que constituye la historia como tal. Si algo hay que redunde en problema sería más bien la emergencia de lo racional en la historia y, sobre todo, su “separación”, su constitución en momento relativamente autónomo. No existen lugar y punto de vista exteriores a la Historia y a la Sociedad, o “lógicamente anterior” a ellas, en el que poder situarse para hacer la teoría –para inspeccionarlas, contemplarlas, afirmar la necesidad determinada de su “ser así”, “constituirlas”, reflexionarlas o reflejarlas en su totalidad. Todo pensamiento de la Sociedad y de la Historia pertenece él mismo a la Sociedad y a la Historia. Todo pensamiento, sea cual fuere y sea cual fuere su “objeto”, no es más que un mundo y una forma de hacer histórico-social. Y que se sepa como tal no lo hace salir de su modo de ser, como dimensión del hacer histórico-social. Pero eso puede permitirle ser lúcido sobre él. Lo que llamo elucidación es el trabajo por el cual los hombres intentan pensar lo que hacen y saber lo que piensan. Esto también es una creación histórico-social. La historia es esencialmente poiesis, y no poesía imitativa, sino creación y génesis ontológica en y por el hacer y el representar/decir de los hombres. Ese hacer y ese representar/decir se instituyen, también históricamente, a partir de un momento, como hacer pensante o pensamiento que se hace. Ese hacer pensante es tal por excelencia cuando se trata del pensamiento político, y de la elucidación de lo histórico-social que implica. La ilusión de la theoría recubrió, desde hace mucho tiempo, ese hecho. […] Jamás es el logos el que escucháis; siempre es a alguien tal como es, desde donde está, que habla por su cuenta y riesgo, pero también por el vuestro. Y lo que, en el “teórico puro”, puede ser planteado como postulado necesario de responsabilidad y control de su decir, ha llegado a ser, entre los pensadores políticos, cobertura filosófica detrás de la cual habla –ellos hablan. Hablan en nombre del ser y del eidos del hombre y de la ciudad –como Platón-; hablan en nombre de las leyes de la historia o del proletariado –como Marx. Quieren abrigar lo que tienen que decir –que puede ser, y ciertamente fue, infinitamente importante- detrás del ser, de la naturaleza, de la razón, de la historia, de los intereses de una clase “en nombre de la cual” se habrían expresado. Pero jamás nadie habla en nombre de nadie. La dominación de lo imaginario es igualmente clara en lo que se refiere al lugar de los hombres a todos los niveles de la estructura productiva y económica [actual]. Esta pretendida organización racional exhibe todas las características de un delirio sistemático; es sabido de todos y de ello se viene hablando hace mucho tiempo, pero nadie lo ha tomado en serio salvo gente tan poco seria como los poetas y los novelistas. Reemplazar el hombre, ya sea obrero, o empleado, o incluso “ejecutivo”, por un conjunto de rasgos parciales arbitrariamente elegidos en función de un sistema arbitrario de objetivos y por referencia a una pseudo-conceptualización igualmente arbitraria, y tratarlo en la práctica según esta actitud indica, traduce una predominancia de lo imaginario, que, sea cual sea su “eficacia” en el sistema, no difiere en absoluto de las sociedades arcaicas más “extrañas”. Tratar a un hombre como cosa, o como puro sistema mecánico, no es menos, sino más imaginario que pretender ver en él a un búho; representa incluso un grado más de adicción a lo imaginario, pues no solamente el parentesco real del hombre con un búho es incomparablemente mayor que el que tiene con una máquina, sino que tampoco ninguna sociedad primitiva aplicó jamás tan radicalmente las consecuencias de sus asimilaciones de los hombres a otra cosa que lo que hace la industria moderna con su metáfora del hombre-autómata. Hay, en los sectores “avanzados” de la organización burocrática, paso de la imagen del autómata, de la máquina parcial, a la imagen de la “personalidad bien integrada al grupo”. Las sociedades arcaicas parecen siempre conservar cierta duplicidad en estas asimilaciones; pero la sociedad moderna las toma, en la práctica, al pie de la letra, y de la manera más salvaje. Y no hay diferencia alguna, en cuanto al tipo de operaciones mentales, e incluso de actitudes psíquicas profundas, entre un ingeniero tayloriano o un psicólogo industrial por un lado, que aíslan gestos, miden coeficientes, descomponen a la persona en “factores” inventados pieza por pieza y la recomposición en un segundo objeto, y un fetichista que disfruta a la vista de un zapato de tacón alto o pide a una mujer que imite a una lámpara de pie. En los dos casos, se ve en acción a esa forma particular de lo imaginario que es la identificación del sujeto con el objeto. La diferencia radica en que el fetichista vive en un mundo privado y su fantasma no tiene efecto más allá del compañero que se presta de buen grado; pero el fetichismo capitalista del “gesto eficaz”, o del individuo definido por los tests, determina la vida real del mundo social. El carácter pseudo-racional de la “racionalidad” [de la sociedad actual] emerge claramente: todo está efectivamente subordinado a la eficacia –pero la eficacia ¿para quién, con miras a qué, para qué? El crecimiento económico se realiza; pero ¿es crecimiento de qué, para quién, a qué precio, para llegar a qué? Un momento parcial del sistema económico (ni siquiera el momento cuantitativo que concierne a ciertos bienes y servicios) se erige en momento soberano de la economía; y, representada por este momento parcial, la economía, ella misma momento de la vida social, se erige en instancia soberana de la sociedad.
Guía de lectura
1. ¿Cómo explicaría usted la categoría “imaginario” propuesta por el autor?
2. ¿Qué aplicación tendría en su trabajo el concepto de “elucidación”? 3. ¿Cómo compatibilizaría las ideas de productividad y desarrollo tecnológico con la indicación de pseudo-racionalidad con que el autor califica a la búsqueda de eficacia?
Glosario:
eidos: idea arquetípica –ejemplar- de algo
ex-nihilo: de o desde la nada logos: la palabra que expresa el saber metáfora: figura retórica donde una palabra está en lugar de otra, por ejemplo: “Estaba en el atardecer de la vida” donde “atardecer” ocupa el lugar de “vejez” metonimia: figura retórica donde mencionando una parte se hace alusión al todo, por ejemplo: “Las alas trajeron las bombas” donde “alas” está mencionando a “aviones de guerra” poiesis: producción. De poiesis se derivan también la palabra poesía destacando el aspecto productivo –creativo- de la misma. theoría: pensamiento de Dios