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Boletin del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” Tercera serie, mim. 15, 1 semestre de 1997 NOTAS Y DEBATES LA FORMACION DE LOS ESTADOS NACIONALES EN IBEROAMERICA* José CARLOS CHIARAMONTE, “La lucha del Estado moderao es una larga y sangrienta lucha por la uunidad del poder, Esta unidad es el resultado de un proceso ala vez de fiberacién y unificacién: de liberacién en su enfrentamiento con una autoridad de tendencia universal que por ser de orden espiritual se proclama superior a cualquier poder civil; y de unificacién en sv en- frentamiento con instituciones menores, asociaciones, corperaciones, ciudades, que constituyen en la sociedad medieval un peligio perma- nente de anarquis. Como consecuencia de estos dos procesos, Ia for- macign del Estado moderno viene a coincidir con et reconocimiento y ‘con la consolidacién de la supremacfa absoluta del poder politico so- bre cualquier otro poder humano. Esta supremacfa absoluta recibe el nombre de soberania, Y significa, hacia el exterior, en relacién con el proceso de liberacién, independencia; y hacia ef interior, en relacién con el proceso de unificacién, superioridad del poder estatal sobre ‘cualquier otro centro de poder existente en un territorio determinado.” NORBERTO BOBBIO, “Introduccién al De Cive", ‘en N. Bobbio, Thomas Hobbes, México, FCE, 1992, p. 71, * Bn este trabajo utilizamos materiales tomados de dos capitulos que hemos elaborado parael val. vi, ‘La construccién de las naciones latinoamericanas, 1820-1870, de la Historia general de América Lati- za, Unesco, en curso de edicién (cap. 5, “Constitucién de Tas provincias y el poder local. Las bases ¢co- a6micas, sociales y politicas del poder regional” y cap. 6, “Las expresiones del poder regional: andlisis de casos"). Una primera version del mismo fue presentada al Simposio Cultura y Nacién en Iberoaméri- ca, organizado por el Comité Editor del Proyecto Great Books Series, Oxford University Press, con ef apoyo de las Fundaciones Lampadia y Mellon, y realizado en Buenos Aires entre el 21 y el 23de agosto 143 El propésito de este breve ensayo no es ofrecer una historia de la formacién de los Es- tados iberoamericanos, sino solamente exponer algunos criterios que me parecen im- prescindibles para la mejor comprensién de esa historia. Claro esté, la primera dificultad para cumplir este propésito es la cldsica cuestién del “diccionario”: cémo definirfamos el concepto de Estado y otros a él asociados, tales, por ejemplo, como nacién, pueblo 0 Soberania, Debo aclarar entonces que no partiré de una definicién dada de Estado, sino sdlo de una composicién de lugar fundada en los atributos que generalmente le atribu- yen los historiadores que se ocupan del tema.! Esto obedece en parte a la notoria multi- Plicidad de alternativas que fa literatura especializada ofrece sobre la naturaleza del término Estado. Podrfa preguntarse, sin embargo, si la confusién que se observa en las tentativas de hacer la historia de los Estados iberoamericanos —generalmente, relato de hechos politicos unidos a explicaciones sociolégicas— no obedece a una fatta de clara de- finicién del concepto de Estado. La composicién de lugar que adoptamos en este traba- jo es que, aun admitiendo que el ahondamiento en las dificultades que oftece el concepto mismo de Estado contribuye a facilitar la tarea, la mayor parte de los escollos que com- plican las tentativas de realizar una historia de los Estados iberoamericanos provienen sin embargo de fa generatizada confusién respecto del uso de época ~de la época de la Independencia- de las nociones de nacién y Estado, confusion en bucna medida prove- niente de otra que atafie al concepto de nacionalidad, Para expresarlo sintéticamente al comienzo de estas paginas, la confusiGn es efec- to del criterio de presuponer que la mayorfa de las actuales naciones iberoamericanas existian ya desde cl momento inicial de la Independencia. Si bien este criterio ha co- menzado a abandonarse en la historiografia de los ultimos afios, lo cierto es que per- sisten sus efectos, en la medida en que ha impedido una mejor comprensién de la naturaleza de las entidades politicas soberanas surgidas en el proceso de las Indepen- dencias. Esto se observa en la casi total falta de atencién que se ha concedido en los lltimos tiempos a cuestiones como la de la emergencia, en el momento inicial de las Independencias, de entidades soberanas en dmbito de ciudad o de provincias, y sus de 1996, El autor agradece los comentarios de los participantes en la discusién del trabajo, as{ como a Liliana Roncati por su ayuda en la biisqueda de informaciéa y a Marcela Temavasio y Carlos Marichal por las observaciones efectuadas al texto original ' Por ejemplo, Oscar Osalak, La formacién del Estado argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgra- no, 1985, p. 15. En otro trabajo suyo cl autor reficre el concepto de estatalidad al trabajo de J. P. Nett, “The State as a conceptual Variable”, World Politics, nim. 20, julio de 1968, y al de Philippe C. Schmit- ter, John H. Coastworth y Joanne Fox Preeworski, “Historical Perspectives on the State, Civil Society and the Economy in Latin America: Profegomenon to a Workshop at the University of Chicago, 1976-1977", mimeo, O, Oszlak, Formacién bistérica del estado en América Latina: elementos teérica-metodolégicos ara su estudio, 2a. ed., Buenos Aires, Estudios CEDES, 1978, ? Véanse ins observaciones de Otto Hintze, Stato ¢ Societd, Bologna, Zanichelli, 1980, p. 138, > Esto To hemas analizado en nucstros trabajos “Formas de identidad politica en el Rfo de la Plata lue~ ‘go de 1810", Boletin del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”,3a, Serie, ‘adm. J, Buenos Aires, 1989, y El mito de las origenes en la historiografia latinoamericana, Cuaderno nim. 2, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani", 1991 144 peculiares précticas politicas. Circunstancia que, para un intento comparativo como el de este trabajo, obliga a recurrir predominantemente a la informacion contenida en la historiografia del siglo pasado o de la primera mitad de este siglo. Se trata, en suma, de las detivaciones atin vigentes del criterio de proyectar sobre ¢] momento de la Independencia una realidad inexistente, las nacionalidades cotres- pondientes a cada uno de los actuales pafses iberoamericanos, y en virtud de un con- cepto, el de nacionalidad, también inexistente entonces, al menos en el uso hoy habitual. Un concepto que se impondrfa mas tarde, paralelamente a la difusin del Romanticismo, y que en adelante ocuparia lugar central en el imaginario de fos pue- blos iberoamericanos y en la voluntad nacionalizadora de los historiadores. Hacia 1810, el utillaje conceptual de las elites iberoamericanas ignoraba Ja cuestién de la nacionalidad y, mds atin, utilizaba sinonimicamente los vocablos de nacién y Es- tado. Esto se sucle desconocer por la habitual confusién de lectura consistente en que ante una ocurrencia del término nacidn lo asociemos inconscientemente al de naciona- lidad, cuando en realidad fos que lo empleaban Jo hacfan en otro sentido. Al respecto, la literatura politica de los pueblos iberoamericanos no testimonia otra cosa que lo ya observado respecto de la europea y norteamericana: sin perjuicio de la existencia en to- do tiempo de grupos humanos culturalmente homogéneos, y con conciencia de esa cualidad, la irrupcién en la Historia del fenémeno politico de las naciones contempo- réneas asocié el vocablo nacién a la circunstancia de compartir un mismo conjunto de leyes, un mismo territorio y un mismo gobierno.’ Y, por lo tanto, conferfa al vocablo un valor de sinénimo del de Estado, tal como se comprueba en la tratadfstica del De- recho de Gentes. “Las naciones o Estados -escribfa a mediados del siglo xvii una de las autoridades mas lefdas en Iberoamérica, Emmer de Vattel-, son cuerpos politicos, de sociedades de hombres reunidos para procurar su salud y su adelantamiento”.® + Bn su primera edicidn, de la primera mitad del siglo xvut, el diccionario de la Real Academia Es- pafiola registraba el término nacionalidad, pero le asignaba otro significado: “Afecci6n particular de al- ‘guna nacin, o propiedad de ella.” Real Academia Espaitola, Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con la phrases y mados de hablar, lus proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de fa lengua, tomo IV que contiene las letras G.HL.K.L.M.N., Madrid, Imprenta de la Real Academia Espaitola, 1734. 5 Véase Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780, Programme, Mith, Reality, Cambrid- ge, Cambridge University Press, 1990, cap. 1, "The nation as novelty: from revolution to fiberalismt” (Hay edici6n espafola, Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Programa, mito, realidad, Bat- celona, Critica, 1991) © Vatel, Le Droit de Gens ou Principes de la Loi Naturelle apliqués a la conduite e aux affaires des Nations et des Souverains, Nouvelle Edition, tomo 1, Paris, 1863, p. 7. Esta obra, cuya primers edicién, aparecida en Leyden, es de 1758, se vendia en Buenos Aires todavia cerca de 1830 y era citada cn Rio ‘Grande do Sul alios después por los lideres de ta revolucién farroupilha, Tomamos el dato relative a Bue- nos Aires de Alejandro E. Parada, “Introduccién al mundo del libro a través de los avisos de La Gaceta Mercamil (1823-1828), tesis de Licenciatura inédita, 1991. ¥ la referencia riograndense la debemos a la Prof. Maria Medianeira Padoin, de su tesis en curso sobre el federalismo riograndense del siglo xIx. Res- pecto de Vattel y otros exponentes de} iusnaturalismo del siglo Xvil, véase Robert Derathé, Jean-Jacques Rousseau et la science politique de son temps, Paris, Librairie Philosophique J. Vein, 1979, pp. 47 y ss. 145 Este criterio, con diversas variantes, era el predominante también en Iberoaméri- ca, El famoso venezolano residente en Chile, Andrés Bello, hacia explicitaen 1832 la misma sinonimia en su tratado de Derecho de Gentes: Nacién o Estado es una sociedad de hombres que tiene por objeto la conservacion y felicidad de los asociados; que se gobiema por las leyes positivas emanadas de ella misma y es duefia de una porci6n de territorio.” Asimismo, y con mayor nitidez, puede encontrarse este tipico enfoque de época en el texto, de 1823, del profesor de Derecho Natural y de Gentes en la Universidad de Buenos Aires, Antonio Séenz, quien amplia la sinonimia hasta comprender el con- cepto de sociedad: “La Sociedad llamada asf por antonomasia se suele también de- nominar Nacién y Estado.” Y define este concepto de sociedad-Estado-nacién de la siguiente manera, prosiguiendo el pérrafo anterior sin solucién de continuidad: Ella es una reunién de hombres que se han sometido voluntariamente a la direcci6n de alguna suprema autoridad, que se Hama también soberana, para vivir en paz y procurarse su propio bien y seguridad.® Se trata de un criterio que los letrados asumfan durante sus estudios y que domina la li- teratura politica de la época. El explica la soltura con que la Gazeta de Buenos Ayres aludfa en 1815 al concepto de nacién: “Una nacién no es mds que la reunién de muchos Pueblos y Provincias sujetas a un mismo gobierno central, y a unas mismas leyes”.3 Pa- labras muy similares a las del Abate Siey’s: “Qué es una naciGn? Un cuerpo de asocia- dos que viven bajo una ley comiin y estin representados por la misma legislatura.""® Este enfoque adquiere una formulacién sorprendente en la primera Constitucién iberoamericana, la venezolana de 1811, cuando en uno de sus articulos se define una 7 Andrés Bello, Derecho Internacional. |, Principios de Derecho Internacional y Excritos Comple- ‘mentarias, Caracas, Ministerio de Educacién, 1954, p. 31. [Primera edicién: Principios de Derecho de Gentes, por A. B., Santiago de Chile, 1832.] * Antonio Séenz, Instituciones Elementales sobre el Derecko Natural y de Gentes [Curso dictado en la Universidad de Buenos Aires en los afios 1822-23], Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho Ar- Rentino, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1939, p. 61 ° La Gaceta de Buenos Ayres, 13 de mayo de 1815, Reimpresién facsimitar, tomo tv, p. 261 '© Emmanuel J. Sieyts, Qué es el Tercer Estado?, Seguido del Ensayo sobre los privilegios, México, UNAM. 1983, p, 61, Notese, sin embargo que la definiciéa de Sieyds difiere dc la del periddico cioplatense al afiadir la existencia de un cuerpo representativo. Pero esta diferencia, sustancial en lo que hace a las for- mas de representaciGn politica, no lo es en cuanto a lo que comentamos en el texto. Este concepto de na- cin recoge criterios mds antiguos, como el que Locke expone respecto del concepto de “sociedad politi 0 “sociedad civil”, que en cierto modo es equivalente a lo que a comienzos del sigo XIX se llameba nacién: “Aguellos que estén unidos en un cuerpo y tienen una establecida ley commtin y una judicatura ala que ape- Jar, con autoridad para decidir entre las controversias y castigar a los ofensores, forman entre sf una socie~ dad civil.” John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Madrid, Alianza, 1990. p. 103. 146 “soberania” de la siguiente manera: “Una sociedad de hombres reunidos bajo unas mismas leyes, costumbres y Gobierno forma una soberania” [subrayado nuestro]."! La sorpresa estriba en el uso del término soberania como sin6énimo de entidad poli- tica independiente, esto es, de nacién o Estado, uso posiblemente intencional para poder evitar la resonancia mds fuerte del término nacién, con cuya definicion de épo- ca, sin embargo, como se puede advertir, coincide. Se me perdonard esta insistencia en cuestiones de vocabulario politico; més atin, luego de haber manifestado tal distanciamiento respecto de la necesidad de definicio- nes como punto de partida. Pero con esta discusién terminoldgica, lo que buscamos no es arribar a una nueva definicion de ciertos conceptos, sino aclararnos con qué sentido lo usaban los protagonistas de esta historia y, asimismo, gracias a ello, ¢ el clésico riesgo de anacronismo por proyectar el uso actual de esos términos -espe- cialmente en cuanto a la neta distincién de Estado y nacién, y al nexo de este ultimo concepto con el de nacionalidad- sobre et de aquella época. Porque si bien es cierto que el no detenerse sobre una pretensién de exacta definicién de ciertos conceptos claves ayuda a no obstaculizar la investigacién con vallas insalvables —dada la dispa- tidad de criterios de los especialistas sobre esos términos-, 0 con la peor solucién de adoptar alguna definicién por razones convencionales, estamos ante un tema cuyo concepto central, el de Estado, ha sido una de las muletillas més frecuentadas por los historiadores para designar realidades muy distintas: gobiernos provisorios, alianzas transitorias, y otros expedientes politicos circunstanciales. Como lo hemos observa do en otro trabajo respecto del Rio de la Plata, entre 1810 y 1820, lejos de encontrar- nos ante un Estado rioplatense estamos ante gobiernos transitorios que se suceden en virtud de una proyectada organizacién constitucional de un nuevo Estado que, 0 sc Pposterga incesantemente, o fracasa al concretar su definicidn constitucional. Una si- tuaci6n, por lo tanto, de provisionalidad permanente, que une débilmente a los pue- blos soberanos, y no siempre a todos ellos.'? En la perspectiva de la época, entonces, la preocupacién por la nacionalidad es- taba ausente. La formacion de una naciGn o Estado era concebida en (érminos racio- nalistas y contractualistas, propios de la tradicién ilustrada, cuando no de una més antigua tradici6n contractualist del iusnaturalismo europeo. No entonces, como un proceso de traduccién politica de un mandato de entidades més cercanas al se: tiento que a la raz6n, tales como las que se invocarfan, luego, a partir de la difusién del principio de nacionalidad, mediante el uso roméntico de vocablos como historia, 1 Art, 143 de la “Constitucién federal para los estados de Venezuela” (Caracas, 21 de diciembre de 1811), en [Academia Nacional de la Historia], El pensamiento constitucional hispanoamericano hasta 1830, Compilacién de constituciones sancionadas y proyectos constitucionales, ¥, Venezuela — Constitu- cidn de Cadiz (1812), Caracas, 1961, p. 80. 12 Véase José Carlos Chiaramonte, “El federalismo argentino en ta primera mitad del siglo 20x", en Marcello Carmagnani (comp ), Federalismos latinoamericanos: México/BrasiV/Argentina, México, El Co- legio de México/Fondo de Cultura Econémica, 1993. 147 pueblo, raza u otros. En sintesis, constituir una naci6n era organizar un Estado me- diante un proceso de negociaciones politicas tendientes a conciliar las conveniencias de cada parte, y en los que cada grupo participante era firmemente consciente de los atributos que le amparaban segiin el Derecho de Gentes: su calidad de persona sobe- rana, su derecho a no ser obligado a entrar en asociacién alguna sin su consentimien- to -clasica figura ésta, !a del consentimiento, sustancial a los conflictos pol{ticos del perfodo—y su derecho a buscar su conveniencia, sin perjuicio de la necesidad de con- ciliarla, en un proceso de negociaciones con concesiones recfprocas, con la conve- niencia de las demés partes." Antes de examinar algunos ejemplos que nos ayudan a comprender estos rasgos que sustentaban tas précticas politicas de la época, agreguemos una obsetvacién mas: que aun cuando parte de los actores politicos de la primera mitad del siglo pasado lefan con simpatia y solian citar a los autores de las modernas teorfas del Estado, por Jo general en su accién politica no partfan, pues no tenfan realidad desde dénde ha- cerlo, de una composi de lugar individualista, atomfstica, del sujeto de la sobe- ranfa, sino de la realidad de cuerpos politicos, con todo lo que de valor corporativo tiene la expresién que utilizamos. Un elocuente testimonio de esto, pese a lo paradé- jicamente heterogéneo que resulta, es el intento det guatemalteco José Cecilio del Va- Ile de definir lo que entendfa por nacién, Para fundar los “titulos de Guatemala a su justa independencia”, escribia en 1825 en su proyecto de Ley fundamental que ‘queria que subiendo al origen de las sociedades se pusiese la base primera de que to- das son reuniones de individuos que libremente quieren formartas; que pasando des- pués a las naciones se manifestase que éstas son sociedades de provincias que por voluntad esponténea han decidido componer un todo politico'* [subrayado nuestro] Las sociedades formadas por individuos; las naciones, por provincias. .. Estamos en- tonces en un mundo en el que si bien circulan desde hace tiempo las concepciones individualistas y atomisticas de lo social, la realidad sigue transcurriendo general- mente por otros carriles y los proyectos de organizar ciudadanias modernas en 4mbi- tos nacionales, o se estrellan ante el fuerte marco local de la vida politica, o tienden a conciliar muy dispares nociones politicas, tal como se refleja en el texto de Del Va- Ile. Nuestro propésito es, entonces, comprender mejor la naturaleza de esos cuerpos politicos a los que Bobbio alude en la cita del epigrafe como fuente de esa temible anargufa, tema central de la teoria moderna de] Estado, que consiguientemente fue- ron distorsionados por una percepcién hist6rica construida a partir del postulado de Ia indivisibilidad de la soberanfa y generalmente rotulados con los conceptos de “lo- ' Respecto de! principic del consentimiento, fundamental en el Derecho de Gentes, véase también la citada obra de Locke, esp. cap. 8, “Del origen de las sociedades politicas”, pp. 111 y ss. | José Cecilio del Valle, “Manifiesto a la nacién guatemalteca, 20 de mayo de 1825”, en idem, Obra Escogida, Caracas, Ayacucho, 1982. p. 29. 148 calismos”, “regionalismos” u otros similares, que expresaban la anacrdnica interpre taci6n derivada de] triunfo del Estado nacional moderno. LA EMERGENCIA DE LOS “PUEBLOS” SOBERANOS Mientras en las colonias portuguesas la Independencia era facilitada por la continui- dad mondrquica, el mayor problema que enfrentaban los lideres de los movimientos de independencia hispanoamericanos era el de la urgencia por sustituir la legitimnidad de ta monarquia castellana.'5 Desde la Nueva Espafia hasta el Rio de la Plata, como es sabido, la nueva legitimidad se buscé por medio de la prevaleciente doctrina de la reasuncién del poder por los pueblos. Concepto éste, el de pueblo, por lo comtin si- nénimo del de ciudad." Una de las razones que explican esta emergencia de lo que la vieja historiografia Ilamé equivocamente “émbito municipal” de la Independencia es asf esta concepeién de la legitimidad de! poder, prevaleciente en la época. Como lo expresara el apodera- do del Ayuntamiento de México en 1808, “dos son las autoridades legitimas que reco- nocemos, la primera es de nuestros soberanos, y la segunda de los ayuntamientos”.!7 La iniciativa del Ayuntamiento mexicano para liderar la constitucién de una nueva au- toridad en Ia Nueva Espafia chocé con el apoyo que la mayor complejidad de la socie- dad en los pueblos novohispanos ofrecia a la postura antagénica del virrey y del Real ‘Acuerdo. Por una parte, se revivié la idea de la convocatoria a Cortes novohispanas, en la que participarfan ademas de las ciudades, la nobleza y el clero. Por otra, se esboz6 un conflicto que se repetiria a lo largo de todos los movimientos de independencia his- panoamericanos: e! de la pretensién hegeménica de ta ciudad principal del territorio, frente a las pretensiones de igualdad soberana del resto de las ciudades. Asi, al consul- tar ef virrey Iturrigaray al Reat Acuerdo, éste denunci6, entre otras cosas, que el Ayun- tamiento de México habia tomado voz y representacién de todo el reino.'* Al Ayuntamiento mexicano no se Ie escapaba el riesgo de ilegitimidad de su ini ciativa, que intentaba disculpar reconociendo la necesidad de wna posterior participa- '5 Véase una rica visiGn de ese perfodo en Frangois Xavier Guerra, Modernidad e independenctas. En- sayos sobre las revoluciones hispdnicas, 2a. ed., México, Fondo de Cultura Econémica, 1993. Se trata de tun renovado enfoque, pese a Ia tendencia a ceflirse al esquema clasificatorio de modemidad/tradici6n, an- te una realidad frecuentemente reacia al mismo. '6 Véase, al respecto, nuestro libro sobre el caso rioplatense, José Carlos Chiaramonte, Ciudades, pro- vincias, Estados: Origenes de la nacién argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997. "7 Licenciado Francisco Verdad, “Memoria péstuma (1808)", en José Luis Romero y Luis Alberto Ro- mero, Pensamiento politica de la emancipacién, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, p. 89. 8 José Miranda, Las ideas y las instituciones politicas mexicanas, Primera Parte, 1521-1820, MExi- co, Universidad Nacional Auténoma de México, segunda edicion, 1978, p. 239, 149 cin de las demas ciudades novohispanas. Pues lo que proponia, segiin el Acta del Cabildo, era la tiltima voluntad y resolucién del reino que explica por medio de su metr6poli [...] fnterin las demis ciudades y villas y los estados eclesidstico y noble puedan ejecutar- lo de por si inmediatamente 0 por medio de sus procuradores unidos con la capital." Pero era la unilateralidad de su decisién la que se panoamericanas, para impugnarla. Sustentadas entonces por una antigua tradicién hispanica, pero sobre todo alenta- dos por el ejemplo de la insurgencia de las ciudades espafiolas ante la invasidn fran- cesa, las respuestas americanas a la crisis de la monarquia casteltana, al amparo de esa doctrina, se expresan en las iniciales pretensiones autonémicas de las ciudades, pretensiones que van del simple autonomismo de unas en el seno de la monarquia, hasta la independencia absolura de otras. En estas primeras escaramuzas, que sc re- petiran en el Rio de la Plata, Chile, Venezuela y Nueva Granada, estdn ya esbozados algunos de los factores, y escollos, del proceso de construccién de los posibles nue- vos Estados. El primero, conviene insistir, el problema de fa legitimidad del nuevo poder que reemplazarfa al del monarca, marcarfa el cauce principal en que se desa- rrollarian las tentativas de construccién de los nuevos Estados y los conflictos en tor- no aellas. Ya fuera durante el tiempo, de variada magnitud segtin los casos, en que el supuesto formal fue el de actuar en lugar, o en representacién, del monarca cauti- vo, ya cuando se asuma plenamente el propésito independentista, la doctrina de la reasuncién del poder por los pueblos, complementaria de la del pacto de sujecién, fundamentarfa la accidn de la mayor parte de los participantes de este proceso. Frente a ella, las ciudades principales del territorio -Santa Fe de Bogoté, Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile, México...-, sin perjuicio de haberse apoyado ini- cialmente en esa doctrina, darian luego prioridad al concepto de 1a primacia que les correspondfa como antigua “capital del reino” —segdn lenguaje empleado en Buenos Aires y en México-.”° Y, consiguientemente, los conflictos desatados por esta autoad- judicacién del papel hegeménico en el proyectado proceso de construccién de los nuevos Estados, frente a la pretensién igualitaria de las demds ciudades fundada en a, como en otras comarcas his- '9 Cit. en fdem, p. 238. La expresién usada por el Ayuntamiento de México la acabamos dc citar, En cuanto aun ‘ejemplo de su uso en Buenos Aires transcribimos, de un documento del Primer Triunvirato, de 1811, este breve fragmento: “El pueblo de Buenos Ayres, que cn el beneplacito de las provincias a sus disposiciones ante- lores, ha recibido el testimonio més lisonjero del alto aprecio que le dispensan como a capital del reino y centro de nuestra gloriosa revolucién”. La misma fuente se refiere al Ayuntamiento “de esta capital, como representante de un pucblo cl més digno y el ms interesado en el vencimiento de los peligros que ame- nazan a la patria.” “Estatuto provisional del gobierno superior de las Provincias Unidas del Rio de la Plata ‘nombre del Sr. D. Fernando VII", en [Instituto de Investigaciones Histéricas), Estatutos. Reglamentos y Constituciones Argentinas (1811-1898), Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1956, p. 27. 150 las normas del Derecho de Gentes ~cimiento de lo actuado en esta primera mitad del siglo, cubrirfan gran parte de las primeras décadas de vida independiente. Este conflicto se prolongo en otro, mas doctrinario, que se conformé como una pugna entre las denominadas tendencias centralistas y federalistas. Conviene dete- nerse en el trasfondo del mismo por cuanto fundamentard gran parte del debate poli- tico del perfodo y nos proporciona la definicién més sustancial de la naturalezade las. fuerzas en pugna, por mds que la prolongacién de ese conflicto en enfrentamientos meramente facciosos haya podido ocultar su sustancia. La antigua tradicién que explicaba el origen del poder como una facultad sobera- na emanada de la divinidad, recaida en el “pueblo” y trasladada al principe median- te el pacto de sujecién, al dar lugar a la figura de la retroversién del poder al pueblo en casos de vacancia del trono o de anulaci6n del pacto por causa de la tirania del principe-, devine inevitablemente en Iberoamérica en una variante por demas signi- ficativa, expresada por el plural pueblos. La literatura politica del tiempo de ta Inde- pendencia aludfa, justamente, a la retroversién del poder a “los pueblos”, en significativo plural que reflejaba la naturaleza de Ia vida econémica y social de las Indias, conformada en los Ifmites de las ciudades y su entorno rural -sin perjuicio de los flujos comerciales que las conectaban-. Esos pueblos que habfan reasumido el poder soberano se hab(an también dispuesto de inmediato a unirse con otros pueblos americanos en alguna forma de Estado o asociacién politica de otra naturaleza, pero « que no implicara la pérdida de esa calidad soberana. Esta tendencia a preservar la soberania de los “pueblos” dentro de los posibles Estados a erigir, si bien se apoyaba naturalmente en una antigua tradicin doctrina- ria y una no menos antigua realidad de la monarqufa castellana ~cuyo poder sobera- no se ejercia sobre un conjunte de “reinos” o “provincias”, muchos de los cuales conservaban su ordenamiento jurfdico politico en el seno de 1a monarquia- era sin embargo impugnable por doctrinas propias de corrientes mas recientes del iusnatura- lismo, que forman parte de la teorfa modema del Estado, las que postulaban la indi- visibilidad de la soberanfa y juzgaban su escisién, territorial o estamental, como una fuente de anarquia! El dogma de la indivisibilidad de la soberanfa se encarnaba en elites politicas de las ciudades capitales -a veces con apoyo en parte de las elites de otras ciudades— 2 Véase el criterio en Rousseau. Juan Jacobo Rousscau, “El contrato social o principios del derecho politico”, Obras selectas, Buenos Aires, El Ateneo, 2° ed., 1959, libro u, cap. 1, “La soberanta es indivi- sible”, p. 864 y ss. En la concepcién rousseanniana como también en la de Hobbes y Kant, la soberanta es ‘nica e indivisible, Sobre la cuestién de Ta soberanta en la época, R, Carré de Malberg, Teorfa general det Estado, México, Fondo de Cultura Econémica, 1948, cap. 11, §2. Asimismo, Joaquin Varela Suanzes-Car- pegna, La teorfa del Estado en los origenes det constinicionalismo hispdnico (Las Cortes de Cadiz), Ma- drid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, p. 68 y ss. Véase una sintesis de las diversas variantes del iusnaturalismo en Norberto Bobbio, Estudios de historia de la filosofia, De Hobbes a Gramsci, Ma- drid, Debate, 1985, esp. caps. ry U. 151 que proyectaban la organizacién de un Estado centralizado bajo su direccién; aunque para las fuerzas rivales del resto de las ciudades, la posible modernidad de aquella postura no se distingufa muy bien de lo que algunas denunciaban como un “despo- tismo” heredero del de la monarquia. De tal manera, frente a la emergencia de las tendencias centralizadoras en las ciudades capitales, las propuestas iniciales de las otras ciudades apelaron a la figura de la confederacién. Tal se dio en practicamente casi toda Hispanoamérica, como lo muestran los casos de México, la Nueva Grana- da, Venezuela, el Rio de la Plata o Chile. Asuncién del Paraguay fue una de las primeras en recurrir a la idea de una con- federacién para defender su autonomfa, en este caso frente a Buenos Aires. El Pro- grama del gobierno provisorio, publicado en un Bando del 17 de mayo de 1811, prevé e] futuro inmediato.... uniendo y confederéndose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa co- muin y para procurar la felicidad de ambas Provincias y las demds del continente ba- jo un sistema de mutua unién, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de Derechos. Poco despuss, en un Oficio a Buenos Aires, la Junta Provisional del Paraguay se pro- nunciaba por “la confederacién de esta provincia con las demas de nuestra América, y principalmente con las que comprendfa la demarcacién del antiguo virreynato”.?* En el otro extremo de Hispanoamérica, la postura de Gémez Farias y otros libe- rales mexicanos en el Congreso de 1823 es claramente confederal. En junio de ese afio, seis diputados, entre ellos Gémez Farfas, presentaron una propuesta de urgente adopcién de medidas acordes con ta tendencia a la “confederaci6n” que domina, afir- maban, a la nacién mexicana: al Congreso resta “terminar de una vez, la ret oluci6n mexicana y dejando afianzado el gran pacto de confederacién.”®* En otra oportuni- dad dentro del mismo congreso exponen el fundamento contractualista de su criterio: Que es un equivoco decir, que la soberanfa de los estados no les viene deellos mis- mos, sino de la constitucién general, pues, que ésta no serd mas que el pacto en que todos los estados soberanos expresen por medio de sus representantes los de- echos que ceden a la confederacién para el bien generat de ella, y los que cada uno se reserva.?* 22 Cit. en Julio César Chaves, Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay. 1810-1813, Buenos Aires, Niza, 1959, 2°ed., p. 120. 23 ~Oficio de Ia Junta Provisional del Paraguay. en que da parte a la de Ja capital de su instalaciGn, y ‘uniéa con los vinculos mas estrechos, e indisolubies, que exige el interés general en defensa de Ia causa comtin de la libertad civil de la América, que tan dignamente sostiene”, Gazeta de Buenos Ayres, jueves 5 de setiembte de 1811, tomo tt, p. 717. > Cit. on Jestis Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, 1. Los origenes, México, Fondo de Cultura Econémica, 1982, p. 382. 25 Yoidem. p. 417. 152 La ciudades principales mexicanas formaron Estados cuya mayorfa proclam6 su inde- pendencia, entendiéndota unos como compatible con la integracién en una federacién, y otros como “independencia absoluta”, concepto eventualmente congruente con el de confederaciGn26 Por ejemplo, leemos en la constitucién del Estado de Zacatecas, de 1825: “El Estado de Zacatecas es libre e independiente de los demas estados unidos de la nacién Mexicana, con los cuales conservard tas relaciones que establece la con- federacién general de todos ellos.”?” Por otra parte, es de advertir que la mas tempra- nna reunién de las ciudades en Estados fue facilitada en México por la existencia, desde tiempos de Ia Constitucién de Cadiz, de las diputaciones provinciales, las que tendie- ron aconformarse como gobiernos de sus jurisdicciones, hasta su desaparicién, reem- plazadas por las legislaturas provinciales electas, entre 1823 y 1824.28 Concordando con su postura adversa a esa tendencia, el lider centralista mexica- no Fray Servando Teresa de Mier escribfa en abril de 1823 que la repdblica a que to- dos aspiraban, unos Ja quieren confederada y yo como la mayoria la quiero central lo menos durante 10 © 20 afios, porque no hay en las provincias los elementos necesarios para hacer ca- da estado soberano, y todo se volverfa disputas y divisiones.° La oposicién a la postura de preservar la calidad soberana de las provincias o Esta- dos mediante una confederaciOn no enfrentaba solamente a los partidarios de un Es- tado centralizado sino también a los Ifderes federales que concebian al federalismo a la manera de la segunda Constitucién norteamericana, esto es, a los partidarios de lo que hoy se denomina Estado federal. De manera que dentro de lo que la historiogra- fia une con la comin denominacién de “federalistas”, en buena medida porque la confusiGn estaba ya presente en el Ienguaje de la época, debemos distinguir a quie- nes intentaban preservar sin mengua la soberania de cada Estado 0 provincia en vias de asociarse a otras, y la de quienes pretendian organizar un Estado nacional con ple- na calidad soberana, sin perjuicio de las facultades soberanas que se dejaban en ma- nos de los Estados miembros.2° Esta diferencia se registra en todos los casos. La historia de la independencia ve- nezolana ofrece un buen testimonio de sus alcances. En opinién de los partidarios de 2 Véase la postura de cada Estado en 1823 en idem, p. 380. 27 Constitucién del Estado Libre Federado de Zacatecas, titulo 1, capitulo 1, aticulo 1. 28 Véase el clésico trabajo de Nettie Lee Benson, La diputacién provincial y el federalismo mexica- no, México, El Colegio de México, 1955. 2 Cit. en Charles Hale, El fiberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, México, Siglo ‘Veintiuno, 1972, p. 86. En diciembre de 1823, cuando se aprobé hacer de México una republica federal representativa, al votarse el articulo 6 que convertia a las provincias en libres soberanas ¢ independientes, Mier vot6 que si alo de fibres ¢ independientes y no alo de soberanas (p. 202). 20 Yéase un desarrollo de estos problemas en nuestro trabajo “EI federalismo argentino en la primera mitad del siglo xIX", ob. cit, 153 un Estado centralizado, habria sido el federalismo de la Constitucién de 1811 la fuen- te de la anarquia que impidié enfrentar la reaccién espafiola y terminé con la Patria Boba, la primera republica venezolana. Bolfvar sostuvo este criterio en varias opor- tunidades.?" Sin embargo, la historia parece haber sido otra. Inmediatamente de da- do el primer paso hacia la independencia, la iniciativa tomada por el Ayuntamiento de Caracas suscit6 las clésicas desconfianzas de las otras ciudades recelosas de las pretensiones de hegemonfa de aquélla.*? Varias de ellas se apresuraron a darse un tex- to constitucional en cl que proclamaron su autonomfa soberana —algtin articulo de la Constitucién del Estado de Barcelona llega a calificarse de “nacional”"'- y entabla- ron un agudo pleito con Caracas, al punto que algunas adhirieron al Consejo de Re- gencia, prefiriendo una formal pleitesfa a Ja distante autoridad peninsular que sujetarse a la més cercana y riesgosa de la ciudad rival.** Cuando finalmente se pro- mulga la ConstituciGn, que delinea algo mas cercano a un Estado federal que a una confederacién, cl resultado no podia menos que disgustar a las ciudades celosas de su soberania. Los conflictos, por lo tanto, parecen més bien haber sido producto de una reaccién ante el grado de centralizacién entrafiado en la Constitucién de 1811 y no por influencia de la misma. Tenemos entonces delineadas las distintas posiciones que se enfrentan en el pro- ceso de construccidn de los fuuros Estados nacionales. Y hemos sefialado que en buena medida remiten a las distintas concepciones de la soberanfa: centralismo, confederacionismo, federalismo. Tres tendencias que definirén gran parte de los con- flictos desatados por las tentativas de organizar los nuevos Estados que debian reem- plazar al dominio hispano. Sin embargo, hay todavfa otros matices, como la conciliacién de posturas auto nomistas con el apoyo a los proyectos centralizadores, en la medida en que en reali- 3 criterio de Bolivar esta ya expuesto cn el “Manifiesto de Cartagena”. de diciembre de 1812: Si- m6n Bolivar, Docirina det Libertador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, segunda edicién, 1979, pp. 8 y 38. Asimismno, yéase lo que escribe en la “Carta de Jamaica, de seticmbre de 1815” (Id., p. 67), yen el “Dis- curso de Angostura”, de febrero de 1819 (Id., pp. 109 y 113). 2 Véase Carraciolo Parra-Pétez, Historia de la primera Repiiblica de Venezuela, dos vols., Caracas, 1959, tomo 1, 2a. parte, cap , “La revolucién en las provincias”, 3*"La nacién barcelonesa, de quien solamente emanan todos los Poderes Soberanos no los ejerce si- no por delegacicn.”, Constituci6n de la Provincia de Barcelona (1812), Tit. Cuatto, at. 3, en Las consti- tuciones provinciales, Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1959, p. 164. * Por ejemplo, Barcelona. Véase C. Parra Pérez, ob. cit., p. 410. 35 Noes de sorprender que mucho mds tarde, un conflicto similar se registrara en Argentina, cuando el Estado de Buenos Aires se escindi6 en 1853 de Ia recién creada Confederacién Argentina, Bsta, pese a su nombre ~como ocurre con el de la Confederacién Helvética de 1848-. cra en realidad un Estado fede- ral ante el cual Buenos Aires reaccion6 imponiendo reformas, ea 1860, que apuntaban a lo confederal sin Hegar a cllo, Véase Jonge R. Vanossi, “La influencia de la constitucién de los Estados Unidos de Nortea- mérica en la Constitucién de la Repsblica Argentina”, Revista Juridica de San Isidro, diciembre 1976, p. 10; Ricardo Zorraquin Beci, “La formacién constitucional del federalismo”. Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Afto vit, nim. 33, Buenos Aires, mayo-junio de 1953, p. 478. 154 dad, asumida la necesidad de abandonar una existencia independiente definitiva por parte de las “soberanfas” que se consideraban muy débiles para perseverar en tal ob- jetivo, autonomia de administracién local y Estado centralizado no resutaban incom- patibles. En primer lugar, cabe advertir que tanto en Buenos Aires, como en la Nueva Granada 0 en México, parte de las ciudades y provincias, asf como de los Iideres po- Ifticos considerados federales, solfan afirmar su autonomfa soberana sin perjuicio de someter la regulaci6n de los alcances de esa calidad a la posterior decisién del con- junto de los pueblos soberanos rounidos en congreso, Pero, asimismo, existieron 2- 505 en que un celoso autonomismo iba unido a posturas favorables a un Estado unitario, Tal como sucedié en el caso de la pequefia ciudad de Jujuy, en el noroeste rioplatense, que ya en un comicnzo, en 1811, reclamaba su autonom(a sin perjuicio de admitir, respecto del gobierno general de! Rio de la Plata, una organizacién cen- ttalizada y el papel rector de Buenos Aires, Jujuy defendia su autonomia frente a ta ciudad principal de la Intendencia de Salta de Tucumén, la ciudad de Salta, y parece haber evaluado que la adhesién a la politica de Buenos Aires cra una defensa contra la ciudad rival ~de cuya tutela recién logrard emanciparse recién en 1834 al formar su propio Estado. EL CASO DEL BRASIL En el caso brasilefio “la solucién monérquica no fue la usurpacion de la soberania na- cional como arguyeron més tarde los republicanos”, sino resultado de la decision de parte de las elites brasilefias que aspiraban a formar un Estado centralizado y temfan que la via republicana impidiese la unidad.*® La Independencia, entonces, no fue aqui tampoco producto de una atin inexistente nacién sino de los conflictos internos de Portugal. La formacion del Estado nacional serfa asi resultado de un proceso poste- rior desarrollado aproximadamente hacia 1840/1850.27 38 José Murilo de Carvalho, “Federalismo y centralizacién en el Imperio Brasilefo: historia y argu- mento", en M. Carmagnani, ob. cit, p. 57 37 Un resumen de esta tesis, en Odila Silva Dias, “O Interiorizago da Metrpole (1808-1833)", en Carlos Guilherme Mota, 1822, Dimensdes, 2a. ed., So Paulo, Perspectiva, 1986, p. 160. Véase una vision puesta, tibutaria del tradicional esquema del principio de nacionalidad, en José Honério Rodrigues, In- dependéncia: revolugio e contra-revolucao, A evolugéo politica, Rio de Janeiro, Francisco Alves, 1976, capitulo “Evolugdo politica provincial", p. 301 y ss. El autor cita a historiadores que sostentan el predo- minio de la “diversidad” sobre la “unidad”, como Capistrano de Abreu y Oliveira Viana, pero, adiferen- cia de ellos, sostiene la primacia de races mds profundas derivadas de la comunidad de lengua, religién, rmestizaciones variadas, semejanza de instituciones polfticas ¢ intereses econdmicas comunes. “Somente a minoria dirigente —afiade- de umas poucas provincias ndo teve a sensibilidade hist6rico-politica de sen- tir que o Brosil era singular, nico, individual, diferente de Portugal” (p. 301). 155 Es ya lugar comin advertir que fa transicién al Brasil independiente fue menos turbutenta que la de las ex colonias hispanas en virtud de Ja perduracién de un po- der legitimo, el de un miembro de la casa de Braganza. Pero si la continuidad pare- ce haber sido la caracteristica del caso brasilefio, en comparactén con el de Hispanoamérica, es de tener en cuenta sin embargo que esa continuidad no implicé un proceso de unidad politica. Advertia Sergio Buarque de Holanda que en Bra: “as duas aspiragées —a da independéncia e a da unidade~ nfo nascem juntas e, por longo tempo ainda, no caminham de miios dadas.”** Entre otras razones, porque el Brasil colonial no diferfa de las colonias hispanas en cuanto a los rasgos de disper- sién econdmica y social.? Si bien el resultado final de la transiciGn a la Independencia serfa el de un solo Estado soberano, surgieron también fuertes tendencias autondmicas en varias regio- nes brasilefias, y algunas de ellas con aspiraciones de independencia soberana. Tal ocurrié en el caso de la insurreccién de Pernambuco en 1824 -cuyo lider, el sacerdo- te radical Frei Caneca criticé el centralismo de la Constitucién de Pedro I porque en- tre otras cosas “despojaba a las provincias de su autonom{a”~ que desembocé en ta proclamacién de una repuiblica independiente denominada “Confederacién del Ecua- dor.” Al regreso de Juan VI a Portugal, en muchas provincias que habjan formado Juntas Gubernativas fieles a la corona predominaba el “espiritu local”, que tendria re- flejo en la actuacién de los diputados a las Cortes reunidas en Lisboa en enero de 1821. Por ejemplo, el Padre Feij6, importante Ider liberal, sostuvo alli que los dipu- tados no representaban a Brasil sino a sus provincias, las que eran independientes en- tre si: “Nio somos deputados do Brasil (...] porque cada provincia se governa hoje independente."#! > Sergio Buarque de Holanda, Histéria Gera da Civitizagdo Brasileira, tomo tt, O Brasil Mondrqui- co, vol. l, O Processo de Emancipacdo, Sao Paulo, Difustio Europtia do Livro, 1962, p. 9. 29Bn 1822, en Brasil no existfa ‘econémica y tampoco ningin sentimiento profundo de iden- \idad nacional, La unidad mantenida durante la transicién de colonia portuguesa a imperio independiente fue politica ~y precaria-." Leslie Bethell y José Murilo de Carvalho, “Brasil (1822-1850)", Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, vol. 5. La Independencia, Barcelona, Critica, 1985, p. 323. Véase tam- bién al respecto J, Murilo de Carvalho, ob. cit.,p. 54 “© L, Bethell y J. Murilo de Carvalho, ob. cit. p. 325. 418. Buarque de Holanda, ob. cit, lug. cit.; Octdvio Tarquinio de Sousa, Diogo Antonio Feijé, Sio Paulo, Itatiaia, 1988, p. 61, Este trabajo es también una muestra de cémo Ia proyeccién anacr6nica del principio de nacionalidad sobre una época anterior a su vigencia oscurece la comprensién de los m6- viles de los lideres independentistas iberoamericanos: “A indicagao de Feijé tinha o terrfvel inconve- tiene de nfo resguardar a unidade do Brasil; o Congresso reconheceria a independéncia de cada una das provincias, que decidiriam soberanamente acerca de seus destinos, aprovando ou nie a Constitui- lo, continuando ou no a fazer uma so nagiio com Portugal ~e aqui 0 ponto trégico- continuando ou ‘no na comunhéo brasileira. Ficava inteiramente ao arbitrio das provincias constituirem-se em paises independentes ou se manterem unidas, [...] Uma nagdo ndo era a comunidade de origens, de tcadigdes, de lingua, de religido, de formacdo social, de cultura: era apenas a férmula politica, o famigerado ‘pac- to social’ t” fd., lug. cit. 156 Es asf que el mismo espfritu que habfa aflorado cn la revuelta de Pernambuco se difundirfa luego de la abdicacién de Pedro I en 1831 cuando “con Ja autoridad decli- nante del gobierno central la lealtad de la mayorfa de los brasileiios se canalizé ha- cia la localidad” . Esto conduciria a 1a monarqufa federal de 1834, cuya Constitucin, si bien moderaba el federalismo de un anterior proyecto de 1831, traducia el autono- mismo que ardja en las regiones.*? Por otra parte, las tendencias autondémicas, expre- sadas por los politicos liberales, se reflejaron en las rebeliones urbanas que estallaron entre 1831 y 1835 y en la declaracién de su independencia por tres provincias: Pard (1836-1840), Bahia (1837-1841) y Rio Grande (1835-1845). Asimismo, ellas tendie- ron a fortalecer instituciones de gobierno local.4* En la detallada consideracién realizada por Sergio Buarque de Holanda de las reformas liberales, se puede observar un reflejo de la importancia del llamado ém- bito “municipal” como fundamento de las tendencias anticentrafistas, asf como el desarrollo de un proceso dirigido a su aniquilacién. Se trata de un proceso en par- te similar al que conduciria a la supresién de los cabildos rioplatenses, entre 1820 y 1834, como imprescindible requisito para la afirmaci6n de unidades soberanas mas amplias, dado que las c@maras habian tenido ya en tiempos coloniales amplios poderes, con jurisdiccién no limitada al 4mbito urbano, tal como en las provincias sudamericanas de la monarqufa espafiola.“ Es asf que ya hacia 1828 las cémaras brasilefias habfan sido privadas de funciones politicas y judiciales, y limitadas a las solamente administrativas. Con un lenguaje muy similar al usado en Buenos Aires, aparentemente por una también comtn influencia de Benjamin Constant, se afirmé que “o poder chamado municipal nao € poder entre nds” y se lo subsumié en el de Jas Asambleas provinciales.4 Parece inegavel ~comenta Buarque de Holanda— que para realgar a posigdo das uni- dades tervitoriais mais amplas, sucessoras das primitivas capitanias, tendera-se a un amesquinhamento e até a uma nulificagSo dos corpos municipais, como se apenas ‘nas primeiras se aninhase o principio da autonomia regional. Y agrega que se atribuye “aos homens de 1834 0 aniquilamento dos corpos munici- pais, que tamanha latitude de podéres tiveram nos séculos da colonizagao." Richard Graham, “Formando un gobierno central: las elecciones y el orden mondnquico en el Bra- sil del siglo 1x”, en Antonio Annino (comp.), Historia de las elecciones y de la formacién del espacio politico nacional en Iberoamérica, siglo X0%, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econémica, 1995, p. 348, J, Murilo de Carvalho, “Federalismo....”. p. 61; fd, Teatro de sombras: A Politica Imperial, Rio de Janeiro, IPERS, 1988, pp. 12 y ss. Véase también Roderick J. Barman, Brazil, The Forging of a Nation, ‘Stanford University Press, 1988, esp. cap. 6, “The liberal experiment”, y L. Bethell y J, Murilo de Carval- hho, ob. cit, pp. 333 y ss.; Boris Fausto, Historia do Brasil, 4a. ed., So Paulo, 1996, p. 164 y ss. R. Graham, ob. cit, p. 353. +5 “Federalismo...”, ob. cit., p. 61. S, Buarque de Hotanda, ob. cit., p. 25 y 26. “© S, Buarque de Holanda, ob. cit, 157 Las reformas liberales, que cul minaron en 1834, serfan en realidad intermedias entre el centralismo y el autonomismo, dado que alejaron definitivamente el riesgo de emergencia de soberanfas independientes. El federalismo brasilefio habla termi- nado por asumir ese cardcter, federal, alejéndose del confederacionismo, en apoyo al nuevo Estado nacional y con explicitas declaraciones de su intencién de no repe- tir el proceso hispanoamericano. De manera que las expresiones soberanas de! au- tonomismo local tuvicron corta vida y en visperas de promediar el siglo parecfan ya superadas, con alguna transitoria excepcién, como la de la riograndense Repiiblica Farroupilha entre 1835 y 1845. Por parad6jico que parezca, los mismos factores que en muchas de las ex colo- nias hispanas levaron a la autonomfa o a una unién confederal, en Brasil se orienta- ron hacia la organizacién de un Estado centralizado. Aunque las elites locales conservaron en su seno, eso sf, la potestad real que emanaba de su poder econémico y de la reciprocidad de servicios politicos con el gobierno central.*? EL DERECHO DE GENTES EN EL IMAGINARIO POLITICO DE LA EPOCA Para poder comprender en su significado de época esta variedad de formas de con- cebir el derecho a la autonomfa politica por las ciudades y provincias que se califi- caban a sf mismas de “americanas”, formas que van de la simple autonomfa, a la independencia a secas o a la independencia “absoluta" y, para explicarnos asimismo el hecho de que no se vefa contradiccién alguna en conjugar esas tendencias auto- némicas 0 independentistas con la biisqueda de integracién politica en pactos, ligas, confederaciones, o en Estados federales o unitarios -estos tiltimos denominados co- midnmente “centralizados”-, ¢s necesario revordar lus peculiaridades de las concep- ciones que guiaban entonces las practicas polfticas. Pues més alld de prestigiosas teferencias a autores célebres, hay que advertir la existencia de un trasfondo comin de doctrinas y pautas politicas, conformadoras del imaginario de la época, que los letrados habian absorbido en sus estudios universitarios, en las aulas o fuera de ellas, y transmitido en escritos, tertulias, periédicos, ceremonias y otras formas de difu- sién del pensamiento de ese entonces, Se trata de las pautas del Derecho de Gentes, inds precisamente denominado entonces Derecho Natural y de Gentes que, lejos de conformar solamente un capitulo de Ia historia de las doctrinas jurfdicas constituyé, en tiempos en que atin no habfan nacido la sociologfa ni las hoy denominadas cien- 7 “Luego de experimentar con una virtual republica federal durante la minorfa del rey (hasta 1840) {as elites provinciales y municipales legaron a aceptar la idea de que un orden centralizado era necesario para asignarse legitimidad propia.” R. Graham, ob. cit., p. 349. 158 cias politicas, el fundamento de lo que podrfa considerarse la politologfa y, por to tanto, de las practicas politicas, de la época.** Sin perjuicio de distinguir las varian- tes, a veces antagénicas, de algunas concepciones de ese derecho, variantes que no dejaron de reflejarse en los antagonismos politicos desatados por las independencias iberoamericanas, es preciso advertir la existencia de un campo compartido de su- puestos politicos. Es de notar asf que mientras buscamos en las paginas de los pe- riddicos de ese entonces las menciones de aquellos mas conocidos autores cuya influencia nos interesa verificar, o los parrafos que la testimonian aun sin nombrar- los, se nos escapa una frase, casi una muletilla, frecuentemente repetida: “lo que co- tresponde por derecho natural”, o “en virtud del derecho natural”, u otras variantes de lo mismo, asf como la recurrencia a autores hoy poco recordados, de lugar secun- dario en los manuales de historia de las doctrinas politicas si se atiende al tugar con- cedido a Hobbes, Locke o Rousseau, pero entonces autoridades indiscutidas, como el citado Vattel. Qué era el Derecho Natural en la época? ;Cémo podemos conocer mejor la concepcién de aquello que, por constituir el fundamento de la comunidad y de su relaciones con otras, pocas veces se Io hacia objeto de algo més que una sim- ple mencién? Para tal propésito, los manuales de Derecho Natural y de Gentes utilizados en las universidades, tales como los ya citados més arriba, son una excelente via de acceso alas concepciones que fundamentaron gran parte del proceso de formacién de los Es- tados del periodo. Ante todo, porque si atendemos a lo ya apuntado respecto de la inexistencia de una “cuestién de nacionalidad” en el proceso de formacién de los nuevos Estados, se explicaré mejor esta proliferacién de “repiblicas”, “pueblos so- siudades soberanas”, “provincias/Estados soberanos”, empefiadas en de- fender su autonomfa y amparar su integridad, sin perjuicio de su voluntad de unién con otras similares entidades soberanas. En primer lugar, recordemos que segtin el Derecho de Gentes, todas las naciones o Estados eran “personas morales”, tal como lo vimos més arriba en Ja cita de Mac- “La ciencia que hace conocer los derechos y deberes de los hombres y de los Estados ~decfa un pu- blicista britdnico de fines del siglo xvi se ha llamada en los ticmpos modemos derecho natural y de entes. Bajo ese titulo estén comprendidos todos los principios de la moral, en tanto que arreglan la con- ducta de los individuos entre sf en las diferentes relaciones de fa vida; en tanto que detecminan la sumi- siGn de los ciudadanos a las leyes, y la autoridad de los magistrados, ora cn la legislacidn, ora cn el gobiemo; en tanto que fijan las relaciones de las naciones independientes en la paz, y ponen limites a las hostilidades en la guerra.” Y affadia: “Una parte de esta ciencia es considerada ef derecho natural de los individuos, y la otra, el derecho natural de los Estados. Y es en virtud de sus principios que se ha consi- derado a los Estados como personas morales.” Cit. en Enrique Wheaton, Historia de los progresosdel De- recho de Gentes en Europa y en América, desde la Paz de Westfalia hasta nuestros dias, con una Introduceién sobre los progresos del Derechos de Gentes en Europa antes de la Paz de Westfalia, ira. edi- cin, traducida y aumentada con un Apéndice por Carlos Calvo, Paris, 1861 (la primera edicién es de 1841). Incluye un Discurso sobre el estudio del derecho natural y de Gentes, de Mackintosh, que data de 1797. Las citas en pp. 376 y 377. 159 kintosh. Asimismo, escribfa el ya citado catedrético de Derecho Natural y de Gen- tes de la Universidad de Buenos Aires, que Las Naciones o los Estados soberanos, siendo personas notoriamente morales son de una naturaleza y organizacién, aunque anéloga pero distinta de cada Individuo particular. Y por su parte el venezolano Andrés Bello explicaba que La cualidad especial que hace a la nacién un verdadero cuerpo politico, una perso- ‘na que se entiende directamente con otras de la misma especie bajo la autoridad del derecho de gentes, es la facultad de gobernarse a si misma, que Ia constituye inde- pendiente y soberana.4? Congruentemente con este criterio, se entendfa que todas las naciones eran iguales entre ellas, independientemente de su tamafio y poder. En virtud del Derecho Natu- ral, escribfa el ya citado Vattel, “una pequefia reptiblica no es menos un Estado so- berano que el reino més potente.” y Saenz afirmaba que el derecho mayestético “tanto le corresponde a una pequefia Republica cual la de San Martin [San Marino?] como al imperio de Alemania”. Y lo mismo apuntaba Bello: Siendo los hombres naturalmente iguales, lo son también los agregados de hombres que componen la sociedad universal. La repablica mas débil goza de los mismos de- rechos y est sujeta a las mismas obligaciones que el imperio mas poderoso.5? Esta conciencia de la igualdad de derechos en su relacién con las demds entida- des soberanas, independientemente de las diferencias de tamafio, riquezas y po- der, es uno de los puntales de las prdcticas politicas del perfodo y alienta la sorprendente emergencia de esas ciudades que, como la citada Jujuy de 1811, que- rfa ser “una pequefia repiblica que se gobierna a s{ misma.” Dado que, como ar- gilfa Bello, Toda naci6n, pues, que se gobierna a sf misma, bajo cualquiera forma que sea y tie- ne la facultad de comunicar directamente con las otras, es a los ojos de éstas un es- tado independiente y soberano.*! Et concepto es el de una antigua tradicién del Derecho de Gentes, que Bodino expli- caba de una manera que puede sorprendernos: mientras haya un poder soberano, fue- re individual 0 colectivo, existe una repiblica, la cual debe contar, al menos, con A, Séenz, Instituciones..., ob. cit. p. 61; A. Bello, Derecho Internacional... ob. cit. p. 35. °° Vattel, ob. cit, t.1, p. 100; A. Séenz, ob. cit, p. 78; A. Bello, ob. cit, p. 31 51 A. Bello, ob. cit, p. 35. 160 un minimo de tres familias, compuestas éstas con un mfnimo de cinco personas.*? Es decir, una repiiblica soberana podia existir con un minimo de quince personas... Se trataba de una independencia que no impedfa la insercién en una entidad po- Ittica mayor, Asi Bello enumeraba, luego de lo recién citado, una variedad de formas que podia adquirir esa calidad soberana, inventario que nos ayuda a comprender 1o limitado de la tradicional restriccién de alternativas a ta dicotomfa de colonia o pais independiente: Deben contarse en el miimero de tales [estados independientes y soberanos] aun los estados que se hallan Tigados a otro mds poderoso por una alianza desigual en que se da al poderoso mas honor en cambio de los socorros que éste presta al més débil; os que pagan tributo a otro estado; los feudatarios, que reconocen ciertas obligacio- nes de servicio, fidelidad y obsequio a un sefior; y los federados, que han constitui- do una autoridad comin permanente para la administraci6n de ciertos intereses; siempre que por el pacto de alianza, tributo, federaci6n o feudo no hayan renuncia- do la facultad de dirigir sus negocios internos, y la de entenderse directamente con las naciones extranjeras. Los estados de la Unién Americana han renunciado a ésta liltima facultad, y por tanto, aunque independientes y soberanos bajo otros aspectos, no lo son en el derecho de gentes.** De tal manera, tenemos algunos de los hilos fundamentales para entender mejor el proceso de organizacién de los nuevos Estados iberoamericanos. La definicién de una legitimidad politica a partir de la doctrina de la reasunciGn del poder por los pue- blos, la adopcién de un estatuto de autonomfa fundado en la calidad soberana que aquella doctrina suponia y, a partir de allt, la busqueda de una mayor fortaleza y de- fensa ante el mundo exterior a Iberoamérica, o ante los propios pueblos vecinos, me- diante una variedad de soluciones politicas que iban del extremo de las simples atianzas transitorias al del Estado unitario. Una visi6n tradicional de este proceso atribuia al sentimiento de la nacionalidad la formacién de esas diversas entidades Es- tatales que reunirfan a las “‘sobcranias” menores. Pero una interpretacién més verosf- mil muestra un conjunto de pueblos soberanos que en la medida en que perciben los riesgos de una subsistencia independiente, dada la debilidad de sus recursos econ6- micos y culturales, tienden a alejarse de fa aspiraci6n a la “independencia absoluta” para asociarse a aquellos con quienes tienen mayores vinculos, sin resignar su con- dicién de personas morales y ¢l amparo del principio del consentimiento para su li- bre ingreso a alguna nueva forma de asociacién politica. Pero aproximadamente luego de 1830 se registra ya el influjo del principio de las nacionalidades y comienzan a formularse proyectos de organizacién o de re- forma estatal en términos de nacionalidad. Congruentemente, los intelectuales ® Jean Bodin, Los seis libros de la Repiiblica, Madrid, Tecnos, 1985, pp. 16 y 17. 534. Bello, ob. cit, p. 35. 161 instalarian esa cuesti6n en Ia cultura de sus respectivos pafses, y la preocupacién por la existencia y las modalidades de una nacionalidad serfa de alli en més pre- dominante en el debate cultural. Sin embargo, a excepcién de Brasil, el resto de los pueblos iberoamericanos posefa un serio obstaculo para reunir las condiciones exigidas por aque! principio. Y testimoniarfan, pero en esto también como Brasil, que en realidad sus respectivas nacionalidades, y su figura en el respectivo imagi- nario, es un producto, no un fundamento, de la historia del surgimiento de los Es- tados nacionales. El obstaculo, paradéjicamente, no era el de no poseer rasgos definidos de homogeneidad cultural sino el de compartirlos de un extremo al otro del continente.* Si el principio de las nacionalidades hubiera debido aplicarse no odia ser de otra forma que en una sola nacién hispanoamericana. Esto, aclaro, no sig- nifica que considere factible tal proyecto y lamente su no concrecién.5° Pues tal como Io vefan ya los primeros Ifderes de la Independencia, una nacién hispanoa- mericana era imposible por razones précticas, concernientes principalmente a la enorme extensién del territorio, la irregularidad de la demograffa y al estado de las comunicaciones. ESTADO NACIONAL Y FORMAS DE REPRESENTACION POLITICA Si abandonamos entonces la obsesién por la cuestién de la nacionalidad, se hacen ms comprensibles las pautas que guiaban la conducta politica de los pueblos iberoa- mericanos. Cémo proteger la autonom{a dentro de la asociaci6n politica a constituir, c6mo ingresar a ella con libre consentimiento -preservando la calidad de persona moral que conferfa un estatuto de igualdad a todas las partes, independientemente de su poderfo real-, cémo armonizar la soberania de las partes con la del Estado a eri- gir, eran todas cuestiones centrales que absorbian el interés de esa gente. Entre ellas, Ja cuestin de la representacién politica, indisolublemente anexa a [a de la soberania, constituirfa permanente terreno de disputa, Entre la calidad del diputado como apo. derado, que al antiguo estilo de la diputacién a Cortes castellanas perdurarfa como expresi6n de tos pueblos soberanos hasta bien entrado el siglo XIX, y la de diputado de la nacién, que las tendencias centralizadoras intentaron imponer temprana ¢ in- frructuosamente, la figura det agente diplomdtico, correspondiente a la calidad de pucblos independientes y soberanos, se impondrfa, por ejemplo, en el caso de las lla- * Véase una clara percepciGn de esto en un discurso del canGnigo Juan Ignacio Gorriti, enel seno del congreso constituyente de 1824-1827, que comentamos en nuestro libro Ciudades, provincias, Estadas..., ob. cit, p. 218. Fragmento del discurso en p. 519. ** Esta postura puede verificarse en los trabajos de Ricaurte Soler, especialmente en Idea y cuestién nacional lainoamericanas, México, Siglo Veintiuno. 1980. 162 Y otro articulo hacia mas explicita la voluntad de considerar a los constituyentes co- mo “diputados de la nacién” y no apoderados de sus provincias: Es necesario que los Diputados estén penetrades de sentimientos puramente nacio- nales para que las preocupaciones de localidad no embaracen la grande obra que se emprende: que estén persuadidos que el bien de los pueblos no se ha de conseguir por exigencias encontradas y parciales, sino por la consolidacidn de un régimen na- ional, regular y justo: que estimen la calidad de ciudadanos argentinos antes que la de provincianos.* Aunque en ciertos casos los acuerdos necesarios fueron fruto del condicionamiento de las negociaciones por la imposiciGn de una ciudad o provincia mAs fuerte, la emer- gencia de! Estado nacional, si ajustada a Derecho, seria entonces fruto de un acuer- do contractual. Esa sustancia contractual, paradéjicamente, consistirfa en renunciar a la antigua naturaleza de los representantes, y a la correspondiente calidad de perso- nas morales soberanas de sus comitentes, mediante la comentada ficci6n jurfdica de suponer una nacién previa para imputarle la soberanfa.‘? De tal manera, la relacién Estado y nacién cobra otra fisonom(a, No se trata ya, entiendo, de examinar qué es primero, y por lo tanto determinante, de lo otro. Si es la nacién fa que da origen al Estado 0, como se ha solido alegar desde hace cierto tiempo atribuyendo a esta perspectiva el valor de hecho de una anomalia, si es el Es- tado el que conformé la nacién.® Se trata, si bien miramos, de un falso dilema, ori- ginado por la ya comentada confusién introducida por el enfoque anacrénico del principio de las nacionalidades. Pues, de hecho, lo que se intenta al afirmar que es el Estado el que habria creado la nacién, no es otra cosa que subrayar la conformacién de una determinada nacionalidad por parte del Estado. Y, en tal caso, Ia composicién de lugar que actualmente parece més razonable es la de advertir que no hay mucho de qué sorprenderse pues tal parece haber sido el caso de ta generalidad de las nacio- + Resoluciones 6a. y 7a. del “[Acuerdo celebrado entre los gobernadores de las provincias 0 sus re- presentantes, en San Nicolds de fos Arroyos...]", “(31 de mayo de 1852)", en E. Ravignani, [comp.]. Asambleas Constituyentes Argentinas, Instituto de Investigaciones Histéricas, Facultad de Filosofia y Le- tras, Universidad de Buenos Aires, t. Vi, 2a. parte, p. 460. * Sin embargo, la tradicién autonomista de tas provincias no desapareceria ficilmente. Véase al respec- to Natalio Botana, “El federalismo liberal en Argentina, 1852-1930”, en M. Carmagnani (comp), ob. cit. © Mario Géngora, Ensayo Histdrico sabre la nacién de Estado en Chile en tos siglos XIX y XX, Santiago. de Chile, Ed. Universitaria, 1986, pp. 25 y 37. El critetio de considerar que Ia naciénes produc- to de una deliberada accién del Estado ha logrado cierta difusién quizds por pareces una alternativa al ca- so inverso, considerado como el natural, del origen del Estado a partir de la nacién. Por ejemplo: “la nacién como expresi6n consciente de las castas coloniales no cred el Estado, sino que es éste et que sur- ge como fundador de la nacién.” Hermes Tovar Pinz6n, “Problemas de la transicién del Estado colonial al Bstado nacional (1810-1850)", en J. P. Deler/Y. Saint-Geours (comps.), Estados y naciones en los An- des, Hacia una historia comparativa: Bolivia-Colombia-Ecuador-Perd, dos vols., Lima, 1EP/IFEA, 1986, vol. , pp. 371-372. 164 nes modernas, no sélo de las iberoamericanas.®! Si, como es evidente, podemos re- conocer la existencia de fuertes sentimientos de nacionalidad en las poblaciones de Ios diversos Estados iberoamericanos, esto no indica, en manera alguna, una supues- ta identidad étnica originaria que habria sido el sustento de estos Estados. Ni la his- toria del Brasil, ni la de los pueblos hispanoamericanos, avalan tal presuncién. En cambio esa historia proporciona valiosos elementos de juicio para verificar cudles fueron los acuerdos politicos que dieron Iugar a la aparicién de diversas nacionalida- des y, por otra parte, cudles fueron los procedimientos utilizados por el Estado y los intelectuales -los historiadores en primer lugar— para contribuir a reforzar la cohe- sidn nacional mediante ei desarrollo del sentimiento de nacionalidad siguiendo, por lo comin, criterios difundidos a partir del Romanticismo. 1 Véase E. Hobsbawm, ob. cil., p, 19. Asimismo, Charles Tilly, “States and nationalism in Europe since 1600", ponencia en la reunién anual de la Social Science History Association, Nueva Orleans, 1991. 165

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