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EPSTOLA AL GUITARRISTA Priscila Guinovart

ramos tan frgiles de alma que cualquier viento fuerte nos alborotaba las emociones.

Y ah corra yo a convencerte de que todo era posible si queramos, sin reparar jams en que vos
nunca quisiste. Sin dudas, la peor omisin ma fue no ver que yo tampoco quise realmente; pero
yo, que tanto voy de vctima como de mrtir, necesitaba convencerte de que todas esas ideas mas
eran tambin tuyas. La maldad ms pura, as lo entiendo hoy.

Te ment tantas veces que tus mentiras no me afectaban, no las senta ni vea ni tocaba. Ellas, las
otras, eran invisibles a mis ojos, aunque estuviesen con nosotros en nuestra cama, y bien s que
fue siempre la cama tuya o la cama del mundo entero, pero nunca la cama nuestra.

As y siendo sorpresa para ambos, pasaron das, pasaron meses, termin el verano y empez el
otoo, que luego termin tambin. Al invierno lo sobrevivimos como a todos los inviernos, sin
respeto ni decencia ni decoro, comiendo del negro huerto eterno de los excesos, lejos el uno del
otro pero en la misma habitacin.

No hubo cosa tan injusta, sin embargo, como tus celos irracionales. Ellos, los otros, que s existan y
cmo, jams conocieron el manto macabro que pueden llegar a ser tus sbanas. Vos,
malagradecido desde el nacimiento, nunca respetaste la nobleza que haba en mi inmundicia.

Resulta ms que curioso, despus de todo, despus de tus ellas y despus de mis ellos, que an
nos mirsemos a los ojos y entonces, como si nada, llorsemos de amor.

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