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«La expresión ‘filósofos de la sospecha’ fue acuñada por el filósofo francés Paul
Ricoeur en 1965 para referirse a los tres pensadores que desenmascaran la
falsedad escondida bajo los valores ilustrados de racionalidad y verdad. Desde la
hermenéutica (teoría de la interpretación), Ricoeur propondrá realizar una
arqueología del sujeto para desvelar qué hay de auténtico bajo los valores morales
y la verdad (referido a Nietzsche), la ideología (referido a Marx) y las acciones del
ser humano (referido a Freud)».
Ahora bien, el tiempo en que podemos mantener con cierta tranquilidad nuestro
narcisismo es corto: el período intrauterino o fetal –que constituye el sueño
paradisíaco del deseo narcisista–, y quizás los dos primeros años de vida. Pero en
seguida la realidad ajena a nuestro deseo espontáneo comienza a hacerse sentir
con fuerza. Ya el mismo acto de nacer constituye la primera gran frustración del
deseo. Debemos renunciar a la pura pasividad ‘fetal’ y afrontar el mundo, con su
oposición a nuestro deseo narcisista. Por eso el ser humano nace llorando.
Problema de la muerte
El deseo egocéntrico de satisfacción es, antes que nada, deseo de vivir. Ahora
bien, la existencia nos impone un límite absolutamente insuperable y frustrante del
deseo: la muerte.
Pero ese mismo privilegio es un arma de dos filos, puesto que se convierte en su
propia desgracia: el hombre si bien es el único que sabe que vive, también es el
único que sabe que va a morir. Esa conciencia hace del hombre el más
desgraciado de los vivientes, puesto que es el único que conoce la frustración
como ley básica de la existencia. Pero además, esa situación convierte su
existencia en un posible absurdo. En efecto, si bien sólo él es capaz de dar sentido
a todo gracias a su conciencia, en cambio, el mismo se encuentra amenazado por
el fin de su conciencia dadora de sentido.
Problema de la vida
Problema de la convivencia
Alienación y opresión
La estructura egocéntrica del ser humano determina, por otro lado, la agudización
del problema del hombre no ya a nivel ontológico4 descrito hasta ahora, sino a
nivel histórico (óntico). El problema radical de la muerte, la vida y la convivencia,
que afecta al hombre como tal, se «camufla» bajo formas de alienación opresora,
que es importante detectar.
Las grandes mayorías del mundo viven una pobreza crónica y en aumento,
correlativa a la riqueza sin límites de grupos ‘desarrollados’ y superdesarrollados.
Con el fin de poder mantener esa situación intolerable para la gran masa de
pobres, las minorías poderosas tienen que emplear formas cada vez más
sofisticadas de control que permitan asegurar ese ‘equilibrio’ desigual del poder a
su favor. De esta manera se desarrollan las diversas carreras armamentistas y los
sistemas de espionaje que pretenden imponer los propios intereses hegemónicos.
Así el poder de los más dotados es ejercido para perpetuar sus intereses y
aumentarlos, manteniendo controladas las ansias de sobrevivencia de las
mayorías. Un factor fundamental de ese control está constituido por la
manipulación de los sistemas de valores transmitidos por los medio de
comunicación de masas.
De esta forma la huida alienante del hombre ante su propia inconsistencia mortal y
egocéntrica, provoca la búsqueda desesperada de riqueza, que permita
experimentar la vida propia como fundada. El ansia de posesión de riqueza
desencadena a su vez la lucha por el poder, que asegure el logro creciente de los
bienes a costa de mantener fuera de competencia a las grandes masas
utilizándolas sólo como productoras y multiplicadoras de bienes de capital para
unos pocos.
A su vez, para que la riqueza y el poder puedan mantenerse con mayor seguridad
y tranquilidad de conciencia, esos mismos centros de poder manipulan los criterios
sociales de los valores. De acuerdo a ellos, valen los que ‘tienen’. Los grandes
ricos y poderosos se proyectan como ‘admirables’ y deseables (sólo basta
observar la mayoría de los réclames de propaganda televisiva y gran parte de las
producciones cinematográficas y de los magazines y teleseries de consumo
masivo). La idolatría de la riqueza y del poder es así legitimada como valor. Las
masas tienden también a aceptar como buena esa estructura y a desear participar
en ella.