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El cuestionamiento que desplegaremos en este capítulo, apunta a encontrar los elementos necesarios para un
abordaje del desarrollo operativo a la práctica de la prospectiva territorial, que se pone a prueba en la tercer parte de
la tesis.
Itinerario del concepto en su marco histórico
El fracaso sistemático del Estado y de los organismos internacionales para instrumentar verdaderas dinámicas de
“desarrollo”, nos invita a cuestionarnos sobre los motivos de dicho fracaso. Como lo señala S. Boisier (2006), los
recursos invertidos para este objetivo y los resultados obtenidos difícilmente resistan a un serio análisis de costo-
beneficio…
A pesar de que la complejidad del tema haga difícil establecer relaciones de causalidad directa, parece útil señalar
alguna de las causas de este fracaso. Según este autor, cuatro problemas deben ser planteados:
El tema cognitivo. ¿Que significa exactamente el término “desarrollo”?
El tema de los paradigmas de referencia, que encuadran la definición del término.
El tema ético que implica la definición del desarrollo.
El tema operativo que levanta la definición del desarrollo. ¿Dónde se debe infundir energía para
producirlo?
Comencemos primero por analizar lo que significa el término. Podemos observar que la palabra designa a veces un
estado, cuando se utiliza por ejemplo en la expresión “país en desarrollo”. Designa a veces un proceso, siendo por
veces normativo, por veces instrumental.
De un modo general, la palabra desarrollo1 distingue la acción de desarrollar (tanto en el sentido físico cuanto en el
sentido moral, hacer que un ser o se acreciente) o el resultado de esa acción. En particular, la palabra es empleada
con un sentido específico en varias áreas:
En las ciencias humanas: desarrollo humano, desarrollo económico, país en desarrollo
En las ciencias de la gestión, el desarrollo sostenible es un modo de desarrollo que satisface las
necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras.
Reconcilia así las limitaciones económicas, medio ambientales (en el sentido ecológico del término) y
sociales, cruzándolas en su modo de gestión.
En biología, el desarrollo designa a un conjunto de mecanismos en obra durante el crecimiento de un
organismo vivo.
En las áreas técnicas y científicas, el desarrollo es la fase de investigación y puesta a punto de un invento,
de un procedimiento, de un compuesto químico o de un producto.
A diferencia del concepto biológico de desarrollo – que implica necesariamente una evolución- la idea de desarrollo
de una sociedad o de un territorio plantea el problema de los valores de referencia. Y esto corresponde a la
dimensión “axiológica” a la que se refiere M. Bunge2 (1972). En efecto, la carga ideológica del concepto es
significativa. Es determinada, en gran medida, por el período de su creación, que explica probablemente las
numerosas contradicciones de la práctica.
G. Rist (2001) demuestra como el concepto de desarrollo corresponde al instrumento ideológico de extensión
planetaria del sistema del Mercado, legitimando la reproducción y la extensión del capitalismo mundial, como forma
de impulsar la producción de los excedentes económicos del sistema. Conviene entonces desmenuzar la carga
doctrinal implícita en el concepto. Señalamos primero que el crecimiento económico no se considera, en varias de
las concepciones que analizaremos, como una opción sino como una necesidad. Crecimiento y desarrollo son
incluso utilizados indistintamente, como siendo equivalentes. Esta es la primer dimensión ética que nos interpela.
1
En su libro3 G. Rist distingue al desarrollo como uno de los elementos principales de la “religión moderna”. Siempre
connotado por las nociones de progreso y bienestar, el concepto inicial de desarrollo asegura, en definitiva, la
puesta en obra del conjunto de las actividades modernas: la industrialización, la utilización del saber científico, el
crecimiento de la productividad, la intensificación de los intercambios internacionales. Esta creencia, construida
colectivamente, tolera las contradicciones entre definición y práctica, y, en definitiva, las explica (G. Rist, 2000).
La segunda dimensión ética a plantearse es el verdadero alcance del desarrollo, que siempre se considera a partir
de parámetros de semejanza a las sociedades de consumo de referencia: Europa y Estados Unidos (M. Varcárcel,
2006).
La tercer dimensión ética es la cuestión de la exclusión (S. Boisier, 2007). En efecto, las intervenciones humanitarias
fundadas sobre el desarrollo han permitido perpetuar un sistema que mantiene y refuerza la exclusión, pretendiendo
eliminarla. Señalemos que apenas el 12% de la población mundial vive en lo que podría calificarse como
desarrollo4… B. Klisberg (2002) señala:
“El mundo tiende cada vez más a dividirse entre ganadores y perdedores. Estos últimos sobrepasan ampliamente
los primeros. Sobre 6500 millones de personas, 3000 millones ganan menos de dos dólares y 1500 millones menos
de un dólar por día. Son pobres. (…). El 20% más rico del mundo es propietario del 86% del PIB mundial, posee el
82% de las exportaciones y recibe el 68% de la inversión extranjera. El 20% más pobre del mundo tiene apenas el
1% en todas estas áreas.”
Lo que lleva a una conclusión de dimensión ética también. Hoy, el verdadero desafío no es el aumento de la
productividad (¿Más desarrollo?) sino el tema de la redistribución de la riqueza producida (P. Calame, 2003).
Hagamos un poco de historia para situar la emergencia del concepto de desarrollo5. Es en 1949 en que H. Truman,
presidente de los Estados Unidos, utiliza por primera vez el término para justificar la ayuda a los “países sub-
desarrollados”, siendo el deber de los países capitalistas del Norte, difundir su tecnología y su asistencia a los
países calificados de “sub-desarrollados”, de modo de acercarlos al modelo de sociedad occidental desarrollada.
El paradigma del desarrollo nace así en los años 1950, en un cuadro de hegemonía del pensamiento moderno, y
despliega su práctica desde los años 1960.
Una primera aparición del concepto está vinculada al enfoque de la modernización y a su origen en los medios
académicos norteamericanos, esencialmente en los ámbitos de la economía y la sociología.
Este programa impulsa la economía de Mercado y la industrialización, la necesidad de desarrollar las técnicas
agrícolas y de aumentar la productividad, tomado como referencia el camino recorrido por los países ricos del Norte.
Señalemos que W. Rostov será de una influencia esencial en el pensamiento económico en América Latina, en
especial a través de la “Alianza para el Progreso”. El desarrollo de las regiones atrasadas debía ser asegurado –
más allá del desarrollo industrial- por una redistribución de los ingresos y la creación de una nueva élite que
encabezaría el proceso de modernización de estos países.
Cuatro características ayudan a definir este enfoque (J. P. Peemans, 1983). Es en primer lugar universalista. El
modelo del Norte es válido para todos los países, en cualquier condición. Es etnocéntrica. El desarrollo occidental es
el único que haya demostrado su eficacia; ninguna alternativa es jamás considerada. El enfoque es dicotómico; la
sociedad se constituye de un sector moderno, activo en la transformación portadora de desarrollo, y un sector
pasivo, tradicional, resistente al desarrollo. Finalmente, es una teoría evolucionista; el desarrollo implica el pasaje
inexorable por etapas sucesivas.
En este contexto, un lugar relativo –el lugar de patio trasero- le corresponde a América Latina de parte de este
“imperialismo generoso” y proviene directamente de las prácticas coloniales.
En el medio de los años 1960, aparece desde la periferia el cuestionamiento del paradigma de la Modernización que
acaba de ser descrito. La Escuela de la Dependencia nace en América del Sur, a partir de un grupo de intelectuales
de sensibilidad común. Esta Escuela explica el sub-desarrollo como una contrapartida complementaria del desarrollo
y afirma el vínculo existencial entre el desarrollo y el sub-desarrollo. Recupera la historia y la dinámica de la lucha de
clases para explicar la asimetría centro-periferia. Propone una serie de estrategias alternativas, siendo la
ISI/Industria de Substitución de las Importaciones el paradigma más significativo de esta corriente6.
3 “ Le développement ; histoire d’une croyance occidentale ”. Presses de la Fondation Nationale de Sciences Politiques, Paris
7 En su libro “El capital monopolista: ensayo sobre el orden económico y social de la economía norteamericana”
8 Amiguismo, favoritismo, parcialidad
9 Un oxímoron es una figura retórica, una alianza de palabras que refieren a realidades contradictorias o fuertemente contrastadas.
3
Partiendo del análisis de la sección anterior, será conveniente buscar un enfoque del desarrollo que considere estas
apreciaciones y resuelva los problemas planteados. En este sentido, el enfoque territorial que vincula
intrínsecamente el desarrollo a la capacidad del territorio de crear las condiciones sistémicas para el desarrollo
parece particularmente pertinente. Un conjunto de investigadores trabajan sobre este concepto: R. Chambers, J.
Berdegué, A. Janwry, E. Sadoulet (M. Varcárcel, 2007) y S. Boisier. Este último nos brinda pistas operativas al
objetivo de nuestra investigación.
Como lo señala S. Boisier (2006), pareciera que el desarrollo “levita”10. No obstante, la evolución de las ideas sobre
el tema, que permite superar el enfoque universalista, pone en evidencia que el desarrollo no tiene otra forma de
realizarse que sobre un espacio organizado concreto, ocupado por una sociedad específica y real. La idea del
desarrollo como una emergencia territorial permite situar los dos procesos fundamentales de transformación social
necesaria para producir desarrollo; el crecimiento económico (que implica el crecimiento del capital material con la
multiplicación de bienes y servicios) y el desarrollo societal, que implica el incremento de un capital intangible,
cualitativo: el capital sinergético (S. Boisier, 2007).
Es así que capital social y cultura, los dos elementos ignorados en la idea tradicional de desarrollo (y que sabemos
hoy determinantes del mismo) pueden ser incorporados al concepto de desarrollo, a través de una definición de
base territorial como la que acabamos de aludir.
S. Boisier propone, para la construcción de lo que denomina el “capital sinergético” –que es entonces decisivo para
el desarrollo de un territorio- la necesidad de establecer un “hexágono del desarrollo”, con un sistema sosteniendo
cada ángulo de la figura: el sub-sistema de la acumulación, el sub-sistema axiológico, el sub-sistema organizacional
y el sub-sistema subliminal.
Si logramos articular estos sistemas en los espacios territoriales pertinentes, y organizar el pensamiento complejo, el
conocimiento, la acción colectiva y el poder político, el desarrollo emergerá como lo que es:
“una propiedad de un sistema socio-tecno-económico territorializado, complejo, dinámico y sinergizado (S.
Boisier, 2006)”
Señalemos incluso que, en la actual sociedad del conocimiento –cuya característica esencial es la dispersión y la
fragmentación- la capacidad de articular y aplicar el conocimiento a un objetivo preciso, será la ventaja competitiva
posicionante… La limitación más severa en la promoción del desarrollo en el nivel territorial, radica en su
incapacidad práctica a pensar, reflexionar y aventurarse en el largo plazo, siempre según S. Boisier. Por lo que
podemos afirmar que la promoción y puesta en obra de un Proyecto de desarrollo implican la presencia activa de la
prospectiva. Porque está al centro de la gestión y de la animación de este hexágono del desarrollo.
El territorio no es entonces apenas el soporte material del desarrollo, el sitio donde las cosas “suceden”; el territorio
es el sitio donde las cosas se “inventan”. Por este motivo es que el territorio hoy ya no se “ordena” sino que se
“organiza” (F. Goux-Baudiment, 2001a).
10 Esta observación es válida para la “Ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Territorio Sustentable” recientemente aprobada en Uruguay.
Esta establece el territorio como la base para la coordinación de las políticas. Pero no considera el desarrollo como una emergencia sistémica del
territorio.